Como un deseo de exhibirse

Trad. Maria Konta

Jean-Luc Nancy pasa, queramos o no, por el “último comunista”,[1] por el “más grande pensador del tocar de todos los tiempos”,[2] pero de nuevo, por el último representante de esta misteriosa Escuela de Estrasburgo, cuyo nombre sólo se utiliza en la “Francia interior”, quizás para marginar mejor esta llamada Escuela que, al menos por los autores que parece agrupar (Derrida, Lacoue-Labarthe y Nancy), se preocupaba por los márgenes y la exterioridad.[3] Desde entonces, dado que Estrasburgo, para algunos todavía, se encuentra en “la Francia del exterior” -como dijo el gobierno francés de Alsacia y Mosela, tras la anexión de estos territorios por parte de Alemania-, Nancy ya debería ser sospechoso de inteligencia con el enemigo, y especialmente de la inteligencia, con el enemigo apasionado de la filosofía francesa contemporánea: Heidegger. Ya no contamos los artículos o las reseñas que quieren pasar a J.-L. Nancy por el último de los heideggerianos, o al menos, su último defensor. Por extensión, creemos reconocer en él, el último pensador del ser.

 

Por lo tanto, Nancy es, por decir lo menos, cada vez presentado como “el último”. Pero ¿qué significa este adjetivo? ¿Es el último de esta generación francesa, de los años 60 y 70, que tanto influyó en la filosofía y el pensamiento de todo el mundo? ¿O este adjetivo significa “último”, en el sentido del más reciente? ¿De lo último, y por tanto de lo más joven? El último filósofo, por lo tanto, el último en haber actualizado la filosofía, el último en darle un lavado de cara. El primero, por tanto, de los “pos-deconstructores”. El primero, por tanto, de nuevo, en volver a comprometer la filosofía, o el pensamiento, quién sabe, en un escrito menos crítico y comentarista que afirmativo. De una afirmación no sistemática, pero radical, última, post-todo, “post-deconstructiva”,[4] post-apocalíptica, pospostmoderna, la afirmación de una cadencia, de un cuerpo de pensamiento danzante, ligero, no sin responsabilidad por su tiempo, pero sin exagerar la seriedad, o mejor dicho, afirmando que el mundo sin razón, la alegría es un caso de “fuerza mayor”,[5] que hace adorable la vida en medio de este mundo desolado.

Se dice, por tanto, el último de los comunistas, el último de los pensadores, el último de los heideggerianos o el último de los cristianos. Como todas las identificaciones, estas son reductivas e injustas. Sobre todo, porque la identificación, o la identidad, es precisamente lo que Nancy nos ha enseñado a sospechar ¿Y si Nancy fuera irreductible a todas estas caracterizaciones? ¿Y si Nancy no fuera un pensador del ser, y mucho menos un heideggeriano? ¿Y si la existencia, para él, no se refiriera al ser ni a ninguna ontología, sino que indicara la infinidad de la vida, su empuje excesivo, su entusiasmo, su placer de vivir, su éxtasis? Esta pulsión, por tanto, no volvería al ser que ignora los placeres de la carne, volvería a la vida, sino a una vida en la que todavía tendríamos que pensar, como lo hace J.-L. Nancy, a partir de Freud.[6] Porque todo lo difícil está ahí: “[…] la vida es ek-sistencia en su principio o en su esencia. La vida ya está fuera de sí misma, hambrienta de sí misma y agotada de sí misma, hasta que busca la muerte”.[7]

 

La vergüenza para Nancy es nombrar este impulso vital de la existencia que no surge del ser. De ahí la referencia que se hace a Freud, y a la metapsicología freudiana, porque: “La pulsión no es sólo un concepto fundamental para el pensamiento metapsicológico: nombra en esta metafísica desprovista de ‘ser’ y ‘principio’ el empuje primordial de la existencia y hacia la existencia”.[8] En otras palabras, lo que está en juego es pensar en este impulso de vida, este Lebenstriebe, o este Lustprinzip sin “principio”, para dar vida a su ímpetu, a su evolución creativa, a su placer impulsivo. Así escribe, en un amplio movimiento que atraviesa toda la filosofía, como si quisiera sondear su movimiento mismo, su impulso y, diríamos, su destino más allá del ser:

El ‘ser’ no es un atributo real, sino único y lo más lógico: esta afirmación de Kant abre un período en el que la Razón debe considerar a sí misma como Trieb, pulsión, empuje, tensión y deseo hacia un ‘incondicionado’ que acaba revelándose a sí mismo para consistir nada más que su propio empujón. Schopenhauer la llamó ‘voluntad’ y luego Nietzsche, y emergerá como ‘pulsión’ en Freud, no sin haber pasado por la ‘fuerza de trabajo’ de Marx y el ‘salto’ de Kierkegaard. Ciertamente también por las ‘diferencias paralelas’ de Deleuze y Derrida –diferenciación y diferencia que al menos tienen en común la puesta en juego de una tensión, una pulsión, una pulsación.[9]

 

Uno podría proponer para nombrar estos distintos empujes, estas distintas fuerzas que la vida afirma en cada pensamiento, el término: en-vida. Tiene al menos la ventaja de referirse directamente a la dimensión sexual de la vida (“te quiero”), pero también a su dimensión corporal (los “deseos” son la piel muerta que sobresale en la esquina de las uñas; pero es todavía el apetito sin hambre, “no tengo hambre, quiero comer”), y, finalmente, a la dimensión instintiva o pulsativa de la vida (su entusiasmo, la insistencia de la vida en ella) que al menos se deja escuchar de una manera homofónica. La epithumia, en Platón, dice, de la forma más común (basta con abrir un diccionario de griego antiguo): envidia, en el sentido de apetito, deseo. El impulso primero de la filosofía, si es cierto que la filosofía comenzó con la cuestión del deseo, quizás radique enteramente en él. Sin duda, no en vano Freud, educado en filosofía, recurrió al término Lujuria. Es este “principio de deseo” (Lustprinzip) y sigue siendo la fuerza impulsora y el punto ciego de la tradición filosófica. También es a él, como veremos, a quien Nancy está apegado, de manera muy diferente.

 

En esto, la vida es la expansión del infinito, se expande infinitamente, disfruta de este exceso, es todo un universo en expansión. La nueva corriente filosófica, que llamamos “realismo especulativo”, pretende acabar con la finitud del sujeto, a la que este último se ha reducido desde Kant.[10] Y esto, para liberarlo hacia un “Gran Afuera”, hacia una marca “absoluta” en el hueco, el infinito finalmente redescubierto ¡Como si la filosofía, desde Kant, hubiera renunciado al infinito en favor del sujeto finito y mortal, como si de Hegel a Levinas una de las cuestiones fundamentales de la filosofía hubiera sido otra que la del infinito! Nancy es ejemplar en este sentido, porque su filosofía consiste en pensar en la infinidad finita del sujeto, la vida en la que siempre se dedica a más que a sí misma. “La diferencia infinita es finita”, escribió Derrida en La voz y el fenómeno. Esta fórmula se entiende, en Nancy, como el movimiento mismo de la vida, como su exuberancia. La “diferencia” para [Derrida] no es “demora”, sino por el contrario la presencia absoluta de lo inconmensurable. “Ella es la presencia de lo infinito en lo finito, abierta en él”.[11] De modo que el infinito es la “materia” de la que está hecho el sujeto. La vida nombra esta irradiación infinita que termina en la noche, o mejor, esta irradiación infinita en el corazón de la noche que termina:

 

La finitud no significa que no seamos infinitos –como seres pequeños o efímeros dentro de un ser grande, universal y continuo– pero sí significa que somos infinitamente finitos, infinitamente expuestos a nuestra existencia como no-esencia, infinitamente expuestos a la otredad de nuestro propio ‘ser’ […]. Comenzamos y terminamos sin comienzo ni fin: sin tener un comienzo y un final que sea nuestro, sino teniendo (o siendo) solo como otros, y a través de otros. Mi principio y mi fin son precisamente lo que no puedo tener como mío y que nadie puede tener como suyo.[12]

El existente es, por tanto, el que ex-hibe, el que exhibe su vida como lo muy irrelevante, el que, por tanto, expone su propia vida como lo que lo incapacita. La vida, como su deseo de vivir, es más fuerte que él: lo empuja a vivir, a mantenerse infinitamente vivo. Pero esta guardia es imposible, no tengo mi vida como un hecho, pero tengo que vivir, tengo que apropiarme de ella como se apropia de sus lugares de vida para ordenarlos, y allí dar un futuro para uno mismo y para otros. Todo el acertijo está en lo que es “mío”, “tuyo” o “nuestro”. Por tanto, todo el enigma está en la apropiación (los Ereignis, por así decirlo), o en lo que bien puede significar “tener” ¿Ser o tener? Esta es una pregunta que parece tan cliché, tan trillada, tan repetida. El problema no está en esta falsa alternativa. Heidegger nos permitió volver a pensar en la cuestión del ser, y nos abrió el camino, sin percibirlo realmente, a la apropiación, o si se quiere, a la de tenerlo. Nancy, quizás, en el trasfondo de su obra, nos invita a adentrarnos en esta cresta insegura y arriesgada. Pero reanudemos. Si el infinito es la “materia” del sujeto, es en la medida en que este infinito se exhibe y sólo se exhibe como el hecho mismo de la existencia. Exposición no es un término muy utilizado por J.-L. Nancy, sin embargo, es en torno a esta palabra, quizás, donde se organiza su pensamiento. No dice, como veremos, la única “exposición” de la existencia, sino también la brillantez de su riqueza que se escapa de la riqueza reproductiva del capital, el lujo desigual de la vida y su deseo de apropiarse, de entregarse a ella, en su pura floración, sin principio ni proyecto. Solo podemos entender esto entendiendo que Nancy no es un pensador del ser, sino un pensador del “tener” y que nadie sabe todavía qué significa “tener”. El objetivo de este ensayo es también esclarecer, gracias al corpus de Nancy, el alcance de este verbo y de este auxiliar, que es, desde el principio, auxiliar de la vida.

 

Una simple aclaración sobre este tema: el verbo “tener” proviene del indoeuropeo * GhABh: “dar, recibir”. “Tener la vida frente a ti” es, pues, haber recibido el don de disponer de ella, de disfrutarla, de usarla, de aprovechar de ella. Pero estemos de acuerdo en esto de inmediato: no hay regalo, ni concepto de regalo que nos permita pensar en lo que nos da. Esto es lo que J.-L. Nancy también nos habrá dado a pensar al invertir en la cuestión de la creatio ex nihilo. Cuando digo, por ejemplo, “me estoy muriendo”, no estoy diciendo que dispongo del “moribundo” como un objeto, sino que quiero decir que soy portador de esta enfermedad, y que mi existencia no es nada más ahora sino esta enfermedad en acción, su desarrollo, su consumación, su resistencia. Para dar otro ejemplo: el zoon logon ekhon no es el animal que tiene el lenguaje adquirido, sino el animal que potencialmente tiene la capacidad de poseerlo, es decir, disfrutarlo. Hablar, escribir, expresarse mediante exhibiendo un significado.

 

Esta apropiación también es infinita. Y es, al llevarse consigo, otros infinitos: existencia, anastasis, valor, democracia, comunidad (o convivencia), el cuerpo, el tacto, la salida del nihilismo, la adoración, la declosión, lo divino, etc., etc. Todos estos patrones que constituyen la procesión del pensamiento de J.-L. Nancy, sus colores, sus entonaciones, sus notas, sus toques, sus sabores, sus pasos danzarines. Básicamente, lo que emerge es un tríptico – indisoluble e indistinguible– que comprobaremos en su exactitud a lo largo de esta obra, que sería: apropiación, infinitud finita, riqueza de brillantez. Existencia, por tanto, que se apropia de lo inapropiable de una vida, y cuya riqueza se va a crear infinitamente, pase lo que pase, precisamente porque si “nada vale para nada, nada vale para la vida”.

 

La última discusión pública que tuvo lugar, en junio de 2004, entre Derrida, Lacoue-Labarthe y Nancy, fue ¿es una coincidencia? – sobre la cuestión de la apropiación, pero también sobre la del infinito finito o la finitud infinita. Que no vuelven a ser lo mismo. Nancy se puso del lado de Derrida, o más bien alineó a este último con él del lado de la finitud infinita; y Lacoue-Labarthe, a la inversa, del lado del infinito finito. A menudo somos un mal consejero de nosotros mismos. Pues son Derrida y Lacoue-Labarthe los pensadores de esta finitud infinita, aquellos cuyo lenguaje, estilo, tono, patrones, prudencia, melancolía, marcan una primacía de la finitud, y me atrevo a decir, del miedo a la muerte, que sería, como dice el Corán, “más cerca de mí que de mi propia vena”. Y es, por el contrario, Nancy, el único que sostiene o más bien afirma el infinito, el buen infinito que no deja de oponerse al mal infinito de una riqueza reproductiva que cubre bajo la acumulación de sus pasivos el hecho que vivir es un lujo: Y Nancy para agregar:

 

Creo que hay algo ahí, una cierta tipología entre los tres. Una tipología en la que Philippe, tú estarías del lado de lo trágico, Jacques de lo indecidible, y yo…, no sé, tal vez del lado de la anástasis… Entonces, ¿cómo afecta cada una de estas tres posturas a lo que se llama finitud infinita, esa es sin duda una cuestión.[13]

 

Nancy estaría del lado de la anástasis, de la aparición, del levantamiento, de la elevación, en resumen, del lado de un deseo de vivir afirmando la vida infinitamente. De hecho, es lo suyo. Pero esto no afecta en modo alguno a lo que podríamos llamar “finitud infinita”. Y ese es probablemente el punto ¿Cómo, entonces, el pensamiento de Nancy es el de una exhibición interminable de existencia, afirmando que, si todo es “idéntico de lo mismo”, esta vida-ahí es igual a ninguna otra?

 

El trabajo de J.-L. Nancy, si quisiéramos ponerlo en pocas palabras, es el de la salud afirmada en un Occidente enfermo. Su cuerpo de texto responde a la enfermedad que Nietzsche detectó como el hombre mismo: “La tierra tiene piel y esta piel tiene enfermedades; una de estas enfermedades se llama hombre”. Además, Nancy no era diferente de este corpus, bastaba verlo, conocerlo, escucharlo hablar, leerlo, saber que no tenía su edad, a pesar (o quizás por causa o gracias a) su cuerpo exhausto. Nada parecía poder afectar su forma, ni sus ganas de vivir y pensar.

 

El corpus de Nancy es plural, singular pero plural, pero al menos podemos decir, como se anunció, que está orquestado en torno a un nihilismo que no deja de crecer, a medida que se globaliza la equivalencia generalizada. Todo comienza con este diagnóstico. El cuerpo, nuestros cuerpos, han sido expuestos desde esta enfermedad, por lo que el corpus de J.-L. Nancy es como un anticuerpo contra esta patología: afirma el valor absoluto de la vida, la vida de la vida, la vida incondicionalmente, la vida sobre todo y sobre todo, todo contenido enteramente en su anástasis, su elevación y, por tanto, su inmortalidad o su supervivencia. “Crear es resistir”, dijo Deleuze. La vida que se crea a sí misma se resiste por ese mismo hecho. Su existencia es resistencia. Perseverancia en esta elevación o empuje.

 

Para detener este nihilismo, esta equivalencia catastrófica, Nancy opone tres diques, tres Dinge, que son tantos imperativos para dar nuevamente crédito a la vida, a su dignidad (o su ding-nity, escribir como Lacan), es decir, a su valor absoluto más allá de cualquier valor: 1) la apropiación; 2) el infinito finito; 3) la riqueza del resplandor:

 

1) La apropiación, primero: si es de origen heideggeriano, y si esta procedencia es subrayada por Nancy, especialmente en “D’un Wink divin“, esta apropiación no puede reducirse a Ereignis. Es decir, la apropiación en cuestión no surge del ser, no es el hecho de apropiación que trae el ser a sí mismo en un contexto de privación o pobreza. Más bien, la apropiación, pensada por Nancy, se quita en el trasfondo de una riqueza, que es la de los bienes de vida, de un saldo acreedor que acredita la vida de un poder que ella está probando, gastando su vida, divirtiéndose y satisfaciendo sus deseos, porque vivir no puede ser sin algunos deseos para vivir. Apropiación, por tanto, significa: asumir la responsabilidad de la riqueza y el exceso de la propia vida.

2) La infinitud finita, segundo, tiene como sentido de interrumpir el circuito del valor capitalista. Hay dos opuestos: el mal finito, por un lado, que es un infinito en la producción de mercancías y riquezas, cuyo sentido es la única reproducción de estas; y, por otro lado, el buen infinito, es decir el infinito encerrado en lo finito y sin dejar de declinar esta finitud para dedicarla a más que a sí misma. Por tanto, se requiere estratégicamente la infinitud finita para inculcar en esta circulación de mercancías otro infinito, el de la vida, en concreto, cuyo valor absoluto no es la plusvalía (Mehrwert) de la ganancia, sino la plusvalía del deseo o el sobre-goce (Mehrlust) haciendo el lujo de una vida que no tiene precio.

3) La riqueza de brillantez, finalmente, que Nancy opone a la riqueza reproductiva, teniendo como único fin la acumulación de capital y objetos comerciales. Pero la riqueza suntuosa, la del lujo, no está sujeta al valor de cambio: nada supera a esto, precisamente porque nada supera a la vida. Así, esta riqueza es la de una vida rica en vidas, deseos, posibilidades, pasiones, rica en sí misma en el fondo y de sus fondos. Es el de ese “precio loco”, del que habla Derrida en Circonfession, lo que cuesta divertirse, y el hecho de divertirse como un loco. Ella es la parte maldita de Bataille: el exceso de energía que alimenta la vida a través de fiestas, espectáculos o sexo.

 

Aún así, estos tres patrones se superponen y se entrelazan, como podemos ver. Uno no va sin el otro, uno llama al otro. Sin duda, se tejen en torno a una exposición que lleva consigo este tríptico. Además, los tres allanan el camino para una salida del nihilismo. El que consiste en pensar que, si todo es igual, nada es igual a la vida. Sin embargo, esta salida del nihilismo indexada a la de la apropiación, de la infinitud finita y de la riqueza de la brillantez, no se hace posible por ser, sino por tener, un activo inaudito en el que el Occidente tal vez ni siquiera haya pensado todavía. excepto en su dimensión comercial o pecuniaria. Sin embargo, si se trata de jugar una riqueza contra otra, es porque se trata de jugar un activo contra otro: jugar los activos de la vida contra los pasivos que la agobian y rompen los hombros, jugando el lujo contra el valor de cambio relativo, jugando así la riqueza de la vida contra la riqueza mercantil que la empobrece. La apropiación en sí es doble: puede ser autoapropiación, una forma en que la vida se hace suya al apegarse a su propia vida, pero también a la propiedad privada, expropiación de bienes, expoliación o despojo.

 

Esto es quizás lo más compartido del mundo. Incluso es incorrecto burlarse de esos jóvenes (o no tan jóvenes, para el caso) que solo evalúan el valor de una vida por el dinero que pesa. “Pesa”, decimos ahora: significa que su vida vale lo que vale su fortuna. El problema no es identificar la vida con tenerla, sino identificarla con este activo, es decir, el activo capitalista de acumulación de bienes y capital. Nada es más natural que tener, que tener uno mismo, que tener la vida y el tiempo frente a ti; nada es más natural, vuelve a decir Nietzsche, que quien narra su vida de forma épica, aunque signifique embellecerla: porque “ni siquiera quiere dejarse despojar de su pasado, ¡quiere tenerlo también!”.[14] Así, “parece que el hombre nunca actúa sino con el fin de poseer (um zu besitzen)”.[15] Pero esta posesión no es una adquisición, es una herencia, un bien, un valor que no deja de ser transferido, de ser valorado a nuevos costes: es la base misma de una vida heredada de ella con el fin de aprender a vivir infinitamente.

De modo que si J.-L. Nancy es un niño, un niño que filosofa, o la infancia de la filosofía, es porque “[…] el que vive como niños […] no tiene que luchar por su pan. A diario y no dar a sus acciones un significado definitivo”.[16] El niño es simplemente rico con su vida, no tiene más riquezas que ella. No busca más sentido en ello, vive y se alegra de vivir sin saber siquiera por qué está viviendo. En otras palabras, este niño (cualquier espinozista, en cierto sentido) encuentra la plenitud de su existencia en su misma existencia, vive para vivir, en pura pérdida, juega y se gasta, sin mutilar esta vida por ningún “sentido de la vida”.  Lo que la empobrecería, que ya es bastante rica por sí misma. [17]

 

Chi non ha, non è, como dicen en Italia.[18] “El que no tiene, no es.” La cuestión del ser mismo se somete a esta condición: en ese ser tiene que estar (“zu sein hat“), y ese es gibt mismo se refiere al indoeuropeo * GhABh que indica el tener; sin decir nada, además, del francés “il y a” que Heidegger encontró mejor en que prescindía del verbo “ser” en sí mismo, como si la donación, o la adonación de ser necesitado un auxiliar, es decir, el auxiliar “tener”. Pero es la naturaleza muerta como tal la que está llamada a vivir desde una riqueza de brillantez, como la llama Nancy, que es la de la dignidad o “nobleza” de corazón o de carácter.

 

De ahí la importancia, para Nancy, de esta etimología que recuerda constantemente, la del pensamiento, que se “pesa”. El pensamiento pesa. “Pensare significa ponderar, valorar, evaluar (y también compensar, contrarrestar, sustituir o intercambiar). Es una forma intensiva de pendo: pesar, hacer o dejar tomar los platos de una balanza, pesar, apreciar, pagar y, en modo intransitivo, tomar, ser pesado”.[19] Ahora bien, si el pensamiento pesa es porque el humano, esta “caña pensante”, es lo que se define por lo que pesa, o piensa, no importa. “Él o ella pesa”: esto puede significar, por tanto, que pesa por su riqueza, sus bienes, su dinero; o que pesa, en tanto que evalúa, valora, paga al contado el loco precio que le cuesta la vida. Si la primera ponderación es un cálculo (Forbes publica cada año el ranking de las mayores fortunas del mundo), la segunda es una ponderación infinita, en el sentido de que “la gran consistencia del pensamiento es (…) inseparable de un enfoque interminable”.[20] ¿Qué significa esto? Excepto que la riqueza interior –llamémosla por su nombre común, a falta de algo mejor– se experimenta infinitamente, se pesa y se infrapondera, se evalúa y se aprecia sin que nunca podamos saber de qué se trata estos bienes y estos activos de vida que nos empujan a vivir.

 

Nada hace girar al mundo más que este “tener”: los apostadores de PMU, los jugadores de lotería, los especuladores, los comercializadores de acciones, los comerciantes, los inversores, incluso los apostadores en el patio de recreo, nada hace que este mundo gire más que el “gain”, la mala ganancia del mal infinito, malo precisamente porque la riqueza que ofrece es sólo fugaz, pesa muy poco para hacernos ricos en vida. Lo contrario de estas apuestas es la apuesta de Pascal, que promete al ganador “ganar un número infinito de vidas infinitamente felices”. En consecuencia, si “el hombre pasa infinitamente al hombre”, como repite a menudo Nancy, haciendo suyas las palabras de Pascal, es porque esta “caña pensante” no deja de pesar este pasaje, este ir más allá, este exceso de uno mismo sobre uno mismo. Y aquí está el buen infinito: la ganancia de la vida, aquello que hace que la vida dé “el paso ganado” sobre la muerte, feliz que es vivir sin saber por qué, si no porque se siente viva.

 

De ahí la importancia de la “exposición”. Que, para Nancy, de la cosa, de esta verdad -porque no hay verdad más que exhibida, es decir presentada-, la importancia, por tanto, de lo que se muestra en su brillantez, en su desenfreno, en su pompa o en su profundidad. Porque la exhibición de sordos como recurso, profusión o prosperidad es ingeniosa en sí misma, en su fuente de vida, para lanzarse hacia ella.

 

Si esta palabra, que no es una palabra de J.-L. Nancy —no hemos dejado de repetirla nunca—, es sin embargo lo mismo de su pensamiento, es porque compromete con él todos los motivos tan queridos por este último, y tan decididos, tan decididamente pensadores, que son la comunidad, la adoración, el sexo, lo divino, la declosión, la libertad, el cuerpo, etc., etc. Todos se exhiben, porque todos se exhiben en un exceso de sentido dirigiéndose a más de sí mismos, por lo que se dedican infinitamente.

 

Dedicar se dice en alemán: zueignen. Es una palabra que realmente le importa a J.-L. Nancy. En su última entrevista, de la que partimos como una introducción para entablar conversación y diálogo con este último,[21] Nancy cuenta, a través de una conversación sobre la expropiación, a sus amigos Derrida y Lacoue-Labarthe, cómo a la edad de treinta, treinta y cinco, tiró todo el correo que había recibido. Derrida se ofende, se lo guardó todo, hasta las palabras más insignificantes. Pero para guardarlo todo, tuvo que guardar todos estos papeles, estos archivos en un lugar seguro. Aún así, un lugar así nunca está a salvo de nada, siempre está expuesto a peligros, inundaciones, incendios. En otras palabras, Derrida nos dice: para quedarse con todo, hay que (arriesgarse) a perderlo todo, renunciar a todo. Y Nancy responde (como para subrayar ese tono melancólico que Nancy apenas conoce):

“Vuelves a enfatizar ‘debemos perder’”. Claro. No te estoy pidiendo que acentúes “para guardar”. No quiero que admitas que, en el fondo, te adueñas de todo. Pero es simplemente esto: llegamos aquí a algo de lo que Heidegger quiso nombrar con el triplete Er-eignis, Ent-eignis, Zu-eignis. Es decir, el suceso apropiador, que es el suceso privativo, que es también el suceso, tal vez podríamos decir, desviado o delictivo.

Él no quiere que confiese, ¡pero de todos modos!, todavía le gustaría que Derrida le admitiera que en el fondo, lo esencial, lo más importante, es la apropiación, la guardia, el tener. Precisamente, porque es de la Ereignis que el existente puede abandonarse y dedicarse a la existencia, dedicarse a ella, es decir también, existir delíquicamente. La “delicadeza” de cualquier delicadeza indica el mismo hecho de entregarse a alguien, a su cuerpo, a su piel, a su voz. Por eso hay que soltarse, dejarse llevar, dejarse llevar gentilmente por su toque, su caricia, sus tiernos gestos. Por tanto, le deliquat traduce perfectamente el: zu-eignen, el hecho de dedicarse, de dedicarse propiamente al otro, como si me dejara a mí mismo, a mí, propiamente, a merced del otro.

 

“No tenemos nada sin nada”. Quizás todo Nancy esté ahí, en esta expresión, en lo más familiar de esta expresión, y quizás también en lo más desconocido de esta conocida frase. “No tenemos nada sin nada”: todo se juega en cualquier caso en esta “nada” en sí, en su comprensión, en su evaluación. Para tener tiempo y vida frente a ti, tener vida para vivir, es decir disfrutar de esta vida, sacar de ella el poder y la alegría de vivir, tienes que relajarte, dedicarte delicadamente a ella, dedicarle él mismo para adorarla. Porque si “la vida no vale nada, nada vale la vida”. Dejar el nihilismo es, por tanto, dejar esa nada que hace que todo sea igual porque nada vale, llevar el cursor a lo que no es nada, sino ya algo, ya res, ya la cosa en sí, la cosa en cuestión, tal vez tres veces nada, pero nada menos de lo que está llamado a estar alerto a la vida.

 

Una vida así es divina, no tanto porque su significado le sea asignado por Dios, sino porque liberada de Él, la existencia es libre para disfrutar de la vida, liberada como está de sus pasivos, de sus deudas, hecha en eso con lo divino como divus, es decir como riqueza, siendo divino nada más que el apodo que llama a esta exuberancia, o esta concupiscencia que hace que la existencia se dedique a sí misma como sexistencia, se exhiba, se cree, se precipite hacia sí misma para alcanzar la meta de toda vida que es simplemente: vivir, gozar de la vida, volver a disfrutarla y en el cuerpo sin apropiándose de su sentido, porque la vida vive y se nutre. Vivir es, pues, como dice Balzac, “fusionar todas las alegrías en una alegría”, fusionar todas las alegrías en la única alegría de vivir.

 

Posdata: estas líneas datan de 2018, de una época pasada, por lo tanto, donde tuve la impresión, como muchos otros, de que Jean-Luc velaba por lo que pensaba o escribía, es decir, apoyaba mis intentos desde lejos, con una generosidad que a cada uno le pareció única, y que, sin embargo, fue la misma, creo, para todos, en cuanto a quien se dirigía a él. Nunca dejó una palabra sin respuesta. Nunca usó el silencio como para marcar el fin de la inadmisibilidad. Su amabilidad fue un honor y una alegría para mí. Desde mis textos de joven estudiante hasta mi último libro, que había aceptado prologar, pasando por mi tesis de la que había sido sinodal, acompañó el inicio de mi camino filosófico sin dejar nunca de animarme, ni siquiera de expresar sus reservas cuando no estaba de acuerdo con mis suposiciones.

 

Este texto que, más ampliamente, era un manuscrito dedicado a su pensamiento, había recibido su aprobación; le había encantado, me había dicho, porque en cierto modo no se reconocía en él (algo que a veces encontraba doloroso en las obras que le dedicaban), porque, como me dijo lo había llevado “en mi bolsillo” conmigo a otra parte, alejándolo del centro de gravedad de lo que generalmente se podía decir de su obra tan rica. Y, al fin y al cabo, ¿acaso la comprensión no se lleva siempre (al otro) contigo, por decirlo de otra manera, al otro con quien piensas en ti mismo? Cuestión de traducción.

 

Desde que se escribieron estas líneas, Jean-Luc Nancy está muerto. Su voz no será olvidada. Su timbre aún resuena. Nos atraviesa el tímpano para volver a enseñarnos a escuchar, aunque sólo sea este nombre de voz, voz de inspiración y musas, pero también estos nombres de cuerpo, comunidad, vida compartida, existencia como sexistencia, sentido en todos los sentidos, creación, democracia, divinidad, cristianismo o nihilismo. Aún no sé qué heredé de él, pero lo cierto es que su herencia no probada nunca dejará de encontrar en mí, y en mis escritos, un testimonio agradecido y un testimonio fiel. Gracias, Jean-Luc, por un agradecimiento, como te escribí un día, que no equivale ni al uno ni a lo que agradece. Un agradecimiento dejándote a merced de tu pensamiento, tu voz…

 

Bibliografía

  1. «Dialogue entre Jacques Derrida, Philippe Lacoue-Labarthe et Jean-Luc Nancy», Rue Descartes, vol. 52, no. 2, 2006.
  2. Badiou, Alain, «Entretien avec Alain Badiou: Politique, démocratie et hypothèse communiste», consultado en: https://www.nonfiction.fr/article-887-entretien_avec_alain_badiou__2__politique_democratie_et_hypothese_communiste.htm
  3. Derrida, Jacques, Le toucher, Jean-Luc Nancy, Galilée, Paris, 2000.
  4. Meillassoux, Quentin, Après la finitude, Seuil, «L’ordre philosophique», Paris, 2006.
  5. Nancy, Jean-Luc, L’Adoration, (Déconstruction du christianisme, 2), «Freud–pour ainsi dire», Galilée, Paris, 2010
  6. Nancy, Jean-Luc, La communauté désœuvrée, Christian Bourgois, Paris, 2004.
  7. Nancy, Jean-Luc, La pensée dérobée, « Système du plaisir (kantien) (avec post-scriptum freudien), Galilée, Paris, 2001.
  8. Nancy, Jean-Luc, Le poids d’une penséel’approche,La Phocide, Strasbourg, 2008
  9. Nancy, Jean-Luc, Sexistence, Galilée, Paris, 2017
  10. Nancy, Jean-Luc, Vérité de la démocratie, Galilée, Paris, 2008.
  11. Nietzsche,Friedrich, Aurore, §281
  12. Rosset, Clément, La force majeure, Les éditions de minuit, Paris, 2011

 

Notas

[1] Alain Badiou, «Entretien avec Alain Badiou: Politique, démocratie et hypothèse communiste», consultado en: https://www.nonfiction.fr/article-887-entretien_avec_alain_badiou__2__politique_democratie_et_hypothese_communiste.htm
[2]  Jacques Derrida, Le toucher, Jean-Luc Nancy, Paris, Galilée, 2000, p.14.
[3] El original intitulado « Comme une envie de s´exhiber» fue publicado el 11 de octubre 2021 en la revista de ideas de carácter filosófico Un philosophe en el marco del homenaje a Jean-Luc Nancy “Hommage à Jean-Luc Nancy”. Agradezco al editor Jonathan Daudey por darme el permiso de traducirlo.
[4]Idem.
[5]  Escribo estas líneas justo después de la muerte de Clément Rosset que ciertamente compartía más que un punto de acuerdo con J.-L. Nancy. Cf. C. Rosset, La force majeure, Les éditions de minuit, Paris 2011.
[6] Por ejemplo: Jean-Luc Nancy, La pensée dérobée, « Système du plaisir (kantien) (avec post-scriptum freudien), Paris, Galilée, 2001, pp.78-80 ; Nancy, L’Adoration, (Déconstruction du christianisme, 2), « Freud – pour ainsi dire », Galilée, Paris, 2010, pp.141-148.
[7] Jean-Luc Nancy, Sexistence, Galilée, Paris, 2017, p.75.
[8] Ibidem., p.179.
[9] Ibidem., p.31.
[10] Aquí estoy pensando a Quentin Meillassoux, Après la finitude, Paris, Seuil, « L’ordre philosophique », 2006.
[11] Jean-Luc Nancy, Vérité de la démocratie, Galilée, Paris, 2008, p.38.
[12] Jean-Luc Nancy, La communauté désœuvrée, Christian Bourgois, Paris, 2004, p.259.
[13] «Dialogue entre Jacques Derrida, Philippe Lacoue-Labarthe et Jean-Luc Nancy », Rue Descartes, vol. 52, no. 2, 2006, pp. 86-99.
[14] Nietzsche, Friedrich, Aurore, §281, p.214.
[15] Idem.
[16] Idem.
[17] Estoy leyendo, de momento, este 11 de abril de 2018 en el sitio de France Culture dedicando un programa en homenaje a Antoine Blondin, autor de Un singe en hiver, esta frase propia: « A los señales externos de riqueza, prefiero los señales de riqueza interior.” Si la oposición entre exterior e interior puede seguir siendo ingenua, toda la cuestión está ahí.
[18] Nietzsche, Friedrich, Aurore, §285.
[19] Nancy, Jean-Luc, Le poids d’une penséel’approche, La Phocide, Strasbourg, 2008, p.9.
[20] Ibid.
[21] «Dialogue entre Jacques Derrida, Philippe Lacoue-Labarthe et Jean-Luc Nancy», Rue Descartes, vol. 52, no. 2, 2006, pp. 86-99.

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