Valentin Housson / Trad. Maria Konta
De la cultura cristiana, por mi familia, resueltamente ateo desde la adolescencia, no tengo que sustituir a los que deben hablar, y la pluma de la escritura, para operar la obra de la hermenéutica, de la genealogía y de la deconstrucción, que ya figura en la sura 96 del Corán (primera sura recibida por el profeta Mahoma, primero en el orden cronológico y también en el orden de imperativos), como el mandato mismo del musulmán: “Lee en el nombre de tu Señor […], es Él quien ha hecho de la pluma un medio de conocimiento y que ha dado a conocer al hombre lo que no sabía”.[1] Iqrâ’ se traduce tradicionalmente como “leer”, pero también significa: “reunir”, es decir reunir todos los elementos de análisis, de discernimiento, para producir una lectura diferenciada, matizada; reúne la veracidad de este texto y la actual historicidad de vuestro tiempo, para producir una verdad epocal y relativa, y no absoluta y definitiva; une, en suma, el espíritu de la letra al espíritu de vuestro tiempo.
Esta nueva hermenéutica del Islam, que ya se está haciendo y se seguirá haciendo -espero- con fuerza, exige que el Islam se aparte de las corrientes del Islam teocrático que lo agravian. Las dos corrientes principales del Islam teocrático son las del wahabismo y del salafismo. El primero nació en el siglo XVIII y considera que no puede haber novedad en la lectura del Corán, y que las autoridades políticas deben aplicar literalmente la Sharia (código jurídico que reúne los elementos jurídicos del Corán y de la Sunna). El wahabismo, que es la versión adoptada del Islam en Qatar y en Arabia Saudita, impone así una lectura literal del texto coránico, prohibiendo así cualquier lectura reformista y crítica. El salafismo (de salaf: “predecesor” o “ancestro”), por su parte, es un movimiento nacido a principios del siglo XX, en el contexto del colapso del Imperio Otomano y la dominación occidental en el Medio Oriente. El horizonte político del salafismo es la creación de un estado que reúna a todos los musulmanes, y se denomina Califato. Sin embargo, existen tres formas de salafismo: el salafismo quietista, que es un salafismo proselitista destinado a convertir al mayor número mediante la predicación; el salafismo político, destinado a participar en el ejercicio del poder; y, por último, el salafismo yihadista, que llama a la revolución y a la imposición del Islam por las armas. El salafismo es así la matriz ideológica de Al Qaeda y de Daesh. Por último, añadiría que los Hermanos Musulmanes, grupo tradicionalista sunní y político creado por Hassan El-Banna en Egipto en 1928, son, por su parte, los teóricos del rechazo de la laicidad del modelo occidental, y de la militancia política que tenía como objetivo volver a los valores tradicionales del Islam mediante la impugnación de la hegemonía cultural occidental y, a fortiori, europea en la tierra del Islam (esta sociedad fue fundada, en este caso, con el fin de luchar contra la presencia británica en Egipto).
A lo que nos enfrentamos hoy es, por tanto, al cruce entre estas diferentes corrientes o estructuras islamistas: del wahabismo, el islamismo conserva la prohibición de la novedad y de la interpretación sobre la base de un carácter absoluto increado de la letra coránica (no nació en este tiempo, y por tanto ha de aplicarse desde toda la eternidad de forma idéntica, sin adaptarse al tiempo presente); del salafismo, el islamismo conserva las estructuras quietistas de proselitismo y del entrismo político, así como la lucha armada para imponer el anhelado régimen político; y la Sociedad de los Hermanos Musulmanes, el islamismo retiene el rechazo a cualquier modelo europeo laico, al que se apunta como el de una hegemonía cultural blanca y judeocristiana dominante. El islamismo se teje, pues, a partir de estos tres hilos principales: su raíz es múltiple, en cuanto es Wahhabo-Salafo-Hermandad.
El Islam sólo podrá liberarse de su oscurantismo, y entrar en un Islam de los Ilustrados, a condición de despedirse de estos movimientos islamistas, prohibiendo toda interpretación del texto coránico y, por tanto, toda renovación histórica del mismo y, en consecuencia, toda inscripción en el tiempo presente. Por lo tanto, debe, ciertamente, abandonar su expansionismo político, para volver a ser una espiritualidad que afecta la existencia singular de los individuos, y no una religión política conquistadora que desea reconstruir la teológico-política que la Ilustración había logrado valientemente deconstruir.
El Islam sufre, en una palabra, por su extensa universalidad. En lugar de “Todo lo vivo es único ya que Dios es el Único”, preferimos, en terreno político, “Todos somos uno en el Califato (o en el Estado Islámico)”. La Unicidad de Dios, que hace única a cada una de sus criaturas, se traslada a la unicidad abstracta de la comunidad musulmana. El dogma fundamental del Islam, el tawḥīd, que significa “unicidad”, y que proviene de wahada “hacer único”, se entiende aquí no como universal intensivo (lo único se reconoce en la Unicidad de Dios), sino como universal extensivo (la unión se hace al unísono con un Dios único que disuelve a cada uno en una totalidad niveladora). Si Dios es Uno, entonces cada uno de nosotros es único; pero si Dios se convierte en el nombre de la extensión y del unísono (más que de la unidad), entonces el cada uno es negado, y la criatura ya no es única ni sagrada, sino indistinta y desacralizada. Por lo tanto, es el islamismo yihadista el que mata, en el sentido de que su lógica es la de una negación (o una denegación) de la unicidad de los vivos. Sin embargo, hay que decirlo sin rodeos, son estos yihadistas quienes son, en el sentido coránico, “negadores”, en que niegan la unicidad (tawḥīd) de Dios para hacer únicas (wahaba) todas las criaturas que son suyas. La blasfemia, esto es el islamismo.
Además, este islamismo —o estos islamismos— persisten en las debilidades de un Occidente cuyas Ideas se están agotando intensamente. La principal debilidad de Occidente es su ruptura con la historia. Y el país que, sin duda, al menos en Europa, ha roto más el vínculo con su pasado, es Francia. La Historia de Francia se ha convertido en tierra de nadie para nuestra juventud que, como los compañeros de Ulises en la Odisea, parecen haber comido las flores de los lotófagos, las mismas que provocaban el olvido y la amnesia. Estamos en el momento del final de la anamnesis. Hemos perdido el hilo de Ariadna que nos unía a nuestra tradición, y que podía abrirnos el futuro desde un pasado inspirador, y del que podíamos aprender lecciones para no tener que reproducir los errores del pasado. (Aprendamos de la filosofía francesa: aparte de Foucault, Derrida y Levinas, ningún filósofo francés es historicista. Esta tradición historizadora pertenece, de hecho, a la filosofía alemana o italiana). Y es en esta ruptura con la Historia donde abunda la Wahhabo-Salafo-Hermandad: lo esencial, para ello, es recrear el vínculo histórico, aunque esta historicidad sea una historicidad paradójica que nos une a lo eterno más que el pasado. La ancestralidad tiene allí un lugar fundamental: el fundamentalismo, en este sentido, busca vincular a los fieles a un fondo común que es el del Islam de los orígenes, llamado así porque el origen, para el fundamentalista, es todo lo mismo que el original. Historialidad sin historialidad: el retorno a los antepasados es un retorno a la eternidad de la letra revelada. Ciertamente, para nosotros los Modernos, no hay hechos prefabricados sino sólo interpretaciones, y la Historia de las interpretaciones es la Historia de las Iglesias (“La historia de la Iglesia debe llamarse propiamente la historia de la verdad”, decía Pascal, en los Pensamientos (L 776/B 858)); pero para el fundamentalismo, la Historia a la que se vincula es una historialidad que niega toda historialidad, ya que para él sólo hay hechos y no interpretaciones. La historia crítica es una historia diacrónica (la de un texto concebido desde una perspectiva hermenéutica dinámica); mientras que la llamada historia a la que nos une al fundamentalismo es una historia sincrónica (que siempre considera el texto en una perspectiva estática). Hasta que volvamos a ser historiadores críticos, filólogos y genealogistas, dejaremos que el islamismo gane terreno. Lo que da forma épica a la división subjetiva de los individuos que se encuentran “el asno entre dos sillas”, es decir, entre dos culturas en conflicto de lealtades (el Islam y el Occidente), y que encuentra refugio en un simbolismo que resuelve este descuartizamiento diacrónico de orígenes, por una sincronía original (un pre-origen, por lo tanto, un origen antes de los orígenes en conflicto). No es menor, en esto, que se trate de un profesor de Historia y Geografía, Samuel Paty —por nombrarlo, y arrebatarlo del olvido—, asesinado en Francia, en 2020. Es este malestar civilizatorio respecto a la Historia que es a partir de ahora el peligro de nuestro tiempo. Necesitamos rehabilitar la Historia, la filosofía de la Historia, los métodos del pensamiento críticos historicistas, para rearmarnos conceptualmente, y luchar por la victoria de la Ilustración sobre las Tinieblas religiosas.
Quisiera decir unas palabras sobre este Islam de la Ilustración, desde un punto de vista crítico, ciertamente, pero positivo, abriendo así el camino, espero, para un recordatorio de este texto, para una deconstrucción de su letra y una restitución de su espíritu. Mahoma es además el que recuerda (Sura 88, v.21-22), es el Recordador, no sólo recuerda la palabra divina, sino que nos recuerda que esta palabra increada fue escrita en una palabra creada que es la del árabe del siglo VII, y que en ese sentido requiere una traducción, más que una traición, una interpretación paciente y fiel que la haga resonar en tiempos nuevos, recordándonos que una palabra, si resuena de un pasado, sólo puede ser vivo y resonar en voz alta si se extiende al presente y está de acuerdo con el presente. ¿Qué recordamos del Corán? ¿Y cuál es el mayor recordatorio del Corán? Pues esto que Mahoma es quien recuerda la separación de lo espiritual y lo temporal, de lo religioso y lo político. Así, está escrito en la Sura 88, v.21-22: “Así lanza el Recordatorio: tú eres sólo el que recuerda / Tú no eres para ellos el que gobierna”. ¿No son estos versos asombrosos y sorprendentes, llamando al secularismo y a una separación de órdenes? ¿No es este un gran verso, para quien sabe leer, es decir para quien sabe ser musulmán (entendiendo que “musulmán” es sinónimo de lector, de aquel que tiene la obligación de leer, y ¿quién está sujeto al deber de la ciencia crítica de la lectura) ?, ¿no es este un verso a añadir a la antología islámica contraislamista? Porque los islamismos, de los que hemos hablado, blasfeman de la obligación de leer del musulmán, porque si un texto es lo que ha sido desde toda la eternidad, ya no necesita ser leído, ya que no necesita ser sustentado por el trabajo de lectura, que consiste siempre en conectar lo contradictorio: ¿cómo combinar la verdad de un texto con la relatividad de una época?, ¿cómo, por tanto, recordar el espíritu de una letra en el espíritu de un tiempo?
El segundo recordatorio es el del mandato de saber. Citaré a este respecto dos hadices del profeta Mahoma. El primero dice: “Aprender ciencia es una obligación para todo musulmán. (Reportado por Ibn Maja y autenticado por Sheikh Albani en Sahih Targhib n°72). La ciencia no es pues una posibilidad para el creyente musulmán, sino la condición incondicional de su condición de fiel. Incondicionalmente, el musulmán debe aprender, dedicarse a la ciencia, es decir, al mismo tiempo leer, como se ha dicho, pero también criticar, es decir, discernir, utilizar su espíritu crítico para saber lo que de la letra sigue siendo parte del espíritu de los tiempos; conectar con el pasado, con sus raíces, con una tradición ancestral, ciertamente, pero también con las raíces triconsonánticas de su lengua semítica, lo que exige que se aprenda a descifrarlas con delicadeza para ubicar sus espíritus, es decir sus vocales, en su caso para no perder nada de su sentido ilustrado. No ignoro que también el islamismo pretende ser Ciencia, pero se trata de una concepción cientificista del texto en la medida en que ésta sería la Ciencia misma (que abarca todas las ciencias específicas y particulares) la que debería gobernar a toda la humanidad. La ciencia de la que hablo no es la que emana del Corán, sino la del lector ejerciendo su racionalidad; ciencia pues propia de la Modernidad, donde es el sujeto quien legisla de manera autónoma en el orden del saber, y no las Iglesias o la única Revelación divina. Allah también se define en el Corán como “la luz de las luces”, y los “negadores” son aquellos que niegan esta luz a Dios: enrolarse en el camino que Allah abre a cada uno es pues enrolarse en el de la Ilustración del pensamiento, y por tanto de la ciencia, y no desviar esos caminos en el Oscurantismo del que mata en nombre de una letra de la que se quitó la iluminación, por no haberla estudiado ni leído nunca. El segundo hadiz es bien conocido (Derrida se refirió a él en la Circunfesión): “la tinta del estudiante es más sagrada que la sangre del mártir”. Hadiz que hará que estos “hermanos enemigos” (Levinas) que son el judaísmo y el islam se reconozcan y que dejen un lugar importantísimo al estudio del texto, a su repetición y su discusión, a su aprendizaje de memoria dejando resonar cada uno el tiempo de una manera única —en el corazón de quien lo conoce— este texto de manera diferente.
El tercer recordatorio es el de la Misericordia. La Apertura del Corán, así como todas las suras que le siguen, dan las primeras palabras de cualquier oración musulmana: “En el nombre de Alá, el Misericordioso, el Más Misericordioso (Bismi Allahi alrrahmani alrraheemi). Lo que es interesante notar es que esta primera sura se titula “Al-Fatiha”. Mohamed la llamó “La madre del libro”. De nuevo, la raíz semítica (judía y árabe) de la misericordia es el útero, la morada uterina, la matriz solidaria (la pareja hebrea es rakhamin/rekhem, y la árabe rahim/çilat al-rahim). Dios es pues adorado en cuanto que es Madre del perdón, en cuanto que por tanto su misericordia es uterina y matriz. Pagaremos esto bajo el título de una deconstrucción de la misoginia en el Islam, pero aún bajo el título de un Dios que no invita al asesinato, sino al perdón maternal, como una madre perdona todo a su hijo, lo peor como lo fútil. Esta misericordia maternal, no puedo dejar de pensar en ella a partir de la magnífica frase de Albert Cohen en El libro de mi madre: “Ella lo aceptaba todo de mí, poseída por el genio divino que deifica a la amada, a la pobre amada, tan poco divina. El genio divino, la divinidad misma de Alá es este genio materno que perdona incluso a los que no siguen su camino, es decir, incluso a los incrédulos, ateos o no musulmanes. En esto, Allah es “el Perdonador, el Amoroso” (sura 84, v.14). Si es el Magneto es porque también es Todo Amor, la incondicionalidad del perdón perdonando hasta lo imperdonable. Porque no hay perdón, como sabía Derrida, excepto para el perjurio más extremo, sólo para la mayor blasfemia, sólo para lo imperdonable mismo. Así: “Cuando Allah terminó su creación, escribió en su Trono: Mi Misericordia precede a mi ira”. (Reportado por Bukhari en su Sahih n°7422).
El cuarto recordatorio, que es el primero en el Islam, y que ya se ha discutido anteriormente, es el de la Unicidad de Dios y de la vida. No hay más Dios que Dios, esto quiere decir que, a diferencia del cristianismo, Dios no es Trinitario, sino Uno e indivisible. Sin embargo, esta unicidad y esta singularidad afectan a todas sus criaturas. Todo ser vivo, humano o no humano, es único. “A cada uno de Vosotros, hemos abierto un acceso, una avenida. Si Dios hubiera querido, os hubiera hecho una comunidad única: pero quiso probarnos en sus dones. Asaltar con buenas obras a Dios” (Sura 5, v. 48). La Unicidad de Dios no sólo no es contradictoria con las diferencias entre los seres vivos humanos y no humanos, sino que estas diferencias son un don divino: tenemos que experimentarlas para encontrar una armonía, un universal que nos acerque, que nos una más de lo que nos opone y nos separa. Estas diferencias están en todos: son la oportunidad de ser únicos, y de tener un camino singular por recorrer, por inventar. Fórmula del universal intensivo musulmán: Cada criatura es única como su Dios es único y singular. El sujeto humano se relaciona con la universalidad de Dios, de su verdad, de su unicidad, como único. Y es esta singularidad la que no sólo invita a una lectura singular de la carta coránica, sino que también permite la divergencia de interpretaciones. Sigue siendo esto lo que sacraliza la vida: atacar la vida de un individuo es atacar su unicidad, es por lo tanto atacar la Unicidad de Dios. La divergencia es bienvenida en el Islam al igual que los extranjeros. Un hadiz del profeta lo prueba: “El Islam nació en un extranjero, benditos sean los extranjeros”. La extrañeza de la alteridad (siempre que no atente contra la vida y, por tanto, no sea mortífera u oscurantista) exige una hospitalidad incondicional.
El quinto y último recordatorio que me gustaría hacer sobre el Islam está particularmente cerca de mi corazón. Se relaciona con la ecología. De hecho, ninguna religión monoteísta, más que el Islam, ha hecho tal lugar para la cuestión de los seres (no-)humanos, y en particular para la cuestión animal. Las muchas suras del Corán que llevan el nombre de un animal atestiguan esto, y es notoria la vigilancia de Dios con respecto a los animales y las especies vivas en general. Dos versos me interesan más. El primero proviene de la segunda sura (v.60), titulada “La vaca”, y dice esto: “Comed y bebed de lo que Dios os dé. No hagáis daño criminal en la tierra”. Principio de precaución y previsión ecológica: no se comporten como poseedores de esta Tierra y de la vida terrenal, no se conviertan en depredadores y asesinos de la singularidad de la vida, no consideren los recursos naturales como recursos financieros (un hadiz magnífico llama a la vigilancia contra esta depredación económica: “Cuando mi Comunidad exalte el dinar y el dirham, será privada del prestigio del Islam, y cuando deje de mandar el bien, será privada de la bendición de la Revelación.” Narrado por Ibn Abî-l -Dunyâ en Kitâb al-Amr bi-l-Ma’rûf). Otro verso magnífico (Sura 6, v.38): “No hay bestia en la tierra, ni pájaro que vuele con sus alas, que no forme sociedades como vosotros; en el Libro no hemos omitido absolutamente nada”. Traducción: la vida mundana está formada por ecosistemas en los que se ha de respetar la interrelación para no deteriorar la vida del Todo; cada uno en esto es un cosmético, es decir un Cosmos donde la armonía, lo que el Corán llama “Belleza”, debe ser preservada para salvaguardar la singularidad de lo viviente, es decir también decir la singularidad del Arqui-Viviente que es Dios (el “Viviente (Al-Hayy)” es además uno de los 99 nombres atribuidos a Alá).
Por tanto, es en nombre de este Islam de la Ilustración, más que nunca posible y necesario, y por el que debemos pensar, trabajar y criticar, que debemos resistir hoy al Islam oscurantista. El Dios del Islam es el Dios que envía “señales para un pueblo capaz de reflexionar”, “oír” y “razonar” (Sura 30, v.21-24); este pueblo, no tengo ninguna duda, se mostrará igual a su Ilustración (Sura 25, v.35), igual a la interpretación requerida por estos signos, porque “Dios es la Verdad que se hace a sí mismo (Sura 24, v.25), y que por lo tanto llama a la razón (de) aquellos a quienes se entrega.
Notas
[1] El texto original en francés intitulado «Pour un Islam des Lumières : cinq rappels pour sortir de l´obscurantisme» fue publicado en la revista Un philosophe el 26 de octubre de 2020. Véanse: https://unphilosophe.com/2020/10/26/pour-un-islam-des-lumieres-cinq-rappels-pour-sortir-de-lobscurantisme/
Agradezco a Valentin Housson por darme el permiso de traducirlo.
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