El duelo interrumpido

FOTOGRAFÍA DE DIDIER MENDEZ CAMACHO 

 

En estos días está pasando algo muy grave. No hay rituales mortuorios. La gente se va sin despedirse y la vida se queda colgada de un hilo.

 

Cuando alguien se infecta y es llevado al hospital traspasa la puerta que como Alicia en el país de las maravillas lo lleva a otro mundo.

 

Entre el condenado a muerte y su ser querido sólo hay incertidumbre, las palabras se borran poco a poco y los fantasmas hacen su aparición. Las súplicas son vanas, la muerte arrastra al que atraviesa el umbral y detiene al familiar en un impasse infinito. La vida se detiene para ambos como el juego infantil de los encantados que dejan de moverse en el mundo de los otros.

 

Para que la vida prosiga tenemos que poner a los muertos en su lugar, en ese mas allá que conlleva el duelo, la ceremonia subjetiva que concierne al que ha perdido a alguien, pero en el caso del Covid el muerto no está realmente muerto, ha adquirido el estatus de desaparecido. Ha cruzado una puerta, no se ha despedido. Se perdió, cambió su nombre por el número que le toca en los registros de enfermos y luego de muertos que son convertidos en cenizas y luego dispersados en la desmemoria del acontecimiento masivo, de la asepsia, de la conveniencia social, del orden de un mundo ajeno a su mirada.

 

¿Qué hacer? ¿qué hago para que mi muerto muera? He ido al hospital y me dijeron que dejó de respirar, que entró en coma… lo dejé solo y él no me deja a mi, me quedé con las últimas palabras que hablamos en la vida cotidiana o con la angustia de los malestares y los pendientes que aún siguen pendientes, lo que íbamos a hacer… ¿Cómo le digo adiós si no se ha ido? ¿cómo me digo que dejó de existir si siento sus caricias en el cuerpo, miro sus ojos que me ven y lo adivino, lo sé, está conmigo.

 

¿Dónde está su sepulcro y el canto triste de las voces de amigos, los recuerdos contados uno a uno, las flores, los rosarios…

 

Pospongo el ritual y lo imagino como la niña la fiesta de quince años. La palabra posponer me angustia. Lloro, lloro la soledad que encierra el alma.

 

¡El duelo es necesario, aunque el mundo se caiga! –cuando esto termine, cuando el virus se vaya convocaré a las almas. Es necesario hacer la ceremonia donde vivos y muertos se reúnan, hablen, invitaré a mis muertos a comer sobre las tumbas que hice para ellos y festejaré como un 2 de noviembre su muerte inesperada.

 

Invitaré a los otros, compartiré con ellos el pan de la amargura que rompe los silencios, haré saber que no lo veré mas que se ha ido con parte de mi vida y así sabré que me he quedado solo que he perdido, que ya no soy el mismo.

 

Toco su ausencia, me extraño de mi mismo y con el alma rota sabré que aún estoy vivo.

 

Pienso que sólo así tendrá lugar la “vuelta a la normalidad” que anuncian y se me viene una imagen a la cabeza: Son los soldados que regresan de la guerra del 14 mutilados, rotos, sin un brazo, sin una pierna, sin un ojo y veo claramente que esa es la vuelta a la nueva normalidad, ese es el precio.

 

Tepoztlán, Mor. a 6 de junio de 2020