Cioran: notas sobre el suicidio, la locura y la muerte

ÉDOUARD MANET, “LE SUICIDE” (1877-1881)

 

Resumen

La obra de Cioran es ajena a la idea de un pensamiento sistemático pues se aleja del conocimiento circular, que gusta de la discusión erudita de significantes, pero que acaba por convertirse en un pensamiento despótico. Para este peculiar filósofo, los sistemas acabados someten la complejidad y las contradicciones de la vida, en una lógica abstracta e irreal. La escritura de Cioran no se entiende sin este humor negro que le da un toque de elegancia, la fuerza diluyente de sus palabras es indescriptible. La escritura de Cioran produce en el lector efectos en las profundidades del alma. Impacta su clarividencia sobre la fragilidad de la existencia, vale decir, en torno a la vida, como un momento fugaz e incidental del universo. Cada palabra escrita por Cioran es profundamente íntima.

Palabras clave: filosofía, reflexión, locura, dolor, suicidio, muerte.

 

Abstract

Cioran’s work is alien to the idea of a systematic thought since it moves away from circular knowledge, which likes the erudite discussion of signifiers, but which ends up becoming a despotic thought. For this peculiar philosopher, finished systems subject the complexity and contradictions of life, in an abstract and unreal logic. Cioran’s writing cannot be understood without this black humor that gives it a touch of elegance, the diluting force of his words is indescribable. Cioran’s writing produces effects in the reader in the depths of the soul. His clairvoyance impacts on the fragility of existence, that is, around life, as a fleeting and incidental moment of the universe. Every word written by Cioran is deeply intimate.

Keywords: Philosophy, reflection, madness, pain, suicide, death.

 

Comenta Manuel Arranz:

 

Hay autores sobre los que se puede escribir, incluso cuando su obra es prácticamente ilegible, son la mayoría, y otros, en cambio, una minoría, a los que se les puede leer, pero no se puede escribir nada seguro de ellos. Ciorán es uno de esos autores. No se trata sólo de que hayan dicho la última palabra sobre su obra, es que su obra niega, refuta, fulmina cualquier comentario que se haga sobre ella, uno escribe, por ejemplo: el pensamiento de Ciorán es la más radical refutación del racionalismo consolador de la filosofía. Y un buen día releyéndolo se topa un “Yo lo que soy en el fondo es un racionalista”. Y si corrige la frase, tacha racionalismo y lo sustituye por irracionalismo, días después puede toparse con la frase: “Debo a mi irracionalismo mis raros momentos de lucidez”. Y lo más turbador de todo es que te das cuenta de que él no se contradice, mientras que tú sí. Que no es que haya ejercido ese derecho inalienable al parecer, a la contradicción, sino que en su caso lo ha considerado un deber.[1]

 

El párrafo anterior no hace sino constatar lo que muchos otros lectores de Cioran han dicho de su obra; que ésta es ajena a la idea de un pensamiento sistemático pues se aleja del conocimiento circular, que gusta de la discusión erudita de significantes, pero que acaba por convertirse en un pensamiento despótico. Para este peculiar filósofo, los sistemas acabados someten la complejidad y las contradicciones de la vida, en una lógica abstracta e irreal. La escritura de Cioran no se entiende sin este humor negro que le da un toque de elegancia, la fuerza diluyente de sus palabras es indescriptible, como cuando afirma que “La filosofía sirve de antídoto contra la tristeza. Y hay quienes creen aún así en la profundidad de la filosofía”.[2]

 

El pensamiento de Cioran no se vincula a ninguna escuela o doxa académica; su nivel de abstracción y reflexividad es cercano a la vida práctica del superviviente; la escritura de Cioran produce en el lector efectos en las profundidades del alma. Impacta su clarividencia sobre la fragilidad de la existencia, vale decir, en torno a la vida, como un momento fugaz e incidental del universo. Cada palabra escrita por Cioran es profundamente íntima. Quien conoció en vida a Cioran asegura que fue un gran lector, pero prefería claramente unos autores de otros (como Marco Aurelio, Platón, Nietzsche). Como decíamos, no le interesaban las filosofías rebuscadas porque eran lejanas a los hechos conmovedores de la vida; curiosamente, su escritura lleva la carga del escepticismo pues carece de una visión humanista —como la literatura de Stefan Zweig—, que trace un futuro optimista y lleno de fe en la realización y plenitud del ser. Cioran no es el típico sabio que nos enseña el sentido de la vida, su camino verdadero, o cómo debería vivirse ésta, antes bien, en sus palabras hay un lúcido desprecio por la cultura y por todo pensamiento que cree explicar el significado verdadero de los hechos sociales y humanos. Antes bien, Cioran presenta el malestar como una condición que emerge del alma fracturada desde el nacimiento y que nos confronta hasta la muerte. Un destino inevitable y vergonzoso. Escribe el pensador rumano: “El único mérito de los filósofos es haberse ruborizado, de vez en cuando, por ser hombres. Platón y Nietzsche son una excepción: su vergüenza no cesó jamás. El primero intentó arrancarnos del mundo, el segundo hacernos salir de nosotros mismos. Ambos podrían dar una lección a los santos. El honor de la filosofía queda así salvado”.[3]

 

Emilio Cioran fue un escritor que se sentía orgulloso de estar al margen de la academia y los reconocimientos protocolarios, como lo ilustra su sarcasmo y su propia vida antiacadémica. En alguna parte afirma: “Sólo produzco angustias, mis libros son inútiles”.[4] Si existe algún compromiso con la filosofía, éste tendría que buscarse fuera de todo dogma puesto que, las explicaciones hechas desde el pensamiento sistemático, como totalidades inapelables, terminan por ser un fracaso para entender el palpitar de un mundo donde habita la enfermedad, la locura, el dolor y la muerte, comenta Cioran: “Nuestros interrogantes, en lugar de saltar en ritmos, se arrastran en las bajezas del concepto o se desfiguran bajo la risotada sarcástica de nuestros sistemas”.[5]

 

Cioran escribe fragmentariamente. La fuerza de sus palabras surge de esta economía del lenguaje que suspende el pensamiento del lector, lo deja levitando. La magia de su palabra se revela en la transmisión de ese Don que tiene la fuerza espiritual para sacudir ese inconsciente inmortal, ese trozo de alma que impide mirar de frente el abismo, sentir el vértigo de la decadencia. Su palabra es un talismán, una especie de objeto inestimable que deja la marca fatal de lo ineludible, lo desastroso de la vida. Por eso es que su obra es ajena a la filosofía utilitarista que, por el contrario, no quiere saber sobre la ansiedad, el infortunio, el abandono, el vacío, la locura, el tiempo y la muerte. La palabra de Cioran introduce lo fugaz, la fragilidad, el quiebre del ser con el mundo.

 

Algunas palabras sobre el dolor y el suicidio

 

Para el “filósofo francés”, no hay claridad del espíritu, si éste no pasa por el cuerpo doliente; sólo la enfermedad nos ancla en el presente, en la intensidad del “aquí y el ahora”, en el dolor que separa sentimiento y razón. El padecimiento físico se convierte en lucidez existencial. Sólo a través de la enfermedad nos desconocemos. El dolor desdobla al ser para verse frente a frente en la ajenidad que interpela desde la pesadumbre. ¿Qué refleja un espejo a otro espejo y en medio nada? se preguntaba el conde de Lautréamont. El sufrimiento es lo único que nos individualiza, como la soledad del moribundo, de la que nos habla Norbert Elías. El dolor se manifiesta sin “[…] subterfugios temporales como el mañana de la imaginación o el ayer de la memoria”. Fernando Savater relata que una vez Cioran le platicó que una criada le dijo que únicamente se acordaba de Dios cuando le dolían las muelas. La experiencia del dolor es insustituible, pues queda incrustada como un acontecimiento subjetivo irremisible. La enfermedad hace del sujeto su cautivo; Sólo la enfermedad, el dolor o la vejez nos permite sentir la inmanencia de la nada. Sólo el malestar, la fragilidad de la carne, despierta esa conciencia metafísica, esa reflexión penetrante, perspicaz, clarividente, en torno al carácter trágico de la vida. El dolor desbarata el velo de la vida plena, esa gran mentira que se sustenta en la superioridad ética del hombre. Para Cioran, “[…] quien no sienta su cuerpo jamás estará en disposición de concebir un pensamiento vivo”, así, la realidad es “[…] un desierto sin esperanzas”.

 

Cioran muestra una realidad agónica, la que emerge del tiempo demoníaco, la que nos hace conscientes de lo irremediable; esa realidad que pulveriza toda ilusión de trascendencia. Ilusión y trascendencia, vínculos poderosos, que sostienen la intimidad del deseo. Mientras se lee a Cioran se vive la fuerza de la fatalidad, queda uno atrapado. Sólo quien vive el vértigo del vacío, quien está junto al féretro del padre y mira la Nada, puede entender el desarraigo y la verdad de la existencia, una existencia que, ineluctablemente progresa hacia la muerte: “La desesperación entre la infinitud del mundo y la finitud del ser humano es un motivo grave de desesperación; sin embargo, se la considera con una perspectiva onírica —como en los estados melancólicos— deja de ser torturadora, pues el mundo adquiere una belleza extraña y enfermiza”.[6]

 

Los aforismos de Cioran son estéticamente irrevocables. La contundencia de sus palabras se alimenta del desaliento extremo, curiosamente acompañado de la ironía y un humor denso y oscuro. Dice Cioran: “Sufrir: única modalidad de adquirir la sensación de existir; existir: única manera de salvaguardar nuestra perdición”. La escritura de Cioran irrumpe el curso natural de la vida modificando para siempre nuestra percepción del mundo. Su obra no modela la realidad, no camina por el lado de la edificación de este o aquel escenario, para comodidad y tranquilidad de la filosofía humanista o de la doxa académica, antes bien, sus palabras nos asaltan, despojan al mundo de sus figuras y formas; dejan al desnudo nuestro cuerpo y alma, afirma Cioran: “Una constatación que puedo, muy a mi pesar, hacer a cada instante: solamente son felices quienes no piensan nunca, es decir, quienes no piensan más lo estrictamente necesario para vivir. El pensamiento verdadero se parece a un demonio que perturba los orígenes de la vida, o una enfermedad que ataca sus raíces mismas”.[7]

 

La obra de Cioran nos recuerda que el cuerpo es una pesadilla hecha de instantes de sufrimiento: “La realidad del cuerpo es una de las más terribles que existen. Me gustaría saber qué sería del espíritu sin los tormentos de la carne, o de la conciencia sin una hipersensibilidad del sistema nervioso”.[8]

 

Leemos los libros de Cioran e inevitablemente nos preguntamos ¿qué demonios hacemos aquí? Nuestro destino es un suicidio aplazado. Por cierto, el suicidio es un escenario presente no sólo en el pensamiento de Cioran, sino en el de todos nosotros, por la sencilla razón de que somos mortales y que mientras envejecemos, nuestro cuerpo cae poco a poco a pedazos. Una vez insertos en este mundo, emerge el impredecible juego del deseo, la ilusión —ante lo irremediable—, el absurdo del sinsentido de la vida. Por cierto, se dice que las reflexiones que Cioran hace sobre el suicidio, evita que lo lleve a cabo. Al respecto escribe:

 

  • La tenacidad que he empleado en combatir la magia del suicidio me hubiera bastado ampliamente para lograr la salvación, para pulverizarme en Dios. [9]
  • Vivo porque puedo morir cuando quiera: sin la idea de suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.
  • Sólo se suicidan los optimistas, los optimistas que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendrían para morir?[10]
  • Refutación del suicidio: ¿no es inelegante abandonar un mundo que tan gustosamente se ha puesto al servicio de nuestra tristeza?[11]

 

La lectura de Cioran sobrepasa el placer estético (o lo disfrutable); es emocionalmente turbulenta. Mientras se lee, experimentamos una amplia sensación de libertad, pero también de mareo. Se tiene la impresión de que más que participar en la vida, la vida es la que ha jugado con nosotros y que tarde o temprano nos arrollará. Su filosofía contiene un poder muy especial. Un filo que rompe todo velo ilusorio. Cioran no es el narrador de cuentos o de mitos. Eso sería jugar del lado del engaño y el ensueño, como lo hace buena parte de la literatura. Cioran no es un charlatán de ilusiones, como tampoco lo son Dostoievski o Nietzsche, quienes escribieron desde el padecimiento del cuerpo. Estos últimos encontraron el terror al salir de la vida y la historia gracias a la epilepsia y la locura. El terror se transformó entonces en obsesión por el subsuelo del ser. La escritura de Cioran es obstinación por entender las emociones profundas y los sentimientos más arraigados que gobiernan la existencia. La palabra contiende con la razón, insistiendo en abandonar toda armonía para darle así, luz al sufrimiento. Escribe Cioran: “Quien no ha experimentado el miedo a todo, el terror del mundo, la ansiedad universal, la inquietud suprema, el suplicio de cada instante, no sabrán nunca lo que significan la tensión física, la demencia de la carne, y la locura de la muerte. Todo lo profundo surge de la enfermedad; todo lo que no procede de ella no tiene más que un valor estético y formal”.[12]

 

En torno a la locura

 

Existe una fascinación de Cioran hacia la locura, por todos aquellos seres extraviados del espíritu. Encuentra una verdad en el delirio, es la palabra que desgarra el velo del que está hecho el engaño. Como si el sufrimiento físico fuera la única puerta para conocer una realidad superior, sagrada, de aquella que viven la gran mayoría del común de los mortales, pues “[…] el secreto de un ser coincide con los sufrimientos que le espera”. Para el escritor rumano, los comportamientos raros e insólitos, los sentimientos penetrantes e hirientes aportan más a la filosofía, que el fanatismo de las creencias que tratan de recomponer la farsa del mundo a través de su visión integrista, puesto que sólo confluimos con el otro, gracias al dolor que compartimos. Sólo el escepticismo, en tanto ejercicio de descomposición y desmontaje de las verdades artificiosas y de los teatros ficcionales de la vida, se acerca más a lo inefable. Comenta Cioran que “[…] mucho antes de que la física y la psicología hubieran aparecido, el dolor desintegraba la materia y la angustia el alma”.[13]

 

Durante casi toda su vida, Cioran padeció de insomnio. Tal vez una de las experiencias más cercanas a la locura ya que no le permitía desconectarse del mundo. Para Philippe Garnier, el insomnio lo llevaba por un camino continuo de sufrimiento que no le permitiría mucha distracción. A Cioran no le interesaba el reconocimiento universitario, ni los encuentros o congresos filosóficos organizados por universidades; el confiaba en los testimonios de los seres humanos que sudan y luchan por sobrevivir, ante todo creía en la voz trágica de la prostituta, la narrativa profunda del loco o la sapiencia cotidiana del tendero. Una vez un loco le dijo: “Soy una marioneta rota cuyos ojos hubieran caído adentro”. Para él estas palabras valían mucho más que muchos libros eruditos sobre el tema de la enfermedad mental.

 

Por cierto, los psiquiatras dejaron de escuchar el delirio desde que dejaron de leer o creer en Freud. Eugen Bleuler realizó un estudio de las figuras del delirio esquizofrénico que, por cierto, fue utilizado por el etnopsicoanalista Geza Róheim para demostrar que el discurso de la demencia puede interpretarse como un rito mágico, un intento para restablecer el orden de lo simbólico; no obstante, este esfuerzo queda únicamente como un fracaso imaginado, una búsqueda del sentido malograda.[14] Sin embargo el discurso de la locura, su narrativa, siempre revela chispazos de una verdad cautivante. Con la llegada de los manuales diagnósticos, el delirio se silenció, pues al igual que la fiebre, se consideró el síntoma por antonomasia de la enfermedad mental; así, las alucinaciones se sustituyeron por clasificaciones. Con ello se obturó en definitiva la posibilidad de mirar la trayectoria social y emocional del sujeto, y se pasó así a etiquetarlo, es decir, a sustancializarlo dentro del discurso del saber —y poder— médico. El delirio se combatió con fármacos. Con ello se negaron a escuchar la verdad que esconde la locura, la historia que le precede, los dolores del vínculo. Cioran que gustaba de leer sobre el budismo escribe sin rodeos. Conoce la condición humana que necesita enmascararse para inventarse la vida, para no reventar ante la tragedia de su existencia. El loco, a decir de Gregory Bateson, no puede descifrar el metalenguaje. Su lenguaje corporal carece de fachada social o ensamblaje simbólico, fundamento para el intercambio comunicativo. Su comportamiento es traducido como un síntoma de una enfermedad mental, porque quebranta el orden social. Con un gesto inocuo, desbarata el orden ritual de la interacción. Su lenguaje, no rotulado socialmente, revela la verdad en torno a la fragilidad de la que estamos hechos, en palabras del filósofo: “[…] nosotros nos perpetramos detrás de nuestro rostro; al loco lo traiciona el suyo. Él se ofrece, se denuncia a los demás, habiendo perdido su máscara, publica su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se le espose y se le aísle”.[15]

 

En torno a la Muerte

 

Leo a Cioran para tratar de decir algo sobre él en este coloquio. Y sólo consigo que sus palabras saquen a flote aquello que sé, pero que no quiero saber: que algún día me transformaré en nada. Se aviva la soledad y el absurdo toma su lugar. Escribe Cioran: “La muerte más profunda, la verdadera muerte, es la muerte causada por la soledad, cuando hasta la luz se convierte en un principio de muerte. Momentos semejantes nos alejan de la vida, del amor, de las sonrisas, de los amigos —e incluso de la muerte—. Nos preguntamos entonces si existe algo más que la nada del mundo y la nuestra propia.[16]

 

Sin duda hay un elemento trágico de la vida. Un dinamismo intrigante fuera de toda dialéctica. Cualquier vitalismo en Cioran se alimenta de una sombra maligna. La muerte no se ve como un momento externo y último de la vida, sino como un advenimiento que la atraviesa agónicamente. Dice el médico holandés Bert Keizer que, “[…] los símbolos se convierten en címbalos a la hora de la muerte […]. Y es que todo lo que parecía haberse pensado tan profundamente degenera en el ruido estúpido de un mono que golpea una lata vacía con un trozo de madera en el momento en que la Muerte desliza su pierna huesuda por la puerta. Adentrarse en el abismo con un paracaídas o estar sentado en la tapa de un cubo de basura, ese es el paso de símbolo a címbalo”.[17]

 

La lectura de Cioran produce sentimientos encontrados; es una experiencia de entusiasmo y estupor; sus palabras penetran y conducen a un estado de claridad, en torno a lo efímero de nuestra existencia, del tiempo como fatalidad. Por momentos trastorna. Nos transporta a una región del espíritu que fluye vertiginosamente. Asimismo, sus palabras muestran un ritmo intenso y perfecto. Cuando nos dice, por ejemplo: “Solos en la vida, nos preguntamos si la soledad de la agonía no es el símbolo de la existencia humana”.

 

La vida no se entiende sin este principio de negatividad y de vacío en el ser. De ahí la importancia de la locura, la enfermedad, el suicidio o la muerte. Ellas desgarran la ilusión cotidiana, el encanto de la rutina, de manera que la normalidad se transforma en una experiencia insignificante ante la inmanencia de la predestinación. El cuerpo doliente deviene en lucidez, en desesperación, escribe Cioran: “Vivir aquí es la muerte; en otra parte, el suicidio. ¿A dónde ir? La única parte del planeta en la que la existencia parecía tener alguna justificación ha sido alcanzada por la gangrena”.[18]

 

Confieso que la conciencia de la muerte me llegó repentinamente, muy joven, una noche poco antes de dormir. En esos momentos supe la verdad en torno al devenir de cada día. De la impotencia de la voluntad, ante el transcurrir demoníaco del tiempo que tiene la misión de borrarnos para siempre del mundo. Esa verdad llegó como una descarga que cimbró mi cuerpo; después una resignada desesperación en la soledad más profunda. La verdad es una sensación permanente de lo inevitable. No volví a mirar a la vida de la misma manera. No cupo ya más la idea justificatoria de que la muerte se aplica a todos menos a mí. “Quien no ha muerto joven, merece morir”, dice Cioran. La ira y el reproche que hacemos a nuestros muertos tal vez tienen sus raíces en la orfandad, pues quien muere ya no pensarán más en mí. Se fue para siempre su presencia, su voz y su mirada. En adelante, el juego del deseo se revela como una maliciosa travesura cuya única razón, es el sinsentido del vacío. Al respecto comenta el filósofo Vladimir Jankélévitch: “[…] el hombre de luto, herido en su corazón, revive por su cuenta la verdad inaudita y desgarradora de la muerte, experimenta dolorosamente y desde el interior el sentido trágico de la muerte. La muerte para quien personifica lo serio, encuentra su punto de inserción en el espacio y en el tiempo. La muerte es un acontecimiento que tiene lugar”.[19]

 

Comenta Jankélévitch que la muerte es un “monstruo empírico-metaempírico “[…] es una noticia periodística que el cronista relata, un incidente que el forense constata, un fenómeno universal que el biólogo analiza […]”; la muerte se reconoce en tiempo y lugar, “Pero al mismo tiempo (es un) suceso desmesurado e inconmensurable en relación con los demás fenómenos naturales”.[20] No hay manera de racionalizar la muerte. Ante ella, como dicen los antropólogos “[…] bailamos sobre la tumba”, pues el desconcierto que provoca es infinito, algo sobre natural y cercano, pues “[…] nada puede compensar la desaparición de una persona”. La conciencia de muerte llega como una gran sombra que envuelve los sentidos, despierta al cuerpo, lo enciende fugaz y dolorosamente por un instante: surge así la certeza de que algún día no estarás más en esta tierra. Escribe Cioran: “Justo en medio de importantes estudios, descubrí que iba a morir algún día…; mi modestia desapareció de golpe. Convencido de que no me quedaba nada que aprender, los abandoné para poner al mundo al corriente de tan extraordinario acontecimiento”.[21]

 

Plenitud y vacuidad de la vida. Exuberancia y hundimiento. La vida es un salto a la nada. Se muere día a día, en la soledad y la desesperación. El lirismo de Cioran provoca cierta ebriedad interna resultante de una experiencia terrible, fruto de la lucidez. Hay escrituras que fungen como soporte para la vida y de ello da cuenta el psicoanálisis. La cura por la palabra se dice. Hay palabras que emergen poco antes de la muerte y sorprenden por su claridad, como la que dejan en sus cartas los suicidas. Son palabras que recuerdan que el mundo carece de sentido y que, si éste no se inventa y adhiere en alguna ilusión, el absurdo se extiende como una mancha voraz. No hay nada que reprochar al suicida. Dice Cioran que,

 

Si por azar o por milagro, las palabras se volatilizaran, nos sumergiríamos en una angustia y un alelamiento intolerables. Tal súbito mutismo nos expondría al más cruel suplicio. Es el uso del concepto el que nos hace dueños de nuestros temores. Decimos: la Muerte, y esta abstracción nos dispersa de experimentar su infinitud y su horror. Bautizando las cosas y los sucesos eludimos lo Inexplicable: la actividad del espíritu es un saludable trampear, un ejercicio de escamoteo; nos permite circular por una realidad dulcificada, confortable e inexacta […] Cuando uno vuelve a sí mismo y se está sólo —sin la compañía de las palabras—, se descubre el universo incalificado, el objeto puro, el acontecimiento desnudo: ¿de dónde sacaremos la audacia para afrontarlos? Ya no se especula sobre la muerte, se es la muerte; en lugar de adornar la vida y asignarle fines, se le quitan sus galas y se la reduce a su justa significación: un eufemismo para el mal.[22]

 

Para concluir, podemos decir que hay pocos autores que ven el mundo de una manera tan oscura y, no obstante, cuando uno los lee, son reconfortantes (como Charles Bukowski). Son escritores que diluyen cualquier optimismo ramplón. En ellos la realidad se presenta de manera brutal, directa, de tal suerte que, si nos encontramos afligidos o desolados, cuando los leemos nuestro estado de ánimo se transforma en ligereza sentimental. Así sucede con Cioran. No es que de su lectura derivemos alguna utilidad estética que sirva como resarcimiento para el alma angustiada. Pero es indudable que provoca reacciones emocionales e intelectuales encontradas. Observen en Internet a todos aquellos que leen sus aforismos. Una vez concluida su lectura se quedan mirando hacia la nada, como suspendidos en un tiempo insondable, como quien experimenta una intensa y fugaz hierofanía. Su escritura impone un ritmo y una pausa. Esta última es un tiempo obligado e involuntario de suspensión de la lectura en el que levantamos la cabeza, tratando de asimilar el choque recibido por sus palabras. Recuerdo a Roland Barthes cuando escribe que hay un texto del placer y uno del goce. Este último provoca, como en ciertas fotografías, algo punzante, hiriente. Algo que produce una apertura en la conciencia y el tiempo. Cito: “Sólo hay que escribir y sobre todo publicar cosas que hagan daño, es decir, que recordemos. Un libro debe hurgar en las llagas, suscitarlas incluso. Debe ser la causa de un desasosiego fecundo, pero, por encima de todo, un libro debe constituir un peligro”.[23]

 

La obra de Cioran no sostiene ilusión alguna, como lo pretende cierta literatura. Dice Fernando Savater que Cioran se consideraba un vagabundo intelectual. “Si tratamos de sintetizar la posición de Cioran sobre un tema, sobre la muerte, por ejemplo, nos quedamos en silencio. Algo no funciona. Hay que decirlo con sus palabras, hay que citarle”.[24]

 

Termino con las siguientes palabras de Cioran: “Vivir significa: creer y esperar, mentir y mentirse. Por eso la imagen más verídica que se ha creado nunca del hombre sigue siendo la del caballero de la Triste Figura, ese caballero que se encuentra incluso en el sabio más cumplido”.[25]

 

Bibliografía

  1. Arranz, Manuel, “Prólogo. Cioran y la España del desengaño”, en Cioran, Emil Cuaderno de Talamanca, Ibiza, Pre-textos, Valencia, 2002.
  2. Bert Keize, Danzando con la muerte. Memorias de un médico, Herder, Barcelona, 1994
  3. Cañeque, Carlos y Maite Grau, Cioran: el pesimista seductor. Conversaciones con Fernando Savater, Simón Boué, Matei Calinescu, Ana Simón, Philippe Garnier, Ion Agheana, Sirpus, Barcelona, 2007.
  4. Cioran, Emil, Silogismos de la amargura, Tusquets, Madrid, 1997.
  5. __________ De lágrimas y santos, Tusquets, Madrid, 1988.
  6. __________ La tentación de existir, Taurus, Madrid, 1981.
  7. __________ En las cimas de la desesperación, Tusquets, Madrid,1991.
  8. __________ Cuadernos (1957-1972), Tusquets, Madrid, 2014.
  9. _______________ Breviario de la podredumbre, Tusquets, Madrid, 2001.
  10. Geza Róheim, Magia y esquizofrenia, Paidós, Barcelona, 1982.
  11. Jankélévitch, La muerte. Pre-textos, 2009.
  12. Savater, Fernando (Prólogo y selección), EM Cioran. Adiós a la filosofía y otros textos, Alianza, Madrid, 2016.

 

Notas
[1] Arranz, Manuel. “Prólogo. Cioran y la España del desengaño”, en E.M. Cioran, Cuaderno de Talamanca. Ibiza, Valencia, Pre-textos, 2002, pp. 6-7.
[2] Cioran, Emil. Silogismos de la amargura, Madrid, Tusquets, 1997, p. 25.
[3] Cioran, Emil. De lágrimas y santos, Madrid, Tusquets, 1988, p. 48.
[4] Cioran, Emil. La tentación de existir, Madrid, Taurus, 1981, p. 146
[5] Ibidem.
[6] Cioran, Emil. En las cimas de la desesperación, Madrid, Tusquets, 1991, p. 24.
[7] Ibid., p.34.
[8] Cioran, Emil. En las cimas de la…Op. Cit., pp. 83-84.
[9] Cioran, Emil. Silogismos de la… Op. cit., p. 33.
[10] Ibidem., p.18.
[11] Ibidem., p. 34.
[12] Cioran, Emil. En las cimas de la… Op. cit., p. 46.
[13] Cioran, Emil. Silogismos de la… Op. cit., p. 9.
[14] Ver: Geza Róheim. Magia y esquizofrenia, Barcelona, Paidós, 1982.
[15] Cioran, Emil. Silogismos de la… Op. cit., p. 21.
[16] Cioran, Emil. En las cimas de la… Op. cit., p. 19.
[17] Bert Keize. Danzando con la muerte. Memorias de un médico, Barcelona, Herder, 1994, pp. 175-176.
[18] Savater, Fernando (Prólogo y selección). EM Cioran. Adiós a la filosofía y otros textos, Madrid, Alianza, 2016, p. 38.
[19] Jankelevich. La muerte. Valencia, Pre-textos, p.19
[20] Ibidem, p.28
[21] Cioran, Emil. Silogismos de la …p. 30.
[22] Savater, Fernando (Prólogo y selección). EM Cioran. Adiós a la… Op. cit., p. 148.
[23] Cioran, Emil. Cuadernos (1957-1972), Madrid, Tusquets, 2014, p. 11.
[24] Carlos Cañeque y Maite Grau. Cioran: el pesimista seductor. Conversaciones con Fernando Savater, Simón Boué, Matei Calinescu, Ana Simón, Philippe Garnier, Ion Agheana, Barcelona, Sirpus, 2007, p. 61.
[25] Cioran, Emil. Breviario de la podredumbre, Madrid, Tusquets, 2001, p. 178.