Colonización de las relaciones afectivas en la nueva normalidad

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Resumen

El actual mundo capitalista está caracterizado por la tendencia homogeneizante que gestiona un tipo de subjetividad específica en los individuos, enfocada a cumplir las demandas del mercado neoliberal. La subjetividad neoliberal se produce mediante mecanismos de administración y control biopolíticos planteados como neutrales y apolíticos – estrategia de poder que desde la pandemia ha acelerado la intervención de dispositivos que regulan cada aspecto del entorno social en favor de la salud y el bienestar humano. Este fenómeno puede interpretarse como continuación de la colonización, entendida como dinámica de control que prepondera una forma de vida hegemónica que supone la anulación de otras.

Palabras clave: colonización, producción de subjetividad, dispositivos, nueva normalidad, relaciones, afectividad.

 

Abstract

The current capitalist world is characterized by the homogenizing tendency that produces a specific type of subjectivity on individuals, focused on meeting the demands of the neoliberal market. Neoliberal subjectivity is produced through mechanisms of biopolitical management and control, proposed as neutral and non-political – a power strategy that since the beginning of the pandemic has accelerated the intervention of devices that regulate every aspect of the social environment in favor of health and human well-being. This phenomenon can be interpreted as a continuation of the colonization, understood as a dynamic of control that makes a hegemonic way of life predominant, which implies the annulment of others.

Keywords: colonization, subjectivity production, devices, new normal, relations, affect.

 

En el proceso de colonización se instalaron aspectos característicos de la modernidad en los territorios conquistados; libertad, progreso, individualidad, racionalidad, funcionalidad fueron de los principales discursos que pondrían en marcha el borramiento de múltiples formas de existencia mediante una operación homogeneizadora que alcanzaría escala planetaria en el actual sistema capitalista neoliberal. La violenta separación que impuso la vida civilizada entre pensamiento y emoción, entre sujeto y naturaleza, justificó la manipulación del entorno para utilizarle como recurso y la progresiva aplicación de tal estrategia a cualquier vida.

 

Diversas autoras y autores han afirmado que toda sociedad busca dirigir, en algún sentido, a su población; en Estrategias de Poder, Foucault se aboca a este asunto al afirmar que la modernidad, entre otros aspectos, supuso el despliegue del control científico sobre los cuerpos individuales y el cuerpo social —denominado biopoder— con el fin de administrar y ejercerse sobre la vida en todas sus aristas y pormenores. Una de las particularidades de las circunstancias actuales es que las formas de gestión y disciplinamiento de la vida que en un principio eran administradas por el Estado, ahora son incentivadas por el neoliberalismo y sus corporaciones, que les hacen coincidir con las necesidades del capital.

La colonización ha sido la forma de relación representativa e inherente al sistema capitalista, necesaria para su mantenimiento, que gestiona la subjetividad del sujeto a través de la demanda de congruencia con un repertorio cultural, su historia familiar, su experiencia personal, su identidad, sus sentimientos para sostener una experiencia de vida específica. La forma de vida neoliberal global que supone la asimilación o aniquilación de otras formas que se le oponen, calificada por autoras como Nava[1] como la progresiva occidentalización del mundo, o por Rolnik[2] como régimen colonial-capitalístico, apela al diseño de un tipo de individuo —emprendedor, productivo, empoderado, saludable física, mental y emocionalmente, etc.— congruente con los lineamientos del modelo.

 

La expansión de los imperativos del mercado y la imposición del sentido empresarial han fortalecido la idea de la individualidad como valor; a partir de la facultad para elegir qué consumir se puede definir quién ser y qué hacer en un mundo donde las opciones parecen predeterminadas. Este orden implica la homogeneización de la individualidad que tiene implicación en todos los aspectos de la existencia, incluido aquello que pareciera no tener posibilidad de ser sujeto a intervención, como los deseos, el pensamiento, las emociones – la subjetividad en general.

 

El sistema capitalista neoliberal, como todo régimen, depende de una forma específica de subjetividad para su viabilización y mantenimiento, donde el ámbito de las emociones destaca por su relevancia. Illouz[3] enfatiza en que las emociones son “un elemento psicológico, pero en mayor medida, un elemento cultural y social” organizadas de modo jerárquico que implícitamente estructura las disposiciones sociales y morales, con lo que puede descubrirse otro orden en la organización social del capitalismo al prestar atención a la construcción de cultura emocional especializada, donde las prácticas y discursos emocionales y económicos se configuran mutuamente.

 

Por su lado, en La política cultural de las emociones, Ahmed elabora detalladamente sobre las emociones a las cuales describe como la sensación de cambio corporal que toma lugar dependiendo de lo que el contacto inmediato con determinado objeto evoque de la historia de una persona, quien puede asimilarlo a través de sus sentidos. La autora destaca la cualidad relacional de las emociones, que propician reacciones de cercanía o lejanía hacia objetos y pertenecen a una economía general del sentir que socialmente va reforzando reacciones esperadas, por lo cual también define aquellas que están permitidas y de quiénes se acepta sean expresadas.

 

Es esto por lo que la emocionalidad juega un papel esencial cuando se trata del diseño de una pretendida individualidad; nuevas formas de sociabilidad son establecidas mediante nuevas técnicas y sentidos reforzados por el entrelazamiento de las necesidades del mercado y lenguajes como el de la psicología, lo cual genera estilos emocionales que redefinen cómo se piensan las relaciones del yo con los otros y sus posibilidades.[4]

 

En los últimos años parece haber un incremento constante respecto a la cantidad de personas ubicadas bajo el diagnóstico de algún trastorno–fenómeno que se ha disparado durante la pandemia. El planteamiento de los malestares como patologías individuales coloca la responsabilidad en cada persona de hacerse de los recursos que le permitan alcanzar un estado de bienestar, opacando el hecho de que es el mismo sistema que genera estos padecimientos, el mismo que denomina las maneras adecuadas de lidiar con ellos ejerciendo la libertad de consumo. Recurrir a expertos en salud cuya tarea es una mejor administración de la mano de obra y colocarse en el lugar del saber, sosteniendo que conocen mejor que la propia persona aquello que le sucede, mantienen las experiencias ajenas a quien las vive.

 

La medicalización ha transitado de ser un fenómeno en crecimiento a marcar las pautas de existencia cotidianas en lo que se ha designado nueva normalidad; aparece como una respuesta supuestamente apolítica y neutral en términos médicos y de la salud, es decir, se deslinda de la dimensión política, histórica y social y se le reduce a un problema personal con fundamento científico. Sin embargo, no necesariamente se involucra la mediación farmacológica para poner en marcha la mirada médica; prácticas que aluden a la inteligencia emocional, la rehabilitación social, el entrenamiento ejecutivo —incluso formas de sanación ancestrales, alternativas a la medicina occidental, como la acupuntura, la meditación, el yoga, la ayahuasca, entre otras— son capturadas por discursos que apelan a la funcionalidad, la inmunidad, el rendimiento, la productividad, la eficiencia, convenientes para el mantenimiento del modelo capitalista neoliberal.

 

Nava describe cómo el actual es un régimen defensor de la vida pero de manera negativa, sustentada en el principio de inmunidad.[5] Tan ansiada en el contexto pandémico actual y tal como demuestran las medidas de confinamiento, la inmunidad es una protección negativa de la vida puesto que implica un ejercicio de sustracción, contención y limitación en favor de la preservación de la vida en su noción biológica, es decir, su mera supervivencia, que a su vez requiere la disminución o anulación de intensidades y potencias. Bajo los discursos de protección o producción de vida a favor de la seguridad, la inclusión, la salud, etc. el control ejercido mediante técnicas normalizadoras no sólo es difícil de detectar, sino que generalmente es alentado y reproducido casi automáticamente por diversos actores en los múltiples contextos cotidianos, como el familiar, profesional, personal y demás.

 

Es por ello que Rolnik problematiza el hecho de que el actual régimen capitalista se base en el consumo para reprogramar y liberar malestares como manera de anestesiar o silenciar cómo las condiciones de vida actual repercuten en los cuerpos y bloquean la desestabilización necesaria para la gestación de nuevas formas de sentir, de vivir, de existir, como única forma de mantener la imagen estable propia y de las otras personas, congruente con las supuestas identidades.[6]

 

Los dispositivos y sus aplicaciones fortalecen esta dinámica por medio de la información con la que continuamente se les alimenta y de la cual no se está plenamente consciente como son rutas habituales para movilizarse, sitios visitados con frecuencia, interacciones que se establecen —no es novedad que las aplicaciones acceden a la configuración del micrófono de dispositivos móviles, haciendo común el encontrar publicidad en redes sociales referente a algo mencionado en una conversación reciente.

 

La relación aversiva que se ha planteado con aspectos propios de la existencia como la incertidumbre ha fomentado la dependencia a los gadgets para dirigir la cotidianeidad: consultar la ruta más eficiente para llegar a determinado destino, las evaluaciones de un producto o servicio que se considere adquirir, la compatibilidad al interior de un vínculo afectivo, el material de entretenimiento personalizado en plataformas de streaming, entre muchos otros ejemplos, orientan las existencias a favor de la comodidad, del reforzamiento de una misma, obstaculizando la improvisación, la exploración y la experimentación, reduciendo lo más posible la injerencia del error humano, influenciado por intereses particulares, sentimentalidades y demás.

 

Cada vez es más difícil detectar y cuestionar tales estrategias de control puesto que están respaldadas por la idea de que libremente se decide atender a las sugerencias que el algoritmo presenta. Se está sujeto por aquello que se desea, validado por emociones gratificantes: relaciones afectivas, metas profesionales, mantenimiento personal, etc. — y se teme a aquello en lo que nadie quiere convertirse: infectado, inmigrante, discapacitado, como existencias distanciadas de la representación general de vida humana.

 

Durante la pandemia se han aplicado medidas inclinadas hacia el bienestar —incluso supervivencia— de la vida humana que, de no ser por este suceso, habrían tardado décadas en adoptarse con las dimensiones actuales. La administración mundial de los entornos sociales, es decir, la producción de una forma específica de vida ha invadido todos los espacios por vía de la tecnología; la regulación de la cercanía entre cuerpos, sus tránsitos, sus cuidados se aplican a escala masiva, independientemente de las particularidades del contexto.

 

Mientras la homogeneización de existencias, de obstaculización de lo múltiple y lo diverso de la subjetividad, interviene directamente en las formas de expresión cotidianas características de una región como América Latina, donde el espacio personal suele reducirse constantemente al saludar con un beso o abrazo, cuestiones que también le caracterizan como la desigualdad social y pobreza exacerbadas en la mayoría de las ciudades han alcanzado niveles sin precedentes. Sin haber transcurrido un año de la implementación de medidas de confinamiento ante la pandemia, la riqueza de los más ricos se había acrecentado significativamente,[7] mientras un gran sector de la población mundial enfrentaba circunstancias cada vez más precarias, relacionadas con el acceso a servicios de salud, desalojos forzosos de viviendas, pérdidas de empleo, deserción escolar, incluso la ausencia de rituales funerarios y el duelo en solitario ante la pérdida de seres queridos.

 

La producción de subjetividad neoliberal por las corporaciones que concentran tal poder, dicta tendencias emocionales, de destinos vacacionales, de personalidades admirables y conductas reprobables, dirigiendo tanto el rumbo de las existencias que tengan el deseo y la capacidad de seguirlo, como de quienes no. Aquellos cuerpos que intuyen, sienten, encarnan el sometimiento ejercido por tales fuerzas, han de dar cuenta en un primer momento de cuál es el orden del cual se participa, para encontrar o gestionar los espacios donde se confabule el desordenamiento junto con otros.

 

Rolnik apunta al saber-del-cuerpo[8] como aquella brújula ética que dicta los ritmos que abren la posibilidad de generar un nuevo modo de existencia, guiado por nuestra capacidad de ser afectados; la subjetividad entra en tensión cuando la brújula moral que sostiene la percepción propia y del mundo resulta insuficiente y nos incita a reaccionar rápidamente y buscar salidas inmediatas ante la desestabilización. Para hacer frente a estos momentos que se presentan frecuentemente, la autora llama a dar cuenta del personaje que se juega en dicho arreglo circunstancial para inventar herramientas que habiliten el distanciamiento de este por medio de la creación de otro(s), dificultando el mantenimiento del evento. Esto lo ejemplifica con el comportamiento del Río Doce, en la Amazonía, que parecía haberse secado como resultado de la contaminación por la minera Valle de Río Doce, afectando a las comunidades aledañas cuya relación con el río trasciende hasta sus modos de existencia:

 

Cuando la vida se encuentra amenazada, cuando el río siente los efectos de esas fuerzas destructivas en su vitalidad, inmediatamente inventa su manera de seguir, bajo otra forma, transfigurándose, creando otro lugar, de otra manera; el río cumple así el destino de la vida, que en su esencia es un proceso continuo de transfiguración para seguir perseverando.[9]

 

La colonización de las relaciones afectivas ha sido posible por el ocultamiento de saberes de nuestro entorno, que son saberes del cuerpo, respecto a las vinculaciones que no advertimos por la atrofia de curiosidad y sensibilidad que obstaculiza la exploración de potencialidades, alentada por los ritmos de vida convenientes para mantener la rampante dinámica capitalista neoliberal. Poner en marcha prácticas de sanación, de cuidados, de alimentación, de defensa, de ataque, de acompañamiento que abran la posibilidad de una existencia más habitable, es un ejercicio que necesariamente ha de suceder entre un nosotros.

 

En contraste con la noción de libertad en la que se sostiene el actual sistema, referente al consumo basado en el deseo, las “emociones positivas” y la posibilidad de ajustarse a criterios predeterminados de identidad como ejercicio de la propia individualidad que marca una separación del otro, Garcés recupera la emancipación que abre paso a la “transformación libre y colectiva del mundo que compartimos”:

 

Liberarse no sería (…) sustraer los propios bienes (la propia libertad, la propia voluntad, la propia razón, la propia inteligencia, la propia riqueza…) al dominio de la comunidad y sus formas de vinculación (religión, tradición, nacimiento, etc.). Liberarse consistiría en poder crear y transformar colectivamente nuestras condiciones de existencia.[10]

 

La sospecha de aquello que nos entusiasma, conmueve, altera —principalmente de aquello que se nos presenta con la mera justificación: “por nuestro bien”, propicia el reconocimiento de los discursos en los que se sostienen nuestras vidas, que como el proceso de colonización suponen el aplanamiento de las existencias así como vislumbran las posibles fugas.

 

Bibliografía

  1. Ahmed, Sara, La política cultural de las emociones, Programa Universitario de Estudios de Género UNAM, México, 2015
  2. Aranda, José Luis, “La pandemia dispara las fortunas de los más ricos del planeta”, en El País, diciembre, 2020. https://elpais.com/economia/2020-12-31/la-pandemia-dispara-las-fortunas-de-los-mas-ricos-del-planeta.html Consultado el 7 de julio de 2021
  1. Bardet, Marie, “¿Cómo hacernos un cuerpo? Entrevista con Suely Rolnik”, en Lobo Suelto, mayo, 2018. http://lobosuelto.com/como-hacernos-un-cuerpo-entrevista-con-suely-rolnik-marie-bardet/ Consultado el 29 de marzo de 2021
  1. Foucault, Michel, Estrategias de poder, Paidós, España, 1999
  2. Garcés, Marina, Un mundo común, Bellaterra, Barcelona, 2013, pp. 14-20
  3. Illouz, Eva, Intimidades congeladas: las emociones en el capitalismo. Katz Editores, Buenos Aires, 2007
  4. Nava Becerra, Mayra Eréndira, “De la democracia biopolítico-inmunitaria a las posibilidades de habitar en común desde Latinoamérica”, en Reflexiones Marginales, Núm 52, julio, 2019. https://reflexionesmarginales.com.mx/blog/2019/07/31/de-la-democracia-biopolitico-inmunitaria-a-las-posibilidades-de-habitar-en-comun-desde-latinoamerica/ Consultado el 10 de marzo de 2021
  1. Rolnik, Suely, Esferas de la insurrección, Tinta Limón, Buenos Aires, 2019

 

Notas
[1] Mayra Eréndira Nava Becerra, “De la democracia biopolítico-inmunitaria a las posibilidades de habitar en común desde Latinoamérica, ed. cit., p. 71
[2] Suely Rolnik, Esferas de la insurrección, ed. cit., p. 11
[3] Eva Illouz, Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, ed. cit., p. 16
[4] Ibídem, p. 20
[5] Mayra Eréndira Nava Becerra, “De la democracia biopolítico-inmunitaria a las posibilidades de habitar en común desde Latinoamérica”, ed. cit., p. 29
[6] Marie Bardet, “¿Cómo hacernos un cuerpo? Entrevista con Suely Rolnik”, ed. cit., p. 9
[7] José Luis Aranda, “La pandemia dispara las fortunas de los más ricos del planeta”, ed. cit.
[8] Marie Bardet, “¿Cómo hacernos un cuerpo? Entrevista con Suely Rolnik”, ed. cit., p. 1
[9] Idem
[10] Marina Garcés, Un mundo común, ed. cit., p. 13