La vida, un instante

ARTURO ESPINOSA, “EMIL CIORAN” (2012)

 

No vale nada la vida

La vida no vale nada

Comienza siempre llorando

Y así llorando se acaba

Por eso es que en este mundo

La vida no vale nada.

José Alfredo Jiménez

 

Resumen 

Leer a Cioran es una experiencia explosiva, vitalmente pesimista y depresiva, pone al descubierto la ingenuidad de los anhelos utópicos. La vida y el tiempo no esperan, no hay porvenir, del pasado o del futuro, sino de la vida tal como es, no de la vida que creemos que tenemos sino de la vida que somos. Somos una vida y somos una muerte, no vamos hacia la muerte. No hay una vida o una muerte que esté esperando pacientemente en algún lugar por nosotros.

Palabras clave: filosofía, vida, memoria, muerte, pesimismo, Pedro Páramo.

 

Abstract

Reading Cioran is an explosive, vitally pessimistic and depressing experience, exposing the naivety of utopian longings. Life and time do not wait, there is no future, of the past or of the future, but of life as it is, not of the life that we think we have but of the life that we are. We are a life and we are a death, we are not going towards death. There is not a life or a death that is waiting patiently somewhere for us.

Keywords: philosohy, life, memory, death, pessimism, Pedro Páramo

 

En los años 70 cuando leíamos a Cioran, a algunos nos parecía una experiencia explosiva, era vitalmente pesimista y depresivo, ponía al descubierto la arrogante ingenuidad de aquellos maravillosos años, era el rostro en un espejo de una perversa conciencia que se burlaba de nuestros anhelos utópicos. Hubo quien lo despreció, otros tantos quisieron hacer filosofía de su pensamiento, hoy unos y otros han sido rebasados por la miseria de este mundo. Pero Cioran es una herida abierta, es la parlanchina enfermedad de cualquier insano cuerpo, por más medicación, dieta, yoga y gimnasio. La vida, el tiempo, no espera, no está antes ni después, la descomposición está ahí desde el momento en que somos arrojados al mundo. El funesto evangelio de Cioran, no nos habla de un mundo porvenir, del pasado o del futuro, sino de la vida tal como es, no de la vida que creemos que tenemos sino de la vida que somos. ¡La verdad! ¡la salvación! ¿a quién le interesa eso en este momento?

 

Hoy que releo a Cioran escucho su voz que me dice: “Te lo dije”, y no puedo evitar una permanente sonrisa, aunque a menudo me sorprende una carcajada sobre sus textos. Sin embargo, su cinismo, su lucidez ya no parece una monstruosa y terrible revelación sino tan sólo el fondo de la pantalla donde se proyecta un mundo lleno de infinitas sombras indiferentes. Su escritura, como evangelio del mal, no dice nada nuevo, nada que no sepamos. O se es suficientemente cínico para seguir viviendo o simplemente se carece de toda sensibilidad, en todo caso en una época como esta, ambas cosas no tienen la menor importancia. Sus aforismos, sus ensayos hacían mella en la inocencia de la posguerra. Hoy son etnografía, una metafísica de las costumbres, una radiografía de la enfermedad humana. Por cierto, no hay que ser filósofo o literato para comprenderlo. Antaño se le pudo clasificar como pesimista, hoy ni siquiera se puede decir que Cioran sea realista, al contrario, sus textos son optimistas llenan de ánimo frente al mundo que nos rodea. Me pregunto ¿Qué diría de la Unión Europea? Quizás afirmaría junto al colombiano Nicolás Gómez Dávila lo siguiente “Si los europeos renuncian a sus particularismos para ‘procrear al buen europeo’, temamos que sólo engendren a otro norteamericano”.[1]

 

Así como no se puede querer amar, tampoco se puede querer ser pesimista. Si nacer es un inconveniente, ser escéptico ayuda, por lo menos en lo cotidiano, siempre es uno más práctico. De cualquier modo, coincido con aquellos que afirman que un pesimista es tan sólo un optimista informado.

 

Autor en los márgenes, en los límites, pero también en las desembocaduras, tal y como su tierra de origen y su lengua. Sin embargo, su escritura es una cartografía en francés, cabe recordar que el mapa nunca es el territorio. Ciprian Valcan señala muy bien cuáles son sus influencias francesas y alemanas, pero Cioran es descarada y descarnadamente rumano y no sólo por su indócil lucidez, sino sobre todo por su desnuda ironía, plena de retruécanos, torceduras y caos.

 

Hay cosas a las que no se puede renunciar. Se puede nacer cerca del mar ¿pero que éste sea Negro? Se puede tener vecinos ¿pero que éstos sean rusos o magiares? Se puede nacer con una lengua en los confines del mundo ¿pero que ésta sea romance?  Se puede convivir con mucha gente, ¿pero que éstos sean gitanos? Se puede tener una historia ¿pero que ésta se comparta con turcos, nazis y comunistas? ¿Serán éstas también algunas de las influencias de Cioran? No lo sé y en todo caso no importa qué fue y qué podría ser, sino lo que es.

 

Admiro a quienes, como Cioran, que, sin renunciar nunca a sus sensaciones, a sus pensamientos, a sus palabras, son capaces y consecuentes hasta la muerte y no como aquellos que, en esta época, de servidumbres voluntarias, prefieren pedir perdón a un enjambre de insectos con tal de preservar su vergonzosa, aburrida y podrida vida. Sin duda, una práctica emblemática de nuestros días, son los llamados selfies imágenes instantáneas del tedio universal. Imágenes que matan el instante y hacen eterno el hartazgo de lo mismo.

 

Nuestro autor fue invariable hasta al final y como en un experimento científico nos mostró las consecuencias de su hipótesis sobre el inconveniente de haber nacido. Él se quedó con una vida, su vida, sin poder vivirla, estuvo ahí para los otros, sin estar. Locura, Alzheimer o como se le llame, nos aproxima a una vida y simultáneamente impide vivir. Es claro que el inconveniente no es una vida sino el nacer al mundo. ¿Habrá acaso quien se atreva a falsear este científico hallazgo?

 

Una vida no tiene conciencia de estar viva, no por ello es menos vida y al contrario tener conciencia de la vida tampoco significa saber lo que es la vida. Una vida no tiene pasado ni futuro, es, por así decirlo, puro presente, pero no un presente relacionado con lo que fue y lo que será, sino un presente que es puro tiempo. Una vida es tiempo. Un gusano, una mosca, una planta son una vida, siempre están a tiempo, no conocen el pasado y el futuro. Una vida es como un campo, como un estadio en donde se vive, por eso vivir la vida es otra cosa que una vida misma. Una vida no tiene comienzo ni final para ella misma, por lo que no tiene un objeto o referente fuera de sí misma ni tampoco constituye un sujeto o un yo. A lo anterior se le puede llamar filosóficamente, sí así lo prefieren, un campo trascendental, pura inmanencia.

 

Por otra parte, vivir es producirse fuera de esa condición de campo o estadio, reconocerse como algo distinto, como un jugador de futbol, que no es el estadio, pero necesita de él para jugar. Por así decirlo, el percatarse de sí mismo, la constatación de la propia existencia, de una sensibilidad propia, se produce a un tiempo con algo que no está en la propia conciencia, es decir con un objeto fuera del campo o del estadio al que referíamos con anterioridad. La conciencia siempre es de algo y sólo se expresa en un sujeto que inmediatamente la remite a objetos. Aunque la conciencia está relacionada con una vida, ella misma, la conciencia, no puede dar cuenta de esa vida, sino tan solo de lo vivido. La vida es para estar vivida.

 

Quizás ayude un poco a comprender lo anterior, el relato que hace Juan Rulfo de la vida/muerte de Pedro Páramo, que luego de negarle dinero a Abundio el arriero, para enterrar a su mujer, y quien se considera a sí mismo como “un rencor vivo”, hijo como tantos otros del propio Pedro Páramo, totalmente embriagado por el alcohol, asesina a Damiana Cisneros, la criada de Pedro Páramo. La vida de Pedro Páramo, una de tantas que muestra el abuso, los excesos de poder, el control de las vidas y muertes, un personaje de un pueblo típico mexicano, Comala, que vive la vida, sembrando muertes y procreando hijos. La vida de un sujeto que se ensaña sobre las vidas particulares de otros sujetos y que, sin embargo, en el preciso momento de su muerte, cuando ve caer apuñalada a Damiana, él esconde su cara bajo las cobijas hasta que unos hombres lo salvan del arriero, de su hijo. Sus pensamientos y sentimientos están dedicados a Susana San Juan, su última esposa, a quien amó hasta su muerte.

 

Uno se percata en el relato de un sublime recuerdo que inunda la memoria de un viejo agonizante, que se desmorona en vida como un rancio polvorón, él ve su muerte, la presiente, “[…] de pronto su corazón se detenía y parecía como si también se detuviera el tiempo y el aire de la vida…” Como si la vida de este hombre infame ya no le perteneciera, como si aquellos recuerdos y agonía nos pusieran enfrente no a la persona, sino a la vida absoluta al tiempo intangible, sin el pasado, el presente o el futuro de la persona, de un tal Pedro Páramo. Efectivamente en el borde de la muerte aparece lo impersonal, aunque no desaparece lo singular. Muere una vida, la de Pedro Páramo, una vida singular. Y también muere Pedro Páramo. En un instante, la unidad de una vida y lo vivido se entrelazan con su propia muerte. Si una vida es aquello que se supera a sí misma en movimiento constante, la quietud, el reposo absoluto es la ínfima y casi imperceptible constatación de un instante. Como dice Simmel “[…] cada instante de la vida es diferente de otro y es toda la vida”.[2]  O como dice Gómez Dávila, “Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante”[3].

 

Al final del relato Rulfo dice:

“«Con tal que no sea una nueva noche», pensaba él.

Porque tenía miedo de las noches que le llenaban de fantasmas la oscuridad. De encerrarse con sus fantasmas. De eso tenía miedo.

«Sé que dentro de pocas horas vendrá Abundio con sus manos ensangrentadas a pedirme la ayuda que le negué. Y yo no tendré manos para taparme los ojos y no verlo. Tendré que oírlo; hasta que su voz se apague con el día, hasta que se le muera su voz.»

Sintió que unas manos le tocaban los hombros y enderezó el cuerpo endureciéndolo.

-Soy yo don Pedro -dijo Damiana- ¿No quiere que le traiga su almuerzo?

Pedro Páramo respondió:

-Voy para allá. Ya voy.

Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.[4]

 

En menos de cinco líneas del relato de Rulfo, las manos persiguen a Pedro Páramo: las del vivo, Abundio que le reclama ayuda, las que él mismo ya no tiene para taparse los ojos y no verlo, y las manos de la muerta Damiana Cisneros que le toca los hombros y lo apoya en sus brazos. Se entrecruzan, en un instante, la vida de otro, la vida/muerte de Pedro Páramo y la muerte de Damiana, manos de conciencia, de agonía, y de muerte. Y en la transitoria quietud de un relámpago se produce la inmanencia de una vida antes del trueno.

 

Sus restos, un montón de piedras demolidas son la conexión entre una vida y aquel que vivió. Su miedo por los muertos, por los fantasmas le muestra el inmenso mal y el inmenso bien que le heredaron. Pronto habitará la ciudadela de los muertos, ya no habrá una noche más, será un poblador más de Comala sin miedo a sus fantasmas. Como un toro ensangrentado, herido de muerte, que por fin alcanza a comprender el inconveniente de haber nacido, muerde el polvo y regresa al lodo de donde nunca debió haber salido.

 

La muerte como inmanente a la vida y no como ser para la muerte como algunos interpretan, es una condición insuperable, ni conveniente ni inconveniente, así es. Por lo contrario, nacer y sus consecuencias, vivir, reproducirse y morir, sí que es un inconveniente.

 

Somos una vida y simultáneamente buscamos trascender, superar la vida, como dice Simmel, la vida es aquello que se supera permanentemente a sí misma, ciertamente algo paradójico, puesto que el superador siempre resulta superado. Pero esa vida que tiene conciencia de sí, la vida diaria como ya se dijo, no es una vida, ésta es pura inmanencia, un impulso que sin él la vida no sería.

 

Pero también somos una muerte, no vamos hacia la muerte. No hay una vida o una muerte que esté esperando pacientemente en algún lugar por nosotros, Una vida no vive, hay que vivirla, aunque sea detestable o más precisamente por eso. Una vida es al mismo tiempo una muerte. Es claro que lo contrario de la vida no es la muerte, en todo caso sería la no vida, como de la muerte la no muerte. No somos para la vida, ni para la muerte, somos en la vida y en la muerte. Efectivamente todo esto no es una metafísica sino una práctica, un ejercicio, es la vida/muerte de cada día.

 

Precisamente por todo lo anterior comparto lo que Cioran dice:

 

Si nos adherimos a la causa de la vida, y particularmente a la de la historia, los vicios se revelan útiles en grado superlativo: ¿acaso no es gracias a ellos que nos apegamos a las cosas y desempeñamos un buen papel? Inseparables de nuestra condición, sólo el fantoche no los tiene. Querer boicotear a los vicios es conspirar contra uno mismo, es soltar las armas en pleno combate, es desacreditarse a los ojos del prójimo o quedarse para siempre vacío. El avaro merece que se le envidie, no a causa de su dinero, sino justamente por su avaricia, que es su verdadero tesoro. Al fijar al individuo en un sector de lo real, al implantarlo en él, el vicio, que nada hace a la ligera, lo ocupa, lo profundiza, le da una justificación, lo desvía de lo vago.[5]

 

Creer que vivir la vida es el feliz y grandilocuente encuentro con uno mismo o por otra parte la neurótica sospecha de una anomalía permanente suelen ser los vicios más comunes. Expresiones tales como: “Que el mundo fue y será una porquería” o “La vida sigue igual, siempre hay por quien sufrir y a quien amar”, son la evidente manifestación de vicios que nos apegan a las cosas y que nos hacen desempeñar un buen papel, ya sea como escépticos esnobistas o como tiernas criaturas amorosas. Tensa condición de nuestra subjetividad, por desgracia la madurez, cualquier cosa que esto signifique, o la vejez, generalmente nos apartan de los vicios más por necesidad que por ganas, esto es un efecto de debilidad, la nostalgia por aquellas transgresiones. Sin duda no dejan de ser admirables y envidiables los viejos viciosos que aman y odian con potente energía hasta el lecho de su muerte.

 

Bibliografía

  1. Cioran, Emil, Historia y Utopía, Tusquets México, 1981.
  2. Deleuze, Gilles, “La inmanencia: una vida…” en Giorgi, Gabriel y Rodríguez, Fermín, Ensayos sobre Biopolítica. Excesos de vida, Paidós, Buenos Aires, 2009.
  3. Gómez, Nicolás, Breviario de Escolios, Ediciones Atalanta Madrid, 2018.
  4. Rulfo, Juan, Pedro Páramo, FCE, México, 1990.
  5. Simmel, Georges, Intuición de la vida, Altamira, Buenos Aires, 2001.

 

Notas
[1] Gómez, Nicolás. Breviario de Escolios, Ediciones Atalanta Madrid, 2018
[2] Simmel, Georges. Intuición de la vida, Altamira, Buenos Aires, 2001
[3] Gómez, Nicolás. Breviario de Escolios, Ediciones Atalanta Madrid, 2018
[4] Rulfo, Juan. Pedro Páramo, FCE, México, 1990
[5] Cioran, Emil. Historia y Utopía, Tusquets México, 1981, p.63