Resumen: Mientras se inaugura hoy una cumbre internacional sobre la IA en el Grand Palais de París y la ministra de Educación Nacional, Elisabeth Borne, acaba de anunciar cursos de introducción a la IA para el próximo año escolar para todos los estudiantes de cuarto y segundo año, el filósofo Valentin Husson, profesor de preparatoria, está invitado a tomar nota de la transformación sin precedentes de la enseñanza desde que ChatGPT llegó a las aulas. Invita a los docentes a centrarse en habilidades que ninguna IA podrá enseñar jamás.
Partamos de esta observación: en la historia reciente de Occidente se han producido tres acontecimientos importantes.[1] El 9 de noviembre de 1989, el 11 de septiembre de 2001 y el 30 de noviembre de 2022. La primera fecha remite a la caída del Muro de Berlín y al fin de las grandes narrativas: el liberalismo triunfante nos hizo creer que habíamos salido de la historia, que la política ya no era una visión del futuro, un cumplimiento del hombre. Algo que ha sido ampliamente negado desde la época de la crisis ecológica y el regreso del fascismo. La segunda fecha marca un punto de inflexión sin precedentes: el Occidente queda golpeado en su centro neurálgico, el imperialismo estadounidense se desestabiliza y es el mismo equilibrio global que creíamos haber alcanzado con la caída del Muro el cual quedó debilitado para siempre. La última fecha, finalmente, es la del lanzamiento de ChatGPT. Y este 30 de noviembre de 2022, plagiando a Derrida que dijo que era el 11 de septiembre, aún no ha tenido lugar: este acontecimiento está por venir y aún no hemos calculado todos los efectos y todas las mutaciones estructurales y civilizacionales que afectarán la aventura humana.
ChatGPT es un agente conversacional que genera texto escrito por una inteligencia artificial cuyos modelos de respuesta ya están predefinidos y pre-entrenados. Desde entonces, han surgido otros agentes: Deepseek, YouChat, Gemini, etc. Pero ¿qué es la IA? La IA es una inteligencia generativa de actividades humanas, como el pensamiento, la planificación y la creatividad. Ella puede entonces pensar, planificar y crear para nosotros. Este “para nosotros” debe entenderse en un doble sentido: puede hacerlo en nuestro lugar y con el objetivo de sernos útil. En el segundo caso, la máquina está al servicio del hombre; en el primer caso, el humano está reemplazado por la máquina. Es esta posibilidad la que resulta problemática. ¿Puede la IA reemplazar nuestras habilidades humanas y, de ser así, cuáles serían las consecuencias para la educación?
La escuela ha cambiado. Las conferencias son cada vez más escasas. Y si uno tuviera que convencerse de la degradación total de la figura del “maestro,” sólo habría que analizar un aula: en el centro de la misma hay un retroproyector, y el escritorio del profesor está ahora relegado en un rincón para que el ordenador allí situado pueda conectarse a un enchufe. El docente está al servicio de la tecnología: ya sea una imagen proyectada o un ordenador que le recuerda el pase de lista de los alumnos que debe realizar en línea, así como los apuntes que debe tomar.
Recuerdo una discusión con Jean-Luc Nancy, en su casa, tomando un café, durante la cual discutimos sobre el futuro de las escuelas y de la enseñanza. Habíamos llegado a esta conversación porque él había ayudado a su esposa, profesora de secundaria, a corregir el examen final. Le sorprendió la ortografía, la gramática y la cultura utilizadas en las copias. Y luego, con una sonrisa en los labios y una mirada traviesa como de costumbre, planteó la cuestión del futuro de la escuela en un contexto donde los ejercicios escolares clásicos (la redacción y el comentario) ya no correspondían a los estudiantes de hoy. Como siempre, lo dijo sin darle demasiada importancia, aunque pude ver que estaba preocupado.
Esta disonancia entre las exigencias de la escuela y las propias disposiciones de los estudiantes para realizar estos ejercicios se ha agravado con la IA. Ya no se trata sólo de una cuestión de dificultades metodológicas o de un fallo en el dominio del idioma, sino de una completa desaparición del trabajo personal. ¿Qué futuro les queda a las escuelas cuando sabemos que la gran mayoría de los estudiantes ya no hacen sus tareas y que la gran mayoría de los profesores las han eliminado debido a la IA? Las tareas escritas no garantizan el trabajo original del estudiante. Aunque recojo todos los celulares, las trampas siguen: pues ahora tienen dos celulares (uno que dan a los profesores en caso de uso inapropiado en clase o antes de hacer tareas escritas; el otro que usan para hacer trampas), y cuando no es el caso, tienen un reloj conectado. Incluso los textos originales, los cuales se seleccionan con mucha paciencia porque en la web no se encuentran comentarios, se escanean en un segundo y se procesan mediante ChatGPT. El desafío del plagio es en sí mismo delicado, dado que la IA genera cada vez más una nueva respuesta al tema solicitado y que –esta es una experiencia personal– incluso si transcribimos la copia sospechosa de dicho plagiador en ChatGPT para preguntarle si ayudó con la tarea, nunca reconoce su participación. ¿Qué hacer, finalmente, cuando los propios docentes utilizan la IA para producir secuencias enteras de cursos?
Todas las invenciones técnicas han creado movimientos masivos de preocupación, perturbando las certezas humanas. Platón ya en el Fedro se conmovió por la invención de la escritura, que veía como un parricidio, como el asesinato de la palabra del maestro, como la degradación de la transmisión del saber. El maestro, una vez desaparecido, siendo ya incapaz de sostener su discurso, dejaría su pensamiento en manos de lectores o discípulos maliciosos que podrían desviarlo de su sentido; peor aún, el escrito ya no requeriendo memoria viva y el aprendizaje haría que el pensamiento se olvidara de sí mismo. ¡Para Platón, la escritura es la muerte del pensamiento! El Occidente ha demostrado que la escritura ha sido su mejor vector de transmisión. No existe una técnica buena o mala, solo existe un buen o mal uso de esta técnica. No sabemos qué puede hacer la IA. Si puede salirse de control y volverse contra sus creadores, también puede ponerse a nuestro servicio. El hecho es que en ello hay tanto una promesa como un peligro.
Por ahora, me gustaría simplemente diagnosticar lo que nos puede preocupar, pero también tranquilizarnos sobre el poder de la IA; en lo que, por tanto, nos supera y en lo que no es apto para sustituirnos:
– La IA provoca desconfianza en la autoridad de la palabra del profesor: ésta se pone en tela de juicio cuando sospecha de un alumno de fraude. El maestro queda desacreditado frente a la máquina, y la máquina se convierte en el maestro del maestro.
– La IA libera al estudiante de tener que internalizar conocimientos fundamentales y por tanto de tener los automatismos necesarios para la reflexión fundamental y el pensamiento crítico. En otras palabras, la IA nos libera de tener que aprender a pensar.
– La IA convierte al hombre, ya no en un junco pensante, si no en un robot pensante, y transforma así la inteligencia humana en una inteligencia superficial, por el mismo hecho de que la reflexión es estereotipada y predecible.
– La IA es parte de la posverdad y la falsedad: su creatividad puede producir documentos engañosos que perjudican la distinción necesaria en el debate público entre información verdadera y falsa. Una foto de Rimbaud había dado de que hablar y circuló ampliamente en las redes sociales: la gente pensó que había encontrado una foto desconocida del poeta en las calles de París. Resultó ser falso.
Sin embargo, hay motivos para la esperanza, ya que la IA no puede, por ahora, reemplazar a los humanos en todos estos casos:
– La IA no tiene sensibilidad y por lo tanto no puede expresar emociones ni plasmarlas en forma de escritura viva. “El estilo es el hombre”, decía Buffon, y la IA no puede tener un estilo singular. Ella puede reproducirlo de forma similar, pero no puede inventarlo. La IA es ingeniosa, pero nunca será un genio, si el genio es, como dice Kant, aquello que es inimitable.
– La IA no puede producir pensamiento crítico: produce matices, pero no resuelve un problema. Sin embargo, la IA puede pretender “pensar” contra sí misma. Ella imita la crítica y, más aún, la autocrítica. Ella puede reconocer la amenaza que representa, pero inmediatamente señala la oportunidad que puede representar.
– La IA no puede adaptarse, en virtud de sus respuestas preestablecidas, a lo inesperado. Su plasticidad es limitada y no puede responder a un acontecimiento inesperado e incalculable. En otras palabras, sus algoritmos predictivos no pueden pensar lo impredecible. (La IA no piensa en la elección de Trump, en la posible anexión de Canadá y Gaza o en la conquista espacial de Marte, acontecimientos que sin embargo son fundamentales en el futuro inmediato del mundo). Si los propios profesores a partir de ahora producen secuencias y planes de clase gracias a este agente generativo, éste nunca podrá sustituir la pedagogía necesaria para un profesor, que debe adaptarse singularmente a sus alumnos y a su nivel a veces heterogéneo.
– Por último, la IA no puede ser ni irónica ni humorística. Ella es ajena a los chistes y a las palabras de ingenio, es decir, a todo aquello que desestabilice un argumento para volcar las certezas de su interlocutor y hacerle cambiar de posición.
Por todas estas razones, la escuela y el profesor todavía tienen futuro. Y, quién sabe, tal vez en esto la inteligencia artificial nunca sustituirá a la inteligencia auténtica. Porque sólo el maestro puede enseñarnos a pensar por nosotros mismos, es decir, a movilizar no simplemente conocimientos, sino reflejos que interroguen el mundo y los acontecimientos que en él ocurren.
Sólo el maestro puede forjar en nosotros un espíritu crítico que, según su propia etimología (kritein), nos permita emitir un juicio claro intentando resolver un problema singular y encontrar una solución adecuada. Sólo el maestro puede enseñarnos el arma final, desde Sócrates, del pensador: la ironía, el humor, el ingenio que desconcierta la mente obtusa y cerrada mostrando su vanidad y subrayando la debilidad de su argumento. La escuela no nos transmite simplemente conocimientos (ahora la IA puede hacerlo por nosotros), sino también una capacidad de reflexión, donde la reflexión se convierte en cuestionamiento, distinción, pero también pensamiento –y pensar es sopesar los pros y los contras–, es decir, pensamiento crítico.
Notas
[1] El texto original en francés intitulado “L´école a-t-elle encore un avenir avec l´IA?” fue publicado en la revista Philosophie Magazine el 10 de febrero de 2025. Agradezco a Valentin Husson por mandármelo el 13 de febrero de 2025 y por otorgarme el derecho de publicar su traducción aquí. Véase: https://www.philomag.com/articles/lecole-t-elle-encore-un-avenir-avec-lia