La inversión como poética

Juan Soriano (1940). Xavier Villaurrutia (1940)
Retrato al óleo sobre tela, 69 x 41 cm. Museo de Arte Moderno, México DF.

 

Resumen: En este ensayo breve se explora la obra de Xavier Villaurrutia y Salvador Novo como figuras clave de la poesía mexicana y de la expresión homoerótica a partir de la inversión como método poético e impostura. La “poética de la inversión,” criticada por Maples Arce, se convierte en una herramienta poderosa para interpretar los significados complejos de Villaurrutia, uniendo lo queer con lo universal. Aquí se explora en qué medida la inversión en tanto que método subvierte la heteronormatividad, infiltrando el canon literario para empoderar a las disidencias sexuales y de género.

Palabras clave: Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, poética de la inversión, homoerotismo, subversión, heteronormatividad, simbolismo.

 

Abstract: In this brief essay, the work of Xavier Villaurrutia and Salvador Novo is explored as key figures in Mexican poetry and homoerotic expression, through the lens of inversion as a poetic method and imposture. The “poetics of inversion,” criticized by Maples Arce, becomes a powerful tool for interpreting the complex meanings in Villaurrutia’s work, bridging the queer with the universal. This exploration examines how inversion as a method subverts heteronormativity, infiltrating the literary canon to empower sexual and gender dissidents.

Keywords: Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, poetics of inversion, homoeroticism, heteronormativity, symbolism.

 

Xavier Villaurrutia es el poeta que más admiro y de quien más aprendo. Si pensamos en figuras fundacionales de una tradición disidente sexogenérica en México, él junto con Salvador Novo serían la cabeza bicéfala de su expresión. Fueron juntos y recalco ese “juntos”, porque es importante imaginar su pensamiento entrelazado, un parteaguas tanto para la poesía moderna como para la expresión homosexual, homoerótica, deseante.

Novo y Villaurrutia adolescentes ponen los cimientos de una poética que esconde el homoerotismo de la mejor manera en la que podemos ocultar algo: poniéndolo a la vista. Atrevidos, desafiantes para la época, tuvieron aceptación y rechazo al mismo tiempo, por aquello de: es maricón, pero es muy buen artista; es joto, pero muy buen poeta. Con esta adaptación de los versos de Pedro Lemebel, otra loca ilustre, quiero decir que hay un pacto social que ha cobijado ciertas profesiones y oficios para el sustento de los varones homosexuales desde casi todas las sociedades modernas: la creatividad desbordada, el arte y sus expresiones más exquisitas, la decoración, la peluquería, la moda, el montaje de coreografías, según las coordenadas sean de pueblo o de ciudad. Eso permite y disculpa su actuación altamente sensible, casi como una licencia social, pero si se llega a la demasía causa el rechazo público. Exprésate, pero no tanto, hazlo a mi ritmo, en mis parámetros, pareciera decir la insistente voz heteronormativa, que no es nadie y al mismo tiempo es todas las voces. Los efectos de esta aceptación prohibitiva y condicionada fueron vividos por Los Contemporáneos. Tenían puestos públicos, trabajos de oficina o de maestros, éxito editorial, una considerable cantidad de amantes estrictamente secretos, cierta respetabilidad social y literaria, pero también fueron perseguidos. Son famosas las polémicas en las que se defendía la “virilidad” de la literatura mexicana frente a su peligroso “afeminamiento” de los años 20 y 30 del siglo XX, que el pudor y la pena ajena me imposibilitan desmenuzar ahora. Hubo desplegados de prensa y firmas de intelectuales que lanzaban gritos de alarma porque los jóvenes poetas, estos jóvenes poetas de los que hablo, atentaban contra la hombría que debía defender la más alta expresión literaria. Para muestra un botón, en 1924 el ilustre y casi completamente olvidado Julio Jiménez Rueda publicó el panfleto titulado “El afeminamiento de la literatura mexicana”, y por desgracia para nosotres, no lo decía con orgullo, ni anunciaba el nacimiento de un nuevo premio literario en México, sino que ese fue el inicio de la polémica pública que proponía, conforme más avanzaba su delirio de época, que las letras escritas por señores (no contaban otras) suministraran testosterona, casi literalmente, para recuperar la virilidad que los Contemporáneos desaparecían entre los pliegues de su cuerpo para metérsela vaya uno a saber dónde. La degeneración les parecía insalvable y eso que nuestros escritores todavía no publicaban sus mejores obras. Podemos resumir y concluir, sobre aquellos atentados contra la decencia literaria de su hora y tiempo, que los machos de la polémica de 1925 no soportaron. No aguantaron, pues, ni la puntita.

Hoy todas esas ideas acerca de una oposición entre virilidad vs afeminamiento han caducado, no tienen resonancias en la vida pública literaria, ni en el otorgamiento de premios ni en el repartimiento de prestigio ¿cierto? Y, además, suenan, para las cuirs que juegan al turista mundial, como del pleistoceno. Pero en ese cruce de dimes y diretes públicos y privados de hace un siglo esas palabras crueles fueron cicatrices en el cuerpo del deseo que apenas cobraba luminosidad.

Hay una provocación de ese entonces que me interesa resaltar, hacer propia, traer a nuestro presente para lustrarla, soplarle de cerca y quitarle capas de polvo y de machismo. Uno de los férreos opositores a Contemporáneos y protagonista de la, digamos, segunda ola del rechazo en su contra fue Manuel Maples Arce, quien activó un pánico homosexual             —muy a la altura de su estridentismo— frente a la poesía de Xavier Villaurrutia, de manera muy puntual. De esta dijo, y perdonen la necesidad de la cita: “Se ofrece por las fatalidades del sexo bajo un arreglo de palabras que apenas encubre los artificios de una falsa elaboración […] que se sirve de la inversión como método poético”. Intentaba cancelar su poesía, la consideraba un mal encubrimiento, por evidente, de lo que llamó “falsedades”, que eran nada más y nada menos que las capas de significado potente, metafórico y muy complejo, significado altamente cargado de multiplicidades que incluían guiños a dimensiones eróticas y sexuales otras. Para Maples Arce el truco se notaba mucho, porque usaba la estrategia de la inversión como método poético. La inversión como método poético me parece una idea sumamente brillante para pensar la poesía de Villaurrutia, y como el genio universal que es, para pensar mucha de la gran poesía y literatura disidente.

Aquello que Maples Arce formuló como injuria es para mí una de las puertas de acceso más bellas a la poesía de Xavier, porque nos conecta con la reapropiación y con una estrategia muy poderosa para hacer de la literatura un elemento que hable a todos en general, y al mismo tiempo logre hablar a ciertos entendidos al oído, hasta casi lamerlo.

Y va más allá. Me permite pensar la inversión en términos de un arte poética no exclusiva de las disidencias sexogenéricas, claro está, pero sí con una fuerza muy productiva para quienes estamos distanciadas de aquella virilidad del macho que no nos interesa salvo si se trata de Tom de Finlandia, y eso a veces.

La inversión da la vuelta. Estrategia y método incluida en la palabra travesti, connotada en la palabra loca. En la lucha de opuestos, la inversión es la jugada de revés en el tenis, un golpe difícil de ejecutar, pero muy efectivo si se domina. Permite cambiar el orden esperado de linealidad: primero tenemos cerca el mundo heteronormativo y todas sus connotaciones simbólicas, y al mutar ese orden, priorizar su contrario. Algo así como entrar por la salida de emergencia, como una transmigración de locas y sus afeites que al posicionarse en primera fila se camuflan hasta casi pasar inadvertidas. Hasta casi imitar la pose recta del “firmes” y “ya”. Es también entrar por la curva del recto cuando parece que se entra por la boca. Jugar con las expectativas de significación construidas desde el mundo hetero asestando un golpe casi imperceptible pero contundente, un golpe capaz de demolerlo todo.

La técnica, el método, pueden ser un refugio lírico. Por ello, “la inversión como método poético” que denunciaba Maples Arce es la mayor ganancia para leer un arte poética que a estas alturas se vislumbra como tradición. La poética de la inversión también sirve como un blindaje ante los riesgos de volvernos guetto. Su propuesta universaliza experiencias, el gran maestro de la inversión en la modernidad quizá pudo ser Marcel Proust, quien presentó a todas las locas de su época como señoras bien, a lo largo de cinco mil páginas, siete novelas y unas magdalenas.

No es menor la idea de que con la inversión matamos dos pájaros de un tiro y con ella está conforme el público genérico que espera grandes experiencias desde una mirada que sólo acepta su mundo representado, y al mismo tiempo, está conforme el público de sombras, el público que acepta códigos ocultos y ve ahí, con suma inteligencia, una mirada cómplice y subentendida en voz muy baja, en voz quemando.

No me gusta la segregación a la que uno se enfrenta al construir obras literarias  decididas, obvias y denotadamente L G T B +, por muy buenas que luzcan las intenciones, porque las etiquetas son impuestas. Villaurrutia tampoco quería ser clasificado, para ser un archivo, suficiente tenía con los callejones sin salida de su mente.

Me gusta la propuesta de Monique Wittig, aquella que piensa la infiltración al sistema, al núcleo del canon, y propone la obra literaria como máquina de guerra, como caballo de troya: infiltrar, invertir una disidencia sexual que se presenta como homenaje y tributo al mundo hetero, que se apropia de sus símbolos, incluso los exagera, los agranda y ennoblece, y desde ahí atacar y resistir. Llevar a un nivel alto el símbolo y el trabajo con el lenguaje a pesar (y no necesariamente a favor) de tematizar sexualidades, vivencias, afectos y otras transgresiones. Una realización, una puesta en práctica de este caballo de troya literario puede ser pensar la inversión como poética. Aparentemente distanciarnos o alejarnos de la pulsión anti normativa para darle la vuelta y volver con más fuerza.

La base quizá sea darle mucha seriedad al discurso que será presentado desde un registro perfecto (la perfección o su simulacro es heteronormado), desde una organización formal incuestionable, que tenga sentidos añadidos como minas debajo de una tierra fértil y seductora. Villaurrutia lo hizo con la rosa. Paso a explicarme.

Si uno de los símbolos de la sexualidad más estables es la relación entre órganos sexuales femeninos y flores, y la rosa casi como vulva, como clítoris, como entrada a la puerta del placer femenino, buscada aparentemente sólo por los hombres, el poeta tomó esa alegoría invirtiéndola. Uno de sus más bellos poemas es “Nocturna rosa”, también uno de los más celebrados por la crítica literaria, que ha insistido en leer la rosa de Villaurrutia como una boca, como una filosofía, un lugar sin carne, un vacío místico, ya que no era, para él, la vulva. No pretendo desarticular esas interpretaciones (la potencia de la poesía es provocarlas), propongo circular otras quizá más hondas.

Desde la poética invertida, desde los versos iniciales, Villaurrutia afirma sumarse a la tradición de hablar de la rosa, y niega y es contundente al decir que a pesar de ello su rosa no es la que todos los poetas cantan, es decir, no es la vulva: “Yo también hablo de la rosa. Pero mi rosa no es la rosa fría ni la de piel de niño, […] no es la rosa sedienta, ni la sangrante llaga, ni la rosa coronada de espinas, […] no es la rosa de pétalos desnudos, […] ni la llama de seda”. Su rosa, en los versos finales, se revela: “Es la rosa de humo, la rosa de ceniza, la negra rosa de carbón diamante que silenciosa horada las tinieblas y no ocupa un lugar en el espacio”. La transmutación es sutil y perfecta. Los opuestos deben estar conectados en este caso por la sexualidad y así llegamos a que la rosa de Villaurrutia, desde mi lectura, es el ano. La boca no puede ser un Aleph o un punto sin lugar en el espacio, el ano sí. La analidad estará muy ligada a la poética de la inversión.

Villaurrutia no sólo hizo esto con la rosa. Muchas otras inversiones están por ahí esperándonos. La estrategia no es exclusiva de las homosexualidades ni de las disidencias, pero es uno de nuestros más potentes caballos de troya de voces invertidas. La inversión ayuda a desdibujar límites y roles sexuales y de género. Como diría Lu Ciccia lo que necesitamos es deshacernos de los roles. Desgenderizar el mundo. Cada vez que un símbolo invertido se establece como una tradición poética, desorganizamos, fisuramos y re ubicamos al cuerpo del poema en un lugar que no puede esconder ni neutralizar la disidencia porque tiene los cables muy cruzados. Porque es espacio poético se descoloca, sentía que recibía un código normativo y recibía en realidad un glitch. La provocación es de-generar. Si el género lo hemos construido como una experiencia hacia adelante, entonces hay que aplicar, en el último tramo, la reversa.

Aquel código que observo en Villaurrutia y, por extensión, Novo no era algo exclusivo, sino que puede ser una modalidad de la poesía y una estrategia literaria. Pienso en la genial Cristina Peri Rossi y los roles y expectativas dislocados de un encontronazo entre un antiguo profesor de filosofía y la voz poética, lesbiana, vieja y amargada (ella misma) en una sex shop en su poema “Punto de encuentro”, donde la comunicación oscila por las expectativas cruzadas entre el saber erudito y la necesidad, para ella, de acceder a una película porno donde haya grandes tetas, que al final no consigue, porque la hablante y su ex profesor se estorban en el marco de un encuentro imprudencial. El rol del deseo por mujeres (deseo lesbiano y hetero entrecruzados) y el rol de la contención y decoro académico, escolar, hacen cortocircuito. Todo el agasajo de poemario que es Playstation puede ser una serie de usos de la poética de la inversión. Por cierto, con este libro la autora ganó un premio importante: de nuevo máquina de guerra, caballo de troya y euros a favor. Invertir en la inversión da frutos.

Pienso en voces y autorías muy recientes como Lázaro Isael, con Mamá, el campo, en Ángel Vargas con [Nada de cruces], y en otras que oscilan entre la auto determinación y las exploraciones fuera de las expectativas de su rol sexual, genérico y poético, que apuestan por no una sola convicción. Autoras y autores que se desentienden. Que construyen debajo. Donde las voces a veces tienden a su invisibilidad. Donde la experiencia disidente está, aparentemente, fuera de rol o foco. La inversión poética nos recuerda que no es necesario figurar en primer plano como L G B TTTQ+, que no es necesario nombrar directamente todo lo que nos da sentido o deseo o agencia, se puede camuflar, se puede dar un sincretismo sexo-género: un monstruo hetero-cuir de las mil caras; que tal vez las mejores palabras siempre son aludidas y no explícitas (esto es de Borges); que la rosa no siempre es una rosa es una rosa es una rosa.