La promesa de la felicidad, o cómo acabar con el goce capitalista

La promesa de la felicidad: Una crítica cultural al imperativo de la alegría de Sara Ahmed[1]

 

Según Kevin Johansen todo tiene logo, es innegable que tiene razón. Las cosas más triviales y las más virales; las marcas, pero también las causas; las celebridades y hasta las “espiritualidades”, todo tiene logo ¿Sería absurdo platear uno para la emocionalidad del mundo contemporáneo (capitalista, heterosexual, patriarcal, etc.), uno que le calce suficiente en su esencia? Me atrevo a proponer (desde mi incapacidad para crear alguno nuevo) la célebre carita feliz y amarilla de smiley: :). Tal polémica elección cobra sentido cuando recordamos que los logos venden un retrato falso del producto, por ello: un tigre fortachón promueve la comida chatarra (Zucaritas) y una ostra se convierte en el emblema de una petrolera que contamina el mar (Shell). Siendo este el carácter engañoso de la publicidad, ¿qué de raro tendría que hubiese una sonrisa sardónica detrás del consumo capitalista, de la familia perfecta, de la salud y, en general, de la vida actual? Para aquellos que piensen que esto no se sostiene; para aquellos que dudan de lo acertado de esa imagen, les invito a pasar un rato frente al televisor, rápidamente se sentirán agobiados por el aura positiva que emana todo. “Destapa la felicidad”, “Despierta a la vida”, “cajita feliz de …”, estos y otros slogans son solo una muestra de que la vendimia tiene una faz alegre. Continuando con otro ejemplo, ¿no se retrata a la familia heterosexual con una gran sonrisa? Este sospechoso “positivismo” contemporáneo se ha puesto en el foco de grupos considerados disidentes. Políticamente hablando, estos grupos apuestan por una genealogía de la emotividad del mundo contemporáneo, pues, como se ha descubierto, esta no es azarosa, sino perfectamente calculada. Estos son los análisis de las condiciones existentes y las exigencias políticas detrás del llamado giro afectivo. El giro afectivo es un esfuerzo por arrojar una mirada crítica sobre la emocionalidad, este movimiento intelectual representa una amenaza a la agenda sentimental impuesta por los estados y los sistemas económicos. Entre las más importantes representantes de este giro se encuentran Laurent Berlant (El optimismo cruel), Sianne Ngai (Ugly Feelings) y Sara Ahmed (La promesa de la felicidad).

 

El texto de Sara Ahmed, La promesa de la felicidad: Una crítica cultural al imperativo de la alegría, es polémico, pues nada es más alentado que la búsqueda de la felicidad. Cierto que se ha reflexionado en torno a ella de manera insistente, pero, aunque Aristóteles dedicó aladas palabras para definirla, aunque muchos filósofos la han tenido en mientes a la hora de plasmar sus pensamientos, pocos han cuestionado políticamente a la felicidad. Sara Ahmed es de las desencantadas, de las pensadoras “amargadas” que no muestran a la felicidad como una especie de bien o fin en sí misma, sino que denuncian cómo esta se ha convertido en un medio. Este gesto de rechazo abre una nueva vía para pensar la resistencia de los colectivos.

 

Imperativo de existencia, guía de la vida, deseo normativo, la felicidad se ha convertido en un elemento que debe ser pensado en el contexto de las luchas actuales. Los movimientos afroamericanos, feministas y queer han remarcado cómo la felicidad aparece como una cuestión problemática, pues, es evidente, hay un ejercicio de poder que suprime las emociones violentas (propias de los inconformes) por emociones socialmente aceptables.

 

La felicidad, en la vida cotidiana, implica un ejercicio de normalización velado ¿No es acaso que toda decisión personal supone, de alguna manera, la felicidad? El padre que, frente a la elección sexual de la hija o hijo, agrega, como preludio a su catilinaria, “Lo único que quiero es tu felicidad”, deja entrever que ciertos comportamientos y actitudes pueden acercarnos o alejarnos de la felicidad. La felicidad es un concepto que, de manera sutil, establece parámetros al mundo.

 

Como en todo pensar filosófico, las preguntas son importantes, la autora no hace la pregunta tradicional ¿Qué es la felicidad?, sino ¿Qué hace la felicidad? Tal es una invitación a ubicar los contextos y acciones en los cuales aparece. La autora señala que el dispositivo de la felicidad es colonial y se traduce en la exportación de determinados valores (los cuales desembarcaron en las colonias junto con las armas inglesas). La empresa civilizatoria (que supone terminar con la barbarie) tiene por objetivo la imposición de una forma de entender la vida buena, o sea, la felicidad.

 

Lo que han revelado las luchas feministas, los movimientos de los negros y queer es que, para la sociedad, ellos están del lado de la infelicidad, digamos, del lado emocionalmente equivocado del mundo. Por tal motivo, activamente, tienen que luchar contra los modelos de felicidad reconocidos: el ama de casa feliz, la “dicha” familiar, el esclavo feliz, el multiculturalismo, etc.

 

No es algo menor, cada vez se hace más obvio que hay algo turbio detrás de la felicidad, algo económicamente deseable. No es casualidad que los “progres”, que hablan de la insuficiencia de los indicadores de desarrollo tradicionales (como el Producto Interno Bruto o PIB), alienten nuevos parámetros (como los índices de felicidad) para medir eso que se llama, ahora, Índice de Progreso Real (IPR). Dicho lo anterior, señala Ahmed, cobra sentido que un utilitarista como Jeremy Bentham haya argumentado que el trabajo del Estado era procurar la mayor felicidad posible para el número mayor de personas.

 

De tal manera ha calado esta emocionalidad que, hoy día, se han desarrollado ciencias de la felicidad y, desde el otro lado, pero en el mismo sentido, han pululado los tratamientos contra de depresión (señalando a esta como un estado patológico). Nadie duda que la asistencia a los diferentes tipos de terapia obedece a la necesidad creada de alejar la tristeza y procurar la felicidad, en ese sentido, estamos bajo el imperio de una psicología positiva de la felicidad.

 

La autora observa este imperativo de la felicidad como algo que, socializado, recorre todos los estratos y llega hasta lo más profundo de nuestras relaciones. Nosotros no solo buscamos la felicidad, además, nos convertimos en objetos felices para otros. Tenemos una obligación particular e individual: incrementar nuestra felicidad, pues esto nos permite acrecentar la felicidad de los demás. La felicidad, en consonancia con el neoliberalismo, se encuentra cruzada por el individualismo. La felicidad y la tristeza son emociones de las cuales debe hacerse cargo el sujeto, deber ser responsable de ellas, sobre todo, porque con ello afecta a los demás. Las respuestas son individualistas, sin embargo, todo ello se hace por los otros, esto reluce cuando nos acercamos al significado de la infelicidad, pues infeliz es aquel que causa infortunio o problemas.

 

La felicidad debe ser llevada a una reflexión política porque, históricamente, se ha constituido en un principio esencial para pensar el futuro y la esperanza. Esto tiene profundas implicaciones, por un lado, hace cuestionar a los grupos disidentes sobre la idea de un mundo mejor y más feliz, por otro, genera que el presente pierda valor y que se constituya en un puente que hay que atravesar a toda velocidad. El deseo de felicidad proyecta hacia adelante los objetos felices, entonces, lo actual pierde valor. Para los grupos disidentes es claro que no debemos asociar la felicidad con el futuro, de hecho, algunos queer se manifiestan decididamente en contra de toda apuesta a futuro, negándose a adoptar a este como parte de una política afirmativa.

 

De estilo foucaultiano, la autora trabaja con lo que ha llamado “archivos de la infelicidad”, que se constituyen de feministas aguafiestas, queer infelices y migrantes melancólicos. El libro está marcado por ciertos referentes (escritoras y escritores) que han polemizado sobre la felicidad, como Aldous Huxley, las novelas lésbicas y queer o las películas tristes.

 

Esta genealogía concluye con una serie de interrogantes en torno al futuro y la posibilidad de la felicidad. Apunta a la necesidad de sacar a la felicidad del ámbito normativo dónde diferentes discursos juegan un papel adaptativo que es conveniente al sistema capitalista, a la explotación y a la despolitización. La autora, lucidamente, apuesta por explorar otras vías donde sea posible preguntarnos por la libertad de ser felices o pensarla desde una ética afirmativa, donde la alegría abra las potencialidades de la vida. Es claro, estamos frente a uno de los grandes textos del giro afectivo, un libro que arrancará de raíz nuestra insaciable necesidad de ir, como el célebre burro del cuento, en busca de la zanahoria colocada a nuestra espalda.

 

 

Bibliografía

 

  1. Sara Ahmed, La promesa de la felicidad: Una crítica cultural al imperativo de la alegría, Traducción: Hugo Salas, Presentación: Nicolás Cuello, Ed., Caja Negra editora, Buenos Aires, 2019