Diálogo entre él y yo. Nippospitalidad

 

Jean-Luc Nancy / Trad. Maria Konta

 

Yo: Me acuerdo de su emoción cuando Usted se enteró que yo estaría en Tokio al mismo tiempo que Jean-Luc Nancy en la primavera de 2017. Usted tampoco imaginaba toparse con él a la vuelta de una calle en la hornilla de más de treinta millones de habitantes.[1]

Él: ¡Acúseme Usted de caer en [el subgénero de] ingenuidades infantiles filosóficas! Es diferente. Venía de escuchar una conferencia que Jean-Luc Nancy había dado en la Universidad Paul Verlaine de Metz….

Yo:  … bajo el título “Adentro/Afuera”. Me he arrepentido de no poder acompañarle ahí.

Él: Solamente no puedo creer lo que estoy escuchando….

Yo: Porque Usted inmediatamente había aplicado lo que él decía del cuerpo acerca de su búsqueda del momento, el traje del teatro.

Él: ¡No solamente eso! ¡No me asigne residencia! Evidentemente, no quiero extenderme sobre el tema del traje de teatro, más lejos de lo que nos ocupa, pero mientras que Nancy decía durante esta conferencia (cito la palabra en forma oral): “De hecho, uno puede preguntarse dónde, cuándo, cómo, un cuerpo es lo que es, es decir justamente el afuera de un adentro, si quiere Usted. Es esto lo que esperamos de un cuerpo, que sea el afuera de un adentro, que traduzca, que exprese, que exponga el adentro, o si no, quizás siempre necesariamente a través de una, no diría una representación, a través de una muestra, una toma que uno llama artística o estética…” no he podido abstenerme de reemplazar la palabra “cuerpo” por la palabra “traje”.

Yo: Todavía es necesario que hagan del traje del teatro una “toma estética”. Aún no lo hemos ganado.

Él: En breve, esta sería quizás la ocasión de otro de nuestros diálogos ennegrecidos. Pero fuera de mi interés por el traje, es su acercamiento (quizás bien conocido por otros, pero nuevo para mí) al cuerpo y su relación con el alma, lo que ha tomado toda una consistencia particular durante mi primera estancia en Japón. ¡He ahí un equipo que me ha permitido orientarme! Para mí era una primera escapada de ser neófito fuera del sistema binario occidental.

Yo: ¿Esto es lo que Usted encuentra en el texto Nippospitalidad?

Él: El texto Nippospitalidad es la alusión de una estancia en Tokio por un hombre que piensa, entre otras, las cosas ahí. Un texto de una seriedad sin pathos que no está exento de alegría, profundidad y ligereza, en un acercamiento a un Japón agradable y duro tanto que dramático, tratando una larga estancia en el hospital del Tokio. Me he encontrado ahí, en este Japón que busco comprender.

Yo: He ahí que Usted utiliza esta palabra de “seriedad”. Mientras estoy leyendo la Nippospitalidad, ¿sin embargo no la percibo también presente?

Él: Por supuesto, me río a carcajadas cuando Jean-Luc Nancy trata de saludar al equipo médico inclinándose sentado en su cama. El ejercicio de la reverencia nos es totalmente extraña y Nancy la hace todavía más extraña colocándola en un contexto sin precedente, en una relación desigual de la puesta en presencia del paciente con el areópago de los médicos, lo que añade a la agudeza si cómica de su descripción. Estas “grandes visitas” son todavía voluminosas en un hospital del hexágono, ¡pues bien en Japón!

Yo: Y, desordenadamente, la celebración de la amistad, la mundialización de la salud, la comicidad, al comienzo al menos, del beneficio secundario de escapar a la condición del turista, la hospitalidad que abole la distancia (que parece todo occidental) entre el mundo exterior y el hospital.

Él: Sí, Usted tiene razón. Pero es quizás la reminiscencia del Intruso lo que me hace hablar de la seriedad.

Yo: Precisamente uno tiene la impresión de que Nancy parece “difuminar” en Tokio las pesadas pruebas medicales que lo han atravesado.

Él: Esto es lo que él mismo escribe sobre la marcha del Intruso: “… mientras vive la mayoría de las veces sin pensar en ello”.

Yo: En la postdata del agosto 2017, Nancy evoca su hospitalización: “Hace poco, las molestias de la salud me han hospitalizado en Tokio. No están ligadas al trasplante, pero en todo caso es necesario tomar cuenta de ello.

Él: La seriedad de lo que hablo aumenta la superficie dada al pensamiento y rebasa, para mí, la preocupación por el estado de la salud, si puedo decirlo.

Yo: Es todavía, en un todo otro contexto, lo que Usted intensificaba en Aby Warburg, esta forma de servirse del diagnóstico de esquizofrenia, colocada sobre sus turbaciones reconociendo en esa el eje esencial de sus investigaciones iconológicas.

Él: En la edición francesa que hemos realizado, por Le Studiolo, de sus Disfraces de escena, he demandado a nuestra traductora de superar su reticencia, y no solamente de hablar abiertamente del internamiento de Warburg sino de relacionar su enfermedad y sus investigaciones.

Yo: Lo que ella ha hecho en otra parte de manera muy inteligente.

Él: Amo los escritos que salen del tabú de la enfermedad y no caen en la delectación mórbida. Me ha gustado leer Mis mil y una noches de Ruwen Ogien.

Yo: Como todos los visitantes a Japón, Usted describe en las cercanías de los templos los numerosos amuletos que uno puede adquirir para protegerse de todo un montón de desgracias de las más grandes a las más frívolas. Mi tío abuelo que había servido al ejercito colonial elogiaba un ungüento salvador por sus múltiples virtudes: “bueno por la blancura de las manos, la firmeza de los senos y los males del intestino”.

Él: Gracias por oponerse brutalmente a nuestra manera típica francesa al exquisito gesto de la distinción del japonés.

Yo: Es verdad que en estos templos cada amuleto solo combate un solo mal en particular.

Él: ¡Lo que siempre me sorprende en lo que percibo de una característica japonesa es la coexistencia del separado y relacionado a lo opuesto del diversificado!

Yo: Como en la cocina japonesa que prefiere yuxtaponer los ingredientes en un conjunto en lugar de un estofado que los mezcla. Ryoko Sekiguchi habla muy bien de eso en Nagori que nos ha hecho leer a Doan Bui.

Él: Hay este movimiento que uno diría torpemente horizontal situándolo mentalmente animando la superficie de un plan.

Yo: El edificio puede constar de las tres dimensiones más esa del tiempo como lo dice el mismo Sekiguchi: “En el Nagori, nostalgia y temporalidad se mezclan”, abre en eso la etimología “(Nagori) se relaciona a nami-nokori, “vestigio de olas” que designa la huella dejada por las olas después de que ellas se están retirando de la playa.”

Él: La imagen de la ola es impactante y connota el movimiento así frágil y delicado. En los otros sitios el movimiento se persigue justo hasta la reversibilidad o al menos la conexión del adentro al afuera y en el sentido contrario.

Yo: En Fûdo, el filósofo Tetsurô Watsuji admira una Niobida herida, obra griega del mundo de V siglo, aplicando los criterios japoneses, al parecer, y convocando todavía una vez la figura de la ola: “…esta escultura manifiesta en la evidencia de la grandeza del arte griego (…). Nosotros podríamos simplemente expresar esta singularidad como lo siguiente: “esta obra revela completamente el interior al exterior”. Aquí, el interior es el exterior (…) esta escultura no consiste en un rostro extendido en superficie, envolviendo alguna cosa del interior: ella consiste en una ola que se eleva del interior. Esta ondulación es de una delicadeza extrema, e imposible a calificar, sino que es con un corazón sin aliento que seguimos, por ejemplo, la onda que va de los senos al bajo vientre.”

Él: El intercambio es siempre complejo entre lo que viene del exterior y penetra al interior, o todavía la modificación de que produce la alteridad. Comenzando por reflexionar a la intrusión del extranjero, todo extranjero, y también el injerto mismo, Nancy termina por advertir que deviene, trasplantado, extranjero a él mismo: “Está el intruso en mí y devengo extranjero a mí mismo.”

Yo: Sin que eso le acerque al intruso, él dice. No existe intercambio “estándar”, podría uno decir, ni en un sentido y todavía menos en el otro. El uno no reemplaza el otro, viene a ocupar, con su diferencia, el lugar del otro.

Él: De acuerdo. Pero si el régimen de la permutación abre sobre lo múltiple, el movimiento queda invariable. En el libro Excluido el judío en nosotros publicado el 2018, Nancy nos ha dado todavía otra figura: precisamente lo que nombra una “conjunción disyuntiva”: la pertenencia del antisemitismo “a una estructura profunda de la constitución histórico-metafísica del Occidente”.

Yo: En la continuidad, después del Intruso de la movilización de la metáfora de la inmunidad hemos encontrado una nueva forma de este movimiento del intercambio como Usted lo llama.

Él: Nancy evoca la “sospecha de una implicación de la abominación de los judíos en la génesis misma del Occidente” hasta el horror insostenible del siglo XX.

Yo: Pero para que el otro nos constituya, nos modifique, es necesario que quede otro y sea acogido como tal. Lo que permite ampliar el pensamiento en la consideración del visitante como extranjero. Si bien hay un país donde la extranjería del extranjero no está reducida en el franqueamiento de un umbral retirado por el sakoku (la abrogación del cierre por el emperador Meiji), es Japón.

Él: Es verdad. Admita que el Japón moderno parece pensar que se constituye en reforzando la extranjería del extranjero sobre su suelo.

Yo: ¿No es que invierta los papeles? ¿No es mejor el extranjero que llega a pensar esto, y se desespera de no poder comprender jamás?

Él: Está ahí, para mí, la cima de la Nippospitalidad. Cuando Nancy aprende que el virus que lo ha paralizado en la cama en Tokio podría ser propio a Japón….

Yo: El Foucault escéptico reaccionando al rumor de un virus que ataca solo a los homosexuales habría, parece, murmurado “sería demasiado bueno”.

Él: Nancy, respecto a él, advierte que, a pesar de diferencias notables, el tratamiento japonés-mediante dosificado en relación con costumbres médicas francesas-ha llegado a frenar el mal. Él exclama entonces: “¿Sería un metabolismo japonés?”. Uno se pone a alucinar y pensar que un virus japonés habría reconocido el terreno de un metabolismo familiar favorable a su intrusión, que a su circunferencia les médicos japoneses habrían aliviado sin complicaciones dado su metabolismo japonés.

Yo: Como si Nancy coincidiera plenamente con la idea que un occidental no podría imaginar y comprender el Japón sino solamente devenir japonés lo que corroboraría su silencio al final de su texto, solo atravesado por el doble aplauso de las manos.

Él: Foucault mismo llega al punto de iniciarse en un templo zen para adquirir esta postura que debería ser, sabiamente, la única posible a todos ellos y todas ellas que abordan Japón.

Yo: Los ejemplos donde el occidental sale del sistema de la oposición Nosotros/Ellos, cuyo peligro uno ve muy bien.

Él: Emmanuel Lozerand escribe a su turno: “Tan pronto como el otro escapa a esta mirada objetivante, sea exótica o científica, para devenir un compañero, su individualidad y su subjetividad se encarnan y son reconocidas”.

Yo: Si el occidental no nutre este deseo loco de mezclarse con Japón, al estilo de Lafcadio Hearn, ¿entonces qué queda de él?

Él: Le quedará la posición de René Ceccaty, aquella de afirmar, pasando toda la argumentación, en una necesidad más allá de razonable, de la imposibilidad de vivir SIN Japón: “[la cultura japonesa] jamás será para mi otra cultura, esta jamás será para mi “otro lugar”. Todo lo que hace a Japón exótico me irrita porque jamás he sido extranjero desde que entendí que no podría vivir sin él de a una u otra forma (…)”.

 

Notas
[1] El original en francés intitulado «Dialogue entre Lui et Moi 2 » fue publicado en el dossier “Japon voyages intérieures” de la revista Le portiQue, 43-44, pp. 35-42.

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