Las mujeres demonizadas, imágenes en Nueva España. Siglos XVI-XVIII

Las mujeres demonizadas, imágenes en Nueva España. Siglos XVI-XVIII

MAESTRO PORTUGUÉS DESCONOCIDO, EL INFIERNO [DETALLE]ÓLEO/MADERA, 119X217.5 CM, CA. 1510-1520, MUSEU NACIONAL DE ARTE ANTIGA, LISBOA, PORTUGAL

Resumen:

Este artículo presenta un acercamiento a la construcción de imaginarios en torno al Demonio y lo femenino en Nueva España, (s. XVI-XVIII) tomando como ejemplo y punto de partida imágenes que explicitan la presencia de características femeninas en las representaciones de diablos. El postulado central es que estas imágenes se mantuvieron prácticamente invariables durante todo el virreinato, ya que se trata de construcciones centenarias que se incorporaron al ethos novohispano.

Palabras clave: mujer, representaciones diabólica, Nueva España, imaginarios colectivos

Abstract:   This article presents an approach to the construction of imaginaries around the Devil and the female in New Spain (Seventeenth and Eighteenth Centuries). Taking as an example and starting point the images that make explicit the presence of feminine characteristics in the representations of devils. The central postulate is that, these images remained practically unchanged throughout the viceroyalty, since they are centuries-old buildings that were incorporated into the New Hispanic ethos.

Keywords:  woman, devilish representations, New Spain, collective imaginary

Dadas las circunstancias actuales, en las que pareciera que México se aleja cada vez más de prácticas de equidad, me parece de suma importancia reflexionar sobre los procesos a partir de los cuales se ha generado o reforzado la idea no sólo de que no somos todos iguales, sino que hay características que hacen que unas personas sean consideradas inferiores a otras. De aquí parte mi preocupación por ahondar en cómo se vinculó a las mujeres con la figura del mal y del Demonio, específicamente en el periodo novohispano.

Ya en otra ocasión abordé el asunto de la demonización de las deidades indígenas[1] y de la población afro-descendiente, en esta oportunidad, lo retomo para ahondar en algunos puntos y complementarlo con los procesos paralelos que involucraron a las mujeres.

Este tema ha sido ya objeto de varios estudios que escudriñan detalladamente en este entramado de imaginarios y su relación con las mentalidades presentes, razón por la cual sólo hago unos apuntes someros al respecto; mi interés está puesto en otra cosa que pienso no se ha estudiado lo suficiente y es la manera en que esas construcciones sobre la mujer se reflejaron en las imágenes, específicamente en la pintura y estampa novohispanas. Si bien los textos son muy abundantes, las pinturas no lo son tanto, específicamente las que representan explícitamente al Demonio y de éstas, fueron seleccionadas las que lo hacen en una forma de mujer.

A partir de los vestigios que se conservan, es posible observar dos momentos importantes en la producción de imágenes: el primero, durante el siglo XVI y, el segundo, en el siglo XVIII, mientras que en el siglo XVII es notoria la disminución –prácticamente ausencia– de este tópico, por lo que prácticamente no será mencionado este periodo en el presente artículo. Es muy probable, como lo apunta Gisela von Wobeser, que durante la segunda centuria de dominio hispano el acento –hablando de la doctrina vinculada con las Postrimerías– se haya trasladado de Satanás y el Infierno, a la difusión del Purgatorio, cuya doctrina se oficializó en el Concilio de Trento.

Me parece que, en el caso del siglo XVI, tampoco podemos caracterizar las muestras que encontramos como “pintura de evangelización”, en donde usualmente se han colocado los vestigios de pintura mural, por ejemplo, porque para que el discurso vinculado con lo que Georges Minois[2] llama “pastoral del miedo” sea efectivo, los receptores deben compartir el mismo imaginario. Explico lo anterior con un caso que creo muy claro: en la capilla abierta de Actopan, Hidalgo (Ilustración 1), se ve al Señor de los Infiernos resguardando la boca de Leviatán, que funge como puerta, pero resulta que este gran Satán tiene todas las características del dios Tlaloc, como evidencia de un proceso de demonización de los dioses prehispánicos. ¿Es posible que un indígena neófito sintiera miedo ante la visión de los tormentos representados y de ese “demonio” guardián? Más probablemente le haya resultado una incongruencia que Tláloc se encontrara en la puerta del Mictlán y que alrededor estuvieran representados los cuerpos desollados de sacrificados a Xipe-Totec; ni Demonio, ni infierno, ni almas torturadas.

ILUSTRACIÓN 1. ANÓNIMO, CAPILLA ABIERTA, PINTURA MURAL, CA. 1570, ACTOPAN, HIDALGO. FOTOGRAFÍA DE BERTA GILABERT

Por lo anterior, propongo que una clasificación más adecuada implica hablar de, en el caso de los ejemplos que muestro, temas bíblicos y de temas vinculados con la tentación. Huelga decir que la doctrina sobre estos temas prácticamente no tuvo variaciones, porque está vinculada con el Magisterio Eclesiástico, de modo que esta caracterización es funcional también para las obras dieciochescas.

 

Construcción de imaginarios en torno al Diablo y lo femenino[3]

Las culturas occidentales han construido su idea de la mujer a partir de parámetros de lo masculino; son ellos el centro de toda comparación y la medida de lo perfecto. Una de las mayores influencias en esta oposición masculino-femenino, ha sido la obra Aristotélica, principalmente la Historia de los animales, en la que precisa las características de cada uno de los géneros, tomando al ser humano como un animal más dentro de la naturaleza. Por ejemplo, hablando del aparato genital de las mujeres declara: “Las partes sexuales de la mujer tienen una conformación contraria a la de los hombres”,[4] afirmación en la que queda patente una relación subordinada de lo femenino, pues no es considerado como propio y particular sino en relación con lo masculino, a cuyos parámetros debe ceñirse.

En este mismo sentido, en Generation of animals, Aristóteles describe la fisiología reproductiva sin apartarse de la jerarquización ya enunciada en la Política,[5] en la que la mujer está supeditada al varón y establece una clara gradación étnica: “[…] porque las mujeres a veces obtienen un placer comparable al del hombre y también producen una secreción fluida. Este fluido, sin embargo, no es seminal, es particular a la parte de la que viene en cada individuo; hay una descarga del útero que, aunque sucede en algunas mujeres, no ocurre en otras. Hablando en general, esto sucede en mujeres de piel clara que son típicamente femeninas, y no en mujeres oscuras de apariencia masculina”.[6]

Desde esta visión aristotélica de la mujer como ser incompleto, “más descarada y más mentirosa”[7] que el hombre, hasta la tradición judeo-cristiana de considerar a Eva como tentada/tentadora, Occidente ha identificado lo femenino con la maldad: se culpó a la fémina de la entrada del mal en el mundo por su vanidad y desobediencia, y de la pérdida del paraíso terrenal y la gloria de Dios; ella, que fue tan débil como para sucumbir a los malos consejos de la serpiente y tan malvada como para arrastrar a Adán al pecado y por cuya causa estamos obligados a sufrir en este mundo mortal.

Muy pronto se construyó esta ambivalencia que puso a la mujer bajo la supervisión masculina, tanto para cuidarla como para protegerse de ella. Ya Tertuliano en el siglo ii, decía con respecto a las mujeres: “¿No sabes que también tú eres Eva? La sentencia de Dios conserva aún hoy todo su vigor sobre este sexo, y es menester que su falta también subsista. Tú eres la puerta del Diablo, tú has consentido a su árbol, tú has sido la primera en desertar de la ley divina”.[8]

La convicción de que la relación de las mujeres con Satanás era cercana y natural debido a las inclinaciones femeninas, adquirió un nuevo matiz en el siglo x en el que se conformó la idea, consolidada en el siglo xii, de que la brujería era una herejía mayoritariamente practicada por mujeres crédulas, seducidas por las mentiras que ponía el Demonio en sus mentes, tal como lo explica el Canon Epsicopi escrito por Regino de Prüm.[9] Así, fueron las mujeres sobre quienes solía recaer la sospecha de que habían hecho pacto con el Maligno, debido a su alma imperfecta y débil, y de que, incluso, tenían comercio carnal con él, único amante capaz de satisfacer su sexualidad exacerbada y perversa.

Demonización de lo femenino en la pintura novohispana [10]

Este discurso –y otros, vinculados con lo femenino, que no son interés de este artículo– cruzó el Atlántico y se enraizó también en Nueva España, en donde fueron de igual modo percibidas como naturalmente propensas al mal y frutos de tentación, cuyo cuerpo albergaba al demonio de la lujuria, como pormenorizadamente lo explicó el franciscano fray Andrés de Olmos en su Tratado de hechicerías y sortilegios[11], lujuria complementada por su debilidad, ambición y estulticia. Olmos dedicó un apartado completo a explicar las razones por las que las mujeres están más dispuestas a ser ministros de Satanás; aduce que las mujeres no vinieron a este mundo cerca de Cristo en los sacramentos; que el Diablo las engaña muy fácilmente porque tienen una gran inclinación a querer saber lo secreto y no son capaces de aprender en los libros; hablan tanto, que logran convencer a otras mujeres; ellas se dejan dominar fácilmente por la ira, son celosas, ambiciosas y envidiosas, no tienen el valor de hacer lo que desean y acuden al Demonio para que lo haga por ellas; las mujeres mayores se dedican al Diablo porque ya no son deseadas por los hombres.[12] Como se puede ver, la construcción de Olmos pone de relieve la naturaleza imperfecta y débil de lo femenino, ahí en donde debiera resaltar la volición y el libre albedrío, pilares del cristianismo. Las mujeres no pueden ejercer plenamente su voluntad, porque ésta es fruto de la razón y la reflexión, características que en ellas están mermadas por naturaleza, tal y como lo concebía Aristóteles; en esencia, su capacidad volitiva es frágil e inclinada al mal, sus acciones son determinadas por la indiferencia de los hombres que ya no las desean, pero –incluso– si ellos sienten atracción por las mujeres, ellas aprovechan esta circunstancia para engañarlos y llevarlos al vicio y la perdición del alma, así como hizo Eva con Adán.

Las mujeres no fueron vistas únicamente como las más propensas a practicar la brujería y a ser vehículo de tentación, también pesaba sobre ellas la creencia de que era más fácil que fueran sujetos de una posesión demoniaca, porque su alma no tenía la fortaleza para resistirle aunque, en esta usual ambivalencia para determinar lo femenino, Dios permitía que algunas mujeres fuertes y santas fueran poseídas o tuvieran visiones demoniacas, para servir de ejemplo de resistencia y fidelidad a sus congéneres y a la cristiandad toda, como es evidente en los múltiples casos que llegaron a los altares, como la carmelita Teresa de Ávila (1515-1582) y la terciaria dominica Rosa de Lima (1586-1617).[13]

Muchos textos virreinales (crónicas conventuales, exempla y biografías, mayoritariamente)[14] narran la aparición del Diablo en forma de mujer, aunque en principio no considero que en esos casos se trate necesariamente de la demonización de lo femenino, sino simplemente del señuelo “natural” para caer en la lujuria y, en este sentido, es indiferente la apariencia, ya que ésta depende de si la persona a ser tentada era un hombre o una mujer y, por lo tanto, tiene el mismo valor simbólico si el Demonio asume una forma masculina. Sin embargo, sí hay una intención velada, que se asoma en la frecuente identificación de lo femenino con lo demoniaco, visible –entre otras cosas– en el énfasis que las representaciones visuales ponen en los pechos femeninos de los diablos, a partir de finales de la Edad Media[15] y todavía presentes en muchas de las imágenes producidas durante el periodo virreinal.

Uno de estos ejemplos es el cuadro que representa la derrota de Lucifer a manos del arcángel Miguel, pintado por Martín de Vos (Ilustración 2), en el que, vencido, se ve en el momento en que su apariencia se transforma y del más hermoso de los ángeles de Dios, se convierte en el temible dragón de los abismos; en esta transición pueden apreciarse los pechos femeninos que oculta pudorosamente con ambos brazos, como si de pronto se diera cuenta de su desnudez y sintiera vergüenza, atendiendo a la tradición judía que considera la desnudez como una deshonra. Desnudez que es indefensión frente a su vencedor; que es conciencia –tal vez– de que ha perdido sin remedio la gracia divina.

Desde el punto de vista teológico, los ángeles son entes espirituales que, por ello, carecen de sexo, sin embargo, la tradición de la imaginería católica ha tenido que darles un rostro y una figura corpórea, para poder plasmarlos materialmente y acercar estos seres a la comprensión humana. Es usual que las facciones de los ángeles buenos sean más bien andróginas, pero que el cuerpo muestre características masculinas, como la proporción espalda-cadera y pecho plano; especialmente cuando hablamos de Miguel arcángel, al ser el comandante del ejército celestial, ostenta una armadura, balteo y coturnos, elementos característicos de la indumentaria militar romana usada sólo por los varones; de igual manera, la musculatura está marcada, como corresponde a su fortaleza. Si miramos con cuidado la figura del ángel recién vencido, puede apreciarse que las facciones son más suaves y el torso carece de tono muscular. Es evidente que, al haberse rebelado contra Dios y ser vencido por Miguel, su apariencia cambiara como reflejo del estado de su alma y de ser de luz, su forma física adquirió la fealdad del monstruo del abismo y pareciera que el tener rasgos femeninos es parte de ello, de su naturaleza caída, de su talante traicionero y de la absurda soberbia que lo llevó a oponerse a su creador.

ILUSTRACIÓN 2. MARTÍN DE VOS, SAN MIGUEL, IGLESIA DE SAN BUENAVENTURA, CUAUTITLÁN, MÉX., 1581. FOTOGRAFÍA DE BERTA GILABERT

En las manifestaciones plásticas novohispanas que aquí presento, se eligió la representación del Demonio con características de mujer, fundamentalmente, como ya se dijo, la presencia de pechos, es decir, la parte anatómica más evidentemente femenina y más tentadora, según la cultura occidental. El franciscano fray Diego Valadés puso en uno de sus grabados (Ilustración 3), al centro de la cenefa inferior, a Satanás como un macho cabrío gastrocéfalo que preside los tormentos del infierno, con las consabidas alas de murciélago, unos pechos flácidos y vulva, que muestran la cercanía de Satanás, el diablo mayor, con lo mujeril.

ILUSTRACIÓN 3. DIEGO VALADÉS, “LOS TORMENTOS DEL INFIERNO” (DETALLE), RETHÓRICA CRISTIANA, 1579, LÁM. XVI

La pintura mural no escapó a esta caracterización femenina de los diablos; encontramos una muestra de ello en la capilla de Santa María Xoxoteco, Hidalgo. Una de las escenas muestra a un indígena que está siendo guiado por un demonio; la imagen asume la convención ya descrita para darle figura al ser infernal: color oscuro, cuernos, patas de macho cabrío y, de nuevo, los pechos colgantes de una mujer. Al igual que en la estampa de fray Diego Valadés, los genitales no son masculinos, lo que abona a la identificación de caracteres femeninos en la representación de este diablo tentador. (Ilustración 4),

ILUSTRACIÓN 4. ANÓNIMO, IGLESIA DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN, SANTA MARÍA XOXOTECO, S. XVI. FOTOGRAFÍA DE BERTA GILABERT

Esta manera de concebir el mal, lo maligno y al Maligno no se presentó solamente en el siglo de la conquista, sino que se manifiesta como una constante incluso en el siglo de la Ilustración. Uno de estos ejemplos es visible en la Virgen de la Macana (Ilustración 5), riquísima en su contenido metatextual, pues evidencia la demonización no sólo de lo femenino, sino también de la fealdad, como reflejo de un alma corrupta, y de lo indígena como justificación a la conquista espiritual. La obra representa la sublevación de indios en Nuevo México; en el fragmento que nos interesa, vemos al caudillo de la rebelión que, paradójicamente, está siendo castigado por sus mismos instigadores, los demonios. Los dos ejemplares que aquí vemos destacan por la prominencia y flacidez de sus pechos, contrarios a la turgencia y lozanía de la juventud y la castidad, indicadores de la decadencia de los esbirros del mal. Estos monstruosos seres contienen en sus formas todo aquello que puede asociarse con el mal: el color oscuro de la piel, ausente de la luz de Dios; las patas de macho cabrío, animal asociado con la lujuria; alas de murciélago, como signo de la noche, y ¿por qué no?, lo femenino, que denota su alma débil y corrupta. Hay que añadir que, curiosamente, el texto que describe el acontecimiento y milagro asociado con la Virgen de la Macana no menciona la apariencia de estos demonios[16] y lo que vemos es la interpretación del pintor, es decir los imaginarios interiorizados para la representación del mal.

 

ILUSTRACIÓN 5. ANÓNIMO, VIRGEN DE LA MACANA (DETALLE), COLECCIÓN PARTICULAR, S. XVIII

A riesgo de que este texto pueda resultar cansino y repetitivo, creo que es útil analizar al menos una muestra más, también dieciochesca, para demostrar que no se trata de ejemplos sueltos y raros, sino de una manera fija y constante de concebir lo femenino y su relación con lo demoniaco, en los términos que ya he explicado. Se trata de uno de los lienzos de la serie sobre la vida del beato Sebastián de Aparicio, en la iglesia de San Francisco en la ciudad de Puebla (Ilustración 6). En ella se muestra al franciscano siendo tentado por tres diablos, uno de los cuales, el ubicado en el centro tiene también los senos flácidos, denominador común de todas las imágenes que hemos comentado más arriba; los otros dos tienen el pecho cubierto por los brazos, de modo que no es posible saber si comparten la misma anatomía. Por lo demás, difícilmente puede asignarse un género concreto a cualquiera de los tres; son más bien engendros monstruosos sin marca sexual, a excepción de la dicha. De nuevo podemos apreciar las diferencias con el otro ser angélico que emerge de las nubes portando una espada flamígera para defender al beato: a pesar de lo suave y delicado del rostro, el pecho plano evidencia su asociación con lo masculino o, al menos, con la neutralidad de los seres celestiales.

ILUSTRACIÓN 6. ANÓNIMO, ESCENAS DE LA VIDA DE SEBASTIÁN DE APARICIO (DETALLE), IGLESIA DE SAN FRANCISCO, PUEBLA, S. XVIII. FOTOGRAFÍA DE BERTA GILABERT

Los textos en donde se habla de tentaciones demoniacas y posesiones también coadyuvaron a la construcción de estos imaginarios, aunque no solían ser tan explícitos como las imágenes, en el asunto que nos interesa: la demonización de lo femenino. En los escritos, cuando el Diablo asumía forma de mujer, más bien respondía al género de la persona a tentar y se trataba sólo de la apariencia, no del ser mismo de lo maligno. A pesar de ello, la asociación sí está presente en el caso inverso, es decir, cuando se habla de las mujeres y se hace énfasis en su inclinación al mal y su naturaleza inferior a la del hombre, como lo vimos con el libro de fray Andrés de Olmos.

De acuerdo con los textos de la época, el demonio y lo femenino estarán frecuentemente unidos a ciertos pecados, marcándose cierta distancia con respecto a las experiencias masculinas, que tendrán otros matices. La mujer estaba más vinculada a pecados como la lujuria, la envidia y la pereza, mientras que los hombres se percibían más propensos a sentir ira, soberbia, gula y avaricia. Debo aclarar que, al hacer esta aseveración, me refiero a frecuencia y no a imposibilidad para cometer cualquiera de los pecados capitales, capacidad que comparten hombres y mujeres, en su calidad de personas, susceptibles a la tentación.

Este discurso visual permanecerá vigente durante los trescientos años de virreinato, compartiendo espacio con otras representaciones de las huestes satánicas, cuyas características tienen más similitud con lo animal o lo fantástico que con el referente humano, con otras más que no tienen marca de género y otras en las que lo masculino está presente. Esta variedad de formas de representar el mal parecería indicar que los imaginarios se construyeron alrededor de la noción de que el mal se encontraba en todas partes y todos, hombres y mujeres eran susceptibles de cometerlo y acceder a las tentaciones diabólicas, sin embargo, encuentro un énfasis bastante claro en la vinculación específicamente con lo femenino, que se apoya en estampas, pintura y textos.

Bibliografía

  1. Aristóteles, Política, trad. Manuela García Valdés, Madrid, Gredos, 2016. (Biblioteca clásica Gredos 116).
  2.  Aristóteles, Investigación sobre los animales, trad. de Julio Pallí Bonet, Madrid, Gredos, 1992. (Biblioteca Clásica Gredos, 171).
  3. Aristotle, Generation of animals, trad. de A.L. Peck, London, Harvard University Press, 1943.
  4. Ayala, Javier, El Diablo en la Nueva España, Guanajuato, México, Universidad de Guanajuato, 2010.
  5. Dalarun, Jacques, “La mujer a ojos de los clérigos”, Georges Duby y Michelle Perrot (dirs.), Historia de las mujeres. La Edad Media. La mujer en la familia y en la sociedad, Madrid, Taurus, 1992.
  6. Lecoteux, Claude, Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media, Barcelona, Olañeta, 1999.
  7. Olmos, Andrés de, Tratado de hechicerías y sortilegios, México, UNAM, 1990.
  8. Valadés, Diego, Rhetorica christiana: ad concionandi et orandi vsvm accommodata,
  9. __________, vtrivsq[ue] facvltatis exemplis svo loco insertis: qvae qvidem ex Indorvm maximè deprompta
  10. __________, svnt historiis: vnde praeter doctrinam, svma qvoqve delectatio comparabitvr,  Pervsiae, Apud Petrumiacobum Petrutium, 1579.
  11. Vetancurt, Agustín de, Teatro mexicano. Descripción breve de los sucessos exemplares
  12. __________, históricos, políticos, militares, y religiosos del nuevo mundo Occidental de las Indias, México, María de Benavides Viuda de Juan de Ribera, 1698.

Notas

[1] Vid. Erik Velásquez García (coord.), XXXIII Coloquio Internacional de Historia del Arte, Estética del mal: conceptos y representaciones, México, IIE-UNAM, 2013, pp. 379-393. La investigación sobre la población afrodescendiente, así como los avances de este artículo, fue expuesta en el coloquio El Diablo y el Infierno: reflexiones históricas, CEHM-Carso, IIH-UNAM, 2017.
[2] Georges Minois, Historia de los infiernos, México, Paidós, 2005.
[3] Este proceso ha sido estudiado por varios autores, entre ellos: Georges Duby y Michelle Perrot (coords.), Historia de las mujeres. La Edad Media. La mujer en la familia y en la sociedad, Madrid, Taurus, 1992; Christoph Daxelmüller, Historia social de la magia, Barcelona, Herder, 1997; Alan Charles Kors and Edward Peters (eds.), Witchcraft in Europe, 400-1700, Philadelphia, Penn., University of Pennsylvania Press, 2001.
[4] Aristóteles, Investigación sobre los animales, libro IX, 493b, p. 66.
[5] En efecto, el hombre es por naturaleza más apto para mandar que la mujer. Aristóteles, Política, Libro I, 1259b, p. 74.
[6] Aristotle, Generation of animals, Book I, 728a, p. 101.
[7] Aristóteles, Investigación sobre los animales, 608b, p. 481
[8] Jacques Dalarun, “La mujer a ojos de los clérigos”, p. 35.
[9] “No puede admitirse que ciertas mujeres perversas, pervertidas y seducidas por las ilusiones y espejismos de Satán, crean y digan que se van de noche con la diosa Diana” en Claude Lecoteux, Hadas, brujas…, p. 93.
[10] La vinculación entre la mujer y el Demonio ha sido estudiada por varios autores, entre ellos: Ruth Behar, “Sex and Sin, Witchcraft and the Devil in Late-Colonial Mexico” en American Ethnologist, vol. 14, Issue 1, pp. 34-54; C.R. Boxer, Mary and misogyny: Women in Iberian Expansion Overseas, 1415-1815: Some Facts, Fancies and Personalities, London, Duckworth, 1975; David Tavárez, The Invisible War. Indigenous Devotions, Discipline, and Dissent in Colonial Mexico, Stanford, Ca., Stanford University Press, 2011; Ayala, Javier, El Diablo en la Nueva España, Guanajuato, México, Universidad de Guanajuato, 2010.
[11] Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, pp. 47-49.
[12] Ídem.
[13] Santa Teresa de Ávila, nacida como Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, reformadora de la rama femenina de la Orden del Carmen y doctora de la Iglesia. Santa Rosa de Lima, Isabel Flores de Olivo en el siglo, visionaria y patrona de la ciudad de Lima, Perú.
[14] Vid. Joseph Manuel Rodríguez, Vida prodigiosa del V. Siervo de Dios fray Sebastián de Aparicio, religioso lego de la regular observancia de N.S.P.S.Francisco, é hijo de la Provincia del Santo Evangelio de México, México, Phelipe de Zúñiga, 1769; Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, México, Conaculta,  1997. (Cien de México).
[15] Javier Ayala, El Diablo en la Nueva España, p. 235.
[16] Vid. Agustín de Vetancurt, Teatro mexicano…, cuarta parte, tratado 3, núm. 63, p. 103.

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