El regreso a lo nuevo. La trampa sanitaria

Grafito en una pared de Oaxaca en el contexto del movimiento social de la APPO. (2006)

 

Quienes han renunciado a combatir históricamente prefieren olvidar que la guerra de la época también se libra en el terreno de las nociones —sin lo cual, por cierto, Foucault no habría arrancado la «biopolítica» a sus diseñadores nazis y conductistas. Dejamos a la izquierda imperial la creencia de que hay un tipo de revolución que se reviste de pureza, y que es multiplicando los anatemas moralizantes, las medidas de profilaxis política y el esnobismo cultural como se derrota a las contrarrevoluciones.

Comité Invisible

 

Resumen

Las intenciones tras el impulso/imposición de la “nueva normalidad”, exige volver la mirada con atención crítica a la disputa por la creación de la realidad social en la cotidianidad. Este escrito se coloca en esa apuesta crítica y en la confrontación con las aproximaciones hegemónicas, reflexionando en torno a la necesidad de advertir la imposición en marcha y disponerse a disputar la creación de la realidad cotidiana lejos de esa homogenización rampante, desde el reconocimiento de la necesidad de quebrar esta última postura.

Palabras clave: nueva normalidad, trampa sanitaria, covid-19, forma-de-vida, gobierno mundial, gobernanza.

 

Abstract

The intentions behind the impulse of the “new normality” require a critical look at the dispute for the creation of social reality in everyday life. This paper is placed in this critical bet and in the confrontation with the hegemonic approaches, reflecting on the need to notice the imposition in progress and to be ready to dispute the creation of the everyday reality far from this rampant homogenization, from the recognition of the need to break this last position.

Keywords: new normality, health trap, covid-19, forms of life, world government, governance.

 

Hoy, se nos dice que es necesario hacernos a la idea de una normalidad nueva, a propósito de la llamada emergencia sanitaria derivada de la pandemia por el Sars-Cov-2, idea que sin embargo, tiene raíces en algo más que la pura razón sanitaria. Los que efectivamente detentan el poder político, económico y militar, han señalado desde hace muchos años, desde el siglo pasado por lo menos, que su lectura indica la necesidad de modificar la forma de vida, modificando incluso la proporción poblacional, a la baja,[1] lo que deriva de múltiples intentos por implantar la narrativa de la necesidad de un gobierno mundial y de establecer una nueva “agenda civilizatoria”, sostenida en una alianza mundial y el impulso de una ciudadanía global. Los esfuerzos desde los grandes poderes por imponer una nueva cotidianidad para la gran masa, hoy están más presentes que nunca. ¿Cuáles son las implicaciones de un proceso de este tipo, en este mundo contemporáneo? A la vista está, a propósito de las políticas “sanitarias” en marcha, una nueva forma de geopolítica y de taxonomía social, con sus respectivas formulaciones de la guerra civil. Las intenciones tras el impulso/imposición de la “nueva normalidad”, exige volver la mirada con atención crítica a la disputa por la creación de la realidad social en la cotidianidad. Este escrito se coloca en esa apuesta crítica y en la confrontación con las aproximaciones hegemónicas, reflexionando en torno a la necesidad de advertir la imposición en marcha y disponerse a disputar la creación de la realidad cotidiana lejos de esa homogenización rampante, desde el reconocimiento de la necesidad de quebrar esta última postura.

 

Durante buena parte del siglo XX, si no es que en toda la centuria, dentro del llamado mundo occidental y sus expresiones en las regiones occidentalizadas, surgieron diversos planteamientos/posicionamientos, en los que se acentuaba la importancia que habría de otorgarse a la  creación y/o actualización de marcos de referencia que nos apartaran de aquellos impulsados por las fuerzas fácticas hegemónicas, particularmente de aquellos marcos que dotan de sentido a la cotidianidad de la gran masa poblacional. En diferentes momentos, se pusieron en marcha discursos críticos al poder estatal en sí mismo o al que ya desde principios de dicho siglo iba consolidando el sector empresarial, la mayoría de las veces en complicidad con el poder estatal, así fuera una complicidad soterrada. En términos generales, tales planteamientos, que provenían tanto del mundo científico-académico como del activismo social, partían de reconocer que dichos poderes gestaban e imponían referentes de sentido para que las personas en lo individual o lo colectivo actuaran de cierta manera, y con particular sentido en la realización de lo político-social en su cotidianidad: las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante, se propagaba en esos ámbitos casi como un mantra. Por ello, impulsaban una crítica que llamaba la atención sobre la trascendencia que la cotidianidad contenía para la perturbación del orden establecido, advirtiendo su potencial capacidad como escenario fundamental para una efectiva transformación social.[2]

 

Sin embargo, durante ese siglo XX los principales planteamientos/posicionamientos que arraigaban en movimientos y organizaciones que buscaban la transformación político-social, centraban su interés en la toma del poder político y económico, sin una postura clara acerca del lugar que en ello ocupaba la vida cotidiana de la gran masa, tanto como escenario de control social, como su potencial configuración en cuanto terreno innegable en la lucha transformadora que se realizaba, como si esa cuestión fuera posterior a la toma del poder político-económico y, en ese sentido, la atención a ello tendría también que ser postergada. En muchos casos, incluso la lucha se planteaba en términos salvíficos respecto de la mayoría de la población, al saberla atrapada en dinámicas y concepciones enajenadas y enajenantes. Primero el poder, luego la salvación.

 

Por múltiples condicionantes históricas, la línea de la toma del poder político y económico resultó ser la que más fuerza social adquirió, aunque las veces que logró hacerse de esos poderes, muchos de sus límites se mostraron puntualmente en la realización de la vida cotidiana que se resistía a la transformación “desde arriba”, y que no necesariamente podría vincularse a una falta de convicción o “consciencia” de la población, sino que muy probablemente radicaba en el arraigo que los marcos de referencia dominantes habían logrado y rebasaba las fronteras de la conciencia pretendida. La fuerza de la vida cotidiana, muchas ocasiones rebasaba el potencial de la “conciencia discursiva” e incluso podría confrontarse con la “conciencia práctica”.[3]

 

Regiones en las que se establecían prohibiciones religiosas por considerarlas parte del control que se atacaba, a lo largo de los años estallaban movimientos con reivindicaciones sostenidas en ese tipo de creencias; donde se establecía la importancia de lo comunitario como fundamento del cambio político-social, posteriormente se reivindicaba la individualidad como el centro irrefutable de lo social; cuando se establecía la necesaria igualdad, las cúpulas en la cima del poder “popular” mostraban lo contrario y se sumergían en la cotidianidad “de arriba” con sus privilegios; las ocasiones en que el poder político social encabezaba las transformaciones educativas, sociales y económicas hacia una socialidad diferente, al mundo empresarial no le costaba mucho crear escenarios de miedo e incertidumbre que desembocaban en la demanda de grandes sectores poblacionales de regreso a la vida anterior, incluso a costa de los gobiernos “populares”.[4] Fuera por  fuerzas interiores o por la vinculación entre ellas y las fuerzas externas a una región o país, incidir en la apreciación de la vida en su cotidianidad, siempre ha sido un arma que los poderosos nunca han escatimado en usar: ahí han centrado su ejercicio del dominio regularmente. Por el lado de las otras fuerzas, la tendencia ha sido más bien menospreciar la cotidianidad, por lo menos inicialmente.

 

En el marco señalado, sin embargo, aparecieron críticas fundamentales a las posiciones dominantes respecto del poder político, económico y social, que atendían la vida cotidiana, como ya referimos, y le otorgaban un lugar central en la búsqueda de alternativas para el vivir y desembarazarse del control sostenido en la vida propulsada por el maridaje liberal-capitalista. Para López Petit,[5] estas miradas podrían trazarse en dos tendencias generales: 1) aquellas que admitían la importancia de la cotidianidad como fundamento de la vida y, por tanto, se establecía como el escenario de la alienación, por lo que era menester construir un afuera de esa vida para la realización efectiva de la transformación político-social, y 2) aquellas que al admitir la trascendencia de tal vida, centraban su atención en refigurar la cotidianidad, colmándola de cambios en los marcos de referencia dentro de los cuales hacía sentido vivir de un modo y no de otro y la consecuente afectación a las prácticas de vida.

 

Agnes Heller,[6] en la década de los setenta del siglo pasado, señalaba que todos tenemos una vida cotidiana, aunque eso no quiere decir que todos tengamos la misma cotidianidad; que a final de cuentas, en esa vida se juega la vida continuamente. Lo que está en juego, en todo caso, es el cuestionamiento acerca de qué es el vivir finalmente; qué es aquello que constituye vivir correcta, saludable, adecuada y/o profunda e intensamente. Las diferentes formas-de-vida, suponen una cotidianidad distinta en sus sustentos ontológicos y metafísicos. La anulación de la diversidad de esas formas ha sido desde hace mucho un interés central de los poderosos que adquirió forma clara en la idea de lo católico, esa religión que desde su origen se ha pretendido universal y, por tanto, de necesaria imposición a quienes pretenden vivir fuera de sus designios, casi como ahora la economía de mercado y su alianza industrial-militar. Ese interés, con sus múltiples intentos prácticos en los últimos quinientos años, hoy encuentra otra versión, más potente en su formulación y con más armamento para su realización, que podría condensarse en lo que Luc Ferry denomina “La revolución transhumanista”.

 

El siglo XXI, ha mostrado con una fuerza fáctica difícil de refutar, el alcance que tienen la cotidianidad y su manejo para el establecimiento de controles sociales planetarios, creando “normalidad”. El derrumbamiento de las Torres Gemelas, que se habían vuelto más simbólicas que su vecina de enfrente, la estatua de la libertad, nos puso frente a la cara la capacidad para crear escenarios psicosociales planetarios, en este caso de incertidumbre y miedo al “terrorismo”, a partir de los cuales se implantaron dispositivos político-sociales de orden militar en el curso de la vida cotidiana en todas las regiones del planeta, aunque ese modo de crear al enemigo tuvo derivaciones importantes que reavivaron las visiones críticas a las apuestas imperialistas.

 

Después del 11/09, vimos el despliegue de cámaras por doquier, construcción de “sospechosos” que incidían en la “libre” movilidad en calles, plazas, aeropuertos, escuelas, estadios; establecimiento de controles “sorpresa” como retenes, operativos; se propagaban políticas de vida mediante programas de televisión, escenarios de coaching en escuelas y empresas —por ejemplo—, con el fin de establecer un tipo de ciudadanía mundial, que aceptara las medidas en marcha.  Esto, se enlazaba con las violencias “locales”, que ofrecían mayor sostén a la expansión del control de la vida cotidiana: delincuencia local, corrupción regional peculiar, costumbres radicadas en la violentación por diferentes formas de discriminación. Curiosamente, en estas puestas en escena la cotidianidad se sometía a la excepción, a mantener su continuidad bajo el manto de la incertidumbre, de lo imprevisible y de la aparición intempestiva de “medidas” ante lo emergente, potencialmente catastrófico y “caótico”. Se iba creando una cotidianidad menos  sostenida en la continuidad que en la incertidumbre, con una población y una individualidad dispuesta a las medidas excepcionales en lo laboral, lo escolar, la movilidad, entre otras muchas dimensiones de la vida social. Todo lo sólido se desvanecía en el aire. Estaba en marcha un cambio trascendental en lo que a control social se refiere y respecto de las vías para enfrentarle. En ese proceso, sucedía la producción en masa de un nuevo “actor” de lo cotidiano, el ciudadano global(izado).[7]

 

Veinte años después, la idea de un gobierno mundial ya no es ajena a muchos discursos de los poderosos y sus subalternos. Esto no es casual, y no resulta arriesgado sostener que ello se fue configurando en la práctica desde principios de siglo con cierta claridad. Los últimos dos años, nos han colocado ante lo catastrófico, lo incierto, lo intempestivo y la emergencia de medidas ad hoc mundiales, que ya había sido ensayado con aquella puesta en escena de la posible pandemia por la influenza por el virus H1-N1. De facto, el gobierno mundial avanza. La uniformidad del ciudadano planetario se va configurando. El encauzamiento de una cotidianidad mundial, que irónicamente es llamada nueva normalidad, está en marcha plenamente, pero ahora sostenida sobre otro tipo de miedo, ya no al terrorista o a los fundamentalistas de todo tipo, sino por un virus “letal” como el que la fundación Rockefeller ya suponía desde 2010,[8] que ha permitido la planetarización de medidas, de modificaciones geopolíticas y de una nueva clasificación social, de personas, países y regiones, según su ubicación y posicionamiento en y ante  el “semáforo de riesgo” que, articulado con la “mano invisible” del mercado, ha creado un nuevo fascismo: mercantil-sanitario.

 

Para López Petit,[9] dos términos se conjugan perversamente cuando a propósito de algo catastrófico que sucede se altera la continuidad de la cotidianidad: regresar a la normalidad. Si la relación cotidianidad-normalidad articula un término más bien sociológico con otro más bien médico, siguiendo las ideas del filósofo catalán, qué significaría volver a la normalidad, cuando ella es “nueva”. Lo inexorable es aquello que dota de sentido a esa vinculación; se presenta como el rasgo que distingue el regreso a lo nuevo: la normalidad. Aparentemente, en la actualidad, ambos términos, vida cotidiana y normalidad, se alejan de la excepción, uno vuelve negativo lo imprevisto, el otro lo anormal. Sin embargo, la nueva normalidad no sólo viene de lo excepcional, está basada en algo que no existe ya: la certeza en la continuidad de la vida en sus términos prácticos, en ese sentido, se expresa como estado de excepción inevitable. Una continuidad de condiciones emergentes, excepcionales en su base, se ponen en marcha como normalidad nueva y, en ese terreno, aparecen por aquí y por allá “tribunales de la excepción” que es adecuada para el fascismo en marcha.

 

Dice Byun Chul-Han, que el estado de cosas que resulta del maridaje entre el capital y la visión neoliberal, propio de nuestros tiempos, da lugar a seres que convencidos por la expansión de visiones de realidad específicas, existen en la ilusión que cada cual es su propio límite  y que el rendimiento y el consumo le ofrecerán la verdadera vida. En ese terreno, esos seres absolutizan la “mera vida” y “la salud es el ideal de la mera vida”. Durante el último tercio del siglo XX se concretó e implantó ese maridaje como forma extendida para dotar de sentido al vivir y como fórmula para la efectuación de la existencia. Junto con ese maridaje, vino la producción de esos seres y con ellos de su prole, que despliegan una vida social, política y económicamente, sostenida en dicha ilusión y que, en la actualidad, hallan evidencia de que su ilusión es correcta con la expansión de la dictadura sanitaria.

 

Seres que creen en el mito del cuerpo saludable y funcional, que asumen que poseen el privilegio de la inmunización, que en realidad sólo está al alcance de quienes pueden pagarlo, porque la inmunidad no viene otorgada a través del pinchazo de una aguja en una jeringa. Inmunizados los que pueden “mejorar su humanidad” y extenderla a través del acceso a tecnología biomédica, nootrópicos de diseño, nanotecnología e ingeniería robótica. Prótesis de funcionalidad que se acercan a la idea de bienestar blanco hetero-cis. El resto, estaremos sentenciados a salir por la imposición de un llamado a la reactivación mercantil o porque nos habita el deseo de volver a la misma miseria de actividades humanas que nos han colocado en la actual situación. Exponernos bajo la ilusión de un blindaje que poco puede hacer frente al acecho de virus, bacterias, retenes, sicarios, policías, ejército. Morirán quienes tengan que morir, ese decreto lleva años ejecutándose, pero ahora ha tomado una intensidad tal vez sin referentes en la historia contemporánea, sobre todo en relación a una aceptación casi absoluta de las condiciones actuales y su imposición, tanto de lado de quienes parecen conformes, incluso felices con el regreso a la normalidad, como de quienes han vivido de la capitalización del espíritu crítico que parece haber llegado a su límite.

 

El Comité Invisible, en su comunicado 0 —a propósito de la acusación que les hicieron por la aparición del Manifiesto Conspiracionista publicado hace algunos meses en Francia, el cual tiene una posición cuestionadora de la actual pandemia y sus políticas sanitarias— sostienen que no son ellos los creadores de tal escrito y señalan el modo en que la izquierda se ha doblegado ante la situación actual nombrándola simplemente como fascismo, eugenismo, confusión y hasta  negacionismo a cualquier atisbo de duda que se asome ante las políticas globales de gestionamiento social actual. Coincidimos con este señalamiento, pues aunque los gestos de fascismo eugenésico son evidentes, ahí no se agota lo que estamos viviendo y lo que viene, y quedarnos en esa elaboración puede llevarnos a la paralización y resignación: no hay más, no hay fin, no hay nada que hacer.

 

Frente a lo catastrófico, y su vinculación con lo inexorable, a las políticas de despojo, a la expansión del estado de excepción como nueva normalidad, aparecen los nuevos y antiguos mantras cura heridas: la vida sigue, lo importante es tener salud, la vida normal regresará. El despojo de las formas de vida alternas, incluso como lo plantea y vive López Petit: la vida como anomalía, tienden a anularse o de plano aniquilarse, por el bien de la mayoría. Valdría la pena ser un poco más idiotas, en el sentido que lo plantea Isabel Stengers, ante la realidad impuesta y aceptada como única, cerrada, irremediable, ser idiota es una apuesta necesaria. Siguiendo a Deleuze, Guattari y Whitehead, Stengers sostiene que: “[…] el idiota, pensador privado, es aquel que persigue algo diferente (‘hay algo más importante’) de lo que propone el pensamiento público de su época, de lo que organiza debates, confrontaciones, reivindicaciones de legitimidad. No se resigna, busca lo que los protagonistas públicos juzgarán unánimemente como absurdo”.[10] Ser idiota ante tanta aceptación de lo que se impone.

 

Lo inexorable supone el despojo de la capacidad de acción social creadora. Nos han colocado, aunque muchos no acepten como inevitable tal condición, frente al curso de la vida cotidiana anclada en las necesidades de consumo y rendimiento bajo condiciones excepcionales. Se va imponiendo la idea, para López Petit muy heideggeriana, de que hay que buscar la vida por fuera de la cotidianidad, lo que condena a la gran masa de población en el terreno de la aniquilación de su potencia como agente individual/colectivo para hacer la vida,  y le somete al diseño fascista sanitario del curso de la vida cotidiana en la nueva normalidad: buscaremos vacaciones desestresantes, anhelaremos una casa de campo para convivir con la naturaleza, compraremos botellas biodegradables. La vía situacionista o existencialista, por ejemplo, acercarían más a la capacidad para dar la batalla, al batallar por crear vida que la opción de un afuera de la cotidianidad. Las políticas actuales, de izquierdas o derechas, sea como poder de estado y/o  empresarial, anulan a los ojos de la población mayoritaria la segunda vía,  la creativa: es por tu bien y el de los tuyos, nos dicen.

 

“Sacudida la normalidad por los gritos de asfixia, la vida cotidiana acude pronto en su ayuda”, dice López Petit,[11] esa cotidianidad hoy más que nunca capturada por los proyectos de los grandes poderosos, quien domina la vida cotidiana, domina la existencia. Ahora, ese dominio viene de crear escenarios caótico-catastróficos, actualmente con el pretexto de la “aparición” de un agente políticamente “neutro”: un virus letal: el Sars-Cov-2. Dice María Galindo, en el párrafo final de su texto,[12] que  en el marco de la actual pandemia nace en el sur de nuestro continente americano el movimiento No Puedo Respirar, que en código andino quiere decir No Aguanto Más.[13]

 

La búsqueda de un ordenamiento de “diseño” ante el escenario caótico/catastrófico que nos han producido, abre las puertas a la consolidación de la homogeneidad poblacional, en correspondencia con un diseño largamente anunciado. Sin embargo,  para Franco Berardi,

 

Cuando el caos invade la mente y absorbe por completo el comportamiento social, no debemos tenerle miedo, y no debemos tratar de someterlo a ningún tipo de orden. Eso no funciona, porque el caos es más fuerte que el orden. Así que lo mejor que se puede hacer es hacerse amigo del caos. Solo dentro del torbellino se encontrará la clave del nuevo ritmo.

Wu wei.[14]

 

¿Cómo hacerse amigo del caos cuando el caos tiene dueño?

 

Bibliografía

  1. Berardi, Franco, La segunda venida. Neo reaccionarios, guerra civil global y el día después del apocalipsis, Buenos Aires, Caja Negra, 2021.
  2. Comité Invisible, Comunicado 0, Disponible en: https://tiqqunim.blogspot.com/2022/02/comunicado-num-0-2022.html Consultado el 5 de abril.
  3. Galindo, María, “Las cinco pandemias que azotan el Culo del mundo”.
  4. Giddens, Anthony, La constitución de la realidad: bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu, 2011.
  5. Heller, Agnes, Sociología de la vida cotidiana, Madrid, Península, 1979.
  6. López Petit, Santiago,  Hijos de la noche, Buenos Aires, Tinta Limón, 2015.
  7. Nava Becerra, Mayra; Alvarado García, Víctor, “El centinela: entre la tendencia tecno-totalitarista y la urgencia de agenciarse la vida”, Reflexiones Marginales, 64, 2021. Disponible en: https://reflexionesmarginales.com/blog/2021/07/28/el-centinela-entre-la-tendencia-tecno-totalitarista-y-la-urgencia-de-agenciarse-la-vida/ Consultado el 2 de febrero.
  8. Stengers Isabel, Pensar con Whitehead, Una creación libre de conceptos libre y salvajes, Buenos Aires, Cactus, 2020.

 

Notas

[1] La agenda 2030 es un ejemplo de ello y una actualización de lo planteado en el documento de la ONU “Objetivos del Milenio”. En ella se establecen objetivos y rutas para lograr el desarrollo sostenible, “sin dejar a nadie atrás”. Las diferentes regiones del mundo ratificaron este documento. La CEPAL no se quedó atrás. Todo suena prometedor, sin embargo, dadas las actuales condiciones de la geopolítica, de quiénes sostienen a la ONU, de lo que en efecto supone en la actual correlación de fuerzas, habría que preguntarse ¿Qué significa una “alianza mundial? Y, además ¿qué noción de vida está implícita en esa alianza? https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/40155/24/S1801141_es.pdf
[2] Aquí resulta ilustrativa la experiencia “hippie”, particularmente en la apuesta free de los Diggers, que no solamente usaban para sus acciones un cuadro amarillo en la entrada con la leyenda “cambia tu marco de referencia”, sino que se toparon con la dificultad para que muchas personan entendieran lo que implicaba el “mundo free”.
[3] Anthony, Giddens,  La constitución de la realidad: bases para la teoría de la estructuración, ed. cit.
[4] Desde luego, no ignoramos que esas obstaculizaciones desde el arraigo cotidiano pudieron haber sido, en muchos casos, propiciados por los poderes dominantes en el mundo. De cualquier manera, lo que es importante en este planteamiento es el arraigo que encontraron las poblaciones involucradas.
[5] Santiago López Petit, Hijos de la noche, ed. cit.
[6] Agnes Heller, Sociología de la vida cotidiana, ed. cit.
[7] Para López Petit, se creó una dinámica que mezclaba el dispositivo de supermercado con el del campo de concentración, lo que supone un tipo de actor social, dispuesto a todo con tal de tener la “libertad” de consumir. Santiago López Petit. Hijos de la noche. Buenos Aires, Tinta Limón, 2015.
[8] Mayra Nava Becerra, Víctor Alvarado García “El centinela…”, ed. cit.
[9] Santiago López Petit, Hijos de la nocheOp. cit.
[10] Isabel, Stengers, Pensar con Whitehead, Una creación libre de conceptos libre y salvajes, ed. cit., p. 31.
[11] Santiago López Petit,  Ibid., p. 51.
[12] No está por demás, considerar aquí la reflexión de María Galindo respecto de “Las cinco pandemias que azotan al Culo del mundo”, llamando la atención acerca de lo que significa vivir las políticas sanitarias actuales, en regiones como América latina, colonizadas, empobrecidas, despojadas, sometidas a la violentación machista y la corrupción generalizada.
[13] Difícil de  no referir aquí lo que, en los primeros años de este siglo XXI, plantea Camille de Toledo al inicio de su libro “Soy un asmático del alma”. Camille de Toledo. Punks de Bouthique.
[14] Franco Berardi, La segunda venida. Neo reaccionarios, guerra civil global y el día después del apocalipsis,  ed. cit., p. 12.

 

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