La muerte y la doncella, Egon Schiele, 1915. Tomada de: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/2/27/Egon_Schiele_012.jpg/800px-Egon_Schiele_012.jpg
Resumen
El artículo reflexiona sobre las complejas motivaciones detrás del bugchasing, una práctica sexual donde personas buscan adquirir o transmitir el VIH de forma consciente. Desde el freudomarxismo, la utopía anal y la queeridad, se exploran las tensiones entre represión y deseo, así como la subversión de normativas heteronormativas. El bugchasing se analiza como un acto político, social y existencial que desafía la patologización del deseo homosexual. En este contexto, la práctica simboliza una autonomía radical frente a las estructuras capitalistas y biopolíticas totalizadoras que moldean la sexualidad. Aunque controvertido, el bugchasing revela un desafío profundo a las políticas de normalización y control social.
Palabras claves: VIH, SIDA, soberanía, queer, homosexualidad, sexualidad
Abstract
The article reflects on the complex motivations behind bugchasing, a sexual practice where people consciously seek to acquire or transmit HIV. From Freudo-Marxism, anal utopia and queerness, the tensions between repression and desire are explored, as well as the subversion of heteronormative norms. Bugchasing is analyzed as a political, social and existential act that challenges the pathologization of homosexual desire. In this context, the practice symbolizes radical autonomy from the totalizing capitalist and biopolitical structures that shape sexuality. Although controversial, bugchasing reveals a profound challenge to the policies of normalization and social control.
Key words: HIV, AIDS, sovereignty, queer, homosexuality, sexuality
Introducción
Este trabajo constituye una reflexión sobre ciertas prácticas sexuales como el bugchasing, el cual es un acto que encierra el deseo, principalmente por hombres homosexuales, de mantener relaciones sexuales con personas infectadas de VIH/SIDA para contraer conscientemente el virus. En este esbozo interpretativo parto del freudomarxismo y la utopía anal para justificar el marco en el que se inscribe la sexualidad desinhibida, para dar paso a un análisis a partir del futurismo que, desde la negatividad, justifica, en cierta medida, el asesinato de un Niño simbólico interiorizado por la estructura social, por el cual la sociedad se dirige hacia ciertos objetivos relacionados con la vida y la perpetuación de la especie, así como la abyección de ciertas prácticas y subjetividades. Menciono también distintos aspectos que considero como soluciones parciales a las motivaciones de dichas prácticas, tales como la integración grupal, el posicionamiento político, el alivio que pueden experimentar los individuos al saberse infectados o el simple desinterés por parte de los involucrados. Y finalizo con la actitud soberana que simboliza la práctica, para posicionarla como una autonomía radical frente a la vida o frente a políticas totalizadoras.
Dado a que el tema a estudiar es muy amplio e involucra muchos aspectos, tales como el sociológico, territorial, psicológico, generacional, sectario, patológico, etc., no es mi objetivo hacer un análisis integral de dicha práctica. Sino más bien, reflexionar sobre los posibles motivos que orientan a los individuos a realizar dichas prácticas. Por este motivo, no me centraré en hablar en aspectos éticos o morales, ni cuestiones de raza, género u orientación sexual (pues aún no hay estudios que analicen esto desde la heterosexualidad, si es que existen casos). Simplemente reflexiono sobre las implicaciones, en cierto modo, filosóficas que se pueden encontrar detrás de dichas actividades. Tampoco me centro en los papeles y niveles psicológicos a los que se deben enfrentar los actores sexuales, ya que puede haber una diferencia muy marcada en quienes quieren infectarse (bug chasers) y quienes simplemente desean infectar a los demás (gift givers).
El espectáculo del SIDA
La sociedad, naturalizada como heterosexual, asigna al sexo la función de regular, garantizar y cuidar la vida. Bajo estos supuestos, el poder, de acuerdo con Foucault,[1] “reacciona a la defensiva, para conservar la vida y la armonía social, por encima y en contra de la amenaza de la violencia o de la muerte natural”. Lo que supone entender la categoría de lo sexual bajo esquemas instrumentales que son marcadamente heterosexuales. Butler llega más lejos al afirmar que el sexo no sólo se construye al servicio de la vida o de la reproducción, sino también de la regulación y dosificación de la muerte.[2] Entonces, si el sexo heterosexual busca conservar la vida; el deseo del varón homosexual se estructurará por y para la muerte: su actividad sexual no puede procrear y, con la llegada de la pandemia del sida, su estatuto ontológico se verá artificialmente orientado hacia la enfermedad mortífera. De lo cual se desprende el establecimiento del sujeto homosexual como portador de la muerte.
El sexo se convierte en un ámbito de poder y, por ende, necesariamente pasa a ser objeto de los discursos legales y reguladores.[3] La regulación sexual naturalizada se dirige hacia la vida, mientras que la sexualidad homosexual se entenderá bajo los regímenes jurídico-médicos e ideológicos que orientarán la forma en la que el VIH será entendido por la sociedad. El poder seguirá ejerciéndose, incluso, a través de la perpetuación y dosificación de la muerte, dentro de un orden discursivo que construirá un nuevo sujeto homosexual, marcado por la enfermedad, el virus y la muerte física y social. El VIH pasa a ser una enfermedad gay, que sirve como ejemplo para los heterosexuales y para otros homosexuales, de que el deseo homosexual sólo puede funcionar bajo la metáfora del contagio y que la única salida es su inclusión dentro de los esquemas heterosexuales.
Un varón homosexual es considerado como una amenaza a la vida, a la familia, a la nación e incluso a la especie,[4] y, dado a que todos los homosexuales tienen, bajo este esquema, el SIDA, de manera potencial u ontológica, la única forma de librarse de éste es teatralizar una vida que implique la supresión de toda la subjetividad homosexual y enmarcarse en los supuestos del sexo seguro, las prácticas en la intimidad, la monogamia sexual y el asimilacionismo. De esta suerte, la potencia del SIDA puede pasar a ser potencia de VIH. Para el otro, el sujeto homosexual seguirá manteniendo una carga mortífera, pero está será diferida hasta convertirse, como si se estuviera medicando, en una plaga “indetectable” e “intransmisible”.
El hombre homosexual se convierte en el blanco perfecto del espectáculo del SIDA. La enfermedad se narra de una manera en que los medios de comunicación la convierten en algo propio de lo gay, mientras que, en lo heterosexual, el sida se transforma en un arma de estigmatización y discriminación en torno al sujeto homosexual. El SIDA pasa a ser un espectáculo cultural que funciona a la vez como tecnología de dominio y segregación. El hombre homosexual, el que es un portador real del virus, se ve imposibilitado, incluso, a entrar en las utopías homonormadas capitalistas, pues la enfermedad lo marca como un sujeto ajeno, transgresor. Así, la única posibilidad del enfermo (del que cuenta con los medios), es establecer un pacto de vigilancia permanente con el Estado para poder tener acceso a los medicamentos que lo controlarán de por vida. La práctica del bugchasing propone, aunque de manera torcida, una salida a estos mecanismos de control.
Freudomarxismo y sexualidad heterosexuada
Mientras el SIDA se construye como discurso político, el freudomarxismo expone que la producción capitalista necesita de la represión sexual para conseguir sus propios fines, motivo por el cual el ser humano debe reprimirse para funcionar correctamente dentro del esquema productivo capitalista. Según Marcuse, siguiendo a Freud, la historia del ser humano es la historia de la represión, por lo que una sociedad no represiva resulta, en el mejor de los casos, difícil.[5] La dominación se tecnifica y las personas se coordinan y reconcilian con el sistema de dominación que convierte al sujeto en una máquina productiva. Las pulsiones ya no se pueden satisfacer y deben ser desviadas o inhibidas por el individuo a través del trabajo. En este momento, el principio del placer, que es el principio por el cual los seres humanos buscan satisfacer sus propios fines, se debe contraponer al principio de realidad, que opera como una restricción para que el individuo pueda adaptarse a las normas histórico-sociales. Por ello, el principio de realidad se materializa en instituciones que limitan las acciones de los individuos y orientan sus comportamientos.
La satisfacción de las necesidades instintivas se vuelve incompatible con la sociedad civilizada. Es entonces cuando las normas sobre lo sexual y lo político expresan sus inquietudes más profundas, las cuales se dirigen hacia una intensificación del progreso como forma de recompensa a la falta de libertad individual:
“La felicidad debe ser subordinada a la disciplina del trabajo como una ocupación de tiempo completo, a la disciplina de la reproducción monogámica, al sistema establecido de la ley y el orden. El metódico sacrificio de la libido es una desviación provocada rígidamente para servir a actividades y expresiones socialmente útiles. Es cultura”.[6]
La heterosexualidad obligatoria, así como las formas monogámicas de relacionarse con otros individuos y la reproducción de la especie se erigen como las únicas formas posibles de vida dentro de la sociedad hiperinstrumentalizada. La civilización, que debería traer mayor libertad al individuo, lo somete a una producción de la subjetividad marcada por la producción y el trabajo. Sin embargo, aunque la civilización busque dominar y reprimir el principio del placer, los deseos siguen existiendo en el inconsciente.
Siguiendo a Freud, Marcuse expone que detrás del principio de realidad se encuentra la ananké (escasez): “la lucha por la existencia se realiza en un mundo demasiado pobre para satisfacer todas las necesidades. Por ende, es necesario el trabajo, así como la restricción o renuncia”[7]. Más adelante, difiere de Freud al mostrar cómo el problema no es la escasez misma, sino la distribución de esta.[8] Eso tiene como consecuencia la imposición misma que se traduce en esferas de dominaciones que atraviesan a los individuos. Por medio de esto, las instituciones, que hacen posible la correcta socialización de los sujetos, confunden los deseos individuales para someterlos al rígido sistema heterosexual productivo. La dominación se racionaliza y el sujeto ve su libido restringida por la norma, algunos de sus instintos se convierten en tabús y casi toda manifestación sexual en perversiones, a menos que se dirija hacia la función procreativa.
El premio que obtienen los individuos por reprimir su sexualidad es el alto nivel de vida al que pueden llegar algunos pocos. Las comodidades enriquecen su vida y los mantienen ocupados para suprimir así su conciencia. La producción y el consumo reproducen y justifican la dominación, pero los beneficios que obtienen los individuos son reales (aunque sólo para ciertos sectores): “el individuo para sacrificando su tiempo, su conciencia, sus sueños; la civilización paga sacrificando sus propias promesas de libertad, justicia y paz para todos”.[9] Marcuse propone el resurgimiento de una sexualidad polimorfa para combatir la represión, así como una erotización de toda la personalidad.
Volver a la sexualidad polimorfa implicaría la desesencialización de la sexualidad que ya se ha visto mediada por dispositivos de poder mediante la definición e imposición de identidades sexuales. Lo que tiene como resultado, por lo menos en principio y parcialmente, una revalorización de las minorías sexuales. En la actualidad, las políticas sociales han logrado acoger a ciertas minorías sexuales bajo el amparo del capitalismo heterosexuado. La comunidad LGBTQ+ le puede funcionar al capitalismo en tanto puedan adaptarse a ciertos lineamientos y estándares. El precio para pagar es que:
“[…] la integración de las minorías sexuales en las sociedades heterosexuales y neoliberales tiene consecuencias que sufren no sólo otras minorías (los musulmanes, los inmigrantes, los sujetos menos pudientes, racializados, discapacitados y/o anticapitalistas), sino las propias minorías sexuales (las personas LGBTQI musulmanas, inmigrantes, menos pudientes, racializadas, discapacitados y/o anticapitalistas)”.[10]
Aunque el freudomarxismo haya combinado los intentos revolucionarios marxistas con el potencial de liberación de Freud para criticar la sociedad capitalista y la represión sexual, los aparatos represivos y las instituciones invitaban a los individuos a experimentar una felicidad plena dentro de los estándares heteronormativos. Las “desviaciones sexuales” podían eliminar ciertas cargas peyorativas al entrar en una jerarquía valorativa dentro de una pirámide heterosexual donde la respetabilidad burguesa heterosexual se situaba en el lugar más alto.
A este respecto, Gayle Rubin expone que
“[…] la cultura popular está imbuida de ideas tales como que la variedad erótica es peligrosa, insana, depravada y una amenaza a casi todo, desde los niños pequeños hasta la seguridad nacional. La ideología sexual popular es un nocivo brebaje hecho de ideas de pecado sexual, conceptos de inferioridad psicológica, anticomunismo, histeria colectiva, acusaciones de brujería y xenofobia”.[11]
La jerarquía de valor sexual se convierte en un sistema taxonómico que clasifica al individuo dentro de unos estándares buenos y malos, donde lo positivo se asimila como lo heterosexual, matrimonial, monógamo, procreador y perteneciente al hogar; mientras que lo malo es lo considerado más abyecto, tal como lo travestido, fetichista, sadomasoquista, intergeneracional, etc.[12] Lo homosexual puede ganar cierta aceptación si se heteronormativiza. Así, las parejas estables de homosexuales, las que se casan, las que establecen valores jerárquicos dentro de su relación, las que entran en el juego capitalista del trabajo respetable y la socialización positiva, pueden encontrar un nicho en la civilización burguesa.
La queeridad, por su parte, expone que no sólo la heterosexualidad produce modelos normativos, sino que también otras minorías sexuales, como el pensamiento gay, lésbico o transgénero producen modelos de exclusión órdenes jerárquicos.[13] La homosexualidad, en este caso, reproduce los mismos discursos de la heterosexualidad normativa. Otras minorías sexuales como la transexualidad quedan desdibujadas o funcionan parcialmente sólo en sociedades hipercapitalistas.
Marcuse descartó la hipótesis de que la liberación sexual traería como consecuencia la producción de una sociedad de maníacos sexuales y, con ello mismo, la destrucción propia de la sociedad, pues, al igual que Marx, no pudo ver los alcances que tendría el capitalismo. En este sentido, la parcial libertad sexual que se vive en la actualidad, simplemente hizo una alianza con el capitalismo tardío, a costa de otras minorías sexuales y de su propia subjetividad. La queeridad por ello invita, mediante distintas manifestaciones, a abrir las posibilidades a los elementos constitutivos de género y sexualidad y, también de cierto modo, volverlos inclasificables.
Utopía anal
Para Paul B. Preciado el cuerpo fue redibujado por un miedo latente a que la piel se convirtiera en un órgano sexual sin género. Ciertas cavidades tuvieron que suprimirse para transformarse en vínculos de sociabilidad. El ano debió cerrarse para que la energía sexual que pudiera fluir a través de él se convirtiera en “honorable y sana camaradería varonil, en intercambio lingüístico, en comunicación, en prensa, en publicidad, en capital”,[14] lo que dio paso al cuerpo privado. El ano les fue castrado a los individuos, a los hombres, para poder erigir una Ciudad, un Estado y una Patria, de donde excluyeron a las mujeres y a los homosexuales. Lo que Preciado quiere problematizar es que en el curso de la historia se han inventado desviaciones sexuales y patologías mediante métodos médico-jurídicos para controlar a los sujetos. El deseo homosexual, al revindicar una política del ano, funciona como una estrategia contra los excesos biopolíticos que sujetan al individuo.
Las políticas del ano son políticas del cuerpo que redefinen la especie humana y sus modelos de reproducción. Sin embargo, a pesar de eso, el ano se mantiene oculto y la sociedad elimina todo estatuto que invite a pensarlo como órgano sexual. El ano sólo puede aparecer como un órgano excretor. La analidad, en dado caso, sólo puede ser entendida bajo los supuestos capitalistas que permiten que las “perversiones” coexistan en el mismo apartado que la “normalidad” bajo el supuesto utilitario que las convertirá en actividades lucrativas. Pero en la realidad más inmediata, el estigma y el soslayamiento se presentan ante la analidad. El movimiento homosexual sólo puede reivindicarse a través de recuperar la propaganda “individuo, familia, patria”,[15] lo que tiene como consecuencia una “colaboración de los homosexuales en proyectos estatales de represión de la sexualidad que separan a los ‘perversos’ de los ‘buenos homosexuales’, los ‘yonquis’ de los ‘sobrios’”.[16]
Lo anterior invita a pensar que tener el ano abierto no basta para subvertir la estructura social y dar paso a nuevas subjetividades. Preciado se pregunta cómo puede realizarse una revolución anal que pueda sobrevivir a los efectos normalizantes de las políticas de la identidad. A pesar de la dificultad que esto plantea, el autor por lo menos está convencido de que, para la heteronorma, “el ano no produce, o más bien produce únicamente basura, detritus. No se puede esperar de este órgano producción de beneficio no plusvalía: ni esperma, no óvulo, ni reproducción sexual. Sólo mierda. [Es] el punto de fuga por el que el capital escapa y vuelve a la tierra convertido en humus”.[17]
La propuesta de Preciado por abrir y colectivizar el ano resulta interesante como método simbólico, pues la castración del ano privatiza el cuerpo. Según Hocquenghem, “la lucha homosexual implica también la reivindicación de la función deseante del ano que en su opinión equivale al rechazo no sólo de la espacialidad específica de la civilización edípica […] sino también de [su] temporalidad específica”.[18] La reivindicación anal también sugiere una reivindicación misma a la mierda, a lo que ha sido soslayado, a la muerte misma, ya que el ano no genera vida.
Noche de muertos por sida, Francisco Toledo, 1994. Foto: MUAC.
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Bugchasing: principio de placer y pulsión de muerte
A través del freudomarxismo, por una parte, y de la reivindicación de la analidad, por la otra, la desinhibición sexual desdibuja sus límites hasta niveles insospechados. La analidad surge, para Paul B. Preciado, a mediados de los años sesenta, bajo un contexto hippie de drogas, sexo y redescubrimiento del cuerpo, en el que algunas personas descubrieron súbitamente que tenían ano.[19] La sexualidad, como efecto del capitalismo tardío, se desarrolló farmacopornográficamente después de la guerra fría lo que dio paso a la emergencia de formas visibles y politizadas de la homosexualidad a través de mecanismos, sustancias, etc., que producen al individuo. La sexualidad comienza a funcionar a través de lógicas masturbatorias de consumo pornográfico que controlan y segmentan la subjetividad.[20] Y el capitalismo pone a trabajar “la potencia de correrse como tal”.[21]
Sólo bajo el anterior esquema es que pueden surgir otros modos de explorar la sexual tan inusitados como ajenos. El bugchasing es una práctica que consiste en querer adquirir o transmitir, de manera premeditada, el VIH. El deseo surge al ser infectado o infectar a otra persona, pero la particularidad radica en que la otra persona involucrada esté, no sólo de acuerdo, sino que lo desee fervientemente. Algunos psicólogos[22] han analizado las motivaciones de estas prácticas a través de cuatro explicaciones:
- Acción política: se realiza esta práctica como forma de rebeldía ante la percepción de la estigmatización de la comunidad gay y de las personas con VIH
- Soledad y solidaridad grupal: convierten la práctica en un acto de responsabilidad social que involucra e integra a las personas a grupos solidarios que buscan combatir la soledad a la que los miembros de la comunidad LGBT se ven expuestos
- Emoción del riesgo: es una práctica de riesgo que, dada su peligrosidad, aumentará la excitación (y, por ende, estimulará la liberación de dopamina en el sistema nervioso)
- Miedo y alivio: ya que la infección de VIH puede ser visto como algo inevitable por personas de la comunidad LGBT+, adquirirlo traería consigo un alivio para no retrasar algo considerado como inevitable.[23]
La revisión psicológica al bugchasing, aunque reveladora, me resulta un poco inacabada. Pues, aunque tomen algunos elementos como la soledad o la acción política, no toman en cuenta el deseo puro y la fantasía. No es necesario buscar mucho para darse cuenta de que en foros LGBT+, aplicaciones de citas o lugares de encuentro gay como bares (entre otros), el bugchasing se encuentra, si bien vedado para cierto público, latente y erotizado. En la red se pueden encontrar, incluso, fanfics que fantasean con el bugchasing; en las aplicaciones hay perfiles que se declaran, en un lenguaje semicodificado, portadores del virus y orgullosos giftgivers (es decir los agentes que dan el virus a otros hombres). Una explicación que encuentro a tales actos está del lado, por una parte, de la acción política, pero también de la pulsión de muerte y la desinhibición del principio del placer, en los cuales la analidad y la propuesta freudomarxista tienen gran eco.
La queeridad, la analidad y la crítica freudomarxista invitan a pensar sobre las estructuras por las cuales el sujeto se reprime para dar paso a la socialización del individuo y, con ello, a la sociedad. Paul B. Preciado al invitar a colectivizar el ano invita también a experimentar nuevas formas de comprender la sexualidad y vivir la subjetividad. Sin embargo, ¿existen algunos límites que no deban ser transgredidos? Cierto moralismo expresaría que las acciones de los individuos no deben traspasar los límites de otros individuos, en este sentido, el bugchasing podría ser reprobable porque pondría en peligro la vida de otras personas. Sin embargo, en este caso no es así del todo. Pues la particularidad de la práctica radica en el deseo y no en infectar a otras personas sin que éstas se den cuenta, por lo cual, los motivos de salud que se pudieran argüir para desestimar dicha práctica podrían quedar descartados. Sin embargo, si se toma esto por hecho, también deberían de descargar otras prácticas parecidas (y más escandalosas) sus connotaciones negativas.
Para Watney, el SIDA se usa como un “pretexto para ‘justificar’ llamamientos a una creciente legislación y regulación de las personas consideradas socialmente inaceptables”.[24] Esto resulta interesante, no solo por la segregación, sino también por la representación. Aunque el artículo de Bersani es de 1995, en la actualidad la carga peyorativa de la condición en la que viven las personas con VIH no es distinta a la que se ven expuestos los hombres homosexuales, que suelen ser catalogados indistintamente como portadores del virus. Por ello Bersani expresa que “el sida ha logrado que la opresión de los gais parezca un imperativo moral”.[25] El homosexual, como portador del virus, es equiparado a la prostituta decimonónica, en donde el acto, la penetración anal, es entendida como un acto criminal fatal, que trae consigo la muerte física y social. Así, la analidad, desde la perspectiva heteronormada, es entendida como una práctica suicida. Bersani pone de manifiesto que, incluso en las sociedades en las que la homosexualidad no está contemplada como pecaminosa, la analidad a la que se ve expuesta el agente pasivo es connotada negativamente: “existe una incompatibilidad legal y moral entre la pasividad sexual y la autoridad cívica. El único comportamiento sexual ‘honorable’ consiste en ser activo, en dominar, en penetrar, y ejercer así la propia autoridad”.[26]
Sin título.
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El recto, bajo el análisis de Bersani, es entendido como la tumba en la que es enterrado el ideal masculino de la subjetividad orgullosa, que es celebrado por el potencial de muerte en el que se ve inmerso. El SIDA, por su parte, transforma literalmente el potencial de muerte en una certidumbre literal de muerte biológica, lo que permite reforzar la idea heterosexual de identificar la analidad con una autoaniquilación.[27] La práctica bugchasing no sólo retoma la analidad mortífera, sino que la celebra y la convierte en deseo. El homosexual, al sólo lograr ingresar al entramado social heteronormado bajo ciertos preceptos específicos, puede exponer más descaradamente sus deseos más profundos. Pues el principio del placer no encarna de la misma manera que en el hombre heterosexual blanco: el homosexual no tiene nada que perder, pues su vida, su analidad, ya está programada, en muchos sentidos, a caer en la crónica sidaria. Por esto, considero que los sujetos que practican el bugchasing pueden llegar a considerar su acto como una metáfora subversiva a las prácticas sexuales heteronormadas. Mientras que en la heterosexualidad el hombre penetra a la mujer y le fecunda un hijo; en la extremidad homosexual desinhibida, el homosexual hipermasculinizado “preña” a su pareja sexual y, cómo no tiene nada más que ofrecer, le entrega simplemente su enfermedad mortal, que el otro recibe gustoso en un acto paródico.
Por otra parte, Bersani examina que la pulsión ha sido privada de historia, está presente en todas las épocas y las sociedades, aunque su negatividad está proyectada simplemente contra las prácticas homosexuales, porque no se redimen a la finalidad reproductiva que sí pueden atribuirse al coito pene-vagina. El gay pasivo es connotado como desenfrenado y enfermo. Si el ano encarna la negatividad de lo sexual, se puede convertir en la tumba del sujeto hegemónico, por lo que los sujetos queer deberían celebrarlo como “lugar de implantación privilegiado de la pulsión sexual que es la pulsión de muerte”.[28] Esto da pie a pensar el bugchasing también a través del futurismo en unos límites extremistas.
Según Lee Edelman, los sujetos queer deberían rechazar los valores que la sociedad heterosexual les impone y, de manera radical, pronunciarse orgullosamente ante su condena. En No al futuro, Edelman señala que la sociedad moldea una lógica que posiciona una imagen fantasiosa de un Niño imaginario que encarna todos los principios morales y psicológicos en términos de lo que él denomina futurismo reproductivo.[29] Es decir, la imagen del Niño metafórico se presenta como el futuro, el nacimiento, el funcionamiento de la sociedad, la vida; mientras que la queeridad “figura, por fuera y más allá de sus síntomas políticos, el lugar de la pulsión de muerte del orden social”.[30] La queeridad de Bersani insta a adoptar la adscripción de la negatividad.
El bugchasing en sí mismo podría comprenderse por quienes lo practican, bajo estos términos, en sus límites más escandalosos y controversiales. Si la negatividad de Edelman supone arrebatar al orden social el fundamento en el que se sostiene, a través del asesinato del Niño, el bugchasing propone, por lo menos un su cariz más político, encarnar la pulsión de muerte. Mientras el semen del hombre heterosexual sirve para dar vida al copular con una mujer; el semen enfermo del bugchaser no sólo no fecundaría, sino que infectaría a otra persona con un objetivo puramente placentero: el principio de placer logra sobreponerse al principio de realidad. La pulsión de muerte se presentaría dentro de la esfera del gozo y los movimientos de emancipación sexual.
José Esteban Muñoz propone otro modo de entender el futurismo. Según el autor, “el aquí y ahora es una cárcel. Frente a la representación totalizadora de la realidad del aquí y ahora tenemos que esforzarnos por imagina y sentir un entonces y un allí”. Muñoz apuesta por una utopía, que hoy se ve paralizada por la “versión más pragmática de la agenda gay”. Para el autor, lo expresado por otros pensadores como Edelman o Bersani son “romances de lo negativo, expresiones de deseos, intentos de posponer varios sueños de diferencia”. Para muñoz lo queer debe tratar del futuro y la esperanza. Salir del tiempo hetero-lineal es un imperativo para su futurabilidad.
Mientras ese futuro llega, el bugchaser sigue renegando del futuro. No sólo no lo quiere, sino que encuentra placer en no tenerlo. Si el modelo capitalista heterosexuado busca principios que perpetúen sus actos, pero que, además, sujeten al individuo para que éste adopte, vigile y regule su propio funcionamiento, entonces la homosexualidad, por lo menos la masculina, debe estar asegurada por modelos farmacopolíticos que impidan la propagación de la enfermedad (la de la homosexualidad misma y la pandémica). El VIH puede controlarse, pero solo para los que acceden a los medicamentos que impiden su desarrollo, es decir, atravesados por mecanismos biopolíticos muy marcados. La única forma de sobrevivir ante dicha enfermedad es atenerse a la vigilancia, el conteo, la segregación y la dependencia afectiva/laboral/institucional delimitada por el Estado.
La soberanía del bugchaser
Para Hegel, la soberanía es imposible, pues la verdadera libertad se realiza plenamente sólo en el marco del Estado, en el que, incluso el Estado mismo, tampoco es soberano. La soberanía hegeliana se inscribe en la dialéctica del reconocimiento, donde la consciencia de uno solo se obtiene mediante el reconocimiento mutuo entre sujetos. La soberanía absoluta, es, pues, incompatible con la naturaleza dialéctica de la realidad social. La solución para Hegel es renunciar a ella: la conciencia siempre tiene que ser esclava o pasar por la esclavitud; mientras que la muerte, por otra parte, refrenaría todo intento de soberanía en el sujeto. La autonomía máxima bajo los esquemas hegelianos se orienta, entonces, a dar la propia vida por algo más valioso: el espíritu.[31]
Por su parte, Bataille expone que hay una soberanía última: la muerte. Para este autor, la soberanía es un “aspecto opuesto, en la vida humana, al aspecto servil o subordinado”[32], en el que la posibilidad se abre sin límite alguno. La soberanía se asocia con la transgresión y el exceso, más allá de los órdenes sociales. El sujeto soberano rompe con la utilidad, la productividad y la racionalidad. Bataille encuentra en la muerte y el sacrificio momentos de soberanía máxima. Sólo ahí, el individuo puede ser enteramente libre: “la muerte tiene el sentido de la continuidad del ser”.[33]
La heterosexualidad mantiene relaciones sexuales para dar vida, para vivir el futuro; el bugchaser las mantiene para quitar la vida y eliminar toda posibilidad de futuro. El bugchasing, en este sentido, es una actitud soberana frente a la vida y frente a las políticas totalizadoras. En el momento soberano nada cuenta, sino el momento mismo: “lo soberano es gozar del tiempo presente sin tener en cuenta nada más que ese tiempo presente”.[34] El bugchaser encuentra en esta práctica la libertad absoluta sobre el propio cuerpo y sobre la muerte, y que sobrepasa toda experiencia racional y de utilidad. Al decidir sobre el propio cuerpo y la propia dosificación de la muerte, estas subjetividades logran erigirse como sujetos autónomos frente a políticas totalizadoras que constituyen la subjetividad gay. El sujeto homosexual puede entonces tener un control absoluto y abarcador sobre su propia vida y muerte, fuera de los márgenes establecidos por el capitalismo gay. Si la homonorma y el asimilacionismo gay sólo permiten cierto tipo de vida, bajos ciertos esquemas y para cierto tipo de personas, en un acto reiterativo de control e interpretación y reinterpretación de la propia subjetividad, así como mediante mecanismos de sujeción que los orientan hacia un reduccionismo de la vida y el deseo hacia lo heterosexual, el n permite, por lo menos, tener potestad sobre la propia muerte. Si son las propias instituciones las que segregan las subjetividades queer y les impiden el acceso a una vida digna, hay propuestas torcidas que, a su manera, las convierten en amos soberanos de la propia vida.
Conclusiones
La inusitada práctica del bugchasing genera, por lo menos, perplejidad. Aunque las políticas freudomarxistas, la queeridad, la analidad, entre otras manifestaciones ideológicas, insten al individuo a una desinhibición sexual y a eliminar los mecanismos que sujetan al sujeto, ciertas prácticas resultan escabrosas. Si, siguiendo a Freud, los individuos se reprimen mediante el principio de realidad porque si siguieran sus propios instintos tendrían que morirse, resulta interesante constatar que, en el caso de los homosexuales varones, el principio de realidad resulta menos oneroso que el principio de placer, porque ellos mismos, desde su analidad y el propio desvirtuamiento consciente de su posición privilegiada como sujeto hegemónico, así como su actitud soberana frente a la vida, encarnan la muerte misma: ya sea a través de prácticas “suicidas” como el bugchasing o ante la imposibilidad de trascender eternamente mediante la reproducción.
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Notas
[1] Citado por Judith Butler, “Las inversiones sexuales”, en Ricardo Llamas (comp.), op., cit., p. 10.
[2] Ibidem, p. 11.
[3] Ibidem, p. 14.
[4] Simon Watney, “El espectáculo del sida”, en Ricardo Llamas, op. cit., p. 39.
[5] Herbert Marcuse, Eros y civilización, ed., cit., pp. 9-10.
[6] Ibidem, p. 19.
[7] Ibidem, p. 50.
[8] Idem.
[9] Ibidem, p. 112.
[10] Lorenzo Bernini, Las teorías queer. Una introducción, ed., cit., p. 102.
[11] Gayle Rubin, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, en Carole Vance, Placer y peligro: explorando la sexualidad femenina, ed., cit., p. 139.
[12] Ibidem, p. 140.
[13] Herbert Marcuse, op. cit., p. 99.
[14] [Paul B.] Preciado, Terror anal, en Guy Hocquenghem, El deseo homosexual, ed., cit., p. 136
[15] Ibidem, p. 162.
[16] Ídem.
[17] Ibidem, p. 172.
[18] Citado por Lorenzo Bernini, op. cit., p. 130.
[19] Paul B. Preciado, op. cit., p. 141.
[20] Paul B. Preciado, Testo yonqui. Sexo, drogas y biopolítica, ed., cit., pp. 24-37.
[21] Ibidem, p. 37.
[22] Tales como Mario Romero Palau y Ferran Cuenca Martínez, por mencionar algunos.
[23] Mario Romero Palau y Ferran Cuenca Martínez, “Conductas sexuales de riesgo y búsqueda consciente de infección por VIH/SIDA (bug-chasing): una revisión narrativa desde la Psicología”, en ed., cit., pp. 47-49.
[24] Citado por Leo Bersani en “¿Es el recto una tumba?, en Ricardo Llamas (comp.), Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una pandemia, ed., cit., p. 84.
[25] Ibidem, p. 90.
[26] Ibidem, p. 101.
[27] Ibidem, p. 115.
[28] Ibidem, p. 158.
[29] Lee Edelman, No al futuro. La teoría queer y la pulsión de muerte, ed., cit., pp. 17-20.
[30] Ibidem, p. 20.
[31] G.W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, ed., cit., passim.
[32] Georges Bataille, Lo que entiendo por soberanía, ed., cit., p. 63.
[33] Georges Bataille, El erotismo, ed., cit., p. 87.
[34] Georges Bataille, Lo que entiendo por soberanía, ed.cit, p. 65.