Martín López Corredoira,[1] a quien conocí a través del Círculo de Filosofía de la Naturaleza, una instancia virtual de especulación del pensamiento, creada por el filósofo Chileno Miguel Espinoza, radicado en París, me hizo llegar, dos años ha, su libro monumental cuyo título encabeza este breve texto; una obra que supera el millar de páginas, fruto de una labor de dos décadas en torno al extraño prurito humano de indagar los cómo y los porqué de existir, en este caso, más allá de los tópicos de una metafísica que agotó sus presupuestos a lo largo de las vicisitudes analíticas de la Historia, dejándonos errantes en medio del Cosmos, naves a la deriva o simplemente al garete, sin ancla ni asidero posible en medio de esa desazón que el poeta portugués, Fernando Pessoa, llamó “desasosiego”.[2]
Con Martín López Corredoira me liga, además de una empatía intelectual y poética que hemos cimentado en la correspondencia luminosa y a ratos polémica de las palabra, nuestra ascendencia de hijos de la Galicia Atlántica, que a veces nos lleva a intercambiar breves diálogos en la vieja lengua galaico-portuguesa de los ancestros.
Como una suerte de Ulises voluntarioso que buscase, no la sucesión de aventuras mitológicas, sino los encuentros con las principales incógnitas de la Filosofía, Martín emprende un viaje sin pausa en el océano proceloso de la indagación. Su nao es la Voluntad, ese ánimo que nos impele a ser, móvil que en el ser humano u homo sapiens es mucho más que el básico instinto de conservación o la lucha por la subsistencia o la rara filantropía de cobijar y defender al grupo familiar, al clan o a la tribu.
El libro se divide en tres partes, que pudieran ser tres libros, leídos por separado y sin rigurosa cronología escritural, a saber: VOLUNTAD EN UNO MISMO, VOLUNTAD MÁS ALLÁ DE UNO MISMO y VOLUNTAD Y LA VIDA IDEALIZADA.[3] Treinta capítulos a través de los cuales desarrolla su ideario, cuyo propósito explica al comienzo, en una confesión que habla en segunda persona, como quien busca el mejor entendimiento con ese apócrifo destinatario final que es el lector:
El plan de las líneas principales de esta obra y el comienzo de su escritura se dio cuando tenía 24 años, es decir, en plena juventud. Sin embargo, la creación completa ha ocupado muchos años de mi vida. Aun cuando los últimos capítulos fueron escritos a la edad de 31 años, todavía habrían de pasar otros 13 antes de que decidiese darla por finalizada, durante los que revisaría, puliría, añadiría, quitaría o cambiaría diversos párrafos de la misma con el fin de mejorarla y ampliarla. Este trabajo, por tanto, concebido desde la juventud, es la creación de una larga etapa de mi vida. No todo ese tiempo ha estado dedicado a su creación, pues largos intervalos de descanso se han dado entre medias, años de reposo de las ideas y de relectura posterior de las mismas para poder en la mayor madurez ver si las perspectivas se mantenían. Con todo, he tratado de dejar vivo el espíritu de la juventud que iluminó el proyecto de esta obra, y en el que la madurez interviene sólo dando más cuerpo a las argumentaciones, añadiendo nuevas citas de nuevas lecturas y filtrando ciertas expresiones, retocando y otorgando mayor firmeza al texto, más que planteando nuevas direcciones.
La forma escogida, la segunda persona, implica un estilo imprecatorio y directo, en un lenguaje que a ratos se sirve de expresiones coloquiales y vehementes, pudiéramos decir “a la española”, en un sentido que nos acerca más a Quevedo que a Unamuno, suscitándonos la impresión de que el autor reflexiona, para luego declamar y, si lo cree necesario, embiste contra tanto prejuicio especulativo consagrado por un racionalismo que parece disgregarse en el tejido epistemológicamente inasible de la vertiginosa progresión de las especialidades científicas, cuyo infinito telar debiera ser esa respuesta, factiblemente panorámica o cosmogónica que ansiamos obtener, impulsados por la Voluntas, palabra, concepto e inquietud clave de este extenso libro.
Así, los primeros hilos del ovillo vital se remontan a la infancia del autor, que desde ese ámbito inicia su reflexión, como si se tratase de una memoria vital especulativa tras las causas y los efectos del devenir, partiendo quizá con la más extraña de las constataciones: esta individualidad única a través de la cual percibimos el mundo, lo sufrimos y lo gozamos como experiencia única en donde el otro, los otros, resultan referentes curiosos, amables, repulsivos o temibles. Allí surge el Dios del catolicismo, ese que mamamos en los orígenes de nuestro ser occidental, católico e hispánico. Esa divinidad no entrega, ni siquiera temprano, una respuesta a la inquietud infantil del autor, quien parece buscar, a tientas y a trompicones, una racionalidad a qué aferrarse en su contacto reactivo con la materialidad del mundo. Esa razón encarnará en la ciencia, sin duda, por la mano segura y lúcida de la cultura francesa, inclinación acentuada en quien vivió su infancia y juventud primera en ese mundo maniqueo de la España franquista. Vendrá, pues, como camino escogido, su licenciatura en Ciencias Físicas. Supuesta escogencia que enfrenta a Martín con la concepción del “libre albedrío”: “Hay un fatalismo, aun en el indeterminismo—la Naturaleza juega a los dados con nosotros, no somos nosotros los que gobernamos nuestras indeterminaciones—, un imperio donde somos fragmentos de Naturaleza arrastrados por sus leyes, necesarias o azarosas, y no dueños causales de nuestros propios pensamientos”.
Esto lleva al autor a la idea de la no-libertad. Esto nos conduce al no-ser, a la búsqueda del ego, de la individualidad, del enigma (problema) de la conciencia; es decir, cómo explicarla en medio del aparente sinsentido del Universo, ante cuyas leyes naturales las reflexiones humanas quedan como el ciego de aquella leyenda hindú del ciego que palpa un trozo de piel de un elefante para definirlo.
MARTÍN LÓPEZ CORREDOIRA
Martín López Corredoira articula sus reflexiones por medio de una dualidad que no es común en los filósofos o pensadores, esto es, apoyándose en la mejor tradición filosófica y en la gran literatura universal, que no se contraponen, como piensan ciertos académicos posmodernos, sino que se complementan en el análisis del ser humano, a veces con mayor claridad para los legos en filosofía especulativa, en autores como Shakespeare, Gracián, Dostoievski y Unamuno, pongamos por caso. Nos habla con claridad el poeta Antonio Machado, a través de su maestro y alter ego, Juan de Mairena, y el autor se sirve con propiedad de su pensamiento, que nos toca con las vibraciones humanas de su indagar, como las notas de una guitarra que nos devuelve la perdida memoria de la tribu.
Y está la cuestión de la ética, del deber-ser, cuya responsabilidad, individual y colectiva, nuestra cultura pareciera seguir depositando en un ser sobrenatural, aquél que nos habría escrito sus máximas y decálogos para frenar nuestro constante descarrío. El autor nos lo dice, rotundo: “Queremos ser nuestras ideas”. Es decir, encarnarlas en la plenitud de la razón.
La gran cuestión de la Muerte y la constante lucha humana contra ella, es planteada también en una perspectiva que pudiésemos llamar laica, aunque su principal referente sea don Miguel de Unamuno, uno de los grandes caviladotes sobre el espinudo tema-problema-enigma. Una de las formas de enfrentamiento con la Parca es el suicidio, sin duda, ese acto de anticipación para burlarla, como dejándola sin las razones de la decrepitud o la caducidad, esos dos ángeles negros que la acompañan. Y el suicidio, en la sociedad española, es mucho más frecuente de lo que se piensa (también lo es en Chile, sobre todo en adolescentes). En el caso de los jóvenes, vemos el suicidio como una huída, pero cuando se produce en seres humanos maduros, la reflexión debe ser otra, según nos dice López Corredoira: Por el contrario, el suicida reflexivo no huye, sino busca. Tras largos meses, años o quizás lustros, el suicida reflexivo ha estado pensando acerca de su acto. No se trata de un animalillo asustado, es un ser que serenamente ha tomado una decisión. Ama la vida, pero no la que le ha tocado vivir. (Esto pareciera dicho para nuestra gran Violeta Parra).
El autor emplea también el recurso de la narración imaginativa, como cuando evoca luchas caballerescas o guerreras en la Edad Media. Alguien podría dudar de la “seriedad” de una obra de pensamiento que apela a tales instancias, pero a mi juicio esto enriquece el texto, lo agiliza y confirma que las vías de la razón son múltiples y que la voluntad puede explorarlas y recurrir a ellas como virtuales armas para desvelar el mundo. Esta lucha del homo sapiens es, a fin de cuentas, la pugna contra la Naturaleza. Uno de sus móviles instintivos, el sexo, que es también un elemento de la voluntad, “un grito”, según el Marqués de Sade.
Paradigma de la “loca voluntad” es Don Quijote, el más entrañable y vívido de los personajes literarios de todos los tiempos. Y así nos lo refrenda López Corredoira:
Quijote es aquél que lucha en la nada, donde nada hay por lo que luchar, quien no se rinde a las evidencias y mantiene vivos sus ideales caballerescos… Cabalga el caballero Don Quijote por las llanuras de la Mancha en busca de esa gloria que le ha incitado a soñar. Como ya apuntaba Séneca, no es lo mismo buscar la gloria que la fama: quien busca esto último aspira a ser ampliamente reconocido por sus compañeros de existencia, mientras que quien busca la gloria no necesita el aplauso, aspira llegar a tal estado de virtud que lo inmortalice, que le haga sentir lo eterno.
Es difícil reseñar un libro como éste, no solo voluminoso sino rico y variado en sus propuestas y reflexiones. Se trata también de un libro que “me lee”, en el sentido de tocar o descifrar o contradecir, a veces, mis propias interpretaciones. Por ello, emprender una acabada lectura crítica y su consiguiente escritura, me llevaría largas jornadas. Trataré pues, de ceñirme a la encomienda breve de una reseña, aunque me salga del rigor verbal de lo acotado.
Hay una idea de singular fuerza en Martín López Corredoira. Es el Camino, la senda del devenir a donde nos conduce la voluntad a través de la existencia. Y el Camino requiere del Puente para cruzar ríos y precipicios. Nos lo dice, para luego citar a su admirado Nietzsche: “Se busca un deber ser como un ejercicio de estética, como un intento de ser mejores, o sea, de estar en lo más bueno. Como ese lugar de lo bueno no existe realmente, hemos de construirnos el mismo a medida que buscamos el camino”. “La grandeza del hombre consiste en que es un puente y no una meta; lo que puede amarse en el hombre radica en que es un tránsito y un ocaso” (Nietzsche, Así habló Zaratustra).
Se atreve el autor con la espinuda cuestión de lo que hoy conocemos como “lucha de géneros”, de acuerdo a los presupuestos confrontacionales del feminismo contemporáneo, aunque se me retrucará que la confrontación existe, motivada por la forzosa supremacía – ¿social?, ¿cultural? – del varón sobre la hembra. López Corredoira reflexiona:
La mujer está más insertada en los procesos orgánicos de la vida, en la materialidad del Universo. Ella es la fertilidad, la madre Tierra, la perpetuación de lo existente. El papel del viento es más propiamente masculino, tiende a la movilidad, la expansión, la lucha, está hecho a la fugacidad de la existencia.
En diversas civilizaciones hallamos tradiciones ligadas a la relación metafórica mujer, amor y muerte. Por ejemplo, en la literatura náhuatl del altiplano mexicano—adoptada por los aztecas antes de la colonización hispánica—lo femenino, la muerte y el reptil son atributos de la materia, de la nada; y el caballero-jaguar pretende la victoria sobre la materia, la defensa del fuego original contra su posible contaminación por la inercia de la materia.
EDMUNDO MOURE
Para el autor (para mí) la actual Democracia deviene (devino) en Vulgocracia; ambas se complementan y nutren entre sí, Es una reflexión que puede parecer “anecdótica”, pero se vuelve a la vez hecho y síntoma de una decadencia universal que nos inunda en casi todos (¿o todos?) los estratos sociales, convirtiendo al vulgo “transversal”, a la masa ignara, en un conjunto de individuos que, menos que humanos, parecen simios tecnificados, en la persecución maniaca del entretenimiento constante. Es cada vez más arduo, para quien vive y se mueve voluntariamente en el mundo de la especulación filosófica, de la investigación científica o del ejercicio estético de alguna de las artes (la literatura), por ejemplo, abstraerse de este fenómeno que nos golpea a diario, aun cuando nuestras ideas políticas se identifiquen u orienten hacia la utopía del socialismo. Martín lo expresa con desenfado coloquial: “El vulgo no tiene voluntad propia, es dirigido por las fuerzas económicas de un sistema ciego consistente en identificar poder adquisitivo con voluntad. El sistema capitalista se rige por principios bien sencillos creados por y para gente sencillota”.
La Industria Cultural es otra de las cuestiones que me tocan con fuerza, porque conozco algo de sus meandros burocráticos, de sus “fondos” estatales para “cultura” y cómo se transforman en medios de alcanzar prebendas, por debajo de méritos creativos auténticos. Todo ello se mueve y desenvuelve bajo los preceptos estéticos de los nuevos garúes académicos del arte, cada vez más dogmáticos y menos creativos. Es la mentada “reconstrucción” administrada como purgante a los que pudieran ser auténticos poetas. Y esta sentencia la aprehendo ahora, como si fuese máxima propia: “El arte, la ciencia y el pensamiento grandes viven en el interior de quienes a ellos se dirigen con toda su energía, con todo su tiempo, dedicándose a ellos por amor”.
En esta reseña que pugna por escaparse fuera de la síntesis requerida, no comentaré el capítulo Política, porque, empleando también un coloquialismo, “se me ponen los pelos de punta”. Baste con la cita de Hesse que bien incluye López Corredoira:
-La comunidad—continuó diciendo—es algo muy bello. Pero lo que ahora vemos florecer por todas partes no es la comunidad verdadera. Ésta surgirá, nueva, del conocimiento mutuo de los individuos y transformará por algún tiempo el mundo. Lo que hoy existe no es comunidad: es, simplemente, rebaño. Los hombres se unen porque tienen miedo unos de otros, y cada uno se refugia entre los suyos. Los señores, en su rebaño; los obreros, en el suyo; los intelectuales en otro… ¿Y por qué tienen miedo? Se tiene miedo cuando no se está de acuerdo consigo mismo.
Martín López Corredoira termina su extraordinario libro con el canto de los poetas. Me parece bien, un gran acierto, porque lo único que parece renovar siempre la esperanza de la Humanidad es la poesía:
Canta, mendigo errante,
la vida idealizada
de pueblos y natura en utopía.
Alza voz, caminante,
lírica por la amada,
silencio con sonido en armonía.
Canto del Universo,
en todo ser un sol habita inmerso.
Abramos el libro Voluntad. Hay un largo Camino que se nos insta a recorrer; hay puentes y sueños que veremos hacerse realidad, según nuestro paso, según nuestra voluntad.
Notas
[1] Ediciones Áltera publicó esta obra en 2015. Posteriormente, la editorial fue vendida a una nueva empresa, la cual decidió en 2018 censurarla retirándola del mercado. Ha sido demandada judicialmente y ha tenido que pagar indemnizaciones por ello. La Editorial EAS ha venido al rescate/reedición de la obra censurada, en formato de tres volúmenes separados.
[2] Esta reseña fue publicada originalmente en la revista digital actualmente desaparecida De Filosofía (Chile), 28-11-2016.
[3] En la reedición de Ed. EAS, los subtítulos respectivos de los tres volúmenes (el primer volumen publicado en 2019; los otros dos saldrán a la venta próximamente) son Voluntad individual, Voluntad colectiva y más allá del ser humano, Voluntad idealizada.
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