Prometeo contra Leviatán. Teorías sobre el Estado. Del liberalismo al anarquismo

“Prometeo contra Leviatán. Teorías sobre el Estado. Del liberalismo al anarquismo”, de Costas Despiniadis. Cuadernos de Contrahistoria, Fundación Anselmo Lorenzo (Delegación de Aranjuez), Aranjuez, 2021.

 

Costas Despiniadis confronta a los autores liberales de la teoría del Estado con sus críticos, algo que no suele ocurrir en las obras de síntesis. Estos autores suelen presentárnoslos aislados, sin destacar la importancia de su contexto histórico. Despiniadis no elude, como suele ser habitual en los manuales escolares, el análisis de las premisas y los fundamentos históricos que han servido para justificar las teorías sobre el contrato social desde su relación con la protección de la propiedad privada, la idea del ciudadano como propietario y eso esclarece por qué puede haber liberalismo sin democracia real, la justificación liberal del sufragio censitario y la prohibición por los primeros liberales de la huelga, el derecho de asociación o las restricciones a la libertad de expresión que legislaron. Nos ayuda a entender por qué el Estado liberal solo se democratizó presionado por las luchas sociales.

Esta breve historia de las teorías sobre el Estado que nos presenta Despiniadis también puede ayudarnos a comprender el papel que el Estado juega en las ideologías actuales. El Estado, legitimado por una antropología pesimista, alegando un individualismo “natural” que sirve para halagar al “pueblo” y desconfiar de la persona, gestiona políticas contra esta. Es una concepción que debe mucho a la idea del Estado de Hobbes. En este sentido, Despiniadis afirma que en el pensamiento de Hobbes “se reconocen los ingredientes […] que han hecho de Leviatán una obra fundacional tanto de corrientes liberales como totalitarias en la teoría política burguesa, porque precisamente la quintaesencia de su filosofía política es la preservación del statu quo político de cada sociedad desde el momento en que éste se afianza”.[1]

Para Locke, el “poder político” se define por el “derecho de dictar leyes bajo pena […] a fin de regular y preservar la propiedad”[2]. Para Locke, “desde el momento en que surge esta propiedad individual […] los seres humanos ya tienen necesidad de ‘leyes positivas’ que delimiten y protejan esta propiedad”. En consecuencia, Despiniadis dice que, para Locke, “[…] como ‘el fin principal de los hombres al entrar en sociedad es disfrutar de sus propiedades’, quienes no dispongan de propiedad […] ‘no pueden ser considerados como parte de la sociedad civil del país, cuyo fin principal es la preservación de la propiedad’”. Locke, según Despiniadis, “[…] no tiene en cuenta conflictos internos, desigualdades, intereses contrapuestos, estratificación social”.[3] También, dice Despiniadis “cuando Rousseau dice […] ‘que cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general’ […] pasa por alto cuestiones fundamentales de divisiones y discriminaciones sociales: de clase, económicas, institucionales”.[4]

Rousseau, a pesar de sus elementos en común con el resto de autores liberales, según Despiniadis, escribe:

 

[…] ‘el error de Hobbes y de los demás filósofos es que confunden al hombre natural con las personas que ven a su alrededor y transfieren a un sistema un ser que no puede existir a no ser en otro sistema’ […] ‘hablando sin cesar de necesidad, de codicia, de opresión, de deseo y de orgullo, han transferido al estado de naturaleza ideas tomadas de la sociedad: hablaban del hombre salvaje, y describen al hombre civil’. Rousseau También rechaza el argumento hobbesiano básico de que las personas, al delegar el poder del soberano, aseguran la paz y la tranquilidad y la protección que éste les proporciona. Las guerras entre los Estados […] son muchas más y más intensas”.[5]

 

Despiniadis pone el dedo en la llaga al confrontar el papel que para los autores recogidos en su libro tiene el pueblo o el ciudadano y sus ideas sobre el Estado. Sabiendo esto, se entiende mejor que para Hegel “las instituciones sociales sean objetivaciones de la voluntad”. Para Hegel, “el individuo […] encuentra en el cumplimiento de [sus deberes] […] la protección de su persona y de su propiedad, […] la conciencia y el orgullo de ser miembro de este todo”[6].

La réplica la darán los autores, anarquistas o no, que cuestionan el poder del Estado y, por añadidura, las teorías que lo legitiman. Despiniadis, con su selección, entabla un diálogo que se nos hurta, como ya he apuntado, cuando estas obras y sus autores se presentan aislados y desconectados. Así, el libro de Proudhon “¿Qué es la propiedad?” tiene un sentido más completo cuando lo vemos como una respuesta a los postulados de los autores liberales anteriores. Para Despiniadis, Proudhon pretende:

 

[…] desbaratar la afirmación generalizada (que también [sostiene] […] Locke) de que la gran propiedad surge simplemente del trabajo del propietario […]. Por el contrario, Proudhon sostiene que la propiedad es resultado de la ocupación primitiva […]. Antes de su trabajo, ocupó los ejidos, los cercó, puso a trabajar a otros para él, los explotó y, por lo tanto, en esas condiciones, su propiedad es producto de un robo. […] Cuando habéis pagado todas las fuerzas individuales, dejáis de pagar la fuerza colectiva; por consiguiente, siempre existe un derecho de propiedad colectiva que no habéis adquirido y que disfrutáis injustamente’ […] [Para Proudhon, según Despiniadis] el contrato social es el pacto que hace el hombre con el hombre y del que ha de resultar lo que se llama sociedad. […] La idea de contrato excluye la de Gobierno.[7]

 

Para Despiniadis, Proudhon, como si estuviese respondiendo a Hobbes, sostuvo que el “Estado presuponía una rivalidad realizada dentro de la sociedad […]. En cuanto esa rivalidad haya desaparecido a través de la revolución económica, también tiene que desaparecer el Estado”[8]. Más crítico resulta Bakunin quien afirmó que “la suprema ley del Estado es la auto preservación a toda costa”.[9]

Marx, que buscó un acercamiento a Proudhon y, finalmente, lo convirtió en objeto de una crítica personal, argumentó, según Despiniadis, que:

 

[…] la república parlamentaria era algo más que el terreno neutral en el que podían convivir con derechos iguales las dos facciones de la burguesía francesa […], la gran propiedad territorial y la industria. Era la condición inevitable para su dominación en común, la única forma de Gobierno en que su interés general de clase podía someter a la par las pretensiones de sus distintas facciones y las de las otras clases de la sociedad. Por eso, además, el mecanismo real y estable del Estado es independiente del Gobierno y permanece inalterable ante los eventuales cambios parlamentarios.[10]

 

De acuerdo con Despiniadis, Nietzsche, sin que lo podamos considerar ni marxista ni anarquista, a pesar de las influencias que pudo ejercer en estos últimos, describe:

 

[…] el terrible Estado de Leviatán de Hobbes. En el capítulo del Zaratustra ilustrativamente titulado ‘El nuevo ídolo’, escribe Nietzsche: ‘En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños […]. Abridme ahora los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama el más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y esta es la mentira que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’[11].

 

Sabemos que Nietzsche concluyó esta reflexión diciendo que “donde todavía hay pueblo no se comprende el Estado”. En esta línea, Bakunin, de cuya relación con Nietzsche se ocupa el libro de Despiniadis es presentado por este como alguien que:

 

[…] cuestiona enérgicamente la opinión que quiere al Estado como ‘encarnación del interés general’. […] Una trampa: ‘La producción capitalista moderna y la especulación bancaria exigen para su pleno desarrollo un gran aparato estatal centralizado, pues solo él es capaz de someter a su explotación a los millones de asalariados’. […] [Consecuentemente] rechazó la teoría del contrato social: ‘[…] ¿qué vemos a lo largo de la historia? [se preguntará]. El Estado ha sido siempre el patrimonio de una clase privilegiada […] para la salvación del Estado es absolutamente necesario que exista alguna clase privilegiada interesada en mantener su existencia. […]. [Así, para Bakunin, todo Estado […] es esencialmente una máquina para gobernar a las masas desde arriba, a través de una minoría inteligente y por tanto privilegiada que supuestamente conoce los verdaderos intereses del pueblo mejor que el propio pueblo.[12]

 

Sobre el conocimiento erróneo o imperfecto que exponen los autores liberales señalará Kropotkin, de acuerdo con Despiniadis, que:

[tanto Hobbes como Rousseau] no disponían de […] conocimientos paleoantropológicos, pero que se guiaban por ‘una visión pesimista de la humanidad’, se basaban en lo que conocían a través de historiadores, ‘siempre pendientes de las guerras, la crueldad y la opresión, y muy poco aparte de ello’, y sacaban la conclusión errónea de que los seres humanos en la prehistoria eran seres ‘siempre dispuestos a pelearse unos con otros, solo impedidos de hacerlo por la intervención de alguna autoridad’”. Para Kropotkin, “Hobbes no hizo más que presentar como una supuesta necesidad histórica y base del Estado aspiraciones políticas […] de la facción a la que pertenecía.[13]

Pero no solo serían las extrapolaciones las que harían vulnerable la teoría de Hobbes. Además, Despiniadis afirma que:

 

Foucault ha demostrado inequívocamente ese aspecto problemático de la teoría hobbesiana [sobre la “paz” que] […] dará lugar a una relación de dominación enteramente fundada sobre la guerra y sobre la propagación, en la paz, de los efectos de la guerra. […] Hobbes sostiene que […] nos encontramos, todavía y siempre, dentro de una relación de soberanía puesto que, a partir del momento en que los vencidos eligieron la vida y la obediencia […] han reconstituido una soberanía, han transformado a los vencedores en sus propios representantes.[14]

 

Locke, por su parte, también habría situado “retrospectivamente ‘en la naturaleza del hombre y de la sociedad ciertas ideas preconcebidas acerca de la naturaleza del hombre y de la sociedad del siglo XVII, que generalizó muy ahistóricamente’.[15] Desvelar los puntos débiles de las premisas que sustentan las teorías del Estado es una constante en el libro de Despiniadis. Por ello, finalmente, la síntesis que hace Despiniadis sobre las aportaciones de la antropología a la cuestión del “estado natural”, tan importante para sostener las teorías liberales sobre el Estado, no solo resultan pertinentes, sino que son el colofón con el que el autor parece considerar más válidas y eficaces las bases etnológicas de la crítica anarquista al Estado.

 

Notas
[1] Despiniadis, Costas, Prometeo contra Leviatán. Teorías sobre el Estado. Del liberalismo al anarquismo, Cuadernos de Contrahistoria y Fundación Anselmo Lorenzo (Delegación de Aranjuez), Aranjuez, 2021, p. 37.
[2] Ibid. p. 58.
[3] Ibid. pp. 63-65.
[4] Ibid. p. 46.
[5] Ibid. pp. 42-43.
[6] Ibid. p. 80.
[7] Ibid. pp. 106-108.
[8] Ibid. p. 114.
[9] Ibid. p. 129.
[10] Ibid. p. 98.
[11] Ibid. p. 203.
[12] Ibid. pp. 124-127.
[13] Ibid. p. 145.
[14] Ibid. p. 36.
[15] Ibid. p. 59.