Resumen
El objetivo de este texto está en su fundamento, es decir, se busca trazar una idea sobre el sentido de tortura a partir de los conceptos dados por aquellas disciplinas encargadas de estudiar el yo: la filosofía existencial, la hermenéutica, la filosofía vital y, de alguna manera, el psicoanálisis. Sin embargo, se trabajará una idea a partir de dichos conceptos al cual daré por nombre “nudo-vacío”. Para no caer en la especulación, el trazo debe ser sistemático y jerárquico, por ello se seguirá el siguiente esquema: 1) la concepción del yo, 2) la función del espejo y el pensamiento, 3) la base del nudo-vacío, el deseo y la tortura, y 4) la separación de lo humano con lo imaginario. La línea encargada de unir cada uno de los temas estará en la base principal: la existencia.
Palabras clave: tortura, deseo, imaginario, nudo-vacío, espejo, pensamiento.
Abstract
The objective of this text is in its fundament, that is, to draw an idea about the sense of torture from the concepts given by those disciplines responsible for studying the oneself: existential philosophy, hermeneutics, vital philosophy and, in some way, psychoanalysis. Nevertheless, an idea will be worked on from these concepts to which I will give the name “knot-vacuum”. To avoid speculation, the outline must be systematic and hierarchical, so the following scheme will be followed: 1) the conception of the self, 2) the function of the mirror and the thought, 3) the base of the knot-vacuum, the desire and the torture, and 4) the separation of the human with the imaginary. The line in charge of uniting each one of the themes will be in the main base: existence.
Keywords: torture, desire, imaginary, empty-knot, mirror, thought.
La concepción del yo
La primera cuestión por tratar dentro de la concepción del yo sería la diferencia entre el yo y las distintas categorías que pueden asemejársele. Así, la jerarquía iniciaría con el ser, como fundamento de lo existente. El ser, en palabras de Heidegger, si bien es un concepto oscuro e indefinible que se presenta de manera determinada en lo poético,[1] no constituye lo humano en un sentido estrictamente existencial. Lo humano está a la vista de lo ajeno al ser, pero presente a lo que “debería ser”. Este “debería-ser” es distinto al yo, que es lo humano y que se presenta, en primera instancia, en lo cotidiano. El “debería-ser” ha sido entendido por Ortega como vocación,[2] es decir, aquello por lo que uno debe luchar en su existencia cotidiana para poder alcanzar el sentido del ser, pero que jamás sucederá, ya que la vocación solamente puede vislumbrarse cuando la vida ha acabado y se hace un repaso de lo que uno fue y de lo que uno no es, pero que debería ser. Dice Ortega que cada cual es “[…] el que tiene que llegar a ser, aunque acaso no consiga ser nunca”.[3] La siguiente instancia está en lo humano y se presenta en el yo, aunque esto no necesariamente quiera decir que se conozca o se pueda hacer uso de ella. Dice Ortega: “[…] ese yo que es usted, amigo mío, no consiste en su cuerpo, pero tampoco en su alma, conciencia o carácter”.[4] Por lo que la pregunta principal es: ¿qué es ese yo? A la que le siguen: ¿dónde está ese yo?, ¿soy consciente del yo con el que convivo?
El yo no es la circunstancia con la que llevamos ventaja al excluir lo ajeno que pertenece a la categoría del “otro”. El yo tampoco es esos procesos con los que ya me he encontrado en el momento de mi existencia, es decir, excluyo de mí los procesos fisiológicos, físicos, psíquicos y socioculturales. Estos procesos hacen que sea la persona que convive en la existencia con lo “otro”, es decir, hacen que mi persona, mas no yo, convivan con mi circunstancia y en determinados momentos —cuando el espacio y el tiempo me permiten un efímero instante— con mi yo. Los procesos con los cuales me he encontrado en la vida me permiten movimiento y pensamiento, pero ocultan ese yo del que tanto hablo y que Derrida denominó “fantasma identitario”. Dice que hay una inexistencia del yo, puesto que todo cuanto se hace resulta ser un ejercicio hacia el conocimiento de uno mismo, del yo. Es un ejercicio inalcanzable, infinito y, al mismo tiempo, efímero, pues se encuentra limitado por el tiempo. ¿Qué es el yo? El yo puede estar constituido por algunas categorías: espacio, tiempo, instancia, fundamento, ser-ahí. El yo es, de alguna manera, lo que denominó Heidegger “ser-ahí”, ese ser con el que convive mi pensamiento, ese ser-ahí sostiene mi estructura y mi libertad.
Entonces, surge la pregunta ¿existe el yo? La respuesta es clara: sí existe. ¿Se ha encontrado? Derrida dice (y concuerdo con él): “¿Quién ha encontrado un yo? No yo”. Y es que para encontrar ese yo habría que saber dónde se forma y Lacan nos da la respuesta: está en el espejo. El espejo de mi pensamiento logra unir los fragmentos con los que he nacido y con los que he convivido. Sólo a través del espejo, en determinadas ocasiones, puedo contemplar ese yo.
La función del espejo y el pensamiento
Decía, no sin temor, que el yo se forma en el espejo. Y es que, al nacer y encontrarme en un espacio ya dado, caminado y hasta acabado, también me he encontrado fragmentado. Lo que conozco de mí se me presenta en determinados momentos debido a la presencia de otro que también está fragmentado. Solamente, como bien dice Lacan, me encuentro completo cuando estoy frente a un espejo, ya que es donde por primera vez me veo íntegro, entero. Si bien a partir de los seis meses de nacimiento puedo saberme y verme completo, no es hasta que el pensamiento se muestra consciente que puedo concebir un yo. Cabe preguntar, ¿qué es el pensamiento?
Partimos de ciertas ideas que Heidegger ha dado: dice que pensar es planear, proponerse algo, no olvidar: recuerdo, representación. Así mismo, da a conocer 3 puntos fundamentales del pensamiento: [5]
- El representar a partir de nosotros, entendido como una conducta peculiar y libre
- El representar entendido como el establecimiento de conexiones analíticas
- La comprensión que se representa lo general.
Si bien «pensar» para Heidegger es «representar en distintos modos y momentos», nosotros lo veremos como «esquematizar», es decir, como la capacidad para trazar líneas que formen distintas figuras geométricas que intentan encontrar un espacio dentro de la realidad que se comparte, y, si vislumbramos más allá, con mi propia realidad. Nagel dice que “[…] [s]i hay una línea entre la persona y el resto del sistema altamente organizado en el que su vida transcurre, ¿dónde está, y qué clase de línea es?”[6]. Así, el pensamiento conlleva esa línea que va de la persona a su circunstancia y que solamente puede ser una. Con ello podemos mencionar una característica del pensamiento: conlleva pasado, presente y futuro. El punto donde nos situemos puede estar en cualquier espacio temporal, sin saber dónde hay un inicio y un fin. Sí, la línea es infinita.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el espejo refleja el pensamiento? Se forma el yo. Una estructura que permite saberme completo, pero que permite además el acceso a ciertas entidades por las que me he visto asediado, martirizado, mutilado. Dichas entidades se han conocido como excesos, vicios, extremos. Sin embargo, no conocemos al yo. ¿Por qué? Si bien es una estructura que permite una formación completa e integra de mí, también es una estructura inacabada. Y aquí reside la paradoja: ¿por qué se encuentra inacabada? Podemos decir que, por una cuestión temporal y vivencial, ya que siempre estoy en movimiento y debido a ello adquiero algo distinto en cada instante, también hay que contemplar esa otra parte que existe en lo imaginario, en lo inconsciente, en la línea que se bifurca.
Anteriormente cité a Nagel y existe una razón. Él nos habla de la idea de una línea entre la persona y su circunstancia, una línea que traza las figuras geométricas del pensamiento, pero ¿qué pasa cuando el espejo refleja el pensamiento? Pues bien, diré que la línea que va del punto A al punto B, se bifurca e incluso se anuda, y allí encontramos el “nudo-vacío”. La función del espejo y el pensamiento, más allá de dar sustento a mi estructura, es la posibilidad de concebir y analizar dicha bifurcación.
La base del nudo-vacío
Existe un proceso que permite esquematizar la realidad que compartimos, incluso existe un proceso para organizar la propia realidad que cada uno concibe y que conlleva, irremediablemente, lo imaginario. Sin embargo, existe una distancia entre la esquematización de lo real e imaginario en el plano externo y la esquematización de lo real e imaginario en el plano interno, que está separado por el nudo-vacío, sin que ello implique una separación de línea o un corte.
El proceso que existe entre el espejo y el pensamiento es la integración de n determinadas dimensiones. Dicha integración conlleva a planteamientos de carácter existencial o moral que, a su vez, son encaminados por la razón y la ley. El ejemplo más claro lo brinda Lacan cuando dice que “Sade se detuvo pues allí, en el punto en que se anuda el deseo a la ley”[7] y es que, al parecer, existe algo que permite la existencia, algo que marca un límite entre aquello que se puede realizar y aquello que, a pesar de querer realizarlo, se encuentra prohibido. Ese algo es el nudo-vacío.
El nudo-vacío es el punto donde la línea se trenza y continúa, pero que ante nosotros se muestra como límite. El nudo-vacío sostiene nuestra existencia, más allá del pensamiento como lo concibe Heidegger. Es verdad, el pensamiento sostiene al ser, pero lo sostiene en el plano externo, no obstante, lo que lo sostiene en el plano interno es el nudo-vacío. ¿Qué hay más allá del nudo-vacío? Lo único imaginable es la continuación de la línea, el yo. Allí reside el verdadero yo, el auténtico. Más allá la línea también se bifurca, continúa, se contrae y estira, mas no se rompe.
Si el nudo-vacío es la base de la existencia y lo que marca los límites de lo humano, ¿qué sucede con el deseo, con lo llamado “inhumano”? Después de todo, dichos actos son vistos y pensados en lo real e imaginario del plano externo. ¿Acaso estos actos no terminan destruyendo la existencia, sino personal al menos ajena? La aproximación a la respuesta se encuentra en la bifurcación.
El deseo y la tortura
Las figuras geométricas que vienen a representar las conexiones analíticas dentro de la esquematización de la línea entre la persona y su circunstancia también utilizan el espacio de lo imaginario. Es decir, lo real conlleva lo imaginario y esto sucede de manera continua en la vida cotidiana. Así, el deseo llevado a sus límites puede presentarse como una satisfacción de lo imaginario en el campo de lo real del otro y, a veces, suele presentarse en forma de tortura.
Dice Arzamendi que la tortura es “[…] sólo equiparable, en su inhumanidad, a la esclavitud”.[8] Y dice bien, pero la tortura pertenece al campo de lo imaginario en el plano de lo real. Es donde la línea se bifurca, cuando comienza a tomar espacio en lo imaginario y allí el deseo no tiene límite, entonces la línea se vuelve problemática; es la casa del deseo, donde los espejos se muestran como en el cuarto “del tocador sadiano” y lo humano se contempla íntegro; es el rompimiento a la moral, entendido desde la postura de Mosterín, como un ramo de costumbres. Habría que preguntar, ¿acaso este deseo no viene de las raíces del nudo-vacío?
Arzamendi plantea tres características de la práctica de tortura:[9
- Su ocultación, que viene del rechazo internacional que provoca y lleva a los gobiernos a negar su utilización e incluso a remitir su empleo a unidades especializadas, con el fin de evitar la condena internacional.
- Su internacionalización y extensión en amplias zonas del globo
- Su sofisticación, derivada del empleo de métodos blancos, limpios y sin huella que intervienen no sólo para impedir resultados físicos excesivos, sino, al mismo tiempo, para asegurar la eficacia de la intervención torturadora científica.
¿Acaso este deseo, que se presenta oculto pero permitido ante determinadas circunstancias es un mal necesario? La sola idea de pensarlo se torna inconcebible porque choca con la circunstancia y la persona que cada uno es, y porque la máscara no puede soportar una muerte en vida, ella es el sustento ante la vida. Si algo queda claro es que en la tortura se presentan tres fines: la intromisión, el deseo y la sumisión. Y algo que todavía queda más claro es que torturamos más de lo que hemos podido concebir.
Cuando la línea se bifurca, lo imaginario puede invadir cualquier espacio y esto hace que surja la intromisión en la línea del otro; esto, por supuesto, conlleva un placer enorme. Pensemos en el amor, por ejemplo. El amor es pura imaginación, es la idea de un τόπος en la circunstancia ajena, la morada en el pensamiento externo. Así, el amor viene a representar una bifurcación. Sin embargo, cuando el deseo se deforma y está al límite, puede aparecer la tortura, presentada, además, como esclavitud, discriminación, soledad.
El deseo, a su vez, cuando está presente la tortura, busca la sumisión del otro, es una forma de denigrar al yo ajeno por no pertenecer al campo de lo imaginario, pues ya no se le reconoce. Es la entrada de entidades desconocidas hasta el momento. Entidades que vienen a mostrar la integración de las diferentes esferas humanas, pero que siempre han estado presentes en la lucha constante por la construcción de lo humano y la posibilidad de reconocimiento. De otra forma la búsqueda quedaría estancada, pues una vez visto el espejo y al yo nada hay que hacer. La tortura es mirarse de manera completa, por eso el “tocador sadiano” está en el campo de lo imaginario. No hay lugar para lo aceptable o lo inaceptable, sino que hay lugar para una lucha entre lo imaginario y lo humano.
La separación de lo humano con lo imaginario
Si bien la bifurcación es entrar al plano de lo imaginario, queda la duda de qué sucede con lo humano. Lo humano pasa a estar en el plano de lo no dominado, de la transformación de sujeto a objeto. Es saberse instrumento de lo que uno es, pero que no puede dominar; con ello no me refiero a lo instintivo, que bien sabemos se puede aplacar y, de hecho, se aplaca. Lo humano como objeto es tener la certeza de que uno está en el proceso de construcción del yo, donde los espejos del pensamiento están actuando y uno ha quedado suspendido en medio de dicho proceso. Se está a merced del deseo.
Aquí, en este punto donde lo imaginario se presenta en la realidad del otro, los procesos psicológicos se anudan, quedan fuera de lugar, mas no dejan de funcionar. Siempre funcionan, igual que el tiempo. Habría que hablar sobre la realidad que se construye en el sujeto que se ha vuelto objeto de sus deseos. Esta realidad es un campo inexplorado que no se había podido presentar en otro momento y se nos muestra de alguna manera vacío. Es un campo que se va construyendo a través de los actos; por ello se repite de manera frecuente, por ello se buscan nuevos métodos para satisfacer un campo que se torna infinito. Pero este campo, este proceso, esta realidad, también es humana, es una de las esferas que ha sido condenada a la ocultación, al susurro, pero de la cual se disfruta y se comparte.
Hay pocos caminos que desea andar el hombre, caminos que se tornan oscuros, y éste es uno de esos caminos por el que se ha de transitar para saberse más íntegro; para poder actuar en función de lo que uno va trazando a través de los actos. Es cierto que el camino ha sido condenado debido a que conlleva el sufrimiento del otro, el miedo del otro, el recuerdo del otro, pero decía que se tortura más de lo que se piensa. Torturar es la acción o actividad de infligir un dolor a un nivel intenso en el otro, que es un sujeto. Pero el que tortura, como hemos dicho ya, se ha vuelto objeto y dicho objeto ha infligido dolor a escala intensa en el otro cuando discrimina, esclaviza, invade, manipula, tortura.
La construcción del yo, cuando se hace de manera certera, puede llevarnos por caminos que estarán llenos de piedra, caminos con ramas golpeando el rostro, caminos que terminan invadiendo al otro y pueden dejarlo en un estado de intenso sufrimiento. Así es la tortura, una acción que modifica al otro y lo deja en un espacio donde tendrá que realizar nuevas conexiones para salir adelante. Es la vivencia de un deseo que puede volverse placentero, pero también peligroso, pues torturar es la acción de saberse y no poder salir jamás de ese estado imaginario. Es volverse fantasía y morir en ella.
Bibliografía
- Arzamendi, José, El delito de tortura, Bosch, Barcelona, 1990.
- Heidegger, Martin, El ser y el tiempo, Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
- _______, Introducción a la metafísica, Gedisa, España, 2001.
- Lacan, Jacques, “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica.” en Los escritos de Jacques Lacan (http://ebiblioteca.org/?/ver/58242), consultado el 1 de diciembre de 2017.
- _______, “Kant con Sade” en Los escritos de Jacques Lacan. (http://ebiblioteca.org/?/ver/58242), consultado el 1 de diciembre de 2017.
- Nagel, Thomas, Otras mentes, Gedisa, España, 2000.
- Ortega, José, Pidiendo un Goethe desde dentro, Gredos, Madrid, 2004.
Notas
[1] Heidegger, El ser y el tiempo, ed. cit., p. 13.
[2] Ortega, Pidiendo un Goethe desde dentro, ed. cit., p. 20.
[3] Ibídem, p. 19.
[4] Ibídem, p. 13.
[5] Heidegger, Introducción a la metafísica, ed. cit., p. 112.
[6] Nagel, Otras mentes, ed. cit., p. 88.
[7] Lacan, Kant con Sade,ed. cit., p. 18.
[8] Arzamendi, El delito de tortura, ed. cit., p. 2.
[9] Ibídem, p. 4.
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