Tres actos de un drama primigenio. Carl Schmitt y la simbolización espacial del orden político

Tarjeta postal de Plettenberg, ca. 1895; Tomada de: https://www.come-on.de/lennetal/plettenberg/postkarten-ende-jahrhunderts-plettenberg-gesamte-reich-9721704.html.

Resumen: El siguiente ensayo aspira a conceptualizar la construcción simbólica del orden político, usando como hilo conductor la teoría política de Carl Schmitt. En sus escritos sobre el espacio, el teórico político alemán distingue, a partir del concepto “nomos”, tres estadios o fases de inscripción simbólica del orden político en un territorio determinado. Entendido como “orden concreto”, Schmitt deriva de la palabra “nomos” el verbo griego “nemein” (tomar), que es, a su vez, la raíz del alemán “nehmen”. A partir de esta empresa filológica, Schmitt sostiene que cualquier orden político o jurídico sólo puede surgir de un “orden concreto”, establecido por una toma de tierra, el trazo de fronteras y la construcción de bardas, edificios o monumentos para consolidar la ocupación de una parcela terrestre por un grupo humano. De esta forma, el orden político queda simbolizado en el espacio.

Palabras clave: Carl Schmitt, Filosofía política, nomos, espacio, Estado, orden político.

 

Abstract: These essay aims to conceptualize the symbolic construction of political order, departing from Carl Schmitt’s writings. In his discussion on space, the German political theorist distinguishes, based on the concept of “nomos”, three stages or phases of symbolic inscription of the political order in a given territory. Understood as “concrete order,” Schmitt derives from the word “nomos” the Greek verb “nemein” (to take), which seems, in turn, to be the root of the German “nehmen.” On this philological basis, Schmitt argues thereafter that any political or juridical order can only arise from a “concrete order”, established by a land—appropriation, the resulting division of borders and the construction of fences, buildings or monuments as consolidation of the occupation of an specific place from a human group. In this way, political order is symbolized in space.

Keywords: Carl Schmitt, Political Philosophy, Nomos, space, State, political order.

 

 

En una mañana nublada del Sauerland, cuando el sol se abre paso y la niebla se levanta, no solo encuentra solaz nuestra mirada en el hermoso y risueño paisaje. Este suceso, conmovedor y elemental, nos cautiva y nos sumerge en la creación del mundo. Contemplamos no el primero, sino el segundo día de la creación. La tierra firme emerge del mar. La cima de cada montaña surge lentamente, con una belleza solemne, cual Venus Anadiomena saliendo del agua. Acontece la separación del inconmovible cielo y lo seco de la tierra, como se describe en el primer capítulo de la Biblia el segundo día de la creación: “Llamó Dios a lo seco ‘tierra’, y a la masa de las aguas llamó ‘mar’. Y vio Dios que era bueno.

Carl Schmitt

 

El poder, intuye el teórico político alemán Carl Schmitt, es una relación entre individuos: “Los fuertes y poderosos son, respecto a los indefensos e impotentes, simplemente seres humanos”.[1] En consecuencia, solamente en el momento en que un individuo, por ejemplo, actúa “en nombre del Estado”, es posible avizorar la lógica estatal. Las personas apelan a leyes, símbolos o mitos para ejercer el poder, pero esto no significa que encarnen “el Estado”, ni que se trate de “estructuras” o “entes” separados del resto de la sociedad; es posible que sólo en ese momento funjan como autoridad estatal y que, después, se involucren en actividades ilegales, que participen en una marcha a favor de la “desobediencia civil” o que acudan a la parroquia a escuchar un sermón contra el pago de impuestos. Por esta razón, es posible pensar al Estado, siguiendo al sociólogo Niklas Luhmann, como una forma de comunicación mediante el poder.[2] Como todo acto comunicativo, el poder requiere cierto lenguaje. En el caso del Estado, por ejemplo, una Constitución alimentada por un mito político justifica la autoridad; pero algo similar ocurre con organizaciones religiosas o no estatales. Ahora bien, de todas las prácticas de poder, los símbolos espaciales merecerán en este ensayo atención particular. Para que ciertos individuos puedan detentar autoridad, cualquier orden político necesita lugares sagrados que permitan separar a estos de manera artificial del resto de la sociedad como representantes del poder (sedes de ministerios, palacios, fortalezas); límites para diferenciar el orden representado de otros (fronteras, aduanas, puestos de inspección) y monumentos o rituales para actualizar su vigencia. Desde ahora adelanto que los símbolos espaciales no sólo distinguen a un orden político de otro en el escenario internacional; sino que, en un mismo territorio, éste tiene que diferenciarse de otras formas de ordenar la vida social. En la práctica, no es posible hablar de un grupo homogéneo que actúe continuamente de manera estatal dentro de un territorio determinado.[3] Por eso, para reafirmar el orden vigente, es común construir un palacio de ayuntamiento frente a una iglesia o escenificar una razia en un cinturón de miseria donde ciertos actores políticos organizan actividades ilegales.[4] Con base en estas reflexiones iniciales, lo que sigue es un intento seminal de conceptualizar la construcción de los órdenes políticos como conjunto de símbolos espaciales a partir del concepto de “nomos” en Carl Schmitt.[5] Me interesa, fundamentalmente, decir dos cosas: que los símbolos espaciales son necesarios para visualizar cualquier orden político y que todo territorio humano está plagado de símbolos —paralelos o pretéritos—. Cualquier intento de establecer orden en un territorio necesita considerar estos sedimentos simbólicos. Algo más: aunque este texto está basado primordialmente en los escritos de Schmitt, por momentos toma derroteros independientes y adquiere acentos particulares.

 

Paisaje campestre con fundamentos antropológicos

 

Proveniente de una familia clasemediera de la región de Mosela en la frontera francoalemana que, con su desarraigado catolicismo, encalló en un núcleo protestante, Carl Schmitt nació en Plettenberg —una pequeña aldea situada en Westfalia, incorporada a Prusia en 1815 tras el Congreso de Viena— el 11 de julio de 1888, hijo de Johann Schmitt, un empleado del ferrocarril perteneciente al partido Zentrum y Frau Louise, una maestra de francés educada en un colegio francés de las Hermanas de San Carlos Borromeo. Afecto a la literatura y con inclinaciones teológicas —intereses que jamás lo abandonarían, como prueban sus referencias constantes a los versos de Theodor Däubler y Konrad Weiß y su prosa esmerilada en la liturgia de Joseph de Maistre o Donoso Cortés—, el futuro jurista creció en un ambiente bucólico, dentro de un núcleo conservador y sensible a la ritualidad católica. En su guía histórica de Alemania, Konrad Weiß describía Sauerland como una épica bucólica: “[…] quien haya tenido la vista desde estas alturas boscosas, que llegan hasta el infinito de los bosques en la mayoría de sus lados, el nombre Sauerland se transforma, de un concepto mudo, en un paisaje alemán de inolvidable singularidad”.[6]

 

Por otro lado, en su libro Contra el “mito Carl Schmitt”, Jerónimo Molina incluyó una curiosa fotografía de una inscripción que Carl Schmitt realizó con clavos en un dintel de la casa familiar: “NEHMEN, TEILEN, WEIDEN” (apropiación, partición, apacentamiento).[7] La asociación visual hace evocar el drama de la Crucifixión, pero también invita a recordar a flagelantes buscando la redención en la sangre derramada. Que estos verbos hayan sido inmortalizados de esa manera muestra la trascendencia que la dimensión espacial tenía para quien se considerara un “Epimeteo cristiano”. Infancia que preconiza destino, su biografía está salpicada, aquí y allá, por referencias que confirman la obsesión. Sobre el río Lenne, que antaño llevara las orgullosas aguas puras de la montaña, el pensador lamentó alguna vez que se hubiera convertido en un canal para residuos industriales.[8] Y es que, cuando el káiser Guillermo ascendía al trono del Imperio alemán, Plettenberg empezaba a sufrir la corrosión de la industria siderúrgica.[9] Mientras el filósofo Martin Heidegger contempla, desde las profundidades de la Selva Negra, la creación de una presa como el triunfo de la técnica sobre el pensamiento natal y el escritor Ernst Jünger se lamenta sobre el fin de la guerra aristocrática como producto de las innovaciones tecnológicas, Schmitt mira desolado cómo el pensamiento planetario vela los paisajes de la niñez con abstracciones universalistas. Los tres nacen en la grieta telúrica entre la integración alemana al sistema de Estados—nación y el nacionalsocialismo. El diagnóstico los hermana; las soluciones y ambiciones los dividen. Por eso no son coincidencia resonancias y similitudes. Pero hay más páginas biográficas relacionadas al espacio. En un sentido homenaje al paisaje de la infancia, titulado Un mundo en grandiosa tensión (Welt großartigster Spannung) —hermano gemelo de aquel alegato heideggeriano por la provincia, Paisaje creador: ¿por qué nos quedamos en la provincia? (“Schöpferische Landschaft: Warum bleiben wir in der Provinz?”)— y publicado en 1954, en la popular revista de viajes Merian, Schmitt describió la “sobria y ensimismada tierra” de Sauerland como

 

“un mundo en grandiosa tensión entre la tierra y el mar, llena de inopinadas radiaciones cósmicas y telúricas, una tierra de muchas fuentes, a las que se refiere uno de los versos más sorprendentes de la literatura mundial: El océano es libre, pero más libres son aún las fuentes. Trata el poeta de la genuina libertad que borbotea de un manantial en constante renovación. Esa es la libertad de la que queremos seguir disfrutando largo tiempo”.[10]

 

En una carta de 1947 al historiador del arte Wilhelm Fraenger, Schmitt explica que la etimología de Sauerland “del celta suir = fuente, río, como Sauer, Saar, etc.”, le recuerda “el verso del fabuloso Theodor Däubler: ‘El océano es libre, pero más libres son aún las fuentes’”.[11] Y añade, absorto en el fluir de las aguas silenciosas en las colinas, “que esta región, varada entre la tierra y el mar, se encuentra en la frontera de los climas continental y atlántico, en extática y adventista contención, pasando de un azul como de cuadro de Patinir a un gris del puerto de Londres”.[12] Tanto es el arraigo que profesa a su lugar de nacimiento que, el 21 de mayo de 1947, regresando de las comarcas del exilio a la casa construida por sus padres en 1937 en el número 10 de Brockhauser Weg, anotó en su diario una plegaria con un marcado acento pastoral: “Seigneur, délivrez—moi, brisez mes chaînes, reconduisez—moi chez mon père, dans ma patrie, dans ma maison, dans mon héritage et faites que ce qui m’appartient me soit rendu, pour que vous soyez glorifié dans votre justice”.[13]

 

En otro texto menos difundido, Schmitt camina la ciudad de Split, mientas sus ojos develan símbolos augustos:

 

Iliria ha sido escenario de política durante milenio y medio; Roma, Bizancio, godos, serbios, ávaros, normandos, venecianos, turcos, húngaros, franceses y austriacos han gobernado aquí. De esta manera surgió una tremenda combinación de las razas más diversas, aborígenes (Urbevölkerung) ilirios, griegos, celtas, romanos, germanos, eslavos y mongoles, una mezcla fantástica de lenguas y religiones, un aire repleto de demonios, antigüedad pagana, cristianismo romano y griego, gnosis e islam. Pero el territorio es sólo el escenario de esta fantasmagoría histórica. El terreno, las montañas, el mar y el sol parecen ignorar estos acontecimientos. En su combinación de mar señorial, magníficas montañas y un sol que hace comprensible el culto al Sol invictus, su peculiaridad es tan firme que los acontecimientos históricos flotan como sombra de colores entre el cielo, el mar y la tierra. La tierra, y no la sangre, da al ser humano, hijo terrestre, su forma y su semblante. Todas las razas que se asentaron en Iliria recibieron algo nuevo de ella y se convirtieron en portadoras de un espíritu ilirio especial.[14]

 

Y en otra entrevista, publicada en el diario La Noche de Santiago de Compostela en 1962, Schmitt resumía la honda impresión que le dejó la “poderosa interpenetración de tierra y mar”: “Es realmente subyugador ver a un país montañoso como este, invadido por el océano. Me gustaría estar más tiempo aquí para comprender su grandeza. Westfalia es, en cierto modo, muy semejante a Galicia. Hace tiempo he escrito un libro titulado Tierra y mar y en él hago referencia a esta preocupación en mí tan arraigada. Galicia es unheimlich (lúgubremente inquietante)”.[15]

 

En efecto, desde la perspectiva schmittiana, la tierra es el medio natural del ser humano y cualquier reflexión de la historia humana debe tenerla como punto de partida.

 

El hombre”, explica el pensador en un libro dedicado a su hija Anima, es “un ser terrestre (Landwesen), un caminante terrícola (Landtreter). Se yergue, camina y se mueve sobre tierra firme. Ésta es su punto de referencia y su apoyo, a través de ésta obtiene su punto de vista; ésta determina sus impresiones y su forma de ver el mundo; no sólo su horizonte, también su modo de andar, sus movimientos y su morfología son los de un ser que nace y vive sobre la tierra.[16]

 

Así, el comienzo de la historia humana no puede ser otro que un contacto primigenio con la tierra.[17] Y, en otro ensayo titulado La entrada en el espacio interplanetario (“Der Aufbruch ins Weltall, 1955), reitera:

 

El centro y corazón de una existencia terráquea —con todos sus órdenes concretos— es la casa. Casa y propiedad, matrimonio, familia y derecho de sucesión, todo eso se funda en una existencia terráquea y, en particular, en la de un agricultor. En el corazón de una existencia marítima, por el contrario, se halla el barco, el cual es en sí un medio más técnicamente configurado que la casa. La casa es reposo, el barco es movimiento. El barco tiene otro entorno y otro horizonte, las personas en un barco adquieren un modo diferente de relación, tanto con las demás personas como con el exterior.[18]

 

A estas obsesiones dedicará Schmitt numerosos estudios académicos y ensayos. La lucha de la “tierra” (Alemania) contra las “talasocracias anglosajonas”, la formación de los “grandes espacios” (“Großräume”)[19] y la posibilidad de un Reich cristiano como alternativa a la utopía soviética o al “melting—pot” estadounidense son apenas algunas de las gradaciones de la exploración conceptual.[20] Cualquiera que sea la definición que se adopte, el concepto del espacio schmittiano lleva implícita una hipótesis general sobre la naturaleza de la acción social: supone que, antes de cualquier dimensión normativa, hay siempre la necesidad de establecer un “orden concreto”, es decir, ninguna manifestación humana ocurre fuera de un contexto específico que la dota de significado jurídico, político o cultural. A partir de los supuestos antropológicos intentaré explorar de qué manera se manifiesta el orden político en el espacio.

 

Toma de la tierra (Nehmen)

 

Antes de seguir conviene hacer dos aclaraciones: para Schmitt, el criterio esencial de la categoría de lo político es la “distinción amigo—enemigo” y lo político no se agota en el Estado.[21] Es menester recordar esta parte nodal de su cosmogonía conceptual para lo que sigue, aunque sólo sea de manera esquemática. Desde ahora es importante dejar claro también que, con este término, Schmitt pretende aprehender un fenómeno real y no rastrear un discurso o postular una situación ideal. El hecho de que un “pueblo” decida ignorar lo político o pierda la capacidad de mantenerse en ese ámbito, no entraña la desaparición del fenómeno, sólo la desaparición de un “pueblo débil”.[22] Según Schmitt, lo político está determinado, en última instancia, por la posibilidad real de un enemigo como consecuencia de la diversidad.[23] Hay que repetirlo cuantas veces sea necesario: la “distinción amigo—enemigo”, como el mismo Schmitt se encarga de acentuar una y otra vez, no es ni la única característica o criterio de lo político ni una invitación normativa al belicismo; se trata únicamente de su rasgo esencial (Wesensmerkmal).[24] Esto significa que lo político no abarque otros aspectos. En todo caso, querer sustituir la posibilidad real de enemistad como criterio esencial de lo político por la búsqueda de la convivencia pacífica, la democracia o la igualdad simplemente oscurece el fenómeno y, por lo tanto, impide pensar en formas realistas de lidiar con ello. Ahora bien, para establecer un orden jurídico—político que permita paliar la situación conflictiva inherente a lo político, se requiere crear una situación “normal”. Una de las formas de establecerla, para Schmitt, es la decisión soberana.[25] Retomo el argumento general. Cualquier orden político que se pretenda establecer a partir de un acto de poder originario —Estado, imperio, monarquía, organización de clanes— necesita simbolizarse en el espacio: “Desde el punto de vista del derecho internacional, no hay ni ideas políticas sin espacio ni, por el contrario, espacios sin ideas o principios espaciales”.[26] Y, en otro lugar, Schmitt insiste: “Todo orden de pueblos sedentarios que conviven y se respetan entre sí no sólo está determinado personalmente, sino que es al mismo tiempo un orden espacial territorialmente concreto (eine territorial konkrete Raumordnung)”.[27] Claudio Minca y Rory Rowan han diagnosticado, con acopio de razones, una “relación inherente” entre lo espacial y lo político.[28] Como escribe Montserrat Herrero, el “hombre en el espacio” (“Der Mensch in Raum”) —y no “el hombre y los hombres” (“Der Mensch und die Menschen”) en abstracto—, es presupuesto de cualquier realismo político; el espacio desligado de un lugar concreto alimenta utopías que pretenden ponerse en práctica con medios técnicos.[29] Sin duda, Schmitt coincidiría con el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila, cuando éste afirma que: “La humanidad democrática acumula inventos técnicos con manos febriles. Poco le importa que el desarrollo técnico la envilezca, o amenace su vida. Un dios que forja sus armas desdeña las mutilaciones del hombre”.[30] Entelequias como “comunidad universal”, “humanidad” o “ciudadanía del mundo” sólo pueden llevarse a cabo a costa de la eliminación de órdenes concretos o fungir como eufemismos de imperialismos aviesos.

 

Para conceptualizar la espacialización de lo político, Schmitt ofrece el término “nomos”: una unidad de “Ordnung” y “Ortung”, habitualmente traducido como “orden” y “orientación” o, como señala el teórico político Thalin Zarmanian, “orden y localización”.[31] Es la primera medida de la que siguen todas las demás y, en ese sentido, la división y distribución originarias.[32] De una exploración etimológica del sustantivo griego emerge el verbo (nomen actionis) “nemein” y, a partir de éste, el teórico político deriva la trinidad para conceptualizar la espacialización del orden político que aparece en el dintel de una puerta de su casa: “tomar” (“nehmen”), “compartir” (“teilen”) y “pastorear” (“weiden”) constituyen “tres actos de un drama primigenio”.[33] “En todas las épocas”, escribe Schmitt, “la tierra ha sido tomada, dividida y cultivada por los seres humanos”.[34] Sin abandonar la semántica bucólica, Schmitt recuerda que la palabra “agricultor” (“Bauer”) deriva, en términos jurídico—históricos, de las palabras “construcción” (“Bau”), “edificio” (“Gebäude”) como “dominus” de “domus”, y se vincula así a una forma espacial definida.[35] La totalidad del acto se escalona en una gradación de acciones. Según Herrero, a un mismo acto corresponden “distintas respectividades o categorías de la vida”, cualquiera de las cuales sigue siendo “nomos”.[36] En primer lugar (nehmen), la tierra fértil contiene en sí misma, en el seno de su fecundidad, una medida interior, toda vez que recompensa justamente la siembra y el cultivo humanos con el crecimiento y la cosecha. Todo agricultor conoce la medida interior de esta justicia. En segundo lugar (“teilen”), la tierra desbrozada adquiere líneas firmes, que hacen patentes ciertas divisiones humanas. En los campos, pasturas y bosques, trabajados mediante la rotación de cultivos y el barbecho, están incrustados los signos de los asentamientos humanos que hacen perceptibles las normas y reglas del cultivo humano. En tercer y último lugar (“weiden”), el suelo sólido queda delimitado por vallas, cercados, límites, muros o casas, que ponen de manifiesto los órdenes y orientaciones de la vida social.[37] Así, la ley terrenal se expresa en la cosecha que compensa al agricultor, fronteras delimitadas y, finalmente, marcas públicas de orden.[38] Esta tríada puede entenderse también, desde una perspectiva histórica, como el tránsito de actos espontáneos de poder (Machtausübungen) a órdenes estables de dominación (Herrschaftsordnungen) o, desde una perspectiva teórica, como forma de conceptualizar la conservación de los dominios: adueñarse de un territorio, trazar los límites según ciertos criterios y actualizar el orden continuamente. Es en esa flexibilidad conceptual de donde deriva su riqueza la aproximación schmittiana, lejos de los compartimentos estancos tan habituales en los manuales politológicos de hoy en día que mutilan la realidad a costa del funcionamiento de un modelo normativo.

 

Ahora bien, Schmitt no se detiene ahí. En una primera acepción “nemein” significa “apropiación”, “conquista” o “adquisición del espacio” (Landnahme).[39] En otros escritos, Schmitt acentúa la similitud fonética de “Nahme” con “Name” (nombre). En todo caso, cualquier orden político comienza con una “toma de tierra” originaria. Claudio Minca lo ha resumido como una “ontología (espacial) inmediatamente performativa”: “Acto y significado, ubicación y orden, se unen y se amalgaman. Sin una ‘espacialización original’, no hay orden ni política posibles. […] Para obtener un orden jurídico-político, primero debe crearse una situación ‘normal’. Sin embargo, este orden carece de sentido sin base territorial y sin el significado (espacio-político) que le confiere dicha base”.[40] El espacio no es el origen del poder, pero sí su condición: la primera forma de poder es la que se ejerce tomando la tierra.[41] Este acto simboliza, además, el establecimiento de un grupo humano en el espacio:

 

Todo orden básico (Grundordnung) es un orden espacial. Se habla de la constitución de un país o de una parte del mundo como su orden básico, su nomos. Ahora bien, el verdadero orden básico actual se basa en su núcleo esencial en determinadas fronteras y delimitaciones espaciales, en determinadas medidas y en una determinada distribución espacial. Al comienzo de cada gran época, por tanto, se produce una gran toma de tierra. En particular, todo cambio y desplazamiento significativo de la imagen de la tierra está relacionado con cambios políticos mundiales y con un nuevo reparto de la tierra, un nuevo acaparamiento de tierras.[42]

 

Consciente de que aspectos anteriormente opacos se entregan con una nueva luminosidad, el pensador rumano Mircea Eliade introdujo un matiz interesante al respecto: “El espacio vacío despierta pensamientos amenazadores”.[43] Nicolás Gómez Dávila terciaría: “Cuando se derrumben sus yertos edificios, la bestia satisfecha se internará en la penumbra primitiva, donde sus pasos, confundidos con otros pasos silenciosos, huirán de nuevo ante el ruido de hambres milenarias”.[44]

 

Con esta fijación espacial, un pueblo adquiere una posición determinada —Ortung— respecto de otros límites territoriales, crea un “orden” y puede desarrollar una cultura.[45] Al sedentarizarse, es decir, al situarse históricamente, el ser humano convierte un trozo de tierra en un “campo de fuerzas de un orden determinado”.[46] Esta forma originaria de poder recuerda la creación de la materia —materia, matrix, mater— a partir de masa informe: “Y la tierra estaba desierta y vacía, y había tinieblas sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1: 2—4). Sin embargo, afirma Schmitt, sólo Dios puede dar y distribuir sin tomar.[47] El ser humano debe contentarse con una apropiación. La espacialización de lo político es, en consecuencia, la respuesta del Estado al establecimiento del orden despojado de su base teológica.[48] Para Mircea Eliade, “quien ordena el espacio repite la obra ejemplar de los dioses”.[49] “Cuando trabajaban la tierra desolada”, continúa historiador de las religiones, “no hacían más que repetir el acto de los dioses que habían ordenado el caos”.[50] No es casualidad que, entre las especulaciones etimológicas schmittianas más estimulantes, se encuentre el ensayo “Espacio y Roma” (“Raum und Rom”, 1951), en el que el teórico político estudia el concepto “nomos” con base en la fonética. Según Schmitt, espacio (“Raum”) era una “palabra primigenia” (“Urwort”) de una “lengua primigenia” (“Ursprache”).[51] En el Diccionario alemán de Jacob y Wilhelm Grimm, la palabra está relacionada tanto con la raíz nórdica antigua “rum” como con la latina “e—ru—ere”.[52] En contraste con “rauh”, o “rugoso”, “rum” se refiere al primer cultivo de un terreno salvaje.[53]Raum” y “Roma”, intuye Schmitt, debieron ser, en su día, la misma palabra.[54] Ciertamente, como afirma Herrero, la asociación es forzada; pero su relación ayuda a esclarecer qué entiende Schmitt por “nomos”.[55] Roma no es sólo un espacio físico, sino también uno “espiritual”. Cuando Schmitt menciona Roma podría significar el Imperio Romano como una forma de civilización, pero también la Iglesia católica —espacio espiritual y terrenal a la vez—. Raum y Rom expresan que el espacio significativo es el humanizado (“nomos”). Sin embargo, añade Herrero, Roma también simboliza el centro de toda humanización espacial —es decir, de todonomos”—.[56] Este acto queda inscrito mediante símbolos en la tierra: los actos primordiales jurídicos obedecen localizaciones terrestres (“erdgebundene Ortungen”): tomas de tierra o fundaciones de ciudades y colonias.[57] Un acto de esta naturaleza desempeña un papel indispensable en la construcción del orden político (incluso cuando se trate de lugares ocupados por otros asentamientos humanos): “Los conquistadores españoles y portugueses toman posesión de las tierras descubiertas y conquistadas en nombre de Jesucristo. […] La tierra recién descubierta fue ‘renovada’, ‘recreada’ por la cruz”.[58] En América, la toma de tierras en nombre del rey era una ceremonia simbólica y jurídica de imposición del nuevo orden político—religioso con antecedentes en el Código de Justiniano y el derecho germánico; una especie de investidura en la que el representante del poder gobernante tomaba posesión de un puñado de tierra (terruño), demarcaba el territorio y lo marcaba con la erección simbólica de una cruz.[59] El horror sagrado ante un símbolo —que condesa, al mismo tiempo, una presencia terrestre y otra ajena al mundo— sustituye el terror que invade al ser humano que intenta en vano orientarse en una substancia homogénea. Así, según Schmitt, una confiscación de tierras primero se convierte en costumbre y sólo después se institucionaliza como orden jurídico.[60] El derecho está vinculado a la posesión de la tierra (Landnahme).[61] Ésta contiene el germen espacial de todos los órdenes posteriores.[62] No en vano, Schmitt señala en las primeras páginas de El nomos de la tierra… que la tierra es, en “lenguaje mítico, la madre del derecho (justissima tellus)”.[63]

 

Toda vez que la tierra ha sido poblada por distintos grupos, ésta ostenta un carácter histórico. En Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica (Über die drei Arten des rechtswissenschaftlichen Denkens), Schmitt vinculó la producción jurídica con las relaciones vitales y el modo de ser de cada pueblo que están por encima de cualquier decisión o legalidad positiva.[64] Schmitt desarrolla el argumento trazando una genealogía del orden concreto jurídico concreto alemán, llegando a considerar el Estado hegeliano como el “más concreto de los órdenes, la institución de las instituciones”.[65] Pero también se alcanzan a escuchar melodías siniestras cuando Schmitt concluye que el “movimiento estatista” jura lealtad al Führer contra la mentalidad liberal-jurídica, normativista e individualista.[66] No es necesario compartir estas conclusiones para estar de acuerdo con los supuestos. Por ahora no es posible desbrozar este espinoso asunto, en el que algunos han querido ver una justificación de la Volksgemeinschaft nacionalsocialista o un determinismo cultural, con la paciencia necesaria.[67] Lo que sí hay que decir con firmeza es que, cualquier individuo, al integrarse a un orden político asume una carga histórica.[68] A pesar de algunas sospechosas resonancias semánticas que podrían evocar el discurso “Blut und Boden”, para Schmitt no necesariamente la “sangre” o la “etnia” determinan el presente de un individuo, sino ciertas trazas históricas, culturales, institucionales. En estas reflexiones es más probable encontrar resabios de algún protoinstitucionalismo histórico, maridado con realismo político. Subyace, también, una buena dosis del incienso litúrgico de Joseph de Maistre, quien, atinadamente, sugería voltear a la historia como “la política experimental” ya que, en la ciencia política, “ni un solo sistema puede ser admitido si no es el corolario más o menos probable de hechos bien atestados”.[69] Y sentenciaba a renglón seguido: “La historia es la dueña principal de la política o, por decirlo mejor, la única”.[70] De este desprecio por recetas de paraísos artificiales o maquinarias de utopías se deriva un notorio escepticismo de órdenes políticos que pretenden instaurarse en un campo expurgado de resabios, escamondado de símbolos herrumbrosos y limpio de despojos.[71] De acuerdo con el pensamiento schmittiano, un jurista alemán, antes de proponer cierto orden ideal, tendría que considerar una tradición estatal. La decisión fundamental del poder constituyente es expresión de la manera de ser de un pueblo concreto y por esta razón no está sujeta necesariamente al vaivén parlamentario.[72] El Reich alemán no puede transformarse en una “monarquía absoluta” o en una “República soviética” por mayoría de votos en el Reichstag; semejantes reformas esenciales requieren la voluntad directa y consciente de todo el pueblo alemán.[73] A contrapelo del normativismo jurídico imperante en su época —y en la nuestra—, en el “pensamiento del orden concreto” (“konkreten Ordnungsdenken”) “la norma no crea orden, sino que sólo tiene, sobre el terreno en el marco de un orden dado, una cierta función reguladora con un grado relativamente pequeño de validez autónoma independiente de la situación del asunto”.[74] Sin un orden concreto, el positivismo jurídico es incapaz de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, la objetividad y la arbitrariedad subjetiva.[75] Una Constitución, parece pensar Schmitt, según la interpretación de Carmelo Jiménez, es una decisión política surgida de un ser político, acerca del modo y forma del propio ser.[76] Al lado y por encima de la Constitución sigue subsistiendo esa voluntad, única capaz de decidir sobre los auténticos conflictos constitucionales, llenar las lagunas de la Constitución y los casos imprevistos.[77] Por estas razones, continúa Jiménez, Schmitt lamenta el desarraigo del individuo en una “sociedad electrificada y hedonista”.[78] Irónicamente, Schmitt siempre se sintió fuera de lugar y solía hablar de un “desarraigado catolicismo” alejado del prusianismo protestante dominante en aquellos años.[79] Schmitt era “católico como el árbol es verde (…) no sólo por creencia, sino también de procedencia histórica, si lo puedo decir así, de raza”.[80] Sea cual sea el orden político al que pertenezca un individuo —incluido Schmitt—, siempre habrá una carga histórica precedente. No es lo mismo el catolicismo schmittiano que el de Vasco de Quiroga en Michoacán o el de las reducciones jesuitas de Paraguay; no es lo mismo la guerrilla colombiana que la vietnamita. Los órdenes religiosos o políticos adoptan sedimentos de los órdenes anteriores, que les dotan de su carácter concreto. Aunque volveré a esto más adelante, hay que dejarlo asentado desde ahora: para Schmitt, el político debe regular esos cauces históricos, pero de ninguna manera intentar establecer un orden ajeno.

 

En este momento vale la pena recordar uno de los textos iniciales para mostrar cómo la historicidad del orden concreto se manifiesta en el espacio:

 

En Spalato, Split en lenguaje eslavo, el magnífico palacio, verdaderamente imperial, que el viejo Diocleciano mandó construir para sus quies Augustorum alberga ahora toda una ciudad cuyos habitantes se han instalado entre sus muros y ruinas, con una iglesia, un monasterio, cafés, tiendas y bares de mala muerte. La vida de mil personas se arrastra entre la morada de un emperador. Aquí también muestra una gran arquitectura el gran Estado, el más grande que conocemos los europeos, la Respublica Romana. Este Estado era pagano y no cristiano, aunque los cristianos rezaban: Deus noster propitius esto reipublicae Romanae. El mausoleo de Diocleciano fue transformado en una catedral cristiana. Pero los frisos paganos siguen determinando el genius loci e insisten en triunfar sobre el exorcismo cristiano. Invisiblemente, el cristianismo sigue luchando con deidades paganas y demonios de todas las religiones, aunque hace tiempo que se ha alcanzado una tregua. El país está muy lejos de la suave humanidad de un paisaje francés o alemán occidental. La campana que toca el Angelus suena diferente que en el Rin o el Mosela, donde da voz al paisaje y, por tanto, humanidad. En Dalmacia, la campana suena como un grito de auxilio de los demonios del aire.[81]

 

El poema “Bes Uswika” (1915) de Milutin Bojić muestra hasta qué punto los órdenes primigenios estructuran la vida social. Según Schmitt, cuando el poeta tuvo que exiliarse, lo hizo expresando una indiferencia heroica, activa y “completamente ligada a la tierra” (“ganz an die Erde gebunden”):

 

En esplendor luminoso y cuando las tormentas se ciernen,

permanecemos calmados, en medio del hogar. […]

Y cuando reconstruyamos el fogón de las cenizas esparcidas,

recordaremos los días de antaño.

Escucharemos el fuego y su alegría,

y nos alegraremos como el padre de familia que vuelve de la caza,

cantando, como iba a las montañas por la mañana…[82]

 

El espacio refleja la forma en la que un grupo humano asegura su sustento material, sus valores culturales o sus creencias religiosas. Schmitt lo expresa como “la relación entre el orden concreto (konkrete Ordnung) y el lugar (Ortung). El espacio como tal no es, por supuesto, un orden concreto. Sin embargo, todo orden concreto y toda comunidad tienen contenidos específicos de lugar y espacio. En este sentido, puede decirse que todo orden jurídico, toda institución contiene una idea espacial dentro de sí y, por tanto, también conlleva su medida y su límite interiores. Así, la casa y la granja pertenecen al clan y a la familia”.[83] Los habitantes de un territorio rara vez hacen tabula rasa de los rasgos construidos por los habitantes anteriores; más bien las modifican y actualizan. Tras la Conquista de América, se construyó, por ejemplo, una iglesia sobre un teocalli en un lugar sagrado y, tras la vuelta a la democracia alemana, se renovó el Reichstag con una cúpula de cristal. No tendría sentido, señala Kurt Hübner, trasladar las ruinas del castillo de Heidelberg a otro lugar. Y si hubiera desaparecido, se diría al pasar “aquí estuvo alguna vez el castillo”.[84] Pero los representantes de los nuevos órdenes políticos también realizan ejercicios iconoclastas: los revolucionarios mexicanos mandaron pintar murales en los muros de iglesias o conventos y los demócratas alemanes extirpar águilas nacionalsocialistas. Ciertos restos materiales son cicatrices de formas políticas que alguna vez surcaron la tierra.

 

Ahora bien, los órdenes políticos pretéritos no sólo están presentes en forma de ruinas. Por esta razón, intentar fundar un “orden nuevo” involucra, no en pocas ocasiones, el derramamiento de sangre. “Porque es el Estado el que desmiembra el orden espacial de la Respublica Christiana de la Edad Media y lo sustituye por uno completamente distinto”, escribe Schmitt en su texto cumbre sobre la apropiación espacial.[85] En su exégesis titulada Aurora boreal (Theodor Däublers Nordlicht), dedicado a un poeta alemán, la mirada de Schmitt analiza la “toma de la tierra ocupada” a partir de una descripción de campesinos iraníes arando el campo.

 

Todos queremos atrevernos a fundar un Estado

¡Y no fallar ante el asalto a lo viejo!

La tierra que saqueamos está repleta de bondad interior,

No importa cuán irracionalmente se enfurezca el hombre,

No hay primavera sin flor,

Y esta ocasión, incluso parece haberse adelantado.

La tierra concede ahora incluso los dones más secretos:

Seguramente quiere que cavemos en busca de sus tesoros.

Y en nuestra vejez todos nos regodearemos con los ahorros,

“¡Al hijo le irá mejor que su padre!”.[86]

 

Cosecha y trilla bajo el sol, la aparición de unos sacerdotes extranjeros sorprende a los pobladores, quienes miran a los emisarios con recelo porque estos disputan las tierras cultivadas y parecen aspirar a introducir un orden nuevo en un territorio con costumbres y expectativas de comportamiento determinados. El conflicto es inevitable. Algo de eso subyace en la resistencia del “bandolero español” o “partisano” contra las tropas napoleónicas en la Sierra Morena. El “carácter telúrico” (“tellurischer Charakter”) del partisano expresa una “vinculación con el suelo, con la población autóctona y con el carácter geográfico de la tierra —montaña, bosque, selva o desierto—.[87] En este tenor, Schmitt interpreta el drama de Heinrich von Kleist La batalla de Arminio como una épica defensa del suelo nacional, “la mayor poesía partisana de todos los tiempos”.[88] Para Schmitt, los partisanos encarnaban el último bastión del orden terrestre:

 

Es posible que las distinciones tradicionales de guerra y enemigo y botín, que hasta ahora han fundamentado la oposición de tierra y mar en el derecho internacional, un día simplemente se fundan en el crisol del progreso industrial-técnico. Por el momento, el partisano sigue significando un pedazo de suelo real; es uno de los últimos puestos de la tierra como elemento de la historia mundial que aún no ha sido completamente destruido”.[89] Schmitt también distingue entre un “defensor autóctono de la patria.[90]

 

y un “activista revolucionario mundial”: mientras uno lucha por el “nomos” antiguo, el otro aspira a un futuro utópico; uno quiere defender las tradiciones y el otro, realizar un ideal abstracto; uno es políticamente defensivo, el otro, ofensivo.[91] Como producto de estos enfrentamientos, se produce un espacio dividido.[92] Schmitt lo explica de la siguiente manera: “Tan pronto como la forma (Gestalt) de la Tierra emergió como globo real (Globus) —no sólo intuido como un mito, sino aprehensible como hecho científico y medido como espacio en la práctica—, surgió un problema totalmente nuevo e inimaginable hasta entonces: la ordenación espacial del planeta (Erdenball) en términos de derecho internacional”.[93] La espacialidad de la “situación concreta” no se refiere, pues, simplemente al escenario de un conflicto, sino a una dividida por líneas antagónicas. El conflicto establece un acuerdo sobre el uso de la fuerza en un territorio concreto. Este “nomos” —que establece el victorioso en la batalla— se instaura antes que los asentamientos, las fronteras, los hogares y las leyes positivas. La paz no es, en consecuencia, un concepto general, sino que ésta debe entenderse en términos concretos como paz imperial (Reichsfrieden), paz rural (Landfrieden), paz eclesiástica (Kirchenfrieden), paz urbana (Stadtfrieden), paz de castillo o tregua interna (Burgfrieden), paz mercantil (Marktfrieden).[94] Una toma de tierra sólo está consolidada realmente cuando quien la ha tomado puede bautizarla —Name—.[95] Esta nomenclatura indica qué significa la paz exactamente.

 

Teilen (divisio primaeva)

 

“Nomos” significa, en segundo lugar, la división y subdivisión de lo tomado. Es el derecho en el sentido de la parte que cada uno tiene (suum cuique). Schmitt lo ilustra de forma gráfica: “[…] nomos es derecho y propiedad, es decir, la parte o cuota de los bienes. Hablando concretamente, nomos es, por ejemplo, el pollo en cada olla que cada campesino que vive bajo un buen rey tiene el domingo, la parcela de tierra que cada agricultor cultiva como su propiedad, y el coche que cada trabajador estadounidense tiene frente a su puerta”.[96] Según Herrero, “nemein” tiene el sentido de divisio primaeva, acción primera y precedente de posteriores particiones y distribuciones.[97] Esto no significa otra cosa que asegurarse una pretensión de dominio —la capacidad de dividir— sobre determinado territorio. Dicho de otra manera: el problema de la toma de tierra es un problema de distribución: hay que quitar a unos para dar a otros.

 

Schmitt identifica también, no obstante, las “Hegungen” —entendidas como delimitaciones, aunque la palabra, con fuerte carga bucólica, evoca la colocación de madera para limitar parcelas en el bosque— como el segundo momento del establecimiento de orden espacial.[98] Después de instalar el centro simbólico del orden político con la “toma de tierra” (cruz de piedra, iglesia, palacio de gobierno), se procede a trazar las fronteras. El establecimiento de un determinado dominio (Herrschaftsbereich o Herrschaftsdomäne), por rudimentario que éste sea, conlleva necesariamente una sección de trozos abruptos de tierra para alzarlos, señeros, aislados, en el espacio habitado. Según el diccionario de los Hermanos Grimm, “Hegung” se asocia con protección de criminales, receptio, receptaculum, defensio, protectio, munimentum, advocación contra superstición pagana o idolatría.[99] Como parte de esta dinámica, las personas demarcan partes del globo terráqueo con campos cultivados, vallas, muros, mojones, banderas, bayonetas, guarniciones, puestos de centinela, monumentos, señales…[100] El orden vital legítimo surge de la primera demarcación humana: el “suelo desbrozado y trabajado por el hombre” muestra “líneas fijas en las que ciertas divisiones se hacen conspicuas”.[101] Según Schmitt, la limitación (“Hegung”) permite el surgimiento del santuario (“Heiligtum”) separándolo de lo ordinario, sometiéndolo a una ley propia y entregándolo a lo divino (“Göttlichen”).[102] El “perímetro limitador” (“hegende Ring”), la valla construida por el hombre (“der von Männern gebildete Zaun”), es una forma arquetípica de coexistencia ritual, jurídica y política.[103] Tras la “toma de tierra” y la erección de fronteras, “nomos” significa “morada”, “Gau[104], “dehesa”; proveniente de la misma raíz etimológica, la palabra “nemus” significa “bosque” (Wald), “arboleda” (Hain), “foresta” (Forst).[105] Es evidente que Schmitt no pretende hacer un minucioso tratado filológico, sólo intenta ilustrar la trascendencia de este acto. En la calma de los bosques, en el murmullo de un arroyo, en la soledad de un abeto, el ser humano experimenta el espacio de una manera amigable. En este universo de rocío sagrado que chorrea sobre las cruces de términos, penetra en las runas de las piedras y llena la concavidad de los pozos, se afianzan los pies sobre la tierra. El hombre ha descubierto un mundo que el gesto del labriego conquista, un mundo que permite discernir con claridad a quién hay que postrarse para obtener los alimentos correspondientes. Con la vinculación de casa y nomos, se supera la existencia nómada.[106]

 

Desde esta perspectiva, se podría discutir dónde están los límites, pero no que sean esenciales para la constitución de cualquier orden político. Schmitt subrayó, además, la importancia de la visibilidad de la división espacial para el orden y valoró la tierra por encima del agua porque la primera podía soportar líneas fijas de demarcación.[107] Asociar la diferencia política a una determinada división espacial formaliza la espacialización de lo político. Cuando la diferencia amigo-enemigo puede yuxtaponerse a la diferencia interior-exterior, pueden tomarse medidas concretas para regular el conflicto.[108] El límite determina quién es un extranjero y, en caso extremo, un enemigo y una forma de hacer la guerra. En el momento en que un espacio limitado determina un enemigo, se hace político.[109] La periferia del axis mundi aparece, en palabras de Mircea Eliade, “gris, sombría e insegura”. Cualquiera que entre en el espacio sin consentimiento es combatido. Según el Eliade, “el ataque es la venganza del mítico dragón que quiere destruir el cosmos de los dioses. Por eso, cada victoria sobre el atacante repite la victoria ejemplar de Dios sobre el dragón (el caos)”.[110] Las fronteras indican quién es bienvenido y quién no; quién debe pasar y quién no:

 

Antes de la era de los grandes descubrimientos del siglo XVI […] [c]ada pueblo poderoso se consideraba el centro de la tierra y sus dominios eran la casa de la paz, fuera de la cual reinaban la guerra, la barbarie y el caos. Entonces construían un muro fronterizo, un limes, una muralla china o consideraban que las Columnas de Hércules y el océano eran el fin del mundo. Fue el Nomos de la Tierra en la primera etapa.[111]

 

Como añade Herrero:

 

Tomar conciencia de una posición implica caer en la cuenta de que el propio asentamiento deja otros espacios fuera de sí que también pueden llegar a ser, o que ya son, asentamientos concretos. Es decir, implica la concepción de un espacio global no abstracto, sino “situado”, “poblado”. Por tanto, un orden del espacio hacia adentro y hacia fuera de cada posición. Por esa dialéctica de exterior e interior que lleva consigo cada toma de la tierra el nomos se puede considerar origen de la convivencia entre los pueblos, de la relación social y, por tanto, de las relaciones jurídicas y políticas.[112]

 

Toda vez que lo político no se refiere a abstracciones, sino más bien a “la posibilidad real de matar físicamente”, que se presenta como una “amenaza existencial” a la que se hace frente en una “situación concreta”.[113] Un ejemplo de las claras localizaciones (Ortungen) y órdenes (Ordnungen) es, según Schmitt, la Respublica Christiana y el Populus Christianus. Su nomos viene determinado por las siguientes divisiones: el suelo pagano es territorio propicio para evangelización; mediante un encargo papal puede un soberano cristiano iniciar una misión evangelizadora; el territorio de los imperios islámicos se consideraba hostil y podía ser conquistado y anexionado mediante cruzadas (guerras con una justa causa  e, incluso, sagradas); el terreno de los pueblos cristianos está dividido con casas reales, iglesias, conventos, organizaciones benéficas, fortalezas, plazas, ciudades, comunidades y universidades de distinto tipo. Dentro del espacio cristiano, las guerras están reguladas y no amenazan la unidad de la Respublica Christiana.[114]

 

Cuando el derecho internacional creó un espacio para una nueva economía de libre comercio, las antiguas líneas del jus Europaeum, se volvieron totalmente arbitrarias. Para Schmitt, lejos de tratarse de un desarrollo deseable, esta evolución constituyó un salto de cabeza hacia la nada de una universalidad carente de cualquier fundamento en el espacio o la tierra.[115] En consecuencia, se abandonó la tarea original del derecho internacional de “prevenir las guerras de aniquilación”.[116] En un mundo sin fronteras, sólo es posible librar el conflicto entre enemigos absolutos. Sordos, así, a los límites que podrían evitar un mayor derramamiento de sangre y obnubilados con una promesa brillante, los entusiastas de la humanidad desadvierten todo recato, para erigirse en adalides de la única civilización posible y declarar a sus enemigos como encarnación del “mal absoluto”. Vale la pena hacer una última aclaración —quizá alejándose un poco de lo que Schmitt pensaría[117]—: el hecho de que las fronteras sean esenciales para cualquier forma de orden político no significa que éstas no sean porosas o que las personas dentro de un lugar delimitado formen una masa homogénea; simplemente se trata de construir artificialmente un orden político para regular el conflicto inherente a lo político y simbolizar jerarquías.

 

Weiden (pastoreo)

 

Por último, la gestión de lo que se ha conservado, es decir, producir y consumir (pastorear o apacentar) aparece como la tercera acepción del “nomos”.[118] Mediante el término Oikonomia, Schmitt vincula el término nomos con el verbo “weiden” (“apacentar”).[119] Esa noción hace referencia al momento en que la actividad del pastoreo se liga a la casa fija (“oikos”), con lo que se pasa de la apropiación y distribución provisional de los pueblos nómadas a la permanente de los pueblos agricultores, que permite la producción y la economía.[120] Para Schmitt, la mitología de la tierra es, por tanto, la de un trabajador que mezcla su trabajo con la tierra y recibe un salario por ello. Cuando la tierra se divide, las líneas se incrustan y, finalmente, se demarcan mediante “vallas, cercados, fronteras, muros, casas y otras construcciones”, quedan claros los órdenes y orientaciones de la vida social.[121] Esto puede interpretarse de dos maneras. Dado que el orden jurídico presupone un “nomos”, la “norma” sólo tiene una función reguladora (pastoreo) en el marco de un orden determinado. Una de las razones por las que se ha decidido explorar el término “nomos de la tierra” en este texto se debe a la impresión de que con él se puede empezar a trazar conceptualmente la historicidad de un orden político. No se puede hablar de órdenes universales, sino de órdenes históricamente concretos. Esto puede explicar por qué muchos representantes de órdenes políticos aspiran a articular su autoridad con estructuras míticas ya existentes o cómo los nuevos símbolos regulan otros ya existentes. En otras palabras, la ley sólo sería un medio de expresar el orden ya existente en lenguaje jurídico. La fuente del pensamiento jurídico, según Schmitt, es el orden histórico concreto (“geschichtlich konkrete Gesamtordnung”), lo que lo lleva a desarrollar ciertos “tipos de pensamiento” (“Denktypen”); conjunto de costumbres y actitudes que cristalizan a lo largo del tiempo.[122] No es casualidad, dice Schmitt, que en la época nómada el pastor (el nomeus) fuera el símbolo del dominio.[123] Platón explica la diferencia entre este pastor y el Politikos: la toma de tierra (nemein) del pastor procura el alimento (trophe) del rebaño y el pastor es —en relación con los animales que apacienta— una suerte de deidad.[124] El politikos no está tan por encima del pueblo al que gobierna como el pastor sobre su rebaño; el politikos sólo cuida, provee, atiende, trata (“therapeuein”).[125] Esta tercera acepción extrae su contenido de las diferentes formas de producir y transformar los bienes en un territorio determinado: “La búsqueda de pasturas y el apacentamiento del ganado, que nómadas como Abraham y Lot llevaron a cabo, el trabajo agrario de Cincinato tras el arado, la zapatería artesanal de Hans Sachs en su taller; el trabajo comercial e industrial de Friedrich Wilhelm Krupp en sus fábricas, todo esto es Nemein en el tercer sentido de nuestra palabra: pastorear, gestionar, utilizar, producir”.[126] Con el tercer significado, Schmitt también parece sugerir que un orden político sólo puede mantenerse en el tiempo si se consigue inscribir la presencia en los dominios. Y aquí es posible pensar en monumentos, centros ceremoniales, humilladeros y otros conjuntos simbólicos que permiten señalar la existencia de un orden regulador de la vida social y, sobre todo, actualizarlo mediante rituales. Este orden espacial es, como se ha insistido a lo largo del texto, el acto primigenio de cualquier orden político: “El nomos de una época de migraciones y confiscaciones de tierras se establece sobre la nueva base, primero de la costumbre y el uso, después del estatuto y la ley”.[127] No se me ocurre, pues, una mejor manera de terminar esta aproximación, que con una cita de Virgilio:

Salve, oh tierra de Saturno, gran

nutridora de mieses, fecunda engendradora de héroes; en

tu honor emprendo asuntos de alabanza y arte antiguos y,

osando abrir las sagradas fuentes, canto el poema de Ascra a través de las ciudades romanas.[128]

 

 

Bibliografía

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  28. Schmitt, Carl, “Der neue Nomos der Erde”, en Schmitt, Carl, Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus den Jahren 1916-1969 (ed. Günter Maschke), Duncker & Humblot, Berlin, 1995 [1955], pp. 518-522.
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Notas

[1] Carl Schmitt, Gespräch über die Macht und über den Zugang zum Machthaber, ed. cit., p. 10.
[2] En esta intuición sigo el texto de Niklas Luhmann, Die Politik der Gesellschaft, ed. cit., pp. 18—68.
[3] En este punto, me alejo de las ideas schmittianas. Como sugieren Claudio Minca y Rory Rowan, aunque Schmitt notara la importancia de la “conciencia espacial” y de la relación entre una idea política y la conciencia de un grupo político de su situación espacial concreta, su comprensión representacional del espacio no permite pensar en las múltiples prácticas performativas y apegos afectivos que vinculan a una comunidad política con un lugar y dan forma a comprensiones específicas del espacio y resonancias políticas correspondientes. Claudio Minca y Rory Rowan, On Schmitt and Space, ed. cit., p. 249.
[4] Tampoco hay que olvidar que, en todo lugar, existen “regiones complicadas”, donde la lógica estatal nunca logra imponerse del todo (el Görlitzer Park en Berlín, los Quartieri Spagnoli napolitanos, la Orinoquia colombiana, el Amazonas brasileño, la Tierra Caliente de Michoacán…). Sobre esto hay que revisar el texto clásico Geertz, Clifford, “What is a state if it is not a sovereign? Reflections on politics in complicated places”, ed. cit., pp. 577—593.
[5]Raum” (“espacio”) no sólo fue uno de los términos más populares en el cosmos conceptual schmittiano, sino también uno particularmente “polifacético e incongruente”. En diferentes publicaciones, Schmitt asoció el espacio con la guerra, el derecho internacional, la historia de las ideas y una narrativa sobre los elementos tierra y mar. Para Schmitt, el espacio planteaba un serio desafío conceptual. Oliver Simons, “Carl Schmitt’s Spatial Rhetoric”, ed. cit., p. 776. Schmitt explora el espacio desde el término conceptual “nomos” u “orden concreto”, es decir, un arreglo de poder que, más allá de abstracciones, posibilita una normatividad. Montserrat Herrero ha ofrecido una tipología sobre la categoría de “orden” que puede resultar útil: (1) reflejo físico: Land und Meer; (2) reflejo metafísico: Raum—Sein; Raum—Rom; Raum—Realität; (3) reflejo societario: nomos, nehmen, teilen, weiden; (4) reflejo jurídico: konkretes Ordnungsdenken y Großraum; (5) reflejo político: politische Einheit y Plutiversum. Montserrat Herrero, “La categoría del orden en la Filosofía política de Carl Schmitt ed. cit., pp. 266—267.
[6] Konrad Weiß, Deutschlands Morgenspiegel. Ein Reisebuch in zwei Teilen, ed. cit., p. 34.
[7] Jerónimo Molina Cano, Contra el “mito Carl Schmitt”, ed. cit., pp. 400-401.
[8] Carmelo Jiménez, Contrarrevolución o resistencia. La teoría política de Carl Schmitt (1888-1985), ed. cit., p. 24.
[9] Ibid., p. 11.
[10] Carl Schmitt, “Un mundo en grandiosa tensión”, trad. y notas Jerónimo Molina, en Carl-Schmitt-Studien, vol. 2, núm. 2, [1954] 2018, p. 122.
[11] Cit. en Jerónimo Molina, “Un mundo en grandiosa tensión. Carl Schmitt”, en Carl-Schmitt-Studien, vol. 2, núm. 2, 2018, p. 119.
[12] Loc. cit.
[13] Cit. en Christian Linder, “Carl Schmitt in Plettenberg”, en Meierhenrich, Jens y Simons, Oliver, eds., The Oxford Handbook of Carl Schmitt, Oxford University Press, Nueva York, 2016, p. 149.
[14] Carl Schmitt, “Illyrien-Notizen von einer dalmatischen Reise”, en Schmitt, Carl, Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus den Jahren 1916-1969, ed. Günter Maschke, Duncker & Humblot, Berlin, 1995 [1925], p. 484.
[15] Cit. en J. Molina, “Un mundo en…”, p. 119.
[16] Carl Schmitt, Land und Meer. Eine weltgeschichtliche Betrachtung, Reclam, Leipzig, 1942, p. 3. Es posible encontrar en esta reflexión trazas del pensamiento de Helmuth Plessner, Die Stufen des Organischen und der Mensch. Einleitung in die philosophische Anthropologie (1928); Max Scheler, Die Stellung des Menschen im Kosmos (1928) y Arnold Gehlen, Der Mensch. Seine Natur und seine Stellung in der Welt (1940). Grosso modo, el “carácter de posicionalidad” del ser humano o a su ineluctable “posición corporal en el cosmos” lo obligan a residir en un lugar de asentamiento concreto, geográficamente identificable, desde el que prosiguen “excéntricamente” las trayectorias de vagabundeo, viaje, o vuelo, sin que pueda abolirse el principio topográfico del asentamiento.
[17] Carl Schmitt, Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum, Greven, Colonia, 1950, p. 19.
[18] Cit. en M. Herrero, “La categoría del orden…”, p. 268.
[19] Proveniente de teorías económicas y administrativas, la teoría del Großraum se generalizó en Alemania en 1923 y poco tenía que ver con la doctrina biológica del “espacio vital” (Lebensraum). Por otro lado, el periódico nacionalsocialista Völkischer Bobachter, nunca citó el nombre de Schmitt ni su escrito Völkerrechtliche Großraumordnung, la revista Nationalsozialistische Monatshefte acusaba al autor de “filo-vaticano” y la propaganda de Rosenberg lo catalogó como escrito “no—nacionalista”, inútil y perjudicial. C. Jiménez, op. cit., pp. 61-62.
[20] A finales de los treinta, el espacio se convirtió en un término clave en los escritos schmittianos. “Der Reichsbegriff im Völkerrecht” y “Großraumordnung gegen Universalismus” (1939); “Der neue Raumbegriff y Reich und Raum” (1940); y “Raum und Großraum in Völkerrecht” (1941) fueron unas primeras aproximaciones. “Die Raumrevolution. Durch den totalen Krieg zu einem totalen Frieden”  apareció en Das Reich en 1940. En 1942 se publicaron “Die Raumrevolution: Vom Geist des Abendlandes” y Land und Meer. Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum apareció en 1950. A estos habría que añadir: “Über die phonetische Bedeutung des Wortes Raum” (1950) o “Raum und Rom” (1951; sexto corolario del Nomos de la tierra), “Recht und Raum” (1951), “Nehmen, Teilen, Weiden”  (1953; séptimo corolario del Nomos), “Der Neue Nomos der Erde” y “Die Geschichtliche Struktur des heutigen Weltgegensätzes von Ost und West” (1955), “Gespräch über den neuen Raum” (1958), Nomos-Nahme-Name (1959) y “El orden del mundo después de la Segunda Guerra Mundial” (1962).
[21] Cfr. Carl Schmitt, Der Begriff des Politischen. Text von 1932 mit einem Vorwort und drei Corollarien, Duncker & Humblot, Berlin, 1987 [1932], pp. 20-28.
[22] Ibid., p. 54.
[23] Ibid., pp. 28 y 32-33.
[24] Ibid., pp. 26-27 y 33.
[25] Carl Schmitt, Politische Theologie. Vier Kapitel zur Lehre von der Souveranität, Duncker & Humblot, Múnich y Leipzig, 2ª ed., 1934 [1922], p. 11.
[26] Carl Schmitt, Völkerrechtliche Großraumordnung mit Interventionsverbot für raumfremde Mächte: Ein Beitrag zum Reichsbegriff im Völkerrecht, Duncker & Humblot, Berlin, 2ª ed.,1991 [1941], p. 29. Suele reprocharse a la teoría schmittiana del espacio haber envejecido mal por no incorporar reflexiones sobre la “cibernética” u “otros espacios”. Schmitt reflexiona sobre ello en sus últimos escritos, cuando habla de la conquista del espacio sideral por las ondas sonoras o la invasión de la electricidad en el hogar y, en Land und Meer (1942), donde habla de un “espacio mercantil” (Marktraum) o un “superficie industrial” (Industriefläche). Carl Schmitt, Glossarium. Aufzeichnungen der Jahre 1947-1951, ed. Eberhard Freiherr von Medem, Duncker & Humblot, Berlin, 1991, pp. 74-75. Según Ernst Hüsmert, el teléfono, la radio y la televisión no estaban permitidos en el apartamento; nada “no solicitado como ondas o radiaciones” podía penetrar en su espacio personal. Cfr. C. Linder, op. cit., p. 159. Aunque la técnica ha abierto un espacio cósmico, es muy probable que nunca sea habitado y que la historia de la humanidad permanezca siempre en relación con aquellos primitivos elementos: tierra y mar. Cfr. M. Herrero, “La categoría del orden…”, p. 269.
[27] C. Schmitt, Völkerrechtliche Großraumordnung…, p. 11.
[28] C. Minca y R. Rowan, op. cit., p. 89.
[29] M. Herrero, “La categoría del orden…”, pp. 270-271.
[30] Nicolás Gómez Dávila, Textos, Atalanta, Girona, 2010, Memoria Mundi vol. 43, p. 73.
[31] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 36; C. Minca y R. Rowan, op. cit., p. 89.
[32] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 36.
[33] C. Schmitt, Der Nomos…, pp. 36-42; Carl Schmitt, “Nehmen/Teilen/Weiden: Ein Versuch, die Grundfragen jeder Sozia— und Wirtschaftsordnung vom Nomos her richtig zu stellen” (1953), en Verfassungsrechtliche Aufsätze aus den Jahren 1924-1954. Materialien zu einer Verfassungslehre, Duncker & Humblot, Berlin, 4ª ed., 2003 [1958], pp. 490-492; Carl Schmitt, “Der neue Nomos der Erde”, en Schmitt, Carl, Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus den Jahren 1916-1969 (ed. Günter Maschke), Duncker & Humblot, Berlin, 1995 [1955], p. 518.
[34] C. Schmitt, “Der neue Nomos… ”, p. 518.
[35] C. Schmitt, Völkerrechtliche Großraumordnung…, p. 81.
[36] M. Herrero, “La categoría del orden…”, p. 273.
[37] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 13.
[38] O. Simons, op. cit., p. 785.
[39] C. Schmitt, Der Nomos…, pp. 19 y 40. Se arrebata un trozo de tierra vacío o se le despoja al anterior propietario. Desde el punto de vista de la historia jurídica, hay dos tipos de confiscaciones de tierras: las que tienen lugar dentro de un orden general existente en virtud del derecho internacional (“völkerrechtliche Gesamtordnung”) y para las que otros pueblos encuentran fácilmente reconocimiento y otras que hacen estallar un orden espacial existente y establecen un nuevo “nomos” del área espacial general de los pueblos coexistentes. Ibid., p. 50. En Hungría, el recuerdo de la toma de tierra (895 d.C.) es especialmente fuerte y la palabra para designar la toma de tierra (honfoglalás) ha permanecido viva. Ibid., p. 50, n. 1.
[40] Claudio Minca, “Carl Schmitt and the question of spatial ontology”, en Legg, Stephen, ed., Spatiality, Sovereignty and Carl Schmitt. Geographies of the nomos, Routledge, Nueva York, 2011, p. 168.
[41] Cfr. M. Herrero, “La categoría del orden…”, p. 276; Carl Schmitt, “Nomos-Nahme-Name”, en Schmitt, Carl, Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus den Jahren 1916-1969 (ed. Günter Maschke), Duncker & Humblot, Berlin, 1995 [1959], pp. 573-577.
[42] C. Schmitt, Land und Meer, p. 50.
[43] M. Eliade, Das Heilige und das Profane. Vom Wesen des Religiösen, ed. Eva Moldenhauer, Fráncfort del Meno, Insel, 1984, p. 59.
[44] N. Gómez Dávila, op. cit., p. 53.
[45] M. Herrero, “La categoría del orden…”, pp. 272—273.
[46] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 40.
[47] C. Schmitt, “Nomos-Nahme-Name”, p. 581.
[48] C. Minca y R. Rowan, op. cit., p. 90.
[49] M. Eliade, Das Heilige…, p. 33.
[50] Ibid., p. 31.
[51] Carl Schmitt,Raum und Rom -Zur Phonetik des Wortes Raum” (1951), en Schmitt, Carl, Staat, Großraum, Nomos. Arbeiten aus den Jahren 1916-1969 (ed. Günter Maschke), Duncker & Humblot, Berlin, 1995 [1959], p. 491.
[52] Loc. cit.
[53] Loc. cit.
[54] Loc. cit.
[55] Montserrat Herrero, The Political Discourse of Carl Schmitt. A Mystic of Order, Rowman & Littlefield International, Maryland, 2015, p. 26.
[56] Loc. cit.
[57] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 15.
[58] M. Eliade, Das Heilige., p. 32.
[59] Cfr. Carlos González, El espíritu de la imagen. Arte y religión en el mundo hispánico de la Contrarreforma, Cátedra, Madrid, 2017, p. 283.
[60] Cfr. C. Schmitt, Der Nomos…, p. 42 y C. Schmitt, “Nomos-Nahme-Name”, p. 578.
[61] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 50.
[62] Ibid., p. 19.
[63] Ibid., p. 13.
[64] C. Jiménez, op. cit., pp. 73—74.
[65] Carl Schmitt, Über die drei Arten des Rechts—Wissenschaftlichen Denkens, Hanseatische Verlagsanstalt, Hamburgo, 1934, p. 47.
[66] Ibid., p. 52.
[67] Carmelo Jiménez concede que el pensamiento de los “órdenes concretos” apenas fue desarrollado: las cuestiones sobre la fundación de ese orden, los límites de la decisión política o los elementos que forman ese carácter intangible del “espíritu del pueblo” que presuntamente configuran ese orden en que la decisión y la norma se insertan, no recibieron respuesta puntual. El “konkretes Ordnungsdenken” (“orden del pensamiento concreto”) estaba apegado al surgimiento del Tercer Reich que, jurídicamente, exigía sustituir garantías penales (nullum crimen, nulla poena sine lege) por principios de lealtad, adhesión, disciplina y honor, señalando que el individualismo liberal no comprendería tal sustitución, pero que sí lo haría el punto de vista del “pensamiento único” del orden concreto que acaba de restaurarse. Cfr. C. Jiménez, op. cit., p. 74. En Über die drei Arten… Schmitt avanza la tesis nacionalsocialista de que el Tercer Reich superó la oposición metodológica abstracta de normativismo y decisionismo porque con el Volk descubrió un pensamiento de orden “institucional” y “concreto”, al que sirven las otras formas de pensar. En Staat, Bewegung, Volk. Die Dreigliederung der politischen Einheit (1933), Schmitt asocia el normativismo con el Estado, el decisionismo con el movimiento político y el institucionalismo con el pueblo. Su “pensamiento concreto”, sin embargo, no establece el “völkisches Rechtsdenken”.
[68] Han intentado aprehenderse estas trayectorias con distintos conceptos “cultura política”, “institucionalismo histórico”. Entre todos, el término schmittiano de “orden concreto” resulta más convincente porque no sólo rescata la categoría de orden sino que evita esa idea culturalista que podría derivar en fantasías de “mexicanos flojos y corruptos” o “alemanes puntuales y trabajadores”.
[69] Joseph de Maistre, “El poder absoluto”, en De Maistre, Joseph, El mayor enemigo de Europa y otros textos escogidos, antología y edición de E. M. Cioran, trad. Yolanda Morató, El Paseo, Sevilla, p. 97.
[70] Querer instaurar un “Estado de derecho” abstracto en la Tierra Caliente de Michoacán o en Nápoles sin considerar el orden concreto es, en el mejor de los casos, un despropósito; en el peor, una amenaza para el orden existente.
[71] De ahí se nutre su crítica feroz al sistema de Weimar en la Alemania de entreguerras o al orden internacional ginebrino, ambos resultados de un espíritu liberal ajeno a la tradición teutónica. En ellos, además, no ve otra cosa que, escondida en una coartada pacifista y humanista, la hipocresía imperialista de las grandes potencias para subyugar al pueblo alemán. La solución, interpreta Jiménez, pasa por la homogeneidad del pueblo y la identificación de éste con un líder, elegido por aclamación, capaz de expresar su voluntad y de guiarlo en el difícil trance de discriminar a los amigos y enemigos interiores y exteriores. Cfr. C. Jiménez, op. cit., p. 75. El sistema federal y la inclusión de determinados compromisos internacionales en el texto de Weimar no constituyen una decisión auténtica del pueblo alemán sobre su forma concreta de ser como unidad, sino una sanción impuesta por las potencias vencedoras de la guerra para limitar su soberanía, de ahí que dinamitarlas sea un acto legítimo. Ibid., p. 91. Aunque no entraré de lleno en ese tema, para entender la “unidad interna” que Schmitt proclama en varios de sus escritos, debe precisarse, que el autor está pensando en un sistema internacional en el que predomina la forma política histórica del Estado. En un sistema de esa forma, la unidad nacional, considera Schmitt, es la única manera de asegurar la supervivencia. Con todo lo peligrosa que podría resultar esta idea, no se trata de postular la unidad étnica de un pueblo como valor absoluto, sino una política; lo que busca Schmitt no es una homogeneidad racial, sino lealtad dirigida hacia un mismo punto para sobrevivir en una determinada época concreta. Evidentemente, este matiz no dejará contentos a los liberales —y tampoco tendría por qué ser así—, pero sí es importante señalar el abismo conceptual entre una comunidad racial y otra política.
[72] C. Jiménez, op. cit., p. 91.
[73] Loc. cit.
[74] C. Schmitt, Über die drei Arten…, p. 13.
[75] Ibid., p. 40.
[76] C. Jiménez, op. cit., p. 91.
[77] Ibid., p. 92.
[78] Ibid., p. 77
[79] Jiménez, op. cit., p. 25.
[80] Cit. en Jiménez, op. cit., p. 25.
[81] C. Schmitt, “Illyrien-Notizen…”, p. 487.
[82] “Im hellen Glanz und wenn die Stürme sich über uns sammeln,/ Bleiben wir ruhig, wie mitten in der Heimat. […]/Und wenn wir uns aus der zerstreuten Asche von neuem unsern Herd errichten,/ Dann werden wir nebenbei auch der früheren Tage gedenken./ Wir werden auf das Feuer und seine Munterkeit lauschen, /Und fröhlich sein,/ wie der Hausvater, der von der Jagd zurückkehrt,/ Singend, wie er morgens singend ins Gebirge ging”. Ibid., p. 488.
[83] C. Schmitt, Völkerrechtliche Großraumordnung…, p. 81.
[84] Kurt Hübner, Die Wahrheit des Mythos, C. H. Beck, Múnich, 1985, p. 351.
[85] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 98.
[86] “Wir alle wollen einen Staat zu gründen wagen/ Und vor dem Anschlag auf das Alte nicht verzagen!/ Die Erde, die wir plündern, ist voll innerer Güte,/ Und ob der Mensch auch noch so unvernünftig wüthe,/ Erscheint trotz allem doch kein Frühling ohne Blüthe,/ Und diesmal ist es gar, als ob er sich verfrühte./ Die Erde spendet jetzt auch die geheimsten Gaben:/ Sie will bestimmt, daß wir nach ihren Schätzen graben/ Und uns im Alter durch Erspartes alle laben,/ »Es wird der Sohn es besser als sein Vater haben!”. Carl Schmitt, Theodor Däublers “Nordlicht”. Drei Studien über die Elemente, den Geist und die Aktualität des Werkes, Duncker & Humblot, Berlin, 3ª ed., 2009 [1916], pp. 30-31.
[87] Carl Schmitt, Theorie des Partisanen. Zwischenbemerkung zum Begriff des Politischen, Duncker & Humblot, Berlin, 1963, p. 26.
[88] Ibid., 15.
[89] Ibid., pp. 73-74.
[90] Schmitt, en este escrito, utiliza la palabra Heimat o Heimatboden.
[91] Ibid., pp. 35 y 93-96.
[92] C. Minca y R. Rowan, op. cit., p. 89.
[93] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 54.
[94] Ibid., p. 28.
[95] Cfr. M. Herrero, “La categoría del orden…”, p. 274.
[96] C. Schmitt, “Nehmen/Teilen/Weiden… ”, p. 491.
[97] M. Herrero, “La categoría del orden…”, p. 275.
[98] Cfr. C. Schmitt, Der Nomos…, pp. 43-44.
[99] Grimm, Jacob y Wilhelm Grimm, Deutsches Wörterbuch s. v. “Hegung”, https://woerterbuchnetz.de/?sigle=DWB#1, consultado el 29 de junio de 2023.
[100] Cfr. Schmitt, Der Nomos…, p. 13.
[101] Loc. cit.
[102] Ibid., p. 44. Véase también C. Schmitt, “Der neue Nomos…”, p. 518.
[103] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 44.
[104] Un Gau (plural Gaue) es un término alemán usado a lo largo de diferentes momentos de la historia para referirse a las regiones administrativas del país. Empleado originalmente en la Edad Media como concepto semejante al de comarca y recuperado después por los nacionalsocialistas para denominar las subdivisiones territoriales del Tercer Reich, un Gau corresponde aproximadamente en muchos casos con las provincias actuales. Este término ha sido castellanizado con la forma de govia, p.ej. Brisgovia, Argovia.
[105] C. Schmitt, Der Nomos…, p. 44.
[106] Cfr. C. Schmitt, “Nomos-Nahme-Name”, p. 576.
[107] C. Minca y R. Rowan, op. cit., p. 249.
[108] Ibid., pp. 89—90.
[109] M. Herrero, 1996; 276
[110] M. Eliade, op. cit., p. 45.
[111] C. Schmitt, “Der neue Nomos der Erde…”, p. 518.
[112] M. Herrero, “La categoría del orden…”, p. 273.
[113] C. Schmitt, Der Begriff…, p. 33.
[114] C. Schmitt, Der Nomos…, pp. 27-28.
[115] Ibid., p. 211.
[116] Ibid., pp. 211 y passim.
[117] Cfr. C. Schmitt, Völkerrechtliche Großraumordnung…, p. 11.
[118] C. Schmitt, “Nehmen/Teilen/Weiden… ”, p. 491 y C. Schmitt, Der Nomos…, pp. 39-40.
[119] C. Schmitt, “Nomos-Nahme-Name”, p. 576.
[120] Loc. cit.
[121] C. Schmitt, Der Nomos, pp. 43-44.
[122] C. Schmitt, Über die drei Arten..., pp. 40 y passim.
[123] C. Schmitt, “Nomos-Nahme-Name”, p. 576.
[124] Loc. cit.
[125] Loc. cit.
[126] C. Schmitt, “Nehmen/Teilen/Weiden… ”, p. 492.
[127] C. Schmitt, “Nomos-Nahme-Name”, p. 578.
[128] Virgilio, Geórgicas, trad. Tomás de la Ascensión Recio García y Arturo Soler Ruiz, Gredos, Madrid, 1990,  II, 173—177.