ZDZISLAW BEKSINSKI, “AA78” (1978)
Resumen
A través del análisis que hace Victor Hugo acerca del claustro y el convento en su novela Los miserables, buscaré hacer una apología al encierro que vivimos hoy debido al COVID-19. Esta apología entenderá al encierro como una forma de vislumbrar al infinito, bajo una concepción en donde el infinito es el espacio del otro. A su vez, bajo esta misma línea, el encierro aparecerá como una forma de protesta hacia la productividad moderna en la que habitamos. Para hacerlo, recurriré a los conceptos de “comunidad” y “singular” de Jean-Luc Nancy.
Palabras claves: claustro, congregación, covid-19, comunidad, inoperatividad, modernidad.
Abstract
Through Victor Hugo’s analysis regarding the cloister and the convent, I’ll seek to do an apology of the cloister that we live today as a result of the COVID-19. The cloister as a way of reaching the infinite, understanding the infinite as the place of the other. Also, under the same line, the cloister will appear as a way of protest against the modern productivity under we live in. To accomplish it, I’ll resort to the concepts of “community” and “singular” of Jean-Luc Nancy.
Keywords: cloister, congregation, covid-19, community, inoperative, modernity.
La situación que vivimos hoy nos empuja a replantearnos el modo de vida de ayer. Hemos sido forzados a permanecer encerrados debido a la aparición de un nuevo virus: el COVID-19. ¿Qué representa el encierro en el mundo moderno y qué posibilidades nacen de este hecho? A través de la reflexión de Victor Hugo acerca del encierro religioso y la crítica de Jean-Luc Nancy al proyecto moderno, me propongo responder a estas preguntas.
La obra más reconocida del escritor francés, Los Miserables, puede ser leída como una de las críticas más profundas al sistema político moderno. La vida de todos los personajes es guiada por el destino que les ha sido asignado según el lugar que ocupan en los distintos estratos sociales. Es un libro cuyo tema principal es la lucha por sobrevivir a pesar de las injusticias. El ejemplo paradigmático es el de Jean Valjean, el personaje principal, quien ha vivido marcado por el robo de una pieza de pan para su familia. El hambre y la necesidad son el ritmo de toda la obra. El libro puede ser considerado como una acusación hacia la modernidad y la injusticia intrínseca que viene con ella. Basta con leer el epílogo escrito en Hauteville-house:
“Mientras permitan las leyes y las costumbres la existencia de una condena social que cree infiernos de forma artificial, en plena civilización, y añada la complicación de una fatalidad humana al destino, que es divino; mientras los tres problemas de este siglo, el proletariado que degrada al hombre, el hambre que pierde a la mujer, la oscuridad que atrofia al niño, no se resuelvan; mientras en algunas comarcas pueda existir la asfixia social; dicho de otra forma, y desde un punto de vista aún más amplio, mientras haya en la tierra ignorancia y miseria, no podrán carecer de utilidad libros como éste“.[1]
Dentro de este contexto, el tema que me interesa es el del claustro. Victor Hugo dedica el libro séptimo de la segunda parte a una reflexión acerca de lo que significa estar enclaustrado y el lugar que ocupan el claustro y el convento dentro del mundo moderno. En los miserables se plantea la idea de los conventos o monasterios como hechos históricos, es decir: como hechos con historia propia (origen, auge y decadencia). Para Victor Hugo, claramente los conventos son cosa del siglo V. Hoy en día son los esqueletos de la Edad Media. En una nación moderna, no hacen más que empobrecerla y estorbar, son un lastre para el progreso. “Se necesitan centros de trabajo, no centros de pereza”, [2] afirma el autor. Sin embargo, ¿cuál es el lugar del claustro cuando lo que se busca es detener el desarrollo de la civilización moderna? Al formular este cuestionamiento me doy cuenta que surge una pregunta anterior: ¿por qué se busca estorbar al desarrollo de la civilización moderna? Creo que la respuesta a esta pregunta es un buen inicio para aclarar el papel del encierro actual.
Como podemos observar a lo largo de toda la novela, el progreso anhelado por la revolución francesa sólo ha conducido a los personajes a la miseria absoluta, a la prostitución y al hambre. Este hecho también lo podemos comprobar hoy en día. Por eso, hemos visto surgir una filosofía crítica que se encauza a reflexionar sobre el fracaso inminente de la modernidad, porque como bien lo dice Victor Hugo, la creación de infiernos artificiales es más vigente que nunca, y por eso, libros como estos no pierden su utilidad. Esto se debe a que, en palabras de Jean-Luc Nancy, la dislocación de la comunidad es la experiencia en la que los tiempos modernos se engendran.[3] La modernidad nace con la idea del individuo, que refiere inmediatamente al aislamiento y, por ende, a la desintegración de la comunidad.
El pensamiento moderno puede ser considerado como el pensamiento de lo absoluto, pues los grandes proyectos, como el de Hegel, se desarrollan en un inmanentismo que tiende a encerrarse a sí mismo. En estos proyectos el individuo es el protagonista. Sin embargo, el individuo es el “[…] residuo de la experiencia de la disolución de la comunidad”.[4] Es el átomo encerrado en sí mismo, separado. Por eso, la vida y la muerte del individuo se hunden en la insignificancia. Sin embargo, lo que el pensamiento moderno no ha tomado en cuenta es que el mundo no se forma de átomos aislados, sino que es necesaria una inclinación, un clinamen. Se necesita la inclinación del uno hacia el otro.
Entonces, habrá que preguntarnos cuales son las posibilidades que quedan frente a este “atomismo inconsecuente”, como lo llama Nancy. Él ve en el comunismo el emblema por excelencia del deseo de hacer comunidad. El emblema de deseo de algo más allá de la dominación tecno-política. No obstante, también se encuentra con el hecho de que hoy en día, no existe una oposición comunitaria que no esté sometida al objetivo de los seres que producen.[5] Incluso en el marxismo más tradicional, el hombre es definido como productor de su propia esencia. Por eso, habrá que rechazar al imperialismo modelado por las formas técnico-económicas que siempre se abocan a la operatividad.[6] En un mundo donde todo se define a partir de la producción, habrá que entregarnos a la tarea de la improductividad, desde la cual podamos crear oposición frente al mundo que se desborda de grandes proyectos y obras. Y lo que resulta más importante, es el crear vínculos desde la improductividad, inclinarnos el uno al otro, para atender a la exigencia inaudita de la comunidad.
Es por todo lo anterior, por lo que es indispensable encontrar nuevos horizontes que nos permitan ir más allá del individuo, del absoluto, para recuperar esa comunidad perdida, que de alguna manera siempre logra hacerse presente, pues en realidad, nunca estuvo perdida. Es por eso, que me parece urgente repensar conceptos y modos de actuar que fueron propuestos en el pasado y retomarlos para continuar con la crítica hacia una modernidad cuyo fundamento conceptual ya se encuentra caduco.
En este afán de superar a la modernidad, la literatura puede darnos la renovación que estamos buscando. Para fines de este artículo busco en Los miserables una línea de fuga que nos pueda ayudar a reflexionar en torno al momento que estamos viviendo. Que nos ayude a pensar de otra forma el encierro al que nos vemos inducidos. La segunda cuestión que surge es la del significado de estar enclaustrado. Para hablar del claustro me gustaría analizar el ya mencionado libro séptimo de la segunda parte de Los Miserables con el fin de proporcionar actualidad al libro y dar luz a la cuestión que nos atañe en el presente.
La palabra claustro (que proviene del latín claustrum, que significa barrera) actualmente es el nombre de un tipo de edificación. Un patio central rodeado por los cuatro lados de galerías. Sin embargo, el claustro también tiene una connotación distinta dentro de las religiones, en especial, dentro de la religión católica. El sustantivo “claustro” trae consigo una connotación de encierro. Es la barrera que nos separa del mundo. El claustro, en combinación con la idea de convento, que significa congregación, es lo que permite que el análisis sea tan vasto. Poner una barrera que me separe del mundo, pero que al mismo tiempo me congregue con otros más allá de mi barrera.
Es importante señalar que esta idea, en un principio, puede asemejarse o tener resonancias a los muros que se imponen alrededor del mundo. Por ejemplo: el muro de Trump o el muro que anexa territorio palestino al Estado de Israel. Muros que tienen el objetivo de separar y de evitar el libre tránsito. Sin embargo, la idea que planteo y desarrollo, es la idea de una barrera que logra congregarme con el otro que está afuera, que permite que los vínculos con el otro aparezcan.
El convento, en palabras de Hugo, puede ser considerado según tres aspectos: como idea abstracta, como hecho histórico y desde el punto de vista de los principios morales. Como idea abstracta, es definido como “[…] uno de los aparatos de óptica con el que el hombre observa lo infinito”. [7] En otras palabras, el convento es aquello que permite al hombre ver más allá de su finitud. Es la conexión de la sociedad moderna con algo más grande, más sublime. Es aquello que logra señalar que hay algo más allá de la producción. En el caso del claustro religioso, en pleno siglo XIX, Hugo se encuentra con un “[…] aspecto repugnante que aborrecemos y un aspecto sublime que veneramos”.[8] El aspecto repugnante proviene de observar la caducidad que estos lugares presentan frente a las grandes ciudades y los grandes proyectos.
ZDZISLAW BEKSINSKI, UNTITLED (1975)
Aun así, hay un aspecto que venerar, aquel que inspira el mayor de los respetos: el aspecto de lo infinito. La congregación que se encierra, que se separa, lo hace para acercarse al infinito, a lo que está más allá de la muerte de la congregación. Y, a su vez, aproxima a la sociedad a ese más allá de la muerte.
La muerte de la sociedad como la conocemos, fundamentada en el individuo, se hace presente en este encierro. Nos permite pensarnos a nosotros mismos más allá de la esencia productiva que la modernidad nos asignó, asumirnos en constante relación con otros y tomar esa relación como nuestra esencia primogénita, porque estamos estrechamente relacionados debemos de guardarnos para evitar el contagio y cuidar la vida. El virus hace aparecer todas esas relaciones que de otro modo permanecen ocultas. Permanecer dentro de la casa, el lugar privado, permite mantener el bienestar del lugar público.
Como hecho histórico, el convento está definitivamente acabado. “Desde el punto de vista de la historia, de la razón y de la verdad, el monacato está condenado”.[9] En un mundo donde lo que importa es la producción, el trabajo, el progreso, etc. Los centros de congregación y aislamiento, los monacatos, “[…] son instituciones que estorban”.[10] Estas comunidades, que se apartan de la vida productiva para dedicar su vida a lo infinito, que en este caso es Dios, empobrecen a la sociedad. Mientras la civilización estaba en estado infantil, los claustros eran provechosos para las civilizaciones, pues desarrollaban el espíritu de los hombres, sin embargo, “[…] ha pasado el tiempo de clausuras”.[11] En la sociedad moderna, una sociedad que se considera madura y razonable, el claustro perjudica al desarrollo. Las mismas razones que en un momento lo hicieron bueno, lo convierten después en dañino para la virilidad de los hombres. Los vuelve débiles y los aparta del trabajo. Debemos de preguntarnos si ese empobrecimiento tiene una connotación negativa, pues, desde el punto de vista de la razón y de la verdad, que son los emblemas modernos, lo relevante es el individuo autónomo, separado de todos los demás, pensando las verdades más profundas. Esas verdades, que ya fueron pensadas por la tradición filosófica, son las culpables de ocultar el vínculo comunitario que hoy se hace presente. Por lo tanto, lo que se empobrece es el desarrollo que se produce a costa del otro, de aquello que está fuera de sí mismo; y al mismo tiempo, se abunda en el pensamiento del ser-en-común. La finitud propia aparece en el límite, en donde se encuentra con otra piel.
Coincidentemente, Victor Hugo hace mención de Italia y España, quienes en este momento son dos de los países más afectados por la epidemia provocada por el COVID-19. “La lepra monástica carcomió casi hasta el esqueleto a dos naciones admirables, Italia y España”[12]. Estas naciones han logrado mejorar debido a la renuncia de instituciones monásticas y al darle la bienvenida a la revolución de 1789, es decir, que han alcanzado y abrazado a la modernidad. Es importante notar que en el ejemplo de la lepra monástica, el convento es aquello que logra frenar el desarrollo y, por ello, puede representar una amenaza para los ideales de los siglos XVIII y XIX. ¿Los ideales actuales no deben también de ponerse en jaque? Es necesario que Italia y España retornen al monacato, se desembaracen de la modernidad y pongan a la vida y a la comunidad por encima de los principios tecno-políticos y económicos. El virus que se propaga a través de la comunicación, que a su vez es contagio, es al mismo tiempo lo que permite hacer visible esos vínculos que nos presentan como seres finitos, singulares. Por ese virus nos vemos forzados a someternos a una clausura. En pleno siglo XXI, un factor externo, completamente fuera de nuestro control, nos obliga a recuperar eso que nos parece tan contrario a nuestra forma de vida cotidiana: nuestras inminentes relaciones con el otro. Una amenaza nos enclaustra y nos hace acercarnos, hecho tan lejano a nuestro modo de vivir. Y en este encierro se hace presente esta socialidad ontológica.
Para finalizar el análisis acerca del claustro en Los Miserables, habrá que hablar del convento desde el punto de vista de los principios morales. Para Hugo, los hombres se reúnen y viven juntos en virtud del derecho de asociación; y se encierran en virtud del derecho de libre tránsito, del derecho de ir y venir, que implica también el derecho de permanecer en un lugar. Una vez que se reúnen y permanecen en un lugar, pierden su identidad: renuncian a sus propiedades, se vuelven pobres, pierden sus apellidos. La comunidad claustral tiene como principio la igualdad, el individuo desaparece para dejar lugar al singular. Llegados a este punto, me veo en la necesidad de hacer una aclaración: esta idea, vista rápidamente, podría considerarse fascista, sin embargo, creo que es importante señalar que a diferencia de la identidad, que tiene como fundamento lo común, la igualdad, por un lado, tiene como fundamento la diferencia; y por el otro, la condición de ser equivalentes en ciertos aspectos o características. Por eso, la congregación que defiendo no se forma a partir de lo que tenemos en común, sino que se fundamenta en nuestra igualdad como seres finitos, como seres que mueren.
Estas personas que se convierten en iguales, ¿hacen algo más? – se pregunta Victor Hugo. Sí, “Miran la oscuridad, se arrodillan y juntan las manos”.[13] Rezan a Dios. Rezar, después de una larga reflexión filosófica, es definido como “[…] poner en contacto mediante el pensamiento el infinito de abajo (el alma) y el infinito de arriba”. Incluso en los tiempos donde la razón impera con más fuerza, el acto de venerar lo infinito es ley. En primer lugar, porque junto a los derechos de los hombres, existe el derecho del alma y en segundo lugar, porque es un deber “[…] trabajar en pro del alma”.[14] Negar lo infinito conduce al nihilismo, y esta doctrina dentro de la filosofía, no puede ser admitida, de acuerdo a la opinión de Hugo. La filosofía debe de tener como efecto volver mejor al hombre; en el claustro, “[…] la finalidad es la salvación; el medio es el sacrificio”.[15] A pesar de que Hugo rechaza y censura a la Iglesia, se inclina ante la fe; existe una labor invisible en el acto de creer, de tener esperanza: “Los brazos cruzados trabajan; las manos juntas hacen”.[16] No hay ejemplo más claro que Tales de Mileto, quien estuvo cuatro años quieto y fundó la filosofía.[17] Lo que hoy llamamos inoperatividad, que no es más que la renuncia a producir, puede ser considerada como el rezo de la cuarentena actual. Habrá que cruzar los brazos y creer que el sacrificio de detenernos será la salvación. Hoy la esperanza reside en juntar las manos y nada más.
Por último, me gustaría concluir respondiendo a la pregunta acerca del encierro que estamos viviendo causado por el COVID-19 ¿qué significa que un factor externo nos obligue a encerrarnos y, qué posibilidades surgen de este suceso? A pesar de la lejanía entre el claustro estrictamente religioso del que habla Victor Hugo y el claustro que vivimos hoy, podemos tejer una serie de similitudes. El encierro al que nos vemos obligados, al igual que el claustro religioso, nos permite acercarnos al infinito. Nos da la posibilidad de establecer vínculos que nos permiten cuidar al otro y replantearnos el modo de existir que hemos llevado, nos da la oportunidad de salir de nosotros mismos, pensar en el futuro y en el otro.
El encierro que vivimos hoy, ha parado la producción, ha detenido en seco la vida, al igual que el monacato.[18] El desarrollo moderno se ha tomado una pausa, y esa pausa habrá que utilizarla a nuestro favor, se nos ha otorgado un momento para el recogimiento y el reconocimiento. La comunidad, que aparece frente a la muerte del otro, sólo tiene lugar a través del otro y para el otro, por eso, la inmanencia se revela como imposibilidad. Frente a la muerte del otro, el sujeto queda cancelado y aparece el singular, eso es la comunidad. Hoy, frente a la muerte de tantos otros, no queda más que el singular que, contrario al sujeto moderno, no convierte al otro en objeto. Las relaciones entre singulares no se dan bajo la forma de la representación de un objeto en un sí mismo; el ser singular es un ser-fuera-de-sí.[19] Es un ser para el otro.
Estar encerrado hoy significa poner una barrera frente al mundo, detenernos para proteger al otro y congregarnos todos con todos, desde el encierro de cada cual, para mirar al futuro y a su vez, inclinarnos hacia el otro. Provocar el clinamen más allá de la producción y los intereses económicos para dar lugar a la comunidad. Hoy nos encerramos y nos aislamos pero no para poner una barrera frente al otro, sino para usar los muros ya existentes, nuestras casas, los lugares que habitamos, para detener el desarrollo desenfrenado que todos los días nos convierte en individuos y nos aísla; hoy nos congregamos como singulares para cumplir el deseo de la comunidad anhelada.
Bibliografía
- Hugo, Victor, Los miserables, María Teresa Gallego Urrutia, Alianza editorial, Madrid, 2018.
- Nancy, Jean-Luc, Comunidad Desobrada, Pablo Perera, Arena libros, Madrid, 2001.
Notas
[1] Victor Hugo, Los miserables, ed. cit., p. 11
[2] Ibid, p. 563
[3] Jean- Luc Nancy, Comunidad desobrada, ed. cit., p. 13
[4] Idem.
[5] Ibid, p. 25
[6] Ibid, p. 48
[7] Victor Hugo, Los miserables, ed. cit., p. 562
[8] Idem.
[9] Ibid, p. 563
[10] Idem.
[11]Idem.
[12] Idem.
[13] Ibid, p. 570
[14] Ibid, p. 572
[15] Ibid, p. 576
[16] Ibid, p.577
[17] Idem.
[18] Ibid, p. 566
[19] Jean- Luc Nancy, Comunidad desobrada, ed. cit., p. 49
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