Georges Bataille en la historia de los afectos

Para Jacques

 

Resumen

Este ensayo plantea un acercamiento a la obra de Georges Bataille desde el psicoanálisis, defendiendo la tesis de que Bataille es un heredero de Freud. En el momento en que Freud vacila en sus textos metapsicológicos, Bataille incide para orillar a sus reflexiones a una congruencia que no sólo arrojan luz sobre el psicoanálisis, sino que nos permiten recuperar una visión rica y compleja de la sensibilidad humana.

Palabras clave: pathos, erotismo, economía, pulsión, placer, psicoanálisis.

 

Abstract

This essay proposes an approach to the work of Georges Bataille from psychoanalysis, defending the idea that Bataille is an heir to Freud. At the moment when Freud hesitates in his metapsychological texts, Bataille influences to lead his reflections to a congruence that not only sheds light on psychoanalysis, but also allows us to recover a rich and complex vision of human sensibility

Keywords: pathos, erotism, economy, drive, pleasure, psychoanalysis.

 

El término «afecto» posee una historia semántica tan rica que casi podríamos afirmar que su interior alberga la fuerza inagotable de la sensibilidad humana. «Afecto» se deriva del latín affectus, que junto con passio, morbus, perturbatio o emotio fue una de las formas en que los filósofos grecorromanos tradujeron a la lengua latina el concepto griego de pathos. La elección de un término u otro no era casual e implicaba comprometerse con una nueva configuración del alma humana. Por ejemplo, en una misma obra, las Disputaciones Tusculanas, Cicerón hace del pathos algunas veces morbus, otras perturbatio y algunas más emotio o passio, conduciendo, en cada caso, a una visión particular de la existencia. Sería imposible proponer una historia de los afectos que no parta del punto desde el cual emana todo el vocabulario de nuestra sensibilidad: el pathos griego. La enorme dificultad para verter el término pathos en otras lenguas ha llevado a algunos filósofos como Barbara Cassin a considerar esta palabra como un concepto intraducible[1], y eso significa que estamos ante una palabra con tantos matices y significados que, al usarla, siempre estamos obligados a redefinirla.

 

Pathos para los griegos significaba «sufrimiento» (Leidenschaft en el vocabulario de Freud), pero un sufrimiento teñido de pasión que por momentos insuflaba en los sujetos un vigor especial que los impulsaba a actuar ciegamente, pero también podía ser una emoción tan intensa, tan subyugante, que aquel que la experimentaba, en lugar de sentir una intensa energía, la vivía con dolorosa pasividad e impotencia. Estar apasionado era para algunos griegos un sentimiento que les insuflaba vida (como en la metáfora platónica de los caballos, símbolo del alma deseante y vigorosa), mientras que para otros era similar a ser esclavo de sus pasiones, a someterse a ellas sin poder evitarlo (algo que condenaban férreamente las escuelas helenísticas). El pathos se debatía entra la actividad extrema y la pasividad más insoportable pues era, por encima de todo, una expresión de la desmesura humana (hybris). Esta ambigüedad entre pasión y sufrimiento, entre padecer y gozar, entre ser impulsados por una pasión y, al mismo tiempo, sentirnos doblegados por la intensidad de nuestras emociones hasta el borde del sufrimiento, ha sido retomada de manera brillante en los escritos filosóficos de Georges Bataille. Aunque su nombre está íntimamente asociado al concepto de «erotismo» —desde sus indagaciones filosóficas (L’erotisme, L’experience interieure) hasta sus textos literarios (L’histoire d’oeil, Madame Edwarda, L’abad C), pasando por sus inclasificables textos consagrados al estudio de la filosofía, la religión y el arte (Somma atheologique, Les larmes d’Éros)—, en realidad su obra puede ser leída como una profunda y rigurosa reflexión contemporánea sobre el pathos humano. Nadie como Bataille habría sido capaz de comprender que el sufrimiento es algo más que una experiencia dolorosa: también puede vivirse como una suerte de transfiguración, sin la cual, ¡oh paradoja!, la vida humana carecería de sentido.

 

Los textos de Georges Bataille siguen siendo aun inclasificables: ¿se trata del trabajo de un místico? ¿Un santo? ¿Un filósofo? ¿Un escritor? ¿Un novelista? Como el pathos, Bataille es intraducible a una sola disciplina y eso ha jugado en su contra pues sus ideas no siempre han recibido la atención que merecen. El psicoanalista francés Jacques Nassif ha defendido la tesis de que Bataille debe ser considerado una pieza indispensable del pensamiento psicoanalítico, no sólo porque el psicoanálisis tiene una gran influencia en sus ideas o porque es el punto de encuentro entre Freud y Lacan[2], sino porque además una lectura crítica de su obra abriría nuevos caminos dentro del psicoanálisis que permitirían renovar la teoría y práctica psicoanalítica desde sus cimientos. Es una perspectiva novedosa que, de entrada, podría desconcertar a algunos, especialmente a aquellos que circunscriben el desarrollo del psicoanálisis a la figura de dos grandes maestros, Freud y Lacan, reduciendo a los psicoanalistas al papel de meros exégetas de una escritura pretendidamente sagrada; sin embargo, esa incomodidad no constituye un obstáculo para investigar lo que el autor de L’erotisme tiene para aportar en el análisis de la sensibilidad humana, pues el punto de encuentro más prometedor entre Bataille y el psicoanálisis es sin duda alrededor de eso que los griegos llamaban pathos. Pues, ¿en qué otro discurso, además del psicoanalítico, se ha pensado a profundidad lo que compete a la dimensión del pathos humano, del sufrimiento y la pasión, de los afectos y las emociones? ¿Acaso no debería plantearse toda reflexión sobre el pathos desde el psicoanálisis? Y si Bataille recupera con rigor la dimensión del pathos en sus reflexiones sobre el erotismo, la sexualidad y la muerte, si hace de la pasión ora un sufrimiento gozoso, ora una dolorosa exaltación ¿no tendría que ser por ello un autor relevante y fundamental para la tradición psicoanalítica?

 

Mucho se podría decir de la relación que mantuvo Bataille con el psicoanálisis, desde su marcado interés por el surrealismo y la dimensión onírica de la vida psíquica, o su —hasta ahora poco reconocida— intensa relación intelectual con Lacan, hasta el hecho de que la publicación de L’histoire d’oeil marcó, de hecho, el fin de su propio análisis. Sin embargo, para no reducir el aporte teórico de Bataille a una mera anécdota salpicada de alusiones a personajes y obras importantes para el psicoanálisis, quisiera proponer un camino que retome específicamente las ideas de Freud con la finalidad de ver de qué manera sus tesis son continuadas en las reflexiones de Bataille. Tal vez la mejor forma de realmente apreciar la importancia psicoanalítica de las ideas de Bataille sea leerlo no como un autor influido por el psicoanálisis, sino directamente como un heredero de Freud, pues, como afirma Nassif, «en sus escritos como en su pensamiento, incluso aunque no sea abiertamente, se presenta como el continuador más evidente de Freud y mucho antes que Lacan»[3]. Introducir a Bataille en la tradición psicoanalítica no significa limitar su voraz curiosidad intelectual y hacer de él un mero proveedor de conceptos e ideas para el psicoanálisis, sino reconocer que, al orbitar alrededor de todo lo que implica la experiencia del pathos en su dimensión moral, religiosa, antropológica, erótica, psíquica y sexual, sus reflexiones encuentran en el psicoanálisis el terreno perfecto para entablar un fructífero debate.

 

En ese sentido, y al tratarse de un autor que hizo del exceso y el erotismo el meollo de sus más agudos y desconcertantes escritos, lo mejor será partir del texto en el que Freud discute la naturaleza del placer y su enigmática relación con la muerte.

 

La búsqueda más allá del principio del placer

 

En 1919 Freud publicó Más allá del principio del placer, una obra de metapsicología que se proponía pensar la parte más obscura de la vida anímica. El inicio de este largo ensayo —en apariencia sencillo y directo—, es en realidad rupturista y refundador: “en la teoría psicoanalítica adoptamos sin reservas el supuesto de que el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio del placer”[4], es decir, que en cualquier momento de nuestra vida invariablemente buscamos lo que nos parece placentero y rechazamos lo displacentero. Esta idea que parece inocua tiene una larga historia. Eso que Freud llama el “principio de placer” estaba respaldado por una antiquísima tradición filosófica que hunde sus raíces hasta Aristóteles y atraviesa, casi sin reservas u oposición, todo el pensamiento occidental: desde el eudemonismo aristotélico y el hedonismo helenista hasta las pasiones spinozistas o el utilitarismo de Bentham y Stuart Mill, la idea de que buscamos incansablemente lo que nos resulta placentero y rechazamos lo que nos desagrada, fue una verdad incontrovertible sobre la que se erigió toda una visión moral de la naturaleza humana y sus afectos. Pero en este ensayo, esa verdad inconmovible va a ser puesta en cuestión.

 

Freud advierte que para definir el placer adoptará un punto de vista económico, según el cual, el placer habrá de ser entendido como la disminución de tensión en el organismo y el displacer como el aumento de esta.[5] Con esto nos ha dicho que el principio de placer no sólo indica en qué consiste lo placentero: hace lo propio con lo displacentero; en otras palabras, cuando habla del «principio del placer» debemos entender que eso en realidad significa el «Principio del placer—displacer». El término «principio» en este ensayo puede entenderse al menos en dos sentidos: como arché, es decir, algo que origina, que da inicio a otras cosas y como nomos, ley que organiza todo lo existente. Un principio no sólo es donde surgen las cosas, sino el orden que estructurará toda esa realidad.[6] De este modo el principio del placer es soberano en la vida psíquica porque cualquier actividad humana tendrá como objetivo último conseguir el placer y evitar el displacer. El problema es que la experiencia analítica con frecuencia se enfrenta a casos en los que las personas repiten compulsivamente actitudes y comportamientos que, en lugar de llevarlos a experiencias placenteras, las conducen irremediablemente a situaciones desagradables o displacenteras. En la clínica esta situación se vuelve paradigmática: ¿Acaso no son las resistencias a la cura de los propios sujetos el mayor obstáculo hacia su «felicidad»? ¿No decía Freud que los analizantes aman más a sus síntomas que a sí mismos? ¿No significó una gran revolución al interior del discurso psicoanalítico sustituir el objetivo originario de todo análisis (a saber, hacer consciente lo inconsciente) por un análisis cuidadoso de las resistencias del sujeto? Y si nos resistimos porque nos aferramos a nuestro propio sufrimiento (pathos) ¿Cómo compaginar este hecho con la idea de que nos rige la búsqueda del sosiego a través del placer?

 

No puedo detenerme aquí en los ejemplos que esgrime Freud en su ensayo —el juego infantil del Fort—Da, los sueños punitivos y las neurosis de guerra—[7] valiosos en sí mismos para un proceso hermenéutico de interpretación filosófica, pero baste decir que si bien recurre a casos extremos en los que el principio de placer parece impugnado, la gran lección que se extrae de su argumento es que las excepciones al dominio del principio de placer son tantas que hacen tambalear esa idea que «automáticamente» hemos dado por cierta (que nos acercamos al placer porque nos sosiega y nos alejamos del displacer porque nos tensiona). ¿Puede seguir siendo considerado un «principio» algo que una y otra vez es refutado por la realidad? La sospecha de que el principio del placer en realidad no es soberano es uno de los grandes descubrimientos de este ensayo.

 

Aunque este texto de metapsicología tiene al mismo tiempo hondas repercusiones metafísicas en nuestra manera de entender la vida psíquica y pulsional, probablemente lo que más salta a la vista en la lectura es el enorme esfuerzo que hace Freud a lo largo de cada capítulo para tratar de refutar los contraejemplos que contrarían el funcionamiento del principio del placer, hasta el punto de resultar sospechoso que se aferre tanto a un principio que, ante el embate de sus propios razonamientos, va haciendo aguas por todas partes. Es verdad que la búsqueda del placer es un impulso rector de la vida humana, pero algo en su argumento no encaja del todo y, al menos en este texto, es incapaz de descubrir dónde está el problema. Su preocupación por indagar si hay realmente algo más allá del principio del placer parece por momentos un denodado esfuerzo por convencernos de que, en efecto, no hay nada más allá, como si fuera fundamental para el psicoanálisis que el principio del placer siga siendo el soberano de la existencia. Pero después de demostrar que podemos aferrarnos a nuestro sufrimiento (pathos) aunque eso signifique entorpecer su posible cura, ¿quién se atrevería a afirmar que el placer es únicamente para nosotros una forma de sosiego?

 

Freud se resiste a asumir plenamente los resultados de sus hallazgos y en este punto en el que se debate si el placer gobierna soberanamente o no nuestra existencia, si hay o no un más allá del principio del placer, es donde entra en escena la reflexión de Georges Bataille.

 

El placer como exceso

 

En un pequeño ensayo de 1933 titulado «La noción de gasto», Bataille resume las originales indagaciones sobre economía política que había estado elaborando en los últimos diez años. Este texto introduce las ideas que desarrollará más tarde en La parte maldita, su obra más ambiciosa sobre economía política, y en la que expone una visión personalísima sobre la economía, la religión, el arte y el erotismo. Si estas obras son relevantes para nosotros es porque ambas se mueven en el terreno de la economía psíquica y, por ello, discuten en términos de la economía libidinal la naturaleza específica del placer. Por esta razón su obra consagrada al estudio del gasto, el exceso y la economía simbólica de la existencia debe leerse como una contribución a los problemas expuestos —e irresueltos— planteados en Más allá del principio del placer.

 

El primer apartado titulado «La insuficiencia del principio clásico de utilidad» es un mordaz contrapunto del ensayo freudiano. Bataille abre el texto criticando la forma en que el utilitarismo entiende el placer como algo que debe ser útil por sí mismo, y servir únicamente para “la adquisición —prácticamente la reproducción— y la conservación de bienes de una parte, y la reproducción y conservación de vidas humanas por otra”.[8] La tesis utilitarista que convierte al placer en un elemento sometido a la búsqueda de la utilidad material le resultaba estrecha y abominable porque convertía a todos aquellos placeres que no fueran materialmente útiles o económicamente redituables en algo patológico. La mezquindad en reducir el placer al mero provecho material se vuelve filosóficamente peligrosa cuando la establecemos como un principio que rige la vida anímica. En este sentido es asombroso cómo el principio clásico de utilidad propuesto por Jeremy Bentham es concomitante con el principio del placer freudiano, pues en ambos casos tenemos una concepción del placer limitada, por un lado, al sosiego y la estabilidad (Freud) y por otro lado a la búsqueda material de la riqueza y el bienestar personal.[9] El problema que Freud no supo identificar fue que se había comprometido con una concepción limitada del placer que Bataille llamará «economía restringida», en contraste con la «economía general» que gobierna la vida pulsional y en la que el placer es algo más que sosiego, bienestar y beneficio material: es también displacer, dolor, éxtasis, paroxismo, locura, exaltación.

 

De esta manera, el utilitarismo no se presenta como una forma de buscar la mayor felicidad para el mayor número de personas, sino una forma limitada de entender la naturaleza humana. La crítica que hace Bataille al principio del utilitarismo inglés es extensiva al principio del placer freudiano, pues si bien en su ensayo Freud nunca convirtió al «placer en el displacer» en algo patológico, fue incapaz —pese a sus propios hallazgos— de reconocer llevar hasta sus últimas consecuencias su investigación sobre la parte más oscura de la psique humana, a la que dio el nombre de economía pulsional. Bataille pone el dedo en la llaga y muestra que, al menos en su concepción del placer, Freud es infiel al espíritu que anima al discurso psicoanalítico. Tendremos que esperar a la publicación de El problema económico del masoquismo[10] para que Freud reconozca —y con muchas reservas— la existencia de placeres que no se ajustan al principio del placer, placeres que pueden ser incómodos y displacenteros, y no deja de ser llamativo que los placeres extáticos y dolorosos aparezcan en el discurso psicoanalítico cuando elabora el entramado psíquico que explica el masoquismo y el sadismo, siendo precisamente Sade y —en menor medida— Sacher-Masoch referencias importantes para pensar eso que Bataille llamaba «la literatura y el mal».

 

Al criticar el principio clásico de utilidad —y su correlato psicoanalítico en el principio del placer—, Bataille defiende que una visión más amplia, menos estrecha y mojigata del placer, debe incluir forzosamente esos placeres rayan en el displacer, esos placeres que no nos traen paz, sosiego y satisfacción —el termino freudiano es Befriedigung, apaciguamiento—, sino tensión y displacer, que no son el nirvana de la pulsión, sino la hoguera del deseo, y que además estas experiencias no representan una anomalía o desviación del principio rector de la vida psíquica, sino la expresión más profunda y primitiva de la psique. Reconocer esa dimensión de la vida pulsional nos permitiría abandonar los estrechos límites de una «economía restringida» del placer para pasar al estudio de una «economía general» de las pulsiones.

 

Si existen placeres que no relajan el organismo, sino que lo exaltan y excitan, entonces hay que aceptar que en el aparato psíquico también tienen lugar elementos que no se someten a la jurisdicción de la economía psíquica del placer, es decir, elementos que no se metabolizan siguiendo la pauta de placer-relajación, displacer-tensión y que, por eso mismo, parecen ser «aneconómicos». Esos placeres que no son sosiego, que no rechazamos, aunque lleguen a ser desagradables, que son más bien excesivos y desbordantes, se ajustan más a la visión que tenemos de las pasiones humanas que la propuesta de Freud y Bentham. Bataille nos enseña que, irónicamente, lo que está más allá del principio del placer no es otra cosa que el placer. La clave interpretativa está en el modo en que Freud acepta que adentrarse en la indagación metapsicológica de la vida pulsional es introducirse en “el ámbito más oscuro e inaccesible de la vida anímica”[11] y aunque en apariencia —como creían Aristóteles y la tradición filosófica— las personas se alejan del displacer y buscan el placer entendido como sosiego, en realidad la lógica pulsional no se somete a esta economía, pues también somos capaces de encontrar placer en el desasosiego, podemos gozar con la tensión, disfrutar el sufrimiento. Esta visión de la naturaleza humana gobernada por pulsiones que no se rigen por la racionalidad es un aporte indiscutiblemente freudiano y, en ese sentido, toda la obra de Bataille no hace sino ahondar en esa visión particular hasta el punto de, por momentos, ser más congruente con el descubrimiento freudiano que Freud mismo.

 

La rigurosa indagación de placeres extáticos que se mueven más allá del principio del placer, que no se limitan a la búsqueda de la utilidad material o que no se ajustan a la racionalidad, condujo a Bataille a la dimensión del erotismo. En el erotismo tal y como lo entiende tenemos contacto con esos placeres extáticos, «patológicos», que no cabían en los estrechos límites del principio del placer. Su visión del erotismo es tan amplia que le permite explicar desde las pinturas rupestres de las cuevas de Lascaux hasta los sacrificios de los aztecas, de la sexualidad desconcertante de una prostituta en Madame Edwarda o la fuerza catártica y festiva de los carnavales a la transverberación mística de Santa Teresa, como un movimiento perpetuo de desbordamiento de los límites del placer. El erotismo desnuda una dimensión de la vida psíquica que debe ser considerada por derecho propio como una aguda investigación de la vida pulsional. En el fondo lo que Bataille trata de decirnos es que la vida humana es una exuberancia de energía en la que placer y displacer, dolor y alegría, lágrimas y erotismo, se confunden continuamente, y que si bien ha sido la obra de Freud la que nos abrió los ojos a la comprensión de estos fenómenos, su estrecha concepción del placer casi nos los cierra. A la metapsicología freudiana le falta la reflexión batailleana del erotismo para alcanzar una comprensión más general de la vida pulsional.

 

Quizá la mayor prueba de que Bataille es un freudiano que obliga a las tesis de Freud a ir más allá de sí mismas para estar a la altura de sus propios descubrimientos, es ver la limitación que tiene en la obra de Freud el concepto de «eros»,[12] en contraste con el erotismo batailleano. Freud creía que la vida humana estaba gobernada por dos fuerzas soberanas y opuestas, las pulsiones de vida —a las que llama eróticas y sexuales— y las pulsiones de muerte —destructivas—. La pugna entre unas y otras pone en movimiento al aparato psíquico. Contraponer erotismo y muerte como si fueran dos realidades antagónicas es un gesto profundamente antifreudiano, pues fue el mismo Freud quien nos demostró que las pulsiones nunca están aisladas y que siempre aparecen mezcladas; que la vida es un rodeo para llegar a la muerte y que es en el hecho de que la pulsión falla en alcanzar su objetivo y se relanza una y otra vez que se despliega el juego de la pulsión. Si el erotismo es esa fuerza que apunta hacia la muerte, pero nunca la alcanza, entonces vida y erotismo no se oponen a la muerte sino, como escribió Bataille, en realidad “el erotismo es la afirmación de la vida incluso en la muerte”.[13] Muy lejos queda la visión utilitaria del placer pues nuestra vida pulsional no se somete a los dictados de la razón instrumental o de la búsqueda del bienestar material: al leer el eros freudiano desde la perspectiva del erotismo batailleano, devolvemos a su metapsicología la profundidad que le es propia.

 

Todo esto le permitió a Bataille entender nuestra parte oscura e indómita desde la perspectiva de la economía psíquica —y no de la moralidad—: la violencia, la muerte, el sacrificio, la crueldad, el goce ante el sufrimiento dejaron de ser aberraciones de la naturaleza humana, y personajes como Sade o Sacher-Masoch pasaron a ser grandes espeleólogos de la naturaleza humana y no monstruos morales. ¿Acaso no era esa comprensión libre de prejuicios de toda índole lo que Freud esperaba dentro de la teoría psicoanalítica? ¿no es el psicoanálisis el espacio en el que, al menos tendencialmente, todo puede ser dicho? Gracias al psicoanálisis descubrimos que la desmesura humana, los sentimientos contradictorios y la voracidad del deseo que los griegos representaban a través de sus dioses ya no era una prerrogativa de individuos excepcionales, sino la expresión más honesta del alma humana. Bataille, santo dionisiaco de la primera mitad del siglo XX, muestra que una vida que no se desborda y se conforma con mantenerse en los límites del principio del placer y de realidad, así como en los marcos económicos y productivos que atemperan el placer y lo vuelven inofensivo; una vida que sólo se guía por la satisfacción material y el conformismo hedonista, el sosiego espiritual y el equilibrio moral, puede convertirse en una existencia asfixiante.

 

El psicoanálisis ha sido el espacio privilegiado para que nuestros deseos más profundos, las motivaciones inconscientes que rigen nuestra vida, puedan ser reconocidos y aceptados. Como señaló Élisabeth Roudinesco, desconocer nuestro lado oscuro implica amputar de nuestra vida psíquica una parte fundamental de nuestra existencia, y plegarnos a criterios dictados por el mercado o la moralidad cuando hablamos del placer, es un gesto contrario al espíritu que animaba al proyecto freudiano.[14] Si Bataille tiene alguna relevancia en la historia psicoanalítica de los afectos es porque nos recuerda que, como pensaban los antiguos griegos, la fuerza incontenible del pathos es insuperable.

 

Bibliografía

  1. Bataille, Georges, L’erotisme, Les éditions de Minuit, París, 2011
  2. ______________, La notion de dépense, Éditions Lignes, París, 2011
  3. Bentham, Jeremy, Principles of Moral and Legislation, Hafner Press, Nueva York, 1948
  4. Cassin, Barbara, Vocabulaire européen des philosophies. Dictionnaire des intraduisibles, Éditions du Seuil, París, 2004
  5. Derrida, Jacques, ‘Especular sobre Freud’ en La tarjeta postal: de Sócrates a Freud y más allá, Siglo XXI, México, 2013
  6. Freud, Sigmund, ‘El problema económico del masoquismo’ en Obras Completas. Tomo XIX, Buenos Aires,
  7. _____________, ‘Más allá del principio de placer’ en Obras Completas. Tomo XVIII, Buenos Aires, 2008
  8. _____________, ‘Psicología de las masas y análisis del yo’ en Obras Completas. Tomo XVIII, 2008
  9. Nassif, Jacques, ‘Entre Freud y Lacan hay Bataille’ en Néstor Braunstein, Betty Fuks, Carina Basualdo (coordinadores), Freud: a cien años de Tótem y tabú, Siglo XXI, México, 2013
  10. _____________, Pour Bataille, Éditions des crépuscules, París, 2019
  11. Roudinesco, Élisabeth, Nuestro lado oscuro, Anagrama, Barcelona, 2020

 

Notas

[1] v. Barbara Cassin (comp.), Vocabulaire européen des philosophies. Dictionnaire des intraduisibles, ed., cit.
[2] “Me parece inevitable trascender el juego de palabras y realizar finalmente el retorno a aquel a quien Lacan es más directamente tributario, después de Freud, pero a quien nunca creyó necesario pagar la deuda” (Jacques Nassif, ‘Entre Freud y Lacan hay Bataille’ en Néstor Braunstein, Betty Fucks, Carina Basualdo (coordinadores), Freud: a 100 años de Tótem y tabú, ed., cit., p. 142.
[3] Jacques Nassif, Pour Bataille, ed., cit., p. 59.
[4] S. Freud, ‘Más allá del Principio de placer’ en Obras Completas. Tomo XVIII, ed., cit., p. 7 (las cursivas son mías)
[5] «Nos hemos resuelto a referir placer y displacer a la cantidad de excitación presente en la vida anímica —y no ligada de ningún modo—, así: el displacer corresponde a un aumento de esa cantidad, y el placer a una reducción de ella», en S. Freud, ‘Más allá del principio del placer’ en Obras Completas. Tomo XVIII, ed., cit., pp. 7—8)
[6] Para un tratamiento más cuidadoso del tema vid. Sergio Rodia, L’apathie hyperactive. L’économie psychique du néolibéralisme, ed., cit.
[7] Jacques Derrida hizo una lectura atenta —yo diría psicoanalítica— de los casos en que, según Freud, se ve comprometida la soberanía del principio del placer, señalando que, por ejemplo, en el caso del juego denominado Fort—Da se juega una dimensión que compromete a Freud en su papel de padre del psicoanálisis. Vid. Jacques Derrida, ‘Especular sobre Freud’ en La tarjeta postal: de Sócrates a Freud y más allá, ed., cit., pp. 243—386
[8] G. Bataille, La notion de dépense, ed., cit., p. 26
[9] El capítulo IV dedicado a «Cómo medir el valor del placer o del dolor» es particularmente problemático para la reflexión batailleana. Vid. Jeremy Bentham, The Principles of Moral and Legislation, ed., cit., pp. 29—32
[10] En este texto, a pesar de que Freud sostiene que «el masoquismo es incomprensible si el principio del placer gobierna los procesos anímicos de modo tal que su meta inmediata sea la evitación de displacer y la ganancia del placer» y que en el caso del masoquismo —que considerará originario en la vida psíquica—«el principio del placer queda paralizado […], por así decir, narcotizado», de cualquier manera no renunciará a la idea de que «no puede rehusarse al principio de placer el título de guardían de la vida» (S. Freud, ‘El problema económico del masoquismo’ en Obras Completas. Tomo XIX, ed., cit., p. 167).
[11] S. Freud, ‘Más allá del principio del placer’, en op., cit., p. 7
[12] Además del uso que hace del eros platónico en el mito del andrógino como una fuerza que lo une todo al afirmar que «la libido de nuestras pulsiones sexuales coincidiría con el Eros de poetas y filósofos, el Eros que cohesiona todo lo viviente» (S. Freud, ‘Más allá del principio de placer’, op. Cit., p. 49), también recurre al «eros», y casi en los mismo términos, en Psicología de las masas y análisis del yo, pero esta vez para explicar cómo se mantiene unida una colectividad humana, enlazando de nuevo erotismo y sexualidad, y oponiéndolos a la pulsión de muerte: «por su origen, operación y vínculo con la vida sexual, el «Eros» del filósofo Platón se corresponde totalmente con la fuerza amorosa» (S. Freud, ‘Psicología de las masas y análisis del yo’ en Obras Completas. Tomo XIX, op. Cit., p. 87)
[13] Georges Bataille, L’erotisme, ed. cit., p. 21
[14] vid. Élisabeth Roudinesco, Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos, ed., cit.