Rodolfo Morales y las artes oaxaqueñas

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La esquina de las artes, Rodolfo Morales, 2000. http://artedeoaxaca.com.mx/autores/autor/46

 

 

 

Resumen

 

El objetivo del siguiente trabajo es reflexionar sobre la vida y obra del pintor Rodolfo Morales. Se encuentra dividido en cuatro apartados. En ellos nos detenemos a pensar sobre el compromiso del pintor con la educación plástica de su estado, también en aquellos puntos donde se relaciona con artistas como Marc Chagall o Henri Matisse y terminamos argumentando el porqué no debería de calificarse su obra como naíf o surrealista, pues su trabajo, lejos de ser ingenuo u onírico es pensado, vivido y nos muestran una realidad vivida por las culturas provincianas. Estamos pues, ante un aprender a pensar con los ojos.

 

Palabras clave: Rodolfo Morales, educación, Oaxaca, surrealismo, naíf, pintura.

 

 

Abstrac

 

The objective of the following work is to reflect on the life and work of the painter Rodolfo Morales. It is divided into four sections. In them we stop to think about the painter’s commitment to the plastic education of his state, also at those points where he interacts with artists such as Marc Chagall or Henri Matisse and we end up arguing why his work should not be classified as naïve or surrealist, because his work, far from being naive or dreamlike, is thought, lived and shows us a reality lived by provincial cultures. We are therefore faced with learning to think with our eyes.

 

Keywords: Rodolfo Morales, education, Oaxaca, surrealism, naive, painting.

 

 

El pintor y la educación del pueblo oaxaqueño

 

¿Quién fue, qué hizo? Nacido en 1925 en el pueblo de Ocotlán de Morelos, el maestro Rodolfo Morales se ubica en una tradición de pintores oaxaqueños entre los cuales arte y educación artística van de la mano. Al igual que Rufino Tamayo o Francisco Toledo, Morales vivió preocupado por el patrimonio artístico del pueblo oaxaqueño y la educación estética de sus habitantes. Es bien sabido en dicho estado, que estos tres pintores, entre otros como Luis Zarate, contribuyeron a consolidar a Oaxaca como referente plástico de México.

 

Si uno camina por las calles de Oaxaca centro encontrará una plaza de grandes dimensiones. En ella se encuentra pegada al muro que da a la Escuela de Bellas Artes, tallada en piedra de cantera la siguiente leyenda que expresa mejor la idea de la importancia de educación artística de sus habitantes: “Plaza de la Danza. Construida por el gobierno del licenciado José Vasconcelos para la educación estética y el esparcimiento del pueblo oaxaqueño. 1950”.

 

Y es que esta preocupación descansa en el estado no solo a nivel plástico sino también musical, siendo así que el estado cuenta con Casas de Cultura, Centros de iniciación musical, ballets folclóricos o bandas de viento en cada comunidad que ratifican la idea. Existe en Oaxaca una preocupación por la formación estética y no exclusivamente ligada ella al gobierno.

 

Tenemos el ejemplo de Tamayo, quien donó su colección personal de objetos prehispánicos a Oaxaca y apoyó a la plástica mexicana desde el extranjero. Hoy por hoy conocemos al recinto que guarda este don como Museo de Arte prehispánico de México “Rufino Tamayo”; o el caso más conocido, Francisco Toledo, quien también participó como activista en el mencionado estado oponiéndose al gobierno oaxaqueño y a las transnacionales para salvaguardar su patrimonio material y gastronómico. Ligado a ello, Toledo contribuyó a la apertura de espacios artísticos como el Centro de Artes de San Agustín (CASA) ubicado en Etla, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), la Biblioteca para ciegos “Jorge Luis Borges” o el Centro Fotográfico “Manuel Álvarez Bravo”, la apertura de la Revista Iguana Rajada, entre muchas otras cosas.

 

Todos ellos preocupados por llevar la vanguardia artística al estado y cuyo máximo ejemplo es la Biblioteca que resguarda el IAGO. Rodolfo Morales no se queda atrás. Al profesor de la Escuela Nacional Preparatoria n° 5 Oaxaca le debe la restauración y reconstrucción de los Templos de: su pueblo Natal, el de Santa Ana Zegache, San Pedro Taviche, la creación en 1992 de la Función que lleva su nombre, la donación de instrumentos a bandas del estado como la Orquesta Sinfónica de Teotitlán del Valle, entre otros ejemplos.

 

El interés del pintor por la música y la educación del pueblo podemos observarlo en su iconografía donde aparecen mujeres con instrumentos como guitarras, violines, clarinetes, violonchelos, trompetas, etc., como las pinturas sin título realizadas al óleo en los años de 1975, 1978,1999 o las nombradas: Serenata y Concierto (1991), Mamá Yaya y La tía Gabriela (1994), Orquesta femenina (1999), La música eres tú (1996), entre otras. No resultará azaroso que si nos paseamos por la Escuela Primaria “Morelos” que descansa junto al Mercado, se encuentre una pintura mural realizada no por Morales, pero que, sin embargo, tiene su rostro, mostrándose como hijo pródigo del pueblo y encima de él esté la siguiente leyenda: “La esencia de un pueblo es única y solo le pertenece a su gente”.

 

Dicho mural, dividido en tres secciones, nos muestra un Ocotlán artístico, con manos de artesanos, es decir, manos creadoras. Quizá ello nos recuerde que los griegos denominaban como arte (tekné) no solamente a las Bellas Artes, sino también a la habilidad, tal como menciona Tatarkiewicz: “El arte, tal y como se entendía en la antigüedad y en la Edad Media, tenía por tanto, un ámbito considerablemente más amplio de lo que tiene hoy día. No comprendía solo las bellas artes, sino también los oficios manuales, la pintura era un arte igual que lo era la sastrería”[1]. Y es esto precisamente lo que encontramos en el mural de Ocotlán. La segunda sección muestra al pueblo reunido frente a una iglesia, y la tercera sección, mirada de izquierda a derecha, muestran los oficios allí realizados: Música (una figura masculina sentada que ejecuta una tuba), herreros y zapateros, sobre ellos un listón con la siguiente inscripción: “Ocotlán, la magia de tus pinceles”.

 

Rodea la fachada de la escuela primaria, una serie de portales en cuyos pilares descansan elementos geométricos de impresionismo abstracto similares a las realizadas por David Alfaro Siqueiros en Polyforum en colores rojos, anaranjados, amarillos, blancos.

 

Morales fue un alma generosa. Donó a la bella ciudad de Oaxaca y sus habitantes cinco casas que permiten financiar la Fundación que lleva su nombre; incluso, en vida del pintor, su casa de Ocotlán se abrió para la educación de los niños de su pueblo: “La generosidad dadivosa de Morales vuelve a centrarse en los jóvenes a los cuales ha favorecido abriendo su casa para que los de Ocotlán estudien computación, y en el cuento de nunca acabar igualmente los egresados poseen ya armas para ganarse la vida con dignidad. Ofrece funciones de cine, y lo dije ya, espectáculos variados en el teatro de atrás, el “al revés” de Carmen Parra”[2].

 

 

Morales y Oaxaca. Un amor por el color

 

Muchos han sido los que han hablado de Oaxaca como un lugar privilegiado, no solo por su riqueza gastronómica, cultural o geográfica, sino también plástica. No por algo hoy por hoy sigue siendo el lugar donde habitan algunos de los pintores más importantes de nuestro país, como es el caso de Sergio Hernández. Oaxaca, el país de los sueños, de los colores vivos, alegres, místicos y primitivos que podemos encontrar en la paleta de Francisco Toledo, Rufino Tamayo o incluso en el mencionado Hernández. Y es que hablar de Rodolfo M., también implica hablar de su lugar natal. Oaxaca la inefable como la han catalogado algunos críticos de arte.

 

Mientras los surrealistas inventaban el mundo onírico en la pintura, Morales vivía en él en su amado Ocotlán. No nos asombre el por qué el pintor viajaba a diario desde el centro de la ciudad a su pueblo, ¿qué encontraba allí?, ¿será acaso el retorno a donde su ombligo le llamaba, tal y como se dice en el estado?

 

“La afinidad de Morales con su amadísimo Ocotlán es ejemplar, nunca he conocido una obra, un trabajo artístico que durante años sea tan coherente y fiel a sí mismo. El maestro y gran poeta-niño que es Morales, vio artísticamente, sensiblemente lo que viene sucediendo en Ocotlán desde hace cientos de años: vida y muerte, fiestas, mercados, globos de cantolla, iglesias, parques, hombres y mujeres tejiendo la fina trama de las relaciones humanas que constituyen el otro plano del laberinto: la sociedad, las luchas políticas, los marginados, surcados artísticamente con valores estéticos que se postulan en una doble vía: la imaginación en la que se enriquece y rescata la realidad y el amor que se compromete apasionadamente por Ocotlán, por Oaxaca”[3].

 

¿Será prudente hablar de nostalgia? Después de todo, cuando producía desde la Ciudad de México en su calidad de profesor en la prepa 5 no dejó de lado a su estado y su alma infantil que lo perseguía, “Morales es profundo, intensamente oaxaqueño, intensamente alegre, intensamente nostálgico. Así lo vemos con esa enorme gratitud por la vida, el cariño y el afecto, que hace público por medio de su obra a Oaxaca y, por supuesto, a Ocotlán”. Morales es un artista fiel a su poesía, a su gente, a su historia, a los hombres y mujeres que pinta con la mejor poesía del arte, la del amor, la identificación, la solidaridad y pasión interminables”[4].

 

El caso de Morales no es una mirada desde occidente a la cultura de los pueblos de América, por eso llega a decir que encuentra en sus viajes por el continente y no en París, su misma pobreza, su identificación. Si, por ejemplo, en sus obras encontramos perros, no solo se debe a su amor por estos animales, baste viajar a Ocotlán para dar cuenta de que ellos conviven entre sus habitantes como quienes descansan sobre la placita del pueblo. ¿Será su nahual este animal? Cabe mencionar que, para los habitantes de Oaxaca, los perros son el paso de un mundo a otro: “En esta cultura los perros jugarán un papel importante, ya que ellos los ayudaban a cruzar un río en esta travesía hacia el otro mundo. Es por eso que en las tumbas se han encontrado también esqueletos de perros”[5].

 

Por otra parte, las mujeres de Morales, son las mujeres de Oaxaca, mestizas, indígenas, morenas. En morales hasta los ángeles son como el chocolate. Sus obras muestran una vida de campo, provinciana. Plazas metafísicas, amarillas y verdes como en Los espíritus (1996). Por ejemplo, en esta pintura al óleo observamos tres secciones divididas de manera horizontal. La primera de ellas nos muestra una arquitectura de arcos de color azul, como el cielo de Oaxaca por las tardes, que, dicho sea de paso, este color azul marino inspiró recientemente la intervención vitral de la artista Christina Kim en el Centro de Artes de San Agustín, Etla titulada “Vínculo entre el cielo y la tierra”. La arquitectura que nos muestra Rodolfo tiene debajo suyo manos morenas, un rostro femenino del lado izquierdo y un espíritu que se recuesta sobre los ya mencionados arcos. En la parte central de óleo vemos un espacio abierto en color verde, uno de los colores más recurrentes en Morales, sobre todo en su época de estudiante en la Ciudad de México, y, para terminar, en la parte inferior, la que mayor espacio abarca, vemos a dos mujeres jugando con sus manos a proyectar sombras en la una pared blanca. Quizá en esta visión de Morales podamos recordar los cuentos de Juan Rulfo.

 

Las plazas del maestro de Ocotlán, son a veces, plazas donde los perros ladran a los espíritus y al silencio, plazas donde los hombres se han ido, llenas de ángeles, mujeres o novias a las que nunca les llega la hora del matrimonio. Plazas que recuerdan a Giorgio de Quirico. El mismo tipo de arquitectura que en Quirico, arcos por ambos lados, esculturas, lejanía, amarillos, azules o colores terrosos semejantes a Tamayo o a Cézzane.

 

Pero no todo en Rodolfo es metafísica, pues se corre el riesgo en encerrarse en una de sus pinturas y perderse, también encontramos fiestas populares, dulces de pueblo, música, fuegos artificiales, quizá la misma con la que esperaba el niño Morales, las celebraciones de Oaxaca, que vemos en su mural de Ocotlán, o las mismas que lo llevaron a pintar en cilindros jugando con el movimiento del observador.

 

Morales, retrata no sueños, como se ha pensado al calificarlo de surrealista, sino el alma de Ocotlán, retrata la vida del estado, de fiesta y soledad. Las plazas vacías de Rodolfo hoy muestran una realidad en el estado, la misma que llevó a Alejandro Santiago Ramírez, artista de Teococuilco, Oax. A realizar el proyecto 2501 migrantes, pues son muchas las personas que abandonan sus pueblos dejando a aquellos que se quedan habitando entre espíritus. Morales, ¿con quién se casan tus novias?, ¿a quiénes contemplan tus ángeles?, ¿a quiénes llevan flores las Tres musas (1998) ?, ¿Tenemos que crear hombres y mujeres de barro, como lo hizo Alejandro Santiago, para no sentirnos tan solos en las plazas?

 

 

Morales, Chagall y Matisse

 

Se ha comparado la pintura de Rodolfo Morales con la de Marc Chagall, ¿en qué radica ello?, ¿por qué la plástica oaxaqueña parece hacer propias, hacer hablar en su propio lenguaje a las influencias universales? No es azaroso el que de Francisco Toledo se haya dicho que es un indio universal, Morales no se quedará atrás. Tanto su pintura como la del artista ruso coinciden en colores, formas y temas.

 

Chagall, nacido muchos años antes que el maestro oaxaqueño, muestra en sus pinturas una vida sencilla, provinciana, desnuda, de temas cotidianos exaltados, mágicos, figuras humanas flotando e instrumentos musicales. “Y así pasa casi en cada obra de Chagall. A pesar de la intención original en cuanto al género de sus cuadros (retrato, paisaje, naturaleza muerta, escena costumbrista), en ellos se funden realidad y fantasía, desapego y experiencia emocional directa”[6].

 

Lo mismo que en Chagall, Morales deja de lado la perspectiva, ese ojo matemático diseñado en el Renacimiento. El descubrimiento de Brunelleschi aquí intencionalmente es pasado de largo para mostrar el cuadro en otra lógica, ya no la de Descartes con un espacio matemáticamente perfecto, sino más bien desplazan la mirada a todos los puntos, la coexistencia de varias escenas, son figuras que sugieren movimiento, como se puede apreciar en Festín de Danza (1994) de Morales o El círculo azul (1950) del pintor ruso. “Al igual que Chagall, en su pintura se monta a un mismo tiempo varias escenas, unas dentro de otras, que logran sumar sus contenidos mediante un imperceptible hilván que las entrelaza. La referencia común es ambos pintores será la de sus pueblos, Ocotlán y Vitebsk, ambos siempre presentes, ya sea en un papel protagónico o en una aparición insinuada en el fondo”[7].

 

Otro punto en común es el estilo de vida provinciano, bodas, animales de campo, ciudades y plazas vacías, como dan cuenta las obras de Morales: Tricolor (1999), Yo, la que te quiere (1999), Hilando (1996) o de Chagall: La casa gris (1917) o Sobre el pueblo (1918). La iconografía de estos pintores, como es el caso de Yo, la que te quiere y Sobrevolando el pueblo, muestran a figuras humanas flotando y recorriendo ambientes metafísicos, como se recordará en Plaza de Italia (1913) de Giorgio de Quirico.

 

La introducción del libro Marc Chagall. Rodolfo Morales nos recuerda su afinidad: “Sus obras nos plantean un diálogo de imágenes y conceptos que entrelazan lo íntimo y lo trascendental”[8], y más adelante se dirá, “encontramos interesantes concurrencias, como la influencia que recibieron del espíritu festivo de sus tradiciones –de la magia involucrada de las leyendas zapotecas y los proverbios yiddish– y la forma en que cada uno llegó a reconocer y atender sus circunstancias y su entorno”[9].

 

Lo mismo sucede cuando ligamos al maestro oaxaqueño con Henri Matisse y pensamos en sus colores azules y rojos o sus figuras curvas. La atención al decorado lo observamos en el mural del Palacio Municipal de Ocotlán. El techo de ese salón nos recuerda a Gran interior rojo (1948), Flores y cerámica (1911) o Mesa de servicio (1908) del pintor francés. Y qué decir de la visión de Morales que tuvo de Francia, un pie en sus costumbres y otro en lo universal, baste con recorrer la estación de la línea 8 del metro Bellas Artes de la Ciudad de México y apreciar su mural Visión de un artista mexicano sobre Francia.

 

Todo ello nos demuestra la riqueza de la plástica de Oaxaca. Si a Andrés Henestrosa se le ocurrió hablar de la existencia de una “Escuela oaxaqueña de pintura”, solo fue por un sentimiento identitario que atravesó su corazón. La pintura oaxaqueña es múltiple, como múltiple es la riqueza racial, lingüística, textil, gastronómica y musical del estado. Si es posible hablar de la tal mencionada escuela, como lo sugiere Henestrosa, habría de ser por el compromiso de sus artistas con la educación del pueblo oaxaqueño.

 

 

¿Rodolfo Morales pintor surrealista o naíf?

 

Cuando nos acercamos a este tema nos resultó escandaloso encontrar diversas literaturas o exposiciones que catalogan a Morales como un pintor surrealista, quizá ello se deba a su paleta llena de colores amarillos, azules u ocres o quizá, también, por aparecer en sus cuadros extremidades humanas como lo son las manos y anular toda lógica equilibrada en la composición, sin embargo ¿ello entra exclusivamente en la pintura surrealista?.

 

Rodolfo retrata a un pueblo desde sus carnes, desde la vivencia y no desde el objeto extraído de su función ritual, tampoco busca seguir el método paranoico crítico de un Dalí, ni hacer la revolución comunista. Si de revoluciones y cambios se trata, el artista de Ocotlán compromete su vida y su dinero a la causa, dona, apoya, compra, transfigura el discurso en obras de arte. Lupina nos dice al respecto: “Su obra tiene un poder oculto de atracción que la sitúa en una dimensión que se aparta de lo común, llevándola a un orden superior, en el que, desde mi punto de vista, no concuerda con el calificativo de naive, como tampoco con el surrealista. El peso de sus ideas deslinda de toda ingenuidad, además de que en su trabajo no caben las casualidades o los accidentes; sus argumentos son predeterminados, dejando fuera el azar inoportuno del inconsciente y el automatismo que los surrealistas tanto promovían”[10].

 

Las fuentes pictóricas, aparte, claro, de los colores propios de Oaxaca, que nutren a Rodolfo serán, por mencionar a algunos, María Izquierdo, Tamayo, Pedro Coronel, Quirico, Chagall, Miguel Cabrera, Abraham Angel, entre otros. Lupina, nos dice, que también influye a Morales otras artes: “Morales era un amante del teatro y del cine. Se sabe que durante años, cuando vivía en la ciudad de México, asistió con asiduidad a los ciclos de cine del Instituto Francés de América Latina, y que uno de sus directores favoritos fue Federico Fellini”[11].

 

Morales no comparte el mirar desde la lejanía occidental al arte popular como lo hace Kati Horna en sus fotografías, no es la visión de un europeo sobre el otro, es la visión de un latinoamericano que ha vivido la pobreza de su pueblo. No es el mirar de un intelectual hacia las culturas otras que representan una salida al modelo capitalista que se estaba imponiendo, ni es la mirada occidental que mira la decadencia de su cultura y busca de dónde asirse para refugiarse en “lo primitivo”. Tampoco es un Picasso que retoma elementos e iconografías de otros pueblos para crear la vanguardia europea, el ojo de Morales no se cultivó solamente en el museo, en los grandes espacios de arte, sino se educó desde la vivencia inmediata, en una hermenéutica de lo fenoménico.

 

“Sorprende la manera en que la obra de Rodolfo Morales logra adentrarse en el espíritu del espectador, invadiéndolo de su color y exuberancia, compartiendo el gran espectáculo del paisaje oaxaqueño, así como la intimidad del diario transcurrir de sus pueblos, nutrida no solo de la costumbre cotidiana, sino de la gran tradición heredada de los zapotecas”.[12] Quizá ellos nos recuerden a Rufino Tamayo. Una iconografía sacada de lo más profundo del alma humana. Llámese primitiva si se quiere.

 

Nada tiene de ingenuo, o naíf. Es una obra pensada, alejada del lego. Tampoco coquetea con el automatismo de Breton. “Desde los ojos de su pueblo contempló el mundo, y desde los ojos del mundo miró a su pueblo, para finalmente concluir que todo es parte de lo mismo, que el hombre es aquí, allá y acullá; que tiene los mismos anhelos, las mismas aspiraciones, las mismas tragedias y condenas”[13].

 

Quien ha visitado algún pueblo de Oaxaca sabe que al igual que en las pinturas de Morales, en ellos parece que el tiempo se detiene, abruma la calma y el tedio se hace presente en colores amarillos que se reflejan en la tierra. “Los únicos acontecimientos que hacían sentir el transcurrir del tiempo eran las festividades cívicas, las fiestas de la iglesia, los bautizos, la llegada del circo o el día en que alguien se moría”[14], a ello habría que agregar los días de plaza, todos los demás días el pueblo se inunda de fantasmas, espíritus, como aparece en sus cuadros, las plazas están desiertas.

 

 

Conclusiones

 

Vemos en Rodolfo Morales a un intelectual comprometido. Su caso, es como el de muchos artistas oaxaqueños, que contribuyeron no solo con sus obras, sino haciendo donaciones al estado para la educación de su pueblo. El llamado señor de los sueños comparte inquietudes pictóricas con Chagall, María Izquierdo, Henri Matisse, entre otros. Su mirada es situadamente universal, no naíf, ni surrealista, quizá para ser más justos, haría falta volver a Gombrich: “No existe, realmente, el Arte. Tan solo hay artistas”.[15]

 

Y ese el caso de Morales, pues la historia del arte no es un progreso, más bien, habría que pensarla como una confluencia de motivos, técnicas, composiciones que confluyen en distintas épocas y que aparecen y reaparecen o son descartadas según los ingenios de cada artista. No hay ruptura en la historia del arte, hay elección, hay herencia, archivo, memoria y olvido.

 

Las manos de Morales manos, las manos de uno de Ocotlán, de un tlacuilo universal. “Rodolfo Morales tenía un refinado conocimiento de la técnica y de las tradiciones europeas y americanas, a la vez que conocía desde dentro las profundas raíces del arte indígena de Oaxaca”[16]. Y es desde allí desde donde pinta, su saber no es solo de Academia, sus temas no fueron solamente aprendidos en libros, fueron vividos desde la infancia y pulidos por su educación y por sus viajes.

 

 

Bibliografía

 

  1. Blanco, Alberto, “Las manos de Rodolfo Morales” en Rodolfo Morales. Maestro de los sueños, Lunwerg editores, España, 2005, pp. 25-31.
  2. Colección del Museo Ruso, Chagall y sus contemporáneos rusos. Dossier de prensa. https://www.coleccionmuseoruso.es//wp-content/uploads/2017/10/Chagall.pdf . Consultado el 27 de febrero de 2024.
  3. Gombrich, Ernst, Historia del arte, CONACULTA y Editorial Diana, México, s/a. https://historiadelarteuacj.files.wordpress.com/2016/08/gombrich-ernst-h-historia-del-arte.pdf. Consultado el 03 de marzo de 2024.
  4. Lara Elizondo, Lupina, Marc Chagall. Rodolfo Morales, Promoción de arte mexicano, México, 2007.
  5. Mendoza, Maria Luisa, “Rodolfo Morales: dádivas quebranta penas” en Rodolfo Morales, Fundación Ingeniero Alejo Peralta y Díaz Ceballos, México, 200, pp. 15-29.
  6. Schara, “Rodolfo Morales y el arte de Oaxaca” en Rodolfo Morales. Maestro de los sueños, Lunwerg editores, España, 2005, pp. 63-77.
  7. Tatarkiewicz, Wladislaw, Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética, Tecnos, Madrid, 2001.

 

 

Notas

 

  1. Wladislaw Tatarkiewicz, Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética, ed. cit., p. 40.
  2. María Luisa Mendoza, Rodolfo Morales, ed. cit., p. 25.
  3. Julio César Schara, Rodolfo Morales y el arte de Oaxaca, p. 64.
  4. Idem.
  5. Lupina Lara Elizondo, Marc Chagall. Rodolfo Morales, ed. cit., p. 137.
  6. Colección del Museo ruso, Chagall y sus contemporáneos rusos. Dossier de prensa, p. 6
  7. Lupina Lara Elizondo, Marc Chagall. Rodolfo Morales, ed. cit., p. 151.
  8. Lupina Lara Elizondo, Marc Chagall. Rodolfo Morales, ed. cit., p. 15.
  9. Ibid., p. 16.
  10. Ibid., p. 149.
  11. Ibid., pp. 151-154.
  12. Ibid., p. 148.
  13. Ibid., p. 154.
  14. Ibid., p. 159.
  15. Ernst Gombrich, Historia del arte, ed. cit., p. 15.
  16. Alberto Blanco, Las manos de Rodolfo Morales, ed. cit., p. 27.