La nocividad de las drogas en las y los artistas: en busca de… ¿Qué?

MARK ROTHKO, SIN TITULO, (1960)

 

Resumen

El presente texto asume que el consumo de drogas y sustancias psicotrópicas busca experiencias que signifiquen algo distinto a las personas que las usan: experiencias que se encuentren fuera de la cotidianidad. Razón por la cual, exploro en las siguientes líneas algunos objetos culturales que han sido por artistas que ingieren drogas con la intención de mostrar cómo sus obras son algún tipo de respuesta y testimonio de aquella búsqueda incesante. Con esto, podemos pensar diferente acerca de la importancia y relevancia cultural que han tenido las drogas en la conformación de nuestra realidad estética.

Palabras clave: drogas, arte, estética, adicciones, psicotrópicos, nocividad.

Abstract

This text assumes that the use of drugs and psychotropic substances seeks some experience which means something different to the ones who take them; some experience out of the cotidianity. Reason why, in the following lines I explore a few cultural objects have been made by the artists that use any kind of drugs with the intention of showing how their works of art are kind of answers and a testimony of that neverending seeking. With this evidence, we can think different about the importance and relevance of drugs in many cultural objects which conform our aesthetic reality.

Keywords: drugs, art, aesthetic, addictions, psychotropics, noxiousness.

 

When you’re full of [drugs] what’s the object of your desire?

The Knife

A

Como una anotación inicial, señalar qué es arte y qué no lo es, o lo que es lo mismo: determinar qué productos de la cultura corresponden al ámbito de las artes y cuáles no, implica un inevitable ejercicio de poder que busca parcializar la gran diversidad de la técnica humana y categorizarla en rubros estéticos específicos y, por lo tanto, rígidos. Ejercicio del lenguaje que para los fines de este breve texto no se alcanza a sostener por las lábiles fronteras existentes entre los objetos estéticos que aquí enlisto.

 

Más allá de analizar una serie de obras de arte, adecuadas a un régimen de sentido claro y distinto, asumiré que hay obras o efectos materiales de la creatividad de personas que llamamos artistas y que serán precisamente el objeto de este breve texto. Evito con esto una pantanosa discusión sobre la definición estricta de estos productos culturales ya que su ubicación, al menos de algunos, transcurre en el ámbito de lo popular y el trending, regiones de lo social que no dejan de interrogar, precisamente, los ámbitos específicos y los alcances de lo que es lo propio del arte.

 

Sin embargo, se encontrará que muchos de estos productos sí corresponden, sin discusión alguna, al circuito del arte estructurado por los agentes de su sistema: museos, instituciones académicas, mercado, etcétera.

 

No propongo aquí, entonces, una relectura sobre la historia del arte, sino una interrogación crítica hacia algunas producciones creativas que configuran nuestro homo aestheticus contemporáneo, en función de una condición que les traza a muchas de ellas y que tiene que ver con un apetito de autodestrucción enarbolado apologéticamente por parte de sus creadores y creadoras y que observamos precisamente en sus creaciones, ya sea como efecto o rastro, y de manera consciente o inconsciente.

 

Este apetito de autodestrucción, que a su vez parece configurar un pathos específico, se antoja constante cuando nos acercamos a las biografías y bibliografías de múltiples artistas cuyas obras parecen haber sido producto directo de sus experiencias desmedidas causadas por el uso de las drogas o, lo que es lo mismo, nos dan la impresión de no haber podido ser creadas sin esta experiencia de constante contacto con la muerte y su ineludible acecho.

 

ANDY WARHOL, “AFTER THE PARTY”, (1979)

 

B

Ahora bien, y apelando al reino del presente cultural, ha habido infinidad de canciones escritas y compuestas bajo el estímulo de las drogas, o realizadas después de estas experiencias a manera de sombra o imagen de aquellas.[1] Pensemos en la famosa Lucy in the Sky with Diamonds: la canción describe un viaje de LSD (desde una perspectiva compartida más no totalizante entre sus escuchas); pirueta musical en la que la banda más famosa de rock ha dejado un invaluable testimonio de imágenes literarias que en definitiva nos narra una composición psicodélica. La canción habla por sí misma y testimonia la disonancia cognitiva propia de los influjos corporales de esta sustancia.[2]

 

Revolver, por otro lado, es uno de los álbumes más famosos de los Beatles y, para quienes lo han escuchado sabrán que se trata de un disco con mucha psicodelia (estilo musical, dicho sea de paso, relacionado directamente con las alucinaciones producidas por el LSD). El álbum es estridente, con sonidos diversos y que en conjunto forman algo que podríamos llamar collage musical. La experimentación sonora es clara, y aunque no pretendo trazar una genealogía sobre los procesos de composición musical que ha tenido el cuarteto de Liverpool, es importante apuntar que la relación de las drogas con la música (desde ser un recurso simbólico hasta ser el catalizador de composición creativa) es evidente, en este y muchos otros casos, aunque ciertamente no necesaria.

 

Al igual que la música, la pintura, la poesía y las demás artes han tenido sus respectivos vínculos con diversas sustancias: sean estas tomadas, inyectadas o inaladas, etcétera. Un caso notable es el del escritor Charles Bukowski, el cual escribe en su poema Arte, “Cuando el espíritu se desvanece, aparece la forma”. [3] ¿Será acaso que las formas artísticas que produjo requirieron de su vida para consumarse y aparecer?

 

 

JACKSON POLLOCK, “NÚMERO 14”

 

Del lado de la pintura, el caso Jackson Pollock es excepcionalmente ejemplar: su alcoholismo lo llevó a la muerte al predisponerlo a sufrir un accidente. La abundante bebida no lo mató directamente, pero esperó a que su cuerpo se fundiera de a poco entre la magia y el placer de dicha experiencia dionisiaca y, en ese estado, le hizo perder control con consecuencias fatales.

 

Suerte que siguieron, desafortunadamente, las cantantes Janis Joplin y Amy Winehouse, mujeres cuya muerte llegó al consumir altas dosis de sustancias (heroína y alcohol, sucesivamente). Acontecimientos que se suman a la fantástica y casi mítica narrativa popular del “Club de los 27”, nomenclatura que refiere a las personalidades de la música y manifestaciones artísticas afines cuya muerte acontece precisamente a dicha edad.[4]

 

En contraste con consumos ilegales[5] como el LSD, hay también una relación constante entre las y los artistas y su producción cultural mediada por los consumos de drogas legales o comerciales, como es el caso de David Lynch, el icónico cineasta que, según testimonian, consume más de 20 tazas de café. Bebida que evidencia el borroso límite del pharmakon pues “[…] la cafeína puede considerarse un fármaco, un nutriente y una droga de abuso, todo depende de cómo, cuánto y cuándo se use”.[6]

 

La sensibilidad estética de quienes producen objetos artísticos y culturales mediados por la creatividad siempre ha sido tentada a potencializarse a través de otros influjos, ya sean estos emocionales (como lo son las relaciones de amor y amistad) o también, como es el caso de lo aquí analizado, relacionados al consumo de sustancias que de múltiples modos exciten e impulsen experiencias vitales-otras que, por definición, se tienen que diferenciar de la cotidianidad horizontal y sin sobrevuelos del tiempo ordinario.

 

C

Así como estos mínimos ejemplos, hay incontables relatos y experiencias que unen y funden a las y los artistas con las drogas, experiencias a partir de las cuales, o directamente desde ellas, es que se posibilita la producción de sus objetos creativos.

 

¿Qué hay, sin embargo, cuando estos movimientos corporales, necesarios para algunos y algunas, agotan de poco a poco, o de mucho en mucho, su propia vitalidad? ¿Qué sucede cuando el cuerpo se vuelve la prenda en garantía para que una maravillosa canción pueda ser compuesta, o una monumental pintura ser plasmada? ¿No es acaso que las obras mismas, como si se tratasen de parásitos, absorben la energía de sus creadores y creadoras quienes muchas veces terminan sucumbiendo ante ellas y su imperiosa necesidad de acontecer?

 

TIZIANO,
“SÍSIFO”, (1549)

 

Albert Camus comienza su libro El Mito del Sísifo afirmando que la pregunta fundamental de la filosofía gira en torno al suicidio, acerca de si la vida vale la pena o no vivirla. Apostará a que sí, asumiéndola como es: absurda.

 

Una actitud opuesta a esta aseveración, en contraste, se deja ver desde diversos frentes: Ian Curtis, por ejemplo, decide suicidarse aproximando ante sí mismo nuestro inevitable y fatal destino; haciéndolo suyo. Digo, por cierto, que es un acto de libertad: a partir de su infortunada vida, llena de problemas psicológicos e inestabilidad, de fármacos y de abusos, fue que se creó su hito. Curtis fue y sigue siendo un poeta que recolecta elementos de las profundidades de sus experiencias demasiado subjetivas y que para muchos y muchas devienen generales porque las sienten suya; hay, podría decirse, una simpatía global en el dolor frente a la vida.

 

¿Qué habría sido de Closer, el segundo y último álbum de Joy Division, sin todo el sufrimiento medular de Ian que se hallaba arraigado en su condición de enfermo,[7] adicionada con las sobredosis que casi le costaron la vida? La portada de dicho disco, por cierto, y en una controversial afinidad, muestra a una escultura sobre el sepulcro de Cristo.

 

En similar sintonía, y bajo la misma línea sobre la consumación temprana de la vida, la irreversibilidad se hizo presente y sustrajo la vida de uno de los artistas contemporáneos más brillantes y frescos de la pintura: Jean Michell Basquiat. Más allá de todas las implicaciones estéticas y políticas de su trabajo, nada obvias ni desdeñables, Basquiat es uno de esos artistas que inevitablemente hace preguntarnos: ¿Qué hubiera producido para este presente si estuviera con vida? ¿Cómo hubiera narrado el momento actual para la posteridad? Poseía un talento innegable, reinventaba el lenguaje y hacía arte contestatario que daba cuenta de una navegación intercultural muy visionaria para su determinación histórica. Sus obras son composiciones fragmentadas, siempre en continuo desmembramiento, que probablemente destellan claves sobre su fragmentada interioridad. Sin embargo, nada de eso posibilitó extender su genialidad.

 

D

Las y los artistas a los que nos referimos se redimieron ante las drogas y su consumo, la mayoría con consecuencias fatales. La norma común entre sus biografías parece señalar una suerte de huida del mundo y su cotidianidad, del mundo y su caótico devenir. Este viaje hacía sus interioridades potenciado por las sustancias parece haberles traído consigo, como si de un regalo se tratase, lo necesario para realizar sus producciones artísticas. De esta pérdida de sí, de esta ‘variación de sus cuerpos’ como la llamaría Michel Serres, y con una estridente fuerza, es que estos personajes extrajeron enseñanzas invaluables y de una riqueza presuntamente no encontrada en la experiencia normada y gobernada por los imperativos de la moral y la repetición social.

 

Ese algo-más de experiencia no esparcida en la habitualidad funge como refugio para algunos y algunas, como un no-lugar de absoluto ensimismamiento al que buscan acceder y en el que desean permanecer poco o mucho tiempo; y es aquí en donde surge la pregunta sobre si la tendencia a padecer el influjo de estos momentos es producto de una decisión libre y razonada o más bien de una necesidad incontrolable, lo que podría sugerir que la adicción se resuelve como mera circularidad y repetición; esto no se opone, claro, a que esta misma circularidad fecunde la potencia creativa de las y los artistas. Aquí revindico a Basquiat, del cual se calcula que hizo más de 2,000 obras: La repetición en el consumo no bloqueó su originalidad ni la redujo a la monotonía.

 

 

JEAN-MICHEL BASQUIAT, “CABALGANDO CON LA MUERTE”, (1988)

 

E

Matt Berninger, el imponente vocalista de The National, habla sobre la experiencia que le proporciona el consumo de vino antes de salir a tocar (muy relacionada a la pretenciosa pero exacta fórmula de Interpol: “and life is wine”): “I start drinking wine about half an hour before we go out and that’s the most fun part of me, for me, the wine definitely helps me lose a little bit of my grip on my reality, which makes me less conscious of the situation, which makes me get into the songs a little more and it’s a zone I go to, which I love. Definitely wine is a crutch to get”.[8]

 

Se refuerza este testimonio con lo que Richard Davenport-hines afirma: “En cada generación ha habido personas que han necesitado productos químicos para enfrentarse a la vida. La sobriedad no es un fácil para el ser humano. La gente se las ingenia para obtener drogas que la ayuden a salir adelante”.[9] Sin su dimensión apocalíptica, las sustancias cumplen la función que también le es común al arte, aquella que se encarga de dotar de sentido a la vida y amalgamarla con experiencias de libertad que le hacen frente a su imparable y muchas veces doloroso flujo de afectos y afecciones.

 

D

Hay, por tanto, una valoración atractiva de los pedazos de tiempo que vive el cuerpo atravesado por las drogas que se liberan dentro su metabolización y que le exaltan de una manera singular. Estos marcos experienciales y experimentales de la vida abren posibilidades para cambiar parcial o totalmente lo que tenemos frente a nosotros y nosotras: el mundo. Esta posibilidad de expandir/romper la percepción ordinaria es un tesoro fructífero e ilimitado (en tanto que no llegue la muerte) para que los atentos ojos de las y los artistas, oráculos por excelencia, sean capaces de tomar retazos de este nuevo y viejo mundo y reconstruirlos en una obra que trae consigo aires de novedad.

 

No importa si esta experiencia es una trascendente, similar al nirvana, o mundana, donde todo el juego sucede en el cuerpo mismo y ahí se queda, eliminando cualquier conexión con “the unknown distance to the great beyond”. No importa la distancia y el alejamiento que tengamos de nosotras y nosotros mismos, importa que, en el mejor de los casos, y al regresar al mundo de la cotidianidad, al mundo fáctico, las y los artistas, traigan de suyo un incremento de Ser: un producto parido del arriesgado intento por alterar su percepción, nacido de su fusión con la inmensurable y nunca absolutamente predecible relación con las sustancias psicotrópicas.

 

E

¿Qué buscan las y los artistas en su relación con las drogas? ¿Pretenden regresar a esa vivencia originaria, tan intensa a veces, que encontraron la prima vez que consumieron alguna sustancia?

 

La pregunta fundamental de todo esto es ¿Habría sido posible disfrutar de todos aquellos discos, aquellas pinturas o aquellos poemas, tesoros aún brillantes y deslumbrantes que potencian nuestras experiencias espirituales, si no hubiesen costado la vida de sus creadores? Y si la respuesta es negativa, ¿será que las y los artistas son nuestros eternos tributos a las Musas que fundan desde siempre el sentido del mundo?

 

Bibliografía

  1. Blumetti, Frank, A 40 años de su edición: Por qué la portada de <<Closer>> molesta a los fans (y a los músicos) de Joy Division. Madhouse, 2020, En: http://madhouse.com.ar/2020/07/18/a-40-anos-de-su-edicion-por-que-la-portada-de-closer-molesta-a-los-fans-y-a-los-musicos-de-joy-division/
  2. Camus, Albert, El Mito de Sísifo, Alianza Editorial, España, 1995.
  3. Davenport-hines, Richard, La Búsqueda del olvido. Historia global de las drogas, 1500-2000, Turner/FCE, España, 2003.
  4. Hollyman, Helen, “David Lynch y el buen café”, Vice, 2014, En:  https://www.vice.com/es/article/3b9z53/david-lynch-y-el-cafe
  5. Kierkegaard, Sören, In Vino Veritas, Alianza Editorial, España, 2015.
  6. Pardo Lozano, Ricardo; Alvarez García, Yolanda; Barral Tafalla, Diego; Farré Albaladejo, Magí, “Cafeína: un nutriente, un fármaco, o una droga de abuso”, Adicciones, vol. 19. núm. 3. España, 2007.
  7. Serres, Michel, Variaciones sobre el cuerpo, FCE, Argentina, 2011.

 

Notas

[1] Cabría aquí un desarrollo ontológico similar a la clásica platónica referente a la producción humana como imagen del Allá, como nombrará Plotino posteriormente al mundo inteligible, y que encuentra relación con Aquella Experiencia que producen las drogas; la cual se ve plasmada, tanto como su luminosidad e intensidad lo permita, en los materiales artísticos que las y los artistas elijan.

[2] “Users of LSD also often report what is known as an “oceanic feeling,” a blissful experience in which the boundaries between themselves and others become less distinct, resulting in a feeling of connectedness with everyone and everything in the universe. These feelings of connection and the dissolution of boundaries are perhaps expressed in the song’s lyrics through the high use of inclusive words (like “and” and “with”) and the relative lack of exclusive words (like “but” and “without”)” En: https://behavioralscientist.org/lucy-in-the-mind-of-lennon-an-empirical-analysis-of-lucy-in-the-sky-with-diamonds/ Consultado 9 de enero de 2022.

[3] En https://narrativabreve.com/2013/08/los-mejores-1001-poemas-de-la-historia-arte-de-charles-bukoski.html Consultado 9 de enero de 2022.

[4] Su legado artístico, por cierto, excepcionalmente capitalizable por parte del marketing cultural que ve en estos escandalosos episodios la oportunidad precisa para encarecer sus productos y potenciar sus consumos post mortem, hincando el diente en la ineludible lógica de la oferta y la demanda.

[5] Que, como toda legislación, permanecen como tal de manera histórica y contingente, según los intereses de los poderes gubernamentales y económicos en turno.

[6] Pardo Lozano, Ricardo; Alvarez García, et. al.,  “Cafeína: un nutriente, un fármaco, o una droga de abuso”. Adicciones. vol. 19. núm. 3. Toda sustancia, sea ésta legal o ilegal, contiene en sí misma una potencia positiva o negativa en los organismos que la ingieren, y su efecto dependerá en mayor medida por las cantidades en su consumo.

[7] La normalización y la falta de discusión social sobre las enfermedades mentales, por cierto, es terriblemente muy contemporánea. No hace mucho, por ejemplo, estas afecciones solían relacionarse con problemas míticos y religiosos, condición que recluía a las y los pacientes a un silencioso sufrimiento que no pasaba por la comprensión, el acompañamiento, el tratamiento y el entendimiento colectivo.

[8][8] Comienzo a beber vino alrededor de media hora antes de salir [al concierto] y esa es la más divertida parte de mí; para mí, el vino definitivamente me ayuda a perder un poco mi agarre con mi realidad, lo que me hace menos consciente de la situación, lo que me hace entrar dentro de las canciones un poco más y esta es la zona a la que voy, la cual amo. Definitivamente el vino es un trampolín para llegar ahí. En: https://www.rollingstone.com/music/music-news/the-national-reveal-hard-partying-behind-upcoming-graceless-video-58275/ Consultado 9 de enero de 2022.

[9] Richard Davenport-Hines, La Búsqueda del olvido. Historia global de las drogas, 1500-2000, pp. 281-329

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