Resumen
En este artículo intentaremos poner en evidencia, que el comportamiento excluyente de reproducirse inorgánicamente a/sí, de cuerpo entero y fuera de/sí, le impuso al humano moderno, la novedosa necesidad de indagarse por su ser y el de su prótesis. Tal comportamiento, significó una anomalía en el curso evolutivo, la cual tomó forma de cuerpo inorgánico y social que, a su vez, dio lugar a la generación de un campo de nuevas y más complejas relaciones, donde el hombre, hasta ese momento solo relacionado con los ciclos naturales, se vio en la necesidad de confrontarse consigo mismo y con su prótesis, para de ese modo discernir entre las similitudes y diferencias que presentaba su cuerpo, con ese otro sustituto plantado exteriormente ahí...
Palabras clave: anomalía evolutiva, campo, prótesis, ente humano, indagarse, ser.
Abstract
In this article we will try to show that the exclusively modern behavior of reproducing the whole body, in an inorganic and external way, has imposed on man, the need to inquire about his Being and that of his prosthesis. The evolutionary anomaly of the inorganic reproduction of the human body, meant the irreversible growth in the form of an inorganic and social body, which resulted in the generation of a field of new and more complex relationships, where man, who until that moment, only it was related to natural cycles, he faced himself to discern between the similarities and differences of his body and that other substitute and planted externally there…
Keywords: evolutionary anomaly, field, prosthesis, human being, inquire, Being
A finales del paleolítico superior y como consecuencia de la reproducción instrumental del cuerpo humano por medios no biológicos, se produjo una anomalía evolutiva que generó a su vez, una nueva región en el espacio humano, con alcance económico, social y psicológico, difusamente delimitada entre el cuerpo inorgánico fabricado como objeto plantado ahí…, por un lado, y el cuerpo animal del hombre, naturalmente dado, por otro.
Esta región se instaló, y cual un campo físico, atravesó a todos sus miembros determinando en cada uno de ellos, conductas individuales en pugna y no racionales, tendientes a reproducir, alterar o modificar, el nuevo orden de cosas establecido, como si todo se tratase de un juego consagrado donde los jugadores, incondicional y a-históricamente, hubieran aceptado de hecho, ser parte del proceso reproductivo por medios no biológicos y sus reglas.
La facultad de fabricar herramientas que caracterizó tempranamente a la familia homo, condujo al humano moderno hacia la reproducción total del cuerpo por medios no biológicos, y a la irreversible intromisión de la técnica en la evolución de la vida, a través de lo que se consolidó, como cuerpo inorgánico y social.
Esta anomalía evolutiva, produjo particulares modificaciones del entorno y dio lugar a la aparición de un campo relacional sin precedentes y de alto impacto entre las personas y de estas con el medio; tanto ha sido así que, como resultado del impacto, el ente humano pasó de la condición de único creador responsable del nuevo orden, a la de mero agente marcador de conducta y registro, de los efectos que definieron lo que, a partir de ese momento, pasó a ser el nuevo campo relacional.
Esto nos permite sospechar que, sobre las características individuales de cada miembro, nivel de status o tensiones entre los componentes, la novísima atmósfera generada como campo originario, necesariamente debió verse reflejada en los respectivos comportamientos de nuestros pretéritos, de la misma manera que, según Kurt Lewin (1890/1947), los niños reflejan rápidamente la atmósfera del grupo en que actúan.[1] Cada individuo de aquellos tiempos, de manera parecida a como Gottfried Leibniz (1646/1716) concibió a sus mónadas, tuvo que convertirse en espejo viviente de ese campo relacional originario básicamente delimitado por las dos formas de reproducción; a saber, la biológica y la técnica.
Anomalía y noción de campo originario
Dado que la conducta individual refleja rápidamente la atmósfera del campo en el que actúa, las miradas clásicas que hoy explícitamente se nos presentan como una ulterioridad escrita de la antigüedad, en sus temas y contenidos, fundamentan implícitamente una anterioridad prehistórica y no escrita de relaciones y preocupaciones, que se vivieron en aquel campo originario en forma de confrontaciones y debates dialógicos, en torno a temas como la conducta deseable y la incertidumbre frente al ser de aquella cosa que, aunque instrumentalmente equivalente al cuerpo biológico, era sin duda alguna, algo diferente al cuerpo humano en su apariencia y constitución; era la reproducción inorgánica de/sí.
En otras palabras, los escritos védicos, el taoísmo y la tradición griega que llegó hasta nosotros gracias a la memoria escrita, es la ulterioridad, que implícitamente fundamenta una anterioridad sin evidencia directa del estado de duda e incertidumbre originada por la anomalía evolutiva que, como a ningún otro animal, puso al humano moderno frente a su propia imagen autorrealizada, y lo impulsó a relacionarse consigo mismo en calidad de ente capaz de reproducirse e interrogarse a/sí, en procura de saber acerca del ser de los objetos en general, y muy particularmente, por el de los instrumentos funcionalmente idénticos a él, pero constitutivamente diferentes.
Aquella relación contradictoria entre la identidad instrumental con el ser humano y la diferencia constitutiva dentro de un mismo objeto, fue el clima dominante dentro de la atmósfera del campo relacional originario, y seguramente que todos los humanos de entonces, aunque alcanzados distintamente por la atmósfera del campo, se habrán cuestionado y consiguientemente también, pudieron opinar de maneras diversas, respecto a que es lo que está ahí… que soy yo reproducido, pero, sin embargo, es otro.
La industria paleolítica, independientemente de la voluntad, el nivel de encefalización e inteligencia alcanzada por el humano moderno, desembocó fatalmente en la anomalía evolutiva y esta a su vez, derivó en un nuevo espacio de relaciones donde se enfrentó lo dado biológicamente con lo técnicamente producido; fue lo que dimos en llamar campo relacional originario, donde inevitablemente, la curiosidad natural, tomó la forma de función interrogativa y consciente.
RÉPLICA DE LA CAVERNA DE LASCAUX, MUSEO DE ARTE RUPESTRE DE MONTIGNAC.
Las palabras e ideas con que nuestros pretéritos se refirieron a los latidos del corazón, a la respiración o al caminar acompasado en armonía con los recorridos del Sol a través del arco diurno y su migrar vacilante entre los trópicos, son las formas que, por regulares, le dieron previsibilidad a la relación del hombre con el medio natural. Fue así como los signos corporales de vida, la salida y puesta del Sol, los cambios de dirección y longitud de las sombras en el curso del año trópico, se hicieron palabras y han sido esas mismas palabras, las que inicialmente se usaron para expresar los efectos y fenómenos del nuevo campo relacional, originado por la anomalía evolutiva y el creciente cuerpo inorgánico y social. Así surgieron confusos prefijos, sufijos y cópulas que, con el paso del tiempo, se emanciparon de su primer sentido naturalista para convertirse en palabras específicas de esta segunda naturaleza protética e hibridante.
Recordemos que la anomalía evolutiva y el campo originario, aparecen relativamente tarde si tenemos en cuenta que nuestra especie, se estima en unos 300.000 años de antigüedad y que, 283.000 de ellos, fueron de experimentación con la industria paleolítica, la cual, ha sido un prerrequisito indispensable para que en el ser humano se genere la necesidad de reproducirse instrumentalmente de cuerpo entero por medios no biológicos.
Han pasado solo 17.000 años, desde el momento en que se habría pintado en el pozo de las cuevas de Lascaux, lo que puede considerarse como primera evidencia explícita de la reproducción total e inorgánica del cuerpo –un gnomón solar– Este, con forma de palo, se alza verticalmente plantado en el suelo con un ave aludiendo al cielo.[2] Es evidente entonces, que la interrogación originaria en torno al ser de ese palo gnomónico que reemplaza al cuerpo, habría aparecido como una función relativamente tardía y correlacionada del pensamiento, con el desarrollo técnico y los primeros intentos de sedentarismo transitorios o definitivos del humano moderno.
En consecuencia, la simplicidad constitutiva del gnomón solar y su inmediatez, es el resultado del complejo y dilatado proceso experimental y reflexivo, de 283.000 años de práctica gnomónica con el compromiso del propio cuerpo tomado como instrumento.
Al principio y por un tiempo muy prolongado, la producción de sombras corporales al igual que muchas otras especies animales, en el humano moderno fue un juego (gnomón antropos), luego de este largo período lúdico, el sujeto humano se asume corporalmente como gnomón solar vertical y ambulante (sapiens gnomónico) y produce a voluntad las sombras de su cuerpo para la orientación en el tiempo y el espacio. Finalmente, cuando esas sombras comenzaron a marcarse en el suelo de sitios de tránsito regular o asentamientos, surgió la necesidad de mejorarlas, y como es difícil producir sombras perfectamente rectas y verlas tras del propio cuerpo sin que se distorsionen, la nueva necesidad motivó la plantación de un palo o lanza en el suelo, de altura probablemente igual a la de alguna persona de reconocido liderazgo y de ese modo se sustituyó el cuerpo por un palo gnomónico, que en Lascaux, además, se lo representó con un ave en alusión al cielo.
Así, con el gnomón solar plantado verticalmente en el suelo, las sombras se rectificaron y adelgazaron lo necesario como para facilitar la medición desde un punto claramente determinado por el propio anclaje del gnomón solar.
En muchas culturas, luego de fallecido el líder que pudo servir como unidad de altura gnomónica, hicieron del gnomón solar un tótem o menhir, canonizado y colectivamente depositario del alma de los ancestros,[3] por lo que, dialécticamente, el gnomón solar fabricado con las manos humanas, aquel que le permitió al hombre traer el cielo a sus pies para dibujarlo, una vez hecho tótem, menhir o chemamüll (mapuche), poseedor del alma ancestral, se consagró en creador ingénito y hacedor del campo relacional originario y sagrado que entre los mapuches, inicialmente fue el rewe. Campo que irreversiblemente impuso al ser humano, hacia una nueva manera de relacionarse entre sí, y con el medio, bajo la forma de función interrogativa en torno al ser de cada objeto, y que Samaja, a esa función, supo presentar como proposición universal invertida: predicado/sujeto,[4] proposición universal que, en su desarrollo, se muestra cual una verdadera máquina simple del lenguaje.
Campo originario e interrogación
Algunos animales superiores y particularmente los homininos, además de contar con una conciencia sensorial no reflexiva de las dimensiones del propio cuerpo, poseen también la capacidad de reproducir materialmente distintos objetos del medio físico.[5]Ambas capacidades, se correlacionaron entre sí de tal modo que, todo cambio exterior surgido a consecuencia del uso de alguna herramienta, siendo una prolongación del cuerpo extendida al medio, significó también un cambio de la totalidad interior de la conciencia. Por tal razón, a toda modificación de las dimensiones del cuerpo mediante la reproducción material, correlativamente también, le correspondió una alteración del campo psicológico y consiguientemente, una modificación equilibrante de la totalidad de conciencia.
El carácter y dimensión de las reproducciones materiales del cuerpo, llevadas a cabo por el humano moderno hasta finales del paleolítico superior, quedó circunscripta a la fabricación de herramientas de mano, guijarros e indumentaria, es decir que fue una reproducción que por objeto tuvo hasta ese momento, potenciar instrumentalmente distintas parcialidades del cuerpo, mas no en hacer de la totalidad del cuerpo, un solo y total instrumento exterior; por lo tanto, en esa misma medida parcial era el enfoque y desequilibrio psicológico producido, y consecuentemente con ello, las respectivas y parciales equilibraciones de conciencia de las interrogaciones equilibrantes. Es decir que las reproducciones parciales, no alcanzaron para generar un campo capaz de gravitar suficientemente sobre el relacionamiento del ser humano y su prótesis como un todo.
RÉPLICA DE LA CAVERNA DE LASCAUX, MUSEO DE ARTE RUPESTRE DE MONTIGNAC.
Las herramientas de mano, no confrontaron al hombre con la totalidad de sí mismo exteriorizada y diferente; esto solo sucedió cuando el humano moderno, supo reproducirse de cuerpo entero como instrumento y en esas circunstancias tan peculiares, se sintió presionado a interrogase a/sí, por la verdad de ese cuerpo inorgánico al cual puso ahí…, fuera de/sí y que, aunque diferente, reconoció como propio y le asignó una respiración que en rigor, no era tal, pero que sin embargo, significó reconocerlo como ser algo.
Las reproducciones parciales no necesitaron del más común de los seres para expresarse, en cambio las reproducciones totales, para comprender lo análogo y lo diferente, exigieron contar con un “ser vacío y silencioso, libre inmutable y solitario”;[6] que todo lo atravesara “como la sombra fugitiva de una nube que se extiende sobre el país de los entes sin producir el más leve efecto y sin dejar la menor huella”.[7]
Solo después de que el humano moderno fuera capaz de reproducirse instrumentalmente de cuerpo entero y se viera ahí…, fuera de/sí, como algo que, aunque constitutivamente diferente era sin embargo su cuerpo funcionalmente equivalente; solo bajo estas circunstancias de totalidad, el campo relacional comenzó a efectivizarse y produjo las desequilibraciones de conciencia entre lo biológico y lo protético que inevitablemente, llevaron a preguntarse por el ser propio y el ser de esa cosa que sin ser él, era sin embargo su prolongación protética total y sustitutiva.
El hecho de que la figura humana de las pinturas rupestres, no presente formas naturalistas e imitativas como las de los animales, sino que por el contrario, además de tardía fuera objeto de una particular estilización derivada de un canon estrecho y alargado,[8] es un claro y fuerte indicio de que el gnomón solar plantado en el suelo, no solo reemplazó al cuerpo bilógico en sus funciones de gnomón solar, sino que además, al momento de pintar, fue reconocido como modelo del cuerpo propio exteriorizado y formador del canon artístico dentro del campo relacional originario.
En este canon, correlativo con la irrupción de la razón, la mirada conceptual prevalece por sobre la sensitiva y el adelgazamiento que muestra la figura humana, es tan estrecho y espigado como el propio gnomón solar vertical e inorgánico tomado cual modelo; de manera que el canon artístico del holoceno, es un canon gnomónico.
En consecuencia, el gnomón solar plantado en el suelo, ha sido el cuerpo humano hecho instrumento exterior y proto-tótem ancestral que, al dibujar el recorrido solar sobre el suelo pisado mediante trazos de sombras rastreras, trajo el cielo a los pies de nuestros humanos pretéritos, y dialécticamente invirtió su mirada porque, el cielo ahora estaba analógicamente abajo, en la tierra donde aquel humano plantaba sus gnómones y empezaba a experimentar la incipiente agricultura. De esta forma, la identidad instrumental entre cuerpo biológico y cuerpo protético plantado en el suelo, corroborada por la identidad de sombras producidas, es una identidad de tipo funcional e instrumental, en virtud de verificarse efectiva y equivalente al cuerpo protético como instrumento gnomónico, y a esa identidad era menester reconocerla en palabras.
El sujeto humano de finales del paleolítico superior entonces, luego de reproducirse de cuerpo entero y verse exteriorizado ahí… como gnomón solar plantado en el suelo, de madera o piedra, comparó su cuerpo biológico con el protético y seguidamente, se interrogó por el ser de esa cosa y su propio ser, “pues según parece, es posible captar el ser y la verdad en este dominio” llamado razón,[9] y darse cuenta quizás, que el Ser, es el más común de los seres.
Dado que “el buen caminante no deja huellas”, el Tao Te Ching, escrito hace unos 2.500 años, tiene que ser la recopilación de una tradición oral muchísimo más antigüa que sin dejar huellas llegó hasta Lao Tse y este la escribió. Tan antigüa debe ser esta tradición, que concibió un ser, de características idénticas a la sombra.
El ser del Tao es esquivo, inasible, vacío y silencioso, libre, inmutable y solitario que, en tanto inagotable, perpetuamente gira como forma sin forma y figura sin figura. Igual que la sombra cuando girando de Oeste a Este, traza inagotablemente una permanente sucesión de figuras vacías y silenciosas que, sin forma estable, se nos hace inasible y aunque siempre nos acompaña, queda sola de otras sombras.
No obstante, “para que haya belleza en el rostro, claridad en las palabras, bondad y firmeza en el carácter, la sombra es tan necesaria como la luz”,[10] por lo tanto, visto de este modo, el ser del Tao resulta de la luz solar y la sombra del propio cuerpo, de modo que puede provenir de reflexiones muy remotas e inmediatamente anteriores a las motivadas por la posterior sombra del cuerpo protético, como lo es la propia sombra corporal.
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Max Müller (1823/ 1900), al analizar algunos cultos, equipara espíritu con sombra,[11] y siendo que, entre los egipcios, la sombra llamada Sheut o Jaibit, era parte integrante de la persona, podemos inferir que, en las postrimerías del paleolítico, la mirada indiferenciada del cuerpo propio, abarcaba tanto lo biológico como los instrumentos e inmediaciones materiales, es decir que inmediatamente después de la reproducción total del cuerpo como instrumento, todo lo fabricado pasó a ser parte informe del cuerpo propio, tanto el hábitat entendido cual herramienta, como el menhir plantado en el suelo o los instrumentos en general. De esa manera, el clima obtenido en esas circunstancias y los efectos que esa materialidad primera de factura humana tuvo sobre las personas, configuró las nuevas condiciones críticas de lo que progresivamente y con discernimiento, de totalidad indiferenciada se convertiría en el campo originario relacional y diferenciado, que condujo a la necesidad de interrogarse y discriminar mediante la razón, cuál era el ser propio y el de cada cosa.
Como un posible ejemplo histórico de las transformaciones que posibilitaron la aparición del nuevo campo relacional, se puede citar la propagación de la agricultura junto a la difusión de las lenguas indoeuropeas producidas por el desplazamiento en Eurasia del pueblo yamnas (hoyos) o kurganes (túmulos). Con mucha anterioridad a la existencia del sánscrito como lengua y de la agricultura como práctica, en este pueblo decían “el Sol respira” para significar que el Sol es; y no lo hacían porque le dieran un carácter humano al Sol, sino porque carecían hasta ese momento de formas adecuadas del lenguaje. Es que, en el intento por comprender y expresar el mundo, los yamnas decían de los objetos y fenómenos naturales, las acciones que percibían en ellos, y lo hacían con formas que surgieron en primera instancia de los ritmos cardíacos, respiratorios, alimenticios, del día y la noche etc. Recordemos que se comenzó a hablar gritando las acciones[12] y el verbo usado para ello, surgió de la reproducción del ruido o efecto percibido e inmediatamente reinterpretado, de modo que, como dice Max Müller, nuestros antepasados no eran poetas, pero tampoco idiotas y lejos de un animismo, “se hallaban sorprendidos más bien por las diferencias entre tales objetos y ellos mismos que por sus semejanzas imaginarias”.[13]
Ellos sabían de las diferencias del humano con el Sol, pero decían que el Sol respira para expresar su existencia, porque no habían elaborado todavía la cúpula adecuada. No habían elaborado la cúpula “es”, porque aún no se habían dado las condiciones materiales que la determinara. Esto sobrevino después y a consecuencia de la reproducción inorgánica del cuerpo en calidad de instrumento gnomónico, y del creciente e irreversible surgimiento del cuerpo inorgánico y social que, desde su aparición, acompañó los destinos humanos.
Como hemos dicho, las palabras e ideas con las que se contaba para referirse al medio natural, bajo los efectos del nuevo campo relacional, se utilizaron para expresar las exigencias del creciente cuerpo inorgánico y social. Así surgieron confusos prefijos, sufijos y cópulas que, con el paso del tiempo, se emanciparon de su sentido original y permitieron alcanzar la verdad de las cosas. En este sentido, la cópula “es” se emancipa cuando la incipiente agricultura comenzó a dar sus primeros pasos sobre asentamientos estacionales, y el medio ambiente empezó a sufrir las modificaciones producidas por la industria humana, en tanto que, los sentidos, perdieron su hegemonía para cederle paso a la razón y al concepto.
En el paleolítico, los ojos humanos podían ver matices delicados que hoy nosotros solo percibimos mediados por complicados artefactos;[14] lo mismo ocurrió con el oído, el gusto y principalmente el olfato, de manera que ese cambio sensorial y la irrupción de la razón, tuvo que vivenciarse a través de efectos nunca antes experimentados, ante lo cual, se empezó a respirar una atmósfera distinta y de factura humana. Respiración que era existencia, pero ya no solo del cuerpo propio y los fenómenos naturales, sino además, del entorno, con lo que, la respiración real de uno y la figurada del otro, de lo igual y lo distinto, comenzó a mostrar sus diferencias que en el fondo eran las diferencias entre lo biológico y lo inorgánico, y esa percepción de lo diferente en aquel ambiente, necesariamente tuvo su correlato expresivo en exclamaciones seguidas de palabras; palabras que mediante negaciones primero y acepciones después, derivaron en la cópula “es”, morada donde el ser se aloja.
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Interrogación y ser
Como verbo, la cópula “es” tiene muy viejas raíces en el verbo “as” del sánscrito, donde significa respirar.[15] Es decir que la acción de respirar como la más elemental de la vida propia, era utilizada para decir de la acción observada en la naturaleza, sus objetos y fenómenos.
Y como hemos dicho, llamaba mucho más la atención de nuestros ancestros las diferencias que los separaba del sol, que las semejanzas que imaginaban, por lo que, según Müller, esa diferenciación la solían remarcar valiéndose de formas de negar mediante la expresión de lo contrario, es decir que, para expresar que el río muge como un toro, por ejemplo, lo hacían negado que el río mencionado fuera un toro.
En definitiva, frente a la necesidad de representar en palabras la naturaleza a la cual se enfrentaban, nuestros antepasados lo hacían mediante los efectos audibles y análogos experimentados en su propio cuerpo. Esto es que luego de haber aprendido la importancia que para la vida tiene la acción de respirar, atentamente escucharon el resuello y más tarde, intentaron reproducir su musicalidad por medio de alguna expresión breve y concisa que, finalmente, dio lugar al verbo “as” como expresión de vida, existencia que aún perdura como raíz de nuestra función proposicional y predicativa “es”, núcleo arqueológico de la idea del ser, que solo el humano moderno, en tanto excluyentemente sapiens y gnomónico, supo producir.
La trascendencia de la cópula “as” como raíz de la cópula proposicional que utilizamos en los idiomas de origen indoeuropeo, resulta sumamente evidente cuando se tiene en cuenta que, a esta familia numerosa de lenguas, pertenecen la mayoría de las europeas y del Asia meridional, y que además las habla un 45 % de la población mundial.
En el campo relacional originario, como ya señalamos, se marcaban las semejanzas, pero con mayor énfasis, las diferencias, y las diferencias con las que el humano moderno iba rodeándose por extensión y reproducción de su cuerpo, se acrecentaron a consecuencia de la concreción del cuerpo inorgánico y sustitutivo que, aunque semejante y funcionalmente equivalente al cuerpo biológico, no era igual, era de apariencia y constitución diferente, tan diferente que en algún momento, al poner de relieve lo distinto, mereció entenderse que, al decir “el menhir respira”, por ejemplo, se estaba diciendo que ese objeto poseía lo que poseen todas las cosas y nosotros mismos también. Se decía implícitamente, lo que a veces se dice sin decir, en tanto que al decir algo, decimos de lo más común del objeto; su ser.
De ese modo, entre semejanzas y diferencias, se fue elaborando la idea de ser como un conjunto universal vacío, un universo de discurso vacuo que al carecer de elementos tiene la capacidad de alojar en él, todos y cada uno de los objetos que, por común, muchas veces no lo mencionamos y queda implícito. Semejante a como el cero expresa la ausencia de cantidad.
Este conjunto universal vacío del lenguaje, absolutamente carente de elementos, ocupa un lugar relacional en la proposición universal y al ser un verbo, como tal es acción y como acción es una función que relaciona el sujeto con el predicado; sujeto/predicado que, a su vez, puede ser reflejo de la relación de dos objetos reales o entes.
En consecuencia, el “es” de la proposición universal, el más abstracto de todos los seres, es un operador lingüístico, que indica la función de predicar acerca del sujeto. Luego, si la predicación es asignar a un ente sujeto, otro ente objeto predicado, la ausencia total de entes, no es una nada absoluta, sino una forma particular de la proposición, un modo de ser que tiene el ser en su forma de “es”, modo en el que estriba la potencialidad de hacer, cual sombra fugitiva de una nube que se extiende sobre el país de los entes, sin producir el más leve efecto y sin dejar la menor huella. Así, lo absoluto es el ser que habita en el “es” de la proposición universal, mientras que la nada, solo es una nada del ser, apenas una particularidad.[16]
La idea del ser, ha sido el mayor logro abstracto de la humanidad y el aspecto que, excluyentemente nos diferencia del resto de los animales y variantes humanas extintas. Excepto la nuestra, no hubo otra variante humana que se haya reproducido a/sí, por medios no biológico y mucho menos que se interrogara por el ser. Además, hay que señalar, que esta reflexión, fue muy anterior al invento del cero y a la teoría de conjuntos.
Al entender de esta manera al ser, como la totalidad absoluta que carente de determinaciones se aloja en el “es” de la proposición universal, lo concebimos como el mayor operador estructurante, el más universal y vacío operador que cual punto de apoyo de una palanca física ideal, mientras relaciona dialécticamente a los entes como sus momentos, necesariamente, estructura realidades.
Este enfoque, les otorga sentido filosófico a las palabras del científico británico Paul Davies (1946/) cuando desde la ciencia física, reflexiona diciendo que “el mundo al parecer, puede ser considerado más o menos a partir de una nada estructurada”.
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La lengua patagónica del pueblo mapuche, el mapudungun, para referirse a la respiración cuenta con la palabra neyün y su significado tiene alcance tanto para el humano como para el animal, pero curiosamente también, expresa el resuello artificial de un odre o fuelle; es decir que neyün es resuello, ruido de respiración que sale o puede salir de un recipiente que lo contiene, y como el pueblo mapuche no tuvo lengua escrita, y tampoco habría emancipado el concepto de aire, podemos suponer que decir neyün, sería como reproducir la sonoridad de los dos tiempo del resuello, el ne, seguido del yün en lo biológico y en lo inorgánico. Pero pese a esta posibilidad y a las congruencias admirables halladas por Juan Benigar (1883/1950) entre las minuciosidades del idioma mapudungun y el alemán como lengua sánscrita,[17] en la mapuche, neyün no tuvo la misma trascendencia que as en el sánscrito. Recordemos que esta cultura como todas las patagónicas, sufrió el impacto de la invasión y conquista europea, la cual trajo con ella la introducción del idioma español y del caballo, animal que modificó profundamente las relaciones sociales, los comportamientos y la evolución de la lengua originaria. Sin embargo, podemos decir que, en la reproducción de la totalidad del cuerpo como tótem antropomorfo para ser plantado en honor a los difuntos, los mapuches construían en madera de canelo el chemamüll, a resultas de que che = gente y mamüll = madera. Esto pone en evidencia que en lugar de decir “respira madera” como se habría dicho en sánscrito, dicen “gente madera”. Es decir que, si bien no usaron la respiración para hablar de la existencia de la reproducción material del cuerpo, con una notable minuciosidad, emplearon a la misma persona que respira, diciendo che.
En resumen, podemos decir que cuando la anomalía evolutiva abrió su campo relacional entre el humano moderno y su prótesis, comenzó la reflexión y el diálogo reflexivo que, mucho después, artísticamente se escribió y con ese nuevo arte, se originó una segunda memoria que permitió adicionar otras reflexiones. A propósito de ello, Platón, al volcar su mirada hacia Egipto, en ocasión de reflexionar acerca de las bondades y perjuicios del arte de escribir, puso al descubierto una muy antigua mención al ser de las cosas: “Oh, Theuth, excelso inventor de artes, unos son capaces de dar el ser a los inventos del arte, y otros de discernir en qué medida son ventajosos o perjudiciales para quienes van a hacer uso de ellos”.[18]
En el más antiguo de los Vedas, el Rig-Veda (siglo XX a/C), cuando los escritos se refieren al Sol, lo llama Surya o Suria, y se lo reconoce como quien da luz, vida y alimento desde sus tres situaciones diarias, aurora, mediodía u ocaso y así, como hemos dicho que la sombra es la sustancia del Tao, la luz solar lo es del Rig-Veda.
Ahora bien, siendo la respiración el vital vínculo de intercambio entre el organismo humano y el medio, como relación, es la base material homeostática y homeorésica sobre la que se apoya la articulación superestructural del lenguaje, y todo esto, resulta tan real y existente como el propio campo que la misma relación, a través de sus efectos, expresa.
Recordemos en ese mismo sentido que, Pierre Bourdieu, parafraseando a Hegel entiende que “todo lo real es relacional y todo lo relacional es real”.[19]
La respiración entonces, es un modo elemental y sutil de diálogo, que al relacionar a quien respira con el medio, nos habla de la más simple e inmediata determinación de vida manejada por el hombre. Luego, esta relación forzosamente extendida al reconocimiento del ser de las prótesis, fue conservada en el individuo, aunque lentamente cancelada socialmente, en la medida en que se abría paso el “es” como lugar relacional del ser de todas las cosas. Ser esquivo, inasible, vacío y silencioso, libre, inmutable y solitario que, en tanto inagotable, perpetuamente gira como forma sin forma y figura sin figura. Igual que la sombra girando de hacia el Este y trazando inagotablemente una sucesión de figuras vacías y silenciosas que, sin forma estable, se nos hace inasible y aunque siempre nos acompaña, queda sola de otras sombras. Ese ser, habita en la cópula “es” de la proposición universal, el mayor operador estructurante que cual abstracto punto de apoyo de una palanca física ideal, patentiza su realidad en tanto dialécticamente relaciona a los entes como sus momentos y consiguientemente estructura realidades.
La anomalía evolutiva que devino a consecuencia del desarrollo material y la autoreproducción total de/sí, por medios no biológicos, dio lugar al cuerpo inorgánico y social que fue modificando el ambiente y produciendo efectos que finalmente definieron nuevas relaciones entre los cuerpos biológico y protético; relaciones que Kurt Lewin y Bourdieu, definieron como campo.
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Tal relacionamiento exigió contar con expresiones para referir a cada cosa en particular y a la existencia de las cosas en general, y esto dio lugar a que, en base a la respiración, pudiera desarrollarse la idea del ser.
Todo esto hizo que se consolidaran tres comportamientos que excluyentemente, diferencian al ser humano moderno del resto de las especies biológicas en general, y muy particularmente de las variantes humanas extintas en particular:
- La capacidad de reproducción total del cuerpo por medios no biológicos, que dio lugar a la anomalía evolutiva.
- La configuración de un vasto cuerpo inorgánico y social, que originó el surgimiento del campo de nuevos efectos relacionales.
- El desarrollo de la razón en torno a la interrogación por el ser como mayor logro abstracto de la humanidad.
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Notas
[1] Lewin Kurt y otros, El niño y su ambiente, ed cit., p. 71.
[2] Calvino, Rubén, “Arte paleolítico y gnomónica”, ed cit., p. 43.
[3] Freud, Tótem y tabú, ed cit., Tomo XIII, p. 119.
[4] Samaja, Juan, Epistemología y metodología, ed cit., p. 122.
[5] Goustard, Michel, Los monos antropoides, ed cit., p. 115.
[6] Lao Tse, Tao Te Ching, ed cit., p. 59.
[7] Heidegger, Conceptos fundamentales, ed cit., p. 103.
[8] Soler Villalobos, María P., El mundo de la pintura II, ed cit., p. 18.
[9] Platón, Teeteto, ed cit., p. 184.
[10] Nietzsche, El viajero y su sombra, ed cit., p. 148.
[11] Müller, La ciencia de la religión, ed cit., p. 105.
[12] Ibidem, p. 206.
[13] Ibidem, p. 208.
[14] Hauser, Historia de la literatura y el arte, ed cit., p. 14.
[15] Müller, La ciencia de la religión, ed cit., p. 207.
[16] Raurich, Notas para la actualidad de Hegel y Marx, ed cit., p. 39.
[17] Benigar, La Patagonia piensa, ed cit., p. 117.
[18] Platón, Fedro, 274d, 275b.
[19] Bourdieu, La lógica de los campos: habitus y capital, ed cit., p. 1.
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