Los tres niveles de El concepto de lo político de Carl Schmitt

 

Resumen

En casi todas las discusiones sobre El concepto de lo político de Carl Schmitt se suelen confundir tres niveles diferentes de análisis que podemos llamar descriptivo, práctico e ideológico o programático, respectivamente. A continuación, quisiera detenerme en estos tres niveles para intentar evitar algunas confusiones al respecto, particularmente la errónea noción de que Schmitt propone el conflicto político y/o la enemistad.

Palabras clave: Carl Schmitt, lo político, autonomía, inclusión, exclusión, Tratado de Versalles

 

Abstract

In most discussions about Carl Schmitt’s The concept of the political three different levels of analysis get mixed up quite often. These different levels may be dubbed as descriptive, practical, and ideological or programmatic, respectively. In what follows I would like to dwell on these three different levels in order to avoid some confusions, particularly the wrong notion that Schmitt is a stickler for political conflict and/or enmity.

Keywords: Carl Schmitt, the political, autonomy, inclusion, exclusion, Treaty of Versailles

 

 

En casi todas las discusiones sobre El concepto de lo político de Carl Schmitt se suelen confundir tres niveles diferentes de análisis que podemos llamar descriptivo, práctico e ideológico o programático. A continuación, quisiera detenerme en estos tres niveles para intentar al menos evitar algunas confusiones al respecto, especialmente la idea de que Schmitt propone o busca el conflicto político y/o la enemistad.

 

El nivel descriptivo

Este primer nivel se puede apreciar en el título mismo del ensayo (El concepto de lo político, a partir de aquí CdP) que se refiere precisamente a un concepto de lo político en términos nítidamente descriptivos por no decir científicos. Schmitt quiere explicar una realidad que es independiente de nuestra ideología o nuestras opiniones políticas. Tanto los partidarios de la democracia deliberativa como los admiradores del Imperio austro-húngaro no pueden darse el lujo de ignorar las enseñanzas del CdP.

 

A lo largo de las ocho secciones del libro se puede advertir que Schmitt está indicando una realidad política que debe ser tenida en cuenta por todos aquellos que deseen razonar políticamente. De ahí el énfasis en la inevitabilidad de lo político y en la naturaleza contraproducente de todo intento de ignorarlo, lo cual Schmitt suele describir en términos de “liberalismo” y/o como la supeditación de lo político a categorías éticas o económicas. Dado que existe esta realidad política inevitable, para todo agente sensato o razonable surgen ciertas recomendaciones o incluso si se quiere imperativos que trataremos más abajo bajo el rótulo de “nivel práctico”.

 

Precisamente, en la segunda sección del CdP Schmitt se dedica al “descubrimiento y la comprobación” de las categorías específicas de la esencia de lo político. Según Schmitt, lo político “debe residir en distinciones últimas propias a las que puede ser reducido todo lo que sea acción política en sentido específico”. En aras de explicar este punto, Schmitt procede a hacer una analogía entre lo político y los ámbitos de lo moral, lo estético y lo económico: “Supongamos que en el ámbito de lo moral las distinciones últimas son bueno y malo; en lo estético, bello y feo; en lo económico, beneficioso y perjudicial o por ejemplo rentable y no rentable. La cuestión entonces es si también existe como simple criterio de lo político una distinción especial, análoga y no del mismo tipo, pero independiente, autónoma y como tal iluminadora sin más, y en qué consiste”.[1]

 

La respuesta de Schmitt es que “la distinción específicamente política, a la cual se dejan reducir las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo”. La “reducción” (Zurückführung) a la que se refiere Schmitt no debe ser entendida como un empobrecimiento, sino que, al contrario, debe ser comprendida en el sentido original latino de re-ducir, es decir, de conducir o guiar el concepto hasta sus últimos elementos, lo cual nos permite entender finalmente en qué consiste.

 

Según la tesis de la autonomía, entonces, las categorías políticas no tienen por qué coincidir o estar sincronizadas con las morales, estéticas o económicas: “El enemigo político no necesita ser moralmente malvado, él no necesita ser estéticamente feo; no debe emerger como un competidor económico e incluso puede parecer asimismo ventajoso hacer negocios con él”. Después de todo, al menos modernamente, “la oposición entre bueno y malo no es simplemente idéntica sin más con la de bello y feo o ventajoso o perjudicial”. Lo mismo vale para la situación contraria: “lo que es moralmente malvado, estéticamente feo o económicamente desventajoso no es por lo tanto necesariamente nuestro enemigo”. Schmitt no cree entonces que el razonamiento político sea ética, economía o estética aplicadas, la aplicación a la esfera política de principios y valores de otros ámbitos que conocemos a priori.

 

De la autonomía de lo político se infiere que el conflicto político no tiene por qué obedecer a deficiencias de las partes en términos de racionalidad o moralidad, sino que incluso agentes de cuya racionalidad o moralidad no tenemos dudas pueden tener disputas políticas. Aquí Schmitt entonces se distancia de quienes creen que el conflicto político se debe a la caída humana o el pecado original, de tal forma que agentes racionales y morales siempre llegarían a las mismas conclusiones si tan sólo compartieran los mismos principios.

 

En todo caso, el enemigo –que según Schmitt, recordemos, puede ser moralmente bueno, estéticamente bello e incluso un socio en algún emprendimiento económico– “es el otro, el extraño, y resulta suficiente para determinar que lo es que él sea algo distinto y un extraño en un sentido especialmente existencial, de tal modo que en el caso extremo sean posibles conflictos con él, que no pueden ser decididos mediante una normativa general que se pueda encontrar de antemano, ni mediante la sentencia de un tercero ‘indiferente’ y por lo tanto ‘imparcial’” (énfasis agregado).

 

Ni el razonamiento moral o “la normativa general que se encuentra de antemano”, ni el razonamiento institucional o “la sentencia de un tercero ‘indiferente’ y por lo tanto ‘imparcial’”, pueden entonces resolver el conflicto, porque si esto fuera posible no se trataría de lo político en sentido estricto o primario, sino de la política, de lo que Schmitt designa como el concepto secundario de lo político. De ahí que, para Schmitt, si estamos frente al caso central de lo político, los de afuera son de palo: “el caso extremo de conflicto sólo puede ser resuelto por los propios participantes; es decir, cada uno de ellos sólo puede decidir por sí mismo si el ser extraño en el caso de conflicto concreto existente significa la negación del tipo propio de existencia y por lo tanto debe ser rechazado o combatido para conservar la propia y existencial forma de vida”.

 

Sin embargo, la propia autonomía de lo político y la correspondiente paridad moral no impiden que las partes en conflicto decidan someterse a un sistema normativo y/o a una institución que resuelva la disputa. Después de todo, si existe un Estado, ya sabemos que lo político está bajo control, ya que en tal caso existe por definición una normativa general e instituciones imparciales que se encargan de resolver conflictos dentro del Estado. En otras palabras, a pesar de que “todo conflicto genuino revela el simple ‘o bien… o bien…’ de los principios de forma política mutuamente excluyentes”,[2] esto no impide que se establezcan constituciones.

 

No hay que olvidar que el punto de Schmitt es que el agrupamiento amigo-enemigo emerge si y cuando se alcanza el punto de lo político,[3] el grado extremo que corresponde precisamente al caso de conflicto extremo, no a cualquier conflicto. Es sólo posible, no necesario, que un conflicto alcance semejante intensidad.[4] De hecho, Schmitt insiste en que muchas veces lo políticamente correcto consiste en evitar la violencia.

 

Asimismo, Schmitt no sincroniza sin más la distinción nosotros-ellos con la de amigo-enemigo. Después de la Segunda Guerra Mundial, Schmitt explica que “ni el yo es amigo, ni el no-yo el enemigo”: “Hasta ahora, los alemanes sólo pudieron distinguir en general entre yo y no-yo, pero no entre amigo y enemigo, lo cual tuvo como consecuencia que ellos confundieran a todo no-yo con el enemigo y entonces, cuando reconocieron este sinsentido, creyeron haber puesto las cosas en orden ‘con un beso al mundo entero’”.[5]

 

En ocasiones Schmitt concede la hipótesis de la desaparición de lo político y hasta parece sentir cierta nostalgia por eso (v.g. 28, 58). Sin embargo, es absurdo sentir nostalgia por la desaparición de algo que no puede desaparecer. Schmitt ocasionalmente concede la hipótesis en aras de la argumentación. La nostalgia, si no el lamento de Schmitt, no es por la distinción amigo-enemigo –que según él es inevitable– sino por una cultura particular, “el mundo de ayer” del derecho público europeo. En el ensayo sobre las neutralizaciones y las despolitizaciones que desde 1932 acompaña al CdP, Schmitt afirma que “con la técnica se alcanzó la neutralidad espiritual en la nada espiritual. Después de que [Europa] se hubiera abstraído de la religión y de la teología, luego de la metafísica y del Estado, ahora pareció haberse abstraído de todo lo cultural en absoluto y haber alcanzado la neutralidad de la muerte cultural”. De este modo, lo que lamenta Schmitt es la pérdida de la cultura estatal y de su neutralización positiva, es decir, la época en la cual el monopolio de la toma de decisiones políticas estaba en manos del Estado. La era de las revoluciones, en cambio, indica la pérdida de una cultura apropiada para afrontar la inevitabilidad de lo político.

 

Ciertamente, la terminología “amigo-enemigo” no es precisamente un éxito de relaciones públicas, por lo cual tal vez convenga usar otras distinciones que también son usadas por Schmitt, como “unión-separación” o “asociación-disociación”, mucho más apropiadas en comparación, sobre todo porque son mucho menos dramáticas. De hecho, podríamos reemplazar el par “amigo-enemigo” por el de “inclusión-exclusión”, sin que la idea que trata de expresar Schmitt se perdiera demasiado, siempre y cuando reconozcamos que la inclusión y la exclusión admiten diferentes grados.

 

Tomemos la idea misma de comunidad política, la cual supone que hay algo en común entre los ciudadanos; sin embargo, simultáneamente, “lo que los ciudadanos de esa comunidad política tienen en común los distingue e incluso los separa de otras comunidades políticas que ponen en común otras cosas”.[6] Esto se puede apreciar incluso en el modelo contractualista de filosofía política. Este último, si bien adopta el punto de vista puramente individual, asume a la vez que las personas en cuestión ya pertenecen a un conjunto y por lo tanto cierta inclusión por exclusión. Esto es lo que explica quiénes han de ser incluidos en el contrato y quiénes no. Como señala Hobbes, “las sociedades civiles no son meras congregaciones, sino alianzas, para cuya institución son necesarias promesas y pactos”.[7]

 

Una comunidad política all-inclusive, a la que pertenecerían todos los seres humanos por el solo hecho de haber nacido, es una contradicción en sus términos. Para ser miembro de una comunidad política es necesario que haya otras personas que no lo sean, tal como se puede advertir en los diferentes regímenes de ciudadanía. Esto se aplica asimismo para quienes cuentan con varias ciudadanías, ya que no tendría sentido una ciudadanía plural que abarcara a todos los países y/o uniones regionales.

 

Es a esto a lo que se refiere Schmitt en su ensayo sobre el parlamentarismo cuando dice que “si quisiéramos tomarnos en serio la democracia de la humanidad y quisiéramos realmente equiparar políticamente a todo ser humano con cualquier otro ser humano, entonces esta sería una igualdad en la que participaría todo ser humano sin más, en virtud de su nacimiento o de su edad”. El problema sería que de este modo “le quitaríamos a la igualdad su valor y su sustancia”. En realidad, la democracia necesita una cultura y una nación particular. De ahí que “hasta ahora a una democracia siempre pertenecieron esclavos o seres humanos que en forma total o parcial estaban desprovistos de derechos y alejados del ejercicio del poder político, sea que ellos se llamen bárbaros, incivilizados, ateos, aristócratas o contrarrevolucionarios”. Por lo tanto, “también el Estado más democrático, digamos los Estados Unidos de Norteamérica, está muy lejos de dejar participar a los extranjeros en su poder o su riqueza. Hasta ahora no se ha dado democracia alguna que no haya conocido el concepto de extranjero y haya realizado la igualdad de todos los seres humanos”.[8]

 

A decir verdad, ni siquiera el razonamiento moral es all-inclusive en sentido estricto, ya que existen exclusiones morales, como las que sufrimos cuando violamos ciertas reglas o principios. Sin embargo, la exclusión moral se debe a una reacción ante la violación de un estándar que por definición nadie puede razonablemente negar. De ahí que “cuando alguien comete una clara transgresión moral, tal como un fraude o un homicidio, existe un problema moral pero no hay una controversia moral”.[9] Se supone que cuando alguien comete un delito no hay manifestaciones frente a los tribunales en defensa de su derecho a cometer ese tipo de actos, ya que en estas situaciones no hay un conflicto entre “nosotros” y “ellos”, sino en todo caso una clara asimetría entre la víctima (“nosotros”) y la persona que cometió el delito.

 

En cambio, los estándares políticos incluyen y excluyen por razones políticas, las cuales son por naturaleza polémicas. Por ejemplo, nadie debate la prohibición del homicidio, sino si el aborto o el acto de guerra son homicidios. De ahí que la prohibición del homicidio sea fundamentalmente una cuestión moral, mientras que la discusión sobre el aborto y la guerra sea una cuestión fundamentalmente política. A menos que haya pacifistas de por medio, es decir, personas que se opongan a toda clase de violencia, en este segundo escenario ya no se trata de un “nosotros” en contra de quien haya cometido un delito, sino de un conflicto genuino entre “nosotros” y “ellos”.

 

Una comunidad estrictamente política, entonces, incluye personas, ideas y espacios mediante la exclusión de otras personas, ideas y espacios. A esto se refiere Schmitt con su énfasis en la necesidad de decidir: “Todo conflicto genuino revela el simple ‘una de dos’ [Entweder-oder] de los principios de forma política mutuamente excluyentes”.[10] Como explica Werner Becker, un discípulo de Schmitt: “El caso de conflicto es típico de la política, es decir, el caso en el cual no se enfrentan lo lícito y lo ilícito, sino derecho contra derecho en el cual se debe cortar un nudo”.[11] De ahí que las decisiones que se toman para resolver los conflictos políticos tiendan a ser trágicas. Así como en el caso de la moral un eslogan apropiado podría ser “nada se pierde”, el de la política debería ser “no hay almuerzos gratis” o, como se dice en francés, ceci-tuera-cela (“esto-matará-a-eso”):[12] cuando se trata de la decisión política de elegir X por sobre Y, eso hace que X sea preferido respecto a Y aquí y ahora de tal forma que no sólo se posterga la posibilidad de hacer Y, sino que la decisión misma muy probablemente impida la posibilidad de hacer Y en absoluto.[13]

 

De ahí que Schmitt critique a quienes insisten en la inclusión total: “Qué espantoso es un mundo en el que no hay más algo externo, y todo es interno”.[14] Como explica Régis Debray: “¿Cómo establecer una genealogía? ¿Cómo organizar el caos? ¿Cómo configurar un emplazamiento a partir de un terreno vago? Trazando una línea. Separando el adentro del afuera. Autorizando lo prohibido. […]. Políticamente incorrecto, moralmente antipático, pero inevitable para escapar al puro azar”.[15]

 

El rechazo de toda forma de exclusión es autofrustrante o contradictorio, tal como lo muestra, por ejemplo, el célebre eslogan “prohibido prohibir” del mayo francés del 68. La supuesta inclusión total termina siendo una forma de exclusión de aquellos que no piensan como los que desean prohibir la prohibición. La cultura reciente “está abierta a toda clase de personas, toda clase de estilos de vida, todas las ideologías. No hay otro enemigo que la persona que no está abierta a todo”.[16] De ahí que incluso “la humanidad actual”, que se enorgullece “de no excluir nada de lo que es actualmente es humano”, por ejemplo “excluye de sí misma todo su pasado, a todas las generaciones pasadas”.[17] Asimismo, “los credos políticos modernos buscan unir a los individuos sobre la base de valores abstractos movilizándolos contra aquellos que son acusados de sostener valores contrarios. La unidad de ese modo es buscada mediante una guerra constante presentada como una búsqueda de la paz y el consenso”.[18] Esto es característico de lo que Schmitt llama “la tiranía de los valores”: “Quien dice valor quiere hacer valer e imponer. Las virtudes se las practica; las normas se las aplica; las órdenes se ejecutan; pero los valores se ponen e imponen. Quien afirma su validez tiene que hacerlos valer. Quien dice que valen sin que un hombre los haga valer, quiere engañar”.[19]

 

Si donde dice “enemistad” leemos “exclusión” llegamos a la misma conclusión que Schmitt: “Los peores son los que niegan que haya enemistad en absoluto y sobre esta base confirman su enemistad”.[20] Schmitt de hecho se nutre de las críticas que ha recibido la distinción amigo-enemigo—en nuestros términos inclusión-exclusión—para mostrar que tiene razón. Para Schmitt:

 

El destino de mi pequeño escrito El concepto de lo político ya es casi una parte constitutiva de este mismo concepto. Esto es lo más alto que se pueda decir en su honor; un síntoma seguro de su autenticidad existencial. El ensayo divisa el criterio de lo político en la distinción entre amigo y enemigo y hete aquí: este ensayo suscita amistad y enemistad, y a partir de sí mismo demuestra la capacidad de agrupar todo lo que encuentra según la distinción amigo y enemigo. Tampoco es muy estudiado o sólo leído, sino que es usado como criterio del modo más vehemente. Todo esto son buenas señales. Mittite me in mare, si propter me est orta illa tempestas! (“¡Arrójenme al mar, si es por mí que se ha originado esta tempestad!”).[21]

 

De ahí que hasta quienes bregan por la inclusión total se ven forzados a recurrir a la exclusión, sólo que en este caso se trata de una exclusión justificada. Por lo general, la exclusión justificada es la que realizamos nosotros, e injustificada es aquella merced a la cual nosotros somos los excluidos. Cabe preguntarse por qué entonces la exclusión tiene tan mala prensa, si en realidad el problema lo tiene solamente la exclusión arbitraria. Como dice San Pablo (1 Cor. 2:15), “el espiritual juzga a todos, pero él mismo no es juzgado por nadie [ὁ δὲ πνευματικὸς ἀνακρίνει μὲν πάντα, αὐτὸς δὲ ὑπ᾽ οὐδενὸς ἀνακρίνεται]”.[22] El inclusivista total cae entonces bajo la descripción que Ernest Renan hiciera, precisamente, de San Pablo: “Era protestante para sí mismo, católico para los demás. Él se reservaba la revelación, el comercio sin intermediario con Cristo, la total libertad de conciencia, el rechazo de toda jerarquía. A los demás les tocaba obedecer sin rechistar, obedecer a Pablo porque Cristo le había encomendado que los guiase”.[23]

 

El problema con la utópica negación de lo político no sólo consiste en que se contradice, sino que, como explica Roger Scruton, “al perseguir una solución única y completa al conflicto humano, una solución que elimina el problema para siempre destruye las instituciones que nos permiten resolver nuestros conflictos uno por uno”.[24] El razonamiento jurídico y político de Schmitt, en cambio, “siempre reconoce límites, acepta lo dado y trata de ordenarlo. A fuerza de evitar la perfección, conseguirá instaurar un orden. En el fondo, se trata de un radical antiutopismo y una seguridad de que el deseo de utopía desemboca inevitablemente en la más abominable catástrofe”.[25]

 

En la séptima sección del CdP, Schmitt libra una batalla decisiva para la tesis de la autonomía de lo político, ya que allí expone su antropología realista, la piedra sobre la que edifica su iglesia de lo político. Esta batalla se libra dentro del terreno descriptivo ya que la discusión sobre lo que se solía denominar naturaleza humana y hoy es el objeto de estudio de la psicología cognitiva, es independiente de nuestra ideología y/o de nuestras opiniones políticas. En todo caso, nadie reconocería que su visión de la realidad en el fondo es una proyección de sus propios deseos acerca de cómo debería ser el mundo.

 

Toda teoría política presupone una antropología, una concepción de la naturaleza humana: “Se podría poner a prueba todas las teorías del Estado y las ideas políticas según su antropología y dividirlas en términos de si, consciente o inconscientemente, presuponen un ser humano ‘malo’ o ‘bueno por naturaleza’”, si se parte de una “concepción problemática o aproblemática del ser humano como presuposición de toda consideración política posterior”. En otras palabras, toda teoría política da una “respuesta a la pregunta acerca de si el ser humano es un ser ‘peligroso’ o inofensivo, riesgoso o inocuamente no riesgoso”. Esta distinción, aclara Schmitt, “es totalmente sumaria y no ha de ser tomada en un sentido especialmente moral o ético”, lo cual, por otro lado, pondría en cuestión la tesis de la autonomía de lo político.

 

A primera vista, la discusión acerca de la peligrosidad del ser humano parece estar directamente vinculada con la noción de violencia, y por lo tanto con la discusión sobre el pacifismo. Sin embargo, Schmitt sincroniza la discusión antropológica fundamentalmente con la antinomia anarquismo-autoridad. Así y todo, mientras que quienes suscriben la concepción optimista de la naturaleza humana se sienten naturalmente atraídos por la negación de lo político, es decir, tienden a ser anarquistas, pacifistas y cosmopolitas, la respuesta pesimista acerca de la pregunta por la naturaleza humana es un predictor bastante confiable acerca de la defensa de la tesis de la autonomía de lo político y la consiguiente necesidad de contar con autoridad política dentro de cierto territorio, que ocasionalmente debe recurrir a la violencia.

 

La concepción que podemos denominar como problemática, conservadora, pesimista o simplemente realista que suscribe la tesis de la “maldad” humana, suele ir acompañada por términos bastante variados como corrupción, debilidad, estupidez, brutalidad, impulsividad, vitalidad, irracionalidad, etc. En su oda “El ser humano” Friedrich Hölderlin describe de un modo bastante fidedigno esta concepción antropológica: “Y armas contra todos los que respiran lleva / en su siempre temeroso orgullo el ser humano; en la discordia / se consume y la flor de la paz, / tan delicada, no le florece mucho tiempo”.[26]

 

Esta manera de entender la antropología es la acompañante natural de la “existencialidad de lo político” y sus consiguientes “contraposiciones existenciales”. De ahí que para Schmitt todas las teorías políticas genuinas presuponen que el ser humano es “malo”, es decir de ninguna manera aproblemático, sino un ser “peligroso” y dinámico. Esto es fácil de comprobar para todo pensador específicamente político. Tan diferentes como sean estos pensadores según su tipo, rango y significado histórico, están de acuerdo sobre la concepción problemática de la naturaleza humana en la misma medida en que se muestran como pensadores específicamente políticos. Es suficiente mencionar los nombres de Maquiavelo, Hobbes, Bossuet, Fichte (tan pronto como él olvida su idealismo humanitario), De Maistre, Donoso Cortés, H. Taine; también Hegel, quien por cierto también aquí muestra ocasionalmente su doble cara.[27]

 

Por ejemplo, “un gran pensador político y verdaderamente sistemático” como Thomas Hobbes nos permite entender “la concepción ‘pesimista’ del ser humano”. El pesimismo antropológico se debe en gran medida a que la convicción idealista “existente de ambos lados acerca de lo verdadero, bueno y justo causa la peor enemistad, finalmente también el ‘bellum’ de todos contra todos”.

 

Maquiavelo es otro de los pensadores con los que Schmitt se identifica en varios sentidos. En primer lugar, después de la guerra Schmitt le pone el nombre de “San Casciano” a su casa en Plettenberg. Esto no sólo es una referencia a la célebre residencia de Maquiavelo, sino que además se trata de un santo que muere como consecuencia de ser atravesado por las plumas de escribir de sus discípulos.[28] Se podría decir que el CdP es “una especie de El príncipe 400 años más tarde”.[29]

 

En segundo lugar, si Maquiavelo “hubiera sido maquiavélico, en lugar de escribir El Príncipe muy probablemente habría escrito un libro compuesto de sentencias conmovedoras”, “un anti-Maquiavelo”. Como explica Schmitt en el Glosario, “un maquiavélico consecuente habla como un tolstoiano”.[30] Cuando Maquiavelo sostiene que “en todos los casos es políticamente ventajoso parecer bueno y piadoso, entonces él no dice nada falso. Hubiera sido solamente más sagaz y más ‘maquiavélico’ callarse al respecto, o todavía mejor, acordar en el elogio general de la probidad. Pero incluso en esto reside la honestidad humana de Maquiavelo, en que no piensa en confundir las consideraciones políticas con requerimientos ideales, para entonces extraer ventajas políticas a partir de la confusión”. La paráfrasis que Schmitt hace de Maquiavelo podría ser predicada respecto al propio Schmitt: “mis opiniones serían malvadas si los seres humanos fueran buenos; pero los seres humanos no son buenos”.[31]

 

Además, el lenguaje de Maquiavelo es claro, como el de todo humanista, y además expresa su “interés imperturbable en la cosa misma, con el cual este hombre ve las cosas políticas políticamente, sin un pathos moralista, pero tampoco inmoral, con un honorable amor a la patria, con alegría abierta por la virtù, es decir por la fuerza cívico-estatal y la energía política, y por lo demás sin otro afecto que el desprecio por el embuste y las medias tintas. En él la humanidad todavía no se ha vuelto sentimentalidad”.[32]

 

La situación histórico-política de Maquiavelo también era bastante parecida a la de Schmitt. Después de todo, Maquiavelo “estaba a la defensiva cuando su patria Italia estaba expuesta en el siglo XVI a las invasiones de los alemanes, franceses, españoles y turcos. La situación ideológica defensiva se repitió a comienzos del siglo XIX en Alemania durante las invasiones revolucionarias y napoleónicas de los franceses”. Fue entonces que “Fichte y Hegel restauraron a Maquiavelo su honor, cuando para el pueblo alemán se trataba de defenderse de un enemigo con una ideología humanitaria expansiva”. Maquiavelo entonces es un precursor de la autonomía de lo político, de la lucha partisana en defensa del suelo patrio.

 

Schmitt enseña que la asociación o cooperación es siempre limitada, que la inclusión siempre supone cierta exclusión. La cuestión no es entonces si va a haber exclusión, sino cuánta y dónde. De ahí que el pesimismo en el fondo sea una forma de realismo humano: “La enemistad y su reconocimiento corresponden a lo humano, sí, justamente lo constituyen; pero su negación y represión conducen con seguridad a lo inhumano y a la barbarie de la guerra discriminante, a la enemistad total. Sólo el reconocimiento de la enemistad posibilita el empeño de limitarla, de ‘contenerla’”.[33] Esta visión pesimista o realista de la naturaleza humana era compartida no sólo por los conservadores en general, sino además por “[Max] Weber y [Friedrich] Meinecke, ejemplos primordiales de los Vernunftrepublikanern [republicanos por default], quienes buscaban la realización del conservadurismo dentro del nuevo marco republicano”.[34]

 

La psicología cognitiva actual parece salir en apoyo de las consideraciones de Schmitt. Por ejemplo, Jonathan Haidt explica que: “si queremos entendernos a nosotros mismos, nuestras divisiones, nuestros límites y nuestros potenciales, tenemos que dar un paso atrás, soltar el moralismo, aplicar algo de psicología moral y analizar el juego que estamos jugando”.[35] Por lo tanto, no tiene sentido

contrabandear nuestra versión favorita de la naturaleza humana como si fuera una constatación sobre cómo son las cosas. Incluso si lo que nos interesa es cambiar el mundo, primero tenemos que conocerlo de todos modos: “aquellos que buscan reformar la sociedad deben entender las tendencias inherentes en los seres humanos y modificar sus ideas abstractas para poder acomodarlas a las primeras”.[36] Como explica Steven Pinker, las “afirmaciones sobre la naturaleza humana son menos peligrosas de lo que mucha gente piensa”; es “la negación de la naturaleza humana” la que “puede ser más peligrosa de lo que la gente piensa”.[37]

 

En su reseña pionera sobre el CdP, Leo Strauss ya había advertido que: “Schmitt sólo quiere conocer lo que es. […]. La posición de lo político tiene como consecuencia la descripción apolémica de lo político”.[38] El CdP es parte de una teoría política: “Carl Schmitt, haciendo del par amigo-enemigo el criterio de lo político, trató de pensar la política según la naturaleza de las cosas y según la experiencia histórica y para nada según una ideología: a partir de este hecho él se condenó a ser combatido por todos los partidos, ya que un pensamiento tal es refractario a los meandros de toda propaganda”. La lógica de lo político “se revela a todo observador que intente penetrar la esencia de lo político sin partido tomado, cualquiera que fuera el concepto que sirve de punto de partida a su análisis”.[39] Es a esto a lo que se refiere Schmitt cuando se pone en guardia contra las “ficciones” e “ilusiones” sobre la naturaleza humana. Si confiamos en las ficciones o ilusiones, “la verdad se toma venganza”.[40]

 

En todo caso, Schmitt jamás propone o recomienda en el CdP la enemistad o el conflicto, sino que lo entiende como algo inevitable. Lo que propone es exactamente lo contrario, a saber la limitación del conflicto.

 

El nivel práctico

 

Sobre la base de su descripción de la realidad, el CdP propone una ética de lo político, una moral de segundo orden, según la cual el “enemigo no es algo que debe ser eliminado a partir de un motivo cualquiera y aniquilado a causa de su desvalor”. Por el contrario, el “enemigo se para en mi propio plano”.[41] El enemigo es nuestro par, un sujeto que cuenta con los mismos derechos que nosotros: “Los teólogos tienden a definir al enemigo como algo que debe ser aniquilado. Pero yo soy un jurista, no soy un teólogo”.[42]

 

Existen al menos otras dos cuestiones en las que emerge claramente el nivel práctico del CdP: la crítica al universalismo político o cosmopolitismo y sus reflexiones sobre la declaración del enemigo interno. Para ilustrar su crítica al universalismo político, Schmitt usa como punto de apoyo la Sociedad de las Naciones que tenía su sede en Ginebra, creada en virtud del Tratado de Versalles. En primer lugar, Schmitt sostiene que se trata de una organización que ni siquiera es internacional, al menos “si se distingue la palabra internacional, como es correcto y sincero –al menos para el uso del idioma alemán–, de lo interestatal y, en contraposición a los movimientos internacionales, se la reserva sólo para aquellas organizaciones como, por ejemplo, la Tercera Internacional, que por fuera de las fronteras de los Estados y atravesando sus muros ignoran la unidad, impenetrabilidad e impermeabilidad de los Estados existentes hasta ahora”.

 

La Sociedad de las Naciones tampoco es una genuina “sociedad universal despolitizada”, sino que en todo caso pretende ser “una garantía internacional del statu quo de las actuales fronteras estatales”. Este tipo de crítica muestra que Schmitt está bastante lejos de ser un mero defensor de la performatividad, de la transformación del derecho y de la política en el derecho del más fuerte, a pesar de lo que creía Theodor Haecker: “Si la relación amigo-enemigo fuera la esencia de lo político, entonces el tratado de Versalles sería por antonomasia una maravilla de la perfección política”.[43]

 

En realidad, los vencedores de la Primera Guerra Mundial legalizaron el nuevo orden mediante el Tratado de Versalles y trataron de legitimar el statu quo a través de la Sociedad de las Naciones instituida en Ginebra. Este nuevo orden, sostiene Schmitt en “El statu quo y la paz” –uno de los artículos de mediados de la década de 1920 que sirven de base al CdP–, no hace sino consagrar un “mero hecho, una situación política meramente fáctica”, que es el predominio precisamente de los vencedores: “todo vencedor trata de darle la garantía de la legitimidad a la situación política alcanzada a través de la victoria. El Tratado de Versalles lo atestigua, ya que fue más lejos que cualquier otro tratado de la historia mundial en la aspiración de legitimar la explotación política de la derrota del adversario. Utiliza la idea de la Sociedad de las Naciones y los sentimientos e ideas pacifistas extendidos en todos los países para alcanzar una forma especialmente radical de legitimación”.[44]

 

Si comparáramos a “los famosos diplomáticos de la Santa Alianza” reunidos luego de la derrota de Napoleón con sus pares en Versalles, veríamos que no tenían “intenciones más honorables que los estadistas de las democracias actuales”, pero “al menos hablaban de legitimidad y no garantizaron un mero hecho, meramente una situación política fáctica, sino un situación que se consideraba normal”.[45] La legitimidad en cuestión, por supuesto, era la de la monarquía dinástica, luego reemplazada por las revoluciones democráticas.

 

El reconocimiento de un régimen cosmopolita supone que a partir de cierto momento están dadas las condiciones para consagrar un estado de cosas que es considerado como equitativo para todos, como si la historia mundial se detuviera de pronto o empezara de nuevo, sin que nadie pudiera sospechar que, si bien el cuentakilómetros del auto que nos quieren vender está en cero, en realidad el motor corresponde al de un auto usado.

 

La Sociedad de las Naciones permite entonces “una curiosa juridificación de la política” internacional, es decir “la resolución de todos los conflictos a través de un procedimiento arbitral”. Pero esta convocatoria al “dominio del derecho, algo muy simpático e ideal, recibe aquí un sentido político altamente peligroso, a saber, la legitimación de una situación muy problemática. Que en el futuro todas las diferencias internacionales deban ser resueltas mediante un procedimiento con forma judicial solamente significa que aquellos que tienen derecho según los tratados existentes tienen ese derecho de modo permanente”.[46]

 

Para Schmitt, la “peor confusión se origina cuando conceptos como derecho y paz son utilizados políticamente”, a saber, para “evitar el claro pensamiento político, legitimar las aspiraciones políticas propias y descalificar o desmoralizar al adversario”. Esto sucede especialmente cuando se habla de la “autoridad de la ley” para describir lo que en realidad no es sino “la legitimación de un statu quo determinado, en cuya conservación tienen interés obviamente todos aquellos cuyo poder político o ventaja económica se estabilizan mediante este derecho”.

 

La consagración del statu quo es la otra cara de la propensión que tiene el universalismo a la sinécdoque, es decir a que una parte o comunidad política particular, un “nosotros” particular, se arrogue la representación de todas las comunidades políticas: “La ‘humanidad’ es un instrumento ideológico especialmente útil de las expansiones imperialistas y en su forma ético-humanitaria es un vehículo específico del imperialismo económico. Para esto vale una expresión acuñada por Proudhon con una pequeña modificación: quien dice humanidad, quiere engañar”.[47] Cuando “un Estado lucha contra su enemigo político en nombre de la humanidad, esto no es una guerra de la humanidad, sino una guerra por la cual un Estado determinado busca ocupar un concepto universal frente a su adversario bélico, para de este modo identificarse con la humanidad a costas del adversario, de modo similar a como se puede abusar de la paz, la justicia, el progreso, la civilización para reivindicarlas para sí y negárselas al adversario” (55). Por lo tanto, aunque fuera posible el universalismo político, esto es, aunque no existieran obstáculos naturales o psicológicos que se pusieran en su camino, tampoco sería deseable por su moralización o criminalización de lo político.

 

Por lo tanto, la autonomía de lo político y su consiguiente defensa del particularismo político exigen la equiparación de todas las unidades políticas y rechazan toda forma de universalismo político, incluyendo al imperialismo. Por lo tanto, la otra de cara del rechazo al imperialismo en nombre del pluralismo político externo es el reconocimiento de que todas las unidades o agentes políticos están en un pie de igualdad, merecen exactamente el mismo reconocimiento.

 

Las proyecciones normativas de la decisión política sobre la distinción amigo-enemigo (o inclusión-exclusión), no sólo se puede apreciar en el ámbito internacional, sino que además pueden repercutir directamente en el ámbito nacional o interno. Schmitt tiene otra vez un punto tal como lo muestra la toma del Capitolio en Washington a comienzos de 2021, para no hablar del ataque a los tres poderes del Estado en Brasilia en 2023.

 

Como explica Schmitt, la “necesidad de la pacificación interna conduce a que en situaciones críticas el Estado, como unidad política a partir de sí mismo, en la medida en que exista, determine también el ‘enemigo interno’”. En todo orden político existe, “en alguna forma”, lo que el derecho del Estado en las “repúblicas griegas” conocía como “declaración de πολέμιος” y el de las repúblicas romanas como “declaración de hostis”. Esta declaración puede aparecer en formas más (o menos) severas o tenues, directas o indirectas, bajo la figura de leyes o actos judiciales, o dejando fuera de la ley; en una palabra, se trata de “la declaración del enemigo interno del Estado”.

 

Schmitt menciona el psefisma de Demofanto de 410 a.C. como el ejemplo más famoso de la declaración del enemigo interno. Se trata del decreto de la asamblea ateniense mediante el cual todo aquel que intentara disolver la democracia de esa ciudad era declarado por el pueblo “un enemigo de los atenienses”. Schmitt también menciona la costumbre de los éforos espartanos, al comienzo de su mandato, de declarar la guerra a los ilotas, los cautivos subyugados y explotados por los ciudadanos espartanos.[48]

 

Asimismo, en este contexto Schmitt menciona la “expulsión de la paz interna” (Friedloslegung) de los partidos o religiones que carezcan de “conciencia pacífica o legal”. Como explicaba el Comité de Salvación Pública, “una vez que el pueblo francés ha manifestado su voluntad, todo aquel que se le oponga está fuera del soberano; todo aquel que esté afuera del soberano es enemigo []. Entre el pueblo y sus enemigos no hay nada en común excepto la espada”.

 

Si bien suele autoimponerse severas ataduras constitucionales, el Estado de derecho constitucional liberal no es una excepción en cuanto a la exclusión del enemigo interno. Después de todo, “ningún Estado puede ser neutral respecto de su propia existencia”.[49] Para ilustrar esto, Schmitt cita al liberal Lorenz von Stein, para quien “en un Estado constitucional” la constitución “es la expresión del orden social, la existencia misma de la sociedad ciudadana. Cuando ella es agredida, la lucha debe decidirse de este modo por afuera de la constitución y del derecho, es decir por la fuerza de las armas”. En relación a la constitución francesa de 1795, Von Stein decía que “su carácter era tal que no representaba, sino que permitía todo”.[50]

 

Este es el sentido del epígrafe correspondiente al poeta Theodor Däubler que aparece al inicio de la temprana monografía de Schmitt, El valor del Estado y el significado del individuo: “Primero está el imperativo, los seres humanos vienen después”.[51] La misión principal del razonamiento político es la de crear el orden a partir del conflicto político genuino, es decir, a partir del conflicto entre diferentes posiciones con argumentos igualmente atendibles. Los individuos sólo pueden beneficiarse del orden político una vez que este existe: “Los principios de la libertad burguesa pueden ciertamente modificar y atemperar un Estado, pero no pueden fundamentar una forma política a partir de sí mismos. ‘La libertad no constituye nada’, como Mazzini ha dicho acertadamente. De aquí se sigue que, en toda constitución, la parte del Estado de derecho está vinculada y mezclada con una segunda parte que contiene los principios de forma política”.[52]

 

Abraham Lincoln, tan liberal como Mazzini y “sin tener recurso a provisiones de emergencia específicamente enumeradas y constitucionalmente legitimadas para lidiar con una rebelión política a gran escala en la Guerra Civil estadounidense”, se vio “forzado a estirar los medios tradicionales muy lejos de los límites razonables para la suspensión del habeas corpus, poniéndose en la posición de ser llamado un tirano en su intento sincero de preservar la república”.[53] Precisamente, en su monografía sobre la dictadura, Schmitt usa a Lincoln para ilustrar cómo funciona la dictadura comisarial, es decir la dictadura clásica o en el buen sentido de la palabra como diría Sacha Baron Cohen:[54]

 

La dictadura comisarial suspende la constitución in concreto para proteger la misma constitución en su existencia concreta. Desde siempre es repetido el argumento (la mayoría de las veces y del modo más impetuoso por Lincoln): cuando la existencia de la constitución está amenazada, entonces debe ser asegurada a través de una suspensión temporaria de la constitución. La dictadura protege una constitución determinada contra un ataque que amenaza abolir esta constitución. La acción del dictador debe crear una situación en la cual el derecho puede ser realizado, pues toda norma jurídica presupone una situación normal como un medio homogéneo en el cual ella es jurídicamente válida.[55]

 

Ernst Forsthoff, uno de los más destacados discípulos de Schmitt, en 1931 bajo el seudónimo Friedrich Grüter publica en una revista de la derecha radical, Deutsches Volkstum (“Nacionalidad Alemana”) un artículo sobre la crisis del pensamiento estatal en Weimar. En este escrito Forsthoff hace referencia al peligro que representaba el partido nacionalsocialista, sobre todo debido a su estrategia de llegar al poder legalmente, que a la vez ilustra vívidamente parte de la motivación por la cual Schmitt publicó una segunda edición del CdP en 1932:

 

El Estado de derecho liberal debe recordar que es un Estado, es decir una asociación de poder esencialmente política y no una asociación jurídica apolítica. Él debe desengañarse cruelmente de las viejas esperanzas liberales y limitar las libertades, en parte revocarlas totalmente, para no hundirse por ellas. El Estado de derecho liberal se muere de la legalidad de sus adversarios. En este tiempo, nos encontramos en este proceso de la autodisolución del Estado de derecho liberal de las libertades. El Estado, que con gusto se lo ha confinado irrevocablemente a la esfera ético-apolítica del derecho, debe tomar su lugar apropiado en la esfera de lo político, de tal modo que él sea forzado a adoptar una distinción amigo-enemigo, a través de la cual Carl Schmitt ve determinada la esencia de lo político. Apenas existe una constatación más impresionante de la definición schmittiana de lo político que este procedimiento indicado.[56]

 

En su disertación doctoral El concepto de partido político en el sistema del liberalismo político, terminada justo cuando caía la República de Weimar—que según Schmitt, fue la mejor tesis que dirigió como profesor en la Escuela Superior de Comercio de Berlín, y el codirector fue Moritz Julius Bonn—,[57] Johanna Kendziora –una de las mejores discípulas de Schmitt– explica que: “es una consecuencia de lo político declarar como ‘enemigo del Estado’ a todo sistema de acciones que ponga en peligro su existencia y poder reconocer solamente los objetivos que se avengan a coexistir con la conservación del tipo específico de Estado”.[58] Reveladoramente, en una observación preliminar muy tempestiva, Kendziora advierte en su tesis que “el manuscrito del trabajo presente fue concluido el 6 de enero de 1933. Diferentes circunstancias postergaron la impresión. Entretanto, en Alemania la realidad ha extraído las consecuencias de la tesis formulada en este trabajo sobre los partidos y el Estado de partidos”.[59]

 

El nivel ideológico

 

Finalmente, en lo que atañe a la dimensión ideológica o programática del CdP, es decir qué estaba haciendo Schmitt cuando escribía sobre la autonomía de lo político, ya hemos constatado que salta a la vista que estaba criticando el Tratado de Versalles. Ahora bien, también los liberales alemanes como Max Weber estaban en contra de Versalles. En las palabras de Schmitt: “Yo lo conocí personalmente entonces a Max Weber y fui miembro de su seminario para docentes del invierno 1919/1920: un revanchista, el más radical de todos los revanchismos respecto a Versalles que yo haya conocido”.[60] El 23 de marzo de 1919 Weber le escribe a su tío: “Respecto a la paz, en Berlín la opinión está manifiestamente a favor del rechazo cueste lo que cueste. Esta es también mi manera de ver”. El 13 de noviembre de 1918, Weber recomendaba que: “Si ahora los polacos pueden entrar en Danzig y Thorn, o los checos en Reichenberg, lo primero es: deben ser engendrados movimientos políticos de independencia. Yo no haré esto porque no estoy bien de salud. Pero todo nacionalista debe hacerlo y ante todo los estudiantes. Movimientos políticos de independencia significan: nacionalismo con medios de violencia revolucionaria”. Por si todavía hubiera alguna duda, en 1920 Weber les decía a los estudiantes de Munich: “Para volver a erigir a Alemania en su antigua majestuosidad yo me aliaría con cualquier poder de la tierra y también con el Diablo en carne y hueso”.[61]

 

Vale la pena recordar que Ludwig Feuchtwanger, CEO “yeke” y liberal de Duncker & Humblot y editor del CdP,[62] compartía la crítica de Schmitt no sólo a Weimar sino también a Ginebra y a Versalles, tal como consta en la carta a Schmitt del 16 de mayo de 1925 en la que se refiere precisamente a “La Renania como objeto de la política internacional” (1925):

 

¡Gracias de corazón por el folleto sobre la Renania! La presentación tiene un contenido sustancioso, y es asimismo egregiamente filosa y efectiva tanto en su estructura como en su forma por lo demás. Aquí sus argumentaciones están dominadas por una idea completamente original; esta idea la veo en el peligro europeo venidero comprobado por Ud. a partir de la indeterminación de los tratados internacionales en vigencia. Ud. muestra con claridad insuperable “El abismo de la indeterminación” de estos convenios internacionales sobre el territorio ocupado, la Sociedad de las Naciones, etc. Ud. revela muy agudamente los malabares de prestidigitador del “derecho a la autodeterminación”. Ud. llama la atención mucho más efectivamente de lo que sucede con la prensa altisonante y torpe acerca de la injusticia del dominio extranjero, doblemente peligroso mediante el engaño del anonimato y de la falta de un destinatario al que se le podría manifestar el sentimiento de fidelidad y lealtad.[63]

 

Asimismo, respecto al ensayo de Schmitt de 1926 sobre “La cuestión crucial de la Sociedad de las Naciones”, Feuchtwanger le escribe a Schmitt: “Me he maravillado de nuevo ante la elegancia de la construcción y la inevitabilidad lógica del desarrollo sistemático de su pensamiento completamente encastrado en la infraestructura de evidencias irrebatibles e incontestables en las notas”.[64]

 

De hecho, las reservas de Schmitt acerca del sistema de posguerra de Versalles parecen haberse confirmado en lo acontecido a fines del siglo XX y a comienzos del siglo XXI:[65]

 

desde la caída de la Unión Soviética en 1989, el sistema territorial de Versalles continúa colapsando. El orden territorial de la Guerra Fría ha sido reducido a las antiguas fronteras de 1918. De este modo, las energías nacionalistas han demostrado ser el ‘mito’ más fuerte, como fuera previsto por Schmitt en 1923. Checoslovaquia y Yugoslavia, productos del Tratado de Versalles, ya no existen. La dinámica nacionalista ha conducido a sangrientas reorganizaciones territoriales y una limpieza étnica despiadada. El potencial explosivo del nacionalismo y las pretensiones nacionales de autodeterminación también se han manifestado en los movimientos secesionistas y los procesos de construcción de Estados después del colapso de la Unión Soviética. Estos procesos de separación todavía no se han completado. Después de las guerras chechenas, Rusia bajo Putin se ha ofrecido nuevamente como un imperio, tal como lo evidencian Georgia y Ucrania. Para este fin, Rusia ha desenterrado las antiguas ideologías paneslavas y reanimó el cristianismo ortodoxo como un medio geoestratégico de expansión. Hoy hay señales de una alianza posiblemente peligrosa entre Rusia y Turquía que podría afectar el orden geoestratégico de la OTAN y constituir una seria amenaza a la frágil paz mundial.[66]

 

Karl Loewenstein, que volvió a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial para hacer detener a Schmitt y acusarlo de crímenes de guerra, también estaba de acuerdo en que “las severas privaciones reales y las humillaciones espirituales de la locura de Versalles, tan obstinadamente aplicadas por mediocres abogados que actuaban como estadistas franceses, a la larga sólo sirvieron al propósito de ayudar a Hitler a llegar al poder”. Las consecuencias del Tratado de Versalles explican por qué el gobierno alemán no pudo hacer frente a los “movimientos cuyas metas supuestamente patrióticas apelaban incluso a los que desaprobaban los métodos políticos aplicados” por estos movimientos. Loewenstein se pregunta: “¿Cómo se podía aplicar la legislación para la protección de las instituciones y símbolos democráticos cuando la burguesía alemana marcaba la democracia con el estigma de Versalles?”.[67]

 

Por lo tanto, “no se puede trazar línea alguna de asociación entre los escritos de Schmitt anteriores a 1933 y su comportamiento después de la toma del poder”.[68] De hecho, Schmitt fue uno de los muy pocos juristas de Weimar que abogó por la prohibición del partido nacionalsocialista y por medidas de excepción para impedir el acceso de Hitler al poder. Como señala Helmut Quaritsch: “Si Schmitt hubiera sido realmente el ‘sepulturero’ de Weimar y el ‘precursor’ del Tercer Reich, entonces entre 1928 y 1932 él no habría querido una y otra vez, contra la doctrina dominante, impedir el acceso del legislador constitucional a las decisiones constitucionales fundamentales, luchado contra el voto de censura destructivo y defendido las medidas contra los partidos enemigos de la constitución y sus secuaces—también y precisamente contra los nacionalsocialistas—”.[69]

 

No hay que olvidar que a comienzos de 1933 era Hitler quien pedía la convocatoria a elecciones y Schmitt era uno de los pocos que abogaba por el uso de las facultades dictatoriales del artículo 48 de la Constitución para impedir el acceso legal de Hitler al poder. Como decía Jacob Taubes, “si yo hubiera tenido que elegir entre democracia y gobierno según el artículo 48 para evitar a los nazis, yo no habría tenido duda alguna”.[70] Sin embargo, el prelado Kaas, líder del Partido de Centro Católico, en enero de 1933 escribió una carta pública al presidente de la República en la que acusaba a Schmitt de ser un enemigo de la república por invocar el artículo 48 y exigía la libre celebración de las elecciones que terminarían llevando a Hitler al poder.[71] Kaas no se dio cuenta de que a veces, como se suele decir en inglés, hasta el Diablo puede citar la Escritura.

 

Schmitt advierte sobre el peligro nacionalsocialista no sólo en sus escritos académicos, sino en periódicos como el Tägliche Rundschau (“Panorama diario”), en cuya edición del 19 de julio de 1932 se lee en una “aplicación práctica” de su ensayo Legalidad y legitimidad (cuya primera página aclara que el texto había sido terminado el 10 de julio de 1932): quienes le procuraran la mayoría a los nacionalsocialistas actuarían como “insensatos”, ya que les estarían ofreciendo la posibilidad de llevar a cabo una revolución legal: “cambiar la constitución, introducir una iglesia de Estado, disolver los sindicatos, etc.”. En pocas palabras, quien hace esto “entrega Alemania totalmente a este grupo”.[72]

 

La revista de derecha radical Deutsches Volkstum (“Nacionalidad Alemana”, vol. 34, nro. 2, 1932, pp. 577-564) publicó otro adelanto de Legalidad y Legitimidad: “Legalidad y la igual chance de la obtención política del poder”, en el que Schmitt desarrolla su doctrina de la “plusvalía política”, es decir de los “premios supra-legales a la posesión legal del poder legal”, que terminaría siendo una advertencia profética sobre la revolución legal llevada a cabo por el nacionalsocialismo.

 

Hablando del Diablo, mientras preparaba la segunda edición del ensayo Schmitt estaba trabajando precisamente en un proyecto de resolución para destruir al partido nacionalsocialista. Esto es exactamente lo que surge del relato autobiográfico de Ernst Rudolf Huber, otro discípulo de Schmitt que además se convirtió en uno de los juristas alemanes más importantes del siglo XX. Haciendo referencia al “efecto político-estatal” de Schmitt, “en el corto inciso” en el que Schmitt “estuvo dedicado no sólo al pensamiento sobre el tiempo, sino a la acción en el tiempo, libre, a partir de su propio impulso y por su propia responsabilidad”, Huber cuenta que en agosto de 1932 había recibido un telegrama de Carl Schmitt en el que le pedía que viajara inmediatamente a Berlín para ponerse a disposición de algunos oficiales “de la Bendlerstraße”, es decir del Ministerio de Defensa del Reich, a los efectos de darles asesoramiento constitucional. Se trataba de oficiales del Estado Mayor, los capitanes Böhme y von Carlowitz. El oficial a cargo era el teniente coronel Eugen Ott, jefe del Departamento del Ejército, “es decir la sección política del Ministerio de Defensa”,[73] un estrecho colaborador del ministro, que primero fuera agregado militar de la embajada alemana y luego embajador alemán en Tokio. Huber llevó a los oficiales al domicilio de Schmitt —con quien Huber se había encontrado a mitad de camino en Plettenberg y le había dado las llaves de su casa para ganar tiempo; Schmitt llegó a Berlín a inicios de septiembre—.[74] Vale la pena citar el resto de la narración en su totalidad:

 

Entonces comenzó el asesoramiento constitucional más memorable en el que yo haya participado. [El canciller] Papen y [el ministro de Defensa] Schleicher tenían el plan de prohibir al NSDAP [Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes] con la ayuda del art. 48, arrestar a todos los líderes del partido y ponerle fin con violencia a todo el fantasma. Durante la noche elaboramos los decretos requeridos y para eso una convocatoria del Presidente del Reich al pueblo alemán que debía justificar las medidas. Yo había guardado estos proyectos cuidadosamente hasta 1944; entonces se me perdieron en Estrasburgo. Todavía me quedé unos días en Berlín, siempre con la expectativa de que el golpe [Schlag] preparado iba a ser llevado a cabo. Se llegó a constantes postergaciones; luego, entretanto, tuvo lugar la disolución del Reichstag [12 de septiembre de 1932] y la nueva elección de noviembre. Finalmente, el plan fue abandonado porque el gobierno temió que los nacionalsocialistas y los comunistas se unieran en caso de la prohibición. Un juego de simulación en el Ministerio de Defensa del Reich tuvo el resultado de que el ejército del Reich no podría haber estado a la altura de un doble ataque semejante desde la derecha y la izquierda. Hace algunos años todavía hablé una vez sobre este juego de simulación con el embajador Ott. Me contó que el oficial principalmente responsable del juego, el capitán Vincent Müller, ya entonces era llamado “el rojo Müller”; como Uds. saben, durante la Segunda Guerra Mundial, como general en cautiverio ruso él ingresó en el “comité nacional” y fue entonces el primer comandante del “ejército del pueblo” en la zona oriental. Retrospectivamente, es fácil decir que se habrían evitado muchos infortunios si el ejército del Reich se hubiera decidido entonces por la acción preparada, incluso a riesgo de una sangrienta guerra civil. En enero de 1933 Schleicher todavía tuvo abiertamente la intención de dar el golpe. Pero entonces el Presidente del Reich ya no estaba dispuesto a poner el art. 48 a su disposición. Entonces, la fatalidad tomó su curso sin impedimento alguno. Después de este fracaso, yo mismo pertenecí a los muchos que pusieron su última esperanza en Hitler y su movimiento. Como muchos, yo era de la opinión de que sólo existía la alternativa nacionalsocialismo o comunismo, y hasta ahora no se ha demostrado que en la situación de inicios de 1933 existía todavía realmente una tercera posibilidad. Nada debe ser embellecido o disculpado con esto; sólo debe ser aclarado cómo después del fracaso de 1932 alguien pudo haberse decidido por sacar el máximo provecho del nacionalsocialismo para evitar lo peor.[75]

 

Al definirse durante su internamiento en un campo de concentración en 1945 como un “Epimeteo cristiano”,[76] Schmitt da a entender que –conforme al significado de la palabra en griego– se volvió sabio demasiado tarde o retrospectivamente. Después de todo, Epimeteo se casa con Pandora y acepta la dote de una proverbial caja llena de regalos, que luego son soltados al mundo. La codicia y la curiosidad de Epimeteo conducen hacia una catástrofe cósmica que anticipa la caída bíblica, así como Schmitt sucumbe a la tentación de servir al nazismo.[77]

 

 

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Notas

[1]A partir de aquí, toda indicación de un número entre paréntesis sin otra aclaración se refiere al CdP. En Andrés Rosler, Estado o revolución. Carl Schmitt y El concepto de lo político, Buenos Aires, Katz Editores, 2023, el lector podrá encontrar un comentario a las ocho secciones del ensayo de Schmitt, así como una comparación entre la edición de 1932 y la de 1933
[2] Carl Schmitt, Verfassungslehre, ed. Cit., p. 54.
[3] ibidem, p. 165.
[4] Véase Max Weber, Wirtschaft und Gesellschaft. Grundriss der verstehende Soziologie, ed. Cit, p. 29.
[5] Carl Schmitt, Glossarium. Aufzeichnungen aus den Jahren 1947 bis 1958, eds. ed. Cit, p. 166.
[6] Pierre Manent, Curso de filosofía política, ed. Cit, p. 167.
[7] Thomas Hobbes, Elementos filosóficos. Del Ciudadano, ed. Cit, p. 132, énfasis agregado.
[8] Carl Schmitt, Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus, ed. Cit, pp. 15, 16.
[9] Joshua Greene, Moral Tribes, ed. Cit, p. 294.
[10] Carl Schmitt, Verfassungslehre, op. cit., p. 54.
[11] Manfred Dahlheimer, Carl Schmitt und der deutsche Katholizismus 1888-1936, ed. Cit, p. 308.
[12] Véase Albert O. Hirschman, The Rhetoric of Reaction. Perversity, Futility, Jeopardy, ed. Cit, p. 151.
[13] Véase Raymond Geuss, History and Illusion in Politics, ed. Cit, p. 161.
[14] Carl Schmitt, Glossarium, op. cit., p. 28.
[15] Régis Debray, Elogio de las Fronteras, ed. Cit, pp. 27-28.
[16] Allan Bloom, The Closing of the American Mind, op. cit, p. 27.
[17] Pierre Manent, op. cit., p. 216.
[18] Paul Edward Gottfried, Carl Schmitt. Politics and Theory, ed. Cit, p. 140.
[19] Carl Schmitt, La tiranía de los valores, ed. Cit, p. 132.
[20] Carl Schmitt, Glossarium, op. cit., p. 4.
[21] ibidem, p. 106. La cita es de la Vulgata, Jonas 1:12. Como muy bien le dice Ernst Jünger en una carta: “Yo creo que en su caso siempre se presumen segundas intenciones, incluso cuando Usted escribe sobre un vaso de agua” (Schmitt, Carl y Jünger, Briefwechsel 1930-1983, ed. Helmuth Kiesel, Stuttgart, Klett-Cotta, 1999, p. 308).
[22] Cit. en Reinhart Koselleck, Kritik und Krise. Eine Studie zur Pathogenese der bürgerlichen Welt, ed. Cit, p. 169.
[23] Emmanuel Carrère, El reino, ed. Cit, p. 209.
[24] Roger Scruton, The Uses of Pessimism, ed. Cit, p. 71.
[25] Miguel Saralegui, Carl Schmitt Pensador Español, ed. Cit, p. 77.
[26] Friedrich Hölderlin, Odas, ed. Cit, p. 33.
[27] Schmitt se refiere a los hegelianos de derecha y de izquierda. Véase Carl Schmitt, Die geistesgeschichtliche Lage des heutigen Parlamentarismus, op. cit., p. 85, n. 2.
[28] Véase Manfred Dahlheimer, op. cit., pp. 297-298.
[29] Günter Maschke, Der Tod des Carl Schmitt, ed. Cit, p. 192.
[30] Carl Schmitt, Glossarium, op. cit., p. 37.
[31] Carl Schmitt, Staat, Großraum, Nomos: Arbeiten aus den Jahren 1916 bis 1969 ed. Cit, p. 105.
[32] ibidem, p. 104.
[33] Günter Maschke, op. cit., p. 160.
[34] Joseph W. Bendersky, Carl Schmitt. Theorist for the Reich ed. Cit, p. 58.
[35] Jonathan Haidt, The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion, ed. Cit, p. xvii.
[36] Peter Singer, A Darwinian Left: Politics, Evolution, and Cooperation, ed. Cit, p. 40.
[37] Steven Pinker, The Blank Slate. The Modern Denial of Human Nature, ed. Cit, p. 139.
[38] Heinrich Meier, Carl Schmitt, Leo Strauss und Der Begriff des Politischen. Zu einem Dialog unter Abwesenden, ed. Cit, p. 110.
[39] Julien Freund, LEssence du politique, ed. Cit, pp. 27, 323.
[40] Carl Schmitt, Legalität und Legitimität, ed. Cit, p. 98.
[41] Carl Schmitt, Theorie des Partisanen. Zwischenbemerkung zum Begriff des Politischen, ed. Cit, p. 87.
[42] Carl Schmitt, Ex Captivitate Salus. Erfahrungen der Zeit 1945/47, ed. Cit, p. 89.
[43] Cit. en Manfred Dahlheimer, op. cit., p. 319.
[44] Carl Schmitt, Frieden oder Pazifismus? Arbeiten zum Völkerrecht und zur internationalen Politik 1924-1978, ed. Cit, p. 58.
[45] ibidem, p. 58.
[46] Idem.
[47] La frase original de Proudhon era: “Quien dice Dios, quiere engañar” (Carl Schmitt, “Ética del Estado y Estado pluralista”, en Deus Mortalis, X, 2011-2012, p. 508).
[48] Véase Carl Schmitt, Der Hüter der Verfassung. Anhang: Hugo Preuß. Sein Staatsbegriff und seine Stellung in der deutschen Staatslehre, ed. Cit, p. 7, n. 3.
[49] ibidem, p. 178, n. 20.
[50] Carl Schmitt, Verfassungsrechtliche Aufsätze aus den Jahren 1924-1954. Materialen zu einer Verfassungslehre, ed. Cit, pp. 195, n. 30; 196, 198.
[51] Carl Schmitt, Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, ed. Cit, p. 9.
[52] Carl Schmitt, Verfassungslehre, op. cit., p. 200.
[53] John P. McCormick, Carl Schmitts Critique of Liberalism. Against Politics as Technology, ed. Cit, p. 151, n.
[54] Véase Andrés Rosler, Razones públicas. Seis conceptos básicos sobre la república, ed. Cit, pp. 272-282.
[55] Carl Schmitt, Die Diktatur. Von den Anfängen des modernen Souveränitätsgedankens bis zum proletarischen  Klassenkampf, ed. Cit, pp. 136-137.
[56] Cit. en Stefan Breuer, Carl Schmitt im Kontext. Intellektuellenpolitik in der Weimarer Republik, ed. Cit, pp. 216-217.
[57] Véase Reinhard Mehring (2009), Carl Schmitt: Aufstieg und Fall. Eine Biographie, ed. Cit, p. 229.
[58] Cit. en Volker Neumann, Volker, Carl Schmitt als Jurist, ed. Cit, p. 254.
[59] Cit. en Reinhard Mehring, Carl Schmitt: Aufstieg und Fall, op. cit., p. 305, énfasis agregado.
[60] Cit. en Stefan Breuer, op. cit., p. 81.
[61] Cit. en Wolfgang J. Mommsen, Max Weber und die deutsche Politik 1890-1920, ed. Cit, pp. 343, n. 143; 335, 345-346.
[62] En general el término “yeke” suele ser utilizado dentro de la comunidad judía para hacer referencia a los judíos alemanes. Quizás al lector no iniciado le sirva recordar la escena de la película Munich (2005) de Steven Spielberg, en la que el contador del Mossad le dice al jefe de la misión (a punto de irse a Europa para llevar a cabo el operativo de venganza contra los palestinos que secuestraron y asesinaron a gran parte de la delegación israelí durante las Olimpíadas de Munich de 1972): “Quiero recibos. Ud. no está trabajando para el Barón Rothschild, Ud. está trabajando para Israel, un país pobre. Soy un viejo galitziano de una choza de barro en Ucrania y no confío en yekes estúpidos sueltos en Europa con gastos operativos ilimitados”. Cuando el jefe de la misión aclara: “no soy un yeke, nací en Israel”, el contador del Mossad le contesta: “¿De dónde viene su abuelo?”. Cuando el jefe de la misión le responde: “De Frankfurt”, el contador le espeta: “Ud. es un yeke”.
[63] Carl Schmitt y Ludwig Feuchtwanger, Briefwechsel, ed. Cit, p. 140.
[64] Carl Schmitt y Ludwig Feuchtwanger, op. cit., p. 159.
[65] Tal como lo muestran los casos de Stefan Zweig y de Joseph Roth, el orden europeo consagrado por el Congreso de Viena de 1814-1815 terminó revelándose “mucho más tranquilizador y protector para los judíos que los Estados nación establecidos en Versalles en 1919” (Enzo Traverso, El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 90).
[66] Reinhard Mehring, “Carl Schmitt’s Friend-Enemy Distinction Today”, Filozofija I Društvo, 28, 2017, p. 312.
[67] Karl Loewenstein, “Militant Democracy and Fundamental Rights, I”, ed. Cit, pp. 426, 427.
[68] Günter Maschke, op. cit., p. 129.
[69] Helmut Quaritsch, Positionen und Begriffe Carl Schmitts, ed. Cit, pp. 72-73.
[70] Jacob Taubes, Die politische Theologie des Paulus, ed. Cit, p. 139.
[71] Véase Joseph W. Bendersky, op. cit., p. 185.
[72] Cit. en Gabriel Seiberth, “Legalität oder Legitimität? ‘Preußenschlag’ und Staatsnotstand als juristische Herausforderung für Carl Schmitt in der Reichskrise der Weimarer Endzeit”, ed. Cit, p. 151.
[73] Ernst Rudolf Huber, “Carl Schmitt in der Reichskrise der Weimarer Endzeit”, ed. Cit, pp. 33, énfasis agregado; 40.
[74] Véase Schmitt, Carl y Huber Ernst Rudolf, Briefwechsel Carl Schmitt-Ernst Rudolf Huber 1926-1981, ed. Cit, pp. 107, n. 307; 42.
[75] ibidem, pp. 563-564, énfasis agregado.
[76] Carl Schmitt, Ex Captivitate Salus, op. cit., p. 12.
[77] Véase Paul Edward Gottfried, op. cit., p. 37.