Resumen
En este ensayo, analizaremos la filosofía de Jean-Luc Nancy, la cual nos pone en contacto con el pensamiento finito, partiendo de Descartes. Reavivar la llama de la filosofía, recuperar la fuerza y la dignidad de la filosofía en una época de desfallecimiento. Ego Sum, (yo soy) es repensado por Jean-Luc Nancy desde y a partir de la filosofía de Descartes, desde un pensamiento de la finitud humana. La finitud que nos enfrenta al tiempo presente y a nuestro ser más auténtico en el plano de la temporalidad y de la historicidad del hombre, de su ser en el mundo. Esta relectura de la modernidad que realiza Jean-Luc Nancy, adquiere toda su autenticidad y actualidad a partir del yo finito que inaugura Descartes.
Palabras clave: Nancy, ego, sum, pensamiento, finito, modernidad.
Abstract
In this essay, we will analyze the philosophy of Jean-Luc Nancy, which puts us in contact with finite thought, starting from Descartes, rekindling the flame of philosophy and recovering the strength and dignity of philosophy in an age of weakness. Ego Sum, (I am) is rethought by Jean-Luc Nancy from the starting point of Descartes’ philosophy, from the thought of human finitude. The finitude that confronts us with the present time and with our most authentic being in terms of temporality and the historicity of man, of his being in the world. This rereading of modernity carried out by Jean-Luc Nancy acquires all its authenticity and timeliness from the finite self that Descartes inaugurates.
Keywords: Nancy, ego, sum, thought, finite, modernity.
El punto de arranque de la filosofía contemporánea no puede situarse en una fecha exacta. Tampoco la modernidad, en un sentido filosófico, histórico, social y político, adquiere un único sentido compartido por toda la humanidad. El sentido de la historia moderna es múltiple y plural. Al menos, es la postura que se ha sostenido, desde la filosofía, el arte y la literatura moderna más próxima a nuestra actualidad. En una época que ha puesto de moda el fin de todos los valores o ideales de la razón, trascendentes (del hombre, de la historia, del arte, de la religión, de la filosofía) nada nos hace pensar que también hemos llegado al final, al término absoluto, de la búsqueda del sentido y/o de los sentidos. Este punto, que enfrentó en su día, incluso hasta la fecha, a hermeneutas, fenomenólogos y estructuralistas. La filosofía moderna, en contacto con el pensamiento del presente, a través de algunos autores o pasajes textuales no tan conocidos, algunos olvidados, nos recuerda George Steiner, nos reconectan con la trascendencia (negada u olvidada) de una poesía del pensamiento:
En toda filosofía, admitió Sartre, hay una “prosa literaria oculta”. El pensamiento filosófico puede ser hecho realidad “sólo con metáforas”, enseñaba Althusser. En repetidas ocasiones (pero ¿Hasta qué punto en serio?), Wittgenstein afirmó que debería haber redactado sus Investigaciones en verso. Jean-Luc Nancy cita las dificultades vitales que la filosofía y la poesía se ocasionan recíprocamente: “Juntas son la dificultad misma: la dificultad de tener sentido”, giro que apunta al quid esencial, a la creación de significado y la poética de la razón.[1]
George Steiner reafirma la unidad de filosofía y literatura con el fin de repensar los contactos inesperados, y en la mayoría de los casos, provocados intencionalmente, para resaltar de manera implícita los contactos, que Steiner, denomina “sinápticos”, entre los argumentos filosóficos y la expresión literaria:
En este convincente aspecto, la filosofía se asemeja a la poesía. Es “un poema del intelecto” y representa “el punto en el que la prosa está más cerca de ser poesía”. La proximidad es recíproca, pues, a menudo, es el poeta el que acude a los filósofos. Baudelaire se vuelve a De Maistre, Mallarmé a Hegel, Celan a Heidegger, T.S Eliot a Bradley.[2]
La expresión “poesía del pensamiento” la tomo prestada de George Steiner, de su obra titulada La poesía del pensamiento, la cual termina con unas reflexiones sobre la poesía de Paul Celan, sobre la imposibilidad decretada por Adorno, no solo de la belleza en la modernidad, sino incluso de la posibilidad misma de decir (poéticamente) los horrores ocurridos durante la Segunda guerra mundial. El fin del hombre, la persecución y el exterminio de los judíos, la destrucción incalculable de seres humanos, así como de culturas y de civilizaciones enteras, el olvido y la destrucción de tantas personas irremplazables.
El futuro es incierto, en muchos aspectos, es la gran desconocida. La lección que la modernidad ha extraído de Hegel, que aquello a lo que damos la espalda, la religión, el arte, la filosofía, termina actuando a espaldas de los hombres. La filosofía contemporánea ha terminado aprendiendo a no darle la espalda a las ruinas y a las catástrofes de la historia, un poco a la manera del ángel de la historia que comenta Walter Benjamin, a partir un cuadro de Paul Klee:
Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe de tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso.[3]
No podemos darle la espalda, ni al presente, ni al pasado ni al futuro. La época moderna es la época del reino del hombre, como señala Rémi Brague ¿Cómo delimitar esa época? La Secularización, el final de lo teológico-político, la retirada de Dios, son tantas consignas para referimos al humanismo moderno, a la emergencia de la democracia, del igualitarismo y de la libertad humana como fundamentos de las sociedades modernas.
No estamos en condiciones de establecer las condiciones de posibilidad de un pensar actual sobre el presente. No obstante, la palabra modernidad, desde Baudelaire, hace alusión a la pasión moderna por vivir y sentir en el presente, lo transitorio y lo fugaz, que no puede ser representado ni fijado para siempre, por una tradición inmutable y trascendente. Si repasamos las obras más importantes sobre la historia de la filosofía moderna comprobamos, quizás, de manera impropia, incluso inadecuada o incompleta, que la filosofía se ha ido alejando paulatinamente y de manera definitiva de nuestros problemas más actuales y acuciantes. ¿Qué puede la filosofía contra el dolor del mundo? ¿O el arte y la literatura? Al menos, puede y debe intentar no darle la espalda a la realidad de cada momento, como hicieron o trataron de hacer (en algunos casos de manera fallida, nunca de manera triunfante) los filósofos del mayo 68 (Foucault, Sartre, Derrida, Bourdieu y otros) enfrentándose a los retos más urgentes de su presente.
Pensar en lo que hacemos, es la tarea más actual de la filosofía, como señala Hannah Arendt. Ella misma en homenaje al octogésimo cumpleaños de su maestro y mago de Messkirch, Martin Heidegger, toma sus distancias, con precaución y prudencia desmedida, sin duda. Ella misma se sitúa fuera del campo de la filosofía, no se reconoce como tal, como filósofa, sino como estudiante y estudiosa de la filosofía. Así es como lo expresa Hannah Arendt, su distancia, irónica, con relación al pensador más importante y original de su tiempo: Heidegger, que desde muy joven deslumbró al mundo con su obra temprana Ser y Tiempo. Heidegger, visto y contemplado desde los ojos de una muchacha Tracia, la cual aprende a filosofar, mejor dicho, a pensar, sin poder contener la risa, qué digo, desde el entusiasmo y el interés por la filosofía que nunca la abandonarían en su vida, tanto en el exilio como de regreso a sus orígenes culturales y lingüísticos, de manera ocasional y esporádica, a la Alemania liberada por los aliados:
He dicho que, a través de su fama, se ha seguido a Heidegger para aprender a Pensar. Lo que se aprendía era que el pensamiento, como actividad pura, es decir, no motivada por la sed de saber, o por el anhelo de conocer, puede convertirse en una pasión capaz no tanto de dominar, pero sí de ordenar y de atravesar todas las otras facultades y capacidades. Estamos tan acostumbrados a la antigua contraposición entre razón y pasión, entre espíritu y vida, que la idea de un pensamiento pasional, en el que la vida y el pensamiento constituyen una unidad nos deja en cierto sentido estupefactos.[4]
La magistral obra de Christian Delacampagne Historia de la filosofía del siglo XX, nos sitúa en la filosofía contemporánea, exponiendo con gran maestría, con un gran dominio del conocimiento filosófico, en base a los datos historiográficos más actualizados y contrastados de la historia de la filosofía moderna y contemporánea, y de manera muy exhaustiva, las posturas filosóficas más importantes de nuestro tiempo. No obstante, ya estamos cumpliendo, y desde este punto de vista, el calendario es implacable, las primeras décadas del siglo XXI. Los exponentes más importantes de la filosofía contemporánea figuran, sin haberlo deseado o previsto, en los manuales de la historia pasada, no superada, por cierto.
La filosofía, la cual se enseña cada año en las escuelas, que tiene un principio y un final, enmarcada en un programa oficial, con sus exámenes y pruebas escritas, avaladas por el ministerio de cultura del Estado. Más allá de la filosofía, es un título de un libro con algunos artículos de Hannah Arendt la cual, después de Heidegger, también se resiste a los tratados tradicionales de la filosofía académica. Para ella también el pensar es la tarea que más nos incumbe en nuestro presente. Pensar en lo que hacemos, dice Hannah Arendt, es la única forma de oposición nada desdeñable frente al mal de los totalitarismos. Nos queda la tarea del pensar, tal es la meta que se propone Jean-Luc Nancy, la que se evidencia a través de sus obras escritas, conferencias, y apariciones públicas y privadas. Una tarea infinita, desde un pensamiento finito.
El filósofo que se retira del mundo, de las apariencias, es un tópico que es cada vez más desmentido por las necesidades humanas, más que nunca apremiadas por la búsqueda del sentido, por la angustia del mañana, la desesperación del presente, por la ausencia de la verdadera vida, como afirmaba Rimbaud.
La filosofía de Jean-Luc Nancy, nos pone en contacto con el pensamiento finito. Reavivar la llama de la filosofía, recuperar la fuerza y la dignidad de la filosofía en una época de desfallecimiento, acaso también de errancias inaceptables o éticamente reprobables. El hombre, sostiene Ricoeur, en tanto que es capaz, y solo si es capaz, es falible. Porque es falible es capaz, lo cual, pensándolo bien, no es tampoco ningún consuelo.
No existe ningún filósofo, que se recuerde, de la época moderna o contemporánea que no haya sucumbido a un error político. El más notorio y que afectó a toda una generación de filósofos franceses, incluso alemanes, lo constituye la implicación política de Heidegger con el nazismo. Rejouer le politique, es una obra colectiva, organizada por ambos Jean-Luc Nancy y Lacoue Labarthe, en los años ochenta, en un contexto universitario, como contrapartida quizás a los desvíos de las revoluciones modernas, actuales y pasadas, no sólo como intento de reparación-rehabilitación de sus maestros de Alemania. Como respuesta a las expectativas no cumplidas o insatisfechas de las revoluciones tanto esperadas como imaginadas, o pensadas, concretamente la revolución estudiantil del mayo 68. Inspirándose en una lectura del marxismo que tiene un componente poético y filosófico. La empresa de tal encuentro queda rápidamente sofocada, por motivos de financiamiento, como sucediera a la revista Atenaeum de los primeros románticos. Así lo describe Lyotard, el nuevo grupo creado en ese momento, por jóvenes filósofos, que no pueden dar la espalda a lo político, a su ser en el mundo: “El presente estudio ha servido como soporte para una exposición pronunciada el 27 de abril de 1981 en el Centro de Investigaciones Filosóficas sobre lo Político, instituida por la Escuela Normal Superior de la calle Ulm, a iniciativa de Philippe Lacoue-Labarthe y de Jean-Luc Nancy y suspendido por ellos en noviembre de 1984”.[5]
Vivimos, mejor dicho, seguimos pensando, en la época del desencanto, un desencanto que describió Paul Bénichou partiendo del campo de la literatura francesa de la segunda mitad del siglo XIX. El desencanto de los posrománticos deja paso al nihilismo de la cultura europea. Heidegger, el maestro que nos enseñó a pensar al final de la filosofía, se puso a reflexionar sobre el concepto de nihilismo, que seguimos repensando, desde las categorías desgastadas de nuestra tradición filosófica. Volver sobre nuestra tradición filosófica, dar un paso atrás. Finkielkraut anuncia su tesis con su obra, no exenta de polémica, La Derrota del Pensamiento, en la cual expresa con argumentos no exentos de fundamento histórico, su descontento de la modernidad.
Jean-Luc Nancy, y su compañero de viaje en la aventura filosófica, Lacoue-Labarthe, se entregaron a la enseñanza de la filosofía. Algunos pueden verlo como algo trágico, o incluso irónico, en la época del final de la filosofía, desempeñar, en las aulas a veces desiertas, la tarea del profesor de filosofía. Al final de la filosofía, ¿Qué podemos enseñar los profesores de filosofía? Algunos dirán, nada, o casi nada, pura retórica o el circulo vicioso de lo mismo. Algunos se quejan, no sin razón, que la filosofía no enseña a vivir, que la filosofía especulativa, demasiado “abstracta” en algunos casos, no hace ninguna referencia a lo que podríamos denominar un arte de vivir, que nos ayude a vivir mejor y a orientarnos en la vida práctica.
La respuesta de Sartre, la cual no se hace esperar, a un estudiante que le pide consejo en el plano de la decisión moral durante la gran Guerra, ¿Debe ir como soldado a defender su patria o quedarse en casa cuidando a su madre enferma? Sartre le responde, que solo él, como ser libre, absolutamente condenado a la libertad, puede resolver dicho dilema moral. La filosofía, no da respuestas definitivas, ni siquiera, alivia del peso que resiente cada persona sobre su responsabilidad moral y su compromiso con el mundo.
Los filósofos de nuestra época se expresan, de manera continua y prolífica, en todos los medios disponibles, no solo en los medios impresos (libros, artículos de prensa) sino incluso en los medios audiovisuales (televisión, radio, internet) etc. ¿Una historia de la filosofía, adaptada a la actualidad, es acaso concebible? En cualquier caso, la filosofía, no puede quedar impasible ante el mundo, ni ante los retos de los tiempos presentes. La filosofía, no puede evitar, cuando es preciso, hablar del mundo y echar luz sobre las cuestiones mundanas. Kant, distinguía entre los “artistas de la razón” y los “legisladores de la razón humana”,[6] siendo estos últimos los que intentan arrojar mayor claridad a los asuntos del mundo. Sin embargo, no se logra nunca, desde cualquier punto de vista, resolver los problemas morales y políticos de nuestro tiempo, ni desde un plano profético ni tan siquiera desde un punto de vista místico-religioso. Como señalara en una ocasión el antropólogo Claude Lévi-Strauss en una entrevista que le hicieron, cuando le preguntan por cuestiones morales y políticas, el mismo se reconoce como cualquier otro ciudadano de a pie, con las mismas dudas, desesperaciones y angustias, como cualquier otro ser humano.
El motivo de este artículo responde a la noticia de la reciente desaparición de uno de los pensadores actuales más importantes, en muchos aspectos, el pensador más relevante de nuestro tiempo, que refleja más que ningún otro la potencia inadvertida del poder de pensar, desde nuestra tradición filosófica, sin necesariamente estar supeditado a una corriente de pensamiento hegemónica, sino desde el pensar más irreductible. Por qué no decirlo, en cierto modo, anti moderno, como lo fueron los grandes pensadores modernos que nunca se dejaron arrastrar por las ideas comunes o hegemónicas, sin revisarlas críticamente, a la luz de nuestra propia razón.
A la vez modernos, y críticos de la modernidad. En otras palabras, al mismo tiempo, comprometidos con los problemas más acuciantes del hombre moderno de su tiempo, ser único, singular, en su devenir cotidiano, en su situación concreta en el mundo. Esta es y fue la actitud filosófica de Jean-Luc Nancy, a quien homenajeamos en este artículo, en honor a una vida dedicada enteramente a la labor de la actividad filosófica más viva y actual, comprometida con la veracidad del logos filosófico, y con la defensa del pensamiento, en común, sin desviarse un ápice del criterio de verdad y de veracidad, tomando en consideración al otro.
En conexión con los pensadores de la diferencia, como algunos estructuralistas, Jean-Luc Nancy analiza las diferencias entre los seres más inadvertidas. Algunos llegan a afirmar, desde el estructuralismo, que existir es diferir. Nancy da un paso más, afirmando que cuando pensamos desde un nosotros concreto y real, lo que se pone más de manifiesto y se pone en común, son las diferencias más irreductibles. Lo mismo que nos une, es lo que nos separa, y nos disemina, si seguimos a Derrida, lo deseemos o no, en campos de opinión diferentes e irreductibles. Pensar la diferencia, en opinión de Nancy, es pensar de manera diferente.
De otro modo, también podemos afirmar que cuando Diderot se expuso para ser retratado sin la peluca de su época, desnudando su calvicie, estaba inaugurando otra forma de pensar y de estar en el mundo, como filósofo consciente de su lugar en el mundo, del nuevo mundo que estaba siendo creado por él y sus contemporáneos. La comunicación con el otro, que propone Jean-Luc Nancy, remite a lo común (entre los hombres) que no implica de ningún modo, la idea de intersubjetividad como la entiende Habermas, cuya finalidad racional es el consenso.
Contra la filosofía de la identidad, que presupone un modelo racional de la comunidad de la comunicación ideal, apoyada en la razón tecnológica e instrumental, se pone en función de la realización de los fines de la razón. Este modelo de comunicación racional, que diluye las individualidades y la subjetividad más propia del hombre, la cual se resiste a plegar su voluntad interior a las expectativas de la sociedad industrial capitalista de mercado. Todo ello no concuerda en absoluto con las filosofías de la diferencia, entendida esta diferencia como écart. El aplazamiento del “sentido” en el propio diálogo con el otro, hace posible la verdad como desvelamiento, no como adecuación o correspondencia con el mundo, el cual solo puede comenzarse a comprender o a albergar en uno mismo, la otredad del otro hombre, manteniendo una distancia, podríamos decir, irónica, con la realidad circundante que permite al sujeto, al yo finito, abierto al mundo, no perderse totalmente en los abismos de la vida universal, sin límites de los románticos, para afrontar los problemas del presente. Como advierten los autores de Lo absoluto literario, Teoría de la literatura del Romanticismo alemán:
Lo cual no quiere al fin decir que nos proponemos una pura y simple identificación con el romanticismo y en el romanticismo, ni que nos propongamos ponernos a nosotros mismos en abismo en el romanticismo. No hubiéramos aprendido lo suficiente con los románticos en qué medida han sido ellos los primeros en romantizar el romanticismo, y cuánto han especulado, confiriéndole toda su modernidad, a la figura y al funcionamiento del abismo literario, que le libraba, entre otros, la novela inglesa del siglo XVIII.[7]
La obra de Blanchot, titulada El diálogo inconcluso, en la cual se incluye un capítulo muy lúcido e interesante dedicado al Athenaeum, la revista del primer romanticismo alemán, dirigido por los hermanos Schlegel. Blanchot, lector infatigable, apasionado de la literatura más reactiva y subversiva, es impulsado irremediablemente, al mismo tiempo, por el imperante deseo de concluir su propia obra, así como por la imposibilidad misma de una conclusión. Tarea infinita que implica el sentido, su ausencia ontológica, como su inalterable presencia a través de la literatura. A través de la literatura, abocada a la muerte, se hace presente lo inacabado, aquello que se nos oculta. La verdadera vida está ausente, anuncia el poeta moderno, “il faut être absolument moderne” proclamaba desde un estado de desarreglo de los sentidos, Rimbaud.
Siempre diferida, la operación inoperante de la comunidad poética y filosófica de los modernos, sensibles a la razón geométrica como al espíritu de la delicadeza, enfocándose en las palabras con pretensiones literarias. Los tecnócratas, incluso los científicos, han intentado con todas sus fuerzas convencernos de la inutilidad de las artes y de las letras, de la filosofía y de la religión, remitiéndose a la nada ontológica de toda nuestra existencia dedicada a la lectura de los clásicos. Dar cuenta de este momento de desfallecimiento de la filosofía moderna y contemporánea, es la tarea que emprende, no sin riesgos, el pensamiento finito de Jean-Luc Nancy.
La filosofía de Jean-Luc Nancy, no irrumpe como algunos de sus contemporáneos, con el ánimo encendido y exaltado, de transformar el mundo, abriendo caminos desconocidos, partiendo de anhelos impensados y sueños imposibles, profetizando en la inmediatez del presente nuevos campos de superación y de aniquilación de los ídolos del pasado. Algunos lo intentaron, no sin alcanzar notables logros desde un punto de vista filosófico, como hiciera Lyotard, a través de lo sublime en Kant. Jean-Luc Nancy, repiensa y reconsidera lo sublime, como donación de sentido, que no implica necesariamente la cancelación de la subjetividad, ni su ansiada destrucción, ni en su posible aniquilamiento, tan temida como secretamente deseada. Nada de esto, es preconizado, por Jean-Luc Nancy, desde un pensamiento de la finitud humana.
Jean-Luc Nancy, no se opone totalmente al espíritu kantiano, sino que busca corregir sus desvaríos, algunos muy peligrosos, para el alma en la ciudad, mediante una reconsideración de la filosofía cartesiana como el punto de partida de un pensamiento finito, abierto a lo infinito, a la trascendencia propia a partir de la poesía del pensamiento. El entusiasmo por la vida más inmediata, que, de algún modo, cumple de manera perfecta con los sueños de la razón, remite, a fin de cuentas, a una modernidad descarriada y convaleciente.
La modernidad parece ser superada por el espíritu juvenil, jovial y lúdico de los posmodernos, la cual expresa una nueva vitalidad denominada posmodernidad, la que prometen las vanguardias, y que defiende a toda costa la novedad, por la novedad misma. Es quizás estirar un poco más de lo debido, el pensamiento de Kant, hacia esas tierras ignotas que nunca él mismo advirtió ni soñó nunca, la tierra prometida de la novedad, la modernidad de lo nuevo tan en boga desde las vanguardias del siglo XX.
Podemos hablar de una perdida de entusiasmo. Jean-François Lyotard compañero de filas de las nuevas orientaciones de la filosofía contemporánea, se propone recuperar el camino abierto por Kant a través del sentimiento de lo sublime, el entusiasmo filosófico, que anida latente en la capacidad humana por advertir y experimentar la trascendencia en la inmanencia, en la línea abierta por Kant a partir de las ideas de la razón en el plano de la experiencia estética. Se trata, en la medida en que podamos expresarlo filosóficamente, sin caer en lo místico, lo cual implica irremediablemente la perfecta fusión con el mundo o lo divino. Se trata, en cualquier caso, de un vuelo trascendental de la razón que a falta de un objeto de la intuición sensible que corresponda con la idea racional, es sublime, sin duda, desde un punto de vista estético. Pero como señala un pensador español admirablemente, anuncia los abismos del romanticismo:
El “yo pienso” queda entonces desprovisto del centro que le asignaran Descartes y Leibniz, y en vez de tener como centro una omnitud de realidad que, en razón de ello, tuviese en sí misma la razón de su existencia, ve abrirse en su propio seno el abismo al que se refiere Kant. El capítulo de la KrV titulado “El ideal de la razón pura” es un primer intento de asomarse a esa sima. Al “yo pienso” se le conserva completa la estructura metafísica de lo que más arriba hemos llamado su trascendencia, pero vaciada de cualquier referente o, como dice Kant, vaciada de toda “realidad objetiva”, con lo cual queda convertido en una especie de sostenedor de todo, pero él mismo insostenido. Ante ese “yo pienso” (que al igual que ese Absoluto perplejo de sí que nos describe Kant, lo es todo y sostiene todo, pero que no sabe de dónde viene él, convirtiéndose para sí mismo en un enigma al que da vértigo y aún espanto asomarse), Kant, con la implacable e inmisericorde ingenuidad, honestidad y modestia que le caracterizan, se limita a expresar su perplejidad en un impresionante texto de la Crítica de la razón pura (KrV, B 422 ss.). Yo entiendo esta situación como la primera expresión de perplejidad en el pensamiento moderno ante lo que más tarde Heidegger llamaría la (impenetrable) facticidad de la existencia. Barruntos de ello sólo lo había habido en la conceptuación aristotélica sobre el individuo.[8]
Jean-Luc Nancy, como veremos, no queda totalmente convencido, por las promesas kantianas de los albores de una nueva estética, apegada a la excitación de los sentidos, a la desorientación y la exaltación del ánimo atrapado en el instante efímero e inefable. En otras palabras, el silencio, el arrobo del alma atrapada en lo inconmensurable de la naturaleza sublimada, la abrogación de los sentidos fundidos en uno, como decía el primer poeta moderno Charles Baudelaire.
La estética, desvinculada de la poesía, de sus fuentes originarias de producción y de creación, no nos permite retomar con pie firme el camino de la filosofía. El deseo, separado de la capacidad creadora y productiva, no conduce a la verdadera filosofía, sino a los sueños delirantes que trataba Kant de conjurar a través de su crítica. Este es el objetivo que se propone Jean-Luc Nancy, conjurar la locura de nuestro tiempo, no recurriendo al entusiasmo de Kant en su Crítica del Juicio, como hiciera Lyotard, sino precisamente, retomando el camino abierto por Descartes, mediante la guía de la razón finita del hombre de carne y hueso.
La filosofía de la finitud, que descubre Heidegger, releyendo a Kant desde el ángulo de su ontología fundamental, no conduce a una verdadera comprensión de la finitud humana. Como sostiene Nancy, en el corazón del pensamiento de Descartes, sin sucumbir a los desvaríos de la razón trascendental, podemos encontrar un nuevo camino. La trascendencia del pensamiento es recuperada a través de la poesía del pensamiento. Ego Sum, (yo soy) es repensado por Jean-Luc Nancy desde y a partir de la filosofía de Descartes, desde un pensamiento de la finitud humana, la cual no renuncia a la razón ni a sus límites insuperables.
La finitud que nos enfrenta al tiempo presente y a nuestro ser más auténtico en el plano de la temporalidad y de la historicidad del hombre, de su ser en el mundo. Esta relectura de la modernidad más auténtica a partir del yo finito que inaugura Descartes, ¿de qué nos previene sino de la locura y del entusiasmo kantiano-nietzscheano que nos aleja, quizás, de la verdadera potencia creadora y poética del pensamiento moderno?
George Steiner, en su obra la Poesía del Pensamiento, desarrolla ideas reveladoras sobre el arte y la poesía, en conexión con la filosofía moderna y contemporánea, que conectan con las preocupaciones de una modernidad que aspira a retomar el vuelo de la poesía del pensamiento, ¿quizás? nos preguntamos, ¿para conjurar los peligros de la estética moderna, de una cultura posmoderna o poshistórica aniquiladora y exterminadora, que se consume a sí misma en su desmedido consumismo? El riesgo de las tecno-ciencias y del racionalismo capitalista más salvaje sigue atenazando nuestras vidas.
La filosofía más actualmente comprometida con el presente tampoco puede dar la espalda a este mundo técnico-científico, la cual pone al descubierto el dominio cada vez más imperioso de la técnica sobre el destino de la humanidad, de cada uno de nosotros. Dicho dominio es cada vez más agresivo y destructivo, al servicio del poder, de la voluntad de poder ilimitado, que corresponde al poder de acumulación capitalista, la cual nos confronta con la otra cara de la historia humana en sus postrimerías, una modernidad, tan siniestra como irracional. ¿Para qué tanta riqueza y poder, tan imparable como irracional?
Los procesos o cuestionamientos contra la razón no dejan de sucederse desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días. El romanticismo del siglo XIX se opone a la razón universal de la Ilustración. El existencialismo del siglo XX se opone a los supuestos universales de la razón ilustrada desde una visión posromántica que resalta la contingencia de la historia. Jean-Luc Nancy, no se propone atacar a la razón, sino rehabilitarla desde su propia finitud y espíritu errático. Rémi Brague nos hablará del nomadismo inherente de nuestro tiempo, a partir de las imágenes poéticas de Baudelaire. ¿Cómo evitar los descarríos de nuestro tiempo sin perder la razón, en contacto con el otro? La razón, en su finitud, a partir del pensamiento de Descartes, acoge al otro, dialoga con el otro sin perder el hilo del propio pensamiento. Lévinas nos muestra el camino de un humanismo del otro hombre, para una época que ha perdido los horizontes de una razón humana en un sentido universal y válida para todos. Dar la espalda al otro, es otra manera, de perder la razón. Como señala muy a propósito y acertadamente Juan Carlos Moreno Romo, en su introducción al libro de Jean-Luc Nancy, titulado Ego Sum: “Como en Jean-Luc Nancy, una vez más, nosotros somos nosotros en y gracias a ese espaciamiento o a ese écart que hay entre nosotros”[9]
La filosofía de Nancy, después de Lévinas, y de otros grandes pensadores, se propone reconstruir desde nuevos cimientos y fundamentos, la relación con el otro, que nos tocan y afectan, en su dimensión humana, formando y reconformando lo común a partir del logos, de la palabra filosófica, la cual adquiere una fuerza salvífica, entendida como salud del alma y del mundo, sin caer en el mesianismo marxista de Walter Benjamin. Se trata de la salud del alma individual en el mundo, del hombre singular-plural, socrático-platónico-cristiano. El hombre individual como ser sintiente y pensante, el cual descubre a través del pensamiento y de la poesía del pensamiento de Descartes, una vía provisional, finita, de orientación en el mundo. En comunicación, o, mejor dicho, en contacto afectivo y sensorial (corporal) con los otros.
Finitud, aquí, no significa acabamiento ni superación definitiva de los problemas filosóficos, ni siquiera, cabe decirlo, superación de la metafísica. El pensamiento finito, a partir del cual, se desarrolla la filosofía de Jean-Luc Nancy, es apertura al otro y al mismo tiempo, al mundo (presente y actual), pero también, apertura al infinito, que se nos oculta. El olvido del Ser se manifiesta, en el pensamiento de Nancy, como un olvido de la filosofía. Su incumplimiento en el pasado reactiva sus potencialidades, dejando un espacio abierto a la posibilidad del presente, para un pensamiento finito.
Lo finito que da la espalda a lo infinito, no solo abdica del pensamiento, sino que también decide de manera concluyente sobre el final de la filosofía. Se dice que todo filósofo auténtico, nunca deja de preguntarse qué es la filosofía, lo cual, lleva siempre al deseo de recomenzar en todo momento desde el principio, desde el comienzo, la aventura del pensamiento.
Reconducir la filosofía y las preguntas fundamentales a los comienzos, a los orígenes del conocimiento, al mito. Esta reconexión de la filosofía con sus orígenes, mitológicos y románticos, lleva a ambos, a Jean-Luc Nancy y a Lacoue Labarthe a estudiar las fuentes del romanticismo alemán, en su obra Lo absoluto Literario. Volveremos más adelante sobre esta cuestión. El origen de la filosofía moderna en relación con lo absoluto literario abre nuevas perspectivas sobre la unidad o la relación estrecha, indisoluble, entre la filosofía y la literatura. La literatura encarna lo absoluto filosófico, lo cual puede comprobarse a partir de los fragmentos y artículos de los primeros románticos alemanes.
La obra de Jean-Luc Nancy y de Lacoue Labarthe, no solo refleja la admiración de la filosofía francesa por la cultura alemana, su lengua y sus obras filosóficas. En el plano de la modernidad literaria y filosófica, se desvela también la estrecha comunicación e intercambio cultural entre Alemania y Francia. Para los alemanes, esto mismo habría que matizarlo, los franceses convierten la filosofía en literatura. Para los franceses, los alemanes, lo cual se hace más evidente y manifiesto desde el primer romanticismo alemán, la literatura es filosofía, de tal modo que el poeta romántico, sin lograrlo totalmente de manera perfecta y conclusiva, el arte, en definitiva, cumple con la función ontológica de revelar la verdad filosófica que escapa en última instancia a la propia filosofía.
La tarea filosófica desde el pensamiento finito de Jean-Luc Nancy, al igual que la obra de arte romántica, no desemboca en la plenitud del ser que consiste en la realización completa y perfecta de su esencia. Nada de esto ocurre, lo cual, si así fuera, implicaría el fin de la filosofía y el acabamiento del pensamiento mismo. Pensar, para dejar de pensar, es la ilusión que nos arroja la razón calculadora, que recibe el nombre de razón instrumental.
La trascendencia a la cual apunta el pensamiento finito de Jean-Luc Nancy, no es ninguna revelación del ser originario, ni la admonición de un espíritu del mundo, ¿Es el genio maligno que toma la forma de la astucia de la razón?, al estilo de los hegelianos, sino la constatación lúcida, sin ilusiones, de nuestro estar en el mundo con los otros. Asumiendo, por otro lado, los riesgos del continuo cambio, y transformación de los asuntos humanos, que nos demanda y exige, a cada uno de nosotros, al hombre concreto, de carne y hueso, como seres únicos y singulares, una mayor actividad, participación o compromiso con el mundo que nos ha tocado vivir, el cual no se pliega a nuestros deseos ni a las propuestas estéticas de novedad, según el programa de las vanguardias artísticas del siglo XX que terminaron sucumbiendo a su propio agotamiento, sino que nos impele a pensar cada vez, de nueva cuenta, sobre nuestra tradición, nuestro presente, cada vez que se pueda con los otros, en buena compañía, si esto fuera es posible. Hannah Arendt, supo expresar perfectamente en qué consiste la grandeza del hombre, en su calidad de animal político cuyos orígenes se remontan a la Polis griega, o de la mujer despolitizada y desplazada de la vida pública por los regímenes totalitarios: “La grandeza del ser humano, que es en torno a lo que gira todo, consiste en la capacidad de hacer cosas y de decir palabras que sean merecedoras de la inmortalidad-esto es, del recuerdo eterno-pese a que los seres humanos sean mortales”.[10]
Nancy no nos promete ninguna tierra de seguridad eterna en este mundo, ni de armonía, sino un pequeño rincón digno donde pueda morar un cristiano que atraviesa el mundo, con la calma del peregrino, y la paciencia de los caminantes que se asoman a la verdad humana, con la misma perplejidad que los primeros hombres.
Bibliografía
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Notas
[1] George Steiner, La poesía del pensamiento, del helenismo a Celan, Op. cit., p. 14.
[2] George Steiner, La poesía del pensamiento, Op. cit., p. 26.
[3] Walter Benjamin, Conceptos de Filosofía de la Historia, Op. cit., pp. 69-70.
[4] Günther Anders, Hannah Arendt, Hans Jonas, Karl Löwith, Leo Strauss, Sobre Heidegger, Cinco Voces Judías, Op. cit., pp. 117-118.
[5] Jean-François Lyotard, L’Enthousiasme, La Critique kantienne de l’histoire, Op. cit., p. 9.
[6] Jean-François Lyotard, L’Enthousiasme, Op. cit., p. 19.
[7] Philippe Lacoue-Labarthe, Nancy, Jean-Luc, L’Absolu littéraire, Théorie de la littérature du romantisme allemand, Op. cit., p. 10.
[8] Manuel Jiménez Redondo, “Introducción” en Habermas, Jürgen, Textos y contextos, Op.cit., pp. 18-19.
[9] Juan Carlos Moreno Romo, “Introducción, en Nancy, Jean-Luc, Ego sum, Op. cit., P. XIII.
[10] Hannah Arendt, Más allá de la filosofía, Escritos sobre cultura, arte y literatura, Op. cit., p. 50.
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