“(…) mientras en la Unión Soviética el Estado regía los medios, en nuestro país tenemos un Estado regido por los medios.” N. S. Lyons.[1]
Algunas veces se utiliza la idea del pez viviendo en el agua que no sabe que está en el agua por estar rodeado por ella y acostumbrado a la misma, para referirse metafóricamente a situaciones análogas en las que la condición fundamental queda en la inconciencia. Una de tales situaciones es la relación entre los medios de comunicación de masas y la política democrática. Estamos tan acostumbrados a dicha relación que ya no la vemos e insistimos en tratar de entender la política contemporánea como una magnitud independiente de los medios de comunicación de masas. En este texto partimos de la relación entre la política contemporánea como política de masas, por un lado y, por otro, los medios de comunicación de masas. Con tal correlación en mente llegamos a la conclusión de que la democracia liberal no tiene ya ninguna posibilidad de largo plazo, porque a) los medios de masas posibilitaron la política de masas y b) dicha política se caracteriza por un moralismo emotivo que impide toda discusión, negociación y acuerdo, los cuales son, justamente, en lo que consiste la democracia liberal, posibilitando en particular que la elección de dirigentes sea la alternativa al conflicto violento. Debemos darnos cuenta de que prácticamente toda teoría política presupone una situación mediática específica pero no es común tematizar tal situación. Toda politología realmente seria tiene que ser politología mediológica. Este texto es un ensayo de filosofía política mediológica.
1. Conspiraciones, golpes palaciegos, alianzas y traiciones
En las sociedades premodernas, previas a las democracias, sin entrar aquí mayormente a la discusión de las sociedades contemporáneas no democráticas, la política en el sentido tradicional de la “lucha interna por el poder” se dio siempre a la manera de conspiraciones, golpes palaciegos, alianzas y traiciones, y estas últimas también fueron centrales como “política exterior”. Dejando de lado el caso de grupos tribales muy primitivos, en todos los demás casos siempre se trató de sociedades estamentarias, de clases o castas de nacimiento, en las que los conflictos y luchas políticos, es decir, por el poder, ocurrían siempre en el estrato dominante, siempre muy reducido respecto de la población de la sociedad correspondiente. En general la población no era homogénea, estando dividida en estamentos o clases que formaban una terrenalidad muy lejana de las nubes del poder en el estrato dominante. Ahí, en esas nubes, ocurrían las conspiraciones, los golpes palaciegos, los magnicidios, los cambios dinásticos, etc., y aunque ocasionalmente los estratos dominados se vieran afectados o incluso arrastrados a esas luchas en calidad de simples peones de combate, en realidad todas esas perturbaciones no eran asunto suyo, realmente no les incumbían directamente. Así, en la Europa feudal, el cambio del señor feudal mediante la conquista del dominio por otro señor feudal, no conllevaba ningún cambio para la vida en las aldeas campesinas. Más tarde, el paso de zonas enteras de un reino a otro, tampoco alteraba en nada importante la vida de los campesinos ni de los artesanos habitantes de las ciudades independientes. Si el rey tenía su trono en Berlín o en Viena, en Moscú o en Varsovia, para la inmensa mayoría de la población eso era irrelevante en su vida cotidiana. Frente a los cambios “políticos” en general todos los estamentos seguían como antes, es decir, como figuras del trabajo dividido hereditariamente y realizado con una tecnología muy estable, al tiempo que las relaciones complementarias entre los estamentos seguían siendo las mismas.
2. La población, los estamentos y las masas
Lo importante de la situación premoderna es que simplemente había población, pero no había masas, había, precisamente, estamentos a los que los individuos pertenecían de nacimiento y en general morían en esos mismos estamentos. En esas sociedades valía el dicho “origen es destino”, la gente se mantenía hasta la tumba en el estamento en el que nacía, de manera hereditaria. En tales condiciones no podía haber política como política de masas. Simplemente no había masas. Las masas son un fenómeno social que supone la abolición de los estamentos, una igualdad social característica de la democracia – o de las “democracias populares” de los países “comunistas” –. En el muy famoso caso de la democracia ateniense, existían los hombres libres y los esclavos, estos excluidos del funcionamiento democrático, al igual que las mujeres y los extranjeros – por lo demás, los extranjeros siguen excluidos de toda democracia hasta el día de hoy –. Lo que nos interesa en este trabajo son las extensas poblaciones que en la modernidad corresponden a los ciudadanos de órdenes democráticos, discusión para la cual la democracia universal, es decir, no censataria y que incluye a las mujeres, es un asunto secundario. Lo importante es que “las masas” de los órdenes sociales democráticos, los cuales hasta los años 60s suponían poblaciones bastante homogéneas socio demográfica y culturalmente, se basan en la ausencia de los estamentos, clases o castas sociales hereditarias – con la única excepción de la India –. Es en la ausencia de estamentos hereditarios que, bajo ciertas condiciones a discutir, la población deviene la masa, en principio homogénea.
3. El presupuesto comunicativo de la existencia de las masas
Ahora bien, un análisis cuidadoso del surgimiento de la ciudadanía que superficial pero equivocadamente equivale a las masas, es decir, un análisis de la constitución de las democracias mediante la eliminación de las sociedades de clases estamentarias o hereditarias, reviste una gran importancia pero rebasa por mucho los límites impuestos a este trabajo. Sin embargo, lo que sí debemos esbozar aquí es que la “ciudanía” de un país democrático que deviene “la masa” o “las masas”, con la homogeneidad que el término “masas” supone, es un problema mediológico, específicamente comunicativo. De hecho, la “ciudadanía” y las “masas” son dos formas sociopolíticas que corresponden a dos formas mediáticas, según quedará claro más abajo. La abolición de los estamentos, más allá de los decretos revolucionarios – y de la decapitación de los nobles y clérigos en el caso clásico de la Revolución Francesa –, va de la mano con la comunicación entre iguales, gente que sabe de alguna manera que apareció una esfera “pública”, algo que es de la incumbencia de todos, algo de lo que pueden hablar todos porque a todos interesa. La igualdad no es un decreto sino una actitud mental con transfondo comunicativo. El que se considera igual a los demás y a los demás iguales a él, ese piensa en ellos como aquellos con los que se puede comunicar directamente.
En general, tratándose de la democracia ateniense suele estar presente la referencia al ágora como la plaza pública en la que los atenienses discutían los asuntos de su ciudad Estado. Si lo piensa uno resulta obvio, pero en realidad no lo es tanto, que el ágora como lugar de reunión y discusión, es decir, la asamblea en el ágora, era el presupuesto tecno comunicativo para la democracia ateniense. Mientras que la “audiencia” o su equivalente es una comunicación entre desiguales, la “reunión” es ella misma una tecnología para el acuerdo entre iguales, como también lo es en el caso de los consejos de ancianos de las tribus primitivas o de los patricios en la ciudades renacentistas, solo que en el caso ateniense los “iguales”, con los mismos derechos, eran todos los hombres en capacidad militar, los guerreros, por eso era necesaria el ágora, para la reunión de un número importante de individuos considerados iguales entre sí, como reunión abierta a todos ellos.
El fenómeno de la asamblea en el ágora, en tanto comunicación abierta entre todos los “iguales” del grupo social que era Atenas, es cercano a la existencia de las “masas” de las democracias surgidas a partir del siglo XVIII en Occidente y sin embargo es muy diferente de ellas. La ciudad Estado griega era una tecnología de organización social caracterizada por la autonomía y la subsistencia concentrada, localizada en un territorio muy delimitado, como lo son – todavía hoy en día – las tribus arcaicas, por eso era posible la reunión en la plaza pública. Pero las democracias “modernas” están basadas no en ciudades Estado separadas unas de las otras, sino en naciones Estado que abarcan no a unos cuantos miles sino a poblaciones de millones o muchos millones de individuos y que ocupan no lugares cercados por alguna muralla sino que territorios muy grandes, incluso gigantescos que en general comprenden una multitud de ciudades y asentamientos cada uno mucho más grande que Atenas. Un momento de reflexión muestra que la idea de la tecnología o forma comunicativa de la reunión en la plaza pública no tiene ningún sentido en este contexto. Señalemos de pasada que hoy en día se suele hablar de Twitter, ahora X, como la “plaza pública”, lo que es obviamente una analogía que remite a la idea de que esa plataforma es un “lugar” – de hecho una simple posibilidad pero no un lugar – en el que se pueden comunicar entre sí todos los “iguales” de una democracia contemporánea. Este señalamiento nos lleva directamente al hecho de que la noción de democracia contemporánea sobre la base de los Estados nación supone la posibilidad de la comunicación entre los “nacionales” respectivos a pesar de que ni se conocen ni están ni estarán nunca reunidos en ningún lugar. Es decir, algo cumple la función de la vieja ágora como la “plaza pública”. Ese algo es un “lugar” que no es ningún lugar. Se trata simplemente de la posibilidad de la “comunicación pública”, es decir, de los iguales, a través de lo que McLuhan llamó “medios de comunicación de masas”.
4. Los medios de comunicación de masas
Ese “lugar” que no es ningún lugar pero que permite la comunicación de los “iguales” de una nación, una especie de ágora virtual, es la función cumplida por los medios de comunicación de masas. Simplificando podemos decir que los medios de comunicación de masas son el ágora de las democracias contemporáneas. Sin embargo hay que ser cautelosos porque en el ágora cualquiera podía tomar la palabra, mientras que en las democracias contemporáneas tal no era el caso previamente a la aparición de las plataformas de redes sociales, son apenas estas lo que permite por primera vez una comunicación verdaderamente abierta en principio a la totalidad de los nacionales – e incluso va más allá de ellos –. Lo que se tuvo antes de ellas fue el periódico, primero, luego el periódico diario, basado inicialmente en el telégrafo, pero que en tanto diario es algo totalmente diferente a un simple periódico. Los medios de comunicación de masas los definimos siguiendo a Marshal McLuhan como aquellos a cuyo contenido pueden tener acceso muchos al mismo tiempo.[2] Estos muchos iguales entre sí son ya la población no como simple agregado de “iguales”, sino “unidos” por el acceso simultáneo a los mismos contenidos mediáticos. Con el viejo periódico, previo al diario, – que siempre era local – ya se tenía algo que se aproximaba a esa “unión” de “iguales” al nivel de una ciudad, pero lo realmente decisivo es el periódico nacional, el cual solo fue posible basado en el telégrafo, es decir como diario.
El segundo elemento de la definición de los medios de masas es el tiempo real, es decir, la rapidez instantánea con la que difunden contenidos en el caso de la comunicación basada en la electricidad. Tal instantaneidad, propia de la vía telegráfica en el caso de la forma diario nacional, condiciona que los contenidos del diario, a diferencia de los del simple periódico, sean “actuales”. La “actualidad” no es un carácter de mera cantidad temporal desde que ocurre un evento hasta que es conocido el conjunto de los iguales sino que significa que cada uno de esos iguales puede ser afectado emotivamente por el evento. Así, la caída de Constantinopla fue un evento muy importante pero ya no afecta en ningún sentido definido a ningún individuo que se entera de ella, lo mismo ocurre con un asesinato ocurrido meses atrás. Ninguno de tales eventos es “actual”. Por el contrario, un evento es actual cuando quien se entera de él es afectado emotivamente, por ejemplo, se atemoriza o se indigna por dicho evento. El tiempo real de los eventos o ideas “contenido” de los medios de comunicación de masas equivale a la actualidad de dichos “contenidos”. Podemos decir que los individuos receptores son coetáneos de ellos. Los iguales que reciben simultáneamente los contenidos “actuales”, es decir, que los afectan emotivamente, son los “unidos” por los medios masas que son la figura inmediatamente previa a “la masa”.
5. De los iguales en unión emotiva a la masa y la política de masas
Gracias a los medios de comunicación de masas es como si los iguales de un Estado nación estuvieran reunidos en para “escuchar” algo: en principio se enteran de lo que pasa y son afectados emotivamente por ello. Los medios de masas los unen emotivamente, aunque estén dispersos por toda una nación. Por eso tales medios son el “lugar” de “unión”, más que de “reunión”. Para que esa “unión” sea una “reunión” en analogía con la “asamblea” en el ágora ateniense se necesita todavía el momento estructural de la participación aportando contenidos, es decir, “discutiendo”, por parte de los iguales unidos por los medios de masas. El paso de la “unión” a la “reunión” está excluido en principio de los medios de masas tradicionales del periódico, el radio y la TV. Estas son formas tecnológicas carentes del momento estructural de la interactividad que caracteriza a una “reunión” de iguales.
Lo importante para la politología mediológica es que, sean cuales sean las interrelaciones causales entre a) la democracia, b) los medios de masas y c) los iguales devenidos masa, la política de masas son las reacciones a los eventos que afectan emotivamente a los iguales de una nación Estado dada. Es apenas con esta reacción, es decir, con la acción de los iguales previamente afectados emotivamente por un evento, ya unidos en el sentido de tener la misma afección, que tales iguales devienen masa en el sentido propio del término, de individuos actuantes al unisonó en una circunstancia común bajo la misma emotividad que, por decirlo así, los sintonizó para cierto tipo de acción. Tal reacción es en si misma “política”, son las masas “haciendo política”. Las masas son acción política, esa entidad, las masas o la masa, no existe sin actuar, sin “hacer política”. La política de masas y las masas son lo mismo.
La pura afectación emotiva no es ningún reacción por sí misma, sino, solo un efecto. En el entorno comunicativo constituido por los medios de masas y la democracia de los ciudadanos iguales, aparece por primera vez la política de masas. Esta empieza siempre por las reacciones de la masa de los iguales a eventos de cualquier índole, por ejemplo, cuando por el efecto de un pasquín parisiense los parisinos “baja(ba)n a la calle”, como se dice en francés para salir a manifestarse. Es evidente que el mismo evento puede afectar de manera diferente a diferentes sectores de los iguales, incluso a algunos no afectarlos para nada. Las masas suponen homogeneidad pero puede tratarse de diferentes grupos de homogéneos, como por ejemplo hoy en día en los EE – UU los trumpistas y los kamalistas.
Cuando ya no hay estamentos hereditarios sino “ciudadanos iguales”, las conspiraciones, traiciones y reuniones de conventículos, por importantes que puedan ser, no tienen relevancia mientras no se traduzcan en algo que involucre a grupos de los nacionales. Pero por circunscrito que sea el desencadenante de un evento, para que dicho evento tenga efecto emotivo sobre los iguales de la nación tiene que convertirse en un “contenido” de los medios de comunicación de masas. Estos medios son la condición de posibilidad de la política de masas en la medida que pueden producir emotividades comunes a diversos grupos, aunque hay muchos eventos que puedan afectar a los nacionales pero sin que estos lo sepan porque dichos eventos no se filtran a los medios de comunicación de masas. Un caso, sería, por ejemplo, un plan de contingencia militar o un plan para un golpe de Estado. Si tales cosas llegan a una realización no se convierten en política de masas. Insistimos, pues, en que lo que importa es la afectación emotiva de los iguales porque esta es la que constituye la condición de posibilidad de llevar a una reacción de dichos iguales, una reacción que es, precisamente, la política de masas, generalmente conducida o canalizada por demagogos.
6. La emotividad, la política de masas y los demagogos
En principio tenemos que distinguir de una manera muy básica dos situaciones principales respecto de la política de masas. Una es la de que las masas se constituyen como tales en y mediante la reacción emotiva directa a los eventos políticos, los cuales, en la sociedad de iguales son, estrictamente, aquellos que tienen efecto emotivo sobre los mismos. Pero ese efecto depende de que tales eventos sean conocidos amplia, masivamente, cuando todavía son actuales, es decir, en tiempo real; si el entorno mediático es tal que el efecto emotivo se traduce en acción de muchos de los iguales, entonces tenemos a las masas mismas como “política de masas”, haciéndola. En a) el contagio emotivo y en b) la reacción directa los muchos iguales devienen masa. Tal reacción directa de las masas significa que son ellas mismas las que “hacen política”, es entonces cuando se da la “política de masas” en sentido estricto, la cual, dado que las masas por su misma definición no tienen ninguna calificación especial para nada, siempre se realiza como perturbaciones del orden con una alta emotividad en campañas de odio y linchamiento real o potencial, como ocurrió en la Revolución Francesa, asunto al que volveremos abajo brevemente.
La otra situación es que los iguales tengan representantes que respondan a los eventos que tienen un efecto emotivo sobre ellos, es decir, que los profesionales “hagan la política” en vez de las masas, discutiendo y negociando, evitando así las perturbaciones sociales profundas. Nótese que básicamente se trata de la “democracia directa” y la “democracia representativa”. Nuevamente, no podemos intentar aquí ningún análisis circunstanciado de los desarrollos correspondientes. Tenemos que contentarnos con fijar un par de ideas centrales.
Tomemos el caso de la Revolución Francesa. Tal evento realmente involucró a masas de la población, empezando por los parisinos, y como es bien sabido desembocó en el muy violento periodo que de acuerdo con su naturaleza es conocido con el por demás significativo nombre de “El Terror.” Lo característico de dicho periodo fueron las masas parisinas – y de otras urbes – soliviantadas por demagogos que se exterminaron entre ellos, empezando con el famoso trío de Danton, Marat y Robespierre, quienes además acicatearon los asesinatos de miles de personas incluyendo a otros demagogos como ellos, a los cuales hoy en día, cuando la idea de la “revolución”, la que sea, sigue teniendo cierto prestigio, se les podría llamar “activistas revolucionarios”. Los “revolucionarios” no son nada sin las masas, y recurren a ellas mediane la persuasión, es decir, son en esencia demagogos que hacen todo lo posible porque haya eventos que afecten emotivamente a las masas para que estas “hagan la política” conducidas por los propios demagogos, apoyando lo que estos proponen, como eliminar a tales o cuales o destruir tal y tal institución. La emotividad consubstancial a la política de masas conlleva siempre al demagogo persuasor procurando, precisamente, el contagio emotivo, explotándolo; generalmente el demagogo es algún avispado surgido de entre los iguales.
7. El paso del Terror a la institucionalidad
Los acontecimientos de la Revolución Francesa y en especial El Terror fueron política de masas pura encabezada por los “revolucionarios”, es decir, los demagogos y la principal idea de los demagogos de la Revolución Francesa fue, precisamente, la de la igualdad, pregonando la igualdad crearon a las masas. De hecho, en el proceso mismo se constituyó la masa del “pueblo”, por la vía de la eliminación de los estamentos superiores constituidos por los nobles y por los clérigos. Es decir, por por la vía de la eliminación de las clases hereditarias y la homogenización de la población convertida en el pueblo sin clases los iguales de la democracia se constituyeron las masas. El resultado fue “la política” como perturbaciones asesinas que terminaron apenas con el nombramiento de Napoleón como emperador.
El emperador, cualquiera, es una persona que es ella misma una institución, y lo que importa no es la persona sino la institución. Quién sea el emperador, es algo que no importa frente a su función primordial que es la instaurar el orden, dar estabilidad – como ocurrió antes con los monarcas y tiranos ilustrados y sus respectivas estirpes, y de ahí la frase de que “¡el rey ha muerto, viva el rey!”, saludando y honrando al sucesor – que es para lo que sirven todas las instituciones, ya sea de clases, democráticas o autoritarias. Por supuesto, el emperador no instaura el orden solo, sino que es el punto de partida para establecer o consolidar otras instituciones. El emperador saca a las masas de la política apoderándose de ella. Napoleón tenía perfectamente claro que para eso hay que controlar los medios de comunicación de masas, que en ese entonces eran las hojas volantes y los panfletos que podían ser distribuidos en las ciudades en cuestión de horas. Es entonces comprensible que Napoleón dijera que unos cuantos periódicos (prácticamente hojas volantes) eran más peligrosos que mil bayonetas.[3] Napoleón sabía a la perfección que El Terror y sus secuelas se habían basado en los panfletos que aparecían como hongos por todo París, de ahí que el Primer Imperio estableciera un fuerte control de la prensa. Ya había habido las masas con su emotividad característica, pero ahora, con el control del imperio sobre los medios ya no había forma de “agitarlas”, es decir, no había espacio para que los demagogos – o “revolucionarios” – funcionaran de la única manera en que pueden hacerlo, es decir, llegando a las masas para acicatear y mantener su emotividad, especialmente aprovechando ciertos eventos “negativos” – que hoy en día son llamados “indignantes” –.
Lo anterior ilustra que la política democrática de masas de iguales, que supone necesariamente la persuasión ejercida por los demagogos, es de emotividad pura, lindando con el linchamiento o exigiendo el cadalso. Fue esa emotividad asesina la que creó al pueblo francés sin clases, los iguales de la revolución. Pero toda revolución devora a sus padres y a sus hijos hasta que de alguna manera se construye una institucionalidad que saca a las masas de la política instaurando, justamente, un orden institucional, en cuyo centro está el Estado de derecho, el cual establece reglas, procedimientos y penas, arrebatando así el castigo de manos de la indignación de las masas devenida odio y resentimiento. Una posibilidad institucional es el imperio que instaura el orden, con su Estado de derecho correspondiente, suprimiendo la democracia, sangrienta y anárquica. Otra posibilidad es, como de una u otra manera ocurrió en los EE – UU, que se genere una institucionalidad representativa sin suprimir la democracia o, si se prefiere, que la democracia surja desde el principio como democracia representativa, es decir, que los iguales deleguen “la política” a representantes más o menos profesionales. En cualquiera de los dos casos es la institucionalidad correspondiente la que instaura el orden y hace valer un Estado de derecho conteniendo la emocionalidad de la masa revolucionaria recién creada. Especialmente en el presente occidental radicalizado – “polarizado” – no está de más de ninguna manera insistir en que las masas revolucionarias siempre son asesinas tumultuarias dirigidas por demagogos, como lo volvieron a demostrar las “revoluciones comunistas” del siglo XX, especialmente las varias masacres rusas, la Revolución Cultural China y la revolución del Khmer Rouge en Camboya, entre otras. La política de masas tiende siempre a la masacre canalizada en su propio beneficio por demagogos de algún tipo.
8. Los medios de masas y dos versiones del Estado de derecho
Ya mencionamos que en el paso del Terror al Primer Imperio se controló a los incipientes medios de comunicación de masas en su versión citadina, que no eran otros que los panfletos y hojas volantes en el entorno circunscrito de centros urbanos fácilmente abarcables por los distribuidores de los panfletos. El imperio suprimió los panfletos y hojas disruptivos, vehículo de los demagogos, sometiendo a los impresores a las instituciones de control y censura correspondientes. Ciertamente había un sesgo muy claro en favor del emperador pero, sobre todo, los asuntos “indignantes”, es decir, los verdaderamente “políticos” en la definición dada arriba de los eventos que tienen un efecto emotivo de contagio que lleva a que lo iguales democráticos se constituyan en masas que reacciones inmiscuyéndose ellas mismas en “la política”, a que “hagan política”, quedaban excluidos como contenidos de la prensa, y con ello se evitó toda contagio emotivo que es la condición necesaria para que las masas “hagan política” ellas mismas. La institucionalidad del Primer Imperio “sacó” a las masas de “la política” mediante la prensa controlada, pero si se saca a las masas de la política simplemente se les suspende o disuelve como masas que perturban y destruyen, imperan entonces el Estado de derecho y las masas de iguales se transforman en los iguales como ciudadanos según el concepto de estos como individuos sometidos al Estado de derecho. Tal transformación de los iguales de masa a los iguales como ciudadanos, es el efecto de la prensa controlada. La prensa controlada es, pues, una forma tecnológica comunicativa radicalmente diferente, y es, por tanto, otro medio que la prensa libre, y la diferencia consiste en la emotividad dado que las masas no se constituyen en una entidad actuante, no inerte, más que presas de la emotividad, constituidas como masas por el contagio emotivo en el marco de la prensa libre o, más ampliamente, de los medios de masas libres.
Ciertamente las masas no pueden hacer política ellas mismas, es decir, no pueden ser masas, sin la emotividad que los demagogos canalizan hasta el extremo de la supresión de sus enemigos – en especial mediante el asesinato, y la destrucción de instituciones, que fue lo característico de la Revolución Francesa. Pero existe la posibilidad de que en vez de las masas “la política” la hagan los representantes no de las masas propiamente dichas – el de “las masas” es un concepto que excluye la representación, si bien conlleva el concepto del demagogo – sino de los ciudadanos, es decir, los individuos al margen del contagio emotivo. La expresión “representante” hay que tomarla en un sentido muy amplio. Se trata de toda figura de autoridad a la que se le delega ya sea la discusión o la ejecución de los asuntos de interés colectivo. Ahí aparecen tanto el famoso alguacil del pueblo en el Oeste norteamericano o el maestro de escuela, como el parlamentario o el experto en irrigación, o el dueño de un diario, o el comité central del Partido Comunista Chino, en la medida en que sean tales entidades las que discuten o negocian los asuntos públicos.[4] Nótese que en principio toda institución está para asumir el manejo de algún tipo de asuntos públicos, es decir, todas las instituciones son instancias de autoridad a las que se les ha delegado o se han apoderado de la conducción de algo, por ejemplo, evitando que la gente haga “justicia” por su propia mano, gracias al Estado de derecho. Todas las personas o autoridades a las que se les delega “la cosa pública” son lo que técnicamente podemos llamar mediadores del interés general. Desde el hecho mismo de que se trata de instancias personales o colectivas de manejo de los problemas con base en protocolos o normas, discusiones y negociaciones, los mediadores del interés general significan tanto que las masas quedan fuera de “la política” porque simplemente los iguales no devienen masa sino ciudadanos, como que “la política” se lleva adelante al margen de la emocionalidad espontánea y descontrolada que define a las masas en tanto masas. En general, los representantes del interés general aplican alguna regla con base en criterios previamente establecidos mediante una discusión racional en la que la emotividad no tuvo lugar o fue contenida. En su esencia ese es el Estado de derecho y cuando él impera, cuando cualquier institución o instancia de representación actúa, lo que se tiene es ciudadanos como individuos representados, no masas, estas nunca son representadas, siempre son manipuladas mediante la emotividad por algún demagogo, aunque este sea un mero espontáneo que brota de ellas, un “dirigente” espontáneo. El Estado de derecho, ya sea autoritario o democrático es incompatible con los individuos existiendo como masas. Si el autoritarismo, como ocurre en el caso comunista, supone a los individuos como iguales, o si estos son los iguales de la democracia, entonces el Estado de derecho condiciona la existencia de los individuos como iguales y, por tanto, como ciudadanos.
9. Los medios libres, las instituciones democráticas y la ciudadanía
En la democracia contemporánea hay instituciones especializadas en la discusión de los asuntos públicos formadas por representantes electos mediante votación universal, tales son los parlamentos, y junto a ellos está la prensa o los medios libres y ahí los dueños o las compañías de medios de comunicación de masas, el diario, el radio y la TV, son especialmente importantes porque son ellos quienes dirigen la discusión de los asuntos o eventos públicos, generalmente a través de diferentes tipos de especialistas. En los medios de comunicación de masas la instancia más importante es la mesa editorial, la cual decide qué temas se tratan, con qué orientación y en qué tono, para lo cual cuenta con los conductores profesionales encargados y con los especialistas conocedores para tratar los temas, quienes además invitan o contratan a otros especialistas y eventualmente entrevistan a alguien de manera controlada. Lo decisivo de esta estructura compleja de representantes del interés general en los medios libres es, precisamente, que no cualquiera tiene pluma o voz para tratar los asuntos públicos, menos aún los eventos políticos en el sentido dado arriba de los eventos escandalosos, turbios, indignantes, que provocan efectos emotivos en las audiencias. El conjunto de la estructura de editorialización centraliza y decide el acceso a la publicación de contenidos porque se trata, justamente, de evitar que cualquiera “publique” o tome la palabra. Por eso se suele llamar a esa estructura de editorialización el gate keeping, y a sus integrantes los gate keepers o los guardianes.
En la democracia representativa además del Estado de derecho está la muy peculiar institución de a) los parlamentos electos y también b) los medios libres, los cuales, justamente no son ninguna institución como parte del Estado, son, precisamente, libres. Tales son las instancias específicamente dedicadas a la discusión de los intereses generales. Nótese que el voto universal y la prensa libre suponen justamente a los iguales pero no como masa sino como ciudadanos que no llegan convertirse en masa mediante los dos momentos de 1) el efecto emotivo y 2) la reacción inmediata. Eso, el que los iguales existan como ciudadanos y no como masa, depende de que los medios de comunicación de masas tengan guardianes que determinen una discusión racional, por parte de especialistas y entendidos. Esa es una posibilidad y la otra ya la conocemos y consiste en que en vez de tener guardianes los medios de masas den cabida a los provocadores, a activistas que busquen soliviantar la emotividad del público generando el contagio emotivo propio de la masa, la cual solo existe en contagio emotivo – y con la acción como reacción inmediata a dicho contagio –. En los Estados autoritarios no hay tales parlamentos ni tampoco medios libres. Sin embargo, tanto el control estatal de los medios de masas como el control ejercido por los guardianes en los medios libres – radio y TV además del diario – significan un control de los contenidos publicados, es decir, no necesariamente se publica todo y menos aún cualquiera puede publicar ni en cualquier tono. En otras palabras tanto el Estado autoritario como los medios de masas con editorialización suponen ya en su concepto mismo que los “ciudadanos” “iguales” quedan fuera de “la política”. Los medios libres no tienen por qué llegar al panfletarismo – aunque desde 2015 es lo que domina en Occidente –.
En el caso democrático, las masas no hacen la política porque en realidad los iguales no se constituyen como masa sino que están al nivel de la simple ciudadanía como colección de individuos que solo observan como se lleva la política y se limitan a votar por los representantes pero no tienen voz en los medios de masas. Estos medios no son abiertos ni en los medios controlados estatalmente ni en los controlados por los mediadores del interés general. El gate keeping de los medios libres y la censura o control estatal mantienen a los iguales en el estado de ciudadanía, excluyendo el estado de masas, así sea en su fase inicial de contagio emotivo.[5]
10. Las redes sociales y el regreso a la emotividad como política de masas
La aparición de los iguales fue la creación de la masa emotiva en la destrucción de las clases hereditarias mediante la criminalidad revolucionaria como la más auténtica política de masas. Esto fue el periodo del Terror que perduró hasta la eliminación de la masa revolucionaria convirtiendo a los iguales en ciudadanos gracias a la aparición de una institucionalidad en cuyo centro estuvo la prensa controlada. Por lo menos en el caso de los iguales democráticos, la creación de la institucionalidad tiene como su fin de fondo el lograr el orden, la estabilidad en la sociedad de masas que siempre llega al paroxismo gracias al contagio emotivo y la demagogia como formas centrales de la comunicación de masas abierta. El Estado de derecho autoritario y el estado de derecho democrático parlamentario y electivo, logran ambos el control de la emotividad de masas sacando a estas de la política, es decir, impidiendo que sean ellas las que tengan voz directamente porque en esos contextos controlados en realidad los individuos iguales no existen como masa sino como ciudadanos en tanto correlato existencial personal del Estado de derecho. En el caso democrático la clave es que se separe a los iguales del acceso a los medios de comunicación de masas, que no exista la comunicación abierta, que solo exista la limitada a las figuras de autoridad, a los mediadores del interés general. Esto supone también que en el caso de los medios libres se tiene a guardianes, no a activistas demagogos al frente de dichos medios. Nótese que los guardianes no son lo mismo que censores. El Estado autoritario tiene censores, la democracia liberal representativa tiene guardianes, pero ninguno de los dos tiene demagogos controlando los medios de masas.
La solución encontrada a la volatilidad emotiva de la sociedad de masas y al dominio de los demagogos, es decir, la institucionalidad con su Estado de derecho y el gate keeping comunicativo, se vino abajo en unos pocos años con la descentralización comunicativa digital debido a las emisoras descentralizadas de radio y TV compitiendo por la atención a partir de los años 90s mediante la transformación del gate keeping en la búsqueda de la audiencia encolerizada, introduciendo en vez de gate keepers conductores provocadores, amarra navajas, dedicados a espolear las bajas pasiones de las audiencias pero especialmente sus pasiones negativas de indignación y odio. Eso tiene éxito garantizado porque como lo señaló McLuhan con toda claridad, los eventos que afectan a la gente, especialmente como masa, son los negativos, turbios, escandalosos,[6] y esto con base en el simple factum cognitivo del sesgo de alarma, el cual lleva a todo el mundo a prestar atención preferentemente a lo negativo y real o imaginariamente peligroso.
En Occidente la barrera contra la emotividad cayó de manera definitiva – hasta ahora – con la aparición de las redes sociales, las cuales en tanto comunicación abierta, en principio sin control alguno, son nada menos que la pérdida de la ciudadanía. y el regreso de las masas potencialmente linchadoras, capaces de condenar a todos los Sócrates del mundo y de perseguirse unas a otras. Tales plataformas son, en principio la comunicación realmente abierta en la que cualquiera puede publicar lo que quiera cómo quiera, cuando quiera y desde donde quiera, porque tienen la ubicuidad o delocalización de lo eléctrico y porque las plataformas de redes son una comunicación sin editorialización alguna, sin gate keeping. Ciertamente, hay que mencionar que desde que Twitter y Facebook “cancelaron” a Trump y otras personalidades afines a él y además las agencias gubernamentales norteamericanas presionaron a dichas plataformas para eliminar ciertos “contenidos”, en realidad las redes se convirtieron en la plataforma para dar rienda suelta a la emotividad cancelacionista de los “progresistas”. Mientras que los conservadores se retiraron a los servicios cifrados de mensajería para evitar la persecución de los progresistas y su Estado DEI, los progresistas campean en la redes sociales – situación que se equilibró u poco con la transformación del progresista Twitter en el X de Elon Musk. De hecho, hoy por hoy hay una campaña amplia de los gobiernos occidentales encabezados por “progresistas” (en Brasil, el Reino Unido, Francia, los EE – UU, por lo menos), para censurar toda opinión conservadora acusándola de “discurso de odio” que es un “peligro para la democracia” por parte de la “extrema derecha”, en particular se ataca a Twitter convertido en el X de Elon Musk. Pero esta evolución hacia la censura progresista dominando las plataformas de redes sociales no elimina la aparición del fenómeno de la comunicación abierta en el sentido fundamental de que tal comunicación lleva a que las masas emotivas “hagan política” ellas mismas, directamente, saltando toda representación, toda institución y todo mediador del interés general, dejando de lado al ciudadano de la época de la democracia liberal que en esencia ya no existe aunque haya elecciones, las cuales ya no significan ningún acuerdo sino solo un capítulo en las “guerras culturales”. El que las masas emotivas conservadoras sean perseguidas y las masas emotivas progresistas tengan manga ancha para perseguir a las primeras, es un desarrollo posible – ahora real – del fenómeno de las masas linchadoras. El grupo progresista es masa linchadora en principio sin límite alguno, y con la persecución a los conservadores no se elimina el que en el nuevo entorno comunicativo las masas hacen la política en vez de los representantes de los ciudadanos. En el ágora digital se puede perseguir a individuos o a grupos completos por parte de masas. La clave de todo lo anterior es que la comunicación abierta en las redes sociales no se limita a tener un efecto emotivo sobre los iguales, sino que permite a estos reaccionar actuando publicando en las redes sociales a) dando rienda suelta a la agresividad y b) desatando campañas cancelacionistas contra quienes consideran “justo” hacerlo. Estos son dos elementos centrales de la política de masas que tienen su condición de posibilidad en la forma tecnológica constituida por las redes sociales.
11. El moralismo de redes sociales como contenido de los medios de masas
Sea como sea, las redes sociales, justamente por ser medios de comunicación de masas abiertos, sin guardianes, que funcionan en tiempo real, pueden involucrar a multitudes amplias en “la política”, lo cual significa un contagio moral explosivo que se muestra en las viralizaciones o cascadas de la indignación. Sin desarrollar aquí el tema desde este ángulo, diremos que el contenido de las redes no es en ningún sentido la “opinión pública” razonada, reflexiva, guiada por los mediadores del interés general, asegurada por los guardianes, sino la emotividad pugnaz, inmediata, irreflexiva, persecutoria y cancelatoria. Esta emotividad “pública” es el verdadero “contenido” de las redes sociales, pero, a su vez, las redes sociales, es decir sus contenidos emotivos, son el “contenido” de los medios de comunicación de masas tradicionales. En otras palabras, la “emotividad” pública, de la ciudadanía devenida masa, es lo que guía a los medios de masas tradicionales del diario, el radio y la TV siguiendo “la politíca” de las redes sociales. Formulado de otra manera, las redes sociales fijan la “agenda” de los medios de masas tradicionales, aquellas arrastran a estos. Eso permite que en las redes sociales las emotividad inmediata, irreflexiva, propia de la instantaneidad del tiempo real, sea puramente moralista y por tanto persecutoria, a la vez que es complementada por la “opinión” de los profesionales de los medios tradicionales, quienes en vez de ser moderadores de las emociones se convierten en acicateadores de las mismas dando a las masas los argumentos que las redes sociales en su inmediatez irreflexiva no pueden portar. Los medios tradicionales fabrican la versión discursiva que apoya la emotividad generada en principio por las redes sociales. Los guardianes, los gate keepers, dejan de serlo para convertirse en activistas progresistas que le dan a la emotividad de la comunicación abierta su aspecto de racionalidad. Así, al inicio de la guerra en Ucrania las masas emotivas llaman en Facebook a matar a Putin y el NYT, el WP, la CNN, etc., explican todo el “mal” que se concentra en Putin deviniendo el apoyo discursivo al llamado directo y espontáneo a matar a Putin.
En la medida en la que la emotividad punitiva y vengativa de las redes se convierte en el contenido guía de los medios de masas tradicionales del diario, la radio y la TV, y los antiguos guardianes devienen activistas de las causas abrazadas por las redes sociales, la emotividad punitiva deviene la estructura o forma que da el marco a todas las acciones políticas específicas. Las redes decretan, deciden sin más, quién y qué es malo, digno se ser cancelado o eliminado. Con ello toda institución, toda representación deviene obsoleta, ya no puede servir para discutir ni negociar nada, para llegar a ningún acuerdo. La dinámica de la política de masas ocurre en el ahora, en la inmediatez irreflexiva del sentimiento moral que se desata en un instante como reacción a algún evento percibido como indignante. Por ello, la institucionalidad democrática representativa y el Estado de derecho se ven en la presión de someterse a la emotividad de las redes sociales. Para la política de masas portada por dichas redes la representación y la institucionalidad en su conjunto no tienen cabida más que vaciadas de su sentido mediador al quedar sometidas a la dinámica emotiva de las redes sociales. Todo intento de contener tal dinámica es rechazado por las masas en la comunicación abierta de las redes sociales. La negociación, los protocolos, el acuerdo, las sedes, la legalidad misma no tienen cabida en la dinámica punitiva inmediatista, irreflexiva y maximalista y deslocalizada de las redes sociales y los medios de masas arrastrados por ellas. La democracia liberal representativa con su delegación resulta obsoleta para la política de masas, mientras que la institucionalidad mediadora propia de la dicha democracia resulta rechazada por los demagogos, mayores o menores, desde activistas locales hasta políticos nacionales. Ningún elemento de la democracia liberal tiene ya sentido en el entorno de la emotividad moralista de la “política de masas” llevada adelante por las redes sociales como contenido de los medios de masas tradicionales.
12. Conclusión
El moralismo, las masas y la obsolescencia de la democracia representativa
Antes de la sociedades moderna, sin clases sociales hereditarias la política nunca fue un asunto de masas sino de los estamentos superiores, y la forma comunicativa correspondiente era la cerrada, correspondiente al soberano y sus consejeros o al conciliábulo y la conspiración. La política de masas supone una población de “iguales” pero eso es algo que requiere de la comunicación mediante los medios de masas. Las masas son un fenómeno democrático en un entorno mediático bien definido, que además presupone la eliminación revolucionaria de las clases sociales hereditarias, eliminación que lleva no a la ciudadanía moderna de individuos sometidos a un Estado de derecho, sino a las masas emotivas que surgen en un proceso comunicativo que conduce a la democracia directa de los iguales como masas en contagio emotivo en el que hacen política ellas mismas bajo la persuasión de “revolucionarios” que esencialmente son demagogos. Las masas, pues, existen como tales en un estado de agitación emotiva de indignación por algo o contra algo que siempre acaba como indignación contra alguien. En otras palabras, las masas no se mueven, no “hacen la política” sin una indignación moralizante en contra de lo que captan como “mal”, pero con el mal no se discute, no se negocia sino solamente se le elimina, por ello la democracia directa como interrelación entre la masa emotiva y los demagogos impide toda discusión propia de la democracia representativa, liberal. Para que una democracia de iguales perdure, funcione, se necesita que la democracia directa revolucionaria de paso a la institucionalidad de la democracia representativa; si eso no ocurre la democracia directa es substituida por algún tipo de Estado autoritario como el Primer Imperio francés.
El paso de la democracia directa a la democracia representativa mediante la creación de una institucionalidad liberal, significa que “la política” deja de ser un asunto de “indignación” para pasar a ser un asunto de “negociación” y “acuerdo” entre mayorías y minorías parlamentarias y electorales. El estado social emotivo de indignación corresponde a que los iguales de la democracia existen como masa que es una entidad unificada, justamente, de manera emotiva, y este estado emotivo impide que los iguales resultantes de la revolución sean ciudadanos individuales razonando y negociando en vez de gritando y demandando castigos o venganzas de la mano de los demagogos o activistas revolucionarios. Con el paso de la democracia directa a la representación propia de la democracia liberal la masa es substituida por los iguales existiendo como ciudadanos en el marco de la institucionalidad democrática representativa. Esta institucionalidad y los representantes y funcionarios profesionales sacan a los iguales de “la política”. Esta deja de ser asunto de masas para ser asunto de los representantes de la ciudadanía o de los ciudadanos en tanto representados – que, en especial, no se toman la justicia en sus propias manos sino que, además de votar y cumplir con la ley, levantan demandas –.
Ambos estados sociales, el de los iguales como masa con demagogos y el de los iguales como ciudadanos con representantes, son formas sociales que están en correlación con una forma mediática bien definida. La masa revolucionaria que ejerce la democracia directa azuzada por los demagogos supone la comunicación espontánea en estados altamente emotivos que llevan a un maximalismo de demandas y resoluciones que son incompatibles cn la negociación y el acuerdo característicos de la democracia liberal. Tal comunicación espontánea emotiva que excluye la negociación también excluye la reflexión. Aquel “igual” que reflexiona se sale, en ese momento, del estado “masa”, deja de ser parte de “la masa” vengativa y linchadora, deja, pues, de “hacer política” y busca un representante o levanta una demanda. Bajo el marco institucional de la democracia representativa el igual pasa a ser ciudadano y solo hace política en la elección de representantes y son estos los que hacen la política vía acuerdos y discusiones en los que la emotividad está controlada, sometida al acuerdo y a la negociación pragmáticos. Este estado social, el de los ciudadanos y sus representantes, el de “la política” como deliberación y acuerdo racional y pragmático, es correlativo con la forma comunicativa que permite la reflexión, la deliberación y el acuerdo. Tal forma o entorno comunicativo es el de los medios de comunicación de masas que interrelacionan informativamente a miles y miles de “iguales” en tanto “ciudadanos” a lo largo y ancho de una nación gracias a la comunicación con base en la instantaneidad de la electricidad que permite el periódico diario de alcance nacional y las estaciones centralizadas de radio y. TV nacionales. Estos medios centralizados de alcance nacional están bajo el control de guardianes mediadores del interés general que mantienen el flujo de contenidos en una discusión racional, de baja emotividad, lo que se correlaciona con la institucionalidad democrática representativa con funcionarios electos o designados pero profesionales de la negociación y el acuerdo, que es la forma política democrática liberal, en la que en realidad los iguales democráticos en principio nunca devienen masa emotiva que toma la política en sus propias manos sino que elige a representantes para que estos hagan la política.
La descentralización comunicativa de la TV por cable y las estaciones de radio locales fue de la mano con la substitución de los guardianes por los provocadores y demagogos decidiendo los temas y las formas de abordarlos generando indignación para maximizar la audiencia, lo cual dejó de concordar con la racionalidad de la representación mediática. Los medios pendencieros y provocadores empezaron a debilitar la existencia ciudadana, los ciudadanos empezaron a tomar actitudes propias de la masa indignada y vengativa. Fue el inicio de lo que hoy en día se llama la “polarización” mediante las “guerras culturales”.
La aparición de las plataformas de redes sociales dio lugar a la comunicación abierta donde todos los individuos iguales de la democracia liberal podían publicar ellos mismos lo que quisieran y como quisieran y, sobre todo, en tiempo real, es decir bajo la presión de un flujo de contenidos centrados en lo atractivo en tanto negativo, escandaloso, indignante. La rapidez instantánea de la interacción de los iguales democráticos los convirtió de iguales en la legalidad democrática a iguales en tanto usuarios de la red devenidos en masa indignada, altamente emotiva y agresiva, que convirtió su vida en la comunicación pública a través de las redes en un conjunto de exigencias emotivas, irreflexivas, automáticas y maximalistas de “justicia” y “castigo” mediante las “cancelaciones” exigidas en tiempo real y delocalizadamente, desde cualquier lugar y en cualquier instante, con total independencia de la institucionalidad democrática del Estado de derecho y la representación. Esto llevó ya a la obsolescencia de principio de la totalidad de la institucionalidad democrática liberal. Los iguales democráticos dejaron de ser ciudadanos del Estado de derecho para convertirse en la masa de usuarios de las redes sociales confrontados entre sí en una emotividad indignada e iracunda que no está para negociaciones ni deliberaciones sino solo para pedir satisfacción a su indignación contra lo que se localiza como algo malo, negativo. La mentalidad o psique del usuario de las redes sociales en contacto con lo “malo”, “indignante”, “injusto”, hace desaparecer al ciudadano acostumbrado a ser representado y también a sus representantes. Los viejos representantes políticos tradicionales y también los viejos guardianes devienen parte de la masa de usuarios emotivos de las redes sociales. Bajo el moralismo del bien y el mal propiciado por la interacción emotiva de los iguales democráticos en el tiempo real de las redes sociales como forma dominante de la comunicación de masas, la democracia liberal carece de todo sentido profundo. Sigue habiendo elecciones pero estás dejan de ser forma del acuerdo, procedimiento de concertación partisana, para convertirse en episodios de una lucha partisana. En particular las elecciones presidenciales ya no resuelven nada, no significan ningún acuerdo en lo absoluto, gane quien gane, siempre es la “corporificación del mal” para los perdedores. Las elecciones no son ya parte de un acuerdo social sino solo una forma inercial para evitar la confrontación armada entre los iguales pero ellas mismas son una confrontación que no deja satisfechos y en paz a los iguales.
En el fondo la emotividad de la masa de los usuarios de las redes sociales y sus activistas y demagogos es un moralismo de lucha del bien contra el mal que impide la deliberación y la negociación, un moralismo propiciado por la comunicación de masas emotiva, inmediata e irreflexiva, sin guardianes, que define a la interacción de los iguales en las redes sociales. Es el regreso de la masa pugnaz, linchadora en principio, propia de la revolución democrática, regreso que hace obsolescente a la democracia liberal. El efecto más perturbador y profundo del entorno comunicativo de la interacción instantánea inmediata moralista e irreflexiva es, precisamente la moralización misma del principio democrático. Vivimos en la contradicción de que en tanto usuarios de las redes y en el contexto en el que estas son el contenido de los medios de masas diario, radio y TV, la democracia liberal ya no tiene sentido como método de gobierno y de resolución de diferencias entre los ciudadanos iguales, pero, al mismo tiempo la idea de igualdad democrática deja de ser tecnología de acuerdo para convertirse en principio moral. La sociedad de las redes sociales no es solo un moralismo maximalista generalizado de infinidad de “causas” con sus “activistas” o demagogos respectivos que mina la nación democrática, sino que al mismo tiempo la nación democrática se convierte en máxima o principio moral proyectado al mundo, de forma tal que presenciamos el espectáculo sorprendente de que mientras los EE-UU en particular y el Occidente todo son carcomidos por la moralización propia de la política de masas interna en manos de demagogos, convirtiendo a la democracia representativa en obsoleta en los vaivenes de la actividad directa de los usuarios de las redes sociales, el Occidente todo demanda y exige que el mundo en su conjunto adopte el “bien” de forma tal que todas las naciones se hagan democráticas. La democracia liberal fallida pretende ser ejemplo y guía para el mundo que el propio Occidente juzga no democrático sino autoritario.
Bibliografía
- McLuhan, Marshall. Understanding Media. The Extensions of Man (1964). Cambridge: The MIT Press, 1994.
- Lyons, N. S., Lyons, N. S. The Upheval en The Upheval, Substack, https://theupheaval.substack.com, 2024.
Notas:
[1] Confróntese con Lyons, N. S. The Upheval, en The Upheval, Substack, https://theupheaval.substack.com, 2024. (Consultado el 12 de Septiembre de 2024)
[2] Véase McLuhan, Marshall, Understanding Media. The Extensions of Man (1964), Cambridge: The MIT Press, 1994. ed. cit., p. 349.
[3] Ibidem, p. 13.
[4] El parlamento británico, el PCCH o el emperador son todos instancias de representación, sean electas o no. Ese es otro asunto. La institucionalidad asume funciones de interés general independientemente de si tales funciones son delegadas democráticamente o asumidas autoritariamente.
[5] Ver el capítulo de Understanding Media, ed. cit., titulado “Television. The Timid Giant”.
[6] Ver, McLuhan, Marshall, Understanding Media. The Extensions of Man (1964), ed. cit., p. 210.