Resumen
El imperativo categórico kantiano se ha presentado desde siempre como principio coherente que posibilita actuar según el bien y de acuerdo a una ley universal. Sin embargo, tal principio puede caer en interpretaciones debido a diferentes circunstancias que llevan al individuo por el camino del autoengaño, justificando determinadas acciones en nombre de una “libertad” desmedida que pierde la conexión con la necesidad de su obligado correspondiente, la responsabilidad.
Palabras clave: libertad, responsabilidad, imperativo categórico, banalidad, Arendt,[1] Kant.
Abstract
The Kantian categorical imperative has always been presented as a coherent principle that makes it possible to act according to the good and according to a universal law. However, such a principle may fall into many interpretations, due to different circumstances that lead the individual down the path of self-deception, justifying certain actions in the name of an excessive “freedom” that loses the connection with the need of its corresponding obligor, the responsibility.
Keywords: freedom, responsibility, categorical imperative, banality, Arendt, Kant.
El imperativo categórico es para Kant la base de su moral, en tanto que exige que actuemos de forma incondicional, es decir, sin atender a nada diferente del cumplimiento de lo que él manda. Sin embargo, es posible que se dé una mala interpretación de este imperativo, de acuerdo a los intereses de las personas que lo utilizan y, por lo tanto, cayendo en deformaciones que nos llevan lejos de los preceptos kantianos. Hannah Arendt hace un estudio en su libro Eichmann en Jerusalén sobre la actuación de Adolf Eichmann, un Teniente Coronel nazi que, a pesar de haber promovido la ejecución de miles de judíos, lo hizo por pura y estricta obediencia a la ley, como lo pide, según él, el imperativo categórico Kantiano. En el presente trabajo se hace una descripción panorámica del problema, acercándose a las causas e implicaciones de la deformación del imperativo categórico de Kant.
Causas de la deformación del imperativo
Las posibles causas por las que Eichmann y otros militares del gobierno Alemán liderado por Hitler tergiversaron el contenido del imperativo categórico de Kant, acomodándolo a sus propias circunstancias, pueden ser las siguientes:
- El papel de la burocracia en la tergiversación de los principios morales: La burocracia alemana en la Segunda Guerra Mundial se concentraba en transformar sus leyes de manera que los actos que se hacían en nombre del Estado pudieran ser justificados por una moral provisional, tal como lo afirma Hannah Arendt:
Al contrario, la enorme mayoría de los agentes estatales cumplieron con lo que se le pedía […] todas las actuaciones estatales estaban respaldadas en leyes, decretos y reglamentos, cuando no en la propia palabra del Führer, considerada ley suprema inclusive por prestigiosos constitucionalistas (por ej. Theodor Maunz). Es decir, que se daba la paradoja de que actos aberrantes y constitutivos de genocidio y de violaciones a los derechos humanos básicos, formaron parte entre 1933 y 1945 del ordenamiento jurídico del Estado. Lo criminal desde el punto de vista axiológico externo se convirtió en lo legal desde el punto de vista normativo interno […] estábamos en presencia de un Estado Criminal. Y precisamente, dentro de las reglas jurídicas de ese Estado Criminal, desobedecer una orden se convertía en un delito, en una violación a la norma estatal, aunque la norma dijese “debes participar en la matanza de judíos”. Ello, sumado al poderoso efecto que produce el ejercicio burocrático del poder estatal —por el cual hasta lo abyecto es convertido en algo rutinario y desapasionado (banal).[2]
- Autoengaño: Aunque la mayoría de los alemanes estaban enterados del exterminio en los campos de concentración, pretendían ignorarlo y en cierta medida lo aceptaban, en tanto que guardaron silencio. De esta manera se creó otra realidad en la cual todo estaba bien, en la cual nada pasaba, como lo dice Hannah Arendt:
Y esa sociedad alemana de ochenta millones de personas había sido resguardada de la realidad y de las pruebas de los hechos exactamente por los mismos medios, el mismo autoengaño, mentiras y estupidez que impregnaban ahora la mentalidad de Eichmann […] Pero la práctica del autoengaño se extendió tanto, convirtiéndose casi en un requisito moral para sobrevivir […].[3]
La posición de Eichmann
Cuando fue enjuiciado, Eichmann se declaró un kantiano comprometido, en especial con el concepto del deber. Esta afirmación es difícil de comprender en tanto que la moral kantiana está ligada a la facultad de juzgar, eliminando así la posibilidad de una obediencia ciega. Eichmann utiliza a Kant para justificar sus crímenes, diciendo: “Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales”.[4] Sin embargo, explicó que desde que le fue ordenado iniciar la Solución Final, se había alejado de los principios kantianos y que al darse cuenta de esto se consolaba a sí mismo pensando que no era dueño de sus actos, que simplemente hacía lo que le ordenaban. De esta manera comenzó a modificar la fórmula del imperativo categórico del siguiente modo:
Compórtate como si el principio de tus actos fuese el mismo que el de los actos del legislador o el de la ley común. O, según la fórmula del «imperativo categórico del Tercer Reich», debida a Hans Franck, que quizá Eichmann conociera: «Compórtate de tal manera, que si el Führer te viera aprobara tus actos.[5]
La versión casera del imperativo implementada por Eichmann se centra en que el hombre cumpla la ley, y aún más, que se identifique con la voluntad que hay detrás de la ley, con la fuente de la que surge la ley. Mientras que en Kant esta fuente es la razón práctica, en la versión del imperativo de Eichmann era la voluntad del Führer.
Mala interpretación del imperativo
Kant dice, que un imperativo (como ley objetiva) es aquel que dice cómo debo actuar, “que mueve a la voluntad por medio de representaciones de la razón, por lo tanto, no a partir de causas subjetivas sino de modo objetivo, por razones que son válidas para todo ser racional en cuanto tal”,[6] es decir, evidenciando el carácter racional que confiere a la acción la universalidad de la norma. Un imperativo como ley moral no puede, según Kant, fundamentarse en lo concreto, en la situación particular de cada persona, como algo exclusivamente “válido para éste o aquel, y no como principio de la razón que vale para todo el mundo”;[7] de ahí que el imperativo categórico en su primera fórmula se exprese de la siguiente manera: “Obra sólo según aquella máxima de la que al mismo tiempo puedas querer que se convierta en norma universal”.[8]
Pero los imperativos no son en sí mismos el origen de la acción, es decir, no mandan la acción como tal, que es lo que hacen las máximas, si no que exigen una formalidad a tales máximas, es decir, “son simplemente fórmulas en que se expresa la relación de las leyes objetivas de la volición en general con respecto a la imperfección subjetiva de la voluntad de tal o cual ser racional, p. e., de la voluntad humana”.[9] Como lo explica Fabiola Rivera en su artículo El imperativo categórico en La fundamentación de la metafísica de las costumbres, de la ley universal no obtenemos directamente deberes morales, ya que ella misma es una regla que se aplica sobre nuestras máximas de acción (por la cual está vacía en sí misma); dicha norma exige que las máximas sean universales, esta petición de universalidad es la que hace del imperativo categórico, un principio formal. De esta manera, se partirá de las máximas de acción para hacer una reflexión moral, y no en la petición de universalidad, ya que en ellas está el contenido de dicha reflexión. Si las máximas las hemos recibido de la sociedad particular en la que nos desenvolvemos, el juicio moral, aunque puede recaer directamente sobre una persona, indirectamente recae sobre el colectivo que inculca una ideología y deforma los conceptos de ética, deber y bien. Así, aunque Eichmann comparte su responsabilidad con la sociedad alemana y con el Estado, en tanto que su consciencia ha sido nublada por la propaganda y ha sido en cierto modo obligado a cumplir con leyes manipuladas, no es culpable, ya que entre menos consciencia, menos responsabilidad, aunque esto no elimine su compromiso penal.
La banalidad del mal
Hannah Arendt afirmaba que Eichmann era banal, es decir, que ya no reflexionaba a profundidad sobre la responsabilidad y las consecuencias de sus actos. Dice Arendt: “lo horrendo de la normalidad de criminales de la calaña del acusado es que cometen sus crímenes en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad”.[10] Arendt traspasa la responsabilidad a la sociedad, ya que ésta determina el comportamiento de los individuos mediantes las normas previamente establecidas. El actor social es el compendio de los roles que le han asignado socialmente, cuyo significado está más allá de su voluntad y comprensión. Por tanto, Eichmann se encarga de desempeñar el papel asignado para identificarse como miembro de su colectividad. En otras palabras:
Allí donde se elimina la acción libre y el juicio independiente a favor del comportamiento disciplinado normativamente y la aceptación ciega de las creencias imperantes en una sociedad, el suelo puede ser propicio para cometer actos criminales sin que el actor sea consciente de lo que realmente hace o dice, pues está acorazado para evitar confrontarse con la realidad.[11]
Podemos decir, finalmente, que el grado de consciencia está directamente relacionado con la responsabilidad de los actos. En tanto que Eichmann era parcialmente consciente de que lo que hacía estaba mal, deformó el mandato del imperativo categórico de Kant para justificarse ante una acusación que él mismo consideraba injusta, ya que sólo seguía órdenes. En este sentido, su responsabilidad está vinculada a la de la sociedad alemana en general, ya que por un lado, el Estado establecía leyes para modificar las normas morales y lograr sus propósitos, y por el otro, la sociedad civil asumió el problema como algo cotidiano, o algo que ellos no podían cambiar.
Bibliografía
- Arendt, Hannah, Eichmann en Jerusalén, traducción de Carlos Ribalta, Lumen, Barcelona, 1999.
- Estrada Saavedra, M., “La normalidad como excepción: la banalidad del mal, la conciencia y el juicio en la obra de Hannah Arendt”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, vol. XLIX, núm. 201, 2007, recuperado desde:
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=42111510003
- Kant, Immanuel, Cimentación para la Metafísica de las costumbres, Aguilar, Buenos Aires, 1961.
- Rivera Castro, Faviola, “El imperativo categórico en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres”, en Revista Instituto de Investigaciones Filosóficas. UNAM, 5, nº11, 2004, recuperado desde:
www.revista.unam.mx/vol.5/num11/art81/dic_art81.pdf
Notas
[1] Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=KHG_cFUrA78
[2] Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, ed. cit., p. 4.
[3] Ibidem, pp. 35-36.
[4] Ibidem, p. 84.
[5] Ibidem, p. 82.
[6] Immanuel Kant, Cimentación para la Metafísica de las costumbres, ed. cit., pp. 98-99.
[7] Ibidem, p. 99.
[8] Ibidem, p. 112.
[9] Immanuel Kant, Op. cit., p. 100.
[10] Hannah Arendt, Op. cit., p. 417.
[11] Marco Estrada Saavedra, Op. cit., p. 38.
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