Tedio, Subjetividad y Resonancia

Nam June Paik “TV Buddha” (1974)

Resumen

En el presente artículo revisaremos lo que hoy conocemos como tedio o aburrimiento, cómo se fue transformando a través del tiempo y cómo este nos afecta en la actualidad. Asimismo, realizaremos un abordaje del hastío partiendo del concepto de resonancia, tal como lo plantea Hartmut Rosa, como una posibilidad para bordear los efectos de la tardomodernidad. Y, por último, presentaremos algunas digresiones desde el psicoanálisis, argumentando que este sería por sí mismo una forma de resonancia y posibilidad para bordear el hastío.

Palabras clave: aburrimiento, tedio, aceleración, alienación, resonancia, psicoanálisis.

 

Abstract

In this article we will review what we now know as tedium or boredom, how it has been transformed over time and how it affects us today. Likewise, we will carry out an approach to boredom based on the concept of resonance, as proposed by Hartmut Rosa, as a possibility to skirt the effects of late modernity. And finally, we will present some digressions from psychoanalysis, arguing that this would it self be a form of resonance and possibility to border boredom.

Keywords: boredom, tedium, acceleration, alienation, resonance, psychoanalysis

 

Vivimos en una época curiosa, rodeados de opciones para llenar nuestro tiempo y, aun así, fracasando constantemente contra el tedio. En los últimos años se han realizado investigaciones sobre su incidencia en diferentes poblaciones, y la mayoría de los resultados apuntan a que ahora las personas reportan con mayor frecuencia haber experimentado aburrimiento.[1] Paradójicamente el tedio logra acomodarse en nuestros días, aunque tenemos a nuestro alcance toda cantidad de canciones, podcast, películas, libros o experiencias que podríamos realizar solos o con nuestros seres queridos. ¿Por qué será que el tedio parece tan presente en nuestro tiempo?

 

Del privilegio del aburrimiento al tedio generalizado

 

El hastío, del latín fastidium, es sinónimo de fastidio, aburrimiento, tedio, enfado, y cansancio. Durante este escrito usaremos estos términos como sinónimos, ya que el objetivo principal no es realizar un análisis filológico sino reflexionar sobre los efectos que tiene en el psiquismo del sujeto tardomoderno, así como en sus posibles causas.

 

Cuando hablamos de hastío o tedio nos estamos refiriendo a ese estado en que el sujeto pierde todo interés en el mundo y en sí mismo, en el cual se tiene la sensación de que es imposible escapar. Es como sí la realidad en su complejidad se vaciara y nada en el entorno llamara la atención. El sujeto se siente aburrido, hastiado o cansado, sin saber exactamente el por qué; lo único que parece saber es que todo le es tedioso.

 

Según Joan Corominas,[2] el término hastío hace su aparición en la lengua castellana alrededor de 1495, significando repugnancia o disgusto, mientras que aburrir y aborrecer eran sinónimos más o menos por la misma época. Es importante destacar que en estos casos implica una relación de desagrado con el otro, una que podemos experimentar en relación o presencia de algo o alguien externo, pero no un acto autorreferencial (lo cual retomaremos adelante en este escrito).

 

Si bien las palabras hastío o tedio no aparecen sino al final de la edad media y propiamente hasta la modernidad, esto no significa que no existiera un afecto similar o la experiencia de ello. Una prueba de lo anterior es la acedia, un afecto que aparece en la literatura antes incluso de la edad media.

 

La primera referencia a la acedia como un estado emocional se la debemos a Evagrio Póntico (345-399 d. C.), monje turco que realizó una serie de reflexiones y advertencias dirigidas a otros religiosos sobre lo que él consideraba obra del demonio meridiano. Éste atacaba a los monjes mientras leían las sagradas escrituras y los dejaba sumidos en un estado donde la realidad misma se torna inmóvil y “las cosas parecen querer imponerse a las personas y se presentan como totalmente carentes de espíritu”.[3] La acedia era un pecado grave, el origen de todos los pecados y una ofensa directa hacia Dios, porque “[…] ¿Cómo podía Dios, en su perfección, ser aburrido? Aburrirse en la relación con Dios llevaría implícito el hecho de que Dios es imperfecto en alguna medida”.[4]

 

Durante la edad media, la acedia pasa de ser una ofensa grave entre los religiosos (que tenían acceso a las Escrituras) a una ofensa que el pueblo podía tener contra la realeza. A los monarcas se les permitía aburrirse en las audiencias, los torneos, e incluso en las fiestas, pero los plebeyos no podían mostrar ninguna señal de aburrimiento frente a aquellos que eran considerados representantes directos de Dios.

 

En cierto sentido, antes de la modernidad la acedia es una experiencia permitida solo para ciertas clases sociales, considerándose incluso símbolo de abolengo.[5] En aquel tiempo mostrarse aburridos era “privilegio” de unos cuantos, en particular el clero y la nobleza, mientras que el resto solo podían contenerse ante la posibilidad de aburrirse frente a Dios, los monarcas o aquellos considerados superiores. Sin embargo, el solo hecho de mencionar que aburrirse era una experiencia que sólo los monarcas o los religiosos se podían permitir basta para que podamos deducir que el aburrimiento era experimentado por otros individuos, no importando su género o clase social. Si existe la regla es porque existe la excepción.

 

Tiempo después, ya entrado el renacimiento, el término de acedía fue cediendo su lugar a lo que conocemos como tedio o hastío. En gran medida porque una característica del sujeto de la modernidad es su individualidad y la autoconciencia de esta posibilita enunciar la experiencia del aburrimiento, delimitándola de esta forma como algo del orden de lo humano. No es casualidad que Corominas[6] señale que la forma reflexiva[7] de aburrir, es decir, aburrirse, no aparece sino hasta muy entrado el siglo XVI, casi por la misma época que tedio. La expresión de aburrirse, el acto de experimentar aburrimiento en sí mismo, implica la existencia del individuo, pero sobre todo de autoconsciencia de esta.

 

En el siglo XIX empiezan a surgir las metrópolis tal y como las conocemos ahora, el romanticismo se extiende por el mundo y el aburrimiento se empieza a generalizar a otras clases sociales. Georg Simmel[8] describe a la sociedad de aquel momento como individualista, indiferente, hastiada, capitalista y competitiva, lo cual tiene repercusiones en la subjetividad. El urbanita, como Simmel llama al habitante de las grandes ciudades, sufre el hastío como nunca por la sobre estimulación de los sentidos por los excesos propios de la urbe, pero también porque ha sido arrastrado a la lógica de los números, del dinero.

 

Como vimos, el paso de la acedia al tedio se juega sobre todo en relación con la afectación de unos cuantos, de la primera, por las masas de la segunda. Del hastío por demasiado ocio, al hastío por agotamiento de los sentidos. Del individualismo al borramiento de sí mismo. Por esto Svendsen[9] considera que “El tedio es «privilegio» del hombre moderno”. ¡Viva la democratización del aburrimiento!

 

Aceleración, falta de sentido y aburrimiento

 

Hartmut Rosa[10] plantea que las sociedades capitalistas de la tardomodernidad se caracterizan por la aceleración social. Es decir, este tipo de sociedades deben seguir una lógica de incremento constante para conservar su statu quo y mantenerse competitivos en la economía del capital. Esto trae como consecuencia una necesaria estabilización dinámica, un movimiento incesante pero no para avanzar y crecer, sino para no perder el lugar actual.

 

Así, lo que encontramos en la actualidad son sujetos obligados a invertir cada vez más recursos motivacionales y pulsionales para continuar vigentes, pero siempre con el riesgo de perderlo todo, quedando así alienados de sí mismos y del mundo en esta incesante batalla.

 

[…] La alienación denota así una forma de experiencia del mundo en la cual el sujeto experimenta el propio cuerpo, los propios sentimientos, el mundo circundante cósico y natural, y también los contextos sociales de interacción, como externos, desligados, no responsivos o mudos. […] En un estado de alienación, por tanto, la voz propia y la ajena tienden a volverse inaudibles o no dicen nada; el sujeto y el mundo se enfrentan de forma muda y rígida.[11]

 

En la actualidad parece un efecto del aceleracionismo que el mundo, las cosas y las personas pierdan su valor rápidamente, debido en parte a la velocidad con que un objeto sustituye de inmediato al otro. Pareciera que al sujeto tardomoderno le es complicado enfrentarse a la nada, hacer nada.

 

Prueba de ello, es que la industria del entretenimiento genera miles de millones de dólares a nivel global, abasteciendo con toda clase de opciones para llenar el tiempo de ocio. Hace algunos años, Reed Hastings[12], CEO de Netflix, aseguró que no había ninguna otra plataforma que considerara un competidor verdadero, el mercado era tan basto que todos podían generar contenido exitoso, sin robarse entre ellos ganancias. El único verdadero competidor, aseguraba, era el sueño; que el espectador se quede dormido. Hastings sabía que, mientras las personas estuvieran despiertas, estarían buscando contenido para llenar esa nada.

 

Con todo el contenido que tenemos disponible, no es de sorprendernos que cada vez naveguemos con mayor rapidez entre ellos. Si una película no nos cautiva en los primeros minutos la abandonamos, las series solo tienen un episodio para demostrarnos que valen la pena. Es decir, que valen nuestro tiempo y pueden contra nuestro aburrimiento. Lo que es novedoso hoy, es viejo ya no mañana, sino en un par de horas. Nos encontramos inmersos en una realidad acelerada que no acepta de ninguna manera que las cosas vayan más lentas. Nos ahogamos en la era del aceleracionismo.

 

En estas épocas contamos con poco tiempo libre, por ello, buscamos siempre lo interesante; experiencias que nos llenen de gozo y plenitud, lo que antes era indistinto, hoy debe ser asombroso o, al menos, asombroso por un momento para luego ser rápidamente descartable. Por ejemplo, en las relaciones que tenemos con las personas que nos importan hablamos de tiempo de calidad, pero buscamos maneras cada vez más rápidas de encontrar amistades o relaciones de pareja, ignorando que, por lo general, para ambos casos es necesario invertir tiempo.

 

La aceleración afecta sobre todo a los objetos, que circulan de forma tan rápida que ya es preciso despojarles de aquello que los vuelve lentos. Los objetos se han vuelto no cosas, como bien plantea Byung Chul-Han,[13] se han desprendido de toda materialidad para convertirse en simple información y acelerarse aún más, en un eterno flujo de datos que no cesa de transmitir con el único objetivo de seguir circulando. Por ejemplo, los libros, los discos, el cine, el arte se han desprendido de su materialidad transformándose en información capaz de distribuirse de forma instantánea en dispositivos electrónicos personales. No es necesaria ya una cadena de distribución ni complicadas logísticas, es suficiente con subir las no cosas a la nube para que de inmediato se encuentren a disposición.

 

Incluso las personas se vuelven no cosas en el ciberespacio, buscamos darnos sentido de importancia y pertenencia poniendo a prueba nuestra capacidad de entretener a otros, nos convertimos en perfiles de redes sociales, mensajes, fotografías, vídeos; todo lo que somos o, decimos ser, transformado en grandes secuencias de código, en contenido, que busca espectadores que nos aseguren que no somos aburridos, que no generamos aburrimiento. Ahora, los dataístas apuestan por una realidad conformada por la mayor cantidad de información, que pueda ser almacenada y transmitida en el menor tiempo posible, despojada de la imperfección de la materialidad, pero también de una parte importante de lo que nos hace humanos.

 

Al incrementarse la aceleración en los cambios se nos dificulta encontrarles un sentido y la percepción del tiempo como algo que también va más rápido se ha vuelto cotidiana. Pero más que el tiempo se haya acelerado, este se ha fragmentado.[14] Es un tiempo de lo inconcluso y lo no terminado. El sujeto contemporáneo pulveriza sus capacidades cognitivas al pasar de una actividad a otra dejando atención residual en cada movimiento. Estos sujetos quedan sumidos en un tedio y cansancio que a veces no logran explicarse pero que experimentan de forma cotidiana.

 

El argumento de Lacan[15] sobre el tiempo nos puede ser de utilidad para abordar este punto. En su planteamiento el sujeto se maneja bajo un tiempo lógico más que en uno cronológico y se compone de tres momentos: el instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de concluir. Hoy vivimos sobre todo en el tiempo de la mirada, pasamos de una cosa a otra embelesados por su diferencia, pero no nos detenemos para comprender y mucho menos para concluir o actuar.

 

La vida pasa en un eterno instante de la mirada, sin pasado ni futuro. De igual forma Svendsen[16] define el tedio, algo sin pasado ni futuro y falto de sentido por lo irrelevante que resulta. Justamente como sucede con las no cosas, cuyo objetivo es permitir que el flujo continúe de la manera más rápida y constante posible.

 

En el momento en que todo resulta sustituible y equivalente (léase indiferente), las preferencias genuinas se presentan como imposibles y terminamos por caer o en la arbitrariedad absoluta, o en la total parálisis de acción. Cabe aquí́ hacer referencia al asno de Buridán, que murió́ de hambre por su incapacidad de elegir entre dos montones de heno idénticos.[17]

 

Así, el sujeto contemporáneo, como el asno de Buridán (o el perro de las dos tortas diríamos en nuestro país), se encuentra famélico de sentidos por parte del mundo e inmerso en un tedio interminable. Si afuera no hay sentido, entonces queda buscar en sí mismo sabiendo de antemano que esta es una misión difícil, más no imposible.

 

Del aburrimiento a la resonancia

 

No todo está perdido en el mundo en el que nos ha tocado vivir, sino que existen posibilidades de salida y es ahí donde me gustaría ahondar ahora, en las posibilidades, en otras formas de vivir la vida donde podamos dejar de lado lo urgente y podamos dar lugar a lo importante. Hartmut Rosa[18] plantea que “[…] lo importante en la vida es la calidad de la relación con el mundo […]” y que la imposibilidad de acceder a ella, y que es una característica de la vida contemporánea, es la ausencia de resonancia.

 

Rosa[19] entiende por resonancia una cualidad del sujeto en la relación con el mundo. Este tipo de relación abre la posibilidad de crear sentido a la vida, disminuyendo el tedio tan característico de la época y permitiendo crear caminos hacia lo que los sociólogos llaman una vida buena.

 

La resonancia es una relación donde ambas partes se transforman y se conmueven, se tocan y vibran en conjunto. Pero en esta relación el mundo también está en esa disposición, es decir, es un camino bidireccional y no puede forzarse. A esta forma de relacionarse resonantemente Rosa[20] la llama asimilación transformadora, una donde el sujeto se transforma durante el proceso de asimilación de la realidad. El sujeto que pasa por esa experiencia no es para nada el mismo que la inició.

 

Una característica de la resonancia es la indisponibilidad del objeto, una cierta aspereza que le permite hablar con voz propia.[21] Sin embargo, para que eso suceda tenemos que permitirnos escuchar esa voz, acallar por un momento la necesidad actual de reificación (la resonancia escapa aún a esto, pues aun cuando podamos comprar objetos, viajes, experiencias, eso no garantiza que se produzca la resonancia). La resonancia nos implica en tanto sujetos en relación con un mundo que resuena en sincronía. Un ejemplo de una relación resonante privilegiada sería la relación madre-hijo, relación que es constitutiva de la subjetividad y de la cual Winnicott[22] destacó la importancia para el bebé de verse a sí mismo en el rostro de la madre, en su mirada, en sus caricias, en sus palabras. No es solo la relación que permite la subjetivación, sino que es la relación determinante de las relaciones por venir, de las formas de amar y ser amados. La resonancia aparece también en la relación corporal con el otro, la respiración, el comer, la voz, la mirada, el estar de pie, la locomoción, e incluso el dormir.

 

Una forma de relación opuesta, muy característica en la actualidad, es la apropiación de los objetos e incluso de las personas que el sujeto persigue como una ilusoria promesa de eludir la falta y alcanzar la anhelada felicidad. Freud[23] llamaría a esto pulsión de apoderamiento, cuyo fin es apoderarse del objeto aun cuando sea destruido en el proceso (un ejemplo extremo de esta pulsión de apoderamiento sería la justificación del crimen pasional por parte del asesino: si no es mía no es de nadie).

 

El concepto de resonancia nos permite repensar escenarios posibles a los modos de vivir en la actualidad. En este sentido, la clínica psicoanalítica por sus características sería una de las posibles alternativas a los modos de relación mudos con el mundo, abriendo formas de relacionarse resonantemente no solo con el otro, sino consigo mismo también.

 

Precisamente en el sentido de un acontecer relacional, el concepto de resonancia es empleado en el psicoanálisis y en la psicoterapia analítica: según estas concepciones, entre el paciente o el cliente y el terapeuta surge un espacio resonante en el que el (o los) terapeuta(s) logra(n), mediante resonancias de sincronización y respuesta, captar la situación del paciente, hacerla audible y palpable, y, de este modo, objetivarla, volverla accesible a la reflexión y (quizás) procesarla.[24]

 

Analicemos un poco más esta idea de la clínica psicoanalítica como resonante. El psicoanálisis es una relación entre dos, pero una donde se busca que sea la voz del analizante la que se escuche y, en el espacio de la consulta, resuene su discurso. El analista a su vez escuchará lo que ahí se diga, pero interviniendo con una puntuación que posibilite otras significaciones, ya que al poner el énfasis en un punto permite que ese discurso cerrado se abra.

 

Por otro lado, un elemento a destacar respecto a la clínica psicoanalítica como un proceso productor de resonancia tiene que ver con una cierta indisposición del objeto. Lo anterior porque justamente es el analista quien actúa siguiendo la regla de abstinencia, produciendo así una cierta indisposición que impide la repetición no resonante en el analizante.

 

Por último, durante el recorrido por un proceso psicoanalítico se produce una asimilación transformadora para el analizante, pues no será para nada el mismo al final del recorrido. El tiempo del análisis transcurre por los tres tiempos lógicos de Lacan que mencionamos antes, primero el instante de la mirada, donde aparece eso que no había sido mirado (mediante la puntuación del analista quizá aparecen otras significaciones posibles para pensar), luego viene el tiempo de comprender, donde trabajamos en ello el tiempo que sea necesario, ni más ni menos, para al final llegar al momento de concluir, de tomar acción y quizá que las cosas sean diferentes que al inicio.

 

La alienación en la cual vivimos en la actualidad es en parte producto de una relación muda con el mundo a la cual contribuye en gran medida la aceleración social. El sujeto contemporáneo se ve así afectado por la falta de sentido y el tedio concomitante, en ocasiones perdido ante el flujo incesante de objetos de la realidad cuyo objetivo es producir mayores dividendos. Bajo esta idea es que pienso el psicoanálisis como una forma de cuestionar de la realidad en la cual vivimos y ponerle de alguna manera una traba a la gran maquinaria que busca reificar todo a su paso. Detener por un momento la constante búsqueda y necesidad de productos para llenar el vacío de sentido. Abrir la posibilidad de tener una relación distinta con el mundo, una donde sea posible una vida buena.

 

Bibliografía

  1. Chin, A., Markey, A., Bhargava, S., Kassam, K. S., & Loewenstein, G. “Bored in the USA: Experience sampling and boredom in everyday life”, en Emotion, 17(2), 359–368. https://psycnet.apa.org/doiLanding?doi=10.1037/emo0000232 Consultado el 20 de febrero de 2023
  2. Corominas, Joan, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Gredos, Madrid, 1973.
  3. Han, Byung-Chul, El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, Herder, Barcelona, 2015.
  4. ____________, No cosas, Quiebras del mundo de hoy, Penguin Random House, 2021
  5. Hern, Alex. “Netflix’s biggest competitor? Sleep”, en The Guardian, 18 de abril de 2017. https://www.theguardian.com/technology/2017/apr/18/netflix-competitor-sleep-uber-facebook Consultado el 28 de febrero de 2023.
  6. Lacan, Jacques, “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada”, en Escritos, Siglo XXI, México, 2001.
  7. Rosa, Hartmut, Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía, Katz editores, Argentina, 2016.
  8. __________, Resonancia, una sociología de la relación con el mundo, Katz editores, Argentina, 2019.
  9. Simmel, Georg. La metrópolis y la vida mental <artículo original comentado>, en Bifurcaciones (Santiago), núm. 4, primavera 2005, Chile.
  10. Svendsen, Lars, Filosofía del tedio, Tusquets, México, 2006.
  11. Weybright EH, Schulenberg J, Caldwell LL. “More Bored Today Than Yesterday? National Trends in Adolescent Boredom From 2008 to 2017” en. J Adolesc Health. 2020 Mar;66(3):360-365. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/31711838/ Consultado el 20 de febrero de 2023
  12. Winnicott, D. W. Realidad y juego, Gedisa, 2000, Barcelona.

 

Notas
[1] Chin, A., Markey, A., Bhargava, S., Kassam, K. S., & Loewenstein, G. “Bored in the USA: Experience sampling and boredom in everyday life”, en Emotion, 17(2), 359–368. https://psycnet.apa.org/doiLanding?doi=10.1037/emo0000232  Consultado el 20 de febrero de 2023
[2] Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, ed. cit., pp. 15.
[3]  Jan Svendsen, La filosofía del tedio, ed. cit., pp. 63.
[4] Ibidem, pp. 27.
[5] Ibidem, pp. 26–27.
[6] Joan Corominas, Op. cit., pp. 22.
[7] La forma reflexiva implica que la acción que realiza el sujeto de la oración recae sobre el propio sujeto.
[8] Georg Simmel, La metrópolis y la vida mental <artículo original comentado>, ed. cit.
[9] Jan Svendsen, Op. cit., pp. 26.
[10] Hartmut Rosa, Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía, ed. cit.
[11] Hartmut Rosa, Resonancia, una sociología de la relación con el mundo, ed. cit., pp. 233
[12] Alex Hern, “Netflix’s biggest competitor? Sleep”, en The Guardian, 18 de abril de 2017. https://www.theguardian.com/technology/2017/apr/18/netflix-competitor-sleep-uber-facebook Consultado el 28 de febrero de 2023
[13] Byung-Chul Han, No cosas, Quiebras del mundo de hoy, ed. cit. s/p
[14] Byung-Chul Han, El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, ed. cit., pp. 14.
[15] Jacques Lacan, “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada”, en Escritos, ed. cit., pp. 187 – 203.
[16] Svendsen, Lars. ed. cit., pp. 117.
[17] Ibidem, pp. 57.
[18] Hartmut Rosa, Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía, ed. cit., pp. 20.
[19] Hartmut Rosa, Resonancia, una sociología de la relación con el mundo, ed. cit., pp. 217-218.
[20] Ibidem, 241.
[21] Ibidem, pp. 237.
[22] D. W. Winnicott, Realidad y juego, ed. cit., pp. 147.
[23] Sigmund Freud, Proyecto de psicología… ed. cit. s/p
[24] Hartmut Rosa, Resonancia, una sociología de la relación con el mundo, ed., cit., pp. 218.