Judith Butler: formas de violencia del Estado-nación

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Judith Butler: formas de violencia del Estado-nación

Resumen

El objetivo de este artículo es discutir, tomando como punto de partida las reflexiones de la filósofa Judith Butler, como la constitución de los Estados-Naciones se da a partir de dos mecanismos de violencia. El primero es de la congregación de aquellos que son autorizados a ser incluidos en las fronteras del Estado y, para ello, deben someterse a un conjunto de reglas; y el segundo es el de segregación de aquellos cuyas vidas no son reconocidas como parte de la constitución de lo que se imagina como nación. Discutiremos también como el género es uno de los elementos que participa tanto del movimiento de inclusión como de exclusión.

Palabras clave: Judith Butler, Estado-nación, género, violencia, segregación, alteridad.

 

Abstract

This takes philosopher Judith Butler’s reflections as a starting point to discuss how the construction of Nation-states is given through two mechanisms of violence. The first is the congregation of those who are allowed to be included inside the borders of the state and, for that, must submit to a series of rules; the second is the segregation of those whose lives are not recognized as part of the nation. We will further discuss how gender is one of the elements participating in both the movements of congregation and of segregation.

Keywords: Judith Butler, nation-state, gender, violence, segregation, otherness.

 

Este trabajo[1] tiene como objetivo recorrer los caminos que unen los problemas de género, propuestos por Judith Butler, con las formas de violencia del Estado-nación, los cuales vienen figurando de forma más preeminente en sus últimos trabajos. Para seguir estas consideraciones, intentaremos responder dos preguntas específicas: ¿cómo el Estado intenta forzar su unidad por medio de procesos de construcción de género? Y ¿cómo el Estado se involucra con procesos violentos de exclusión por la misma vía? Ambos procesos, co-constitutivos, son también responsables de la (re)construcción y consolidación del Estado como estructura política.

Para ello, tomamos como punto de partida dos premisas contenidas en Who Sings the Nation-state (2011), un diálogo con Gayatri Spivak. La primera es que el Estado está inevitablemente conectado a la nación por medio de un guión; el Estado-nación se caracterizaría por las fronteras que delimitan un territorio y por sus instrumentos jurídicos e institucionales, una estructura que “debe servir a la matriz de obligaciones y prerrogativas de la ciudadanía”;[2] y[3] también por un estado de espíritu, una forma de pensar, lo que sugiere que este aparato institucional y jurídico no es ahistórico ni fijo. Existe algo de imaginario —lo que no significa no-verdadero— en su existencia. La nación, que viene tras el guión en Estado-nación, representa la mitad de la ecuación que evoca las imágenes de unión características de un Estado-nación. De este modo, postulamos, a partir de los estudios de Butler, que el Estado-nación configura el género tanto por sus dispositivos jurídicos e institucionales, como por el imaginario nacionalista, que quiere acuñar una unión nacional ciudadana, en relación con la cual cada persona tiene un papel específico, variable de acuerdo con los marcadores identitarios y la matriz histórico-específica de entendimientos vigentes.

La segunda premisa importante aquí es que el Estado-nación vive en medio de una tensión ambigua permanente:

Si el Estado es lo que “congrega”, entonces también es, claramente, el que puede segregar y que segrega. Y si el Estado congrega en nombre de la nación, conjurando una cierta versión de nación forzosamente, si no poderosamente, entonces él también segrega, expulsa, prohíbe. Si él rechaza, no es siempre a través de medios emancipatorios, como “liberar” o “dejar libre”; él expulsa precisamente a través de un ejercicio de poder que depende de barreras y prisiones y, por lo tanto, de una cierta forma de restricción.[4]

En este artículo, trabajamos el género como un elemento que atraviesa esas dos tensiones que marcan la existencia del Estado-nación: de congregación y segregación. La primera de ellas, la tensión de congregación, dice respecto a este movimiento que el Estado hace —en el sentido de forzar— una aparente coherencia interna, para que pueda existir en tanto institución política organizadora del mundo; la segunda tensión, la segregación, se refiere a las inevitables exclusiones y purgas de todo lo que, en el imaginario nacional, es extraño o indeseable respecto a la unidad que debe de ser preservada. Una no existe sin la otra. En El género en Disputa, vemos rasgos sobre cómo el Estado opera, en el sentido de determinar y organizar el género por medio de mecanismos jurídicos de poder; en trabajos más recientes de Butler, observamos el género en medio de las tensiones de expulsión, como elemento que es evocado para marcar la diferencia en una política violenta de alteridad.

 

La ontología del Estado y del género para Butler

Butler no trata el Estado-nación como un hecho dado. Por el contrario, al referirse al Estado-nación como un fenómeno perpetuamente atrapado entre dos procesos simultáneos, la filósofa enmarca que su producción es constante, y ocurre por medio de: 1) repeticiones de actos institucionalizados; 2) un sentimiento de pertenencia que va de la mano con estos actos e instituciones, en el sentido de forzar una unidad nacional, consecuentemente determinando también lo que no pertenece a ese Estado y, por lo tanto, debiendo ser expulsado para mantener dicha unidad. Así, Butler entiende el Estado-nación no como una estructura fija, inmutable, o idéntica en el espacio y tiempo, sino como actos reiterados en permanente movimiento. Debido a esto, hay un problema al tratar el Estado-nación en singular. Sin embargo, al mismo tiempo, es posible hacerlo, puesto que la institución del Estado-nación, resultado de procesos históricos de violencia y dominación, está suficientemente enraizada en el escenario global como para influir en la organización imaginaria e institucional de todo el mundo, creando procesos violentos de exclusión que, pese a la variación de sus especificidades, son una constante en la política estatal.

Como el Estado-nación se está (re)construyendo perpetuamente, su existencia es frágil y depende de las violencias constitutivas de las cuales jamás se escapa, pues al mismo tiempo que el Estado intenta forzar su adherencia interna mediante procesos de congregación, esta coherencia nunca se verá completa. De la misma manera, ningún humano se corresponderá integralmente a los idearios imaginarios de Hombre o Mujer, ya que la repetición infinita de actos de identificación no ocurrirá de manera idéntica. A lo largo de la obras de Butler, diversos formatos de estas violencias de exclusión y purgación son abordados en nombre de la unidad del Estado-nación, presentes en movimientos anti-migratorios, xenofóbicos, racistas y coloniales. Es en este sentido que ella escribe: “Claro que ni toda la violencia viene del Estado-Nación, pero son muy raros los casos contemporáneos de violencia que no tienen ninguna relación con esta forma política”.[5]

El Estado violenta activamente, mediante el uso de su brazo armado, o pasivamente, cuando niega a gran parte de la población las salvaguardas (garantías) que la ciudadanía garantiza a los integrantes. Esta disparidad de lugares ocupados por diferentes grupos de personas se relaciona con lo que Butler llama condición precaria [precarity]: si todos los seres humanos tienen en común el hecho de que mueren, es decir, su inevitable precariedad [precariousness], entonces habrá una precariedad ampliada e intensificada para algunos grupos de personas en nombre de la supuesta protección de otros grupos de personas. Es lo que sucede con los inmigrantes musulmanes en países occidentales, lo que Butler discute extensivamente en Frames of war (2009). Destituidos de las garantías legales y, por lo tanto, mucho más propensos a la violencia que otras personas dentro de las fronteras de determinados Estado-nación, los musulmanes no están comprendidos en el ideal imaginario y en las instituciones jurídicas de la ciudadanía, son encuadrados como amenaza que empaña la unidad del Estado-nación occidental y ataca a las persona que “verdaderamente pertenecen” a él. Es por eso que, el Estado-nación perpetúa la noción de que puede ser una unidad inmaculada, pero dicha unidad está siempre por venir, siempre dependiendo de alguna exclusión para que se consolide, aunque nunca logre consolidarse.

La performatividad es la clave teórica con la cual podemos conectar la (re)producción del género a la (re)producción del Estado-nación. Ambos, género y Estado-nación, existen en dos dimensiones paralelas, co-constitutivas y simultáneas de los actos reiterados, que funcionan como guía y medida. Butler no vincula el género a una estructura sexual previa, ni tampoco a una sustancia; en lugar de ello, piensa el género como “una repetición estilizada de actos a lo largo del tiempo”.[6] La repetición manifiesta los géneros, consolidados también por normas de género[7] que, por ser repetidas, acaban ganando el estatuto de “verdad universal”, al fin de ignorar su cualidad temporal y contingente: “Porque no hay una “esencia” que el género expresa o internaliza, ni un ideal objetivo para el cual el género aspira; porque el género no es un hecho, los varios actos de género crean la idea de género, y sin esos actos, no habría género. El género es, entones, una construcción que regularmente oculta su propia génesis”.[8]

Algunos años después, Butler define género como “el aparato por el cual la producción y normalización de lo masculino y femenino se instauran junto con las fronteras intersticiales, hormonales, cromosómicas, síquicas y performativas que el género asume”[9] —Se trata de una noción más compleja, que comprende la norma del género, la dimensión síquica de internalización de la norma, la reproducción o contestación de la norma, así como la significación de los sexos. El género, para Butler, no es construido sobre un sexo pre-determinado por la naturaleza, ni existe anteriormente al género; por el contrario, el sexo no tiene sentido sin la concepción de género, siendo ambos, sexo y género, elementos discursivamente construidos, lo que también permite la posibilidad de subversión de las normas del género. Si no existe un fundamento natural, esencia o sustancia, sosteniendo la ligación entre “sexo” y “género”, el incumplimiento de las normas de género se despliega de la posibilidad de realizar cualquier tipo de correspondencia entre sexo y género: un género masculino con un cuerpo femenino, un cuerpo femenino con un género masculino, o incluso cuerpos o géneros no categorizables con cualquiera de los dos. Sin embargo, Butler señala que es característico de la norma depender de su repetición, que es el mecanismo de su perpetuación, y paralelamente a su existencia está la construcción de la abyección de ciertos cuerpos. Butler define como abyectos a los cuerpos que, a través de relaciones desviantes de la norma vigente, caen en las grietas de los entendimientos posibles, y despiertan en el otro el deseo de corrección o, en la imposibilidad de ello, la aniquilación.[10]

En estos procesos de construcción discursiva de género —que acaban por consolidar como norma al sistema binario masculino/femenino— encontramos la figura del Estado-nación, no como agente que produce sólo al género, si no como un actor que establece y reitera tales normas en su posición de forjar legitimidad, con el fin de hacerlas pasar como elementos ahistóricos y universales, en lugar de histórica y socialmente contingentes; además de ser también la institución que, por definición, posee el monopolio del uso legítimo de la fuerza y acaba por instituir violencias sistemáticas contra ciertos cuerpos. El Estado que viene antes del guión es el responsable por actos que necesitan presentarse como legítimos en la demarcación del género por medio de sus aparatos institucionales; la nación que viene después del guión rige la producción del Estado-nación en tanto institución, que es comprendida como unidad simbólica, pese a todas sus visibles disparidades internas. Esta nación involucra, por ejemplo, ideas de ciudadanía —conjunto de papeles que se supone los “nacionales” deben jugar por el “bien general” de la nación—. El género es algo marcado por estos dos ejes; regulamos al género, por ejemplo, mediante documentos sin los cuales una persona no existe legalmente, y también por un imaginario nacional en el que la “buena ciudadanía” no abarca desviaciones a la norma de la familia nuclear, entendida como blanca, reproductora, y normalizadora de la vida social.

Congregando el Estado en nombre del género

En El género en Disputa, el agenciamento del Estado-nación sobre el género está presente principalmente en las normas y en los sistemas jurídicos de poder, conceptos que Butler encuentra en el trabajo de Michel Foucault y los usa para explicar la relación de producción de los sujetos por la búsqueda por representación política. Según Butler:

Foucault observa que los sistemas jurídicos de poder producen los sujetos que subsecuentemente pasan a representar. Las nociones jurídicas de poder parecen regular la vida política en términos puramente negativos —es decir, por medio de la limitación, prohibición, reglamentación, control e incluso la “protección” de los individuos relacionados a la estructura política, mediante una acción contingente y retractable de elección. Sin embargo, en virtud de estar condicionados a ellas, los sujetos regulados por tales estructuras son formados, definidos y reproducidos de acuerdo con sus exigencias.[11]

Este pasaje del texto de Butler está en relación con el intento de Foucault de refutar la “hipótesis represiva” en la Voluntad de Saber.[12] Según esta hipótesis, la sexualidad humana pasó por un proceso de represión, especialmente en las mujeres, que a lo largo de la historia protagonizaron una histerización, en la cual una sexualidad “visible” era entendida como uno de los síntomas de un mal que debería ser eliminado. Por el contrario, Foucault defiende que el problema de la sexualidad no estaría ligado meramente a la represión, entendida como forma “negativa” de ejercicio del poder; el problema es más profundo y está relacionado con el control de la sexualidad en todos sus aspectos, un poder “positivo”. El biopoder de Foucault está, por lo tanto, dotado de la capacidad productiva de relaciones y sujetos.

Para Foucault, esta relación productiva de poder es llamada sujeción, el “volverse sujeto”. El poder que media tantas relaciones sociales no simplemente es impuesto verticalmente hacia abajo sobre sujetos previamente constituidos —en parte, por ejemplo, por un Estado-nación y sus leyes—, este poder también participa de los propios procesos de construcción de las subjetividades humanas; volverse sujeto es volverse regulado. De la misma manera, volverse ciudadano de un Estado-nación es volverse “generificado”, es tornarse una persona legalmente reconocible y volverse integrante de un Estado. La parte más relevante de los procesos de construcción de subjetividades en el trabajo inicial de Butler es el género: para ella, las estructuras que regulan los sujetos forman, definen y reproducen esos mismos sujetos de acuerdo con sus normas, y estas normas, aunque estén en las leyes, también las exceden. Identificamos la reproducción de las normas que forman sujetos en las leyes y en otros dispositivos de control paralelos al Estado (como la medicina, por ejemplo) cuando se refuerzan los conceptos de Mujer u Hombre, con todos los atributos subyacentes a ellos, para cristalizarlos y amarrarlos inevitablemente a estructuras físicas supuestamente naturales.

Si, según Butler, la nación se congrega en nombre del Estado —utilizando para ello el imaginario de la ciudadanía— tal imaginario no es neutro en relación al género. Por el contrario, el imaginario político que da origen al Estado-nación trae fuertes elementos de demarcación de género: recurrentemente se imagina que el Estado representa una esfera pública, dominada por hombres iguales (los ciudadanos, también blancos), mientras la nación depende de una esfera privada que conserva valores de buena ciudadanía, asegurando de esa manera la perpetuación de la unidad nacional inmaculada, —lo que depende, a su vez, de la mujer en tanto responsable por el mantenimiento del hogar y nutrición de las próximas generaciones.[13] Este imaginario-norma, pese al intento de forzar determinado orden, nunca logra organizar las alteridades del mundo bajo sus designios, pero vuelve permanente el proceso violento de intentos de ordenamiento por parte del Estado-nación, y hace también del género un tema recurrente y central.

En este sentido, es interesante pensar en las interpretaciones conflictivas de Antígona, discutidas por Butler en Antigone’s Claim (2000). La obra retrata la tragedia de una mujer cuyo hermano, Polinices, es muerto en la guerra por la herencia del trono, peleó con otro de sus hermanos, quien también termina muerto. Creonte asume el trono después de la guerra y decide que Polinices ha muerto en deshonor y, por lo tanto, no tiene derecho a los ritos funerarios, ni tampoco puede ser enterrado. Antígona, en desafío a su orden soberana, entierra sola el cuerpo de su hermano y se pone, entonces, a merced del castigo del soberano —representante máximo de lo que se constituirá, después, como “Estado-Nación”—,[14] por haber desobedecido sus órdenes, que son la ley. No obstante, Antígona era la prometida del hijo de Creonte, quien recibe el aviso profético de que los dioses estaban insatisfechos con sus acciones y que castigar a Antígona y Polinices lo llevaría a perder su propio hijo. Demasiado tarde, el rey desiste de castigar a Antígona, porque ella ya se había suicidado. El hijo de Creonte, al saber de la muerte de la novia, y luego de una disputa con su padre, también se mata, seguido por su madre, que al saber de la muerte de su hijo repite el gesto. El rey termina, entonces, perdiendo a su familia, a pesar de mantener su autoridad soberana y el orden del territorio.

SEBASTIEN NORBLIN, “ANTÍGONA DANDO SEPULTURA A POLINICES” (1825)

Butler considera que las interpretaciones anteriores a la tragedia, como la hegeliana, veían a Antígona como representante exclusiva de la esfera doméstica del parentesco (kinship), en oposición a la figura soberana de Creonte, representante máximo y exclusivo de la polis —o de lo que desde la lectura de Hegel vendría a constituirse como Estado— y de la ley que este incorpora. Según la interpretación hegeliana, la esfera familiar del parentesco, representado por Antígona, entró en conflicto con la esfera Política del Estado-Nación, representada por Creonte, y acabó perdiendo la disputa, lo que se demuestra en la muerte de Antígona y de la familia de Creonte, mientras se mantuvo soberano. Así, la esfera familiar del parentesco habría sido suprimida por la autoridad estatal, que se acabó estableciendo como árbitro único de lo que está o no de acuerdo con la justicia. “La herencia hegeliana de la interpretación de Antígona parece presumir la separabilidad entre parentesco y Estado, a la vez que postula una relación esencial entre estos”. Antígona, así, ocupa la posición de parentesco que sería marginal al Estado y suprimida por este, pero, a la vez, esencial a su existencia.

Esta relación ambigua entre parentesco y Estado, presente en la interpretación hegeliana de Antígona discutida por Butler, es análoga a la relación que se da entre los géneros ideales, hombre y mujer, y sus lugares socialmente designados. Se trata de un ejemplo de los modos de coexistencia entre la esfera pública y la esfera familiar y doméstica. El “público masculino” y el “privado femenino” son posiciones imaginarias que, tal como las construcciones imaginarias del género en sí, no son destinos inevitables para las cosas, pero funcionan como fuerzas reguladoras y legitimadoras de acuerdos políticos y sociales: uno se imagina que hombres ocupan determinado lugar social y mujeres otro. Esto funciona como norma anterior al agente y pasa a ser reiterada por este, tornándose aún más legítima y pretendidamente natural (lo que simplemente es, en oposición a lo que puede no ser así), por su figuración en leyes, instituciones y discursos estatales. Simultáneamente, el Estado, la esfera pública (masculina, como la regida por Creonte), es vista como único árbitro de la ley y de la organización social, pero, al mismo tiempo y quizá contradictoriamente, depende de la esfera privada para existir. Al fin de cuentas, ¿qué es un hombre soberano sin su familia para nutrir y alimentar a él y a sus hijos?

La interpretación de Butler es que Antígona usa el mismo lenguaje de la soberanía cuando desafía a Creonte y, al ser descrita como una “mujer masculina”, también redefine la relación del Estado con el género, en el que las mujeres, que deben corresponder a su “feminidad” (sea lo que sea la definición vigente de lo femenino) tienen que ocupar la esfera doméstica y consentir los designios masculinos. Desafiar la autoridad soberana es transgredir barreras que no pueden ser transgredidas por las mujeres. Según Butler, podemos interpretar el destino de Antígona no como la pérdida de una batalla, sino como la exposición de la relación contingente entre la esfera del parentesco y la política. Podemos pensar también en el propio suicidio de Antígona como último desafío, visto que, muere para no ser castigada por Creonte: la soberanía, que Foucault define como “derecho sobre la muerte”, se torna suficiente, pues es Antígona quien, en última instancia, decide sobre su propia muerte, y no el soberano.

De esta forma, la interpretación de Antígona realizada por Butler establece una relación compleja, contingente y co-constitutiva entre el parentesco y el Estado, que envuelve contantes disputas y no una batalla que se gana o se pierde de forma definitiva. En este sentido, Antigone’s claim es una obra que considera la conexión intrínseca entre el Estado, las mujeres y el género, en una reflexión menos centrada en la constitución del género en sí y más en su relación con las normas, la sociedad y la política. Si el Estado intenta construirse como unidad a través de las leyes de la esfera pública y del imaginario nacional que envuelve la esfera privada, podemos ver en la discusión de Butler sobre Antígona cuán contingentes y fluctuantes son sus procesos de construcción.

Al mismo tiempo, encontramos en la obra de Butler, un Estado-Nación responsable no sólo por el mantenimiento de las definiciones de lo que es el género, de los discursos jurídicos y administrativos, sino también por el control de poblaciones, por medio, por ejemplo, de actas de nacimiento necesariamente amarradas al género binario, prohibiciones de ciertas formas de matrimonio, regulación de la constitución de las familias, adopciones de niños, derechos reproductivos, políticas de bioseguridad, etc. Este control, como podemos empezar a ver en la relación con el biopoder elaborado por Foucault, está en la propia fundamentación de la sociedad, a partir del momento en que lo binario normativo del género trae predicados acerca de los lugares sociales y del papel de cada género en la sociedad.

De esta manera, la función del Estado en congregar lo que es interno a él mismo está: 1) en la normalización de los género, cuando se construye quien es el sujeto que la ley protege (el que, por otro lado, resulta en violencia contra lo que se imagina como fuera de la norma); 2) en el intento de relegar a lugares sociales a cada uno de los dos género, de tal forma que cada uno tenga una función para la prosperidad, para el futuro y para el orden de la Nación. Siendo así, el trabajo normativo de la mujer en la esfera doméstica, por poner un ejemplo, se torna una pre-condición unida al imaginario de una nación sana, así como el papel normativo del hombre en la esfera pública (punto donde se dan las relaciones complejas expuestas por Antígona). Tales papeles son siempre histórica, social e incluso racialmente contingentes —al final, el género no es una construcción natural o universal—, pero están irremediablemente conectados a los ideales occidentales del Estado-nación, en tanto estructura burocrática que organiza la vida en el mundo a través de un ideal parcial de fraternidad nacional. Es imposible que exista un Estado-nación que no documente y organice las posibilidades de género que los cuerpos humanos ofrecen. Lo imaginario nacional de un Estado-nación y sus estructuras burocráticas dependen de procesos forzosos de “generificación”. Si el Estado congrega en nombre de la nación, como escribe Butler, también lo hace por medio del género como instrumento organizacional. En lo que sigue veremos de forma más específica el concepto de ciudadanía como un fenómeno que moviliza ciertas normas de género en favor de la unidad de la Nación, y trataremos, también, el papel de la guerra como evento catalizador de la unidad nacional, que también se ampara en los lugares sociales del género.

MURO FRONTERIZO ENTRE ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO

 

Procesos de segregación del Estado-nación

Anteriormente, abordamos algunos procesos que el Estado-nación realiza en el sentido de congregar bajo su protección parcelas de la población que viven dentro de sus fronteras. A través del concepto de sistemas jurídicos de poder abordado en Gender Trouble y de la interpretación butleriana de Antígona, defendemos que algunos de estos procesos de congregación del Estado-nación engendran una organización social del género, y que en el imaginario del nacionalismo designa papeles específicos a los ciudadanos que engloba. No obstante, podemos también concluir que los procesos de congregación del Estado-nación tienen como característica esencial el hecho de que son permanentemente incompletos. Exactamente por eso es que tales procesos están relacionados en un doble-movimiento con procesos de segregación, de los cuales son indisociables. Si el Estado-nación tiene fronteras físicas, jurídicas e imaginarias, entonces necesariamente posee un exterior constitutivo, y este se mantiene como exterior a través de innumerables formas de violencia. La utopía liberal del Estado-nación, es decir, la imagen de un Estado que posee mecanismos jurídicos efectivos de protección poblacional y una identidad nacional que cohabita pacíficamente con todas las otras en el mismo mundo, nunca se ha visto realizada y, por definición, no se puede realizar.

A lo largo de los trabajos de Butler, hay muchos ejemplos de la violencia constitutiva del Estado-nación. En primer lugar, es necesario enmarcar que el modelo de Estado-nación es espacial e históricamente localizado, ha surgido en Europa, ha sido (y aún es) forzosamente impuesto en una serie de territorios cuya organización social era diferente, se ha tornado un pre-requisito para el reconocimiento en la política y economía internaciones y en un patrón ideal que deja huellas de ejemplos que se encuadran en mayor o menor grado en el espectro “Estado-nación”. En este sentido, Butler discute extensivamente el colonialismo de ocupación israelí en territorios palestinos, profundamente violento y frecuentemente enmascarado por una ideología de cohabitación nacional que oculta asimetrías de fuerza, volviendo imposible la realización de este “proyecto”. Las violencias xenófobas en Estados Unidos y en Europa, mencionadas en la sección anterior, también son discutidas por la autora y constituyen otra fuerza de exclusión del Estado-nación, que se construye como amenaza a los que no se encuadran en el patrón-ideal de una ciudadanía que vislumbra a la gente nacida en el Estado-nación en cuestión, blanca, y que sigue los patrones culturales y religiosos prevalecientes.

El género aparece en los procesos de exclusión del Estado-nación en aspectos diferentes, y hablaremos de dos de ellos: 1) la exclusión de quien, pese a ser jurídicamente ciudadano de Estado, no se encuadra en los ideales de nación; y 2) el género en tanto instrumento para una política (interna y externa) violenta, que busca erradicar la alteridad. En el primer caso, el Estado-nación excluye por medio del no reconocimiento y violencia (directa e indirecta) todos aquellos cuerpos que no se encuadran en la matriz de géneros comprensibles, los cuerpos abyectos. Butler menciona mujeres que trabajan con sexo como ejemplo de esta relación: esas personas son vistas como marginales a la ciudadanía ideal, inadecuadas al orden social, estando sujetas a la negligencia del Estado en relación con la violencia que sufren en el ejercicio de su trabajo y a la violencia directa que sufren de los agentes del Estado, que a menudo queda invisible e impune. El cuerpo abyecto, que enfrenta la violencia oriunda de muchos agentes e instituciones, está fundamentalmente del lado perjudicado en la economía de precariedades llevada a cabo por el Estado-nación, porque no es entendido como parte integral de un humano pleno, sino, en lugar de ello, como un fenómeno que necesita de corrección o de purgación, para mantener la pureza de determinado ambiente con normas de regulación de las cuales este cuerpo parece escapar. Es un cuerpo marcado por la mano violenta del Estado en los procesos que lo encuadran como población indeseada ante la estabilidad de los ideales nacionales.

JAN MORRIS

Es posible discutir esta cuestión de modo pormenorizado a través del trabajo de Gayle Salamon, quien, influenciada por los trabajos de Butler, analiza en Assuming a Body (2010) cuestiones relativas a la transexualidad. Ella interpreta la autobiografía de Jan Morris, una de las primeras transexuales del Reino Unido en haberse realizado una cirugía de reasignación sexual, en los años 1970, y pone atención a las formas en que el género se relaciona a las ideas de nación —algo que se puede percibir, por ejemplo, cuando Morris retrata la transición del género como el cruce de una frontera—, y enfatiza el control que el Estado ejerce sobre el género como similar al control que intenta ejercer sobre los que son habitantes “ilegales”.

Como recuenta Salamon, en el proceso de su transición, Morris enfrentó un dilema: era legalmente obligada a divorciarse de su esposa para tener acceso a la cirugía y rectificación legal del género, caso contrario, sería como si el Estado estuviera transformando una familia heterosexual en una unión homosexual, lo que no era permitido por violar el precepto supuestamente inviolable de la familia, la base de la nación. Morris acabó haciendo su cirugía en Marruecos y, cuando finalmente alcanzó la rectificación legal de su sexo y nombre, el funcionario del gobierno le garantizó que nadie tendría acceso a su pasado, sellado en una pasta de documentos (a que ni Morris podía acceder). Salamon enmarca que esta política estatal era de borrado de la transexualidad: un ciudadano o ciudadana podría cambiar de género —cruzar la frontera del género—, en tanto que no perturbase el principio de la familia nuclear heterosexual. La eliminación de su pasado como “otro sexo” sería una forma de garantizar que no haya perturbaciones a los géneros normativos.

Sin embargo, según el análisis de Salamon, esa forma de biopoder mudó desde entonces: actualmente, en algunos estados de los Estados Unidos, hay políticas y presiones para marcar a las personas transexuales en sus documentos, indicando su pertenencia anterior a otro sexo. Salamon indica que este tipo de regulación del género va al encuentro de la regulación a los inmigrantes “ilegales” y el intento de expulsarles de la nación. Ella escribe que, en los últimos años, el Departamento de Seguridad Social estadounidense anda cruzando datos de nuevos empleados, enviados por sus empleadores, como intento de encontrar algún tipo de irregularidad en sus papeles; en caso que alguno de los datos enviados no coincida con los datos de los documentos anteriores del (a) trabajador (a), el Departamento envía una carta indicando eso al empleador. Salamon señala que esta política empezó a ser planteada como forma de encontrar inmigrantes “ilegales” a través de la localización de fraudes, pero el tipo de irregularidades que el Departamento de Seguridad Social encuentra puede muy bien ser el cambio de sexo. En caso de que el acta de nacimiento de alguien afirme, por ejemplo, que él pertenece al sexo masculino, mientras que el empleador registra a este como del sexo femenino, esto es identificado como irregularidad y es denunciado por medio de una carta, haciendo pública la transición y tratando esta como delito, anomalía administrativa y civil.

Cuando se identifica esta correlación entre el reglamento del género y de la inmigración, Salamon afirma que la necesidad de dejar la transexualidad de las personas marcada viene del miedo de que estas se mezclen demasiado bien con las personas entendidas como ciudadanas “normales”, lo que refleja una ansiedad proveniente de la dificultad de mantenimiento del control de las fronteras nacionales, del miedo de no poder identificar correctamente lo que puede ser una amenaza o una violación de la unidad nacional:

La principal ansiedad hoy día no es que las personas trans vayan a fallar en su transitabilidad, sino que serán demasiado transitables —que andarán entre nosotros, pero nosotros no podremos diferenciarlas—, una ansiedad que refleja las preocupaciones actuales sobre la nacionalidad, el control de fronteras y guerra al terror con alta precisión. El fortalecimiento de la identidad nacional, así como el fortalecimiento de la identidad de género, requiere que la incertidumbre sea eliminada, y el endurecimiento de las regulaciones sobre las personas trans sugiere nuevamente cuán frágil puede ser la retórica de libertad.[15]

Es decir, que el género, en tanto factor que atribuye papeles de pertenencia dentro del nacionalismo, es algo que el Estado debe regular para mantener una unidad coherente, así como la inmigración, que despierta el miedo al terrorismo o alguna violación de la cultura dominante, como apuntó Butler (2015). Género e inmigración se regulan de tal forma para crear presión en un mismo sentido: homogeneizar una nación. El resultado de esto es el encuadre de ciertas poblaciones como precarias: los inmigrantes, de los cuales hablamos mucho, y de las personas que transgreden las construcciones estándar de género, como las trabajadoras sexuales, citadas por Butler como ejemplo, o como las personas trans pensadas por Gayle Salamon.

IMAGEN DEL PROYECTO “TRANSGREDIR PARA TRASNFORMAR”, DE SANTY MITO. TOMADA DE: HTTPS://WWW.TUMBEX.COM/SANTYMITO.TUMBLR/POSTS?PAGE=1&TAG=BODY%20ART

En otro pasaje del libro de Morris abordado por Salamon, ella describe su propia situación como de precariedad, en relación a un momento específico de su vida: Morris está en la fila para la revisión en el aeropuerto, y en algún momento esta fila se divide en dos, una para hombres, otra para mujeres. Sin saber para cuál fila dirigirse, Morris se detiene por un momento, lo que genera irritación en los demás, hasta que uno de los funcionarios se refiere a ella como “señora”, momento en el que sabe que debe seguir hacia la fila femenina. Según el análisis de Salamon, el riesgo que Morris corre en este momento, no es el de ser vista como hombre, sino de ser vista como sin género alguno, una anomalía transgresora de las normas que organizan el Estado. La precariedad de esta situación consiste, según Morris, en ser una necesidad de “vivir para el momento”, en oposición a “vivir para el día”; estar en constante alerta sobre sus alrededores y monitorear respuestas externas a su presencia para poder moldear sus acciones y seguir delante de manera segura. Es una constante preocupación con la propia seguridad la que ocupa la mente de personas en situación de precariedad acentuada, pues esta protección no solamente no está asegurada por el Estado, sino que muchas veces es inducida por políticas de Estado, como en el ejemplo de la separación binaria de la fila en el aeropuerto.

La otra forma que tiene el Estado de segregar a través del género es característica de los Estados de la América del Norte y de Europa, además de Israel, y consiste en lo que Jasbir Puar (2007) llama sexual exceptionalism (excepcionalismo sexual). Reivindicaciones de feminismos liberales —que encuadran a mujeres como sujetos que claman por igualdad jurídica y económica en relación a los hombres, individuos que necesitan de libre albedrío para llevar a cabo sus deseos sin las constricciones patriarcales—, son cooptadas por gobiernos estatales, para crear la ilusión de que el Occidente es superior a los pueblos no occidentales. Este excepcionalismo sexual sigue la lógica de la hipótesis represiva refutada por Foucault: se imagina que la sexualidad es reprimida en la supresión de lo decible y de lo invisible, entonces, la liberación sexual estaría en hablar y exhibir la sexualidad. Para Foucault, sin embargo, el habla siempre fue parte integral de la regulación de las sexualidades (a través, por ejemplo, de los confesionarios victorianos), y no representan nada en el sentido de liberación, puesto que órdenes complejas de poder siempre actúan para regular la sexualidad humana —lo que es posible de ser hecho y dicho, en qué lugares y momentos—. De acuerdo con la lógica represiva que aún es la dominante, si, en Occidente, las mujeres pueden hablar y exhibir su sexualidad, entonces, ellas son “libres”. En un artículo que pasó a constituir uno de los capítulos del libro Frames of War de Butler, titulado Política sexual, tortura y tiempo secular, ella explora esta problemática.

A través de una concepción de la persona como individuo, y de libertad como el acto individual de expresarse sin constricción, las diferentes modalidades de velo utilizadas por las mujeres musulmanas se tornan símbolos de una supuesta sumisión de estas a sus hombres, lo que las encuadra como víctimas que necesitan de liberación por la mano del Occidente, éste más desarrollado y capaz de “aplicar” una libertad de arriba para abajo. Así, somos testigos de episodios como la invasión del Afganistán por George Bush, bajo la justificativa de salvar a las mujeres afganas de las manos crueles de sus padres y maridos, y concediendo legitimidad a una acción extremadamente controvertida, motivada por otras cuestiones geopolíticas y económicas, que acabó dejando efectos nefastos en el lugar. Butler entiende que la organización espacial del mundo se temporalizada así: el Occidente es comprendido como más desarrollado, y estando adelante en el camino en dirección al progreso (lo que sería marcado por su excepcionalismo sexual, es decir, la supuesta igualdad y libertad de mujeres y personas LGBT), mientras que otras pueblos estarían viviendo en el pasado, como presencias anacrónicas en el mundo.

Lo que también se refleja en la política interna a través de medidas migratorias; Butler cita el ejemplo de Holanda, que exhibía imágenes de personas homosexuales besándose a inmigrantes como pre-requisito para su incorporación al Estado holandés. Se intenta forzar la homogeneidad cultural que se ajuste a las categorías de género y sexualidad predominantes en el mundo occidental y así congelando esta matriz a través de los aparatos del Estado con sus fronteras físicas y jurídicas. El género se convierte en instrumento para reforzar la diferencia entre Yo y el Otro, consolidando medidas jurídicas y simbólicas de control a la circulación de personas, y como instrumento de justificación para la violación de otros Estados. Así se atropellan otras categorías de identificación, otras ideas de libertad y devoción, además de causar serios costos humanos derivados de invasiones militares.

JUDITH BUTLER

Finalmente, nos gustaría considerar la relevancia de la articulación entre la formación de Estado-nación y la genirificación en el contexto internacional en que el crecimiento y la expansión de las fuerzas políticas de extrema derecha tomaran el pensamiento de Judith Butler como fundamento de una supuesta “ideología de género”, que viene contribuyendo a los propósitos de los que gustarían reforzar, sea por la guerra o por la política, el imaginario de un Estado-nación constituido solamente por hombre y mujeres generificados dentro de las normas de género. Aunque podemos considerar los numerosos problemas del uso de teorías concebidas en contextos políticos occidentales, por lo general muy distantes de situaciones políticas específicas —como por ejemplo la crítica al Estado-nación que, en el pensamiento de Butler, opera como una forma de defensa a la democracia norteamericana y siendo difícil de ser adaptada en países latinoamericanos—, es importante operar con la crítica que Butler realiza a la violencia del Estado-nación como paradigma de formas de violencia que se reproducen en contextos regionales y locales, porque son entendidos como constitutivos de toda formación del Estado-nación. El guión que liga el Estado con la nación funciona como elemento gráfico que permite mantener junto y al mismo tiempo separado, contribuye para la idea con que estamos trabajando de que el Estado a la vez que congrega y segrega, une y separa, protege y mata.

 

Bibliografía

  1. Butler, Judith, Antigone’s Claim: kinship between life and death, Columbia University Press, New York, 2000.
  2. ___________, Performative Acts and Gender Constitution: an Essay in Phenomenology and Feminist Theory, Theatre Journal, v. 40, n. 4, 1988, pp. 519-531.
  3. ___________, Undoing Gender, Routledge, New York, 2004.
  4. ___________, Gender Trouble, Routledge, New York, 1990.
  5. ___________, Problemas de Gênero: feminismo e subversão da identidade, Civilização Brasileira, São Paulo, 2016.
  6. ___________, Quadros de guerra: Quando a vida é passível de luto? Civilização Brasileira, São Paulo, 2015.
  7. Butler, Judith; Spivak, Gayatri Chakravorty, Who Sings the Nation-State?, Language, Politics, Belonging, Seagull Books, New York, 2011.
  8. Elshtain, Jean Bethke, Women and War, University of Chicago Press, Chicago, 1995.
  9. Foucault, Michel. A História da Sexualidade, 1: A Vontade de Saber, Graal, Rio de Janeiro, 1977.
  10. Kristeva, Julia, Pouvoirs de l’horreur: essai sur l’abjection, Seuil, Paris, 1980.
  11. Puar, Jasbir, Terrorist Assemblages: Homonationalism in Queer Times, Duke University Press, Durham, 2007.
  12. Salamon, Gayle. Assuming a Body: Transgender and Rhetorics of Materiality, Columbia University Press, Columbia, 2010.

Notas

[1] Este artículo es parte de la tesis de maestria “O Estado-Nação a partir da filosofia de Judith Butler: reflexões sobre processos de congregação e segregação”, presentada por Thais de Bakker Castro al Programa de Posgrado en Filosofia de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, en el mes de septiembre de 2018, bajo la tutoria de la Doctora Carla Rodrigues. La investigación también fue evaluada y aprobada por los Doctores André Yazbeck y Berenice Bento, quienes contribuyeron con el trabajo y a los cuales agradecemos.
[2] Butler, Judith; Spivak, Gayatri Chakravorty. Who Sings the Nation-State?, ed. cit., p. 3.
[3] Todas las citas cuyo texto original esta publicado en inglés fueron traducidas al portugués por las autoras [y para el español desde la cita en portugués por la traductora (NT)]
[4] Idem., p. 5.
[5] Butler, Quadros de guerra: Quando a vida é passível de luto?, ed. cit., p. 47.
[6] Butler, Performative Acts and Gender Constitution: an Essay in Phenomenology and Feminist Theory, ed. cit., p. 520.
[7] Normas, para Butler, no son sinónimos de reglas, ni de leyes, pero tienen una actuación más discreta y más amplia. Según la autora: “A norm operates within social practices as the implicit standard of normalization. Although a norm may be analytically separable from the practices in which it is embedded, it may also prove to be recalcitrant to any effort to decontextualize its operation. Norms may or may not be explicit, and when they operate as the normalizing principle in social practice, they usually remain implicit, difficult to read, discernible most clearly and dramatically in the effects that they produce”. Butler, Undoing Gender, ed. cit. p. 41.
[8] En el original: “Because there is neither an ‘essence’ that gender expresses or externalizes nor an objective ideal to which gender aspires; because gender is not a fact, the various acts of gender creates the idea of gender, and without those acts, there would be no gender at all. Gender is, thus, a construction that regularly conceals its genesis”. Butler, Performative Acts and…, ed. cit., p. 522.
[9] En el original: “Gender is the apparatus by which the production and normalization of masculine and feminine take place along with the interstitial forms of hormonal, chromosomal, psychic, and performative that gender assumes”. Butler, Undoing Gender…, ed. cit, p. 42.
[10] La autora está utilizando su lectura de Julia Kristeva, Pouvoirs de l’horreur: essai sur l’abjection, ed. cit. Ahí, la psicoanalista francesa piensa la abyección como lo que queda de inasimilable en la relación sujeto/objeto.
[11] Butler, Gender Trouble, ed. cit., p. 2.
[12] Cf. Foucault, Historia da Sexualidade I, a vontade de saber, ed. cit.
[13] Cf. Elshtain, Jean Bethke, Women and War, ed. cit.
[14] El Estado-Nación como observamos hoy fue concebido en la Modernidad y, por lo tanto, no se hace presente de esta manera en Antígona.
[15] En el original: “The primary anxiety today is not that transpeople will fail to pass, but rather that they will pass too well – that they will walk among us, but we will not be able to tell them apart from us, an anxiety that mirrors current apprehensions about nationality, border control, and the war on terror with uncanny precision. The fortification of national identity, like the fortification of gender identity, requires banishing uncertainty, and the tightening regulations concerning transpeople suggests again just how thin rhetorics of freedom can turn out to be” Salamon, G. Assuming a Body, ed. cit., p. 192.

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