Resumen
Este ensayo explora algunos elementos brujeriles a través de la figura de Leonora Carrington. Nuestra tesis afirma que los devenires brujos también se pueden localizar en la obra de la pintora inglesa. Por esta razón, intentaremos trazar un recorrido de continuidad no lineal, para realizar un acercamiento interpretativo de la brujería en la obra de Leonora bajo los siguientes ejes temáticos: la bruja deleuziana, en los umbrales del psiquiátrico, el infinito y los tiempos no lineales.
Palabras clave: brujería, bruja, Deleuze, devenir, tiempos no lineales, locura.
Abstract
This essay explores some witchcraft elements through the figure of Leonora Carrington. Our thesis affirms that witchcraft can also be found in the work of the English painter. For this reason, we will try to draw a nonlinear path, to carry out an interpretive approach to witchcraft in Leonora´s work under the following dimensions: the deleuzian witch, on the threshold of the psychiatric hospital, infinity and non-linear times.
Keywords: witchcraft, witch, Deleuze, becoming, no linear times, madness.
La reflexión filosófica en torno a la brujería provoca una gran curiosidad en el horizonte de las indagaciones contemporáneas. Según las investigaciones del académico inglés Joshua Ramey, es a partir del 2005, cuando un grupo de intelectuales europeos empiezan a aventurarse en esta dimensión desconocida a través de la ontología deleuziana.
En este sendero, podemos recordar el trabajo de Deleuze y Guattari que desde su obra Mil Mesetas exploraron de manera discreta modalidades ocultas que los llevaron a escribir sobre devenires brujos, y a citar al misterioso antropólogo mexicano Carlos Castaneda. Basta recordar que los filósofos franceses en la obra ¿“Qué es filosofía”? señalaron rotundamente que “[…] pensar es seguir una línea de brujería”.[1]
Ahora bien, estas exploraciones son pequeños destellos experimentados por estos filósofos durante sus últimos años de escritura. Por ello, nos atrevemos a intuir que estos desdoblamientos fueron algunas de las revelaciones que descubrieron durante sus múltiples viajes y desprendimientos intelectuales. Tal vez, lo que les hizo falta a estos navegantes del multiverso conceptual, fue un poco más de tiempo para vivir y pensar. Probablemente, existen otros descubrimientos no escritos bajo el deseo de mantenerlos en secreto.
El caso es que de la brujería escribieron muy poco. No obstante, la conocieron a tal nivel de profundidad que no dudaron en afirmar que gracias a sus experimentos brujeriles lograron vislumbrar más allá de los límites perceptuales. Es a partir de estos pequeños registros brujeriles que los filósofos ingleses Matt Lee y Joshua Ramey se aventuraron a continuar con el desarrollo de estos hallazgos, recurriendo a la lectura de la meseta “Recuerdos de un brujo” del libro Mil Mesetas.
Lo anterior con el fin de desarrollar una serie de argumentos para sostener la hipótesis de la brujería deleuziana dentro del panorama de la pintura surrealista y la literatura de terror, en artistas como Austin O. Spare, o inclusive Lovecraft. Sin embargo, el tema de la brujería desde una aproximación filosófica y una perspectiva artística femenina es un aspecto no explorado.
Por esta razón, este trabajo pretende continuar con el fundamento del proyecto de investigación de Lee y Ramey, es decir, siguiendo a Lakatos, conservando el núcleo firme del programa, y, por tanto, dejándolo irrevocable, pero explorando en otras direcciones. En esta vía, intentamos abonar a la construcción de otras bifurcaciones enfocándonos, sobre todo, en el descubrimiento de la brujería en artistas como Leonora Carrington. Básicamente, por la naturaleza de este texto, no podemos, ni mucho menos pretendemos, abarcar la totalidad de la obra de la artista.
Nuestra tesis afirma que los devenires brujos también se pueden localizar en la obra de la pintora inglesa. De esta manera, una ontología deleuziana es el armazón perfecto para dar cuenta de los experimentos femeninos de las brujas. Por esta razón, intentaremos trazar algunos devenires intensivos para realizar un acercamiento interpretativo de la brujería en la obra de Leonora bajo las siguientes dimensiones conceptuales: la bruja deleuziana, en los umbrales del psiquiátrico, el infinito y los tiempos no lineales.
La bruja deleuziana
Leonora Carrington, la bruja deleuziana que anhelaba vivir quinientos años y deseaba morir evaporada. Nació con el don de la telepatía y la videncia, en una extraña ciudad de Inglaterra del siglo XIX. El paisaje arquitectónico desbordaba luminosas revelaciones ¿Por qué pensar en Leonora como una bruja deleuziana? ¿Qué voluntades o cualidades tiene que poseer una artista para “etiquetarse como deleuziana”? De entrada, podemos mencionar sus habilidades extrasensoriales, que sabiéndolo o no, le permitieron experimentar el mundo bajo otra perspectiva.
De signo astrológico Aries, Leonora, desde muy temprana edad deja vislumbrar una mirada misteriosa y penetrante como si en cada parpadear estuviera escarbando en la profundidad de una naturaleza viva y secreta. Es como si de cierta manera estuviera huyendo de la agonía del mundo y lo quisiera descubrir en su pulcritud esotérica y pagana. Esa virtud la podemos rastrear desde su infancia rodeada de paisajes y mitologías celtas, que cincelaron con cierto exotismo sus pasajes oníricos desde sus primeros años hasta sus últimos días.
Ciertamente, Leonora Carrington es una de esas almas viejas que aterrizan al planeta tierra como una de sus últimas visitas. Prueba de ello es la hiper apertura de sus sentidos, capaces de deletrear cada una de las variaciones secretas, ocultas al horizonte banal y positivista. No es de extrañar, entonces, que bajo este don, la vidente inglesa se haya sumergido en las dimensiones más etéreas como una navegante de pasajes galácticos celestiales.
En este horizonte, nos atrevemos a nombrar a Leonora Carrington la bruja, la bruja deleuziana. Pero ¿por qué deleuziana? A primera vista, la brujería en Leonora podemos vislumbrarla a través de las fuerzas intensivas que, desde su potencia vidente, la llevan a atravesar los múltiples canales del multiverso, navegando a través de dimensiones paralelas, para después, como una bruja instruida en los más altos vuelos, plasmar (sus visiones) en cada una de sus creaciones artísticas. En esta vía, la brujería nos permite trazar las coordenadas de los puntos de fuga de Leonora.
Para Juan Salzano, en el prólogo a Deleuze y la Brujería “La pragmática inherente a la brujería ha tenido que lidiar, a lo largo de los siglos, con rivales demasiado celosos de su informalismo experimental, demasiado recelosos de sus simpatías umbralicias por lo contra natura”.[2] En este punto, el filósofo y poeta argentino, se refiere, sobre todo, a la mirada altiva de la ciencia moderna que desprecia otro tipo de conocimientos, por ejemplo, en el caso de la psicología social o la antropología, que recién se han interesado por este campo. Empero, estos acercamientos forzados pocas veces pueden dar cuenta de la potencia intensiva de la brujería, puesto que apelan a recursos como la analogía, para realizar traducciones reduccionistas.
Por el contrario, una de las grandes hazañas de la brujería consiste precisamente en el acceso a las multiplicidades, más allá de cualquier acercamiento parcial: “La habilidad para acceder a este modo de multiplicidad es lo que se quiere decir cuando se dice brujería”.[3] En este caso no se trata de una técnica de control para someter al otro, sino que más bien es una habilidad libertaria que permite, como diría William Blake, abrir las puertas de la percepción y el tercer ojo. Pues, cabalmente, a través de estos experimentos los brujos y las brujas logran mostrarnos la inmensidad vivida en cada una de sus experiencias metafísicas, en cada uno de sus desdoblamientos.
Es, entonces, a este plegamiento continuum de la termodinámica de la realidad, lo que caracteriza a esta pragmática anormal: “[…] la captación o el conocimiento de la naturaleza (su pragmática) está en manos de los brujos, ya que estos trabajan en las lindes de los reinos, en el pulso mismo de los devenires, sin pretensiones cartesianas de disipar el claroscuro de la nebulosa mediante una lente clara y distinta”.[4]
Ahora bien, Deleuze y Guattari, Juan Salzano o Matt Lee no reflexionan sobre la bruja. Sus ejemplos, más bien, refieren a personajes masculinos, como es el caso de Lee cuando aborda la obra de Austin Osman Spare. De acuerdo con Salzano: “[…] Matt Lee se vale, simultáneamente, de los fragmentos de Deleuze sobre brujería y de la obra de Spare, para construir una metafísica práctica cuyo proceso fundamental describe como un “enchufarse a la conciencia orgiástica” y cuyo objetivo consistiría en entablar nuevas “relaciones con lo viviente”.[5]
No obstante, sus exploraciones nos pueden ayudar a trazar la silueta de la bruja deleuziana, puesto que la potencia femenina también puede enchufarse a la conciencia orgiástica y, también, se moviliza en el plano de inmanencia. Por lo tanto, más allá de las distinciones, entre lo masculino y lo femenino, suponemos que el poder de la bruja deleuziana radica en su potencia orgásmica.
La bruja, en este caso, se enchufa a los torrenciales infinitos del deseo para abismarse entre los múltiples entramados de la realidad “los chorros de deseo son algo a lo que el brujo tendrá que “enchufarse” [“plug-into”]”.[6] Por ello, podemos intuir, que la potencia bruja de Carrington es como una antena cósmica capaz de captar la variedad de fuerzas que se despliegan en el planómeno, para después inventar una casa sensación abierta al océano de incertidumbres cósmicas.
En definitiva, uno de los principales artilugios técnicos de la bruja radica en este poder de conexión supremo con las fuerzas más magnificentes del multiverso. Esa habilidad que implica estar con la carne abierta hacia la multiplicidad de colores energéticos, para captar y revelar, los torbellinos de la creación, y poder afirmar que como meditan Deleuze y Guattari: “[…] el devenir nos brinda una estructura mediante la cual podríamos observar este proceso de ‘enchufarse a’ la conciencia orgiástica como la técnica principal del brujo”.[7] Esta conexión la podemos observar en obras como María la Judía, donde se vislumbra a la mujer alquimista dentro de un círculo pentagrama, captando luces de una entidad angelical que la protege con una capa, mientras al mismo tiempo, unos seres fantasmáticos observan la experimentación contra natura, a la vez que emergen luces de sus manos y proyecta pegasos alados entre la coloración ámbar de la escena.
Llegado a este punto y siguiendo a Matt Lee podemos intentar definir a la bruja[8] deleuziana como una mujer sabía que conoce los secretos de la naturaleza, y, por tanto, es capaz de manipularlos y controlarlos para la obtención de algún propósito en específico. Además, posee el don de convocar las fuerzas para convertirlas en fuerzas bondadosas, navegando entre los inter-reinos como una heroína que logra arrancar la bruma imperceptible de la casa universo para volverla eterna. No por nada, André Breton describió muy tempranamente a Leonora Carrington como una joven y hermosa bruja que poseía “[…] el iluminismo de la locura lúcida”.[9]
En este horizonte, podemos decir que una bruja deleuziana logra captar las fuerzas invisibles del plano de inmanencia, para después plasmarlas en cada una de sus creaciones, y después sucumbir ante planos enigmáticos donde habitan seres y espíritus extraños que, de manera discreta coexisten con nosotros. Vale decir, las habilidades brujeriles de Leonora pavimentan cada una de sus creaciones artísticas, que van desde los objetos esotéricos hasta los personajes bíblicos, cabalísticos y alquimistas.
Y bien, ¿en qué obras podemos localizar algunos de los rasgos de la expresividad bruja de Leonora? A primera vista, sería muy arriesgado decir que la totalidad de la obra de la artista inglesa está permeada por devenires brujos. La cuestión, es que es cierto. No obstante, por los alcances mínimos de este ensayo, sólo nos enfocaremos en las que de momento nos parecen más significativas.
Por ejemplo, Leonora tiene una pintura que precisamente muestra el diálogo entre dos brujas. Me refiero a la obra, Las brujas donde podemos contemplar una bruja negra y una bruja blanca, conversando, alegres, envueltas por la majestuosidad de luces espiralizadas ámbar y doradas. Debajo de ellas, los demonios que han descabezado, las cabezas de un hombre barbón, entre las manos de la bruja negra, vestida de rojo, y albergando un sol en su útero. Al parecer, ambas mujeres unen sus fuerzas para lograr el exorcismo de esas entidades molestas que merodeaban en sus vidas. La metáfora de la bruja blanca y la bruja negra nos lleva a pensar que tal vez una estaba del lado del mal y la otra del bien, aunque paradójicamente unen sus fuerzas para elevar las potencias de sus hechizos. Así, en medio de las dos podemos ver, la silueta de un rostro, que sirve de mesa para albergar sus pócimas. Por último, esta obra puede interpretarse como un acercamiento a la brujería deleuziana, pues sin lugar a duda, sus elementos configuran ráfagas intensivas de una pragmática creadora.
En suma, resulta posible afirmar que desde la ontología de deleuziana, y los estudios sobre brujería podemos perfilar un marco interpretativo para leer y conocer el acto creativo de Leonora Carrington como el de una bruja deleuziana. Además, consideramos que, por la amplitud y sobrevuelo de esta filosofía, resulta la más cercana y atinada para explorar los devenires brujos.
En los umbrales del psiquiátrico
La incursión en el psiquiátrico de Santander, España puede entenderse como el debut de Leonora en el mundo de la locura. De hecho, la artista inglesa fue internada por sus padres, después de los acontecimientos traumáticos, producto de múltiples circunstancias entre las que podemos contar el encarcelamiento de Max Ernst.
El caso es que esta experiencia liminar lejos de interpretarla desde los discursos institucionales de la psiquiatría, tenemos que vislumbrarla como un devenir brujo. Por devenir brujo, entendemos aquellas mutaciones movimiento implicadas y emanadas por las entidades brujas. Energías y devenires que se tornan presentes en las múltiples obras de Leonora Carrington, ya sea en sus trabajos literarios, pictóricos o esculturales.
La hipótesis que sostenemos en este apartado es que la estancia de Leonora en el psiquiátrico de Santander fue una especie de iniciación en sus devenires brujos, y no un ataque psicótico tal y como lo plantean algunos estudiosos de su vida y obra. Esto supone que no son los psiquiatras ni los psicólogos quienes darán cuenta de esta experiencia, sino que tenemos que consultar a los filósofos, brujos o chamanes.
Así pues, tenemos dos miradas antagónicas, dos discursos incompatibles. Por un lado, el discurso médico que se empeña en explicar la locura desde quiebres y rupturas cerebrales, y por el otro, el arriesgado acercamiento de los chamanes que antes de interpretarlo como una enfermedad lo contemplan como una iniciación.
De hecho, podemos imaginar a Leonora en camisa de fuerza, con toda esa serie de instrumentos coercitivos que históricamente han sido utilizados para someter el cuerpo, y por qué no, también el alma. La deshumanización de estos artilugios disciplinadores aunado a los fármacos pocas veces son capaces de estabilizar y sanar el cuerpo.
La locura, en este sentido, no trata de una enfermedad mental sino de la apertura secreta que le permitió visualizar lo no visto por los regímenes sensoriales dominantes. De hecho, este conocimiento ha estado presente desde tiempos remotos, en la diversidad de culturas primitivas en este planeta.
Al respecto, la investigadora María González señala: “Carrington relata que, tras una primera inyección del tratamiento con Cardiazol que recibió, «creía que estaba siendo sometida a torturas purificadoras, a fin de poder alcanzar el Saber absoluto»”.[10] Esto nos permite pensar, y por qué no, sentir e imaginar, el cúmulo de sensaciones ingratas que empezaban a domesticar el cuerpo y alma de Leonora. Flujos químicos galopando entre su sangre, con el fin de domesticar su sed de transgredir los límites de una vida alienada. Levitando, entonces, e intoxicada, por qué no, la bruja inglesa, conserva su lucidez, y logra domesticar los influjos tóxicos en su cuerpo, y mantener la cordura al mismo tiempo.
Esos fármacos no la iban a domesticar, mucho menos someter o esclavizar su gran energía cósmica para conocer el infinito en su totalidad. No, esos no eran límites algunos. Leonora, como mujer emancipada, logra purificar su sangre, más allá de las inyecciones y pastillas, para al mismo tiempo, iniciarse en la secta de los pitagóricos, en la casa de los estoicos, y también, en los caminos de Bruno y Asterión.
La voluntad de poder en la potencia femenina es la más desafiante de todas las voluntades. Por supuesto, Leonora tenía certeza de ello. Y antes de postrarse en el personaje de la víctima, ella decide vivir. Ella decide volar y conocer otros universos. En efecto, los saberes que le son revelados sostienen, entre otros conocimientos, la existencia de otro tipo de criaturas habitando entre las zonas invisibles entre las cuerdas secretas del espacio tiempo. Se baña de luz, sus pupilas se tonifican, regresa, entonces, a esparcir tinta entre los lienzos blancos.
La soberbia del antropocentrismo nos ha cegado ante un animismo silencioso que cohabita todo el tiempo en nuestras geometrías. De ahí entonces la iniciación sin miedo a todos estos seres intergalácticos, cósmicos, demoníacos que empiezan a aparecer como en el filme Sexto Sentido, y que son tan reales como los que apreciamos en tercera dimensión.
Sin embargo, la mirada mecanicista nos castiga cuando tenemos ese tipo de revelaciones, y nos dice una y otra vez, que estamos locos, que eso no existe, que los test científicos están diciendo que son alucinaciones, que no es posible percibir más allá de lo estipulado por sus normativas de percepción.
De acuerdo con la investigadora inglesa Alessa Zinnari[11] en su obra Estaba en otro lugar: el viaje liminal en el Down Below la estancia en el psiquiátrico representa un viaje hacia el otro lado de la razón, donde se discute entre la luz y la oscuridad, o bien, entre el saber y el no saber. De este modo, es posible afirmar que Leonora convirtió el hospital de Santander en un espacio simbólico del inframundo capaz de brindarle la posibilidad de recrear un lugar seguro.
Una lectura bruja del psiquiátrico nos arrojaría otra luz sobre la estancia de la artista inglesa en el hospital Morales. De hecho, una interpretación alejada de las explicaciones psiquiátricas o psicológicas que desafían toda la lógica analítica y reduccionista en torno a la “enfermedad mental”. Pues bien, desde la mirada de un brujo dichas distorsiones mentales, suponen el colapso del espíritu, y por tal, requieren ser atendidas bajo la guía de un brujo o chamán. Esto significa entre otros asuntos que la puerta de la locura es una oportunidad para abrirse al conocimiento esotérico.
No por nada la artista afirmó que no se trata de entrar a la locura así nada más porque sí, si no por el contrario, de tener la habilidad para entrar y salir de ella. De esta forma, las perturbaciones “mentales” no son otra cosa que una prueba para “medir” el calibre psíquico del personaje en turno, esto es, si será capaz de lidiar con los personajes y fuerzas desconocidas que se le develaran, o si, simplemente decide cerrar esos umbrales y jamás volver a saber de ellos.
De cierta manera, podemos decir que la psique moderna está incapacitada para percibir la multiplicidad de singularidades no codificadas de los mundos espirituales. En efecto, las capacidades ultra sensoriales son desdeñadas, marginándolas bajo el imperativo de charlatanería. Por ello, cuando se transgreden dichas limitaciones sensoriales, y se accede a un nuevo reparto sensible, se le castiga con la etiqueta de la locura. Siguiendo a Foucault[12] en su célebre obra Historia de la Locura, el tema ha sido abordado bajo diversas ópticas, ya sea desde el cristianismo de la edad media, explicando el fenómeno como posesión de entidades demoníacas; o bien, hasta llegar a las explicaciones más modernas e institucionales que la recriminan como un estado de anormalidad.
Ahora bien, el problema epistémico de los estudiosos de la locura es que generalmente la denigran bajo el rótulo de lo irracional o la fantasía, pues desde la lente institucional, la persona está mentalmente desequilibrada. De ahí entonces que los psiquiatras, con el fin de restablecer el equilibrio mental de los locos, los mediquen con altas dosis de neurolépticos que en realidad solo producen un estado de somnolencia y adormecimiento, condenándolos al dispositivo médico de los fármacos con el pretexto de mantener bajo control lo irracional.
Finalmente, la experiencia en el manicomio es una experiencia iniciática. En palabras de la artista, “La locura puede llevarte a la iluminación”.[13] En efecto, los ángeles protectores de Leonora nunca la dejaron sola, otorgándole la luminosidad necesaria para atravesar otras dimensiones y regresar con una potencia creativa que poco a poco iría revelando en sus múltiples acontecimientos creativos. La salida, así, deviene infinita y la vida pasa de un psiquiátrico a un infinito. Una arquitectura gozosa de lo infinito, eso y algo más.
El infinito
Una vida que no conecta el infinito es una vida decadente. Remite, más bien, a lo que concibe Agamben[14] como pobreza de experiencia. En este sentido, resulta crucial pensar en la afirmación de la vida como un sendero de elevación que busca estar acorde a las arquitecturas cósmicas del multiverso, transitando con asombro bajo el vertiginoso pulso de saberse abierto e inmortal. Estas riquezas de experiencia invierten la pobreza cotidiana de una vida precaria, porque saben que vivir es buscar la altura vibrátil.
De hecho, sólo con cierta cantidad de energía podemos acercarnos a los secretos del cielo, ya que el viaje por los caminos de lo terrenal está diseñado para precisamente extraer la elevación, puesto que precariza la existencia, subsumiéndola en modelos existenciales pobres de sensibilidad y también de experiencias transgresoras. De ahí, entonces, que ese reparto de lo sensible, como diría Rancière,[15] se desvanece ante las visiones infinitas de estas mujeres creadoras.
Como se sabe, el tema del infinito es un tema olvidado en la actualidad, al parecer, el estilo de vida apresurado ha sepultado la posibilidad de contemplar la dicha de intuir los no límites existenciales. De esto se desprende entonces la gran enseñanza de Leonora, como una pedagogía del infinito que sabe a ciencia cierta que el tiempo de la vida y el trabajo, es una modalidad temporal, producto de la precarización existencial. Esto supone que su obra, al mostrarnos otra vez el infinito, pone en evidencia el gran torrencial de fuerzas. De acuerdo con J. Ramey: “[…] el infinito en tanto que límite de la sensación o de la cognición, es una fuerza que perturba las facultades, desafía las categorías y destruye los marcos de representación”.[16]
De esta forma, entonces, podemos identificar el infinito como un bloque de sensación que preña cada uno de los latidos creativos del cuerpo de Leonora, y que, de cierta manera, le conceden el acto de acceder a otros horizontes más allá del límite representacional.
También podemos pensar que, en sus múltiples travesías oníricas, Leonora se sitúa en el tiempo del pensamiento clásico, puesto que ese tiempo, según Deleuze (2016) se caracteriza por pensar el infinito. “Pues toda realidad es una fuerza, igual a perfección, es elevable al infinito (lo infinitamente perfecto), y el resto es imitación, nada más que limitación. Por ejemplo, la fuerza de concebir es elevable al infinito, de suerte que el entendimiento humano solo es la limitación de un entendimiento infinito”.[17] Esto quiere decir que estamos condenados a percibir los juegos de relaciones de las fuerzas plegadas al contenido de la realidad, y también, a la aventura que supone estar implicado en danzas infinitas donde coexisten pulsos.
Leonora, al igual que Pascal, navega entre órdenes de infinitud, y sabe, como Spinoza, que las licitudes del infinito de por sí, el infinito por su causa y el infinito entre límites son parte del armazón de la realidad. Por ello, no se aterra con todos los infinitos de Leibniz, al contrario, es a partir de su aguda sensibilidad que logra la gloriosa hazaña de plasmarlo en sus lienzos y recordarnos una y otra vez el lugar tan minúsculo que ocupamos en el polvo de este planeta, como diría Eugene Thacker.[18]
Por ello, podemos afirmar que Leonora Carrington no se conformó con la tesis fatalista benjaminiana de la pérdida del aura, pues, al contrario, en una época de decadencia luminosa, la artista logró concentrar un gran torrencial infame de intensidades lumínicas, para volar por encima de la decadencia técnica en la que estaban siendo subsumidas no solo las prácticas artísticas, sino también las ganas de vivir sin la normativa del orden policial.
Así, la obra pictórica de Carrington no es otra cosa que la evidencia misma de esos viajes virtuales a través de canalizaciones inducidas -a veces por ella, a veces por otros- hacia las arquitecturas de la imposibilidad. De ahí que, sus desprendimientos astrales la llevaban a visitar la eternidad, puesto que oscilaba entre todos los tiempos, desafiando las barreras implícitas en una temporalidad lineal.
Gracias a estos desprendimientos, sus lienzos están poblados de todos esos testimonios alquímicos, brujas, duendes, símbolos esotéricos, que dan cuenta de la alta frecuencia de su vuelo. Sólo basta con navegar algunos segundos por los múltiples escenarios de sus pinturas, para abrirnos a experiencias sensoriales de gran altura.
En definitiva, la vida de Leonora no es la vida de una víctima, es decir, no se trata de existir bajo la llanura de una vía decadente permeada de afectos tristes como es el caso de la neurosis. Por el contrario, se trata, como diría Deleuze, de una vida que logra captar, salir y entrar del plano de inmanencia para regresar y pintar los testimonios de esas elevadas experiencias.
Leonora y los tiempos no lineales
Como apuntamos en lo anterior, Leonora vivía el tiempo como una espiral inter cósmica segura de la circularidad del tiempo anclado en la eternidad. De ahí, entonces, la necesidad de comprender el tiempo en su perspectiva salvaje, esto es, sin la restricción de los periodos, las etapas, los relojes. Y bien, ¿por qué resulta prudente conocer el tiempo tal cual es, es decir, en su devenir corrosivo, aberrante?
De acuerdo con Ramey (2016), podemos argumentar que Leonora puede comprenderse como una artesana cósmica que extiende o continúa los acontecimientos cósmicos intensivos a través de una sensibilidad extrema a aquellas escalas de la experiencia que la precariedad de los sentidos tiende a velar. Resulta necesario, entonces, meditar sobre la obra de Leonora desde una perspectiva bruja y deleuziana. De esta manera, podemos afirmar que el trabajo de la artista sobresale por su capacidad para navegar multidimensionalmente.
Aunado a una extrema sensibilidad, capaz de descifrar enigmas de otros mundos, y regresar con una lucidez pulcra y abismal, Leonora no se deja amedrentar por las criaturas invisibles. Sabe a ciencia cierta que este multiverso está poblado por diversidad de seres acodificados para la mirada normalizada de una época. Pero también sabe que no puede confiar en todos, pues algunos más que ser emisarios de la luz, son, por el contrario, cómplices de las tinieblas. Al respecto, podemos preguntarnos: ¿Qué implicaciones emanan de concebir a Leonora Carrington como una artesana cósmica? ¿Qué intensidades evoca? ¿Qué mundos recorre? ¿Cómo es una sensibilidad extrema?
De entrada, los pinceles fungen como varitas mágicas al dar vida a los seres que contempla durante sus múltiples despliegues cósmicos. Ilumina sus espíritus con la frescura de las pupilas dilatadas, como si de cada ser aural se desprendiera un torrencial de mieles curativas. Cada criatura bruja es la expresividad de la naturaleza abismal, frecuencia secreta que coexiste bajo la dictadura de nuestras coordenadas mecanicistas y, que sólo a partir del don de la videncia es capaz de captar esas vidas del afuera.
Así, Leonora, como artesana cósmica, tiene una misión pedagógica pero no en el sentido mimético sino en el sentido creador, ya que su fuerza es capaz de expender los límites de la figuración materialista para escarbar en los estratos menos explorados por la sensibilidad inerte. De ahí que, está práctica artística, en el sentido deleuziano, implica un desbordamiento del sensorium, como si un estado de disenso continuo se apoderara de sus sentidos, derribando cualquier oclusión impuesta por el orden policial. Por ello, cada acontecimiento cósmico es una revelación infinita, una gran expansión de la sensibilidad hacia otras esferas de vibración.
Imagínese una tarde lluviosa, Leonora camina hacia el estante de sus libros alquímicos, saca de entre la gran diversidad de autores, el libro de Paracelso. Enciende una veladora con aroma a vainilla. Sigue caminando por la habitación decorada con algunas de sus últimas piezas, seres que parecen venir de otro mundo o sacados del manual de zoología fantástica de Borges. Se detiene y descubre a Paracelso. Se le van las horas con la lectura galáctica, duerme y al día siguiente tiene los contornos exactos de una pintura que precisamente esbozara la arquitectura de las enseñanzas del mago alquimista, y astrólogo suizo.
Por estas razones, no se trata de desdeñar las revelaciones oníricas, sino de situarlas más allá de cualquier lectura o interpretación psicoanalítica. En este caso, es más revelador revisar enseñanzas de obras antiguas como el Talmud, donde se alude más que nada al sueño como una transportación dimensional del alma. Y esto nada de extraño tiene, ya que la misma ciencia física a través de sus reflexiones teóricas, ha diseñado teorías tan siniestras como es el caso de la teoría de las cuerdas, donde claramente se asume que las partículas subatómicas son en realidad estados vibracionales de objetos esparcidos en cuerdas o filamentos. De hecho, con esta teoría podemos asumir que cada cuerda está vibrando y está enlazada en el espacio tiempo de cuatro dimensiones, lo que lleva a plantear que existen dimensiones que coexisten en espacios tiempos paralelos pero que vibran de diferentes maneras.
Ramey (2016) sostiene que Deleuze indexa el florecimiento humano a la posibilidad de acceder a experiencias alternativas sobre los acontecimientos, concepciones que dependen, en cierto sentido, de extraerlos del tiempo cronológico. Visto así, resulta posible pensar que la experiencia artística de Leonora se sumerge en una concepción del tiempo no lineal, pues a través de sus múltiples viajes se desconecta de la visión secuencial del tiempo para experimentar la infinitud del tiempo eterno, con sus movimientos aberrantes y discontinuos. Bajo esta óptica, entonces, cuerpo a cuerpo con lo que los estoicos llamaban AION la bruja cósmica deviene en espiral, pues es capaz de extraer los acontecimientos del tiempo cronológico.
La experiencia expandida, los desdoblamientos astrales, el tema del infinito son algunos de los devenires brujos que podemos encontrar en el viaje pictórico de Leonora Carrington. Aunado a la diversidad de objetos brujos que, con la ayuda del simbolismo, la alquimia y la magia, dotan de un significado espiritual cada una de sus creaciones.
En definitiva, Leonora supo ver esas extrañas figuras de seres fantasmales que coexisten con los humanos y, que, en ocasiones, por los discursos psiquiátricos, dejamos de prestarles atención a su existencia, o peor aún, la negamos. Y bien, ¿Qué significa poseer un potencial orgásmico de alto voltaje? ¿Qué implicaciones existenciales asume la vida como devenir-arte? De entrada, me parece relevante afirmar que esta vida, la única vida, mía de mí, que tengo, que tenemos, respira instante a instante la gratitud.
De ahí que el acontecimiento de la gratitud sea una redención alquímica hacia uno mismo, puesto que es capaz de subvertir los límites impuestos por las normatividades del orden policial. Esto implica agradecer todas las imágenes que trazamos en nuestro torrencial diario, que van desde las experiencias no gratas –de baja vibración- hasta la recuperación de la conectividad celestial donde la elevación corporal adquiere otra vez su voltaje emancipado.
Por ello, no es de extrañar que esta dimensión existencial requiera un proceso de desubjetivación, pues se subleva ante las identidades impuestas por las posiciones, emociones, pensamientos, y todo el dispositivo de los sentidos, que engloba una vida pobre de experiencias, esto es, una vida sin gratitud.
Por supuesto, la brujería deleuziana, no es una técnica de control para someter al otro, por el contrario, es una habilidad libertaria que permite, como diría William Blake, abrir las puertas de la percepción y el tercer ojo. Pues, precisamente, a través de estos experimentos logra mostrarnos la inmensidad que vivía en cada una de sus experiencias metafísicas, en cada uno de sus desdoblamientos. Siguiendo a Deleuze “volver sensibles las fuerzas insensibles”.[19] Si la pintora Leonora Carrington es una bruja es porque pintar es un devenir, pintar está atravesado por extraños devenires que no son devenires-pintora, sino devenires-alquímicos, devenires unicornio, devenires brujos.
Bibliografía
- Agamben, Giorgio, Infancia e Historia, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editores, 2011.
- Deleuze, Guilles y Guattari, Félix. ¿Qué es filosofía? Barcelona, Anagrama, 1993.
- Deleuze, Guilles, Diferencia y Repetición,Buenos Aires, Amorrortu, 2002.
- Deleuze, Guilles, Foucault, Barcelona, Paidós, 2016.
- Foucault, Michel. Historia de la locura, Colombia, FCE, 1998.
- González, María, Leonora Carrington y Remedios Varo: alquimia, pintura y amistad creativa, Studia Hermetica Journal, 1, Nº. 1, p. 116-144, 2017.
- Jacques Rancière, El espectador emancipado, Buenos Aires, Manantial, 2010.
- Lee, Matt y Fisher, Mark, Deleuze y la Brujería, Buenos Aires, Los Cuarenta, 2009.
- Leonora Carrington, Una Bruja de Nuestros Tiempos. Nota de Mariel Ochoa https://www.laizquierdadiario.mx/Leonora-Carrington-una-bruja-de-nuestros-tiempos,
- Ramey, Joshua, Deleuze hermético. Buenos Aires, Ed. Los Cuarenta, 2016.
- Thacker, Eugene. En el polvo de este planeta, Madrid, Materia Oscura, 2015.
- Zinnari, Alessa, I Was in Another Place: The Liminal Journey in Leonora Carrington’s Down Below,’ in Leonora Carrington: Living Legacies, ed. by Ailsa Cox Michelle Mann, Roger Shannon, James Hewison, Wilmington, USA, Vernon Press, 2019.
Notas
[1] Guilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es filosofía?, (Madrid, Anagrama, 1993), p. 46.
[2] Juan Salzano, prólogo a Deleuze y la Brujería, p. 1.
[3] Matt, Lee Recuerdos de un brujo, notas sobre Guilles Deleuze-Félix Guattari, p.43.
[4] Juan Salzano, prólogo a Deleuze y la Brujería, p. 1. p. 20.
[5] Matt, Lee, p. 26.
[6] Ibid., 33.
[7] Guilles Deleuze y Félix Guattari, Mil Mesetas (Madrid: Pretextos, 1988), p.241.
[8] Por la brevedad de este trabajo, no abordaremos los orígenes etimológicos de la palabra bruja. “El origen de la palabra bruja es dudoso. Probablemente prerromano e ibérico, está emparentado con el gallego y portugués bruxa y el catalán bruixa y aparece documentado por primera vez en el siglo XIII, en textos de la región de Barbastro, Aragón…”
[9] María González, El imaginario surrealista, las mujeres como videntes y brujas. https://josefatolra.org/tag/maria-jose-gonzalez/
[10] María González, Leonora Carrington y Remedios Varo: alquimia, pintura y amistad creativa. Studia Hermetica Journal, Vol. 1, Nº. 1, p. 116-144, 2017.
[11] Alessa Zinnari, I Was in Another Place: The Liminal Journey in Leonora Carrington’s Down Below,’ in Leonora Carrington: Living Legacies, USA: Vernon press, p.5
[12] Michel Foucault, Historia de la locura, (Colombia, FCE, 1998) p.8.
[13] https://www.laizquierdadiario.mx/Leonora-Carrington-una-bruja-de-nuestros-tiempos
[14] Giorgio Agamben, Infancia e historia: Ensayo sobre la destrucción de la experiencia, p.9.
[15] Jacques Rancière, El espectador emancipado. (Buenos Aires: Manantial, 2010), p.45.
[16] Joshua Ramey, Deleuze Hermético, 51.
[17] Guilles, Deleuze Foucault, p. 160.
[18] Eugene Thacker, En el polvo de este planeta, (Madrid: Materia Oscura, 2015), p.13.
[19] Guilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es filosofía?, p. 184.