Resumen
Nietzsche realizó un estudio genealógico de la historia del cristianismo y observó que la voluntad de poder sacerdotal se transmitió a través de la doctrina del pecado, doctrina que tiene como objetivo anular la voluntad de los individuos para someterlas a la voluntad del sacerdote. El evangelista Pablo de Tarso se erige, pues, como el artífice del cristianismo tal y como lo conocemos en la actualidad, doctrina que deberíamos llamar “pablismo”. La propuesta del filósofo alemán es la de una ontología del espíritu libre, inteligible, a través de El Anticristo.
Palabras clave: Nietzsche, cristianismo, voluntad de poder, eterno retorno, superhombre, anticristo.
Abstract
Nietzsche conducted a genealogical study of the history of Christianity and noted that the will to priestly power was transmitted through the doctrine of sin, a doctrine that aims to cancel the will of individuals to submit to the will of the priest. The evangelist Paul of Tarsus stands, then, as the architect of Christianity as we know it today, a doctrine that we should call “Paulism”. The proposal of the German philosopher is that of an ontology of the free spirit, intelligible through The Antichrist.
Keywords: Nietzsche, Christianity, will to power, eternal return, overman, antichrist.
El 8 de enero de 1889, Franz Overbeck, teólogo de Basilea y amigo de Friedrich Nietzsche, llegó a Turín para recoger al filósofo, tras una carta que le enseñara el historiador Jacob Burckhardt. En la carta, el historiador vio que Nietzsche padecía seriamente de demencia y Overbeck fue a salvar a su amigo, si todavía estaba a tiempo. Al llegar, el teólogo encontró a Nietzsche rodeado de montones de papeles, entre los que se encontraba el manuscrito de El Anticristo, cuidadosamente envuelto en un folio. Overbeck se llevó el manuscrito a Basilea y allí se dispuso a ordenar las escrituras. Más tarde, envió el texto al compositor Heinrich Köselitz, más conocido como Peter Gast, también fue amigo de Nietzsche hasta que el filósofo rompió amistad con éste y Lou Salomé. Así, en febrero de 1889, Peter Gast y Franz Overbeck decidieron publicar, con muchas reservas, el manuscrito de El Anticristo. No fue hasta 1893 que el texto cayó en manos de la hermana de Nietzsche, Elisabeth Föster Nietzsche, quien lo modificaría a su antojo, como hizo con el resto de las obras de Freidrich Nietzsche. Los originales no se recuperarían sino hasta mediados de los años 60 del siglo XX.
En El Anticristo, Nietzsche intentaría dar la vuelta a la concepción del cristianismo que se tenía a finales del siglo XIX. Si bien en dicha obra el filósofo alemán sentencia como lo “bueno” la voluntad de poder y lo “malo” como la debilidad o delegación de la voluntad de poder, siendo la falta de desarrollo en la voluntad de poder de cada individuo la renuncia a la libertad y, por lo tanto, la ausencia de libertad[1] se debe, en primera instancia, a que el concepto del dios cristiano es corrupto. Para Nietzsche, el dios del cristianismo contradice la vida porque calumnia el “más acá” y promete un “más allá” (§18) que salve de la vida mundana y de su sufrimiento. Este dios, cuyo pathos o esencia principal es la compasión, ha sido inventado tras el falseamiento que sufrió la historia de Israel en la medida en que Yahvé pasó de ser la conciencia del poder a ser aquel ente que se vengaría de los desobedientes. Cuando el dios de Israel ya no pudo salvar a su pueblo, en vez de acabar con dicho dios, se le resignificó inventando el pecado, es decir, la desobediencia como mal mayor (§25); pero los dioses son invenciones de los pueblos y, muy especialmente, de sus sacerdotes espirituales, por lo que la desobediencia a Dios significa, en última instancia, la desobediencia al sacerdote. El poder pasó de los guerreros de Israel a sus sacerdotes. De ahí que “Dios perdona a quien hace penitencia —dicho claramente: a quien se somete al sacerdote”.[2] Jesús de Nazaret es uno de esos “[…] instintos sacerdotales que ya no soporta al sacerdote como realidad”[3] y que, como también sucede a lo largo del Antiguo Testamento, intenta poner fin a la corrupción y tiranía llevada a cabo por los sacerdotes, pero con una diferencia: introduce la “buena nueva”.
Si el dios de los judíos representaba la promesa consoladora de una vida eterna en un “más allá” que apacigua el mal del “más acá”, Jesucristo representará la vida eterna del “más allá” encontrada en el “más acá”, es decir, que “[…] el reino de Dios está dentro de vosotros”.[4] Así, Cristo es el redentor, el que libera a todos de la culpa, de los pecados, de la desobediencia a Dios y pone fin al poder sacerdotal. De hecho, en los cuatro evangelios podemos ver que “[…] el pecado, cualquier relación distanciada entre Dios y el hombre, se halla eliminado”,[5] siendo ésta la “buena nueva”. A pesar de que la tarea de los evangelios es predicar la vida práctica de Cristo Redentor, es decir, la práctica de la remisión de todos los pecados, Nietzsche critica que dicha práctica murió en la cruz: nadie pudo llevar a cabo el cristianismo porque nadie olvidó las culpas y los pecados. Al contrario, los evangelistas, y en especial Pablo de Tarso, volvieron al poder sacerdotal como método para salvar la culpa y, así, asegurar su poder personal. Nietzsche señala en los evangelios diferentes ejemplos de lo que no es el cristianismo,[6] pero presta especial atención al Génesis como muestra ejemplificadora de la fundación mitológica del judaísmo sacerdotal.
No explicaremos aquí en qué consistió el mito del Génesis, pero sí que nos detendremos en el simbolismo de éste. En él se describe un árbol cuyo fruto está prohibido porque al comer de él “[…] se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Génesis 3, 5). El árbol hace referencia al conocimiento, capacidad que nos permite pensar por nosotros mismos y actuar como dioses, es decir, no tener que depender de Dios. Pero los mitos en general son expresiones de voluntades particulares, y el del Génesis en este caso es la expresión del sacerdote. Así, este mito, que se escribió con posterioridad a Moisés, no es un tratado sobre la historia de Israel por amor a la historia o un libro escrito por interés científico, sino que es un documento de autodefinición y de persuasión: es la voluntad del sacerdote que no tiene interés en que los individuos conozcan, porque el saber (ciencia) es contrario a la moral en la medida en que el conocimiento acaba con las promesas utópicas y pone en cuestión las relaciones de poder circundantes. Precisamente el “más allá” como salvación a las tragedias que ofrece la vida es la promesa que el sacerdote ofrece mediante el control de los pecados. La Iglesia ha alimentado a la humanidad con la idea del pecado y este mal debe ser reparado. El cristianismo, tal y como la Iglesia lo ha explicado, en especial la católica, a lo largo de ya casi dos milenios, no se ha dado a conocer a través de los principios morales de Jesús el crucificado, cuyo objetivo era eliminar los pecados de la humanidad, sino a través de la doctrina de Pablo de Tarso en la medida en que éste volvió a la idea original de pecado. Con el mito del pecado, Pablo volvió al último judaísmo, acabando así con toda idea cristiana. De esta manera, no son los apóstoles “evangelistas”, es decir, predicadores del mensaje de Cristo, sino “desangelistas”, pues han tergiversado el mensaje del crucificado. Éstos han sido los creadores del cristianismo tal y como lo conocemos en la tradición de Occidente, aunque tal vez deberíamos llamar “pablismo” a lo que conocemos como cristianismo, en la medida en que es doctrina de los valores de Pablo, no de los de Cristo,[7] como ya dijo en el libro Aurora.
Como hemos visto, El Anticristo es una obra que trata de desmontar la religión cristiana desde el análisis de su historia, sus documentos y sus hechos más notorios. En dicho análisis, Nietzsche demuestra que la religión que entendemos como “cristianismo” no pertenece a Jesucristo, sino que es una invención de sus mal nombrados “evangelistas”. Esta invención invierte incluso los valores de Cristo para retornar a la moral judía, más concretamente a la moral sacerdotal judía. Ciertamente, y como va describiendo a lo largo de la obra, la palabra de Cristo vino para detener la rueda de los pecados y abrir el camino al perdón, incluso de los más “despreciables”. El reino de los cielos ya no es con Cristo una recompensa ultramundana, sino que habita en cada uno de los individuos: el reino de los cielos es la acción moral de cada cual que hace posible el amor entre los individuos. Sin embargo, lo que conocemos como “cristianismo” nunca predicó eso, sino algo muy distinto, a saber, que el reino de los cielos es una recompensa ultramundana que se da a través de las acciones propias del bien; es decir, de las acciones propias encomendadas por el sacerdote. Seguir la voluntad del sacerdote es la llave que abre la puerta del reino de los cielos.
Si el sufrimiento y la muerte son la tragedia de la vida, la inmortalidad deviene la recompensa que ofrece el reino de los cielos, el reino creado y prometido por el sacerdote. Dicha recompensa, sin embargo, hace despreciar la vida terrenal; es decir, despreciar la propia voluntad para seguir la del sacerdote. A fin de cuentas, lo que acaba demostrando Nietzsche es que el cristianismo, más allá de acercarse a la doctrina del amor entre todos los individuos, es más bien la doctrina de Pablo de Tarso. Este sacerdote desangelista tuvo como objetivo desarrollar su voluntad de poder, la cual consistía en llevar a cabo el poder sacerdotal, su poder sacerdotal, su voluntad de poder entre todos los seres humanos. De ahí que Nietzsche nos advierta que “[…] uno hace bien en ponerse los guantes cuando lee el Nuevo Testamento”.[8] A pesar de ser un libro escueto, a través de El Anticristo podemos apreciar las tres ideas principales de la filosofía de Nietzsche: la voluntad de poder, la doctrina del eterno retorno y el superhombre.
El concepto de “voluntad de poder” de Nietzsche ha tenido diferentes interpretaciones, entre las que existe la del dominio de uno sobre otros. No va del todo desencaminada, pero tampoco es exacta. Nosotros la entendemos mejor como aquel concepto que expresa la idea de querer interpretar el mundo según el querer del individuo que lo percibe, es decir, según su perspectiva o, en términos kantianos, servirse de su propio entendimiento. Esta idea surge a través de la observación del sacerdote que, por ejemplo, lejos de redimir al mundo, pretende hacerlo y, entonces, dominarlo, por lo que el sacerdote es una manifestación más de la voluntad de poder, intrínseca en todos los seres humanos. La cuestión es cómo llevar a cabo dicha voluntad. Aquí es donde entra la doctrina, es decir, la forma según la cual se interpreta. La promesa del “pablismo” (cristianismo) es la del “más allá”. Aprovechándose de la debilidad de los individuos en el “más acá”, ofrece la esperanza salvífica del “más allá”. El motivo por el que se presenta esta doctrina es la salvación de las tragedias que nos augura la vida, pero el objetivo último es lograr interpretar el mundo circundante de los demás individuos a través de la propia voluntad para, al final, dominarlos.
Si bien el “pablismo” es una muestra de la voluntad de poder de una doctrina determinada que nos lleva a individuos sometidos al poder sacerdotal, Nietzsche propone una nueva moral: la del “superhombre”. Como hemos podido observar, estar sometido a la voluntad de poder sacerdotal significa no aplicar la propia voluntad de poder, por lo que la moral cristiana es anti-libertaria. Al contrario, la propuesta de Nietzsche no pasa por eliminar la voluntad de poder de los individuos —algo que per se es imposible—, sino por dotarlos de una doctrina que les permita liberarse del yugo sacerdotal del pecado y del “más allá”, y poder realizar su propia voluntad de poseer. Recordemos que la promesa del “más allá” tiene como motivo salvar de las tragedias del “más acá” ofreciendo un mundo utópico donde los males de esta vida desaparecen: mediante la sumisión al poder sacerdotal, la puerta de los cielos queda abierta. Esto significa que tenemos que renunciar al “más acá”, hacer de esta vida un camino de sacrificios para la siguiente, pero esto implica, a su vez, someter nuestra voluntad a la del sacerdote, en la medida en que toda interpretación propia nos puede conducir a conocer el bien y el mal desde nuestra perspectiva y, en consecuencia, devenir responsables. Dicha responsabilidad, que es lo más cercano a la divinidad, es la que nos obliga a responder ante las circunstancias del “más acá”, las cuales, además, se repiten una y otra vez. Este peso de la vida, cuyo carácter repetitivo e inevitable lo convierte en trágico, es el motivo moral del superhombre: no evita hacerse cargo del “más acá” subordinándolo a un “más allá”, sino que lo afronta desde la propia perspectiva a pesar de su inevitable repetibilidad. Así, la doctrina del eterno retorno es el “regalo” que nos deja Nietzsche, a saber, la creencia que nos permite aceptar las repetitivas e inevitables voluntades de poder; la doctrina que no tiene como objetivo despreciar el “más acá” por su tragicidad, sino aceptarlo y llevarlo a cabo.
Voluntad de poder, eterno retorno, superhombre, etc., son conceptos filosóficos nietzscheanos que trato en mi ensayo filosófico titulado La filosofía trágica de Nietzsche. Ontología del espíritu libre. En él, trato de acercarme y exponer los conceptos principales de Nietzsche a partir de un estudio hermenéutico de sus obras. Además, busco un motivo a su obra y cómo ésta nos sigue siendo útil en la actualidad, al ser fundamento de nuestro presente. A través de las obras de Nietzsche se puede apreciar que su intención consistió en demoler la tradición de occidente, destruir la metafísica que supeditaba a los individuos a una creencia supraterrenal. Así, por ejemplo, a través de El Anticristo hemos podido observar que el inicio de la tradición de occidente empieza con Pablo de Tarso, pues es quien traslada el judaísmo más allá del pueblo judío, eliminando toda posibilidad del cristianismo y supeditando el “más acá” a un “más allá”.
En este sentido, Nietzsche realizó un impresionante estudio genealógico de la historia del cristianismo y con el cual pudo observar que la voluntad de poder sacerdotal se transmitió a través de la doctrina del pecado. De este modo, y como propongo en este ensayo, Nietzsche abre la posibilidad de una ontología del espíritu libre; es decir, un estudio del ser que es capaz de crear su propia moral o perspectiva de la vida sin estar subordinado a nadie, creación que se realiza a partir de las experiencias propias de la vida. De este modo, el anticristo, alegoría por excelencia del superhombre, es aquel que utiliza su propia voluntad de poder para interpretar la vida desde sí mismo, aplicando la doctrina del eterno retorno; es decir, la doctrina que enseña a vivir en el “más acá” sin necesidad de la mentira del “más allá”. Igualmente, y como no podía ser de otra manera, el ensayo dedica especial atención a Kant, pues se presenta a un Nietzsche ultra ilustrado, en vez de ser un anti-ilustrado. Si el lema de la ilustración kantiana era sapere aude (sírvete de tu propio entendimiento), no hay nada más ilustrado que interpretar el mundo a partir de la propia experiencia personal. Con todo ello, acabo invitando al lector de este artículo a leer otro ensayo que acabo de publicar, el cual puede descargarse de manera gratuita en castellano y catalán a través de mi página web Arkhé (clic aquí para acceder). Con Nietzsche empezó la destrucción de la tradición de Occidente, destrucción que se ha llevado a cabo a lo largo del siglo XX con figuras tan relevantes como Foucault, Arendt, Heidegger, Lévinas, Butler y otros tantos intelectuales que, poniendo en entredicho las concepciones de la tradición de occidente, han abierto un debate ontológico nuevo como en épocas anteriores ya hizo Occidente. Estamos ante la era de la muerte de los viejos ídolos y la creación de los nuevos y, en medio de ambas, el pensamiento libre de los individuos. Dios ha muerto pero la sombra de la tiranía surpramundana sigue vigente, por ello Nietzsche es, hoy más que nunca, imprescindible para entender nuestra actualidad y tener herramientas para resistirla, resignificarla y construirla de nuevo.
Bibliografía
- González Caldito, Juan Carlos, La filosofía trágica de Nietzsche. Ontología del espíritu libre, Igualada, Autoedición, 2017.
- Nietzsche, Friedrich: El Anticristo: maldición sobre el cristianismo, Madrid, Alianza, 1997.
- _______, Aurora, Madrid, Edaf, 1996.
- Nueva Biblia de Jerusalén, Bilbao, Editorial Desclée De Brouwer, 1999.
- Vattimo, Gianni, Introducción a Nietzsche, Barcelona, Península, 1987.
- Villacañas, José Luis, “Nietzsche, un ataque gnóstico al cristianismo”, lectura en el Seminario Nietzsche Complutense, jueves, 30 de marzo de 2017.
Notas
[1] “¿Qué es la felicidad? – El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada”. Nietzsche, El Anticristo: maldición sobre el cristianismo, ed. cit., §2, p. 32.
[2] Ibíd., §26, p. 62.
[3] Ibíd., §27, p. 62.
[4] Lucas 17, 20-21.
[5] Nietzsche, El Anticristo: maldición sobre el cristianismo, §33, p. 70.
[6] Ibíd., §45, pp. 87-88.
[7] Nietzsche califica a Pablo como el inventor del cristianismo, como “el primer cristiano” en el §68 de su libro Aurora: “Pero, salvo algunos eruditos, ¿quién sabe que en se describe la historia de una de las almas más ambiciosas e impacientes y de una cabeza tan supersticiosa como astuta, la historia del apóstol Pablo? Y no obstante, sin esta singular historia, sin los desvaríos y los arrebatos de una cabeza semejante, de un alma tal, no existiría la cristiandad; apenas habríamos tenido noticias de una pequeña secta judía cuyo maestro murió en la cruz. Evidente: si se hubiera comprendido esa historia a su debido tiempo, si no se hubieran leído los escritos de Pablo como las revelaciones del “Espíritu Santo”, sino con un espíritu propio recto y libre y sin pensar en todas nuestras miserias personales, si se hubieran leído realmente —no hubo lector tal a lo largo de un milenio y medio—, hace tiempo que habría desaparecido el cristianismo.” Nietzsche, Aurora, ed. cit., §68, p. 118.
[8] Nietzsche, El Anticristo: maldición sobre el cristianismo, §46, p. 89.
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