Albert von Keller, Bruja en la hoguera, 1912. Extraída de https://michelkoven.wordpress.com/2014/03/24/albert-von-keller/
El sueño de la razón produce monstruos.
Francisco Goya
Resumen
Después de varios siglos de haber sido estigmatizada y perseguida, en la actualidad la bruja es reivindicada por algunos movimientos feministas. Desde este hecho, la intención de este texto es problematizar las asociaciones simbólicas del imaginario de la bruja de la modernidad con determinadas formas de violencia ejercidas contra la mujer, hasta la actualidad. A través del trabajo de intelectuales mujeres como Rita Segato, Judith Butler, Silvia Federici, entre otras, se reconstruye un análisis de la figura de la bruja que busca comprender una genealogía de la historia de las ideas del pensamiento occidental a través de la vinculación entre la razón moderna y los sistemas patriarcales, que justifican modos de violencia, control, alienación, explotación y el uso de los cuerpos.
Palabras clave: Bruja, Imaginario, Cuerpo, Feminismo, Violencia, Racionalidad
Abstract
After centuries of being stigmatized and persecuted, the witch is currently vindicated by some feminist movements. From this perspective, the purpose of this text is to problematize the symbolic associations of the imaginary of the witch in modern times with certain forms of violence against women, up to present times. Through the work of female intellectuals such as Rita Segato, Judith Butler, Silvia Federici, among others, an analysis of the figure of the witch is reconstructed that seeks to understand a genealogy of the history of the ideas of Western thought through the link between modern reason and patriarchal systems, which justify modes of violence, control, alienation, exploitation and the use of the bodies.
Keywords: Witch, Imaginary, Body, Feminism, Violence, Rationality
Introducción
Un siglo deslumbrado por el resplandor de sus hogueras, ofuscado por la vanidad de sus propias promesas humanistas. Esa luminosidad del siglo XVI, de los cuerpos perseguidos, atados, expuestos e incendiados por las instituciones modernas. El Renacimiento se ilumina mediante los cuerpos de las brujas consumidos en las piras, en pro de la fe y la razón.
Este texto nace de la necesidad por comprender el pensamiento, el nuestro y el de occidente, a través del estudio de la violencia sobre la mujer encarnada en la idea de la magia y la representación del placer femenino. Aquí se articulan una serie de inquietudes y diálogos que problematizan y dan sentido a una sospecha relacionada con la persecución y matanza de brujas durante el Renacimiento, donde en dicha época de la historia se crea un imaginario social en el cual se comienza a perfilar una idea muy precisa de quiénes son y cómo son las brujas.
Este otro siglo de las luces –no nos referimos a la Ilustración, sino al siglo de la persecución y muerte romantizada por la luminosidad de sus hogueras– es el germen desde donde brotan significaciones y significantes que se van a manifestar en las mujeres emergentes del orden patriarcal establecido, y que seguirán apareciendo en el imaginario social instituido hasta el presente, en el momento en que nos encontramos escribiendo estas líneas.
Es pues la contemporaneidad del siglo XXI el lugar y el tiempo donde se formula la siguiente pregunta: ¿Es viable, oportuno y atinado buscar características en común entre las mujeres acusadas de brujería en el Renacimiento y las mujeres que en la actualidad son violentadas en diversas formas y grados?
A través de la revisión de una tesis desarrollada por Rita Segato, antropóloga y activista feminista argentina, en su libro titulado “La guerra contra las mujeres”, acerca de la diferencia entre la quema de brujas en el medioevo europeo y los feminicidios contemporáneos, argumentaremos que existe una continuidad genealógica en la historia del pensamiento occidental, sostenida en la figura de la bruja.
Recuperamos la noción de imaginario social del filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis, desarrollado en sus obras “La institución imaginaria de la sociedad” y en “Las encrucijadas del laberinto”, principalmente los volúmenes II y VI. A través de este concepto, profundizaremos sobre la figura de la bruja para posicionarnos críticamente en la historia de las ideas, tomar distancia del concepto de razón como principio dominante del pensamiento occidental, y reconocer otros procesos para la comprensión de nuestra contemporaneidad.
Después de todo, como señala Giorgio Agamben, “puede llamarse contemporáneo solo aquel que no se deja cegar por las luces del siglo y es capaz de distinguir en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad”[1]. Es en esta coincidencia de tiempos, la del siglo XXI y la nuestra, la de los autores, desde la que tomamos distancia de esto que somos en la actualidad para repensar el siglo XVI, iluminado por los cuerpos al rojo vivo de mujeres perseguidas, asediadas, torturadas, incendiadas.
Finalmente, es necesario aclarar que en esta versión de la historia, no presentamos a las mujeres como unas víctimas de un sistema patriarcal –todos lo somos, de hecho, hombres y mujeres padecemos, en diferentes formas, la reproducción de la violencia de semejante jerarquización de valores–, lo que se busca son formas de enunciación y análisis de los colectivos feministas y cómo han logrado apropiarse de estas significaciones imaginarias de la bruja, para reivindicar a las que ya no están, a las que están y a las que estarán.
Capitalismo, patriarcado y violencia simbólica
En el libro “La guerra contra las mujeres”, Rita Segato (2021) escribe lo siguiente:
La quema de brujas en el medioevo europeo no equivale a los feminicidios contemporáneos, pues aquella representaba una pena pública de género, mientras los feminicidios contemporáneos, aunque sean realizados en medio del fragor, espectáculos y ajustes de cuentas de las guerras paraestatales, nunca alcanzan a emerger de su captura en el imaginario, de los jueces, procuradores, editores de medios y la opinión pública en general.[2]
La autora interpreta estos dos momentos de la historia de occidente –la quema de brujas y los feminicidios contemporáneos– como una genealogía que aparentemente no se pueden equiparar, porque en ellos subyacen causas particulares que los hacen fenómenos distintos. Sin embargo, el hecho de que los crímenes cometidos contra las mujeres no sean ejercidos única y llanamente para satisfacción de un apetito sexual, y de que dichas violencias no sean procesadas bajo el criterio de perspectiva de género, no impide que sean interpretadas como una omisión en razón de género.
La ausencia de este discernimiento en el Estado moderno es por sí mismo violenta y patriarcal, se trata de una violencia estructural que niega y destruye los cuerpos, que manifiesta formas de dominación vinculados con la cultura y diversas expresiones simbólicas de una comunidad, estas se vinculan directamente con la violencia simbólica, desarrollada por Pierre Bordieu en “Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción”; se trata de una violencia normalizada, inadvertida, que logra obediencia y humillación, “arranca sumisiones” sin ser percibida como violencia, se encarna como expectativas y creencias colectivas.[3]
En este sentido, es válido desplazar el problema de género a otra época que no es la nuestra, que permita identificar y nombrar similitudes de un fenómeno y otro, esto resulta necesario para seguir visibilizando y denunciando las llamaradas de violencia patriarcal desde la modernidad.
En este contexto, habrá que reconocer dos grandes enemigos de las mujeres: el capitalismo y el patriarcado. Estos dos monstruos gigantescos que destruyen y engullen todo lo que tocan con sus tentáculos que gravitan y se insertan en lo más profundo de la psique humana. Estos Cthulhus[4] producen las formas de explotación más violentas y misóginas de la modernidad, y se extienden con furia hasta el nuevo milenio.
Fuera de figuras retóricas, definimos a continuación, brevemente, ambas categorías: el patriarcado es un sistema histórico-social que impone, sostiene y regula el dominio de lo masculino sobre lo no-masculino, como una lógica jerárquica de género binaria; en palabras de Segato: “es la estructura política más arcaica y permanente de la humanidad”[5]. En cuanto al capitalismo, es un modelo histórico, económico y social de acumulación que expropia y explota la fuerza de trabajo y los medios de producción, según algunos teóricos, como Karl Marx en “El Capital”, Alfred Marshall en “Principios de economía” o John Keynes en “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, coinciden en que comienza a perfilarse alrededor de los siglos XIV y XV en Europa.
Para la filósofa Silvia Federici es de vital importancia analizar la acumulación originaria desde el feminismo, en “Caliban y la bruja” sostiene que uno de los principales vacíos en la “Crítica de la economía política” de Marx es la ausencia de las mujeres en la explicación del funcionamiento de los procesos producción de la fuerza de trabajo y en su crítica a la alienación, y añade lo siguiente: “tampoco aparece ninguna referencia a la gran caza de brujas de los siglos XVI y XVII, a pesar de que esta campaña terrorista impulsada por el Estado resultó fundamental a la hora de derrotar al campesinado europeo, facilitando la expulsión de las tierras que una vez detentaron en común”[6].
La cita anterior resulta crucial para situar los orígenes del capitalismo y tratar de articularlo con el cambio paradigmático del Renacimiento, en donde el poder patriarcal se ejerce directamente sobre el cuerpo de las mujeres. Asimismo, una de las tesis principales de esta misma autora afirma que la fuerza de trabajo normalmente atribuida al proletariado masculino ha sido sostenida por el trabajo doméstico que llevan a cabo las mujeres en el hogar: la reproducción, la crianza, la alimentación, los cuidados, etc., circunscribiendo al cuerpo de estas mujeres al espacio privado[7].
Este cercamiento propicia que los espacios “adecuados” para las mujeres se vuelvan casi inexistentes. Por lo tanto, las actividades y los roles femeninos se reducen al ejercicio y administración del hogar, en donde se aplica una domesticación que, en caso de no ser acatado, se pone en juego hasta la vida misma.
¿Quiénes eran, pues, estas mujeres acusadas de brujas?
Principalmente aquellas que poseían determinado conocimiento empírico como la herbolaria, la predicción, la adivinación, la preparación de pócimas para aliviar ciertos males o afecciones corporales y la obstetricia.
Estos saberes permitían a las mujeres tener control sobre los ciclos de vida, de la naturaleza, de reproducción, nacimiento y muerte, y por supuesto, de sus propios cuerpos. Una vez que la ciencia y la racionalidad moderna se instituyen, las mujeres son excluidas en la comprensión y manipulación de las fuerzas físicas y astrales; las parteras, por ejemplo, son marginadas de la medicina: “con la marginación de la partera […] (las mujeres) fueron reducidas a un papel pasivo en el parto, mientras que los médicos hombres comenzaron a ser considerados como los verdaderos dadores de vida”[8].
En esta cita, extraía del libro ya citado de Silvia Federici, se describe el proceso de exclusión ejercida sobre la mujer y sus profesiones, las mujeres en el medioevo eran consideradas como sabias, amigas del pueblo y a quienes el mundo feudal recurría para diferentes servicios, luego, con la institucionalización del saber médico comenzaron a ser señaladas, estigmatizadas y perseguidas.
Según algunos historiadores, con la precarización del campesinado, el gradual avance de la ciencia moderna y las guerras religiosas europeas, las mujeres atravesaron por un grave periodo de pauperización. A su vez, dichos procesos construyeron una estética específica alrededor de la figura de la bruja que se manifiesta en arquetipos que perviven en la contemporaneidad.
Figura 1. Ilustración de John Gilbert, para el libro “Las brujas de Lancashire” 1858. Consultada el 17 de julio 2023 de: https://es.wikipedia.org/wiki/Bruja#/media/Archivo:The_Lancashire_Witches_10.jpg.[9]
El Malleus Maleficarum, publicado por vez primera en Estrasburgo, en 1487, fue una obra coyuntural para establecer las características de los herejes y las brujas. Se trata de un tratado de brujería escrito por Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, un par de religiosos dominicos dedicados a describir con vehemencia cómo determinar y clasificar a quienes han sucumbido a las garras demoníacas.
La mujer anciana, precarizada y viuda es leída como bruja. La mujer-bruja que habita solitaria en el bosque, que prepara pócimas y diferentes brebajes en un caldero es probablemente uno de los arquetipos más populares en la cultura occidental. Asimismo, el asociar características físicas como la nariz puntiaguda prominente y verrugas en el rostro con la fealdad, forma parte de las significaciones que se encarnan en el imaginario.
¿Cómo se da este proceso en particular en la psique social?
Desde la noción de imaginario social de Cornelius Castoriadis hemos construido un dispositivo para explicar el proceso de formación de la figura de la bruja. Se trata de una creación constante de significados que articulan y dan sentido a la sociedad y su regulación, es social en el sentido que su creación es anónima, impersonal, ningún individuo particular tiene la capacidad de inventarlos.
Dicho de otro modo, un imaginario social es un entramado de significados que se encarnan, se instituyen en las diversas esferas de la sociedad: códigos, discursos, espacios públicos y privados, formas de enseñanza, saberes; tiene la capacidad de dar sentido a la dinámica social, hace funcionar el universo semántico de un grupo de individuos, es una clave que permite leer el mundo. En este sentido, sostenemos que en la figura de la bruja se ha articulado un imaginario y una clave para la comprensión de las formas de violencia reproducidas durante la configuración de la racionalidad moderna, y, en particular, sobre los modos de dominación y marginación de la mujer y su función en las sociedades a partir del siglo XVI.
De regreso al “Calibán y la bruja”, Silvia Federici ofrece una explicación sobre cómo se originan los desplazamientos que excluyen a las mujeres ancianas pertenecientes a las clases trabajadoras, donde dicha situación ocasionada por las demandas capitalistas las estigmatiza y las vulnera. Esta problemática merecerá un estudio profundo en otro momento, ya que, por ahora, rebasa las intenciones inmediatas de este trabajo.
Otra de las figuras que sobresalen del imaginario de la bruja es su erotización, la representación de la mujer gozosa, pensada como un cuerpo sexuado, con la capacidad de tener placer, desnudo, bello, exuberante, de larga cabellera alborotada; no obstante, su capacidad de experimentar placer queda condenada como un goce imposible, debido a su vínculo con lo diabólico; la posibilidad orgásmica de las brujas es orgiástica, doblemente condenada, primero por la promiscuidad que involucran un aquelarre, y luego porque se trata de encuentros sexuales con el Diablo mismo y vuela en escobas durante la noche.
La investigadora mexicana Esther Cohen ejemplifica lo anterior con un apartado del Malleus Maleficarum, en donde se describe la siguiente escena:
En cuanto al modo de transporte, resulta ser éste: […] las brujas, por instrucción del diablo, fabrican un ungüento con el cuerpo de los niños, sobre todo de aquellos a los que ellas dan muerte antes del bautismo; ungen con este ungüento una silla o un trozo de madera. Tan pronto como lo hacen se elevan por los aires, tanto de noche como de día, visible e invisiblemente, según su voluntad, porque el diablo puede ocultar un cuerpo interponiendo otro objeto… por medio de este ungüento, realizado con el fin de privar a los niños de la gracia y de la salvación, el demonio actúa la mayor parte de las veces; empero parece que muchas veces ha realizado transportes semejantes sin su ayuda. A veces transporta a las brujas sobre animales que no son animales verdaderos, sino demonios que han adoptado su forma; o incluso ellas se transportan sin ninguna ayuda exterior, simplemente por el poder del diablo que actúa invisiblemente.[10]
Así pues, una primera impresión sobre la cacería de brujas es la prevalencia de una contradicción entre el pensamiento renacentista, racional, humanista, contrapuesta con la paranoia colectiva y la violencia del asedio, tortura y exposición de mujeres condenadas y asesinadas públicamente. Sin embargo, situar el fenómeno en su contexto vuelve completamente coherente –y no por ello legítimo– esta necesidad imperiosa de crear un chivo expiatorio para justificar la imposición de las nuevas formas de control social. “Su suerte [la de la bruja] está echada: su sexualidad acecha como el demonio y sólo sus cenizas serán capaces de apagar ese fuego”[11].
¿Cómo se vinculan las brujas y las mujeres contemporáneas?
Dar respuesta a esta pregunta involucrará un trabajo profundo de investigación que será llevado a cabo en otro espacio. Sin embargo, como fue anunciado al inicio de este trabajo, la intención fundamental del texto ha sido construir una problemática que sirva de guía para esclarecer una serie de asociaciones simbólicas del imaginario social renacentista y a la genealogía de los modos de violencias perpetuados hasta la actualidad. Aun así, resulta prudente nombrar algunos hallazgos preliminares.
En el imaginario de la bruja se logran reconocer dos imágenes que parecen contraponerse: por un lado, la figura de bruja anciana, con rasgos físicos de decrepitud y decadencia, y por el otro, la de la bruja gozosa, joven, bella, erotizada. En este imaginario sobreviven dos figuras contradictorias, y se incorporan a la condición de lo femenino, claramente construido y pensado en un mundo repleto de binarismos, develando la materialidad del cuerpo como efecto de poder.
El uso de los cuerpos y el daño corporal tiene como telón de fondo lo que Judith Butler nombre “la consideración de la escenografía y la topografía […] orquestada mediante una matriz del poder”[12]. Esta matriz de dominación queda reproducida en diversos modos de violencia estructural y simbólica, distribuida y jerarquizada en el uso de los cuerpos, en el derecho de disponer de ellos, de confeccionarlos, definirlos, asediarlos, perseguirlos, atarlos y, finalmente incinerarlos.
Un segundo hallazgo es el hecho de que, en este binarismo de lo femenino las brujas son poseedoras de un conocimiento desinstitucionalizado y que posiblemente tiene un vínculo importante con los afectos, los cuales se piensan como opuestos a la razón. En esta lógica racional se menosprecian y se anulan estas otras posibilidades para percibir la realidad.
Finalmente, en tercer lugar, se reconoce el ejercicio de la violencia directa –tortura, muerte y exposición– como un ejercicio donde se desmonta la maquinaria pública del poder a través de una “resonancia de los suplicios” –como titula Michel Foucault al segundo apartado del Capítulo I de su obra “Vigilar y castigar”– que mancilla los cuerpos femeninos para aleccionar a la población y mostrar el dominio de la masculinidad a través del terror de la persecución y tortura, del uso de los cuerpos femeninos, de las brujas, para iluminar con grandes hogueras el siglo donde comienza la razón moderna.
Conclusiones: colectivos feministas, una magia reivindicadora
Para aterrizar el problema en la sociedad del presente, habría que tomar en cuenta la dueñidad, la cual se define como la forma más extrema del patriarcado. Esta noción es acuñada igualmente por Rita Segato en su obra ya citada, quien explica que, en la fase actual del capitalismo el concepto de desigualdad no alcanza a explicar el problema de violencia simbólica ni los problemas de alienación contemporáneas. El patriarcado es fundamental para que el capitalismo emprenda caminos antes inimaginables hacia la acumulación y la concentración de riquezas.
Coincidimos que no es posible establecer un motivo racional para comprender la violencia ejercida hacia las mujeres. En el Estado moderno se configura un sistema de exclusión para aquellos que no pertenecen a semejante maquinaria: “la modernidad es una gran máquina de producir anomalías de todo tipo y ejecutora de expurgos”[13], señala Rita Segato en su manifiesto.
El Renacimiento, esta cuna de nuevos paradigmas, moldea el sistema patriarcal y siembra las semillas del capitalismo, ambos legitiman la presencia y predominio de semejante sistema económico de explotación. Del mismo modo, su maleabilidad y flexibilidad los vuelve inamovibles, es así como se rompe la asimetría entre hombre y mujer para dar paso a nuevas tensiones –como es el caso de los conocimientos empíricos y la magia, el ejercicio libre de la sexualidad de las mujeres, o la emancipación femenina que tiene lugar en los años setenta del siglo pasado–.
Lo dicho anteriormente deja nuevas preguntas: ¿por qué estos simbolismos atribuidos a la figura de la bruja son interpretados como receptores de violencia o depósitos de odio? ¿Son los significantes que en el Renacimiento llevaban a una mujer a ser acusada de bruja los mismos que a una mujer en la actualidad la colocan como víctima de violencia y muerte?
El escenario puede ser sombrío y escabroso, empero los feminismos y los colectivos feministas se han mantenido como una resistencia que, al paso de las décadas, se ha nutrido de diversas posturas y propuestas que han logrado cambios y avances importantes para una buena parte de la sociedad. Esto no quiere decir que estos cambios se den de manera uniforme en el mundo entero, o que respondan a las necesidades de todas las mujeres, pero el impacto que estos movimientos sociales han tenido en la época contemporánea definitivamente se debe reconocer y visibilizar.
Para muchas feministas, las características por las cuales las brujas fueron perseguidas y quemadas en las piras, son las mismas características por las cuales ahora se lucha y se reivindica. A pesar de diversos desacuerdos entre los feminismos, cientos de miles de mujeres han salido a luchar contra la violencia hacia la mujer, a exigir derechos reproductivos tomando decisiones en comunidad.
Pensar los colectivos como una horizontalidad en donde se busca la autonomía puede ser un camino de emancipación. Únicamente el movimiento feminista ha logrado que la caza de brujas saliera de la clandestinidad a la que se le había confinado, afirma Federici en “Caliban y la bruja”[14]. Gracias a la identificación de las feministas con las brujas, adoptadas pronto como símbolo de la revuelta femenina, las feministas reconocieron que miles de mujeres no podrían haber sido masacradas de no haber sido porque planteaban un desafío a la estructura de poder.
“Nosotras, hermanas brujas del único y verdadero subsuelo, anunciamos nuestra presencia y comenzamos nuestro hechizo. Somos brujas y somos mujeres. Somos liberación. Somos nosotras. W.I.T.C.H.[15] es también una estrategia, un medio de subversión: la brujería”.[16]
Bibliografía
- Agamben, Giorgio, Desnudez, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2001.
- Bordieu, Pierre, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Anagrama, Barcelona, 1999, p. 173.
- Butler, Judith, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidós, Buenos Aires, 2022.
- Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad, TusQuets, Ciudad de México, 2013.
- ___ , Los dominios del hombre. Las Encrucijadas del laberinto II, Gedisa, Barcelona, 2005.
- ___ , Figuras de lo pensable. Las Encrucijadas del laberinto, FCE, Ciudad de México, 2002.
- Cohen, Esther, Con el diablo en el cuerpo. Filósofos y brujas en el renacimiento, UNAM, Ciudad de México, 2003.
- Federici, Silvia, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Traficante de sueños, Madrid, 2017.
- Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, Ciudad de México, 1998.
- Keynes, John Maynard, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, Ciudad de México, 1965.
- Kramer, Heinrich y Jacobus Sprenger, Malleus Maleficarum. El martillo de los brujos, Ediciones Orión, Ciudad de México, 1975.
- Lovecraft, H. P., La llamada de Cthulhu: relatos y poemas del espacio sideral, EMU, Ciudad de México, 2023.
- Marshall, Alfred, Principios de economía, El consultor bibliográfico, Barcelona, 1931.
- Marx, Karl, El capital, vol. I. FCE, Bogotá, 1976.
- Segato, Rita, La guerra contra las mujeres, Prometeo Libros, Argentina, 2021.
Notas
[1] Giorgio Agamben, Desnudez, Adriana Hidalgo editora, ed. cit., p. 22.
[2] Rita Segato, La guerra contra las mujeres, ed. cit., pp. 22-23.
Segato hace la referencia de la quema de brujas en el medioevo, en donde comienzan estos métodos de castigo y muerte. Sin embargo, yo parto del Renacimiento, ya que es un momento en la historia del mundo occidental en donde el uso de la hoguera para dar muerte y expiación a los herejes y brujas, llega a uno de sus momentos más críticos propagándose no sólo a través del continente europeo, sino a las colonias de ultramar.
[3] Pierre Bordieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, ed. cit., p. 173.
[4] Cthulhu –Nos permitimos usarlo en plural como una figura retórica evocada en el texto– es un personaje de la literatura de H.P. Lovecraft que forma parte central de ese universo literario llamado horror cósmico. Cthulhu habita en las profundidades del océano. En “La llamada de Chtulhu” es descrito como un monstruo ligeramente antropoide, pero con una cabeza de pulpo cuyo rostro es una masa de tentáculos, un cuerpo escamoso con cierta elasticidad, cuatro extremidades con garras enormes, y un par de alas largas y estrechas en la espalda. Tiene la capacidad de alterar su forma, aunque siempre es básicamente la misma. Su cuerpo escamoso está compuesto por una especie de masa gelatinosa que lo hace prácticamente indestructible. Incluso si su cuerpo físico es destruido, su naturaleza extraterrenal lo haría volver a formarse en horas.
[5] Segato, ed. cit., p. 17.
[6] Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, ed. cit., pp. 93-94.
[7] Idem.
[8] Ibidem, p. 141.
[9] Representación común de las brujas donde se observan símbolos específicos que están instituidos en el imaginario social del Renacimiento hasta nuestros días.
[10] Esther Cohen, Con el diablo en el cuerpo. Filósofos y brujas en el renacimiento, ed. cit., p. 40.
[11] Ibidem, p. 69.
[12] Judith Butler, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, ed. cit., p. 55.
[13] Segato, Op. Cit., p. 23.
[14] Federici, Op. Cit., p. 225.
[15] Bajo las siglas de W.I.T.C.H. (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell. Nueva York, 1968-1970).
[16] Idem.