Editorial #78

Fotografía de Pamela Rangel al mural de Rafael Ortizgris Meixueiro en UDC, FES Iztacala.

 

Vivir y morir en tiempos de pospandemia

Apuntes para comprender el mundo después del apocalipsis

 

Hacia mediados del 2020, múltiples análisis dejaban entrever con cierta claridad no solo el nivel de sospecha con que habría que tomar la expansión de una pandemia con un virus sospechoso (por lo menos respecto de su origen), sino también las implicaciones que, para el curso de la vida social, esa pandemia tenía, así como las medidas que se tomaban mundialmente al respecto, con el pretexto de una seguridad sanitaria.

 

María Galindo (2020), por ejemplo, plantea desde Bolivia una serie de consideraciones en torno a aquello que la pandemia en curso implicaba. Habla de la importancia de saber insertar lo que se propagaba con el Sars-Cov-2, que no era únicamente un padecimiento, cuando esto sucede en una geopolítica precisa. Desde el sur de América, articula esa propagación con otras “pandemias” que en la región no han parado su curso en cientos de años: el fascismo, la colonización, la corrupción y la desidia estatal, la violencia patriarcal, el despojo territorial y el hambre; que son padecimientos que han arrasado con la región en todos sentidos y aspectos. Colonialvirus es un término que ella acuña para referir la articulación entre dichas pandemias.

 

Luego de casi tres años de aquella situación, hoy salen a la luz múltiples planteamientos documentados respecto de lo que se puso en marcha con ese gran experimento social (incluso para quienes parten del convencimiento de que todo fue una “emergencia sanitaria”, sería necesario considerar que todas las medidas fueron “experimentales”). Una gran aceleración de procesos políticos, sociales y económicos han tenido lugar desde que se inició el confinamiento mundial y algunos más se pusieron en marcha. Todos esos procesos, sin embargo, han alterado significativamente el vivir y morir en el planeta, puesto que la biopolítica inmunitaria en curso solo puede ser comprendida en las múltiples aristas de la administración de la vida, gestionar la vida es también gestionar la muerte.

 

Una monstruosidad apareció en medio de esas políticas experimentales. Se fue arrancando poco a poco la experiencia íntima de la muerte de un ser querido, la celebración de la muerte también se fue confinando y ha generado una experiencia más relacionada con el número de muertes que con la muerte en nuestro propio mundo de la vida; sucedió la sumisión de la experiencia de nuestros muertos a la muerte estadística. Un arrebato, entre otros que se han ido produciendo. Contar muertos se vuelve un oficio mercenario en los tiempos del horror.

 

La vida, en ese mundo de la muerte como amenaza a la “salud social”, ha devenido en un vivir como enfermo, para sentirse saludable, en una vida amenazada cada día por “nuevos brotes” y su potencial conversión en renovadas políticas de confinamiento. La experiencia de lo saludable también ha sido convertida en nueva taxonomía social sostenida sobre la distinción entre los que han sido convencidos de su ciudadanía sanitarizada-inmunizada- y aquellos que no se conforman con el estado de excepción inmunitario, que genera la amenaza constante de “perder” supuestos derechos que, como quedó claro con el confinamiento, el pasaporte sanitario, la imposición de medidas de excepción en cafés, restaurantes, cines, etc., nunca fueron “nuestros”.

 

Actualmente nos entregamos a la nueva normalidad que confirma eso que señala Amador Fernández -Savater (2002), que el apocalipsis ya fue, puesto que la historia no llega a su fin: “no hay última palabra, la pelea es interminable: la vida recomienza todo el rato. La temporalidad emancipadora es la del proceso, la del continuo, la de lo interminable.”. Y, sin embargo, existe una deuda con los muertos arrebatados durante el estado de sitio global pandémico, nos comportamos como si su memoria no fuera digna de ser ritualizada. No solo eso, dicho arrebato se ha extendido después del apocalipsis, la idea de superar, de cerrar ciclos, de clausurar la muerte y las pérdidas, es cada vez más expandida gracias a las teorías del duelo y su obsesión de concluir los vínculos. Nosotros no queremos cerrarlos, sino reanudarlos, reactivarlos y eso es algo que no solo ocurre entre los vivos.

 

Mayra Nava

Víctor Alvarado

Editores invitados