Life lost in the forgotten death
Resumen
La pandemia tuvo un profundo impacto en cómo percibimos la vida y la muerte, fortaleciendo la lógica inmunitaria que uniforma estos procesos. La naturalización y la individualización de la muerte se han acentuado, limitando la diversidad de perspectivas y experiencias. La lógica mercantilista en la biopolítica inmunitaria se ha intensificado, priorizando la salud como norma; esta homogeneización restringe nuestra comprensión de la muerte y su relación con la vida, al tiempo que se reconoce la pérdida de experiencias de vida. Para abordar esto, se exploran algunas perspectivas sobre la muerte, alternativas a la hegemónica, enfatizando en la diversidad y singularidad en la experiencia de la vida y la muerte.
Palabras clave: biopolítica inmunitaria, necropolítica, pérdida, homogeneización, pandemia, nueva normalidad.
Abstract
The pandemic had a profound impact on how we perceive life and death, reinforcing the immunitarian logic that standardizes these processes. The naturalization and individualization of death have been accentuated, limiting the diversity of perspectives and experiences. The mercantilist logic in immunitarian biopolitics has intensified, prioritizing health as the norm; this homogenization restricts our understanding of death and its relationship with life, while acknowledging the loss of life experiences. To address this, various perspectives on death are explored, alternatives to the hegemonic one, with an emphasis on diversity and singularity on life and death experience.
Keywords: immunitarian biopolitics, necropolitics, loss, homogenization, pandemic, new normal.
¿Y si la enfermedad y la salud llegaran a perder su sentido?
¿Y si la vida y la muerte se hicieran indiscernibles?
Jacques Attali
La nueva normalidad está aquí; el momento anhelado, en el que pareciera que la pandemia, el confinamiento, las calles prácticamente vacías, fueron un mal sueño. Sin embargo, y sin mucho esfuerzo, hoy podríamos identificar rastros de lo que se puso en marcha a partir de la declaración de la pandemia en marzo de 2020 en relación con alguna pérdida o la muerte. Esa posibilidad latente, enfatizada durante la pandemia, se encontró con vidas intervenidas por las medidas sanitarias que operaron con el objetivo de prevenir el contagio y evitar la muerte. Esto nos lleva a reflexionar sobre el impacto que esta experiencia ha tenido en la sociedad, haciendo lectura de la afectación que en su momento supuso el confinamiento, de cómo se vivieron las muertes, ¿Qué pudo haberse asentado en este tiempo? ¿Ha quedado en el pasado?.
En este escrito se reflexiona en torno a lo que se pierde en cuanto a experiencia de vida, cuando las formas de significar las muertes se reducen a una forma inteligible hegemónica que se extiende a nivel planetario. Históricamente, han existido formas diversas de significar vida y muerte, el tránsito entre una y otra, que están todo el tiempo cambiando en colectivo; ¿Cuáles son algunas de las implicaciones de la homogeneización de esos procesos? ¿Nos hemos percatado de ella? Se parte de considerar que esta operación ya estaba en marcha antes de la pandemia pero a partir de ella, se ha intensificado bajo el pretexto sanitario. Al periodo actual de pospandemia o nueva normalidad se han extendido procesos como el distanciamiento social y una mayor injerencia del discurso de los expertos sobre la vida cotidiana, incluyendo las elaboraciones sobre la vida y la muerte y sus manifestaciones prácticas. Se contrastan características de esa forma homogeneizada de concebir la muerte bajo la lógica inmunitaria, respecto de algunas otras propuestas en torno a la vida y la muerte como procesos indisolubles uno del otro.
Durante la emergencia sanitaria por COVID-19 se implementaron medidas que trastocaron los distintos niveles y ámbitos de la dinámica social en el mundo, poniendo en evidencia, como nunca antes, los alcances de la intervención de aparatos, instituciones y la lógica mercantil en el curso de las existencias. Se instauró un estado de emergencia o excepción, denominado así por la normativa jurídica (y médica) cuando se intenta regular la excepcionalidad, es decir, situaciones extrañas a lo que se considera un periodo ordinario de paz[1]. Los protocolos de sanitización, el confinamiento, el cierre de fronteras y demás, fueron implementadas a discreción de cada administración, ajustadas a un plan diseñado a escala global. A pesar de que dicha operación encontró oposición en diversos frentes, muchos de los cuales eran descalificados por carecer de fundamento científico, en general se justificó por basarse en el objetivo de proteger la vida.
Ante esto, cabe preguntarse ¿cuál es la vida que interesa proteger? Ciertamente, no se trata de cualquier vida ni todas las vidas, puesto que la aplicación de los protocolos sanitarios requiere de una serie de condiciones tales como acceso al agua, a una vivienda, a servicios médicos, a un trabajo formal; esto descarta a, por lo menos, ¼ de la población mundial que actualmente no tiene acceso a agua potable[2]. Desde la mirada biopolítica se da cuenta de dicha cuestión, es decir, del establecimiento de una forma de vida que funge como norma, gestionada a través de diversos mecanismos que cambian conforme a las particularidades de cada época. A partir de la pandemia se mostró, con mayor contundencia, que esa forma de vida que se fomenta y protege es la saludable, determinada por los expertos en salud, ayudados de tecnologías de diagnóstico y tratamiento.
Asimismo, esta operación puso en evidencia la dinámica capitalista que actualmente trasciende elementos puramente económicos, trastocando la subjetividad de las poblaciones. Yate y Díaz[3] afirman que la racionalidad económica ha invadido todas las esferas de la sociedad, de las cuales interesan los modos de administrar la vida y la muerte, abordados desde la biopolítica que comprende los procesos tanatopolíticos. En esta línea, Mayra Nava[4] plantea que hoy dicho dominio global se ha intensificado por la lógica mercantilista del neoliberalismo bajo la noción de la biopolítica inmunitaria, cuya operación en la democracia occidental dominante establece a la salud como parámetro normativo, a partir del cual se tiene cierto control sobre las enfermedades y la muerte[5].
Desde la lógica inmunitaria, vida y muerte se gestionan a través de medidas para evitar o anticiparse a la enfermedad, a la afectación, a la pérdida. Durante la pandemia, se adoptaron medidas para controlar, en lo posible, la dinámica de contagios, evitar el colapso de hospitales y otras instancias del sector salud, contener el número de muertos, entre otras cuestiones de interés médico. Se hizo un especial énfasis en la tendencia al alza de dicha cifra, que se actualizaba y mostraba en cualquier lugar como señal de alarma. Esta representa una de las formas en las que se hizo evidente que una noción que imperó sobre la muerte tuvo que ver con el cese de la vida biológica, cuya protección fue efectuada primordialmente desde el paradigma médico.
De acuerdo con las perspectivas biopolítica y tanatopolítica, la gestión de un tipo de vida favorece un tipo de muerte; en dicho contexto, a las políticas de salud pública y restricciones durante la pandemia, enfocadas en la preservación de la vida (saludable), se añadió la limitación de las interacciones colectivas que solían acompañar y dar significado a la experiencia de la muerte. En este escrito se exploran dos características de ese tipo de muerte; por un lado, la naturalización que le trata como un fenómeno homogéneo que afecta a todos por igual, y por otro, la individualización que supuso la ruptura de los lazos colectivos que se experimentaron durante la pandemia, contribuyendo ambas a convertir la muerte en un proceso aislado. Posteriormente, se contrastan dichas características de tal noción de muerte con otros entendimientos sobre la vida y la muerte.
La muerte que nos acecha
Como se ha señalado previamente, la pandemia marcó un punto de inflexión en nuestra percepción colectiva de la muerte, acentuando transformaciones que ya se estaban gestando como resultado de la implementación del paradigma biopolítico inmunitario. Por lo tanto, resulta de particular interés para este análisis la exploración de la naturalización y la individualización de dicho proceso, dos características que ejercen un impacto significativo en nuestra experiencia de vida y en las formas como atravesamos la muerte.
La naturalización y la individualización de la muerte, en gran parte, se han visto influenciadas por la autoridad de los expertos[6] en salud y las medidas implementadas en respuesta a la pandemia. En relación con la naturalización, es importante destacar que las sociedades occidentales y occidentalizadas a menudo perciben la muerte como la etapa final en un ciclo de vida unidireccional que abarca nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte. Cuestionar la naturalización de este proceso no implica negar su inevitabilidad, sino más bien desafiar la neutralización de cualquier discusión relacionada con la muerte.
Cada momento supone una concepción correspondiente de la muerte, es por ello que la tanatopolítica nos sirve para reconocer lo político de la muerte, que trasciende lo natural. Como quedó patente durante la pandemia, la idea de que la muerte es igual para todos no se sostiene bajo ciertas perspectivas. Tal experiencia varía significativamente dependiendo del contexto: no es lo mismo morir en un hospital privado, posiblemente acompañado de seres queridos, que fallecer en una institución de salud pública o morir en la calle. En diversos entornos, nuestra relación con la muerte adquiere matices muy diferentes.
Desde la perspectiva del modelo médico occidental, la muerte puede verse como consecuencia de un estilo de vida caracterizado por excesos y falta de atención a la salud, acentuando el control aparente que tenemos sobre nuestra vida. En este sentido se identifica la tendencia individualizante, recalcada durante la pandemia, por ejemplo, al señalar la comorbilidad como factor definitivo respecto de quién tendría prioridad en términos de atención médica.
Aparentemente, se tiene una influencia significativa sobre la muerte, dependiendo de la calidad, en términos de salud, que cada uno otorga a su vida día a día. Paradójicamente, la muerte no ocupa un lugar central en nuestra cotidianidad, es decir, generalmente no se considera su posibilidad latente en nuestra toma de decisiones; de cierta forma se ha desvinculado de la vida en general, y a menudo preferimos no confrontar su inevitabilidad o la incertidumbre que le rodea. En este sentido, la pandemia marcó un cambio notable al recordarnos diariamente la presencia de la muerte en nuestras vidas, siendo esta la única certeza que tenemos.
La desvinculación entre la vida y la muerte, acentuada por la pandemia y promovida por la perspectiva biopolítica inmunitaria, plantea cuestiones fundamentales sobre nuestras experiencias y creencias en relación con la muerte. Esta separación, que ha llevado a una falta de reconocimiento de la interdependencia entre vida y muerte, nos enfrenta a interrogantes sobre cómo vivimos la vida que se nos invita proteger. Como se ha planteado anteriormente, la pandemia ha exacerbado esta desconexión, al desvincular la muerte de nuestra cotidianidad y fomentar su naturalización e individualización, generando implicaciones significativas.
La promoción de una única perspectiva de la muerte a nivel mundial limita nuestra capacidad para comprender y apreciar la diversidad de experiencias y creencias sobre ella, lo que a su vez puede obstaculizar el desarrollo de enfoques creativos y herramientas para abordar la realidad de la muerte desde múltiples perspectivas. Esta homogeneización puede llevar a la invisibilización de las redes que nos sostienen en todo momento, pero especialmente en los de pérdida. Estas cuestiones fundamentales nos invitan a reflexionar sobre cómo otras perspectivas pueden enriquecer nuestra comprensión de la vida y la muerte, aportando una visión diversa de estos procesos esenciales.
¿Cómo escapar a esa muerte?
Para esta tarea, se recupera lo señalado por Patricia Manrique[7] apenas declarada la pandemia, quien reflexionó sobre el tiempo como cuestión fundamental para pensar lo que se vive y dar hospitalidad a los acontecimientos[8]. De acuerdo con la autora, la premura reproduce prejuicios y opiniones que tienden a asimilar lo que se vive, a diferencia del pensar como proceso que requiere tiempo para cuestionar, problematizar e inventar posibles fugas que se abren a la incertidumbre y lo desconocido, donde radica su potencia.
Si se parte de considerar que actualmente la experiencia de la muerte se ha homogeneizado bajo el pretexto sanitario, cabe preguntarse ¿qué pasa con otras formas de vivirla? En este escrito se asume que el reconocimiento de las diversas formas de muerte nos permite explorar la potencia de tenerla presente[9], a diferencia de la tendencia global que prefiere establecer sana distancia con ella.
Ante la versión inmunizada de la vida, se recupera el planteamiento de Nava[10] respecto a la vulnerabilidad como posibilidad de afectarse con todo lo vivo, lo cual es, a su vez, constantemente habilitado por la muerte. En este sentido, se entiende que la vulnerabilidad favorece la apertura de las nociones de vida y muerte, lo cual implica asumir que todo el tiempo se está en condición de pérdida, ¿qué hacer ante el dolor que ello provoca? A diferencia de la lógica inmunitaria, que a través de nociones como el duelo establece una serie de etapas e instrucciones correspondientes para superar cierta inquietud[11], enfrentar y elaborar sobre el propio sufrimiento, abre más interrogantes que respuestas, así como la posibilidad de convertirlas en herramientas que nos fortalezcan.
En “Enajenadxs. Salud mental y revuelta”[12] se subraya la fuerza con la que la patologización y medicación de ciertos comportamientos se afianzan como vías para curar determinados malestares. De ellas se destaca el papel adormecedor que se extiende a la forma de vivir: “La misma muerte física, por la que tanto se llora en el mundo de la muerte, es menos mortal que la muerte que se vende como vida”[13]. El significado programado de la vida solo puede contrarrestarse transformando la configuración de nuestro día a día.
¿Qué anticipa nuestra forma de vida sobre nuestra muerte? Recuperando una proposición del “Libro tibetano de la vida y la muerte”[14], para los monjes, la vida es una preparación para la muerte. En este sentido, la muerte puede convertirse en algo que ponemos en práctica mientras vivimos, como cierta forma de aprender a disolverse.
Contra el dejar morir de la máxima biopolítica, este texto propone dejarse morir como ruta a explorar, como intento de romper con la narrativa que forma nuestra vida, para abrir la posibilidad de existir de forma distinta, de expandir las expresiones limitadas y crear modos de vivir y morir por fuera de la lógica inmunitaria. De este modo, resuena con la propuesta en “Enajenadxs…” en torno a la lucha por la singularidad: “abrir brechas entre lo que somos y lo que se espera de nosotros, posibilitar lo inesperado y expandir los límites con los que nos tropezamos cotidianamente”[15].
En conclusión, la pandemia generó una profunda transformación en la percepción de la vida y la muerte, particularmente bajo la lógica inmunitaria, que se rastrea hasta el momento actual, nombrado nueva normalidad. Este análisis resalta la importancia de explorar otras perspectivas para enriquecer nuestra relación con la muerte y abrir las posibilidades de existencia. Asimismo, desafía a mantener viva la presencia de la muerte en nuestra cotidianeidad, a cuestionar la homogeneización de la muerte y a fomentar la diversidad de perspectivas, lo cual puede enriquecer nuestra comprensión de estos procesos fundamentales.
Bibliografía
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- Nava, Mayra, “De la democracia biopolítico-inmunitaria a las posibilidades de habitar en común desde Latinoamérica” en Reflexiones Marginales, Núm. 52, 2019, https://reflexionesmarginales.com.mx/blog/2019/07/31/de-la-democracia-biopolitico-inmunitaria-a-las-posibilidades-de-habitar-en-comun-desde-latinoamerica/ Consultado el 16 de octubre de 2023.
- Nava, Mayra, Resistencias latinoamericanas y democracia biopolítico/inmunitaria: Habitares y territorialidades en común desde Wallmapu, Tesis de Doctorado, CDMX, UNAM, 2023, p. 75.
- Rimpoché, Sogyal, El libro tibetano de la vida y la muerte, Ediciones Urano, 1994, p. 12.
- Yate, Abdénago y Díaz, Carlos, “De la tanatopolítica hacia la universalización de la racionalidad económica: tanatoeconomía” en Revista Colombiana de Bioética, Vol. 10, Núm. 1, 2015, pp. 117-133.
Notas
- Jaime, Cárdenas, “El estado de excepción y el covid-19 en México”, ed. cit., p. 77. ↑
- Jorge, Garay, “En 2023, el 26% de la población mundial carece de agua potable”, ed. cit. ↑
- Yate, Abdénago y Carlos, Díaz, “De la tanatopolítica hacia la universalización de la racionalidad económica: tanatoeconomía”, ed. cit., p. 120. ↑
- Mayra, Nava, “De la democracia biopolítico-inmunitaria a las posibilidades de habitar en común desde Latinoamérica”, ed. cit. p. 3. ↑
- A partir de esa relación entre control y muerte, ¿qué se puede entender de la precarización y genocidio sistemático que desde hace tiempo se resisten y se combaten en ciertas regiones, denominadas “sures del mundo”? Respecto de América Latina, María Galindo expone problemáticas que atraviesan este territorio, como el hambre, el fascismo, el colonialismo, la corrupción y la violencia machista, que alcanzan dimensiones pandémicas, sin embargo, no han motivado el despliegue de una estrategia como la vivida desde principios de 2020. Véase “Las cinco pandemias que azotan al culo del mundo”, ed. cit. ↑
- Cabe señalar que esta fue la estrategia dominante, implementada en las ciudades; en otras partes de estas, así como en regiones alejadas a ellas, la enfermedad se pudo contener desde otro entendimiento de esta, en ocasiones poniendo en práctica saberes tradicionales de atención a la salud. ↑
- Patricia, Manriques, “Hospitalidad e inmunidad virtuosa”, ed. cit. p. 148. ↑
- La autora explora el concepto de la hospitalidad siguiendo a Lévinas y Derrida, en el sentido de una apertura en forma de vulnerabilidad, así como de una responsabilidad que intenta, aunque difícilmente escapa a diversas expresiones violentas. ↑
- En Viaje a Ixtlán, Carlos Castaneda narra cuando don Juan describe a la muerte como la mejor consejera; reconocer y usar el lazo que nos une a nuestra muerte, siempre vigilante, tiene la capacidad de dar poder a cada uno de nuestros actos (p. 76). ↑
- Mayra, Nava, Resistencias latinoamericanas y democracia biopolítico/inmunitaria: Habitares y territorialidades en común desde Wallmapu, ed. cit., p. 75. ↑
- Víctor, Alvarado y Mayra, Nava, “Desmontando el duelo: un abordaje psicosocial”, ed. cit. ↑
- Enajenadxs: Salud mental y revuelta, ed. cit., p. 94. ↑
- Ibid, p. 134. ↑
- Sogyal Rimpoché, El libro tibetano de la vida y la muerte, ed. cit., p. 12. ↑
- Enajenadxs: Salud mental y revuelta, ed. cit., p. 98. ↑