“Si en algún sentido yo tuviera que ser considerado como un loco, cosa que quizá también se haya dicho de mí, debería decirse que tengo una serenidad loca, es decir, una serenidad que podría llevar a otros a la locura”
S.K.
Preludio
Sabido es que no hay ningún autor que, bien leído, se pueda encasillar en una sola interpretación, pero las características de la inmensa y polifacética obra de Søren Kierkegaard imposibilitan hasta intentarlo. Por un lado, además de los Papeles y los Diarios, su obra se compone de textos que firma con su propio nombre, como su tesis de magister, El concepto de ironía (con especial atención a Sócrates), y, en calidad de fino autor religioso, una cantidad apabullante de Discursos edificantes y tantos otros opus en que explica su obra o se enfrenta a su época y a la Iglesia establecida. Por otro lado, gracias a la creación del método de “comunicación indirecta” ‒y siempre en su misión de “autor religioso”‒, publica notables textos pseudónimos que lo convierten en “filósofo a pesar de sí”, nada menos que el que concibe una idea consistente de “existencia”, y tan psicólogo por añadidura que se lo puede considerar “el más agudo de los interrogadores del alma ‒Lacan dixit‒ antes de Freud”.[1]
“El nombre de un sujeto filosófico, cuando dice yo, es siempre de cierto modo un pseudónimo”, y esa es una verdad que Kierkegaard asumió de manera sistemática, escribe Jacques Derrida.[2] Lo cierto es que ese recurso, que da lugar a una verdadera “comedia de autores”, le permite al Gran Danés, poeta por excelencia, el ejercicio de la autocitación, de la autobiografía entre pliegues que puede leerse, hoy en día, al lado de su diario íntimo, y finalmente el despliegue de una escritura pluriestilística, plurivocal, polifónica, en la que los relatos enmarcados, las puestas en escena dialógicas, las efusiones líricas y el discurse especulativo están siempre en contrapunto.
La complejidad de su obra, las dificultades propias de la lengua danesa, sumadas a problemas históricos ‒o de otro orden‒ que difícilmente podamos desenmadejar dieron lugar a una recepción más tardía y desprolija de su obra en lengua castellana (en la década de 1960 se traducían fragmentos insertos de su obra, como si fueran obras independientes, del inglés o del francés), algo que hace algunos años comenzó a enmendarse, no solo por las recientes publicaciones de sus textos traducidos directamente del danés en editoriales españolas, por traductores peninsulares y latinoamericanos, sino también gracias al inicio de la traducción de sus tantísimos Papeles y Diarios ‒además de otras obras‒ por la editorial de la Universidad Iberoamericana, en la que confluyen traductores y escritores mexicanos y argentinos, emprendimiento al que se añade desde hace dos años el de una editorial independiente argentina, La docta ignorancia. Todo esto responde, por otra parte, a la amistad y a los encuentros entre la SAK (Sociedad Académica Kierkegaard) y la Biblioteca Kierkegaard Argentina, en la que se celebran anualmente las Jornadas Kierkegaard, abiertas a toda la comunidad latinoamericana y al mundo, y a un genuino interés por la obra del Gran Danés que sigue dando sus frutos.
En medio del Postscriptum no científico y definitivo a “Migajas Filosóficas”,[3] texto firmado por el pseudónimo Johannes Climacus, autor de las Migajas…[4] cuyo Postscriptum hace mucho más que quintuplicar su número de páginas, se encuentra un Anexo, titulado “Vistazo a un esfuerzo contemporáneo en la literatura danesa” (págs. 253-302), en el que el autor pseudónimo reseña, comenta, explica y/o critica los otros textos pseudónimos publicados hasta ese momento (O lo uno o lo otro, La repetición, Temor y temblor, Etapas en el camino de la vida, El concepto de angustia), así como su obra anterior, Migajas…, y los Discursos edificantes del Maestro Kierkegaard (¡en el libro también hay una crítica a la tesis del Maestro!). En honor al humor del Maestro, remedamos su gesto al titular esta humilde reseña de traducciones y obras en torno a su obra “Vistazo a un esfuerzo contemporáneo…”
Primer movimiento (de la traducción a la escritura)
La neutralidad armada, de Søren Kierkegaard, versión bilingüe, traducción y posfacio de Anna Fioravanti, Buenos Aires, La docta ignorancia, 2022
Hace unos meses apareció este pequeño libro de Søren Kierkegaard, La neutralidad armada, en versión bilingüe ‒para placer de los curiosos de las lenguas, de quienes aman los signos cuyos significados les escapan, de los iniciados que buscan enriquecer su conocimiento y pescar nuevos matices‒, traducido y posfaciado por Anna Fioravanti, alma vivaz de la Biblioteca Kierkegaard Argentina, que tiene a bien agregar, además, una “Nota sobre el posfacio” y un “Glosario” (incompleto) “a modo de ayuda para futuros traductores” (del Gran Danés, se entiende) muy original, que incluye, con muy buen tino, tanto expresiones complejas que pueden servirnos cuando guardamos correspondencia con amigos daneses (por ejemplo, la expresión blase vaere med det, que tiene su equivalente castellano en locuciones como “al diablo con eso”, “al demonio con eso”, “olvídate de eso”, “olvídalo”, “eso no importa”) como los siempre esquivos “conectores”, “adverbios”, “preposiciones”, “frases adverbiales y prepositivas”, que suelen ser más “sustantivos” que los sustantivos mismos a la hora de construir una frase. El libro lleva el sello de la editorial “La docta ignorancia”, que publicó también por primera vez, en versión directa del danés, del mismo autor y con la misma traductora, El libro sobre Adler (2020), con el cual La neutralidad armada se conecta en más de un sentido, entre ellos, el de desarrollar o suponer la “diferencia entre un genio y un apóstol”.
Seré breve en el comentario del breve libro bilingüe porque es una alegría irlo descubriendo, algo que los futuros lectores harán en su momento. Como la traductora recuerda en una nota, la expresión que da título al libro alude a un hecho histórico, político y militar mucho más fresco a principios del siglo XIX: en el contexto de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América, la emperatriz Catalina II de Rusia propuso en 1780 un tratado de “neutralidad armada”, que firmaron los países de la “Liga de los Neutrales” (Rusia, Dinamarca, Suecia y Prusia), para que se respetara el derecho de los estados neutrales de comerciar por mar con las naciones beligerantes sin interferencias, exceptuando el comercio de armamentos o utensilios militares.
Amén del título, el subtítulo, bastante cristalino, reza: o Mi posición como escritor cristiano en la cristiandad. Se trata, por ende, de una reflexión de Søren Kierkegaard sobre su propia obra, la tercera si se tiene en cuenta la fecha de publicación. En la primera, incluida con el título de “Una primera y última explicación” y firmada con su nombre hacia el final del Post-Scriptum no científico y definitivo a “Migajas filosóficas”[5], obra de 1846 firmada por Johannes Climacus, la explicación se centra en la autoría de los pseudónimos a los que el Danés les habría “prestado la pluma”. La segunda, Mi punto de vista…[6], obra redactada en 1848, por él firmada y publicada después de su muerte, en 1859, es una obra más larga y más autobiográfica en la que se extiende sobre su misión por el cristianismo ‒contra la cristiandad‒. La tercera, que es la que tenemos entre manos y cuyo original, apenas un esbozo en relación con el proyecto de publicación del autor, devino libro también como una obra post-mortem, está totalmente consagrada al “meollo intencional” ‒por así decir‒ de su obra: velar por el cristianismo y, ante todo, dado que el cristianismo “todavía existe”, escribe, “como enseñanza” y “como doctrina”, pero lo que está “abolido y olvidado” es “el ser cristiano”, centrarse en “la imagen ideal del ser cristiano”. (Págs. 9-10).
Desde el inicio del texto, incluso antes de lo que acabamos de citar, Kierkegaard aclara que no es él quien se presenta como tal ideal:
“[…] lo que he deseado una y otra vez es prevenir de algún modo que yo pudiera poner énfasis en que soy un cristiano en grado extraordinario, una especie de cristiano excepcional. […]. Pero lo que he deseado una y otra vez con mi trabajo es, de nuevo, lograr lo que considero, en primer lugar, como lo más importante: dejar en claro lo que significa ser cristiano, presentar la imagen de un cristiano en todo su ideal, es decir, en su verdad, hasta delimitar la figura perfecta, verdadera en cada extremo, y someterme yo mismo, antes que otro, a ser enjuiciado por esta imagen.” (Pág. 9)
Subrayo, aquí, “la imagen de un cristiano en todo su ideal” y “someterme yo mismo, antes que otro, a ser enjuiciado por esta imagen”. Comienzo por el primer punto: “la imagen ideal de ser cristiano”, el “modelo”, es Jesucristo, “objeto de la fe”, “modelo inmutable” presentado “más en el ser que en el devenir, o en rigor sólo en el ser” (pág. 13). En cuanto a “someterme a ser enjuiciado por esta imagen”, escribe el Danés, “si soy cristiano […], estoy en una relación pura con Dios, que es el juez, cuando afirmo […] que soy cristiano”, esto es, entonces, “hablo con Dios”, no con los hombres. Ahora bien, supongamos que me martirizan, que me matan porque soy cristiano: tengo que esperar, aún, el Día del Juicio. ¿Y voy a decirle a Dios que yo era cristiano?… No… […] “a ningún precio me atrevo a decirle esto a Dios. Debo usar una expresión mucho más humilde ante Dios: espero en Dios, que quiera acogerme en su gracia como cristiano” (págs. 23-24). En cuanto al martirio, escribe, en general “no se advierte” que es “una determinación de la libertad”, que no son “los otros” los que “tienen al mártir en su poder”, sino que es él “quien los tiene en el suyo” (pág. 25). Pueden amenazar a alguien por declararse cristiano, ponerlo contra la pared; es él quien tiene o no la voluntad de ofrecerse en sacrificio, un poder superior, y quien, a su vez, será acogido, o no, como cristiano, por la gracia de Dios, ese Dios ante el cual se presenta “con temor y temblor”. Y aquí una nota de suspicacia psicológica tan propia del autor:
“Pero ser un cristiano frente a los hombres, ser asesinado porque uno, según su propia declaración, es cristiano, puede constituir muy fácilmente una satisfacción de la pasión humana.” (Pág. 25)
Dicho esto, la idealidad en el hecho de ser cristiano es siempre una interiorización que supone cada vez una complejidad mayor. Y quiero citar aquí, de La neutralidad armada propiamente dicha, una “analogía mundana” para aclarar este punto. Escribe Kierkegaard:
En Grecia, primero hubo sabios, sófoi- Luego, llegó Pitágoras y, con él, la determinación de la reflexión acerca de ser sabio, la reduplicación; así, ni siquiera se atrevió a llamarse sabio, sino que se llamó filósofos [gr.: filósofo]. ¿Fue un avance o un retroceso? ¿O no fue porque Pitágoras había concebido, más idealmente, lo que querría decir, lo que requeriría para llamarse sabio, y, así, fue sabiduría el hecho de que ni siquiera se atreviese a llamarse sabio? (Pág. 27)
La idea kierkegaardiana de reduplicación, de la que Anti-Climacus dice, en Ejercitación del cristianismo ‒ nos lo recuerda la traductora en la nota 24, pág. 42‒ que “solo hay reduplicación cuando se existe en lo que se enseña, y más adelante, que existir en lo que se comprende, eso es reduplicar”, es la que me permite enlazar el texto con el Posfacio.
Así como Kierkegaard reflexiona acerca del ideal de ser cristiano, en La neutralidad armada, sin atreverse a llamarse “cristiano” pero intentando serlo ‒tal el mundano Pitágoras que no se atreve a llamarse sabio amando la sabiduría‒, así como Kierkegaard se reduplica en su reflexión, Anna Fioravanti, en este posfacio que hace mucho más que duplicar, cuantitativamente, La neutralidad armada, no solo amplía la información acerca de la obra sino que también la expande desde el fondo, la abre al universo de la obra kierkegaardiana para mostrar a Kierkegaard mismo, cualitativamente, en esta “reduplicación” que acompaña, incluso, la redacción de algunos textos pseudónimos.
Es así como, nos dice, “con apenas 25 años de edad, en 1938, Søren Kierkegaard anotaba, en sus Diarios (…), una frase que presentaba toda la apariencia de un oxímoron: ‘Mi postura es la neutralidad armada’ ”
La frase vuelve a aparecer en los Papeles sueltos, en 1846, y en el Diario, en 1848, en estos términos:
“Sin lugar a dudas, lo justo sería: dar al tiempo, algún día, una impresión definida y no-reduplicada de lo que yo mismo digo que soy, lo que quiero, etc. Esto es lo que había pensado como programa para La neutralidad armada: un diario. Debía aparecer al mismo tiempo que la segunda edición de O lo uno o lo otro. Y yo revisaría, pieza por pieza, en ese diario, todo el cristianismo para contar con el resorte adecuado al respecto.” (pág. 48)
Lo que se subraya entonces es cómo, diez años más tarde, Kierkegaard se mantiene firme en ese punto: velar por la causa del cristianismo, pieza por pieza, sin atacar a nadie, “dejar que cada uno se examine a sí mismo” y mantenerse neutral para que nadie suponga que él, Kierkegaard, es el cristiano perfecto. Y continúan hilándose las citas, de Para un examen de sí mismo recomendado a este tiempo[7], de 1851, obra que tanto la autora del posfacio como yo recomendamos; de los Diarios, del cap. III de El Libro sobre Adler[8], de uno de los Discursos edificantes de 1847 que el traductor Demetrio Gutiérrez Rivero reunió bajo el título de Los lirios del campo y las aves del cielo[9]… Hay desarrollos a propósito de la “imitación de Cristo” (puesto que Cristo es el “modelo”), citas realmente hermosas que el lector degustará a su debido tiempo, perlas de citas hiladas amorosamente, y en cierto punto Anna Fioravanti escribe:
Lo notable es que esos discursos no corresponden a ningún autor ficticio, ni del pseudonimato inferior ni del superior, sino que llevan la firma de Søren Kierkegaard y es él (no el cristiano en grado extraordinario llamado Anti-Climacus) quien, al hacer la analogía entre el ave del cielo, el cristiano y el pagano, llega a decir palabras como estas:
El pájaro no ve exactamente lo que es; el cristiano insignificante ve con exactitud lo que es como cristiano; el pagano insignificante ve fijamente, hasta la desesperación, la poca cosa que es. “¿Yo poca cosa?” ‒dice el pájaro‒ Dejémonos de pensar nada semejante, ¡batamos alas!”. “¿Yo poca cosa?” –dice el cristiano– ¡Yo que soy cristiano!”. “¡Ay, qué poca cosa soy! –afirma el pagano. El pájaro dice…
Le dejo al lector adivinar la continuación… Pero vuelvo al punto de partida: “Lo notable es que esos discursos no corresponden a ningún autor ficticio”, escribe la autora del posfacio, que añade más adelante…
“Vemos, entonces, cómo el propio Kierkegaard va explicando y aclarando su propia obra. Por ese motivo sería magnífico tener toda la obra vertida al español y poder deshacer el embrollo al que ha sido (y sigue siendo) sometida una creación verdaderamente iluminadora. A tal punto iluminadora que al traductor o crítico o comentarista o exégeta no le queda otra cosa más que callar y ceder el paso a la luminosidad de esa voz.” (pág. 66)
¿A la traductora o crítica o comentarista o exégeta no le queda otra cosa más que callar y ceder el paso a la luminosidad de esa voz? ¿Pero quién va hilando, callandita, esas luminosas citas que son perlas de precisión y de belleza, todo en su justa medida? ¿Quién se hace cargo de esos hilos que, como los “conectores”, los “adverbios”, las “preposiciones”, las “frases adverbiales y prepositivas”, son tan “sustantivos” a la hora componer un texto, un texto en el que “el propio Kierkegaard va explicando y aclarando su propia obra”, un texto que reduplica y reflexiona sobre la “reduplicación” de Kierkegaard en una eterna escena de escritura?
Por supuesto, salvo raras excepciones (una alusión a O lo uno o lo otro, alguna más sustanciosa al pseudónimo Anti-Climacus, el “cristiano “en grado extraordinario), todas las citas hiladas pertenecen a los textos que el Gran Danés firma con su propio nombre, algo que también será explicitado:
[…] la preferencia de este posfacio se ha inclinado hacia los Diarios y los Papeles que, muy lejos de ser meramente autobiográficos, ofrecen el resorte adecuado, la lumbre que nos guía en la supuesta oscuridad kierkegaardiana, ya que la “realidad es que para comprender a Kierkegaard el único criterio es Kierkegaard mismo” y que “la clave o cifra segura de la interpretación buscada ‒según lo dicho por el propio Kierkegaard‒ debería ser hallada en los ‘Papeles’ del Diario”, como bien observa Cornelio Fabro en su introducción a las Opere [Obras], que tradujo del danés al italiano. En efecto, Kierkegaard mismo había previsto que, si esos Diarios y Papeles hubieran llegado a publicarse, deberían haber llevado por título “El libro del juez”.
En este curioso párrafo en que por una vez se invoca a un criterio de autoridad y las citas juegan a las cajas chinas, se afirma que, para comprender a Kierkegaard, el único criterio es Kierkegaard mismo” (el que firma como tal), y la clave segura es la que el mismo Kierkegaard (a salvo de todo inconsciente) dio, la de los Papeles y los Diarios… En esta frase se oye el eco de una univocidad interpretativa con la que no necesariamente lleguemos a comulgar todos…
Pero esta traducción tan bella como cuidada y este posfacio minucioso en que pasamos de una traducción bilingüe a una escritura hilada nos dejan en una suerte de “neutralidad desarmada”. Porque Anna Fioravanti no defiende su posición “hasta cierto grado” (algo que hasta a los pseudónimos horroriza), lo hace “en grado extraordinario”, con una exactitud y una delicadeza que solo pueden entrelazarse por amor, un amor que nos envuelve y nos conmueve. Y la conmoción existencial, ella también, puede dar lugar a una reflexión infinita que recomience el juego…
INTERLUDIO
Los Papeles de Kierkegaard, los Diarios…
Es una enorme satisfacción poder leer los Diarios de Kierkegaard, en los que conviven los proyectos de libros escritos, en estado de escritura, jamás escritos, críticas u observaciones a los ya escritos, definiciones de categorías que se van puliendo como gemas, todo eso con reflexiones al paso a partir de un paseo, de un gesto, de una escena, de un cambio estacional, o de la más íntima soledad o un estado de ánimo…
Es una enorme satisfacción, también, que por estos amplios lares latinoamericanos se estén traduciendo, para la editorial de la Universidad Iberoamericana… Hasta ahora tenemos traducciones de María José Binetti y de F. Nassim Bravo Jordán, a las que vendrán a sumarse las de Anna Fioravanti, ya inmersa en la tarea…
Van como ejemplo algunos de los pasajes traducidos en el volumen VI y en el VII (el VIII, de 2022, en coautoría, ya está publicado, pero por aún no lo he avistado…):
De: ‘Colección papeles de Kierkegaard, Diarios, Volumen VI, 1844’; traducción del danés, introducción y notas de María José Binetti, México, Universidad Iberoamericana, 2020:
* El presupuesto de la conciencia, como su clave musical, asciende con constancia, pero en su clave repite lo mismo. Se sabe que el ruido de los cañones impide escuchar, pero también que uno puede estar tan acostumbrado a los cañones que a pesar de ellos pueda escuchar cada palabra. En los tiempos modernos, mucho más que en la época de los griegos sucede, por ejemplo, que el silencio en el cual se escucha es ruido. Ese ruido habría sido suficiente para los griegos, pero nosotros hablamos como quien en medio de cañones dice lo que quiere, porque para él los cañones son silencio.
* Si yo no lograra sostener la cruz de la necesidad, si no lograra sufrir el dolor de la necesidad, entonces me aniquilaría, sería absolutamente nada, y no tendría ningún lugar en donde estar a no ser en el malentendido con los hombres. Sólo cuando sostengo esa cruz y siento ese dolor, sólo entonces la cruz se transforma en una estrella, y el dolor, en júbilo.
De: ‘Colección papeles de Kierkegaard, Diarios, Volumen VII, Dic. 1844-Dic. 1845; traducción del danés, introducción y notas de F. Nassim Bravo Jordán, México, Universidad Iberoamericana, 2021:
* Cuando un marino navega en una pequeña barca, por lo general ya conoce con anticipación todo el camino. Pero cuando el capitán de una flota de guerra se hace a la mar, no recibe sus órdenes sino cuando llega a aguas profundas. Lo mismo sucede con el genio. Él se encuentra en las profundidades y ahí recibe sus órdenes; los demás sólo conocemos fragmentos de cosas que emprendemos.
* … fervoroso, como el anhelo postrero del condenado por la salvación de su alma en el momento de su muerte; doloroso, como cuando el bebedor recobra su conciencia al despertar.
* Definición de la ironía
La ironía es la unidad de la pasión ética, la que en la interioridad acentúa infinitamente el propio yo, y de la cultura, la que en la exterioridad (el trato con las personas) realiza una abstracción infinita del propio yo. Esto último hace que nadie se percate de lo primero. En esto reside el arte y es lo que permite la verdadera infinitización de lo primero.
Segundo movimiento
La dramaturgia filosófica de Kierkegaard y su influencia en el drama moderno, de Elsa Elia Torres Garza (México, Universidad Iberoamericana, 2021)
Comentar en pocas líneas el despliegue de La dramaturgia filosófica de Kierkegaard y su influencia en el drama moderno, de Elsa Elia Torres Garza, es un gran desafío, pero algo de su tono viene dado, como un eco, desde ese título que remeda el de uno de los papeles del esteta A, encontrado por el pseudónimo Víctor Eremita, que es “El reflejo de lo trágico antiguo en lo trágico moderno”, una de las gemas de O lo uno o lo otro (primera obra del corpus pseudónimo publicada, 1843)[10] en que el esteta se refiere a “su” Antígona. En ese eco resuenan la pseudonimia, la comunicación indirecta y la posibilidad de un malentendido; en el remedo que da lugar al título del libro, o más bien en las variaciones con respecto al que lo originó, se vislumbran tanto la idea de una “dramaturgia filosófica” que se irá despejando en el trayecto como una apertura a otras formas de “drama”, noción más amplia que la de “tragedia”; finalmente, en el reemplazo de “reflejo” por “influencia” se leen la preeminencia de Kierkegaard y la estela que su pluma ha podido dejar en las artes, seguramente no solo dramáticas. El título mismo es a la vez un guiño, una condensación poética y una puesta en escena…
Como también suele suceder con los textos que conforman el corpus kierkegaardiano, los ecos, las vibraciones y la vivacidad de la lengua de Torres Garza, filósofa y poeta, pueden enmascarar un denso entramado de reflexión teórica y de creación conceptual, de modo tal que comienzo por describir sencillamente el libro que no podré abordar en detalle en su totalidad y que, con un bello prólogo de Luis Guerrero M., se divide en tres partes. La primera, “Para una dramaturgia de la comunicación indirecta”, es la más extensa y elaborada, se detiene en la categoría de ironía, y culmina con la transubstanciación de la tragedia en tres actos, uno de los cuales nos lleva a la Antígona implicada en los ecos del título y, tanto por el guiño que allí se condensa como por las derivaciones a las que nos lleva, es la que seguiremos un poco más de cerca. La segunda, “La vocación del humor”, propone un recorrido por la comedia, lo tragicómico y el malentendido, y termina también con una nota sobre lo femenino. En cuanto a la tercera, la apertura al “drama moderno”, señala el influjo de la dramaturgia filosófica kierkegaardiana en la obra de autores de la talla de Ibsen, Strindberg y Eugene O’Neill, y tal vez nos depare otras sorpresas.
Y hay al comienzo un bosquejo histórico de esa Edad de Oro de Dinamarca donde no faltaba un salón, el de Johan Heiberg (prestigioso poeta y dramaturgo) y su mujer, la brillante actriz Johanne Luise Patges (Fru Heiberg), salón que en Copenhague:
[…] contaría con asistentes tan asiduos como el teólogo Hans L. Martensen (el más apreciado) y sería visitado por jóvenes escritores, como el romántico Hans Christian Andersen, y por ese extraño futuro disidente del romanticismo y del hegelianismo, respectivamente, esa conciencia filosófica y religiosa de un talante no solo reformista, como sus ascendientes, sino indudablemente revolucionario: Søren Kierkegaard […]. (24)[11]
Este joven “revolucionario”, “desde un espacio extraterritorial”, no solo se opondrá a las visiones vigentes sino que, “abriendo un amplio abanico de voces pseudónimas y de dramatis personae, cimbrará las estructuras de la filosofía misma” (25). En cuanto a la pseudonimia y a las dramatis personae (“máscaras con las cuales acceder al drama del pensamiento desde diversos puntos de vista”), el joven habría comenzado a crearlas en los debates periodísticos, que a veces adquirían formas teatrales, y habría admitido “estar dando rienda suelta en ellos a innumerables voces irreprimibles dentro de él que, según su propia declaración, si no las expulsaba cada tanto ‘con un baño de sudor’ ‒así es como describo metafóricamente mi actividad como escritor‒ sin duda me atacarían las más internas partes nobles’ …”, declaración que lleva a la autora a concluir, con buen tino, que la “sublimación de la energía sexual” está aquí en juego (26). Finalmente, ese repertorio de voces creativas se pondría al servicio de la reflexividad con el fin de revelar al lector su propia interioridad subjetiva. Torres Garza pasa por la ebullición de esta “escritura anómala” (“pues llamarla sui generis o peculiar sería quedarse cortos”, 31), por los pseudónimos, por Mi punto de vista, y concluye que la genialidad del escritor se desenvuelve como la de los dramaturgos teatrales, donde la vida avanza de a saltos, como Kierkegaard apuntaba en 1844 en su Diario íntimo. “La vida exigía ser atajada mediante saltos abismáticos de elección. Saltos mortales de las grandes cumbres de la estética, la ética y la religión” (32).
Y puesto que de la vida se trata, no podía faltar la historia de Søren y Regina (“El amor de Kierkegaard: un drama vitalicio”, 32-42), que palpita en más de una obra del Danés, comenzando por La repetición, y de la que solo destaco aquí los testimonios más tardíos de Regina Schlegel, “que reconoció, después de todo […], esa pureza de la decisión sincera y consecuente de un amante comprometido con su convicción más legítima: la tarea ineludible del pathos religioso (41). Regina había sido formada en la educación religiosa, se había deslindado de la concepción de la mujer como arquetipo del estadio estético, y Torres Garza no la ve como una “musa” (así se la suele recordar) ni como un anzuelo con el que Dios pescó a Søren (así lo expresó él en su Diario). Es mucho más interesante, se plantea:
El hecho de otorgar una importancia capital a la mujer es, en Kierkegaard, un rasgo que da mucho que pensar. Pareciera que, como hemos dicho, la mujer se torna para éste una función filosófica, una inquietud que agita el pensar y que reconvierte este pensar en una idea a ras de suelo, totalmente real y terrenal. El que a ella pertenezca, por derecho propio, el pathos estético, y este sea un peligro para el pathos ético-religioso, es la única y primordial energía, y pivote del asombro del amor que puede guiar en la ruta hacia la vida ética y religiosa (42)
Recordemos esta función filosófica de la mujer que la autora vislumbra o entrevé, con un humilde “Pareciera que…”, en la obra del Gran Danés, ya que la retomaremos oportunamente.
Por el momento, lo que va a guiar efectivamente la reflexión hasta el “salto cualitativo”, el “salto mortal” hacia lo ético, es la ironía, “recurso indispensable para la articulación y el robustecimiento de una visión basada en la existencia del singular (den Enkelte), esa que permite el paso de la reflexión a la resolución apasionada” (43), y es la especial utilización de esta categoría la que le permitirá a Kierkegaard separarse de las fuentes que fueron su inspiración desde el punto de vista teórico: por un lado, la ironía surgida del “romanticismo filosófico” (con Friedrich Schlegel a la cabeza), que también ponía el acento en el destino individual y buscaba implicar al espectador en lo interesante y en la reflexión; por otro, la crítica hegeliana a esa posición.
En “La ironía como piedra angular de la dramaturgia filosófica” se extiende la autora sobre esta cuestión (42-70), que esbozamos aquí mínimamente. En primer lugar, la ironía tal como la estipula Schlegel tiene un carácter fundamentalmente filosófico que se cifra en la ironía socrática, y en la frase “Solo sé que no sé nada” se encierra el poder de una nueva significación para la ironía, que podría calificarse como “belleza lógica”. Lo a-sistemático de la ironía “es el rasgo distintivo de una reflexión abierta a infinitas posibilidades del pensar y del crear” (45), infinitud que es planteada en términos de incomprensibilidad (49) y que, al evitar “el punto muerto de la comprensión completa”, evita las pretensiones dogmáticas y permite el diálogo. Hegel arremete contra la visión de la ironía como suprema genialidad y, sin entrar en otros detalles, sostiene que la ironía no puede ser lo supremo, dado que es “puramente negativa” y consiste en la reducción de todo contenido, de toda seriedad.
Ciertamente, para Kierkegaard la ironía es también una determinación de signo negativo, pero no será aniquiladora ni infinita, como la de los románticos, sino vitalista y activa, más eficiente a la hora de trabajar con las categorías de la finitud y la realidad. Y denominará a esta posición, en el último punto de la Segunda parte de Sobre el concepto de ironía…, “la ironía como momento dominado” […], o sea la ironía como camino, como vivencia encarnada, no como finalidad, sino como instrumento”, que “se muestra en su verdad precisamente cuando enseña a realizar la realidad, cuando coloca el debido acento sobre la realidad” (66). Es también “un punto clave para efectuar el salto cualitativo de la decisión capaz de ponerse al servicio de la propia y más amplia expresión ética y religiosa” (67).
Cierra esta primera parte “La transubstanciación de la tragedia en tres actos”, y el primer acto es “El silencio de Antígona”, protagonista de “El reflejo…”, título del texto pseudónimo que, mutatis mutandis, es remedado ‒y por lo tanto subrayado‒ en el título del libro de Torres Garza. Sin traicionar la esencia de lo trágico, el esteta A esgrime la posibilidad de actualizar lo trágico a un formato “moderno”, y piensa en “su” Antígona, una Antígona que intuye la historia infausta de su padre y guarda ese “secreto”, una Antígona más reflexiva que permite postular la diferencia entre la “pena”, que se puede manifestar (todo es manifestación en la tragedia griega) y el dolor, que no se puede manifestar (de allí el silencio), denota siempre una reflexión subjetiva que la pena no conoce, y supone la angustia…
Kierkegaard-A elige a Antígona por ser mujer: ya que “como mujer dispondrá de la suficiente sustancialidad para que la pena se muestre, pero como miembro de un mundo reflexivo dispondrá de la suficiente reflexión para obtener el dolor”. Será la angustia lo que abisagre la pena y el dolor, y la que preludie la piedad en su faz moderna. […]
La Antígona kierkegaardiana protagoniza la vivencia de la tundra extensísima de la angustia. Está volcada hacia el interior y su escenario es más espiritual […] El secreto que ella cobija será el elemento poderoso que tensará los elementos de la colisión trágica moderna.” (81-82)
Cabe recordar aquí la función filosófica de la mujer que la autora percibe tímidamente en el Gran Danés, esa mujer a la que le que pertenece, por derecho propio, el pathos estético (y aquí estamos en el “drama” estético interiorizado, ya, en un drama existencial), esa posible guía en la ruta hacia la vida ética y religiosa (que supondrá el pasaje por la ironía como confinium hacia lo ético y el humor como confinium hacia lo religioso.)
El segundo acto de “La transubstanciación de la tragedia…” nos sitúa en “Siluetas”, texto también firmado por el esteta A que forma parte de O lo uno o lo otro y que incorpora a tres figuras femeninas literarias de tres obras: María Beaumarchais, del Clavijo de Goethe; Doña Elvira, de Don Giovanni, y por último, Margarita, del Fausto de Goethe. Los lectores podrán seguir los avatares de la “pena reflexiva” (que no puede ser objeto de representación artística, que carece de sosiego) en la vívida descripción de estos tres personajes femeninos, notables pasajes en que no se hace referencia a la teatralidad de la puesta en escena, “sino a la teatralidad como devenir, como posición imposible de retratar en un cuadro, de cerrar en una escena certera en su materialidad, en la sublimidad psicológica del espectador” (85), Finalmente…
“María, Elvira y Margarita se han unido en la pena reflexiva y ello ha advenido porque se las ha visto desplazarse, dialécticamente, del arte a la vida”. (93)
Se diría que la función filosófica de estos personajes femeninos es plasmar una dramaturgia que desplaza el despliegue de lo “representable” a la pena irrepresentable del devenir existencial, y el tremendo tercer acto de esta “transubstanciación” de la tragedia, “Hamlet: ni héroe estético ni religioso” (93-100), que se adentra en ese “Caballero de la intimidad recóndita” que es el príncipe de Dinamarca, con sus profundos soliloquios, sus ironías, su lúcida locura y la multiplicación de sus duelos agravados, lleva a la autora a afirmar que “Kierkegaard hace uso de las figuras teatrales para desplazarlas al devenir existencial que es en sí mismo un teatro” (99).
Dos palabras acerca de la segunda parte de este opus, “La vocación del humor”. Así como la ironía es, según Johannes Climacus (autor de Migajas filosóficas y del Postscriptum…) el confinium hacia lo ético, el humor es el confinium hacia lo religioso. Y sabida es la importancia que Kierkegaard le atribuye a la comicidad, incluso en lo cotidiano, al “lado honesto de los ridículos” (101). Lo cómico es genuino “cuando comprende la equilibrada concertación del pathos y lo cómico, de la broma y la seriedad” y lo más elevado aún será la síntesis tragicómica… Sin entrar en más detalles al respecto, aprovecho “la ocasión” (que también aquí es un tema, 104) para referirme brevemente a las aperturas intertextuales que suelen chispear en este libro, como las apelaciones directas, en tal o cual párrafo, a Jacques Lacan o a Marguerite Yourcenar, o bien, de modo indirecto, por alusión a los “personajes conceptuales”, a Gilles Deleuze, o bien… En esta parte del libro, la autora nos deleita con citas acerca de la estética de lo cómico de Charles Baudelaire (“De la esencia de la risa en general y de lo cómico en las artes plásticas”, 1855, 112-113) que darían lugar a más de un comentario, y con otra de Georges Bataille, extraída de La experiencia interior (121), que haría reír a Kierkegaard… Perlitas que se suman a los títulos tragicómicos de textos que el Danés pergeñó muy joven y no escribió, como la sátira “La batalla entre las viejas y las nuevas bodegas de jabón. Drama heroico-patriótico-cosmopolita-filantrópico-fatalista” y tantas otras (ver, 119). Unas palabras sobre La crisis en la vida de una actriz, texto firmado por el pseudónimo Inter et Inter y dedicado a la actriz Fru Heiberg, cierra esta segunda parte en clave femenina…
Ningún amante del teatro pasará por la tercera parte de este opus, “El drama moderno: la complexión subjetiva”, sin consultar algunas de las obras citadas, recordar alguna puesta en escena o desear ver una nueva. Dejo para el final a Henrik Ibsen (agente de enlace). Torres Garza atestigua que August Strindberg también “tiene un lugar en la cadena hereditaria que se remonta a Kierkegaard” (148), se detiene en algunas notables analogías biográficas entre ambos y en una segunda obra autobiográfica de su autoría, Fermentación, en la que cuenta que la lectura de O lo uno o lo otro había tenido sobre él un efecto perturbador durante años, antes de comentar La comedia onírica o El sueño y referirse a una angustia que toma, en Strindberg, “otros tintes más bien grisáceos, foscos, y de una profundidad insondable”. Si bien Eugene O’Neil hereda el pensamiento kierkegaardiano a través de la dramaturgia nórdica, en particular la de Strindberg, es sumamente interesante el trabajo de compaginación de ideas de distintas tonalidades que establece la autora entre el pensamiento del Danés y los complejos interioristas de la existencia que se perciben en El Dios Brown y en Largo viaje de un día hacia la noche (157-165). Y finalmente, el primero citado en el libro es aquí el último, Henrik Ibsen (133), cuya relación con las ideas de Kierkegaard es muy probable pero no probada, aunque sí ha sido mencionada… Torres Garza comenta Peer Gynt, personaje estético por excelencia que cae en la desesperación y que contiene rasgos autobiográficos de Ibsen; Brandt, obra cuyo protagonista es un personaje de vida ética ejemplar, colindante con lo religioso, y de la aquí se siguen algunas escenas en las que se percibe, más bien, que es una interpretación negativa del punto de vista de Kierkegaard, y finalmente…
“En la siguiente obra del mismo autor, Casa de muñecas, quisiéramos mostrar su preocupación por otro tema que también desveló a Kierkegaard, el de la situación de la mujer en el siglo XIX, tema en el que ambos estuvieron profundamente interesados”. (144)
“Hemos elegido este drama de Ibsen por razones estratégicas, ya que la mujer desde el punto de vista kierkegaardiano es un tema muy controvertido”, prosigue la autora, a quien he seguido por tal veta a lo largo de esta lectura y que se interna ahora en este drama que es “donde mejor se cristalizan las ideas emancipatorias feministas”, tal vez no solo del noruego sino también del ambiente artístico de su época, obra quizá “irradiada también por el clima cultural que generaron las ideas de Kierkegaard sobre la mujer, la relación entre los sexos, y el matrimonio” (145). Tema controvertido, sí, para el que cita aquí, de O lo uno o lo otro, “Diario de un seductor” y “La validez estética del matrimonio”, y de Etapas en el camino de la vida, “In vino veritas”. Se interna, por supuesto, en Casa de muñecas ‒drama particular que deviene problemática universal‒, en esa intriga compleja que culmina con una revolución en la casa de los Helmer cuando Nora decide abandonar el hogar, e incluso a sus hijos, para forjarse un nuevo destino, y discute con Helmer acerca de las causas “profundamente humanas” que llevan a veces a violar ciertas leyes (se nos señala que confrontemos este punto con la colisión trágica Antígona-Creonte). Nora es “un personaje que sale de la creación artística para trascender, en términos sociales, hacia un destino más completo y legítimo de la mujer. Es quizá también el primer espejo en que se reconozcan muchas mujeres, incluso en nuestra hora” (147). En cuanto a Kierkegaard: “Los personajes femeninos en la obra kierkegaardiana poseen una fuerza simbólica análoga a los de Ibsen”. Después de citar el ciclo de O lo uno o lo otro, libro dedicado a una mujer, Regina Olsen, ciclo que sería un motivo indirecto de una reflexión acerca de las relaciones hombre-mujer, polémicas, dado el dolor que el mismo Kierkegaard albergaba por la ruptura de su compromiso matrimonial, continúa ‒¡y es en verdad sorprendente!‒:
“La Cordelia de Juan el Seductor, por ejemplo, será el personaje femenino más significativo y más cercano a su propia experiencia amorosa. El objeto primordial del personaje seductor será aquel que, de una manera oblicua, y por qué no, hasta siniestra, quisiera ver en la seducida una liberación sin precedentes: la que pondrá a la mujer en el derrotero de pertenecerse a sí misma. Ésta es, quizá, la respuesta que el propio pensador danés querría ver confirmada en el presente de Regina, ¿no sospechaba ya los poderes de la conciencia femenina?”
Agudeza y arte de ingenio de Elsa Elia Torres Garza: legarnos la sutileza de esta reflexión…
Y con ella repetimos unas pocas pinceladas, unas pocas, de su cuadro final:
“El carácter dramático de la filosofía de la existencia de Søren Kierkegaard ‒universo inagotable para el ejercicio hermenéutico‒ tuvo con él su estreno histórico. Una vez emprendido el viaje por el complejo territorio de su obra, se reafirma paso a paso la certeza de que él ha sido el primero en ocuparse enteramente ‒en la tesitura de una dramaturgia filosófica‒ del problema de la existencia. Søren Kierkegaard no llevó la filosofía al drama de la existencia sino que, de forma paradojal, trasladó el drama existencial al orbe de la filosofía situándose a sí mismo, personalmente, en la condición de comprenderlo profundamente”.
Epílogo
Era inimaginable, realmente inimaginable, que Elsa Torres Garza no le echara un vistazo a este “Vistazo…”, que se nos fuera así, un 23 de septiembre… Todos, desde el director de la revista, Alberto Constante, pasando por los traductores (María José Binetti, Nassim Bravo Jordán), la compañera también reseñada (Anna Fioravanti, que acababa de enviarle su libro), sin duda Kierkegaard y todos los citados en este espacio, muchos de los que se acerquen a esta revista y a este “Vistazo…”, incluida quien esto firma, la conocíamos, la queríamos y teníamos algo que decirle, algo o más que algo que agradecerle… A la tan vivaz, tan entusiasta, tan alegre y a la vez secreta, tan maestra, tan poeta, tan luminosa Elsa…
Como yo estaba al tanto de la intervención de la que sería objeto el 12 de septiembre, estuvimos en comunicación hasta ese mismo día, de mañanita; luego, le fui enviando mensajes (el 13 fue su cumpleaños), al menos uno por día, incluso el 23: un poema, una imagen, una frase, una cita… Había encontrado una cita de una carta de Kierkegaard en un artículo, en francés, que le iba a encantar, pero era larga, la iba a traducir, la perdí, la volví a encontrar… Ya era tarde… La comparto en parte…
Es una cita ‒ya fragmentada‒ de una carta de Søren Kierkegaard a su prima Julie Thomsen, de febrero de 1847[12]. Al parecer, la prima le había reprochado que no la visitara, y él le pide que acepte la carta como una visita a su casa, como un encuentro. También le dice que tal vez a ella le parezca una extraña actitud, que el tiempo que pasa escribiendo la carta podría aprovecharlo para visitarla, pero le explica…
“[…] El hecho es que estoy enamorado de mi pluma. Se dirá que es un triste objeto en el cual poner la mira amorosa… Tal vez. Eso no significa, por otra parte, que esté siempre satisfecho en mis relaciones con ella ‒ a veces, con una enorme exasperación, la arrojo bien lejos. Pero he aquí que esa exasperación misma me recuerda entonces cuán enamorado estoy de ella, ya que es un conflicto que termina como los conflictos amorosos”.
A Elsa le hubiera encantado, espero que le encante…
“[…] No puedo liberarme de este vínculo con mi pluma ‒ sí, llega hasta a impedirme iniciar relaciones con quien fuere”.
Se ve que es muy posesiva…
“Cuando, estando en casa, pienso en alguien querido, me digo: ‘Mira, deberías ir a verlo personalmente.’ ¿Pero qué sucede entonces? Examino la idea durante tanto tiempo que, al final, la pluma se cuela insidiosamente en mi mano. Y en lugar de una visita en la ciudad, eso se transforma en una carta más en casa. Converso con esa persona con ayuda de mi pluma pero, una vez que terminé, la pluma se me ríe en la cara, porque, efectivamente, ¡se burló de mí de lo lindo! […] La pluma me hace creer que, sin ningún problema, puede informarme el efecto que tendrá mi carta en su destinatario: lo que dirá, lo que diré entonces, lo que responderá luego, etc”.
Que alguna pluma se ría de mí, que me engañe y me diga el efecto que tiene esta carta en Elsa, qué dice, cómo seguirá el diálogo…
“[…]. En resumen, en lugar de enviarla, la misiva que quemo es incluso la ocasión de…”
¡Ah, no! ¡Yo no la quemo!… Aunque no sepa cómo siga el diálogo… ¡Tú tampoco la hubieras quemado, Elsa! ¡No la quemarías!… ¡Jamás!… Las misivas no se queman…
¿Y si la compartimos?
*** *** ***
Notas
[1] Lacan, Jacques, El Seminario, Libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales de psicoanálisis, Buenos Aires: Paidós, 1964, págs. 68-69.
[2] “Violence et métaphysique”, en L’écriture et la différence, Paris : Seuil, col. Tel Quel, 1967, pág. 163.
[3] Traducción de Nassim Bravo Jordán, México: ed. de la Universidad Iberoamericana, 2009.
[4] Kierkegaard, Søren, Migajas filosóficas o un poco de filosofía, edición y traducción de Rafael Larrañeta, Madrid: Trotta, 2007.
[5] Ver nota 3.
[6] Kierkegaard, Søren, Mi punto de vista, trad. de José Miguel Velloso, prólogo de José Antonio Miguez, Buenos Aires: Aguilar, 199, 1972.
[7] Traducción del equipo de la Biblioteca Kierkegaard Argentina, bajo la dirección de Andrés Albertsen, Madrid: Trotta, 2011.
[8] Kierkegaard, Søren, El libro sobre Adler, traducción directa del danés, prólogo y notas de Anna Fioravanti, Buenos Aires, La docta ignorancia, 2020.
[9] Kierkegaard, Søren, Los lirios del campo y las aves del cielo, prólogo y traducción del danés de Demetrio Gutiérrez Rivero, nota preliminar de Óscar Parcero, Madrid: Trotta, 2007.
[10] Kierkegaard, Søren, O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida, 1, edición y traducción del danés de Begonya Saez Tajafuerce y Darío González, Escritos de Søren Kierkegaard volumen 2/1, Madrid, Trotta, 2006.
[11] Dado que en este punto, a propósito del libro de Elsa T. Garza, no citamos las notas (que recomendamos) y, por lo tanto, los únicos números son los de las páginas citadas, que abundan, decidimos prescindir de la especificación “pág.” para no sobrecargar el texto…
[12] Kierkegaard, Correspondance, traducida, presentada y anotada por Anne-Christine Habbard, París: Éditions des Syrtes, 2003, págs. 246-249.
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