Resumen
Según Eduardo Nicol, no son las doctrinas de los pensadores las que dirigen la historia, sino que ésta se desenvuelve según el régimen de la verdad. Esto quiere decir que los filósofos son los que se dan cuenta de ese transcurso de la historia desde su presente. La historia, pues, es condición de posibilidad para que un pensador emerja con su doctrina. Nuestro interés es ver cuáles fueron esas condiciones de posibilidad para que la pregunta por el ser haya caído en el olvido desde la modernidad, y su crítica con Nietzsche, y cómo es que podemos recuperar la pregunta en la que converge la filosofía, yendo hacia los que, por excelencia, se desenvolvieron en el pensar: los griegos.
Palabras clave: ser, olvido, memoria, modernidad, Heidegger, Nicol.
Abstract
According to Eduardo Nicol, it is not the doctrines of the thinkers that direct the story, but that it unfolds according to the regime of truth. This means that philosophers are the ones who realize that course of history from its present. History, then, is a condition of possibility for a thinker to emerge with his doctrine. Our interest is to see what those conditions of possibility were so that the question about being has been forgotten since modernity, and its criticism of Nietzsche, and how we can recover the question in which philosophy converges, going towards which, par excellence, developed in thinking: the Greeks.
Keywords: being, forgetfulness, memory, modernity, Heidegger, Nicol.
La pregunta por el ser trae consigo un problema. Este problema, que es anterior al que nos somete la pregunta con su dar respuesta, debe tomarse como una aclaración. Según Martin Heidegger, la pregunta por el ser ha caído en el olvido; nosotros nos preguntamos: ¿a qué se debe que la pregunta fundamental de todo pensar se encuentre en semejante situación? Si la pregunta en la que converge la filosofía ha caído en el olvido: ¿acaso también hemos olvidado el filosofar? Este trabajo, si bien tiene su origen en un llamado de atención que Heidegger hace, no pretende desarrollar lo que el pensador de Ser y tiempo quiere decir, dentro de un pasaje u otro con respecto a esta pregunta, de alguna de sus obras. Los pensadores más audaces se han percatado de cómo se desenvuelve la historia para señalar el tiempo problemático de su presente; Heidegger atiende a un problema en determinado momento histórico, el cual posibilitó la aparición de una obra como la ya mencionada y que, a la postre, aún nos sigue hablando. Nuestro objetivo es éste: el de exponer y aclarar las condiciones de posibilidad, en ese momento histórico, es decir en los tiempos modernos, mismos que hicieron posible que la pregunta por el ser haya caído en el olvido y su recuperación. De este modo, nos ayudamos de pensadores como Nietzsche y Platón; el primero por ser un crítico de la modernidad y, en ese sentido, nos ayudará a evidenciar el problema del olvido por el ser; a su vez, nos apoyamos en el pensador griego pues él se desenvolvió en torno a la pregunta fundamental del pensar.
Traer de vuelta la pregunta por el ser, en el sentido de retenerla en la memoria para que esté presente y que todo pensar indague en torno a ella, y que ese pensar se muestre como auténtico, inaugura un problema. Al inicio de la obra Ser y tiempo, Martin Heidegger afirma que la pregunta por el ser ha caído en el olvido, esto a pesar de que “a nuestro tiempo se le atribuya el progreso de una reafirmación de la metafísica”.[1] Si esta sentencia es correcta, hemos de plantearnos todavía una pregunta anterior a la que yace en el olvido. Nos planteamos la siguiente pregunta con miras a proponer una aclaración a la afirmación de Heidegger, ésta es: ¿a qué se debe que nosotros hayamos olvidado la pregunta por el ser?
A lo anterior, es menester que indagamos en torno a la memoria, ya que ella parece que ha pasado desapercibida en el pensar, cuando la pregunta fundamental sobre la que converge la filosofía ha quedado desamparada en ese acto del recordar. Bien señaló Nietzsche cuando se adentró a investigar sobre la genealogía de la moral, que “todas las cosas largas son difíciles de ver, de abarcar con la mirada”.[2] La falta de memoria, pues, se muestra como un problema particular de la modernidad.
Sin embargo, ¿qué tiene que ver la pregunta por el ser y la memoria, considerando que a la primera se le ha relacionado con la segunda en el olvido de su cuestionamiento? A continuación, hemos de señalar cómo es que el ser guarda relación con el acto de recordar, esto para dar paso a la aclaración de su olvido.
Memoria y verdad
Mnemosine, la memoria, es la madre de las musas que acompañaba a los hombres inspirándoles en las distintas ramas del arte y de las ciencias. Desde la antigüedad, la relación entre memoria y conocimiento estaba presente bajo estas figuras. Platón se dio cuenta de ello y, en el Menón, expuso la función de la reminiscencia en el saber: “Estando, pues, la naturaleza toda emparejada consigo misma, y habiendo el alma aprendido todo, nada impide que quien recuerde una sola cosa —o eso que los hombres llaman aprender—, encuentre él mismo todas las demás, si es valeroso e infatigable en la búsqueda. Pues, en efecto, el buscar y el aprender no son otra cosa, en suma, que una reminiscencia”.[3]
La Alegoría de la Caverna, que es la ilustración que Platón propone para explicar cómo es que surge el conocimiento, no podría “entenderse”, en parte, prescindiendo de este rasgo del ser humano que es la memoria. Ello se demuestra cuando el hombre, que ha logrado salir de la caverna y puede apreciar las cosas tal-cuales-son,[4] tiene que retornar a la sombra de la caverna en donde, como sucedió al ir ascendido de ahí dentro, deberá tener bien presente en la memoria que aquello que gobierna ahí dentro no es equiparable a lo que yace a la luz del sol. Bien ha señalado Heidegger que tanto el ascenso como el descenso en el que transita el hombre son estancias o estados, en donde gobierna “lo más verdadero”.[5] Esto quiere decir que el hombre siempre vive tomando en cuenta la verdad que gobierna en la estancia en la que se haya, sea aún en la oscuridad de la caverna; aunque aquel que ha logrado salir de ella puede caer en el olvido de aquello que es “lo más verdadero”, dejándose llevar por aquello que rige en la sombra, una vez que ha retornado dentro de la caverna. Así Platón señala que el alma, una vez siendo prisionera del cuerpo, olvida aquello que ha percibido como lo más puro, por lo que le corresponde al ser humano recuperar en vida; esto es estando el alma contenida en el cuerpo y el cuerpo habitando las sombras de la caverna, el objeto perdido en ese proceso lo cual se logra mediante el recuerdo de lo verdadero.[6]
Así, de este modo, memoria y verdad convergen en la ciencia. Para el griego, la verdad se decía aλήθεια, etimológicamente dicha palabra alude al no olvido y al cuidado.[7] De este modo, lo que se obtiene de la ciencia, que es el conocimiento, deviene en el acto de recordar aquello que previamente ya se conocía. Cuando, por ejemplo, se le pide a otro que justifique lo que dice saber, éste no hará más que una reminiscencia al explicar los medios por los que llegó a ese conocimiento, o para justificar ese saber que ahora posee. De ahí que Platón haya señalado que el buscar y el aprender no son más que una reminiscencia.
Ahora bien, nosotros, a través de una afirmación de Heidegger en Ser y tiempo, nos seguimos preguntando a qué corresponde que la pregunta por el ser haya caído en el olvido, ¿acaso ella se ha perdido y ocultado en el transcurso de la historia del pensar? El pensador alemán señala: “quizá el hombre hasta ahora, desde siglos, ha actuado ya demasiado y pensado demasiado poco”.[8] Y es claro que en este “pensar demasiado poco”, el ser humano ha olvidado mucho. ¿Qué se ha olvidado? La pregunta pareciera que está de más, pues ella se responde: “lo que se ha olvidado es el ser”. Sin embargo, la pregunta adquiere un nuevo sentido cuando nos preguntamos a qué se debe que tal pregunta, que cuestiona lo más fundamental, haya quedado en el olvido. Preguntamos, de este modo, por el ser que interroga, pues claro está que éste ha dejado de plantearse la pregunta fundamental del pensar. Es imperativo, pues, que el problema particular al que estamos sometidos nosotros, los modernos, lo afrontemos mediante aquellos quienes, por excelencia, se han preguntado por el ser del hombre: los griegos.
De la distracción o del olvido y la recuperación de la pregunta por el ser
Pero, ¿a qué viene la aparición del olvido? El olvido viene ante una carencia de una conciencia histórica, no sólo del pensamiento, sino, en general, del ser humano moderno. “Se vive al día, se vive muy deprisa, se vive muy irresponsablemente”.[9] Las palabras de Nietzsche son directas y apuntan al problema de hoy en día. Tomando en consideración estas palabras, no es inocente que la pregunta por el ser se haya dejado de plantear por mero descuido. Si es cierto que nosotros todavía no pensamos, como afirma Heidegger en ¿Qué significa pensar?, hemos de recuperar a los que, por antonomasia, son los pensadores, con el deseo de saber qué nos quieren decir ellos con respecto a lo que nos ha sumergido en esta investigación. Ya que: “[En la era moderna] a pesar de todo el interés por la metafísica y la ontología, apenas estamos todavía en condiciones de plantear adecuadamente la pregunta por el ser del ente, es decir, de plantearla en forma tal que esta pregunta cuestione nuestra esencia, la haga así problemática en su relación con el ser y la abra para éste”.[10]
El pensamiento de Platón, que se ha extendido hasta nuestros días, es producto de que el de Atenas siempre tuvo presente su procedencia en tanto que griego. Desde los mitos que recupera en sus Diálogos, dialogando con Heráclito y el poema de Parménides, no hay algo del pasado que el ateniense no haya tomado en consideración para cimentar su pensamiento. La grandeza del platonismo se debe a que su autor supo seguir hablando hasta nuestro presente, mediante la recuperación de su procedencia.[11]
Si bien toda la obra platónica nos interpela, aspirar a recoger todo lo que ella pueda decirnos con respecto a nuestro objeto de investigación, devendría en una tarea interminable. Sin embargo, para nuestros fines, podemos apoyarnos en el mito del Andrógino, que Platón pone en boca de Aristófanes en el Banquete.
Por lo que podemos saber, el andrógino quiso conspirar contra los dioses. Zeus, al percatarse de semejante acto, mandó seccionar a este ser, logrando hacerlo débil para que no pueda concretar semejante aventura. Es aquí que, cuando el andrógino quedó seccionado en dos, dice el comediógrafo: “Es el amor innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo como los lenguados. Por esta razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo”.[12]
El amor, de este modo, se muestra como la fuerza o el impulso natural del ser humano para indagar y recuperar aquello que restaura su ser originario. A partir de este momento, el ser humano se percibe como carente, deudor de sí mismo y, de algún modo, se ve en la necesidad de saldar tal carencia mediante un acto de amor. La búsqueda, pues, es la demanda por hacerse de esa esencia perdida. Sin embargo, todavía hemos de ir con cuidado, pues el mero acto de amor no le garantiza al ser humano que su búsqueda la dirija a lo que auténticamente le ayude a restaurar la naturaleza antigua. A continuación, abordaremos esta observación.
Recordemos que en el Banquete, es Sócrates quien nos muestra el proceso al cual se somete el ser humano, acompañado de Eros, con respecto al conocimiento. Es a partir de las cosas sensibles bellas que el ser humano siente ese impulso erótico de indagar entorno a ellas. Sin embargo, Pausanias bien hace mención de cómo es que la mayoría de los hombres no se mueven más allá de esta estancia, cuando aclara la distinción de dos clases de Eros: el uno que tiene su origen en Afrodita Pandemo, más aficionado a los cuerpos que a las almas; y el otro, el que proviene de la Afrodita Urania, que es lo contrario al anterior.[13] De este modo es que lo antiguo nos sigue cuestionando y señalando. Sin duda, la distinción se extiende todavía a la modernidad por el mero hecho de que hemos dejado de hacernos la pregunta por el ser; aunque, la neblina de lo común no permite que veamos tal aspecto que deviene hasta nuestros días. Se dice que lo común muy pocas veces es cuestionado gracias a su mismo carácter de ser común, y común es aquello con lo que convivimos nosotros los modernos, incluso con esos errores que pasan desapercibidos y se han dejado pasar de largo.
Tomando a consideración lo que ya se ha recuperado del Banquete, en relación a que el ser humano es un ser incompleto, que se siente carente y, por ende, se ve deudor, tenemos que Nietzsche nos hablaba del modo de vida del ser humano moderno, en donde cumplir la satisfacción del momento se torna en un imperativo: la deuda, para el hombre moderno, se salda por un instante, ese instante en el que se logra satisfacer, pero siendo que sólo se atiene al momento, el ser humano seguirá percibiéndose incompleto, por lo que demandará otro medio para saldar otro instante. El sistema del mercado; ante el cual no podemos vernos desinteresados en virtud de que rige nuestra vida moderna, dicta, por ejemplo, la dirección hacia la que el hombre ha de apuntar su interés, en aras de cumplir y satisfacer la demanda con su ser y através de los mismos productos que lanza el mismo mercado. Las palabras del pensador del Zaratustra tienen su eco cuando, en el mundo moderno, el deseo se actualiza a cada momento hacia estas cosas particulares, las cuales sólo cumplen su fin en un pequeño tiempo; Pausanias hacía mención de un aspecto similar, cuando en su elogio a Eros señala que el amor al que se dirigen la mayoría de los hombres es al cuerpo, lo cual por principio es algo inestable, de tal manera que cuando envejezca: se demandará ahora otro cuerpo joven.[14] Y mientras se vive sólo de instantes, el ser humano se desatiende de aquello que verdaderamente enaltece el espíritu, y que lo enaltece porque realmente atiende la demanda de su ser. Contrario a ello, señala Heidegger: “[el ser humano] se precipita en una alienación en lo que se le oculta su más propio poder-ser”.[15]
Nuevamente es Sócrates quien nos muestra la capacidad que posee el ser humano en este “poder-ser”. Es la figura del pensador ateniense en la que esta capacidad de ser se personifica. La figura de Sócrates es la que nos señala, por medio de los Diálogos, hasta dónde puede llegar el ser humano en su ser. No dudamos que Sócrates sea la personificación, por excelencia, de la figura del filósofo, en este sentido es que podemos inferir que el ateniense ha trascendido ese amor en el que se queda estancada la mayoría de los hombres; Sócrates se ha ubicado ya en las estancias epistemológicas más altas, como ha señalado la extranjera de Matinea por medio del “esquema” que le ha expuesto al ateniense, con respecto al ascenso hacia el conocimiento.[16]
Así, la ignorancia de Sócrates se muestra como el principio de todo filosofar, cuando ella se muestra como la deuda a saldar. Ese desconocimiento que el ateniense aseguraba tener, y del cual podemos dar cuenta en la Apología, es la expresión más grande del conocimiento de sí mismo, y a través de este conocimiento, el ser humano se ve intrigado por conocer aquellas cosas que desconoce. De este modo, el griego ya sabía que el hombre no sólo interpela las cosas en ese preguntar por el qué de ellas; el conocimiento para el griego no sólo se reducía al hecho de que la razón tiene que ir a la naturaleza en calidad de juez para que ella le responda,[17] sino que, en ese preguntar hacia aquello que desconoce, el ente mismo también interpela y el hombre es quien adquiere, de este modo, un autoconocimiento. He aquí que, a partir de Platón, el problema del ser estará emparejado con el conocerse a sí mismo,[18] y la filosofía, que ya a estas alturas ha tomado como eje primordial al hombre, convergerá en torno al problema por el ser. De este modo, el “amor a la sabiduría” supone dirigir con cuidado el impulso erótico hacia aquello que realmente complementa el espíritu del hombre en ese poder-ser, una vez reconociéndose en deuda con lo más merecedor de pensarse.[19]
Entonces, ese llamado a recuperar la pregunta por el ser quiere decir que, nosotros los modernos, aún no nos conocemos a nosotros mismos; se nos ha ocultado este saber de sí, ante la falta del conocimiento de nuestro origen, el cual ha atravesado la historia hasta nuestros días. En este estar viviendo muy deprisa, ya no hay cabida para aquello que amerita tiempo: el pensamiento. La pregunta por el ser se ha mostrado oculta porque el acto de traerla de vuelta, por medio de una reminiscencia y su retención en la presencia, amerita también traer de vuelta el modo de vida ideal que puede abordar tal cuestión y que viene de manera intempestiva con el modo de vida de la modernidad: la del ser-filósofo.
Habiendo tomado como principio la sentencia heideggeriana, hemos indagado en torno a un problema que nos achaca a nosotros los modernos: la falta de memoria. En ese vivir deprisa, como afirma Nietzsche, nos olvidamos de aquello que amerita tiempo, nos olvidamos de el pensar; un pensar que se vuelve auténtico cuando retoma sus orígenes, por medio de la historia. La aparición de una de las obras como la de Ser y tiempo, en determinado momento de la historia, fue producto de que alguien como su autor se haya dado cuenta de que la modernidad ha dejado de atender el pensar, gracias al modo de vida al cual el ser humano es sometido. Y siendo que nosotros somos también modernos, nuestro recurso fue ir hacia aquellos que, por excelencia, se desenvolvieron dentro del pensar. A través del pensamiento platónico es que nos percatamos de nosotros mismos. Tomando como referencia a Sócrates, vemos que el ser humano no ha sabido moverse más allá de ese amor por las cosas sensibles y que, compaginando con la Alegoría de la Caverna, sigue rigiéndose por esa verdad que gobierna en las sombras. El olvido de la pregunta por el ser trae consigo un desconocimiento de nosotros mismos, pues el auténtico pensar, el cual consiste en apegarse al ser, tiene su punto de partida en esa confesión que nos muestra carentes de lo que realmente constituye la totalidad de nuestro ser.
Bibliografía
- Heidegger, Martin, ¿Qué significa pensar?, Trotta, Madrid, 2008.
- Heidegger, Martin, “La doctrina platónica de la verdad” en Hitos, Alianza, Madrid, 2014.
- Heidegger, Martin, Ser y tiempo, Trotta, Madrid, 2014.
- Kant, Immanuel, Crítica de la razón pura, RBA Coleccionables, Madrid, 2014.
- Nicol, Eduardo, La idea del hombre, FCE, México, 2013.
- Nietzsche, Friedrich, El crepúsculo de los ídolos, RBA Coleccionables, Madrid, 2014.
- Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la moral, RBA Coleccionables, Madrid, 2014.
- Platón, Banquete, trad. Marcos Martínez, RBA Coleccionables, Madrid, 2010.
- Platón, Menón, Francisco José Olivieri, RBA Coleccionables, Madrid, 2010.
Notas
[1] Heidegger, Martin, Ser y tiempo, ed. cit., § 1, 2.
[2] Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la moral, ed. cit., § 8, p. 30.
[3] Platón, Menón, ed. cit., 81d.
[4] Platón, República, ed. cit., 516b.
[5] Martin Heidegger, La doctrina platónica de la verdad, ed. cit., p. 186.
[6] El objeto perdido es un objeto olvidado. Platón lo señala del siguiente modo: “De modo que es necesario que lo que ahora no conozcas —es decir, no recuerdes— te pongas valerosamente a buscarlo y recordar.” Platón, Menon, ed. cit., 86b.
[7] Nicol, Eduardo, La idea del hombre, ed. cit., p. 203.
[8] Heidegger, Martin, ¿Qué significa pensar?, ed. cit., p. 16.
[9] Nietzsche, Friedrich, El crepúsculo de los ídolos, § 39, pp. 223-224.
[10] Heidegger, Martin, ¿Qué significa pensar?, ed. cit., p. 104.
[11] Ibid., p. 155.
[12] Platón, Banquete, ed. cit., 191c-d.
[13] Ibid., 181a-c.
[14] Ibid., 183e.
[15] Heidegger, Martin, Ser y tiempo, ed. cit., §138, 196.
[16] Platón, Banquete, ed. cit., 209e-211c.
[17] Kant, Immanuel, Crítica de la razón pura, ed. cit., B XIII.
[18] Nicol, Eduardo, Op. cit., p. 344.
[19] Heidegger señala, en sus lecciones de invierno de 1951-1952, que aún no pensamos, ello porque “apenas estamos todavía en condiciones de plantear adecuadamente la pregunta por el ser del ente, es decir, plantearla en forma tal que esta pregunta cuestione nuestra esencia, la haga así problemática en su relación con el ser y la abra para éste.” Heidegger, Martin, ¿Qué significa pensar?, ed. cit., p. 104.
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