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La paciente de la que quiero contarles se llama Socorro, pero no paro de decirle Rosario que es el nombre de la madre.
Socorro tiene cuarenta años, se advierte que fue bella, su rostro tiene una expresión dura, inteligente, inconforme. Se alegró de conocerme. Es octubre de 2004 y me dice que saldrá el martes siguiente.
Su madre vino a visitarla, su tío le ofreció trabajo, venderá ropa en un puesto, pero teme que lo que gane no le alcance para comprar la medicina. No quiere volver al hospital, lleva muchos reingresos en tres o cuatro años.
¿Dónde empezó todo?
Vivía con un hombre malo, dice ella, que me pegaba y me quitó a mi hijo. Él vivía conmigo cuando se casó por lo civil y por la iglesia con otra, y no me había dicho nada. A mi me quería nada más para un rato. Su hijo vive con el padre “Dice que no puede vivir conmigo porque estoy enferma”.
Socorro, desolada, sin hijo, deambula perdiendo el dinero que le pagan por la venta de cosméticos por encargo, su locura parece expresarse en el desorden del dinero.
Socorro no cobra, o cuando le pagan no paga la mercancía que le fiaron, como si no supiera de quién es cada cosa, ¿qué le corresponde? Se pierde ahí donde perder lo que es suyo se vuelve cotidiano, donde su hijo es de otra; donde su compañero la traiciona, donde no sabe con qué y con quién contar.
Tuvo una hija con otro hombre y también se la quitaron pero al que quiere es al primero, al que la traicionó.
Socorro es su nombre y yo insisto en llamarla como la madre, ROSARIO. Ella me lo aclara, no obstante insisto, la liga entre las dos se inscribe en mí de una manera fuerte.
Socorro sale y entra al hospital psiquiátrico. Tres años después la veo salir nuevamente con su vestido de flores. Voy a despedirla y me presenta a sus hermanos, a quienes hago un comentario.
¡Lea su expediente! me dijo su hermano exasperado, usted no sabe nada. Eso ya me lo han dicho los familiares de varios pacientes. El hermano me increpa cuando yo les decía que la causa de su “enfermedad” radica en que está separada de sus hijos.
A ella la encontraron en el río, me grita el hermano, porque trataba de matarlos ¿Ya leyó el expediente?.
Socorro es una madre sin hijos, le falta también un dedo, está prácticamente muerta. ¿Qué quieren que olvide con las pastillas? Socorro está perdida como una cuenta rota del rosario, Rosario, su madre que ha muerto recientemente.
Si mis hijos no me quieren ver, me dice Socorro, hago como que no existen. Y es ella la que no existe, la que huye embotada en medicinas completamente sola, escoltada por un hermano y su hermana que no escuchan. Socorro se va sin nadie.
Socorro fue internada en el hospital en los días álgidos de la inundación. Se encontraba ayudando en un albergue cuando al parecer tuvo un altercado con su hermana que, a partir de ese día, no la deja entrar a su casa.
Debido a sus antecedentes “Psiquiátricos” la llevaron al hospital, donde su desorganización aumentó.
Me habla de lo insoportable que es vivir con su hermana porque esta tiene un amante más chico que ella y que le pega. Además es intolerable para Socorro que él mientras hace figuras de artesanía, cabezas Olmecas, ve películas pornográficas, y siente que la pornografía y la maldad pasan a su obra plástica, contaminando las figuras de barro ¿Cómo venderlas así? ¡Cómo atreverse a transmitir el daño sexual que hace hijos con malas ideas!
Socorro seguía internada y yo hablaba con ella, pero llegó el día en el que solo repetía una pregunta ¿Será que mi hermano me reciba? Como una variante de las que me había formulado antes precisando una respuesta exacta ¿Será que van a venir mis hermanos?, ¿sí van a venir verdad?, yo quiero oír una respuesta de su boca, insistía. Y yo siempre le contestaba no podemos saberlo, ojalá que sí pero no podemos saberlo. Socorro deambulaba temblando con cara de angustia extrema, estaba desesperada, nadie la esperaba y al parecer también a mí me había perdido porque ya no soportaba más las entrevistas con ella. Sentía que no íbamos hacia ningún lado y persistía mi insistencia en llamarla Rosario, advirtiendo que la presencia de la madre muerta deambulaba entre nosotros como un fantasma.
A veces Socorro solo recostaba la cabeza en mis piernas y permanecía en silencio. Apreciaba esos momentos en que mi presencia la acompañaba y eso hacía que me desistiera de mi deseo de abandonarla. En mí ella había encontrado un lugar para estar, y eso no era poca cosa.
Si Dios hace milagros, ¿por qué será que Dios se porta mal conmigo?, ¿por qué a los marihuanos de ahí no les da temblor y a mi sí? Yo no hice mal, yo tuve un hombre que me pegaba y me quitaba el dinero. Me hicieron daño en el Tribunal Superior de Justicia donde trabajaba, la señora esa, como le gustaba la brujería a mí me ponía a hacer el trabajo de otra. ¿Qué cosa le hice yo?, ya llevo siete años con la enfermedad, me he gastado todo mi dinero en medicinas. Yo lo que quiero saber es si mi hermano me va a recibir, quiero oírlo de la boca suya”.
“¿Ud. cree? lo que Dios me dice es vergonzoso: “yo soy tu Dios, mámame la verga” ¡Si yo soy alguien que mandó! ¿Por qué ahora todos me mandan?, ¿por qué Dios me hará tanto daño doctora?
Pienso en la jefa, la que manda –la madre, la bruja de la oficina- y mi constante lapsus que remite a la maternidad fallida, entonces me atrevo a decirle:
¿No tendrá que ver con que usted dejó a sus hijos?
Socorro se levanta y se va, vuelve y repite ¿Por qué será que Dios me ha hecho tanto daño, doctora? Pero yo no hago caso de su pregunta y le digo la otra vez, cuando usted salió, usted me dijo que iba a ir a buscar a sus hijos.
-Y si fui, pero no quisieron venir.
Socorro no quiere hablar de eso, se para en repetidas ocasiones pero su acto habla, como si prefiriera estar loca que sufrir el dolor de la pérdida de los hijos, y vuelvo a la carga:
¿Usted intentó hablar con sus hijos cuando salió, y qué pasó?
-No quisieron, ninguno quiso venir conmigo, quieren estar con su papá.
Supe que estábamos al borde de lo insoportable pero no podía yo hacerme la loca, ni ella hacerse loca y hablar de otra cosa. Me quedó claro que con Socorro no había otro tema pues claramente deambula en la locura como la Llorona aúlla en el campo.
Cuando más tarde la encuentro en la sala de rehabilitación, Socorro me dice, Doctora, qué bueno que hablé con usted. Mi mamá tenía en su ropero unos aretes y dinero, se los robó mi hermano pero a ella no le importó porque todo era para él, hasta yo, porque me entregó como prostituta, ¿verdad que eso no se le hace una hija?
Usted me dice Rosario, pero yo no soy ella, yo prefiero matar a mis hijos que hacerlos que vivan lo que ella me hizo vivir.