La doncella que sucede a las musas: la interpretación nancyana de ‘Las lecciones de filosofía del arte’ de Hegel

Marc Coudrais, “Allitérations. Conversation sur la danse” (2002) de Mathilde Monnier y Jean-Luc Nancy

Resumen

Jean-Luc Nancy es un filósofo que piensa la estética contemporánea a partir de la tradición filosófica francogermánica. Él escribió Las musas (Les Muses) en 1994 tomando como punto de partida la estética del filósofo alemán G. W. F. Hegel en diálogo con otras corrientes filosóficas. En este artículo se presentarán las interpretaciones nancyanas alrededor del concepto de arte, su condición ontológica de unicidad y pluralidad, así como la cuestión sobre el fin del arte como interrupción del sentido.

Palabras clave: Nancy, Hegel, ontología, arte, estética, fin.

 

Abstract:

Jean-Luc Nancy is a philosopher who thinks contemporary aesthetics since the Franco-German philosophical tradition. He wrote The Muses (Les Muses) in 1994 taking into German philosopher aesthetics G. W. F. Hegel’s aesthetics as starting point in dialogue with other philosophical traditions. This article will present the nancyan interpretations on the concept of art, its ontological condition of oneness and plurality, as well as the question on the end of art as sense interruption.

Keywords: Nancy, Hegel, ontology, art, aesthetics, end.

 

La Muse anime, soulève, excite, met en branle…

Mais cette force jaillit au pluriel. Il y a les Muses, et non la Muse.

Les Muses

 

El presente trabajo tiene como objetivo la demostración de las líneas interpretativas que sigue el filósofo francés Jean-Luc Nancy (1940-2021) al abordar la filosofía del arte de G. W. F. Hegel (1770-1831). Como es sabido, el trabajo filosófico de Nancy se basa en el tratamiento franco-germánico de las diferentes esferas del mundo de la vida (Lebenswelt), siendo una de éstas el arte.

 

No obstante, uno de los puntos a demostrar en esta breve investigación es que, de fondo, la estética nancyana no puede ser tratada sin antes haber atendido su ontología o, mejor dicho, la estética nancyana es una ontología.

 

Los textos de Nancy a revisar serán los dos primeros capítulos del libro Las musas (1994): “¿Por qué hay varias artes y no una sola?” y “La doncella que sucede a las Musas (El nacimiento hegeliano de las artes)”. Como es costumbre en sus libros, el primer o los primeros capítulos son la base que servirá para fundamentar los ensayos ulteriores.

 

La cuestión ontológica de la pluralidad de las artes

 

En el primer capítulo de Las musas analiza la cuestión de la unicidad y/o pluralidad del arte o de las artes. Para ello, Nancy se remitirá a su ontología teniendo en cuenta el concepto heideggeriano de Mitsein aun cuando este concepto no sea mencionado explícitamente, pues prefiere hacer mención a filósofos como G. W. F. Hegel, Friedrich Nietzsche, Theodor W. Adorno, Ludwig Wittgenstein, incluso a contemporáneos francófonos como Jacques Derrida o Gilles Deleuze, así como a poetas como Paul Celan y Fernando Pessoa, y a lingüistas como Émile Benveniste.

 

El tratamiento que da a Heidegger se limita a la referencia a El origen de la obra de arte, ensayo donde “[…] el arte no se considera dominio especial de realización cultural, ni como una de las manifestaciones del espíritu. El arte acaece en virtud de la fulguración, y sólo a partir de esta se determina el ‘sentido del ser’”.[1]

 

Entonces, ¿de dónde deducimos su preocupación de la unicidad/pluralidad de las artes con base en el concepto heideggeriano de Mitsein? Previamente a la alusión heideggeriana, Nancy ya había expresado su interés por la “cuestión ontológica” de la unidad de esa pluralidad de las musas (término que emplea de manera equivalente al de arte) que no se plantea o que queda como supuesto en las diferentes teorías estéticas o filosofías del arte, ya sean empíricas o trascendentales. “Las artes constituyen una pluralidad dispersa y reunida a la vez, que nosotros podemos sentir a la vez como una unidad y como una pluralidad, es decir, si la pluralidad artística tiene carácter esencial o co-esencial es porque el partage, al que alude el título de este libro [La partición de las artes], es nuestra condición, nuestra condición ontología”.[2]

 

A esta cuestión ontológica sobre el arte, Nancy responde diciendo que “o bien esa unidad se presupone como una vaga unidad de subsunción, el ‘arte’ en general, o bien se admite la pluralidad sin examinar su régimen propio, lo singular plural del arte, de las artes”.[3] Asimismo, no existe la “técnica” sino las “técnicas donde la pluralidad expresa la esencia del arte: su verdad. Se trata de una tekne poietiké, técnica productora, donde se diluye la falsa oposición entre arte y técnica pues aquél es la técnica por antonomasia y su más excelso ejemplo.  “La tensión entre lo singular y lo plural se resuelve porque, como se afirmaba de la poesía, la tecnicidad propia de cada una de las artes es un índice general de cierta cualidad o propiedad de todas las otras”.[4] El arte es la técnica que hace presente la experiencia del tiempo puro en su doble acepción tanto de “traer a la presencia” como “hacer actual”.

 

Ante dicha cuestión, hay que recordar que el proyecto filosófico de Nancy se dedicó a rehacer toda la “filosofía primera” fundándola en lo “singular plural” del ser o el “ser-en-común”, como podemos constatar en La communauté désœuvrée[5] de 1986 y Ser singular plural de 1996 en cuyo prefacio nos deja clara su “[…] ambición de rehacer toda la ‘filosofía primera’ fundándola en lo ‘singular plural’ del ser”.[6]

 

Estética como ontología

 

Nancy avec Hegel piensa el arte o las artes fuera del contexto de la estética para poder abordarlo/abordarles desde el ser singular plural de la ontología como ser-en-común, se trata de un arte sustancial que convive armónicamente entre las esferas hegelianas de la religión y la filosofía, pero que es sucedido, más no rebasado por la religión o, mejor dicho, por el destino de la religión, pues se “supera” o se “asume” en el sentido hegeliano del verbo aufheben. Lo propio del arte no es de orden metafísico, pues es sin trasfondo, sin fundamento. O en palabras de su amigo y colega Philippe Lacoue-Labarthe, lo propio del arte es “mimesis sin modelo” o “mimesis originaria”. La Musa o las Musas han sido desfundamentadas religiosamente.

 

De acuerdo con Morin, podríamos considerar a Ser singular plural como el tratado de ontología de Nancy. En él encontramos usos repetidos de frases indecidibles como “X sin X” o “X, si existe tal cosa” y definiciones de conceptos centrales que toman forma contradictoria como “ambos X y no-X” o “ni X ni X”,[7] llevando así los conceptos a sus límites para revelar sus tensiones internas o puntos ciegos. De modo que nos invita a pensar el arte sin el arte, es decir, pensar el arte extrayéndolo del contexto propio de la filosofía arte y de la estética, para pensarla en términos de una ontología fundamental. Se trata, pues, de una labor conceptual de pensar “la filosofía del arte en el más pleno sentido (no ‘filosofía sobre el arte’, sino filosofía como arte)[8] y no como una historia o sociología del arte ni como técnica artística. Es pensar “lo artístico” como una “ontología”, es decir, de la esencia singular del ser, de lo que es sin origen común.

 

El fin del arte

 

Desde Friedrich Nietzsche y, con anterioridad, desde Hegel, la filosofía ha prescindido de la teleología. Esta carencia tiene que ver con la pregunta por la condición ontológica primordial del ser-con o del estar-juntos, tiene que ver con la pregunta por lo sentidos del “ser-los-unos-con-los-otros”, “los-unos-dirigidos-a-los-otros”. De esta manera, Nancy deshace y rehace la filosofía a partir de Heidegger. Nancy no ve un destino catastrófico o apocalíptico en la ausencia del fin. Por el contrario, con la “muerte de Dios”, ve el momento crítico de autoconstitución propio del arte por el arte o del arte sin fines.

 

Atendiendo el punto sobre la teleología, tendríamos que hacer alusión brevemente a la diferencia entre el carácter teleológico del arte y el “fin del arte”, confusión derivada a partir de la ambigüedad del término “fin”. En el primer caso, nos referimos a “fin” en cuanto finalidad u objetivo, es decir, a una metafísica del arte que apunta a la causa final de ésta, mientras que, en el segundo, nos referimos a “fin” en cuanto término o acabamiento.

 

Como podemos apreciar en el capítulo “La doncella que sucede a las Musas (El nacimiento hegeliano de las artes)”, la sucesión de la doncella se refiere a la pérdida del carácter trascendental de la religión y la constitución de ésta como arte. En la Estética de Hegel, podemos ver cómo el arte se disuelve y hace notar su propio fin en el elemento del pensamiento. “El ‘fin del arte’ no es sino la declaración de un fin de lo que él denominaba ‘religión estética’, es decir, del arte en cuanto lugar de la aparición de lo divino”.[9]

 

El destino de la religión

 

La religión que ha sido “relevada” (relevée)[10] es la griega, mientras que la religión que le sucede es la religión “revelada” o cristiana. De modo que no podemos comprender la estética hegeliana sin su filosofía de la religión. Desde la perspectiva hegeliana, es menester hacer un recorrido a través de los diferentes despliegues dialécticos que ha tenido el arte para poder apreciar las objetivaciones histórico-concretas, pues “en muchas religiones, el arte ha sido el único modo en que la idea del espíritu se representaba en ellas”.[11] Ya desde la Fenomenología del espíritu (1807) podemos apreciar esta íntima relación entre arte y religión enmarcadas ambas en la esfera del espíritu absoluto, teniendo así los análisis de la “religión natural”, la “religión-arte” (o “religión del arte”) y la “religión, manifiesta” (o “religión revelada”). No obstante, a pesar de ser la superación de la religión, el arte carece de plena inteligibilidad en el plano sensorial o estético (en el sentido etimológico de la palabra. La tarea de la filosofía es descubrir su verdad:

 

El arte ya no procura a nuestra necesidad espiritual la satisfacción que en el arte buscaron otros pueblos en otros tiempos, y solo en él encontraron. Por ello, nuestros intereses se depositan más en la esfera de la representación, y el modo y manera de satisfacer los intereses exige más bien reflexión, abstracción, abstractas representaciones generales como tales. Con esto, la posición del arte en la vitalidad de la vida ya no es tan elevada; la representación, la reflexión o el pensamiento son lo predominante, y por ello nuestra época esta incitada primordialmente a las reflexiones y el pensamiento sobre el arte.[12]

 

Nancy tomará como punto de partida el apartado de la Fenomenología del espíritu titulado “La religión, manifiesta”, específicamente el episodio de la “doncella” que le sigue a la famosa sentencia “Dios ha muerto”, hecha famosa por Nietzsche setenta y cinco años más tarde en los aforismos de “La gaya ciencia, la cual hace referencia a la desfundamentación del fundamento.

 

Una vez que ha pasado por los análisis de la imagen de los dioses griegos, sus himnos y cultos, la epopeya, la tragedia y la comedia, Hegel se dedica a establecer las premisas de la religión revelada o manifiesta. En otras palabras, se trata de un momento reflexivo llevado a cabo por la conciencia cómica y la conciencia desdichada (desgarrada) a partir de la pérdida de sentido o fundamento que trae consigo la muerte de Dios. En términos artísticos:

 

Las estatuas son ahora cadáveres de los que se ha esfumado el alma que las animaba, y los himnos, palabras de las que ha escapado la fe; las mesas de los dioses están sin comida ni bebida espiritual, y sus juegos y festines no le devuelven a la conciencia la jubilosa unidad de sí con la esencia. Alas obras de las musas les falta le fuerza del espíritu, a quien la certeza de sí mismo le brotaba del aplastamiento de los dioses y los hombres. Ahora son lo que son para nosotros: bellos frutos arrancados de los árboles, un destino amistoso nos los ofrecía como los regalaría una muchacha; no hay la vida efectiva de su existencia, no hay el árbol que los sostenía, ni la tierra y los elementos que eran su substancia, ni el clima que constituía su determinidad o el cambio de las estaciones que dominaban el proceso en el que llegaban a ser.[13]

 

De hecho, este episodio nos podría remitir a un texto posterior, Filosofía del derecho, de 1831. El punto en cuestión es el siguiente:

 

Para decir aún una palabra sobre el enseñar cómo debe ser el mundo, la filosofía siempre llega demasiado tarde para ello. En cuanto pensamiento del mundo ella sólo aparece en el tiempo después que la realidad ha perfeccionado y terminado su proceso de formación. Esto, que el concepto enseña, lo muestra asimismo necesariamente la historia: sólo en la madurez de la realidad aparece lo ideal frente a lo real y aquél se concibe al mismo tiempo en su sustancia edificándolo en la configuración de un reino intelectual. Cuando la filosofía pinta su gris sobre el gris entonces ha envejecido una configuración de la vida y no se deja rejuvenecer con gris sobre gris, sino sólo conocer. Sólo cuando irrumpe el ocaso inicia su vuelo el búho de Minerva.[14]

 

En la Fenomenología, Hegel continúa: “Así, el destino, con las obras de ese arte, no nos da su mundo, ni la primavera y el verano de la vida ética en la que florecían y maduraban, sino, únicamente, el recuerdo velado de esa realidad efectiva”.[15] De ahí que concluyamos que la filosofía solamente puede darse en el otoño y en el invierno cuando la vida va perdiendo su colorido. En ambos casos, podemos ver cómo la crítica filosófica siempre es posterior al acontecimiento propiamente dicho. E incluso, podemos ver cómo la filosofía sólo puede tener lugar en cuanto fundamentación y desfundamentación.

 

Nancy había empezado el libro Las musas haciendo referencia a la etimología de la palabra “musa”, tanto como Μοῦσᾰ como mens, aludiendo al carácter del “movimiento del espíritu” o, podríamos decir, de la actividad mental propia del artista en el momento creativo.

 

El filósofo francés nos dice que “musa” refiere al ardor, la tensión viva que consume la impaciencia, el deseo o la ira. La Musa anima, levanta, excita, pone en marcha… vela con fuerza sobre la forma.[16] Pero el filósofo prusiano nos dice que a las obras de las musas les falta la fuerza del espíritu, sus frutos han sido arrancados.

 

La superación del arte

 

A partir de “la muerte de Dios” o, si se quiere, de la superación de los dioses de la antigua Grecia por parte de la religión cristiana, el arte ha quedado revelado como sin fundamento. Los frutos de las musas ahora son meramente ofrenda. La superación (o asunción) del arte antiguo es la poesía en la medida en que ésta agota en sí la “ley del arte”, es decir, la ley de la exteriorización sensible. “La poesía destruye la unión de la interioridad espiritual y la exterioridad real, a punto tal que deja de estar conforme al concepto primitivo del arte y corre el riesgo de separarse por completo de la región de lo sensible, para perderse definitivamente en lo espiritual”.[17]

 

Hegel sitúa a la poesía en el lugar más importante de las artes, ya que, gracias a la abstracción y flexibilidad de sumedio artístico: la palabra, es el arte “más comprehensivo” y capaz de una “suprema espiritualización”. En palabras del filósofo francés: “La poesía es el ‘fin’ del arte como su puesta en peligro”.[18] Pero, ¿qué significa esta puesta en peligro (mis en danger)? Ante los ojos de Hegel y Nancy, ésta no es otra cosa sino la superación del arte anclado a su materialidad, es la puesta en marcha del arte por el arte en cuanto concepto, es decir, en cuanto pensamiento que se piensa a sí mismo. “El arte alcanza su límite extremo en la poesía, y precisamente porque toca entonces su límite, aquel en el cual el Sentido vendría a disolver todos los sentidos”.[19] De ahí la necesidad de desfundamentar el arte liberándolo de todo lastre material (sensorial) o espiritual (religioso).

 

La estética hegeliana desentraña, por un lado, en el nivel conceptual, la esencia del arte, en cuyo centro se alza la definición del “ideal”; y, por otro lado, ofrece una caracterización del despliegue histórico del arte, según la doctrina de las llamadas” formas artísticas”. El espíritu absoluto, el fundamento que se desfundamenta, Dios o el ideal es el centro del mundo. “Lo importante es que Dios, como desarrollo del mundo, se contrapone en sus elementos como en dos extremos: naturaleza, y divinidad subjetiva, o una objetividad abstracta, sin espíritu, y la subjetividad concreta que es para sí”.[20]

 

La vía regia para solventar esta división entre estos dos extremos será la religión o, mejor dicho, el destino de la religión que no es otro sino el desarrollo “mediado” o con mediaciones de la subjetividad infinita (persona divina) que se revela en cuanto sale de sí misma para volver a sí. De modo que la religión será la línea de clivaje (clivage) entre el arte y la filosofía. El destino de la religión es la doncella que ofrenda los frutos caídos del árbol. Los frutos son las obras de arte bajo el aspecto de cadáveres que son conservadas en nuestro recuerdo en el lugar de las Musas, en el museo. Nos dirá Nancy: “La doncella es la fundadora y la guardiana del museo… ‘Las obras de las Musas’, separadas del árbol. del suelo y del clima, son propiamente ‘esos bellos frutos’ que, por sí mismo, ya no hacen valer más que su belleza”.[21]

 

A manera de síntesis, podemos concluir dos cosas: la primera es que la religión no tiene verdad absolutamente propia; la segunda, el arte como “verdad exterior” de la religión no es el “arte al servicio de la religión”, sino el arte que sólo es arte. El arte es la belleza que queda cuando los dioses han desaparecido.

 

Finalmente, tenemos la original interpretación de Nancy donde toma distancia de Hegel exponiendo la singularidad y pluralidad del ser poniendo en tela de juicio las teorías estéticas que ven en las artes un camino ascendente hacia el conocimiento. El filósofo francés hace hincapié en que la(s) obra(s) de arte no son ni unidad ni identidad negativa, pues la(s) considera más que un proceso dialéctico, las concibe como irrupción o suspensión del movimiento dialéctico o, en términos ontológicos, como interrupción del sentido, como un gesto de presentación sin interioridad. El destino de la religión, la “muerte de Dios”, expone el arte que acepta su propia desaparición, un arte desfundamentado o, si se quiere, un arte que nunca tuvo fundamento, una mimesis sin modelo o mimesis originaria que se revela como tal y que tiene que aceptar su existencia sin tener en cuenta una esencia o un telos. O como bien resume el filósofo con su pregunta final: ¿Y si el arte nunca fuera más que el arte, forzosamente plural, singular, de aceptar la muerte, aceptar la existencia?[22]

 

Bibliografía

  1. Derrida, Jacques, Márgenes de la filosofía, Cátedra, 1994.
  2. Hegel, G. W. F., Fenomenología del espíritu, UAM/Abada, 2010.
  3. _____________, Filosofía del arte o estética (Verano de 1826), UAM/Abada, 2006.
  4. _____________, Rasgos fundamentales de la filosofía del derecho o compendio de derecho natural y ciencia del estado, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000.
  5. Heidegger, Martin, Caminos del bosque, Madrid, Alianza, 1966.
  6. Malabou, Catherine, El porvenir de Hegel: plasticidad, temporalidad, dialéctica, La Cebra, 2013.
  7. Morin, Marie-Eve, Jean-Luc Nancy, Polity Press, 2012.
  8. Nancy, Jean-Luc, La partición de las artes, Valencia: Pre-textos / Universitat Politècnica de València, 2013.
  9. ______________, Las musas, Amorrortu: Buenos Aires, 2008.
  10. ______________, Ser singular plural, Arena Libros, 2006.

 

Notas
[1] Martin Heidegger, “El origen de la obra de arte” en Caminos del bosque, ed. cit., pp. 67-68.
[2] Cristina Rodríguez Marciel, “Nota a la edición” en Jean-Luc Nancy, La partición de las artes, ed cit., pp. 35-36.
[3] Jean-Luc Nancy,, Las musas, ed. cit., p. 12.
[4] Miguel Corella, “Técnicas del presente. Producción de presencia” en Nancy, Jean-Luc, La partición de las artes, ed. cit., p. 18.
[5] Libro traducido al español con dos títulos: “La comunidad desobrada” (Trad. Isidro Herrera y Alejandro del Río para Arena Libros, Madrid, 2001) y “La comunidad inoperante” (Trad. Juan Manuel Garrido para LOM Editores, Santiago de Chile, 2000).
[6] Jean-Luc Nancy, Ser singular plural, ed. cit., p. 13.
[7] Marie-Eve Morin, Jean-Luc Nancy, ed. cit., pp. 2-3.
[8] Jean Luc, Nancy, Ser singular plural, Op. cit., p. 39.
[9] Jean-Luc Nancy, Las musas, Op. cit., p. 63.
[10] Recordemos el empleo del término “relevar” en lugar de “superar” o “asumir” que tiene lugar en la lengua francesa y los equívocos y malentendidos a los que ello conduce. Es el caso de Derrida quien opta por el primer verbo. Jacques Derrida, “Los fines del hombre” en Márgenes de la filosofía, Madrid: ed. cit., p. 158: “Aufheben, es relevar, en el sentido en que ‘relevar’ quiere decir a la vez desplazar, elevar, reemplazar y promover en un solo y mismo movimiento”. El mismo equívoco ocurre con Malabou al seguir a su maestro, incluso podemos ver en la elección de la palabra “relevo” para Aufhebung como lo hace el traductor Cristóbal Durán en la obra de Catherine Malabou, El porvenir de Hegel: plasticidad, temporalidad, dialéctica, ed. cit., p. 15.
[11] G. W. F. Hegel, Filosofía del arte o estética. (Verano de 1826), ed. cit., p. 51.
[12] Ibidem, p. 63.
[13] G. W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, ed. cit., p. 855.
[14] G. W. F. Hegel, Rasgos fundamentales de la filosofía del derecho o compendio de derecho natural y ciencia del estado, ed. cit., p. 77.
[15] G. W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, ed. cit., p. 855.
[16] Jean-Luc Nancy, Las musas, ed. cit., p. 11.
[17] Ibidem, p. 64.
[18] Ibidem, p. 64.
[19] Idem.
[20] G. W. F. Hegel, Filosofía del arte o estética. (Verano de 1826), ed. cit., p. 107.
[21] Jean-Luc Nancy, Las musas, ed. cit., p. 70.
[22] Ibidem, p. 80.

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