Resumen
La guerra es un acontecimiento social tan viejo como la historia de la humanidad misma y, la violencia que en ella se ejerce, provoca el peor espectáculo de deshumanización y sufrimiento humano. Al menos dicho espectáculo, es el que nos ha ofrecido la guerra entre Rusia y Ucrania, donde los asesinatos, torturas, bombardeos y exterminios han sido los principales protagonistas. Para reflexionar sobre las escenas de violencia que provoca la guerra, así como el sufrimiento y dolor que ella desencadena, es necesario recurrir a la correspondencia entre Einstein y Freud de 1932 (así como el texto freudiano de 1915) donde dichos pensadores se cuestionan sobre el origen de la guerra, la posibilidad de evitarla y sobre las emociones que el sujeto experimenta en tiempos de batalla.
Palabras clave: guerra, violencia, derecho, emociones sociales, emociones de odio.
Abstract
War is a social event as old as the history of humanity itself, and the violence that is exercised on it causes the worst spectacle of deshumaniztion and human suffering. At least that show is the one offered by the war between Russia and Ukraine, where murders, torture, bombings and exterminations have been the main protagonists. To reflect on the scenes of violence that cause war, as well as the suffering and pain that it unleashes, it is necessary to appeal correspondence between Einstein and Freud from 1932 (as well as the freudian text from 1915) where these thinkers question the origin of the war, the possibility of avoiding it and about the emotion that the subject experiences in times of battle.
Keywords: war, violence, righ to tife, social emotions, hateful emotions.
La guerra es un término que está íntimamente relacionado con la historia de la humanidad; de hecho, no hay un registro certero que nos proporcione la fecha exacta de la primera guerra que aconteció en la historia del ser humano. Sin embargo, si retomamos a partir de tiempos homéricos hasta la actualidad, nos faltarían dedos de pies y manos para poder contar todas las guerras que han acontecido entre dichas fechas. Tan sólo en el siglo XXI, la ONU[1] tiene registradas alrededor de 10 guerras hasta el 2018 (microguerras y macroguerras). Ante dichas cifras, pero especialmente ante la guerra que se desató hace algunos días (entre Rusia y Ucrania) donde pudimos observar diversos actos pavorosos como es el caso de la violencia, la destrucción, la inhumanidad y la ira, no podemos dejar de pensar en aquella hipótesis que Levinas plantea en el prefacio de su texto de 1961 (Totalidad e infinito) la cual es: “Saber si la moral no es una farsa… La guerra no se sitúa solamente como la más grande entre las pruebas que vive la moral. La convierte en irrisoria”.[2] Pero ¿Cómo es posible que en tiempos de guerra la moral sea suspendida por emociones de odio y destrucción? ¿Existe alguna forma de evitar la guerra? ¿Cómo surge y por qué provoca tanto sufrimiento humano? Para Reflexionar sobre dichas preguntas, recurriremos a la correspondencia Einstein-Freud de 1932, donde dichos autores se cuestionan sobre el acontecimiento de la guerra y la destrucción.
¿Existe algún medio que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra?
Albert Einstein
Es el 30 de julio de 1932 (en Caputch) cuando Albert Einstein redacta una carta[3] dirigida a Sigmund Freud, donde, el principal objetivo de dicha correspondencia es el planteamiento sobre la posible la eliminación de la guerra en la vida del sujeto, “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad de los estragos de la guerra?”.[4] Para el padre de la física moderna (y después de presenciar la primera guerra mundial), la pregunta por la guerra se había convertido en cuestión de vida o muerte, pues puede observar que los esfuerzos de diversos intelectuales por resolver dicho problema habían fracasado[5] y, en cuanto la ciencia, no poseía el pensamiento ni las herramientas necesarias que le permitieran una visión profunda de las zonas más oscuras y violentas de la voluntad y los sentimientos humanos.[6]
En dicha carta, la guerra es considerada por Einstein como el desastre humano que implica agresiones de toda índole (físicas, psicológicas, étnicas y sociales), su ejecución provoca la destrucción de bienes materiales, muertes, lesiones, pero en especial, provoca el surgimiento del sufrimiento humano. Señala el físico alemán que, dichas consecuencias se deben a causa de que la guerra no conoce la distinción entre combatientes y civiles, para ella el enemigo se encuentra en todas partes y se debe destruir todo aquello que le proporciona apoyo material, espiritual, protección y aliento; se trata de la forma más típica, cruel y desenfrenada del conflicto que acontece entre los hombres.[7]
El padre de la física moderna le relata a Freud una posible solución superficial para evitar los estragos de la guerra, la cual consiste en la creación de un órgano legislativo y judicial que tenga como principal objetivo resolver los conflictos que surjan entre las naciones. Señala el físico alemán que cada nación tendría que someterse a las órdenes dictadas por dicho órgano legislativo, donde, el principal objetivo de dicha organización sería convertirse en un máximo tribunal, en una institución humana donde sus decisiones y sentencias se aproximaran al ideal de justicia y, a toda costa, hiciera respetar dicho ideal. Sin embargo, ante dicha solución, Einstein señala la imposibilidad de dicho órgano legislativo, así como el sometimiento absoluto de las amenazas entre naciones; “Me veo llevado, de tal modo, a mi primer axioma: el logro de seguridad internacional implica la renuncia incondicional, en una cierta medida, de todas las naciones a su libertad de acción, vale decir, a su soberanía y, ningún otro camino puede conducir a esta seguridad”.[8] Ante dicho axioma, el físico alemán considera a su ideal de seguridad internacional como un fracaso absoluto (desilusión), pues para dicho físico, ninguna nación sedería parte de su soberanía y su libertad, en otras palabras, ningún país estaría dispuesto a ceder un poco de su poder.
Einstein menciona que, en el fracaso de dicho órgano legislativo, interviene una “apetencia de poder”, se trata de un factor psicológico que caracteriza a la clase gobernante de todas las naciones; para el físico alemán, dicho apatito poder se nutre de un carácter puramente material y económico, haciendo que los gobernantes de cada nación anhelen la conquista de territorios, riquezas, recursos naturales y materiales. Además, menciona que, para lograr la conquista de otros bienes, los gobernantes no actúan solos, sino involucran a sus ciudadanos, aquella gran masa del pueblo que por medio del nacionalismo y el patriotismo (valores que en tiempos de guerra y destrucción se disfrazan como la defensa de una raza), llegan a considerar a otras naciones como enemigos y, de esta manera, pueden ayudar a la adquisición de otros territorios y bienes materiales. Ante el manejo de un pueblo por parte de los gobernantes, Einstein se pregunta: “¿Cómo es posible que esa minoría consiga poner al servicio de sus ambiciones a la gran masa del pueblo que de las guerras sólo se obtiene sufrimiento y empobrecimiento?”[9] Señala el físico alemán, que es por medio de la escuela, la prensa y la iglesia, que los dirigentes políticos pueden organizar y dominar las emociones de un pueblo hasta convertirlas en instrumento de destrucción. A pesar de dicha respuesta, vuele a cuestionarse el padre de la física moderna, “¿Cómo es posible que la masa, por efecto de esos medios artificiosos, se deje inflamar con tan insensato fervor hasta el sacrifico de la vida? Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción”.[10] Se trata de emociones que, según dicho autor, en tiempos normales se encuentran en un estado latente y que sólo se manifiestan en circunstancias de destrucción; dichas emociones de odio pueden despertarse con facilidad y logran generar una psicosis colectiva incitando de esta manera a que los ciudadanos participen en la realización de la guerra.
Ante dichas ideas de Einstein sobre la guerra y la destrucción, concluye su carta dejando una pregunta abierta: “¿Existe la posibilidad de dirigir el desarrollo psíquico del hombre de manera que pueda estar mejor armado contra las psicosis de odio y de destrucción?”.[11] Con dicha pregunta el físico alemán se despide, esperando una solución psicoanalítica sobre la guerra y las emociones de odio y de maldad.
Siguiendo con las cartas Einstein-Freud, es en Viena en el mes de septiembre de 1932, cuando el padre del psicoanálisis le da respuesta a la carta del físico alemán. En dicha correspondencia, Freud inicia resaltando la hipótesis que Einstein plantea sobre las emociones de odio y destrucción, señalando que de aquellos sentimientos surge la violencia, el cual es un concepto que no sólo forma de la psique del hombre, sino es un término social, “Pues bien, los conflictos de intereses que surgen entre los hombres se resuelven pues, en principio, por la violencia, Así sucede en todo el reino animal, del que no podría excluirse el hombre”.[12] Señala el padre del psicoanálisis que, tanto la guerra como la violencia, son términos que se encuentran íntimamente relacionados con la historia de la humanidad y, menciona que la forma como se ejecutaban dichos conceptos en tiempos antiguos era por medio del uso de la fuerza, donde la superioridad de la fuerza física decidía lo que debía pertenecer a uno u otro, así que, en términos de destrucción, podemos decir que la fuerza física era la encargada de ganar respeto, autoridad y supremacía.
Conforme pasaron los años, el uso de la fuerza física fue sustituido por otro tipo de técnicas, como es el caso de las armas, las cuales tienen el mismo objetivo que la fuerza bruta del sujeto: el surgimiento de la violencia, la destrucción del enemigo y la adquisición de bienes. Ante la sustitución de la fuerza física por las armas señala Freud: “La intervención del arma señala el momento en que la supremacía intelectual comienza a sustituir a la fuerza bruta”.[13] Para el psicoanalista alemán, el uso de las armas y la inteligencia, otorgaron un mejor resultado en el campo de batalla, pues al enemigo se le podía ejercer más violencia hasta el punto de exterminarlo, de esta manera el enemigo no tendría ninguna posibilidad de reiniciar la lucha.
Las ideas anteriormente desarrolladas, son un preámbulo para que Freud resalte la hipótesis central de su carta: la relación entre derecho y violencia, los cuales no son una antinomia, sino para el psicoanalista alemán, el primero concepto deriva del segundo.[14] Menciona que, en la guerra (ya sea por medio del uso de la fuerza física o armas) siempre hay un grupo que se muestra más débil; ante la falta de medios y exceso de violencia, dicho grupo recurre a la reunión colectiva, donde diversos débiles le pueden hacer frente a grupos más fuertes por medio de la creación de derechos, leyes y peticiones, logrando de esta manera la creación de instituciones legislativas (tanto naciones como internacionales), así como la creación de derechos humanos universales; Freud puede observar que es la unión la que socava la violencia y que el derecho es la fuerza de una comunidad.[15] Señala el psicoanalista alemán que, el paso de la violencia al derecho necesita de un requisito psicológico: “sentimientos comunitarios”, los cuales dan paso a la organización, a la unidad y a la armonía, así como al surgimiento de emociones que se dirigen hacia el bienestar del prójimo, como es el caso de la bondad, la solidaridad y el compañerismo.
A diferencia de otros psicólogos de su época, Freud puede observar que el sujeto se compone de sentimientos innatos que se orientan hacia la destrucción y el odio, los cuales hacen que la violencia y la destrucción sean la forma más típica de resolver los conflictos entre los individuos; por tal motivo, el psicoanalista alemán afirma que el sujeto necesita de un órgano legislativo que le garantice sus derechos, la protección de bienes, pero sobre todo sea una organización que garantice el bienestar social. En otras palabras y, con base a las hipótesis planteadas por Einstein, Freud afirma: “Aplicando esto a nuestro presente, se llega al mismo resultado que usted obtuvo por un camino más corto. Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan una institución central encargada de entender en todos los conflictos de intereses”.[16] Se trata de un órgano necesario que, a diferencia de Einstein, no puede considerarse como una mera desilusión, sino para el padre del psicoanálisis, el sujeto debe buscar todos los medios necesarios para el surgimiento y función de instituciones legislativas nacionales e internacionales que garanticen el derecho a la vida.
Una vez desarrollada su teoría sobre la relación violencia-derecho, Freud pasa a desarrollar de manera más precisa la hipótesis planteada por Einstein sobre las emociones de odio que componen al sujeto; en un principio menciona que se encuentra a favor de las ideas desarrolladas por el padre de la física moderna, pues la pulsión a odiar y aniquilar son emociones elementales que componen a la psique del hombre y, en tiempos de guerra, se pueden detonar dichas emociones con mayor potencia. Sin embargo, el padre del psicoanálisis tiene algo más que mencionar:
Suponemos que las pulsiones del ser humano son sólo de dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir —las llamamos eróticas, exactamente en el sentido de Eros en El banquete de Platón, o sexuales, con una consciente ampliación del concepto popular de la sexualidad— y otras que quieren destruir y matar; a estas últimas las reunimos bajo el título de pulsión de agresión o de destrucción. [17]
Con esta división, Freud menciona que cada una de dichas pulsiones son tan indispensables una como la otra (el sujeto se compone tanto de emociones amorosas como destructivas), además menciona que, dichas pulsiones se encuentran en estrecha vinculación, pues una emoción de amor necesita de pulsiones destructivas y viceversa. Freud demuestra dicha hipótesis argumentando que en el erotismo que se tiene hacia los objetos materiales se requiere de una pulsión de empoderamiento y dominio, mientras que en algunas emociones de destrucción hay cierta pulsión erótica, es decir, la destrucción puede causar placer.[18] Sin embargo, Freud, al menos en dicha correspondencia, lo que pretende resaltar es la regulación y la posible eliminación de las pulsiones de destrucción, es por este motivo que apelará a la cultura. Señala nuestro autor, que las emociones de odio sólo pueden ser reguladas por medio de la apelación de sus contrarias, pulsiones eróticas, por tal motivo, la cultura se ve en la necesidad de inculcar valores, leyes y costumbres que inciten a la conservación y a la reunión solidaria del sujeto. Alejándonos un poco de la correspondencia Freud-Einstein, es en el capítulo siete del Malestar de la cultura[19] donde Sigmund menciona que la cultura es la encargada de dominar la peligrosa inclinación agresiva del individuo, debilitando y desarmando dicho instinto odio, no sólo por medio de valores, sino también por medio de leyes, castigos y por medio de la creación de sentimientos de culpabilidad. Dejando a un lado dicho texto, y siguiendo con la correspondencia anteriormente mencionada, Freud señala que, por medio de las pulsiones eróticas, la cultura debe inculcar aquella máxima religiosa “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, para lograr el surgimiento de emociones comunes y unión, sobre los cuales deben descansar ese gran edificio llamado sociedad humana.
Ante dichos argumentos, Freud vuelve a resaltar la idea de que en la regulación de las pulsiones de odio por parte de las emociones sociales, debe intervenir la educación, donde, “Lo ideal sería, desde luego, una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida a la dictadura de la razón”.[20] señala el padre el psicoanálisis que, ninguna otra cosa que la primacía de la razón sería capaz de producir la más perfecta y resistente relación entre los hombres,[21] por lo tanto ella sería la encargada de la posible eliminación de la guerra y de diversos actos de crueldad.
Termina su correspondencia con la ilusión de que en una época no muy lejana terminen las guerras, pues el principal objetivo de la cultura y la educación tendría que ser el culto por las emociones de amor y de la supremacía de la razón sobre las pulsiones de odio. Una vez pronunciadas dichas palabras, Freud pide disculpas por las posibles desilusiones que su texto llegue a provocar.
Si bien, hemos resumido en las líneas anteriores la correspondencia entre Einstein y Freud, no podemos dejar de lado el texto freudiano de 1915 publicado bajo el título De guerra y muerte, temas de la actualidad, pues para dicho autor, la guerra siempre ha sido un tema de gran interés reflexivo.
Bajo la influencia de la primera guerra mundial, Freud inicia su texto de 1915 con las siguientes palabras:
Creemos poder decir que nunca un acontecimiento había destruido tanto del costoso patrimonio de la humanidad, ni había arrojado en la confusión a tantas de las más claras inteligencias, ni echado por tierra los valores superiores. Hasta la ciencia ha perdido su imparcialidad exenta de pasiones. Sus servidores, enconados hasta sus últimas fibras, buscan arrancarle armas para contribuir a la derrota del enemigo. El antropólogo tiene que declarar inferior y degenerado al oponente, y el psiquiatra, proclamar el diagnostico de su enfermedad mental o anímica. Pero es probable que resintamos con desmedida fuerza la maldad de esta época, y no tenemos derecho a compararla con la de otras épocas que no hemos vivenciado.[22]
Con dicha cita lo que demuestra Freud es que el individuo (sus pensamientos, sus emociones y sus movimientos), así como la ciencia, se habían convertido en combatientes, se encontraban confundidos y sumergidos en esa gran maquinaria que fue la primera guerra mundial. Dicho acontecimiento social se sirvió de la ciencia (y la guerra se sigue sirviendo de ella) para poder construir armas más poderosas que eliminen de manera inmediata y efectiva al enemigo. En cuanto a las llamadas ciencias del espíritu, dicha guerra también se sirvió de ella para contribuir a la derrota del enemigo, pues el psiquiatra lo declaraba un sujeto enfermo mentalmente y por ello merecía la muerte, mientras que el antropólogo lo reconocía como degenerado, maligno e inferior, haciendo que la guerra, la violencia y la muerte del prójimo se mostraran como actos justificados, razonables y honorables.
De cara a la barbarie de la primera guerra mundial, Freud se cuestiona sobre la moral del individuo y sobre sus emociones que se dirigen hacia el bienestar en lugar de la destrucción, pero principalmente se cuestiona sobre los ideales de paz que promulgaban las naciones cultas de esos tiempos, se trata de los pueblos civilizados (hombres de raza blanca) que dominaban al mundo (Europa).[23] Señala Freud que, ante las guerras anteriores a la de 1914 y, especialmente, ante el sufrimiento psicológico y biológico en la economía de la vida humana que la guerra dejaba, los llamados pueblos cultos promovieron ideales de paz, donde la patria no sólo debía concebirse como la identidad del sujeto con su nación sino debía conformar al mundo entero, haciendo del extranjero y el extraño un ciudadano más. A partir de esta visión, las naciones tendrían que verse como pueblos amigados donde la nueva patria tendría como principal referencia a la “Madre tierra” haciendo que los compatriotas fueran todos los ciudadanos que conformaban al mundo; ante dicho ideal, señala Freud que, el sujeto se convertía en el amo de la tierra. Para lograr dichos ideales de solidaridad, los pueblos cultos impulsaron que las empresas e instituciones nacionales e internacionales promovieran la cultura de la paz, además, cada nación obligaba al individuo a apegarse a las normas éticas y, de esta manera, renunciar al ejercicio brutal de la violencia. Señala nuestro autor que, dichas naciones cultas también promovían valores de respeto y armonía por medio de la cultura y diversos movimientos artísticos e hicieron que la ciencia no tuviera otro fin que procurarle bienestar y comodidad al sujeto. Sin embargo, dicho ideales solamente quedaron en una pobre ilusión, pues Freud puede observar que la guerra de 1914 había acarreado una considerable cuota de horror y sufrimiento, consideraba que dicha guerra no sólo era más sangrienta y devastadora que las anteriores, sino sus poderosas y perfeccionadas armas ofensivas hacían de ella la más cruel e inmisericorde, destrozando de esta manera los lazos comunitarios entre los pueblos. Ante dicha guerra, diversos estados utilizaron los ideales de paz para promocionar la violencia y la desgracia, promovían la muerte del enemigo con el objetivo de lograr una paz posterior, además se promocionó el ideal de patriotismo, donde a los ciudadanos se les obligaba a defender a su nación por medio de la muerte de los enemigos; el ideal de la madre tierra había quedado en el olvido.
Frente a estos dichos ideales frustrados, afirma Freud: “La guerra, en la que no quisimos creer, ha estallado ahora y trajo consigo […] la desilusión”.[24] el concepto de desilusión es considerado por dicho autor como la destrucción de una ilusión, ante la cual sólo quedan los sentimientos de frustración, lejanía, ausencia y privación. Afirma nuestro autor sobre dicho concepto “Las ilusiones se nos recomiendan porque ahorran sentimientos de displacer y, en lugar de estos, nos permiten gozar de satisfacciones. Entonces, tenemos que aceptar sin queja que alguna vez choquen con un fragmento de la realidad y se hagan pedazos”,[25] en este caso, el ideal de la paz chocó y se quebrantó por medio de una realidad llamada guerra.
La desilusión freudiana no sólo consistía en el quebramiento de los ideales de paz (desilusión hacia las naciones cultas que se habían presentado como guardines de las normas éticas), sino dicha desilusión también se podía observar en la conducta del individuo, quienes, por su condición de combatientes, habían desarrollado emociones y actos de destrucción y violencia sobre lo cuales, señala Freud, ningún psiquiatra se había imaginado que pudieran desarrollar con tanta brutalidad. Antes las emociones de destrucción y violencia, el padre del psicoanálisis se cuestiona sobre la maldad del individuo, pero en especial sobre cómo surgen dichos sentimientos; dicho psiquiatra, empezará afirmando que no negará a aquella afirmación que dice “el hombre es bueno y noble desde su nacimiento, desde el comienzo mismo”, sin embargo, argumenta Freud, que no por ello el sujeto está exento a desarrollar inclinaciones violentas, por tal motivo, dichas emociones le deben ser desarraigadas por medio de la influencia de la educación e inclinaciones que buscan el bienestar común. A pesar de dicho intento, Freud niega la posible eliminación de las pulsiones destructivas, ya que para él no existe un tratamiento psicológico que pueda despojar al sujeto de sus emociones de odio, sino simplemente dichas pulsiones son inhibidas y guidas hacia otras metas y otros ámbitos, se fusionan unas con otras, para disminuir su alto potencial de violencia; se trata de formaciones reactivas que simulan la mudanza de cierto contenido, como si el egoísmo se hubiera convertido en ultraísmo y la crueldad en compasión.
Ante dichas ideas sobre las emociones (poniendo especial énfasis en la imposibilidad de su eliminación) Freud recurre a su teoría de la reforma de las pulsiones odio, la cual se da por medio de dos factores: uno interno y el otro externo que operan en el mismo sentido. El factor interno “Consiste en la influencia ejercida sobre las pulsiones malas (digamos egoístas) por el erotismo, la necesidad humana de amar en el sentido más alto. Por la injerencia de los componentes eróticos, las pulsiones egoístas se trasmudan en pulsiones sociales”;[26] por medio de ese factor interno se aprende a apreciar al ser-amado, se trata, al menos así las considera Freud, de emociones innatas que versan en el amor y la compasión; es este el motivo por el que las emociones eróticas se transmudan en emociones sociales. En cuanto el factor externo “es la compulsión ejercida por la educación, portadora de las exigencias del medio cultural, y prosigue después con la intervención directa de este. La cultura se adquiere por renuncia a la satisfacción pulsional, y a cada recién venido le exige esa misma renuncia”.[27] Dicho factor externo, tiene como principal referencia la educación, la cual no sólo promueve ejemplos de amor, sino también por medio recompensas y castigos busca controlar la violencia del sujeto y orientarlo hacia emociones pulsionales buenas, provocando de esta manera el surgimiento de valores éticos.
Ante dichas reformas de las emociones surgen términos como “aptitud para la cultura” que es la capacidad del ser humano en reformar las pulsiones egoístas bajo la influencia del erotismo, la cual consta (como ya la hemos observado) de dos partes una innata y la otra adquirida en el curso de la vida por la educación y la cultura; la proporción de ambas conforman la reforma de la vida emocional.
A pesar de todas esas ideas, que pareciera son bastante razonables para inhibir la maldad del sujeto, afirma Freud que la influencia más importante que recibe el individuo es su medio cultural presente. A partir del presente surgen las impresiones para que las emociones primitivas se desarrollen; no importa que tan bien se haya educado al individuo, si el presente le proporciona violencia, destrucción y muerte, haciendo que las emociones y valores innatos, así como su educación se quebrante de manera inmediata. Así que el presente es el principal factor para el surgimiento de emociones que se orientan hacia la destrucción. En esto consiste la otra desilusión, en el despojo de valores eróticos y sociales por el surgimiento de valores que versan sobre la violencia y la destrucción. Como podemos observar, la desilusión que proporciona la guerra es acusa de dos motivos: por la desilusión de la paz y por la de la educación del individuo. Es por este motivo que la guerra es concebida por Sigmund Freud como desilusión.
Hemos dicho con anterioridad que el otro factor que trae la guerra es la actitud del hombre ante la muerte. En el texto de 1915, menciona que dicha actitud se puede dividir en dos perspectivas: una consiste en una visión sobre la muerte antes de la primera guerra mundial, la otra consiste en una visión sobre la finitud durante y después de dicha guerra. Acerca de la primera perspectiva sobre la muerte (antes de la guerra), Freud afirma que la finitud siempre ha sido concebida como el desenlace necesario de la vida, la muerte forma parte de la naturaleza, por lo tanto, dicho acontecimiento era considerado como algo natural, incontrastable e inevitable. Ante dicha naturalidad de la finitud surgió una tendencia de hacer a un lado a la muerte y eliminarla de la vida, “Hemos intentado matarla con el silencio”[28] y, dicho silencio se puede notar tanto en la muerte propia como en la muerte del otro hombre. En cuanto a la muerte propia, en el fondo nadie cree en su propia muerte, el sujeto está convencido que su vida se rige bajo una aparente inmortalidad; en cuanto a la muerte del otro hombre, el sujeto evita hablar de dicha posibilidad, “El adulto cultivado no imaginará la muerte del otro ni siquiera en el pensamiento sin considerarse a sí mismo desalmado o malo; a menos que en calidad de médico o abogado, etc., tenga que ocuparse profesionalmente de ella”.[29] Señala Freud, que la naturalidad y el silencio, no le quita a la muerte su carácter dramático, ya que cuando alguien muere, “nos conmueven en lo profundo y es como si nos sacudieran en nuestras expectativas”;[30] así que la finitud también se muestra como un accidente, donde pareciera que la muerte no forma parte esencial de la existencia humana.
Ante dicha perspectiva de la finitud menciona el padre el psicoanálisis que, la actitud del hombre ante la muerte se da de manera cultural y convencional; en cuanto al primer término, se refiere a la muerte como silencio y, en cuanto al segundo, se refiere a la finitud como accidente, donde la muerte afecta la vida psíquica del sobreviviente. Siguiendo con la interpretación convencional de la muerte, señala Freud que cuando fenece una persona próxima (el padre, el hermano, el hijo o el amigo), “Sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces; no nos dejamos consolar y nos negamos a sustituir lo que perdimos”;[31] dicha actitud sobre la muerte del ser querido tiene repercusiones en la vida, ya que la vida emocional del sujeto se empobrece y pierde interés, paraliza de forma trágica la existencia del hombre. Así que la muerte antes de la primera guerra mundial era concebida por el psicoanalista alemán de manera cultural y convencional; en cuanto al primer término, se refiere a la muerte como un proceso natural de la vida y al silencio que la finitud mantiene en el hombre; la muerte como actitud convencional, demuestra el carácter dramático de la finitud, el cual repercute en la vida emocional del sujeto.
Una vez realizada dicha descripción, Freud afirma: “Es evidente que la guerra ha de barrer con este tratamiento convencional de la muerte”;[32] ya que, en tiempos de guerra, los hombres mueren en multitudes, miles en un solo día y, dichas muertes, muestran un cambio de actitud del hombre ante la finitud, se trata de la perspectiva de la muerte durante y después de la guerra. Señala el padre del psicoanálisis que, a partir de la primera guerra mundial, “El hombre adopta una actitud muy extraña hacia la muerte. No era unitaria, sino más bien contradictoria. Por una parte, la tomó en serio, la reconoció como supresión de la vida y se valió de ella en ese sentido; por otra parte, la redujo a nada”;[33] ante esa nueva actitud, la muerte del otro hombre era considerada como justa, ya no se reconocía como accidente sino como aniquilamiento, es decir, la muerte ya era provocada. Señala Freud que, ante el cadáver del enemigo aniquilado el sujeto se sentía triunfador, la muerte de extraños y enemigos se mostraba como una absoluta despreocupación.
Hemos señalado la actitud del sujeto frente a la muerte de los demás, pero ¿Cómo se comporta al hombre ante su propia muerte? para contestar dicha pregunta, Freud recurre al inconsciente “Nuestro inconsciente no cree en la muerte propia, se conduce como si fuera inmortal”.[34][35] Lejos de la supuesta inmortalidad, la muerte propia adquirió cierta valentía, donde los hombres se dirigían a la guerra con el objetivo de morir con honor. Ante dichas ideas, señala Freud que, el surgimiento y el desarrollo de la primera guerra mundial le otorgó a la muerte un nuevo significado: a la muerte propia, le concedió un significado de heroísmo y valentía (significado según el cual Freud, se hace presente incluso en la vida cotidiana cuando el sujeto toma diversas decisiones que pueden dañar su salud física y mental), señala que a los extraños y enemigos la muerte debe procurarse o desearse y, por último, menciona que dicha guerra aconsejó al sujeto a pasar por alto la muerte de las personas amadas[36] (el sujeto debe ser fuerte y superar a toda costa la finitud del ser querido). Señala Freud que, dicha perspectiva marcó una nueva actitud del hombre hacia la muerte y, además, menciona que dicha visión se hará presente en el sujeto al menos hasta que la violencia sea sustituida por la paz y, la cultura y la educación puedan sustituir las emociones impulsivas de odio y destrucción por impulsos dirigidos hacia el bien, tanto individual como colectivo.
Al final del texto de 1915, el padre del psicoanálisis menciona que la muerte en tiempos de guerra se vuelve heroica y la muerte del prójimo se vuelve una muerte desapercibida, sobre la cual el sujeto se siente orgulloso de provocarla con sus propias manos; dicha actitud hacia la muerte se debe a causa de las pulsiones de odio y destrucción que se desarrollan durante la batalla.
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La correspondencia Einstein-Freud (así como el texto de 1915) nos sirvió para entender el surgimiento de la guerra, el sufrimiento humano que esta provoca y los sentimientos que ella despierta. Observamos que la guerra es un acto de maldad que destruye a todo acto de bondad, además que ella se puede servir de la ciencia y la educación parar lograr sus objetivos materiales. Así que la Guerra desatada entre Rusia y Ucrania fue la cuartada perfecta para reflexionar sobre las ideas de guerra de dos grandes pensadores del XX.
Bibliografía
- Einstein, Albert, Obras completas: volumen XXII (Freud), Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1976
- Freud, Sigmund, Obras completas: volumen XXII, Amorrortu Editores, Buenos Aires,
- _____________, Obras completas, Volumen XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires,
- Levinas, Emmanuel, Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad. Ediciones sígueme, salamanca, 2002.
- MacMillan, Margaret, 1914 De la paz a la guerra, Turner publicaciones, Madrid. 2013
Notas
[1] Cf. Una nueva era de conflictos y violencia (ONU): Recuperado el 8 de abril de 2022 de https://www.un.org/es/un75/new-era-conflict-and-violence
[2] Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, ed. cit. p. 47.
[3] Dicha carta se encuentra recopilada en el volumen XXII de las obras completas de Sigmund Freud (Amorrortu editores), bajo el subtítulo ¿Por qué la guerra? Correspondencia entre Einstein y Freud 1932-1933.
[4] Albert Einstein, Obras completas: volumen XXII (Freud), ed. cit. p. 183.
[5] Señala la historiadora Margaret MacMillan que la falta de análisis sobre el tema de la guerra en el siglo XX se debe a que, tras el fin de las guerras napoleónicas (Siglo XVIII), el siglo posterior fue el más pacífico que conoció Europa (Siglo XIX), por tal motivo los temas de destrucción y guerra se habían quedado en un segundo plano. Son estas las consecuencias por las que, “La llegada de la guerra tomó por sorpresa a la mayoría de los europeos, y su reacción inicial fue de incredulidad y conmoción. Estaban acostumbrados a la paz”. (MacMillan, 2013, p. 20). La primera guerra mundial había tomado por sorpresa a la vida intelectual del sujeto, por tal motivo la ciencia, así como las ciencias del espíritu, le habían otorgado menos interés al estudio de las emociones destructivas, así como a los temas de la violencia y la guerra.
[6] Ante las limitaciones de la ciencia para pensar las emociones del sujeto, señala Einstein: “En lo que a mí atañe, el objetivo normal de mi pensamiento no me hace penetrar las oscuridades de la voluntad y el sentimiento humano. Así pues, en la indagación que ahora se nos ha propuesto, poco puedo hacer más allá de tratar de aclarar la cuestión y, despejando las soluciones más obvias, permitir que usted ilumine el problema con la luz de su vasto saber acerca de la vida pulsional del hombre” (Einstein, 1976, p. 183). Para dicho científico, la física no podía realizar un estudio sobre las emociones del sujeto, sin embargo, sería que las ciencias del alma, en especial Freud, quien podría sugerir métodos que pudieran explicar la vida pulsional del hombre y el acontecimiento de la guerra. Como se puede observar, tanto Einstein como Freud encuentran una estrecha vinculación entre las emociones obscuras del hombre y la guerra.
[7] Cf. Albert Einstein, Obras completas: volumen XXII (Freud), ed. cit. p. 186.
[8] Ibid., p. 184.
[9] Ibid., p. 185.
[10] Idem.
[11] Idem.
[12] Sigmund Freud, Obras completas: Volumen XXII, ed. cit., p. 188.
[13] Idem.
[14] Cf. Idem.
[15] Cf. Idem.
[16] Ibid., p. 191
[17] Ibid., pp. 192-193.
[18] Cf. Ibid., p. 193.
[19] Cf. Sigmund Freud, Obras completas: Volumen XXII, ed.cit. p. 119.
[20] Sigmund Freud, Obras completas: Volumen XXII, ed. cit. p.196.
[21] Cf. Idem.
[22] Sigmund Freud, Obras completas: Volumen XIV, p. 277.
[23] CF. Ibid., p. 278.
[24] Ibid., p. 280
[25] Idem.
[26] Ibid., p. 284
[27] Idem.
[28] Ibid., p. 290
[29] Ibid., pp. 290-291.
[30] Idem.
[31] Idem.
[32] Ibid., p. 292.
[33] Ibid., p. 293.
[34] Ibid., p. 297
[35] Señala Freud que a pesar de que el inconsciente no reflexiona sobre su propia muerte, piensa y desea el asesinato (destrucción) (Cf. Freud, 1976a, p. 298); dicha teoría hace del inconsciente el estrato más profundo del sujeto, compuesto, principalmente, por emociones pulsionales, es decir se trata de un concepto que se deja llevar por impulsos, los cuales son controlados bajo la educación y el medio cultural, haciendo que todas las inclinaciones hacia el mal sean sustituidas por inclinaciones que tiendan hacia el bien.
[36] Dicho autor menciona que, durante los años de la primera guerra mundial, diversas personas desarrollaron una serie de técnicas para poder soportar la muerte del ser querido, la cuales consistían en no llorar por el deceso, disminuir la importancia y el amor hacia al amado, otorgarle al ser querido un porvenir glorioso proporcionado por la religión (Cf. Freud, 1976a, p. 300).
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