Reconsideración y duda

Dante Gabriel Rossetti by Lewis Carroll. National Portrait Gallery, London

 

Después de una relación tumultuosa de aproximadamente diez años con Elizabeth Siddal, Dante Gabriel Rossetti se casa con ella en 1860. En 1862, Elizabeth Siddal muere a causa de una sobredosis de láudano. Enloquecido de dolor, Dante Gabriel Rossetti decide dejar en su ataúd, como signo de amor eterno, un cuaderno que contiene una serie de poemas no publicados. Después de siete años, completamente desprovisto de inspiración e incapaz de escribir, le pide a varios amigos que saquen el cuaderno que había colocado junto a la cabeza de su esposa. La operación se lleva a cabo en octubre de 1869. Los poemas extraídos del ataúd se publican en el volumen Poems de 1870.

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Empezar a dudar significa desencadenar un ciclo que puede resultar infernal. En cuanto la duda se insinúa en la mente, ya no puede ser detenida para que no se sienta su efecto, ya que ningún fundamento racional parece lo suficientemente sólido para dominarla. La señal de que hemos sido expulsados del paraíso es precisamente la duda de la que nunca logramos liberarnos por completo. En el paraíso, todo es claro, nítido, carente de ambigüedad. En cuanto perdemos la inocencia paradisíaca, ponemos absolutamente todo en cuestión, y todo lo que está sujeto al examen de nuestro intelecto se vuelve confuso y sin una resolución definitiva. Desconfiados de nosotros mismos, estamos condenados a dudar de todo lo que sabemos y de todo lo que nos rodea. Además, fuera del paraíso, todo lleva las huellas corruptoras del devenir y, por lo tanto, debe estar constantemente sometido a interpretación, y porque resulta siempre inestable y equívoco.

La observación de Nietzsche: “No hay hechos, solo interpretaciones” es válida solo en el mundo cuyo ritmo está determinado por el ritmo de la historia. En el paraíso, donde todo es unívoco y pleno de sentido, no hay reconsideración. Reconsideras solo en un mundo donde la orientación entre realidades y signos se convierte en un esfuerzo que debe resolverse mediante la interpretación, en un mundo donde todo es máscara, quizás también trampa, sin duda artificio. Reconsideras en un mundo donde la conexión directa entre palabras y cosas ha sido rota, en un mundo opaco, en un mundo posterior a Babel. La reconsideración es una herramienta útil, sin embargo, puede volverse peligrosa debido al círculo vicioso que abre. Es útil solo en un mundo desprovisto de puntos de referencia seguros, en un mundo donde nada es lo que parece, en un mundo dominado por un inevitable escepticismo.

Nuestra primera elección puede ser errónea porque tanto los sentidos como la razón nos engañan, y esta es el principal motivo por el que tenemos la impresión de que siempre debemos rectificar, teniendo en cuenta lo que aprendemos de la experiencia de nuestros errores. En el paraíso no hay reconsideración porque todo es transparente, porque no hay astucia, evasión, retirada, máscara. El mundo anterior a la Caída es consistente desde el punto de vista ontológico, no conoce grietas, fisuras y no deja lugar para la manifestación de lo absurdo. Lo falso no puede infiltrarse de ninguna manera en él, porque todo está dominado por claridad, rectitud y el fácil reconocimiento de la verdad. Después de la Caída, el mundo está minado por las huellas del pecado, y los seres y las cosas pierden su estado de gracia. Lo horrible asoma en el mundo, lo monstruoso adquiere su derecho a existir, lo falso solo puede diferenciarse con dificultad de la verdad. La imaginación, que era una fiel sirvienta de la razón, se convierte en su dueña y la perturba sin cesar, desviándola constantemente por caminos erróneos y dificultando su funcionamiento en cada paso. En el mundo posterior a la Caída, el hombre está dominado por la ambigüedad de las manifestaciones de la imaginación. La imaginación se convierte, a su vez, en un instrumento de condena o en el camino que conduce a la liberación. La imaginación puede empujarnos hacia la locura, envenenando nuestra razón con sus imágenes obsesivas y aberrantes, o hacia la salvación a través del arte, gracias a sus imágenes fabulosas que permiten el descubrimiento de lo sublime. Sin imaginación o con ella bajo un control estricto, la razón no se ve perturbada, elige sin error, sin necesitar regresos, reevaluaciones, reconsideraciones. Cuando la imaginación obtiene su libertad, agita la razón, la engaña y la tienta, haciéndola desviarse de su camino recto y confundirse en el error. Así aparece la necesidad de la reconsideración para corregir lo que podría resultar incorrecto, impreciso, inexacto, alimentando constantemente el torbellino del devenir que atrapa cada vez más al mundo en su garra.

La intuición va más allá de la duda. Intuir no significa pensar, sino llegar, de manera repentina y sin mediación, a la verdad. Experimentamos en nuestra propia piel que el pensamiento no puede prescindir de la duda, pero la intuición no siente esa necesidad; es una flecha que alcanza directamente el núcleo de las cosas. La intuición no deja lugar para la reconsideración, ya que da la impresión de un conocimiento completo, inequívoco y sin una pizca de ambigüedad. En cambio, el pensamiento siempre deja espacio para otra reconsideración, y luego otra, y luego otra y así hasta el infinito. Solo quien piensa puede reconsiderar. La intuición no deja lugar para la reconsideración, es categórica, imperativa, sin posibilidad de retorno. La intuición no necesita escalones intermedios; todo ocurre instantáneamente, la verdad se presenta de forma brusca ante nuestros ojos. La intuición es imposible de controlar; la experimentamos sin haber hecho ningún esfuerzo por obtenerla. La intuición es una forma privilegiada de conocimiento, un regalo que recibimos sin habernos esforzado por merecerlo. Cuando tenemos una intuición, entendemos, de manera imperfecta, lo que podría ser la gracia divina.

El mal de la duda destruye, al final, cualquier espíritu que se deja abrumar por ella. Duda interminablemente quien no tiene suficiente confianza en sí mismo, quien siempre necesita argumentos adicionales o la aprobación de los demás. El tirano no duda de nada –solo quiere que se haga su voluntad. En la mente divina no hay lugar para la duda, ni para la reconsideración, porque un intelecto omnisciente no conoce la duda.

 

 

Notas

Original en rumano: “Răzgîndire și îndoială”. Traducción al español de Miguel Ángel Gómez Mendoza. Profesor Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia.