Sloterdijk y la civilización del mimado

Peter Sloterdijk

 

Resumen[1]

En este ensayo se expone, brevemente, el pensamiento del filósofo Peter Sloterdijk en torno a la imagen de sí mismo que el hombre contemporáneo puede crear en medio de un contexto de consumismo, lujos, riquezas, comodidades y prosperidades que generan tanto un consentimiento exacerbado en el que influyen factores como la caída en la natalidad de países desarrollados y el aumento de la productividad del trabajo, como una autoconcepción errónea por parte del hombre de las sociedades contemporáneas, marcadas por el confort.

Palabras clave: Sloterdijk, naturaleza, confort, autoimagen, sociedad, consentimientos.

 

Abstract

In this essay is briefly exposed the thought of the philosopher Peter Sloterdijk about the man’s self  image that he can create in the midst of a context of consumerism, luxuries, wealth, comforts and prosperity that generate both an exacerbated consent influenced by factors such as the drop in the birth rate in developed countries and the increase in labor productivity, such as an erroneous self-conception for and about man of contemporary societies, marked by comfort.

Keywords: Sloterdijk, nature, comfort, self-image, society, consents.

 

Consecuente con su proyecto de rebelión irónica en contra de los lugares comunes de naturaleza ideológica y cultural, que bloquea el acceso del hombre a una imagen justa sobre sí mismo, Peter Sloterdijk esboza en el capítulo tres de Schäume, el último volumen de su célebre trilogía Sphären,[2] los límites de la civilización occidental del momento, dominada por la abundancia, la propensión hacia el lujo y la inclinación hacia el consentimiento, intentando contradecir las lamentaciones miserabilistas provenientes tanto del medio de los conservadores como de la izquierda radical, esforzándose por desmontar los prejuicios extremos muy bien enraizados sobre una humanidad sometida fatalmente a las privaciones, a la penuria y al sufrimiento.

 

Para el filósofo alemán parece evidente que la tradición de las infinitas lamentaciones referente a la condición humana, ha ganado una legitimidad tan poderosa que impide, pese a las evidencias, una correcta percepción sobre la realidad, perpetuando un tipo de discurso absolutamente inadecuado para la explicación de la fisionomía de la cultura contemporánea.  Mientras que los datos estadísticos demuestran que el número de pobres se reduce, situándose entre 10 y 15% en Alemania y los EEUU y que los signos de la abundancia son visibles en todos los niveles, los intelectuales que mantienen lo que Sloterdjik llama el “culto al pensamiento depresivo” empecinados en insistir sobre unos temas que se han convertido en una vulgata pesimista, considerada de buen tono en los círculos de la élite acostumbrada a construir teorías críticas dirigidas a la sociedad, ejercen de esta manera una supuesta obligación de vigilancia. Si Eric Voegelin denuncia la hegemonía cada vez más pronunciada de unas visiones sobre el mundo de inspiración agnóstica, orientada hacia la deformación sistemática de lo real y la eliminación del contrato en beneficio de unas refinadas construcciones puramente ficcionales que tienden a monopolizar el acceso a la verdad, eliminando cualquier versión concurrencial haciendo imposible su propagación, Sloterdijk señala la falsificación programática de la imagen sobre sí mismo del hombre contemporáneo, determinada por la incapacidad de aceptar su status privilegiado en ausencia de un marco teórico que permita la comprensión de esta nueva situación.

 

La perspectiva de naturaleza ontológica, antropológica, sociológica o económica propuesta en el último siglo se muestra atrasada con relación a la realidad que tenía la ambición de explicar, remitiendo a una situación superada como efecto de las modificaciones generadas luego de los desarrollos acelerados. El principal problema del hombre ya no es más la reconciliación con las carencias y restricciones, la gestión lucida de la resignación, la exaltación de una ética del esfuerzo y de la ascesis, sino, por el contrario, la acomodación con la prosperidad y la ganancias de las elasticidades mentales necesarias para el entendimiento de sus nuevas posturas de consumidor hedonista caprichoso.

 

Prefiriendo la postura del cínico de profesión, atribuida automáticamente a aquel que rechaza apropiarse de su visión catastrófica sobre la humanidad dominada con frecuencia de crisis e insuficiencia de recursos, Sloterdijk rechaza tanto los supuestos fundamentales del pensamiento conservador clásico fundamentado en la triada “conservadurismo de la miseria, negación de la riqueza, catolicismo del vacío”, así como también las variantes más refinadas de la “ontología de la penuria”, que descubre en unos de los más importantes pensadores del siglo XX “conservadores de vanguardia” Arnold Gehlen y Martin Heidegger. Si en la primera situación es suficiente una lectura atenta de los datos económicos y la simple constatación de la prosperidad convertida en omnipresencia, en el segundo caso se llega a un debate sobre los fundamentos de la existencia humana, vista por pensadores conservadores como dominada por imperfecciones, deficiencias y una fatal fragilidad biológica. Para Sloterdijk, la tesis central que debe defenderse es que el homo sapiens no “es una criatura de la carencia que compensa su pobreza mediante la cultura, sino una criatura de lujo cuyas competencias proto culturales le han traído suficiente seguridad para sobrevivir a todos los peligros y a prosperar cuando era posible”; sus argumentos en este sentido son desarrollados a lo largo de algo más de cien páginas.

 

Lanzándose a un verdadero intento de reconstrucción de la historia del mimado, Sloterdijk invoca una cantidad de investigaciones paleontológicas según las cuales, para venir al mundo con un grado de madurez análogo al de los primates recién nacidos de la especie homo sapiens, tendríamos necesidad de un período de gestación de veinte y un meses. Pero como este hecho se muestra imposible debido al equipamiento anatómico de las mujeres, el riesgo de exposición prematura del feto a una cantidad de peligros del exterior para el que no está preparado, puede ser prevenido solo gracias a los cuidados maternos que tienden a prolongar la situación del tiempo del embarazo; todavía un período de doce meses, haciendo de esta manera posible la sobrevivencia del bebé.  El filósofo alemán cree que se puede hablar de un mecenazgo biológico de la mamá con relación a sus descendientes, porque la atención especial de la que hace parte ésta, presupone un esfuerzo individualizado concentrado sobre ellos, así como su aceptación mediante un acto de adopción psicosomática absolutamente independiente de cualquier automatismo natural, acto que hace de la mamá biológica una mamá antropógenica. Por tanto, precisamente la experiencia de este mecenazgo representa, para Sloterdijk, el modelo de todas las metamorfosis del lujo hallado en diferentes culturas locales, culminando con su explicitación en la civilización contemporánea, porque el recién nacido situado en un verdadero útero externo tiene parte de una sobreabundancia de cuidados que se arrojan sobre él, ganando un prejuicio efectivo en relación con el mundo que lo determina a privilegiar el sentimiento de libertad, de acceder sin dificultad a todos los recursos deseados. No la privación, sino la riqueza domina el horizonte de las experiencias iniciales del bebé, dándosele la sensación de que tiene siempre mucho más de lo que es estrictamente necesario, que todo le está a su alcance, que nada es inaccesible.

 

Esta imagen paradisiaca es derribada por la aparición de la familia con muchos niños del neolítico que conduce a la sobre solicitación de las mamás, reduciendo las reservas de atención disponible e introduciendo de esta manera, una penuria de afectividad que estimula la rivalidad entre hermanos para para lograr las alianzas maternas. Sloterdijk incluso propone una modificación del modelo freudiano del inconsciente en función de los datos del único conflicto verdaderamente inevitable, el fraterno:

 

Resulta aquí que en la familia numerosa del neolítico es inventado el inconsciente que hace progresar la historia de las civilizaciones así como las conocemos: su contenido primario y permanente son los celos insoportables del individuo poco provisto, frente a sus más cercanos rivales en materia de consentimientos, sus hermanos y hermanas; pero su motor es la insaciable solicitud de justicia, esto es la imposible redistribución de la riqueza materna. No se trata de una batalla por un privilegio edípico, tal como afirma de manera insistente un psicoanálisis poco informado con relación a la historia de la cultura. Partiendo de este fenómeno, lo que debe ser logrado, luego de una poderosa lucha, es que una cosa que no se halla a la mano es una maternidad extensiva, perfectamente normal y no obstante convertida en excepción. No se trata del incesto, sino de la resonancia, no se trata de un deseo de la mamá de connotación genital, sino del libre acceso a aquello que trae consentimiento, no se habla de una rivalidad de contenido edípico, sino de una competencia eliminatoria entre hermanos y hermanas.

 

Para Sloterdijk, esta situación inicial representa la llave del entendimiento del comportamiento ulterior de los individuos, porque el modelo de la experiencia del primer año de vida determina el color de la visión del mundo de los hombres, llevándolos ya sea hacia una imagen dominada por la abundancia, el afecto y el optimismo, o hacia el esbozo sombrío de un gobierno de privaciones, catástrofes y ausencia de amor. Pero, del neolítico hasta la mitad del siglo XX, la mayoría de los humanos hacen parte de un comienzo bajo el signo de la precariedad, que los conduce hacia la asunción pesimista de la existencia en un horizonte necesariamente lagunar, en el que el problema fundamental es la insuficiencia imposible de remediar de los recursos. En semejante situación, la única solución es la proliferación del espíritu de la utopía, esto de la “exigencia inefable de un consentimiento idéntico para todos” y la multiplicación de las imágenes edénicas que dan la esperanza de lograr la abundancia en la felicidad del mundo de más allá.

 

Pero el cambio radical se produce apenas con la renuncia al desplazamiento hacia la trascendencia del deseo de lujo y su reorientación hacia diferentes contextos terrestres, figura tutelar de este cambio de dirección es precisamente Fausto de la popular leyenda alemana; el mago que le satisface todos los caprichos gracias a sus artes diabólicas, despreciando la vida moderada y seria a causa de la ausencia de mesura que le determina todas las acciones, obligándolo a buscar sin tranquilidad el exceso. Incluso si, según Sloterdijk, la aparición de la historia del Fausto es en buena medida prematura, indicando una señal de tendencias cuya realización habría necesitado el paso de cinco siglos de historia, la figura del sabio que realiza transacciones con el demonio conserva por mucho el poder de fascinación, gracias al hecho de que ella representa la transcripción extrema de inspiración de los fantasmas ligados al cumplimiento casi instantáneo y sin esfuerzo de los más extravagantes deseos, correspondiendo al consentimiento integral de la sociedad contemporánea, descrita por el filósofo alemán como una amalgama entre libertad sin lucha, soledad sin estrés, ingresos sin trabajo, conocimiento sin aprendizaje y celebridad sin obra.

 

Para Sloterdijk, el status del siglo XX ya no puede ser más pensado partiendo de la función del padre, sino de su papel halo maternal generalizado, la totalidad de la complejidad de sus estructuras se dedica a la distribución lo más generosa para las reservas del consentimiento. El estatismo contemporáneo cumple la misión de una verdadera prótesis maternal, haciendo posible la asignación de unos colosales recursos para el cuidado de los niños y favorecer de esta manera el desarrollo de unas individualidades acostumbradas con la abundancia y el lujo, siendo válida la equivalencia entre derechos del hombre y derechos al confort. Sin embargo, precisamente porque hace parte de las formas de abundancia imposibles de imaginar para los individuos de hace algunos cientos de años, los individuos de hoy son incapaces de concientizarse de los privilegios que gozan, prefiriendo declararse siempre agraviados con relación a otros y exclamar su descontento frente al modo de distribución de la riqueza. Cautivos del discurso dominante sobre la penuria, ellos se muestran incapaces de entender los principios del funcionamiento de las sociedades de la prosperidad de cuyos beneficios disfrutan en su vida cotidiana; lo que no hace más sino confirmar, según Sloterdijk, el grado creciente de consentimiento del cual toman parte: “[…] los interminables discursos públicos sobre problemas, carencias, miserias y programas de desarrollo y compensación  […] no son más que códigos que designan estrategias de consentimiento cada más vez más vastos”. Cuando pasa la descripción propiamente dicha de la civilización del consentimiento, Sloterdijk insiste sobre el papel que éste juega en la configuración de este individualismo hipertrofiado, transformado en la única creencia compartida de manera unánime.  Carente de cualquier inclinación hacia una vida religiosa, demostrando incredulidad con relación a cualquier proyecto ideológico, incapaz de asumir un ideal por culpa del distanciamiento de cualquier paradigma heroico de la existencia, el hombre de la sociedad postindustrial deviene preso de una cultura de la frivolidad dominada por lo que Sloterdijk llama en Falls Europa erwacht[3], una metafísica del consumo que funciona de acuerdo a la siguiente imagen muy sugestiva: El mundo es un menú: debes pedir y no desesperar. Este es el fondo de la condición postmoderna. No hay sino esta disposición, que te devora a ti mismo, no deja nada tuyo, los restos van a quedar en una bolsa negra de plástico.

 

El resultado de la hegemonía de semejante visión se traduce en un verdadero culto que desarrolla para sí mismo cada individuo, inventariándose con meticulosidad los caprichos y los placeres, homologándolos con la competencia de la melancolía o del hastío como experiencias definitorias, estudiando con exactitud las neurosis y las migrañas, excusándose con aplomo los fracasos y las impotencias. Según lui Sloterdijk, existen tres grandes tendencias responsables de la creación de este clima, que conducen a la transformación de cada individualidad en una valorada rareza: 1. Caída poderosa de la natalidad en los países desarrollados; 2. Crecimiento de la productividad del trabajo; y 3. Reacomodación de la sociedad en un agregado de clientes, compradores y consumidores interesados exclusivamente en sus propias personas y en consentimiento de sí mismas.

 

  1. La caída de la natalidad impone importantes modificaciones de la actitud respecto a los niños traídos al mundo, porque estos ya no tienen que luchar más con numerosos rivales para ganar la afectividad materna, sino que gozan de la totalidad de los cuidados imaginables, siendo la mayoría de ellos deseados por los padres y recibidos con esperanza por la sociedad. Admirados, alentados, rodeados de una inmensa atención, ellos hacen parte de un lujo materializado y la educación se convierte en una norma general que les permite prolongar sus estudios hasta los treinta años, y aplazar de esta manera la maduración, teniendo parte de los privilegios que no los concientiza y que habrían sido inconcebibles hace cien años.

 

  1. El crecimiento de la productividad del trabajo permitió la reducción masiva del programa de trabajo, dejando de esta manera a la disposición de los individuos mucho más tiempo libre que puede ser usado de manera absolutamente arbitraria, sin ningún de tipo de restricción exterior. El tiempo que queda disponible permite concentrar la atención sobre la interioridad, alentando diversas variedades de narcisismo que entretienen la inclinación hacia diferentes formas de lujo. Sloterdijk recuerda 1. El lujo de la movilidad, insistiendo sobre nuevas fórmulas y características para el hombre contemporáneo: je bouge, donc je suis,[4] que es el testimonio de la manera en que entiende su libertad en principio como libertad de movimiento; 2. El lujo de la morbilidad, detectable en el nivel de acomodación perezosa como forma de manifestación de la personalidad y de su diferencia específica con relación a los otros, la enfermedad gana así un tipo de expresividad particular y deviene la principal vía de transponer en acto la preocupación maniaca por el yo visible en las filas de todos los dependientes de la civilización del mimado; 3. El lujo victimológico que invade el espacio de la moral, apostando por la constatación según la cual, luego de la época de la Ilustración, los héroes solo son posibles como “víctimas” y sobre la observación de que la simpatía del público solo puede ser obtenida por la presentación de las injusticias infringidas por parte de una sociedad opresora o Estados opresores, lujo victimológico es mantenido tanto por una poderosa psicología del resentimiento como de la razón económica, las “víctimas” al tener una buena oportunidad de ganar importantes compensaciones financieras en nombre de los presumibles daños sufridos; y 4. El lujo de la vigilancia, considerado como “función-clave de cualquier tipo de lujo”, que presupone que cualquier excedente de atención hacia una cantidad de preocupaciones desprendidas de cualquier necesidad y que entran de esta manera en la esfera del puro capricho, ya se refiera al interés por la música, la literatura o el teatro, o se trate de las preocupaciones convertidas en obsesiones para un arreglo interior, cocinas perfectamente equipadas o sofisticados perfumes.

 

  1. Las nuevas de formas de unión de la sociedad traen a un primer plano las figuras del cliente, del comprador y del consumidor, quien ya no conserva nada de las exigencias del espíritu puritano del capitalismo incipiente, privilegiando la búsqueda de la diversión, la vivencia como finalidad en sí mismo y la glorificación de lo superfluo. Para Sloterdijk, la integración de la sexualidad en la cultura de la diversión es la mejor prueba de la “imposibilidad de una criatura humana de ser pobre”, siendo probable, la modalidad más adecuada de entender la riqueza principal de esta, el excedente de capacidad que dispone con relación a la estricta necesidad de supervivencia biológica. La sexología como forma privilegiada de reflejar el comportamiento sexual, participa de la corriente principal de explicitación característica de la modernidad que tiene como fin, traer a primer plano todos los aspectos de la existencia que quedan obscuros, sacarlos de su latencia, eliminar cualquier nota de misterio que pudiera subsistir. Esta lucha contra la opacidad, la vaguedad, la imprecisión llevada a cabo en nombre de la exigencia tiránica de la transparencia y la univocidad descrita por Zygmunt Bauman en Modernity and Ambivalence,[5] presupone una clarificación de todos los modos y las presuposiciones de la vida sexual, y las consecuencias que de ella desprende Sloterdijk son las siguientes: ha puesto fin al monopolio de la sexualidad reglamentada por el matrimonio permitiendo así la elección de opciones alternativas; ha orientado la atención del público sobre la esfera genital, estimulando el interés por una mirada que penetra en la intimidad más profunda del cuerpo, integrando de esta manera la pornografía en el campo de la cultura popular; ha permitido el desciframiento de las estructuras de las perversiones como técnicas de mantenimiento de las tensiones en el campo de la sexualidad; ha radicalizado la ruptura entre sexualidad y reproducción; ha garantizado, a través de medios anticonceptivos, el carácter de lujo de los actos sexuales, convertidos de esta forma definitivamente independientes de cualquier forma de determinismo.

 

Por todos estos motivos, Sloterdijk cree que el sexo, convertido en un campo que se halla en la intersección entre pasiones, diversión y deporte, debe ser considerado el centro del sistema de los caprichos “emancipados”, el coito al no tener ninguna connotación coercitiva, expresa el deseo de juego, la búsqueda de placer, la necesidad de rendimiento o de desconexión. Apreciando en la sexualidad la principal modalidad de gasto de la energía suplementaria del individuo y la dimensión natural del desperdicio de la evolución (no olvida calcular que un hombre eyacula dos veces por semana durante un tiempo de cuarenta años y pone en movimiento 150 millones de espermatozoides), éste parece compartir la visión de Valery en Mauvaises pensées et autres,[6] sin suscribir sin embargo, la nota irónica de la respectiva observación: “Parfois l’homme fait l’amour, simplement pour faire quelque chose. Le rôle du temps disponible ou de l’énergie restante sans destination est grand. Le désoeuvré qui a de l’argent en poche. Le flâneur qui s’avise de lancer des pierres, de casser des branches”.[7]

 

Notas
[1] Original inédito en rumano: “Sloterdijk și civilizația răsfățului”. Traducción al español y notas por Miguel Ángel Gómez Mendoza (Universidad Tecnológica de Pereira). Se traduce y publica con autorización del autor.
[2] En español:  Esferas I: Burbujas. Microsferología; (trad. Isidoro Reguera, prol. Rüdiger Safranski); Madrid; Siruela; 2003 [publicada en alemán en 1998] Esferas II: Globos. Macrosferología; (trad. Isidoro Reguera, pról. Rüdiger Safranski); Madrid; Siruela; 2004 [publicada en alemán en 1999] Esferas II: Globos. Macrosferología; (trad. Isidoro Reguera, pról. Rüdiger Safranski); Madrid; Siruela; 2004 [publicada en alemán en 1999] (N. del T.).
[3] En español: Si Europa despierta. Reflexiones sobre el programa de una potencia mundial en el fin de la era de su ausencia política; (trad. Germán Cano); Valencia; Ed. Pre-Textos, 2004 [publicada en alemán en 1994] (N. del T.).
[4] “Me muevo, luego existo” (N. del T.).
[5] En español: Modernidad y ambivalencia. En Beriáin, J. (Comp.). Las consecuencias perversas de la modernidad. Barcelona: Anthropos, 1996. (N. del T).
[6] En español: Valéry, Paul (2021). Malos pensamientos & otros. Abada Editores. Traducción de Malika Embarek López. Epílogo de José Luis Gallero. (N. del T.).
[7] “A veces el hombre hace el amor, simplemente por hacer alguna cosa. El rol del tiempo disponible o de la energía restante sin destinación es grande. El ocio que tiene del dinero de bolsillo. El paseante que se le ocurre lanzar piedras y partir ramas”.  Original en francés, traducción libre. (N. del T.).

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