Continuum interanimal, ética, epidemia y activismo

Imagen: Secretaría de Educación Pública, 1982.

 

 

Resumen                                                                                                                                                                    

Barbara Noske Afirma que “La gente parece rehuir la idea de estar muy cerca o en identificación con animales”, y esta aversión determina las formas en que nos relacionamos con otras especies. Ante estos presupuestos, resulta viable preguntarnos si el problematizar estas percepciones podrían contribuir a modificarlas, así como las prácticas en las que se traducen. Asimismo, posibilita preguntar de dónde vendrían estos discursos disruptivos, pues el saber institucional es el principal beneficiario de la explotación y cosificación animal. En estas líneas reitero del activismo animalista la tarea de alter-ar la percepción socio-cultural de los animales como inferiores; una lucha que encauzará a una identificación empática con lo animal, narrando, desde sus subjetividades y teorías, para descubrir-nos en un continuum con el otro animal.

Palabras clave: animales, continuum, alteridad, ética, humanocentrismo, activistas.

 

Abstract

Barbara Noske sustains “people seem to avoid the idea of being too close or in identification with animals”, this aversion determines the ways we interact with other species. Given these assumptions, it’s viable to ask if problematizing these perceptions could contribute to modify them, just like the practices into which they translate. In addition, it makes it possible to ask where those disruptive discourses come from, because the institutional knowledge is the main beneficiary of animal exploitation. In these lines I reiterate the hard task of animalism activists of alter-ing that counterproductive socio-cultural perception of animals as inferior, a fight that must channel an empathetic identification with the animal, narrating, from their subjectivities and theories, to discover ourselves in a continuum with the other animal.

Keywords: animals, continuum, otherness, ethic, humancentrism, activists

 

 

Indefiniciones

¿Qué responderíamos si en una encuesta callejera se nos preguntara a qué reino de la naturaleza pertenecen los humanos?

  1. a) Hongos. b) Protista. c)Animal c) Plantas d) Mónera (arqueas y bacterias) e) ¿Otro?

Ante la posibilidad que exista alguna duda (y hasta con cierta malicia intencional), ¿Qué pasaría si modificamos la opción e) por la categoría Angelical o divina? ¿Cuál sería la opción más recurrida para circunscribir la propia naturaleza humana?

Una propuesta como la anterior bien que puede ser vista como chapucera, pero no debería ser considerada pretenciosa (al menos no en exceso), o vista con tanto recelo: la posibilidad que la gente presente dificultad para identificarse con un hongo, un animal o una planta es muy amplia, tal vez tanto como la tentación de clasificarse como una creación divina y, por lo tanto, esta podría ser tenida como la mejor de las opciones a elegir.

Identificarse con algo o alguien más resulta un ejercicio elemental para incursionar y representarnos en la subjetividad de aquello, aquel o aquella que está allí, fuera de mí; identificarse o representarnos nos a abre a una hibridación de lo que soy con lo que no soy, lo cual no es poca cosa, todo lo contrario. Como lo escribe Coetzee, en su libro “Las vidas de los animales”: “hay personas que gozan de la capacidad de imaginar que son otras; hay personas que carecen de esta capacidad (y cuando esa carencia es extrema, los llamamos psicópatas), y hay otras personas que disponen de esa capacidad, pero que optan no ejercerla”. [i]

Lejos de validar cualquier esquematización Aristotélica (o “Lineonista”), o de abogar por patologizar cualquier conducta, buscamos aquí (y digo “buscamos”, no para hacer parecer lo escrito como neutral u objetivo, sino para hacer visibles a los parásitos con los que soy multitud en soledad) preguntarnos por aquellos que prefieren no ejercer tal capacidad, esta dificultad de pensar(nos) en otros animales; así mismo el reto de la ética animal, en tanto que “La dimensión ética se inicia cuando entra en escena el otro” [ii], el otro animal en este contexto, aquel con el que me niego a ser y estar en todos los demás contextos: ya sea el natural, cotidiano, industrial, económico, médico, pandémico, legislativo, etc., a menos que sea a condición de un yo in-alter-able y stulto soberano: soberano, en el sentido más derridiano, soberano, soberanía y sus instancias, y sus jurisprudencias, porque sometemos a otros animales a las leyes que creamos para ellos, según convenga.

De igual manera, enuncio de los y las activistas animalistas la vital tarea (vital en tanto que involucra la vita animal y la de la humana) de alter-ar aquella percepción socio-cultural de los animales (y, por lo tanto, de los animales per se), según la cual (y paradójicamente) la importancia de lo humano es inversamente proporcional a la importancia de lo animal (como si en algún momento el primero haya dejado de ser lo segundo); tarea que ha de encauzar el continuum de contactos animales en el que nos hemos inscrito, narrándolos desde sus perspectivas teórico-prácticas, para mostrarnos en el otro animal.

 

Escisión primera: ser                                                                                                                  

Resulta relativamente sencillo verificar (tanto como hablar para insultarnos), lo tanto que rehuimos situarnos como parte del reino animal, “La gente parece rehuir la idea de estar muy cerca o en identificación con animales”, como lo apunta Barbara Noske: [iii] la construcción histórica de lo humano ha sido en detrimento a “lo animal”, y poseemos una honda y gruesa seguridad ideológica (interiorizada, normalizada e inflada hasta el ridículo, y desde lo inmemorable) de que entre los humanos y los animales hay un atemporal abismo de diferencias insalvables, un dualismo. Residuos simbólicos que preconfiguran y determinan, hoy día, toda nuestra cosmovisión, en la que, por cierto, nos hemos dispuesto estratégica y cómodamente, inamovibles, al centro. Sitio “como telos final de la naturaleza y la cultura”. [iv]

Autoproclamarse (por una -buena- suerte de ecolalia o cliché histórico-cientificista) el centro del cosmos, tan obvio como es, equivale a transferirse la mayor cantidad de privilegios posibles, los privilegios de especie, el humanismo de la humanidad. En palabras de Jorge Riechmann y Mosterin en 1995, en estos residuos ideológicos “se pretende que de forma cuasi-definicional el hecho de ser humano equivalga al de disfrutar de ciertos privilegios de los que no puede disfrutar ningún otro ser”. [v] En caso contrario ¿qué sentido tendría tan artificiosa, pero provechosa, potestad?

Empero, conforme a tal voluntad de poder, no debemos pasar por alto que, bajo el signo antropológico institucional de lo qué es el ser humano, algunos humanos son más humanos que otros, y entre menos blanco, menos hombre, menos adulto, menos racional; entonces menos privilegios, menos derechos, menos humano. [vi]

De esta manera, no debería de causar extrañeza la gozosa y muy voluntariosa participación de estas convenientes convenciones, otrora concepciones filosófico-religiosas de lo humano, no hacerlo es simplemente renunciar al mejor de los lugares otorgados por un sistema, cultura o ideología; a dar la espalda a los supuestos con los que funcionan las propias instituciones, “las ideas judeocristianas como la que supone que los seres humanos están hechos a imagen y semejanza de Dios y son a quienes se les otorgó el señorío de la tierra, justifican de alguna manera esta explotación; ya sea desde sus más fervientes seguidores hasta laicos que en sus discursos evidencian conceptos religiosos como el de dignidad, alma o persona”. [vii]

 

Escisión segunda: estar                                                                                                   

Como es de esperarse, la postura antropocentrista [viii] requiere determinar cuál es el eje desde el que todo le circunde, un espacio propio que lo distinga: una jurisdicción, una cultura. Y tomar distancia de lo que no es humano, colocarlo en la periferia y, así, el interés correspondiente a aquello también será periférico, secundario, como ajeno, como lejano, inoperante; inconsecuente para con lo humano. Al mismo tiempo se ha propiciado una indiferencia, un desinterés sistemático por el animal per se y su hábitat, pero persistiendo con un interés y una organización por la comercialización y mercantilización de lo animal en tanto que reducción a carne, pelaje y derivados, así como por las técnicas que permitan explotarlos lo más rápido y eficientemente.

Entonces, consentir que somos una más entre otras muchas especies, declinar a la hegemonía, a la jerarquía, equivale a renunciar a los beneficios de especie. Frente a la imposibilidad de vedar los muchos puntos de contacto continuo con otras especies, hubo que legitimar lo que Marta Tafalla llama deseo de huida, y desplegar toda clase de estrategias para desasociarse de lo animal, y entre esas estrategias está el organizar a los animales, en un tono-todo neutral, formal, institucional; ello, desmentiría alguna familiaridad con el resto de las especies y, a manera del pasaje bíblico, nos refrendaría la “autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueva sobre la tierra”. [ix]

 

Especificaciones: ethos casa

La clasificación de las especies determinará el tipo de relación que se establecerán con cada animal. August Comte clasifica a los animales en 3 grupos: en la primera están los animales que representan peligro para la humanidad, y por ello deben eliminarse. En la segunda categoría están los animales criados por el hombre y para su consumo, aunque de este grupo extrae a algunos animales para integrar la categoría tercera; las especies a las que podemos utilizar como compañía, [x] aunque Millán cree que, a pesar de las muchas especies existentes y los muchos vínculos que podemos establecer con ellas, “en la vida urbana actual se designa el estatus de los otros animales con sólo un par de categorías legítimas y visibles: plagas y mascotas”. [xi]

Clasificar a los animales, crearlos y criarlos intensivamente y alimentarse de unos, transformarlos (“laboratorios nutritivos”, como los concibe Lévi-Strauss), y vestirse con otros, entrenar y divertirse a costa de aquellos, encerrar a algunos, experimentarse con estos otros, y a otros tantos obligarlos a trabajar para edificar el centro de lo humano; a los más dóciles hacerles permanecer como guardias de y en nuestros espacios, a forzarles a hacernos compañía, que provean afecto, experiencias estéticas o espirituales. Al resto, las plagas, los peligrosos, los indóciles, los feos, los que no correspondan a la crematística, [xii]] a los que no se pueda reificar, controlar, a esos habrá que echarlos de donde estén, exterminarlos.

 

Especificaciones: ethos costumbre

Parecería que a los animales que mejor les va son a las mascotas (recalco el parecería con el que inicio este párrafo, pues simplemente no les va mejor que a otros animales), y a los que presentan más “características humanas” (inteligencia, valentía, razón, belleza, elegancia, personalidad), y del resto de bestias, alimañas, ornamentos, mercancías, propiedades y desechos ¿Cómo querría alguien identificarse con aquello(s)?

Riechmann cree que “los límites son siempre una función de nuestras intenciones”, [xiii] y es así que una ética se ha echado a andar con la categorización de las especies, una ética discriminatoria, una ética especista de la que no es de extrañarse que sea in-alter-able a otras posibles. Manzoni cree que la obediencia y la conformidad (el miedo a la exclusión, o la necesidad de pertenecer) son los fenómenos psico-sociales que soportan este estatus especista. Y aunque su propuesta para desencantar todo este entramado es relativamente sencilla (la empatía, la desobediencia y la inconformidad), lo cierto es que el fenómeno se antoja mucho más complejo.

Especificaciones: ethos forja del carácter

Diferentes autores, desobedientes e inconformes, se han pronunciado por otras pautas de interacción para con otros animales, argumentando a favor de su inclusión en el círculo de iguales, por su consideración moral, valía inherente, libertad, instauración de derechos positivos, intervencionismo, agentividad, ciudadanía, simbiogénesis, etc., y las consecuencias del cambio de re-conocimiento. ¿Pero, por qué no han sido factibles más allá de lo teórico? ¿Por qué no hemos podido resignificar a los animales efectivamente (y afectivamente) como un otro en nuestras convicciones? Y es que “La argumentación racional no basta para convencer a los individuos de que cambien sus estilos de vida ni para situar la cuestión animal en el centro de la política. Esta situación nos obliga a adoptar un enfoque distinto del de nuestros antecesores”. [xiv]

Sería sencillo responder haciendo obvio lo obvio: “No hablan, caminan mal, no se saben sentar, el futuro les importa un bledo, no toman las decisiones que debieran tomar, no escriben, no leen… en pocas palabras, los animales no sirven como humanos, [xv] y complementaríamos con lo contenido en algunos de los párrafos anteriores, argumentando las muchas formas de bloquear posibilidades y, como en cualquier otro invento humanocentrista, llevar a los animales a un terreno conceptual humano, como las leyes, podría ser visto como desventajoso y tramposo en sí. ¿Cómo avanzar de este suelo tan sembrado de trampas? ¿Cómo salir de este círculo vicioso?

 

El continuum interanimal: asíntotas en espiral

Entonces, un argumento para tomar distancia de una interacción digna con otras especies es que “la ética es asunto humano, de humanos, entre humanos y para humanos, no para animales”, por ello hemos preferido hacer brotar otra rama a la ética (curiosamente, sin que por ello deje de ser parte de la ética), para que los humanos se ocupen de lo relativo a los animales y su estatus moral, considerándoles (con sus limitaciones y convenientes relativizaciones, que son las mismas que nosotros imponemos) agentes morales pasivos, en tanto que pueden disfrutar y sufrir. Así pues, una ética animal (desde diversas perspectivas) haría hincapié en los deberes de los humanos hacia a los otros animales (y habrá que revisar las respectivas limitaciones y convenientes relativizaciones de cada propuesta).

Si creemos a pie juntillas que la ética es asunto de humanos, entonces ¿por qué nuestras escisiones, decisiones y acciones no han dejado de afectarles? ¿por qué no hemos podido dejarles en paz, allá, en su otro espacio, en la naturaleza, con su no-ética animal?

El continuum interanimal (concepto que antropóloga y filósofa Ana Cristina Ramírez Barreto, probablemente retome del continnum animal-humano de Barbara Noske, una idea en la que “animales y humanos no pueden ser radicalmente diferentes si de hecho forman sociedades juntos”) que somos, asíntota orgánica que va de nuestros parásitos internos y externos, hasta el parásito que le somos al medio y a otros organismos circundantes -en el sentido menos misántropo posible, no debería hacernos aventurar tan pretenciosamente que “la ética sea asunto sólo de humanos”. Y es que “Ninguna especie actúa sola, ni siquiera nuestra propia arrogante especie que pretende estar constituida por buenos individuos en los llamados discursos occidentales modernos”. [xvi]

 

¿Mi-tu, tú-yo?

La noción del continuum interanimal nos hace aventurarnos a la hipótesis en la que yo soy tú y tú eres yo, y alejarla de una metafísica kármica, y dejarla en causa más cárnica y (por lo tanto) sintiente, “pues todos los seres comparten una carne común, paralelamente, semiótica y genealógicamente”; también aligera el peso de las implicaciones para salir del circulo vicioso, e ir trazando movimientos espirales arriba. Un avance que nos permita ver la situación desde otra perspectiva, no para justificar la hegemonía y persistencia humanocentrista.

Incluso, si animamos a cambiar de perspectiva, podemos descubrir que somos objetos para otros seres más humildes que nosotros…

Y si nos comparamos con las bacterias -seres vivos especialmente humildes-, ¿quién es superior a quién? Porque nosotros mismos llevamos, dentro de nuestro cuerpo, más células de bacterias, más bacterias que células humanas. Además, tenemos que trabajar para vivir, mientras que las bacterias que hay en nuestro intestino no trabajan y nosotros las alimentamos; toda nuestra comida va a estas bacterias. Es más, estas bacterias son anaeróbicas, lo cual significa que para ellas el oxígeno es venenoso, y no pueden estar al aire libre; entonces necesitan una especie de traje de astronauta que las proteja del oxígeno. Y nosotros somos ese traje de astronauta. En cierto modo podría decirse que las bacterias nos explotan y que nosotros vivimos para ellas. Entonces, ¿quién es superior, las bacterias o los seres humanos? [xvii]

Más aún, si queremos ver cómo otros seres microscópicos trastocan la realidad toda del soberano, lo único que hay que hacer es notar cómo el mundo paró en seco (con todo y su economía) para tener mayor oportunidad de no claudicar a su paso (que es el mismo paso real que da el humano y otras especies); lo único que hay que hacer es notar que estas líneas (y muchas otras) también han sido motivadas por esos microbios. [xviii]

Desde diferentes perspectivas, no podemos negar que los otros animales “nos permiten ser humanos, es decir, nos dan la posibilidad de, gracias a la interacción con ellos, [xix] distinguirnos y remarcar lo que suponemos es nuestra diferencia”, [xx] y con la misma faceta paradójica hegeliana “De ellos, con ellos y también contra ellos, aprendimos a habitar al mundo todos los así llamados humanos”. [xxi]

En fin, la idea de que la equivalencia entre animales humanos y no, nos ha rondado por mucho tiempo con el argumento que sentimos por igual (sensocentrismo), y que, por lo tanto, compartimos capacidades e intereses (sin perder de vista que el animal no es humano, pero el humano no puede dejar de ser animal), y ahora podemos ocuparnos de la tremebunda idea de que, tan iguales somos que, también compartimos enfermedades, y que podemos intercambiar más de las que creemos, más de lo que creemos.

Así pues, la constante del contagio, la enfermedad y la muerte sacuden la construcción histórica de lo humano, con su revestimiento de sacralidad e invulnerabilidad, y da cabida a la posibilidad esquizofrénica, pero ética de que “yo sea otro” y de que “otro sea yo”, un nos-otros y, como consecuencia, un movimiento especular de “hacerme-lo-que-yo-haga-a-los-otros”, [xxii] que desborda los confines de las especies, una indiferenciación de ser la causa y el efecto al mismo tiempo, una idea que nos urge a replantearnos las escisiones asépticas y tajantes entre animales y otros animales. Lévi-Strauss nos recuerda que algunos pueblos amerindios consideran que la alimentación carnívora, no sólo como canibalismo, sino como “autocanibalismo”. [xxiii]

Aunque alberguemos la inquietante sensación de que no nos distanciamos un ápice de un humanocentrismo rancio y autocomplaciente que levanta bandera blanca, pero sólo para ganar aliento, también podemos interpretar que viramos a una especie de humanocentrismo en negativo, en el que ahora “somos lo peor que le pudo pasar a la naturaleza y a los animales”, el único y el mejor de los males que sufren los otros animales (a sabiendas que sí somos uno de esos males, pero no el único), pasando por alto las tragedias, las enfermedades y los accidentes que suceden sin que un humano los haya propiciado. Asimismo, descartamos que existe el compromiso de muchos humanos por prevenir y/o revertir el daño que otros humanos han echado a andar con igual o mayor in-tensión. Pese a lo que podamos creer “el mundo salvaje no lo es uno idílico que nos hemos imaginado”. [xxiv]

¿Intervencionismo? Sin duda, no hemos dejado de hacerlo (ni para joder ni para tratar de remediar lo jodido), “Hagamos lo que hagamos, nos relacionamos con ellos”, nos dice Pelluchon. La imposibilidad de no hacer contacto continuamente ha incluso posibilitado establecer vínculos afectivos y profundos con otras especies… ¿Es deseable? Lo es porque, desde este enfoque, no sólo se sostiene una noción de agentividad [xxv] (pues reconoce que otros animales la capacidad de establecer vínculos con otros animales, estando los humanos entre ellos), y hace visibles estas relaciones incesantes que también pueden ser benéficas, tanto por la com-pasión que (en teoría) nos representa como individuos y/o como especie, como por la oportunidad de desplegar la realización de potencias asumidas en los saberes etológicos y/o veterinarios, adquiridos con – por – desde los otros animales, y ya no como pretenciosidad supra-animal; sino como capacidad de amar, convivir, ayudar. Algo entre humanogénico y “animalógenico”, por redundante que parezca.

 

(D)escisiones: coyunturas

La psicología nos cuenta sobre mecanismos a los que recurrimos para exorcizar los propios malestares, como la disonancia cognitiva, según la cual, y para conservar una insostenible coherencia de nuestra lógica teórico-práctica, y en el caso humanocentrista, se cederá a otros animales una atizada capacidad del daño malintencionado: estos últimos serán los causantes de las epidemias, [xxvi] pero de ninguna forma habrá de desdecirse la naturaleza sacra de lo humano.

Proyectar esta facultad en otros animales (un humanomorfismo malicioso) es, simultáneamente operativo, en tanto que un peligro terrible para ellos (instaurando el binomio animal-maldad, humano-divinidad, quedando la creencia de un necesario enfrentamiento agonístico entre ambos), pero también constituye una forma de darles agencia, aunque recortando sus capacidades e intereses, y haciéndolos un agente de contagio, de enfermedad, y no un agente de sus propias vidas, de derecho, lo cual es ya una forma de agentividad, y les hace abandonar su inerte condición de cosa, o de comida, y les coloca como seres con el deseo y la capacidad de revancha contra los humanos, lo cual, en cierta forma les posiciona como “seres con inteligencia social, con cognición social que les permiten entrar en relación entre ellos, pero también con nosotros”; [xxvii] percepción que no anula su agentividad, sólo superpone una caracterización de agentividad distorsionada a razón de la emergencia de la epidemia, y que también funge como un reflejo que debería mostrarnos en toda nuestra tiranía, y preguntarnos sobre por qué los animales querrían vengarse de los humanos. Las epidemias se alzan como una experiencia límite, pero también como una coyuntura que debe aprovecharse.

Las anteriores narraciones fabulo-sas (con todo y moralejas) se prestan para transformarse en narrativas activistas en donde se alter-e y reajuste la continuidad animal y sus trabazones (entre humanos, otros animales, sus hábitats y otros reinos, sean notorias; que sean los personajes principales)… una coyuntura complementaria a otra que nos es señalada por Oscar Horta, quien cree que se ha estado gestando un cambio positivo en la simpatía y consideración de los humanos hacia los animales no humanos. Simpatía y consideración que se evidencian por el creciente número de organizaciones, publicaciones, y sitios web que se interesan por la cuestión animal. [xxviii]

Si lo anterior es cierto (y las presentes líneas atestiguarían que sí), entonces estamos ante la posibilidad de decir algo en favor de otros animales, y habrá oídos dispuestos a la escucha, y más aún, está el descubrimiento de una sensibilidad forjada con el desencanto de la desmentida divinidad en lo humano, sensibilidad que podría interesarse por ser (con) otros animales.

 

Fabulosas utopías

Entonces, frente a la dificultad de abandonar súbitamente esa obsesiva narración culturalmente divinizada (o divinizada culturalmente) de lo humano, nos encontramos con que tampoco podemos renunciar a lo animal (natural) que nos com-pone, y es que componer (en su doble acepción de “reparar” y de “preparar”) es la imperiosa propuesta que nos impele a escribir, a componer sobre esta hibridación, y sobre la capacidad del desdoble nos es inherente (tan inherente como a los animales liminales, que van y vienen entre hábitats), lo que Haraway funde en lo naturcultural: no podemos dejar de intervenir en ambos ámbitos porque ambos nos implican.

La apuesta está en la composición de narraciones fabulo-sas, tanto de las pasadas (en tanto que hay que repararlas), como de las que están por venir (aquellas que preparen la continuidad interanimal): narraciones fabulo-sas, no sólo porque no dejamos de ser animales que las cuentan, sino, sino porque los otros animales cuentan (en su doble acepción, tanto en la “hablar”, como en la de “importar”), y contar es (a la vez) la muestra y “la práctica más poderosa para lograr confortar, inspirar, recordar, advertir, nutrir la compasión, sobrevivir el luto y lograr devenir con el otro en toda la complejidad de sus diferencias, esperanzas y terrores”. [xxix] Co-rrelatos donde humanos y no humanos nos diluyamos.

Así pues, los y las activistas habrán de re-anudarse [xxx] a la convicción y de la labor de las y los palabreros de la muerte, una labor para la que es necesario haber atravesado el duelo (luto) y moverse hacia la representación, hacia la práctica de la memoria que trae a la vida. En suma, fortalecer las prácticas de sanación (…) por toda la Tierra (…) con el propósito de enseñar y aprender cómo practicar la sanación permanente, en el contexto cíclico del daño continuo y la resurgencia parcial (…) los palabreros de la muerte podrían henchir de nuevo el corazón y la mente de aquellos que seguían luchando, viviendo con los problemas. Y quienes, también, podían quedarse con aquellos que podían disfrutar el placer de una vida y una muerte ordinaria. [xxxi]

“Confortar, inspirar, recordar, advertir, nutrir la compasión, sobrevivir el luto y lograr devenir con el otro en toda la complejidad de sus diferencias, esperanzas y terrores”, ni siquiera se suponen labores sencillas, mucho menos lo es traducir esas narrativas en acciones concretas (componiendo las que ya existen y las que están por venir), resulta obvio que para materializar este ambicioso proyecto es necesario hacer comunidad multiespecie, establecer alianzas.

Conviene entonces enmarcar que la dificultad primera sigue siendo realizar la otredad animal en las creencias arraigadas en el común de la gente, contra la heteronomía especista, y en ello va una renovación de la alianza de los palabreros de la muerte y sus fabulos-as narrativas, que tienen como guías diversas como la consideración moral, la valía inherente, el abolicionismo, la instauración de derechos positivos, el intervencionismo, la agentividad, la ciudadanía, la simbiogénesis, y cualquiera otra que, por separado o compartiendo presupuestos, se deriven en un conjunto inconstante de estrategias a emplear, y para ello “resulta vital tejer alianzas políticas, además de encontrar puntos de contacto entre múltiples formas de subordinación, exclusión, explotación y sujeción. Preguntarnos y respondernos, por ejemplo ¿Qué afinidades nos potencian? ¿Cómo luchar sin que la lucha se convierta en algo “pesado” sino que sea producto de la afirmación y la alegría?”. [xxxii]

Y en un activismo epistemológico, quedarán los y las activistas que viven la ideología según sus circunstancias, biografías, contextos, posibilidades, etc., realizando diferentes acciones en favor de los animales con los que puedan, y con los animales que quieran aliarse a la lucha; narrativas que se materializan en prácticas opuestas al especismo, y que ocurren cuando…

[…] se elaboran alimentos libres de explotación animal, mientras se modela la sensibilidad para disfrutarlos; cuando se modifican las relaciones de mascotaje y hay un cambio de percepción del otro animal (que deja de estar allí para entretención o satisfacción egoísta), cuando se modifican las formas de hablar para con los animales (cuando no se les refiere como propiedades, cuando te identificas con otro animal para abolir la dicotomía humano-animal), cuando cuidas de un animal mientras se puede valer por sí mismo, cuando se boicotean empresas que explotan animales, cuando se señala el poder de la afectividad, cuando se explora el poder de los sentidos y se escribe acerca de ello, produciendo conocimiento, cuando se descubren formas de convivencia y sociabilidad no humanas, cuando se denuncia las muchas formas de especismo y sus saberes. Nadie sabe cuántos [narrativas] se están realizando ahora, ni si se encontrarán. [xxxiii]

La tarea de los palabreros de la muerte ya es vieja, tanto como el activismo, y cada cual habiendo hecho su parte, nos han legado nuevos responsabilidades, tanto las pendientes como las urgentes de antaño, hoy y mañana; las teóricas, que se resuelven en la más común de las circunstancias (como interactuar, comer y/o enfermar); los compromisos impostergables con los otros animales y nuestras convicciones: narrativas que desoculten la dimensión de alteridad en el animal (y sus hábitats); las siempre complejas alianzas entre humanos en favor del otro animal, y que las narrativas mismas estructuradas de tal manera que proyecten esta convicción, y más aún, hacer que lleguen a quien más alejado esté de esta convicción (ideológica y/o geográficamente), así pues, un pendiente que en ningún momento ha dejado de ser político.

Este es, pues, un proyecto que ha de alumbrar al otro en los animales: el otro animal que somos, el co-rrelato que somos; un correlato de contaminándose de otros movimientos, de discursos hacia la praxis.

 

Bibliografía

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Notas

[i] John Maxwell Coetzee, Las vidas de los animales, ed. cit., p. 43.
[ii] Umberto Eco, ¿En qué creen los que no creen?, ed. cit., p.107.
[iii] Barbara Noske, Beyond Boundaries. Humans and Animals, ed. cit., p. 10.
[iv] Donna Haraway, “Las historias de Camille: los niños del compost”, ed. cit., p. 31.
[v] Nely Lucano Ramírez, A favor de los animales. Fragmentos filosóficos contra el especismo, ed. cit., p. 32.
[vi] Incluso, a últimas fechas, y hablando de pandemias, las instituciones médicas han dispuesto que, en caso de saturación de los centros de salud, los jóvenes tendrán prioridad de ser atendidos, frente a las personas de la tercera edad, es decir que a mayor edad menos derecho al-derecho-al-servicio se tiene.
[vii] Nely Lucano Ramírez, A favor de los animales. Fragmentos filosóficos contra el especismo, ed. cit., p. 55.
[viii] De ahora en adelante sustituiré la palabra antropocentrismo por humanocentrismo, pues hay que recordar que, además de los humanos, hay otros antropoides -orangutanes, gorilas, bonobos-, y cuando hablamos de antropos, nunca incluimos a estos últimos en la referencia.
[ix] Gen 1, ed. cit., p. 26.
[x] Claude Lévi-Strauss, La lección de sabiduría de las vacas locas, ed. cit., p. 171.
[xi] Ana Cristina Ramírez Barreto, De humanos y otros animales, ed. cit., p. 138.
[xii] El arte de adquirir, para la cual no parece haber límites de la riqueza y la posesión.
[xiii] Jorge Riechmann, y Jesús Mosterin, “Diálogo a tres bandas. Sobre límite.”, ed. cit., p. 45.
[xiv] Corine Pelluchon, Manifiesto Animalista, ed. cit., p.39.
[xv] Ana Cristina Ramírez Barreto, De humanos y otros animales, ed. cit., p. 28.
[xvi] Donna Haraway, “Antropoceno, capitaloceno, plantacionoceno, chthuluceno: generando relaciones de parentesco”, ed. cit., p. 16.
[xvii] Jesús Mosterín, “Una sociedad progresa cuando les concede derechos a los animales, ed. cit., p. 5.
[xviii] Es cuestión de semántica, pero en la revisión bibliográfica, a los virus implicados en la presente pandemia, se le otorga la facultad de descubrir cómo moverse por el mundo, habitando los cuerpos de otros animales.
[xix] Y es que no toda interacción representa domesticación.
[xx] Ana Cristina Ramírez Barreto, “La teoría de la conexión de la violencia y la necesidad de la investigación antropológica, ed. cit., p. 2.
[xxi] Idem.
[xxii] Una ley que no insinúe ningún presupuesto metafísico, o new age, sino la evidencia de que la caza y captura, el transporte, el confinamiento y comercialización, estresan y vulneran el sistema inmunológico de cualquier especie; lo anterior, aunado a las condiciones donde se hacinan (entre heces, vísceras, sangre y otras secreciones) y “sacrifican” los animales no humanos (la crueldad, la violencia inherentemente), constituyen todo un caldo de cultivo para cualquier virus o bacteria, en cualquier fase o interfase epidemiológica, favoreciendo así el contagio interespecie (zoonosis).
[xxiii] Claude Lévi-Strauss, La lección de sabiduría de las vacas locas, ed. cit., p. 208.
[xxiv] Ética Animal, ¿Por qué la visión idílica de los animales en la naturaleza está equivocada?, ed. cit.
[xxv] Capacidad de manifestar necesidades básicas e intereses, acorde a la propia individualidad.
[xxvi] El miedo al contagio ha propiciado conductas perjudiciales de los humanos contra los murciélagos.
[xxvii] Patrick Llored, Política y antiespecismo: hacia la justicia entre todas las especies, ed. cit., p. 77.
[xxviii] Oscar Horta, Un paso adelante en la defensa de los animales, ed cit., p. 15.
[xxix] Ibidem, p. 26.
[xxx] Esta escansión implica que la convicción y labor de “Confortar, inspirar, recordar, advertir, nutrir la compasión”, etc., se han supuesto como objetivos del activismo animalista.
[xxxi] Ibidem, p. 34.
[xxxii] Iván Darío Ávila, La cuestión animal(ista), ed. cit., p.71.
[xxxiii] Ibidem, p. 65.