Universidad, subjetividad y verdad: Espectros biopolíticos de la administración y del cuidado de la vida

UNSPLASH.COM, JASON LEUNG

 

Resumen

En este ensayo reflexionaremos sobre un foco cultural donde se gestan las condiciones necesarias para el nacimiento del homo-economicus en su cualidad de profesional, es decir, analizaremos la impronta económico-liberal de las subjetividades universitarias. Siguiendo un trazado conceptual foucaultiano, examinaremos cómo se gesta, en lo que denominaré Universidad Moderna, la relación que hay entre el saber y las subjetividades que permiten una administración de la vida en un sentido biopolítico por medio del decreto de la verdad.

Palabras clave: subjetividad, universidad moderna, poder, verdad, cuidado, biopolítica.

 

Abstract

In this essay we will reflect on a cultural focus where the necessary conditions for the birth of the homo-economicus in his quality of professional are gestated, that is to say, we will analyze the economic-liberal imprint of the university subjectivities. Following a foucaultian conceptual outline, we will examine how, in what I will call the Modern University, the relationship between knowledge and the subjectivities that allow an administration of life in a biopolitical sense through the decree of truth is gestated.

Keywords: subjectivity, modern university, power, truth, self-care, biopolitics.

 

Me gustaría comenzar esta reflexión asumiendo una situación muy concreta que vincula, por una parte, ciertas formas y prácticas de gobierno y por otra, la forma en que dichas prácticas asumen la vida. En cierto sentido me gustaría comenzar diciendo que nos encontramos dentro de un diagrama político donde nuestras vidas son administradas en un sentido de ganancia, es decir, nuestras vidas poseen un peso específico cuyo valor es económico. En otras palabras, me gustaría advertir que nos encontramos dentro de un diagrama donde el poder, en tanto relación, se ejerce sobre la vida en dos dimensiones. La primera de ellas se encuentra relacionada con la disciplina que se ejerce sobre los cuerpos individuales (anatomopolítica) y la segunda está relaciona de manera íntima con el ejercicio del control ejercido sobre las poblaciones (biopolítica). Ahora bien, si nos enfocamos en el análisis de ciertas relaciones colectivas de poder, no podemos ignorar el hecho de que debemos hablar de biopolítica. Vivimos, pues, dentro de una forma de gubernamentalidad cuya razón tiene su fundamento en la elaboración de estadísticas, en la administración y en el máximo aprovechamiento de los recursos que apremian en una población. Para que ello sea posible la vida es captada en su dimensión biológica. Así, es permisible pensar en la población como un fenómeno de masa donde lo que importa es la administración en un sentido económico de la natalidad, la mortalidad, la salud, la enfermedad, la seguridad y las actividades económicas que hacen posible la generación de riqueza.

 

En ese sentido, podemos hablar de una gubernamentalidad que toma como punto de referencia la vida, lo que puede traducirse como un gobierno de lo vivo. Por otra parte, en los cursos que dictó Michel Foucault en el colegio francés en el periodo que comprende los años de 1979 a 1980, el filósofo francés puso de manifiesto la posibilidad de comprender esa forma de administrar lo vivo en su relación con las formas de enunciar la verdad. Dicho curso, advierte el mismo Foucault, tratará “[…] de elaborar un poco la noción del gobierno de los hombres por la verdad”.[1] Esto implica entender y analizar las posibilidades de enunciación y visibilización que se configuran a partir de los mecanismos que permiten decir, si no es que dictar, lo que se va a considerar como verdad en una estratificación histórica dada. Entonces, tenemos una relación constante entre la verdad, la biopolítica y la vida misma.

 

Debido a ello, existen focos de cultura que codifican subjetividades que coordinan los saberes que permiten una forma de gubernamentalidad en el registro de lo biopolítico. Pero ¿Qué significa focos de cultura? “Tal vez habría que decir: lugares de manifestación de la verdad”.[2] Estos lugares, en ocasiones físicos, dirigen “una serie de actividades, saberes, conocimientos, prácticas, una seria de individuos que  [son los que se llamarán] creadores o vehículos culturales”.[3] Estas figuras dirigen la cultura en el sentido de una administración biopolítica. Tomando en cuenta que toda estratificación histórica tiene sus propias subjetividades que componen y codifican la cultura siguiendo un trazado de la verdad. En este ensayo reflexionaremos en torno a un foco cultural donde se gestan las condiciones necesarias para el nacimiento del homo economicus en su cualidad de profesional, es decir, analizaremos la impronta económico-liberal de las subjetividades universitarias. Siguiendo un trazado conceptual foucaultiano, examinaremos cómo se gesta, en lo que denominaré Universidad Moderna, la relación que hay entre el saber y las subjetividades que permiten una administración de la vida en un sentido biopolítico por medio del decreto de la verdad.

 

La Universidad moderna es, en efecto, una productora de subjetividades que permiten el gobierno de la población mediante discursos de verdad, los cuales se manifiestan mediante el registro de lo visible y de lo enunciable. No hay que olvidar que la verdad se enuncia mediante discursos y éstos son, a su vez, visibilizados por subjetividades cuyo perfil se gesta en instituciones como la Universidad, aunque no sean las únicas que así lo hagan. Esto toma mucho sentido si consideramos que la verdad tiene implicaciones con el poder y éste con las formas políticas de gobierno que a su vez implican ciertas formas de cuidado; un cuidado personal y un cuidado colectivo en un sentido económico.

 

Así, el primer horizonte donde colocaremos el acento en este ensayo es en la cartografía de la Universidad Moderna ¿Qué es la Universidad moderna y cómo se constituye como condición de posibilidad para la codificación de discursos de verdad? Dicha pregunta formará parte del primer momento de esta reflexión. El segundo apartado tendrá como objetivo mostrar cómo ciertas subjetividades codificadas en la Universidad dictan y visibilizan lo que tiene que verse y oírse en un momento dado, mientras que otras subjetividades se sujetan al dictado de las formas con las que se constituye lo real. Ambas prácticas, la de dictar y la de obedecer, son indispensables para gestionar a la población en el sentido de un cuidado económico. Es evidente que en ese movimiento la verdad se enuncia mediante el decreto de autoridad (autoridad formada en sentido profesional) por lo que se establece la relación verdad-cuidado-administración. Finalmente, trataré de ejemplificar cómo ciertas subjetividades han gestado las prácticas de cultivación que han permitido, durante la pandemia, un cuidado muy particular de la vida en el marco de lo biopolítico. Es decir, el último apartado es una reflexión vivencial de como ciertas voces han visibilizado y enunciado a la pandemia. Son esas voces las que gestan un discurso verosímil de nuestro presente pandémico; son esas voces las que dictan un tipo de cuidado de la vida, un tipo de verdad. No podemos ignorar el hecho de que la pandemia, al menos en el caso de México, ha sido manejada por personas con un perfil profesional muy particular, cuyo nacimiento se encuentra en una institución universitaria; perfil que fomenta un tipo de cuidado y una manera muy particular de percibir la vida. ¿Habrá la posibilidad de pensar en otro tipo de cuidado? ¿Un cuidado de sí en otro sentido como, por ejemplo, en un sentido moral, vivencial y que se aleje de la economía de la población? Es algo que podríamos proponer, reflexionar, pero antes de hacerlo hay que desnudar las ficciones y las subjetividades que dan sentido a nuestro actual presente.

 

I

 

A principio del siglo XX la Universidad, como institución educativa, se convierte en el centro del saber; de un saber mecánico, técnico e instrumentalista. Por ello mismo, se convirtió, pronto, en sinónimo de profesionalismo, y el profesional, siempre, bajo cualquier circunstancia, está comprometido con su realidad. Así, la universidad del siglo XX se constituye sobre un conjunto de saberes de todo tipo: saber biológico, saber material, saber psiquiátrico, saber mecánico, saber social, todos regulados, si no es que validados, por el método, la distinción y la claridad que distinguirá al discurso positivista de la ciencia. El conjunto de todos esos saberes han de constituir las redes de verdad que son necesarias dentro de cualquier estratificación histórica. Pero ¿en qué sentido son necesarias? Son necesarias porque las mismas, esas redes de verdad proporcionan los elementos que posibilitan a los hombres constituir una historia coherente sobre sus propias acciones, sobre su propio presente. Los saberes que devienen en verdades son la base de una ontología, son la base de lo que hace ser a un sujeto lo que es en un determinado momento histórico. Ahora bien, “[…] por verdad hay que entender un conjunto de procedimientos reglados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados”.[4] enunciados que hacen referencia al sistema de producción, al sistema jurídico y al sistema moral de un momento histórico dado. Es decir, la verdad es el conjunto de procedimientos que permiten enunciar discursos como verdaderos en tanto que respondan a la posibilidad de codificar un presente con un sentido verosímil.

 

La verdad, en consecuencia, está ligada circularmente a los sistemas de saber que le producen y le mantienen. La verdad circula, se expande hasta los confines; entra en los cuerpos para componerlos y des-componerlos; la verdad se matiza, cambia y controla. En ese sentido, ésta es y deja de ser por condiciones que así lo posibilitan. Una guerra, una epidemia, un estado de excepción pueden exigirlo de esa forma.  La verdad se construye y lo hace en un telar de instituciones significativas que permiten la consolidación y, sobre todo, la circulación de los saberes. Justo el trabajo de la Universidad moderna radicará en permitir la libre circulación de esos saberes que predeterminarán las experiencias de los sujetos a nivel epistémico y a nivel biológico permitiendo, así, el control de las poblaciones.

 

En lo que sigue será menester construir una cartografía de lo que denominaré Universidad moderna con el objetivo de desnudar su codificación cómo máquina productora de visibilidades y enunciados, es decir, una cartografía que nos permita dilucidar las condiciones de posibilidad que le han permitido penetrar en el cuerpo social en diferentes dimensiones hasta ser una parte potente de toda una narrativa biopolítica.

 

Como es sabido, la Universidad es una regalía de la Edad Media y tiene como peculiar preludio al monasterio. Podríamos decir con mucha cautela, por otra parte, que su principal característica siempre fue, como institución servil de la Iglesia, preservar la tradición narrada del judeo-cristianismo por medio de mecanismos propedéuticos de gran alcance. Había en la Universidad Medieval, como le mencionará Beuchot, una relación entre saber y el “poder eclesiástico”, entre el saber y la tradición. En efecto, la Universidad Medieval conserva y re-produce una cadena de saberes sagrados firmemente relacionados con la moral del amor dirigido de uno hacia los otros y también reproduce y da fuerza a la relación saber-naturaleza-Dios. Sin embargo, “[…] el paradigma universitario medieval demostró su agotamiento definitivo en el siglo XVIII. Sólo en torno al cambio de siglo (XVIII-XIX), como producto de la Revolución Industrial, se produce el renacimiento universitario”.[5] Lejos quedará esa imagen desgastada de una Universidad floreciendo más allá de las altas montañas preocupada sólo por la re-producción de la tradición. Paulatinamente su imagen ya no será más la de una torre de marfil, más bien, se le visibilizará como una institución cuya prioridad será enfocarse en cada uno de los problemas que acosen a la sociedad; una fuente de re-construcción cultural, de invención de saberes, ese será el trabajo de la Universidad moderna.

 

La universidad será el punto dónde se construyan los grandes planes de contingencia cuando las catástrofes se presenten, ello en gran medida por la amplia relación que tendrá con el campo de la economía y con el campo de lo político. Por ello mismo, “[…] el enorme crecimiento de las propias universidades en el siglo […] XX [estará] íntimamente ligado en todo el mundo occidental al desarrollo económico y social”.[6] Es en el siglo XX cundo se presenta, entonces, un “renacimiento universitario” en su esplendor, pues se consolida una institución cuyo modelo será el reflejo de un paradigma que exige la administración del conocimiento en aras de que el mismo, proporcione las posibilidades de regular la cotidianidad de las poblaciones en el registro de la seguridad.

 

Nace, pues, una institución universitaria que se ha de caracterizar, teórica y morfológicamente hablando, por tres elementos que en su sincretismo configurarán lo que será la Universidad Moderna. Primero diremos que ella tiene un sistema formativo relacionado con lo que tradicionalmente se conoce como educación liberal, que pretendía desarrollar en los sujetos una inteligencia apta para la vida común y práctica; pretendía desarrollar pues, individuos competentes para una sociedad, por lo que lejos se encontrará de ese anhelo ambicioso de reproducir los valores de una sociedad industrial que favorezca a una especialización excesiva. Así, podemos decir que la educación liberal no está “[…] para capacitar a la gente para un modo determinado de ganarse la vida; su objetivo no es el de enseñar leyes o teología, ingeniería o banca, sino cultivar la mente y formar la inteligencia”.[7] En segundo lugar, tenemos las pretensiones de las universidades francesas de finales del siglo XIX que también formarán parte de la cartografía de la Universidad Moderna. La enseñanza superior francesa tenía como objetivo primordial formar profesionales de élite. Dicho sistema surgió de una necesidad real relacionada con la Revolución francesa y las reformas napoleónicas, a saber, la necesidad de establecer un mecanismo que posibilitara las bases y las condiciones propicias que permitieran incentivar la competencia práctica y profesional de los individuos; y es que las nuevas pretensiones políticas exigían hombres de gran valentía y talento cuyo esfuerzo y honor se centrase en un solo campo de estudio, ya sea en la ciencia, en la milicia, en la medicina, en la política, etcétera. Estos sujetos, además, tenían que estar dispuestos a competir, casi brutalmente, por un trabajo remunerado.

 

Y será en Alemania dónde nacerá un proyecto cuya finalidad será la investigación de la cultura; de los elementos culturales. Tercer elemento de la Universidad Moderna. Las invasiones napoleónicas al país bávaro tuvieron repercusiones notorias en la codificación social. La pobreza fue una constante en una nación militarmente vencida, sin embargo, en el terreno académico, en los laureles de la intelectualidad, la cosa fluía de mejor forma.  “Así, la creación de la nueva Universidad de Berlín, en 1809, fue el resultado de un esfuerzo directo por recuperar en el terreno moral e intelectual lo que se había perdido en el terreno político como consecuencia de la ocupación napoleónica”.[8]

 

La Universidad de Berlín poseía un talente tanto humanista como nacionalista empapado de una doctrina de pensamiento humboldtiana. Humboldt consideraba que las Universidades eran aquellos lugares donde se podían reestructurar los elementos culturales de tal forma que los mismos se pudieran re-significar de acuerdo a las peticiones de los nuevos tiempos, y ello sólo sería posible por medio de la investigación. De hecho, a partir de la configuración de la Universidad de Berlín el anhelo por la investigación se convierte en un mecanismo eficaz para el control de un conocimiento que ya tendrá el ánimo de transformar el entorno. La “Universidad alemana se convirtió en la encarnación del ideal de especialización orientada hacia la investigación y el modelo de sistema progresista de enseñanza superior en otras sociedades avanzadas”.[9]

 

De una u otra forma los elementos mencionados codificarán el cuerpo de la Universidad Moderna. Así, ella tendrá que administrar todo tipo de conocimiento, todo tipo de saber apto para fines prácticos cuyo destino será predeterminar la experiencia de vida en distintas aristas de lo social. La institución en cuestión tendrá, en consecuencia, que 1) Formar individuos competentes para una sociedad que se encuentra en constante dinamismo; su labor será configurar hombres capaces de relacionarse en sociedad de manera inteligente; en ese sentido, habrá quien dicte y habrá quien obedezca las normas de comportamiento. 2) Tendrá que estructurar las condiciones suficientes para introducir la especialización y el profesionalismo de los sujetos con el afán de que cada cual este lo mejor capacitado para realizar su trabajo y 3) Tendrá que priorizar la investigación por sobre todo. Por lo anterior, tiene mucho sentido decir que los sujetos codificados dentro de las universidades se verán, y se ven, inmiscuidos en un proceso formativo donde tarde o temprano devienen en investigadores especializados cuyo talente les ha de permitir relacionarse con su entorno cotidiano de una manera más que laudable. El afán por la investigación, principalmente de los fenómenos cotidianos cuyas consecuencias, bondadosas o perversas, son visibles y contundentes en el campo social, será el motor de la acción de esas subjetividades. Con ese performance, la universidad adquiere una gran relevancia en el ámbito de la vida social. Por ello:

 

Mientras que a principios del siglo XIX se creía que las aspiraciones históricas del género humano se alcanzarían a través de un desarrollo progresivo de instituciones representativas, el siglo XX acude a las universidades para hacer frente a las profundas implicaciones de la tecnología y el crecimiento de la población. Se asegura prácticamente a diario al público, y la comunidad académica se congratula, que sin la gran universidad moderna orientada hacia la investigación sería prácticamente imposible para la sociedad contemporánea cumplir con sus obligaciones.[10]

 

Ahora bien, la investigación universitaria, aunque así no lo parezca, es meramente instrumentalista, o si se prefiere, es máquina biopolítica, pues posibilita cuantificar de manera clara los fenómenos de corte social, es decir, mide, controla y disciplina los flujos de fuerza que constituyen las poblaciones. Entonces, los especialistas, los científicos, los sociólogos, entre otros gremios de profesionales tomarán las calles y sus manifestaciones barbáricas, para su estudio. Analizarán, por ejemplo, los actos de barbarie llevados a cabo por parte de la autoridad, las modulaciones de violencia, la pobreza, los actos de sacrificio político, entre otros acontecimientos. Esto, a su vez, es la condición que posibilita un estudio profundo y sistemático de lo acontecido, de lo que acontece en un momento dado. La investigación tomará el espectro cultural de una u otra forma para recopilar datos y tratar de mejorar aquello que fractura lo deseable de la vida. La investigación profesional impulsada por la Universidad Moderna reconfigura datos para mantener y conservar los elementos culturales pertinentes para la vida social y política, mecanismo que también sirve para lo contrario: seleccionar los elementos que ya no satisfacen, que ya no son útiles para la administración de las poblaciones. En otras palabras, la investigación permite la administración de la cultura y con ello la administración de la vida de los hombres, la administración por medio del saber técnico y profesional, al tiempo que el disciplinamiento de los sujetos que la ejercen.

 

Esto toma sentido si consideramos que la investigación es “[…] la transformación controlada o dirigida de una situación indeterminada en sus distinciones y relaciones constitutivas que convierte los elementos de la situación original en un todo unificado”.[11] La investigación dará puntos claros donde todo era difuso en un primer momento; los problemas, a partir de ella, podrán cuantificarse, dividirse, marcarse e identificarse a escala; habrá, gracias a ella, cifras con las que se podrán crear estadísticas, y si algo ha de permitir ello, es la mejor administración tanto de los problemas como de las soluciones de los mismos. Esta red de producción de saberes que se gesta dentro de la Universidad ha permitido que las instituciones gubernamentales formen nexos con ella en clave de disciplina y control. Por lo que:

 

Empezaron a surgir políticas públicas para proteger e interceptar esa fuente de poder y prosperidad. Durante la mayor parte del período de posguerra, los oradores de la academia estaban más que dispuestos a aceptar el reto de las ciencias como «la frontera interminable». El servicio a la sociedad llevó al apoyo a la ciencia, a una creciente legitimación a largo plazo de las instituciones de enseñanza y a dar voz a los eruditos en los consejos de los poderes fácticos.[12]

 

Ante dicho escenario, las Universidades se empeñaron, y lo siguen haciendo, por ofrecer los mejores proyectos de investigación apegados a las demandas de los problemas más desgastantes para un cuerpo político, que en su mayoría son económicos. Desde una plataforma ontológica del saber es posible vislumbrar las condiciones negativas que afectan tanto a la población como a la economía de ésta, siendo su explotación un mecanismo apto para generar ganancias al reducir los problemas sociales a nivel estatal. Ahora bien, hay un supuesto que da sentido a todo esto, supuesto que considera que la investigación profunda de los acontecimientos ofrece una elevada calidad de vida y un aumento exponencial de la economía. Tomando en cuenta lo mencionado, es importante señalar que después de la posguerra, entre 1950 y 1960, se establecen las primeras políticas de investigación internacional discutidas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCEDE). Es claro, la investigación permite la elaboración de estrategias que garantizan el desarrollo de la economía y la estabilidad de ella y, al mismo tiempo, permite la estabilidad de un proyecto político, pues lo que acaece en un campo lo hace de manera simultánea en el otro dentro de un sistema capitalista.

 

Por tal motivo, un gran número de organismos políticos asesoran los diferentes proyectos de investigación de las Universidades públicas y privadas en todo el mundo. En efecto, la disponibilidad a investigar de las universidades en miras de alcances administrativos y de rentabilidad de lo social (solucionar problemas de dicho corte), es lo que les permite su estabilidad, ya que las diferentes facciones políticas que gobiernan en un Estado les asignan el presupuesto necesario para su funcionamiento si y sólo si se encuentra entre sus objetivos hallar o recrear el saber en aras de garantizar una vida social más amable y dichosa en un sentido económico. Bajo esa lógica tiene demasiado sentido traducir la investigación universitaria “[…] en demandas tanto de organismos políticos de asesoría científica a nivel de gabinete como a la realización sistemática de estadísticas oficiales sobre los gastos”[13] que se invierten en la cultivación de las poblaciones. Los organismos políticos mantienen gran atención en el presupuesto económico que se invierte en las instituciones educativas de nivel superior en pos de la investigación profesional capaz de transformar lo social en elementos económicos que podrán ser administrados.

 

En ese sentido, investigación es igual a plusvalía-gubernamental. A la Universidad moderna se le administra mientras ella permita administrar a la población mediante una inversión que duplicará la ganancia; ganancia que se traducirá en control y disciplina de las poblaciones. Esto es logrado ya mediante datos concretos, mediante una verdad que inhibe y niega a otras tantas; una verdad que hace posible el nacimiento de subjetividades cuyo carácter económico-liberal dicta la orden de vivir para el consumo y morir en el trabajo.

 

II

 

En el capitalismo, sin importar la variante, todas las personas, que son flujos de fuerza, no necesariamente responden de la misma manera ante circunstancias que, en apariencia, perecieran homogéneas. La acción está determinada por la jerarquía. ¿Quiénes dictan las normas o, por lo menos, quiénes ordenen lo que debe hacerse en el campo de lo social? Supongamos el caso de una persona enferma. Esta persona no produce más que lo necesario para vivir, es decir, sólo produce el trabajo suficiente para satisfacer sus necesidades más primitivas. Ella, al enfermar, seguramente no tendrá la posibilidad de acudir al médico, lo que implica que trabaje enferma, esa condición en el peor de los escenarios podría conducirle a la muerte. Por el lado opuesto, tenemos a una persona codificada mediante la disciplina de la Universidad. Si enferma, seguramente podrá resguardarse en casa después de la intervención médica y una vez alcanzando el restablecimiento de la salud podrá regresar al trabajo. En este último caso, curiosamente, el médico dicta y ordena. Dicta, posiblemente, cuarentena o prescribe medicamentos. El perfil del profesional le da autoridad y en este caso, y es decisivo decirlo de esa forma, nadie es médico en un sentido profesional si no hay institución universitaria que lo enuncie; no hay biólogo, filósofo, epidemiólogo, científico, si no existe una institución que los respalde; no hay profesional sin título universitario, no hay autoridad sin el saber profesional y científico gestado en la universidad moderna.

 

Parece que la salida de la minoría de edad en un sentido homogéneo es imposible en una estructura jerárquica cimentada en una ontología de lo Uno, como sucede en el capitalismo. ¿Quiénes pueden dictar lo que se debe hacer, lo que se debe esperar y lo que se debe conocer dentro del campo de lo social en la estructura capitalista? Los profesionales, sin duda. Son ellos quienes saben decir, quienes saben hacer ver lo que es mejor ¿mejor para quién? Para el cuerpo social, que es ya un cuerpo económico; entonces, el que sabe decir y el que sabe hacer ver juega siempre a favor de la producción económica y de la administración de la población. Pero ¿en qué consiste ese hacer ver y ese saber decir?, ¿cómo estas dos condiciones podrían ordenar cuáles son las vidas que valen la pena de ser administradas?

 

Hay que advertir que las visibilidades y las enunciaciones son acontecimientos que se presentan en una estratificación histórica que se mueve bajo redes de múltiples situaciones que se encuentran relacionadas con hábitos y convicciones muy concretas. Entonces, las visibilidades se dicen, las enunciaciones por su parte se hacen aparecer. Las mejores voces para ello son las de los flujos de más alta jerarquía. La autoridad dicta qué tiene que verse y qué tiene que enunciarse. Podríamos decir que en su conjunción ambos elementos conforman la verdad, es decir, son los criterios de verdad para la constitución de lo real. La cuestión se hace compleja, pues se podría suponer que las visibilidades se apropian de los enunciados y estos se apropian de las visibilidades para la construcción de lo real; ello es lo que hace posible que los acontecimientos tengan injerencia en el comportamiento de las poblaciones.

 

Ahora bien, no hay que pasar por alto que ningún acontecimiento es un hecho, que ninguna realidad se construye ante otra más que por medio de la fuerza del discurso que, muchas de las veces, es intempestivo y violento. Así, los acontecimientos discursivos se objetivan de innumerables maneras y dentro del rio de las posibilidades. Surge, en efecto, ante cualquier fenómeno, una avalancha de producciones discursivas que instauran prácticas de vida vinculadas a la vida ética y política de los sujetos, las cuales están ancladas a una formación histórica. En este caso, y siguiendo la ruta que trazó Michel Foucault en La Arqueología del Saber, diremos que todo pasa por el discurso, que todo es saber. No hay experiencia antes del saber; no hay vivencia prístina, porque la misma ha enunciado sus implicaciones antes de aparecer, es decir, que la vivencia experiencial antes de marcar a un cuerpo es ya un saber, pues lo que se hace visible y enunciable es un conjunto, una relación de fuerzas entre distintos discursos que se presentan como algo que, en virtud de proteger la existencia individual y colectiva, hace posible un mundo de vivencias predeterminadas. De ese modo, cada estrato histórico presenta sus acontecimientos de una manera muy concreta, y cada estrato histórico, a su vez, constituye las subjetividades que lo hacen posible.

 

Saber decir y saber hacer ver son acciones que condicionan y predeterminan las posibilidades de experienciar la vida, dando así a los diferentes aconteceres cotidianos matices que determinarán las acciones de las personas. Sin embargo, no todos tienen el perfil para dictar lo que se debe hacer ver y lo que se debe enunciar. Parece que ello ha sido un imperativo en las relaciones de poder que se han presentado de manera diversa a lo largo de la historia. El capitalismo, que posibilita el movimiento de sus flujos en el registro de la Ontología de lo Uno, mantiene jerarquías que se basan en la acumulación del conocimiento. En ocasiones, los que tengan más conocimiento tienen el control y el dominio de lo Otro. En ese sentido, y dependiendo de la esfera en la que se desee actuar no todos podrán visibilizar y enunciar lo que por predeterminación se tiene que visibilizar y enunciar. Si deseamos encontrar un culpable de un crimen, es el espectro policial quien pude dictar quiénes son los sospechosos; es el juez, sin embargo, el que sentencia después de seguir un procedimiento metódico. Si deseamos encontrar mecanismos de acción para entender el desarrollo de la consciencia hacia el Yo, es el psicoanalista el que dicta la norma y la orden para llegar a él. En todo momento, son los profesionales los que dictan y visibilizan las condiciones que permiten una determinada realidad.

 

Las enunciaciones y las visibilidades tienen una función imperativa que determinan la acción y la producción. En efecto, es en las universidades modernas donde el juego de las visibilidades que se apropian de las enunciaciones, y viceversa, se convierten en la condición de posibilidad para fomentar las jerarquías con las que funcionará el homo economicus en su sentido universitario, el flujo más potente dentro de las sociedades capitalistas. El diagrama formado por dichos elementos construye dispositivos que modulan por decretos y órdenes la realización del sujeto, por lo que la Universidad deviene en máquina de saber decir y en máquina de hacer observar lo necesario para controlar lo que puede gobernarse, a saber, la vida y la cultura de las personas a través de la verdad, a través de discursos.

 

La normalidad que controla lo social en el sentido estatal está dictada por las principales Universidades del mundo. En el caso de México, por ejemplo, la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM) tiene como misión “[…] impartir educación superior para formar profesionales, investigadores, profesores universitarios y técnicos útiles a la sociedad; organizar y realizar investigaciones, principalmente acerca de las condiciones y los problemas nacionales, y extender con la mayor amplitud posible los beneficios de la cultura”.[14] Por tanto su misión es al mismo tiempo tecnología de control y administración de lo social.

 

De la estructura de las instituciones universitarias más importantes de México se nutre el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, que fue creado por disposición del Congreso de la Unión el 29 de diciembre del año de 1970. Fue pensado como un organismo público descentralizado del Estado, pero con un compromiso directo con él. A pesar de ello, goza de autonomía técnica, operativa y administrativa. Cabe señalar que  tiene por objetivo  “[…] ser la entidad asesora del Ejecutivo Federal y especializada para articular las políticas públicas del gobierno federal y promover el desarrollo de la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la innovación a fin de impulsar la modernización tecnológica del país”.[15] El hecho de asesorar al poder ejecutivo le convierte en máquina que por una parte dicta y que por otra visibiliza las formas en que ciertos problemas sociales se tienen que mostrar para determinar si es plausible erradicarlos o sólo administrarlos lo mejor posible para evitar un daño económico que impida el progreso y el camino para la construcción de una Nueva Atlántida.

 

Ello desnuda que toda vida, que en potencia puede ser un problema, es digna de administrarse siempre y cuando se haga visible y enunciable desde el registro de lo conveniente y de lo inconveniente económicamente hablando. La vida del pobre y los flujos que implica, bajo esa lógica, se administrarán para impedir que la pobreza devenga regla general (al menos en teoría); la vida del monstruo también se estudiará para posibilitar la circulación de algunas monstruosidades que permitirán el nacimiento de nuevos mercados, por ejemplo, el narcotráfico. La vida del narcotraficante será la monstruosidad que se gestionará bajo diferentes matices, nunca se erradicará por completo por más análisis profundos que haya sobre el tema, pues su figura abre mercados donde la venta de armas equivale a la venta de seguridad brindada por parte del Estado. En este caso resulta práctico visibilizar y enunciar la vida del criminal narcotraficante tal y como lo hace la sociología y la antropología y no desde las miras de la filosofía o la psicología, porque dentro del régimen universitario no todos, aunque científicos y profesionales, pueden reflexionar sobre los mismos campos de acción social. Así, dentro de la universidad misma, los flujos poseen direcciones bien definidas, pues cada cual posee su perfil, cada cual dicta y ordena en un determinado campo social. En sí, toda vida es digna de ser administrada, es decir, de ser visibilizada y enunciada, en tanto que posibilite una ganancia o una pérdida económica y ello lo dicta, claro está, el discurso profesional-universitario.

 

III

 

El cuidado, en este contexto, se convierte en el régimen de la verdad biopolítica, en la raíz de aquello que es significativo para la vida colectiva, a saber, el orden y la administración. Lo anterior implica entender la verdad dislocada del campo de la epistemología, pero anclada en el marco de la ontología. Así, adquiere una profundidad política, ya que es el campo de ésta la que minará las aristas diversas que harán posible ciertas formas de regular el comportamiento de las personas por medio de los discursos.

 

La verdad y las subjetividades que la enuncian se colocan en una red de constantes fricciones donde chocan el poder, el saber y el cuidado. Retomando la figura del intelectual, éste deviene, en ese juego dinámico de poder, en el gestor de algunas prácticas indispensables para el bienestar social, pues él posee la verdad. En épocas de crisis, en momentos de contingencia, serán los intelectuales, los técnicos y los profesionistas los que tendrán, de alguna forma, los discursos de verdad que alentarán ciertas formas de cuidado y de asumir la vida.

 

Tomemos el contexto desdichado de nuestros días para ejemplificar lo mencionado. Actualmente vivimos, bajo una emergencia sanitaria provocada por la aparición del virus Sars-Cov-2, en un contexto pandémico. Ante esta situación han sido múltiples los discursos que han intentado visibilizar a la pandemia para darle contenido verosímil frente a un presente. En ese sentido, le han tratado de explicar algunas voces autorizadas desde su especificidad, preguntado por las causas originarias de la enfermedad misma. De hecho, ese ha sido el modo en que la ciencia positiva, y todo el gremio perteneciente o identificado a ella, ha procedido.

 

Entonces, los epidemiólogos, los biólogos, los químicos y un gran etcétera se han realizado interrogantes como las siguientes: ¿qué es la enfermedad Covid-19? ¿Cuál es su origen? ¿Cuál es su medio de propagación? ¿Habrá una cura para ello? ¿Qué tipo de estrategias podemos utilizar, en términos de política social, para contener la propagación del virus? En su mayoría las preguntas anteriores se mueven en el registro de la acción inmediata; se mueven bajo el registro de lo que podríamos denominar conocimiento instrumental, por lo que están vinculadas directamente con un paradigma que suele enfocar sus miras a la esencialidad y utilidad de las cosas.

 

Pensar en el origen de un ente infeccioso en términos de su esencia biológica exige dislocar la enfermedad misma de todo un sistema de redes discursivas, vinculando la potencia de la enfermedad sólo con un talante de la humana condición de las personas. En ese sentido, el nuevo coronavirus se ha enunciado desde las condiciones biológicas del enfermo. Y es que lo que importa, bajo esa lógica, es la vida biológica de las personas. Ahora bien, las aristas que se trastocan en esa lectura de la enfermedad son las de cuerpo-especie vinculadas a las leyes de la naturaleza. La enfermedad, pues, responde a las leyes de la naturaleza biológica. En consecuencia, lo que importa defender, la prioridad del cuidado ha sido la salud en su dimensión biológica, dejando de lado toda la dimensión sintiente de la persona.

 

No olvidemos que el capitalismo ha logrado socializar el cuerpo en función de la fuerza y las acciones que permiten el trabajo. Por ello “[…] el control social sobre los individuos no se [opera] simplemente a través de la conciencia o de la ideología, sino que se [ejerce] sobre el cuerpo, y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista lo más importante [es] lo biopolítico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica”.[16] En el momento en que el nuevo coronavirus se presentó por diversas narrativas como agente patógeno, el cuerpo como realidad biopolítica y el juego de la medicina en ese mismo registro hicieron de la pandemia una condición categorial que dicta la acción y la transformación del comportamiento de las poblaciones, ello, en aras de garantizar la seguridad en términos biológicos, pero también en términos económicos. Tener una lectura de la humana condición desde la ciencia positiva hace del biopoder una alternativa muy viable, no sólo para diagnosticar las circunstancias actuales de la pandemia, sino también para transformar lo real a través de la disciplina y el control. En este escenario sólo se puede padecer la pandemia, no hay manera de resistirla.

 

Las formas de cuidado que se gestan a partir de la enunciación de una posible realidad y que toman verisimilitud porque existe toda una cuadrilla de subjetividades que lo permiten, forman parte de una red de gubernamentalidad, es decir, de un arte de gobierno que intenta “[…] poner en práctica la economía, una economía a nivel de todo el Estado, es decir, tener con respecto a los habitantes, a las riquezas, a las conductas de todos y cada uno, una forma de vigilancia, de control”.[17] La pandemia funciona como la condición de posibilidad que permite que los ejes de la gubernamentalidad esculpan las subjetividades cuya autoridad marcará las líneas de comportamiento de todos los que son susceptibles a la enfermedad. El médico se convertirá, se convirtió, en el confidente de nuestro tiempo pandémico, ya que él escucha la terrible confesión de declararse enfermo o de temer a la enfermedad. El epidemiólogo, el biólogo, el químico, el matemático con sus estadísticas, todos ellos profesionales en su labor, se han convertido en las figuras de verdad que permiten el gobierno sobre la vida en tiempos de pandemia. Son ellos los que le han dado vida y potencia a la narrativa de la pandemia. Son ellos los que saben decir y saben hacer ver lo esencial para mantener nuestro cuidado y así podamos conservar la vida.

 

La Universidad moderna, sin duda, ha permitido la constitución de subjetividades que pueden dirigir el comportamiento de las vidas administrables en el sentido del biopoder, sin embargo, y con esto me gustaría cerrar, también puede ser el espacio que codifique las condiciones para el nacimiento de un pensamiento de la fuerza; de un pensamiento alegre, es decir, de prácticas que van más allá de una representación epistemológica del saber y que permitan el buen cuidado de sí por medio de la sublevación.

 

Todo discurso de verdad, toda enunciación de la verdad empieza con una pregunta. En ese sentido, es casi una regla general preguntarse por los elementos básicos que nos interpelan en tanto personas políticas cuya dimensión sintiente es muy potente. En efecto, debemos advertir que preguntarse por las consecuencias sociales, ontológicas, afectivas y hasta psicológicas que se derivan de algún acontecimiento, se vuelve más que en una necesidad, en un compromiso de cuidado de uno mismo hacia los otros. Y es en esa práctica del pensamiento en donde debemos de poner especial cuidado por las implicaciones que pueden desprenderse de las preguntas realizadas para entender una tal situación.

 

No cabe duda de que debemos describir lo que acontece, recordando que aunque parezcan claras las causas, los estragos, los dolores y las preocupaciones excitadas por ciertas circunstancias, aunque toda estratificación histórica muestre todo lo que tenga que mostrar y diga todo lo que tenga que decir, nada es tan evidente. Todos los discursos, todas las improntas, todas las prácticas motivadas por un acontecer tienen vestigios muy profundos que debemos analizar. Los detalles están siempre presentes y ahí, al tejerlos y descubrirlos, está la posibilidad de sublevarse. Como pensadores, como escritores, más en específico como intelectuales “[…] sólo bastaría con que [se] observe lo que [se ] hace y lo que pasa en lo que [se] hace […] Es allí donde uno da con esa idea de sublevación […] la idea de que el rol de intelectual consiste en mostrar que esta realidad que se nos presenta como evidente y de suyo es, de hecho, frágil”.[18] Así “[…] el físico en su laboratorio, el historiador que conoce el cristianismo de los primeros siglos, el sociólogo […], me parece que toda esa gente, a partir incluso de lo que hay de más especial en su especialidad, de más específico en su saber, puede perfectamente hacer aparecer esos puntos de debilitación de las evidencias de lo real”.[19]

 

Es evidente, como lo dice Michel Foucault, que toda ruta de poder traza, a su vez, un sendero de resistencia. En otras palabras, podemos decir que donde hay control, bajo la comprensión de lo que sucede con el poder mismo, se pueden construir las condiciones propias de la sublevación. Esto tiene sentido si señalamos que, bajo el registro de lo planteado hasta aquí, toda verdad que constituye lo real es una creación del discurso. No hay, pues, realidad sin verdad y no hay verdad sin enunciación. Ahora bien, el hecho de que la verdad se manifieste de esa forma no implica, necesariamente, un punto negativo. De hecho, es gracias a ese proceder, o mejor dicho, es gracias a esa posibilidad de creación del discurso que podemos responder a las verdades que dan sentido verosímil a nuestro tiempo de una forma violenta. Entonces, las respuestas a las maneras comunes de enfrentar los problemas de la realidad tienen que estar llenas de fuerza, de vitalidad, de creatividad y para ello es menester dilucidar las condiciones que han permitido el reinado de lo que en apariencia es la verdad inmutable.

 

Violentos, despreocupados por lo que está establecido, valientes, así tenemos que ser para cuestionar lo que parece incuestionable, para decir lo que no está permitido decir; para hacer ver lo que es, en apariencia, invisible. En efecto, podemos trastocar lo real que parece muy nuestro para dar con narrativas verosímiles que hagan visible la vulnerabilidad de toda verdad. Esto da paso a pensar en una condición de creación constante de nuevas posibilidades de existencia, pues no todo está dicho, no todo está terminado. La verdad como creación de mecanismos de dictado y obediencia tiene fracturas que nos conducen a la desobediencia, es decir, a la creación de alternativas para habitar. Esta sublevación, claro que puede ocurrir en las universidades, pues son espacios que, si bien ya están predeterminados por un discurso de verdad, pueden explorarse y habitarse desde un registro que no sea el de la producción liberal y económica. Romper con esa lógica y codificar las condiciones que constituyan la formación de subjetividades que apelen al cuidado de sí y de los otros no el registro de lo económico, sino en el registro del compromiso con la existencia en su dimensión política, es posible como regla general; de hecho siempre sucede, porque donde hay control hay sublevación, sólo se necesita encontrar un punto de apoyo que nos muestre que toda realidad, que toda verdad, es una ficción con implicaciones de muerte, dolor y tragedia, pero también de alegría y de gozos por la vida. En suma, sólo hace falta decidir qué se quiere ver y qué se quiere decir, como lo indica Nietzsche:

 

Cuando un extranjero quiere conocer la vida de nuestras universidades pregunta ante todo con insistencia: “¿De qué modo entran en relación vuestros estudiantes con la universidad?” Nosotros respondemos: “A través del oído, como oyentes”. El extranjero se asombra. “¿Sólo a través del oído?”, vuelve a preguntar. “Sólo a través del oído”, volvemos a responder. El estudiante escucha. Cuando habla, cuando mira, cuando camina, cuando está en sociedad, cuando se ocupa de arte, en resumen, cuando vive, es autónomo, o sea, independiente de la institución de cultura. Con bastante frecuencia el estudiante escribe también, mientras escucha. Ésos son los momentos en que está unido al cordón umbilical de la universidad. Puede escoger lo que desea escuchar, no necesita creer en lo que escucha, puede taparse los oídos cundo no desea escuchar.[20]

 

Bibliografía

  1. Dewey, J, Lógica, Teoría de la Investigación, México, Fondo de Cultura Económica, 1950.
  2. Foucault, Michel, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Barcelona, Planeta-Agostini, 1984.
  3. Foucault, Michel, Obras esenciales, Barcelona, Paidós, 2010.
  4. Foucault, Michel, Del gobierno de los vivos, Fondo de Cultura Económica, Bueno Aires, 2014-
  5. Foucault, Michel, Sublevarse, Chile, Catálogos Libros, 2017.
  6. Gobierno de México, Conacyt, https://www.conacyt.gob.mx/index.php/el-conacyt, consultado el 28 de mayo de 2020.
  7. Lyons, F. The Idea of a University: Newman to Robbins, Ed Ukra. 2002.
  8. Montoya, O., Scientia et Technica, Núm. 41, V. XV, mayo de 2009, Universidad Tecnológica de Pereira.
  9. Nietzsche, Friedrich, Sobre el porvenir de nuestras escuelas, Tusquets Editores, México, 2010.
  10. Perkin, H., La perspectiva histórica, Nueva York, Consejo Internacional para el Desarrollo Educativo, 1984.
  11. Rothblatt, S., La Revolución: Cambridge y la Sociedad en la Inglaterra victoriana, Nueva York, Básica Boolcs, 1968.
  12. Universidad Nacional Autónoma de México, La UNAM hoy, http://eprints.rclis.org/11812/2/CAPITULO_1.pdf, consultado el 28 de mayo de 2020.
  13. Wittrock, B., “¿Dinosaurios o Delfines? Origen y desarrollo de la universidad orientada a la investigación”, en Revista Educación. núm. 296, 1991. Colorado.

 

Notas
[1] Foucault, Michel, Del gobierno de los vivos, Fondo de Cultura Económica, Bueno Aires, 2014, p. 30.
[2] Ibidem., p. 26.
[3] Ibiídem., p. 27.
[4] Foucault, Michel, “Verdad y poder” en Obras esenciales, Paidós, Barcelona, 2010, p. 391.
[5] Montoya, O., Scientia et Technica, Núm. 41, V. XV, Mayo de 2009, Universidad  Tecnológica de Pereira. p. 160.
[6] Wittrock, B., “¿Dinosaurios o Delfines? En: Origen y desarrollo de la universidad orientada a la investigación, en Revista Educación. núm. 296, 1991. Colorado. p. 73.
[7] Lyons, F. The Idea of a University: Newman to Robbins, Ed Ukra. 2002 p. 120.
[8] Op. Cit., Wittrock, B., p. 80.
[9] Perkin, H. La perspectiva histórica, Nueva York, Consejo Internacional para el Desarrollo Educativo, 1984, p.34
[10] Rothblatt, S., La Revolución: Cambridge y la Sociedad en la Inglaterra Victoriana, Nueva York, Básica Boolcs, 1968, p.15
[11] Dewey, J, Lógica: Teoría de la Investigación, México, Fondo de Cultura Económica, 1950. p. 123.
[12] Op. Cit., Wittrock, B., p. 86.
[13] Ibidem., p. 88.
[14] Universidad Nacional Autónoma de México, La UNAM hoy, http://eprints.rclis.org/11812/2/CAPITULO_1.pdf, consultado el 28 de mayo de 2020.
[15] Gobierno de México, Conacyt, https://www.conacyt.gob.mx/index.php/el-conacyt, consultado el 28 de mayo de 2020.
[16] Foucault, Michel, “Nacimiento de la medicina social” en Obras esenciales, Paidós, Barcelona, 2010, p. 665.
[17] Foucault, Michel, “La gubernamentalidad” en Obras esenciales, Paidós, Barcelona, 2010, p. 843.
[18] Foucault, Michel, Sublevarse, Chile, Catálogos Libros, 2017, pp. 93-94
[19] Ibidem, p. 94.
[20] Nietzsche, Friedrich, Sobre el porvenir de nuestras escuelas, Tusquets Editores, México, 2010, pp. 149-150.