Vidas precarias, vidas lloradas. Una aproximación a la población trans

Fotografía de Mariana Iglesias, 2023

 

 

Precarious Lives, Mourned Lives: An Approach to the Trans Population

 

 

Resumen

 

Un sector de la población que ha tenido una visibilidad emergente en los últimos años, es aquella que se denomina “trans”, que se inscribe en el terreno de la población LGTBQ+. Esta emergencia es mundial, sin embargo, sus condiciones de vida se hallan fuertemente articuladas a condiciones locales. Uno de los rasgos que más se han identificado en la vida de una mayoría en ese sector de población es la precariedad de sus existencia y, articulada a ella, la violencia de todo tipo. Este escrito busca plantear una perspectiva sobre la cuestión. En ese sentido, partimos de la propuesta de Judith Butler, cuando refiere la importancia epistemológica de los enmarcamientos que determinan o que es considerado una vida y con ello el reconocimiento de la misma.

 

Palabras clave: visibilidad, reconocimiento, vidas precarias, vulnerabilidad, población trans.

 

 

Abstract

 

A sector of the population that has gained emerging visibility in recent years is the one known as “trans”, belonging to the LGBTQ+ population. This emergence is global, yet their living conditions are strongly intertwined with local circumstances. One of the most prominent features on the majority of this population is the vulnerability of their existence, related to various forms of violence. This paper seeks to present a perspective on this matter. In this regard, we build upon Judith Butler’s proposal, which highlights the epistemological significance of the frameworks that determine what constitutes a life and, thereby, the recognition of it.

 

Keywords: visibility, recognition, precarious lives, vulnerability, trans population.

 

 

Si estoy en los cierto,

todas nuestras ideas sobre lo que somos,

y lo que son los demás,

tienen que ser reestructuradas

Gregory Bateson

 

 

Fotografía de Mariana Iglesias, 2023

 

 

Luego del confinamiento por la pandemia por el Sars-Cov-2, muchos de los procesos sociales que han creado en Latinoamérica condiciones de alta vulnerabilidad para la gran mayoría de la población, se han intensificado, aunado a las condiciones emergentes, con el uso de las nuevas tecnologías y la refiguración de las formas de gobernanza, que se han desplazado notablemente del estado a las grandes corporaciones transnacionales. Como parte de múltiples procesos que se desplegaron desde la segunda mitad del siglo XX, la llamada comunidad LGTBQ+, se ha visibilizado de forma significativa y, dentro de ella, la población trans. Sin embargo, esa visibilización, también ha traído consigo el reconocimiento de un terreno de hostilidad importante en la vida social, cuando esa comunidad fortalece sus expresiones concretas y demanda reconocimiento formal y práctico como una vida legitima en sociedades aún ancladas en formas de enmarcamiento social profundamente asociadas al dominio heteropatriarcal.

 

Dentro de dicha comunidad, el sector trans, se ha colocado no únicamente como una población que demanda reconocimiento sino también que, por su presencia concreta, ha generado una hostilidad importante contra ella. Sin embargo, es una cuestión que aún requiere de marcos comprensivos y formas de atención emergentes y, por ello, un debate profundo. Este escrito busca, en grandes trazos, plantear una perspectiva sobre la cuestión. En ese sentido, partimos de la propuesta de Judith Butler, cuando refiere la importancia epistemológica de los enmarcamientos que determinan o que es considerado una vida y con ello el reconocimiento de la misma. De esta manera, quienes asumen una posición transfóbica disfrazada de una discusión teórica en cuanto al género y siguen aún instalados en creer que la pregunta sigue siendo cómo se define lo que es una mujer, tendrían que asumir que lo que está detrás de sus planteamientos es el negar las vidas trans como vidas dignas, lo que los coloca en un ejercicio fascista.

 

“…los marcos mediante los cuales aprendemos, o no conseguimos aprender, las vidas de los de­más como perdidas o dañadas (susceptibles de perderse o de dañarse) están políticamente saturados. Son ambas, de por sí, operaciones del poder. No deciden unilateral­mente las condiciones de aparición, pero su propósito es, claramente, delimitar la esfera de la aparición como tal. Por otra parte, es un problema ontològico, pues la pre­gunta que aquí se plantea es: ¿qué es una vida? El «ser» de la vida está constituido por unos medios selectivos, por lo que no podemos referirnos a este «ser» fuera de las operaciones del poder, sino que debemos hacer más pre­ cisos los mecanismos específicos del poder a través de los cuales se produce la vida”.[1]

 

La vida dentro de la democracia inmunitaria,[2] que se fue gestando lentamente desde el siglo pasado a la actualidad, al mismo tiempo que ha permitido visibilizar muchas naturalizaciones asociadas a formas hostiles de relación, está propiciando burbujas de aislamiento social frente a la inscripción en nuestras vidas del temor a ser confundido y de ser estructurado identitaria y prácticamente en aquellas formas que habían sido naturalizadas, miedo que lleva a exigir no únicamente reconocimiento social, sino una especie de urgencia por el establecimiento de fronteras sociales de protección, creando un trazado en la vida social colmada de aduanas invisibles en las relaciones cotidianas, poco claras y fuertemente custodiadas y, quizá, constantemente atacadas.

 

En este campo de batalla por el reconocimiento, la seguridad y la posibilidad de inscripción social, gran parte de la población mundial hace su vida y, en él, se suceden múltiples sucesos que demandan atención para entenderle y generar vías de intervención en el afán de refigurar las relaciones sociales hacia una menor conflictividad. Un sector de la población que ha tenido una visibilidad emergente en los últimos años es aquella que se denomina trans, que se inscribe en el terreno de la población LGTBQ+. Esta emergencia es mundial, sin embargo, sus condiciones de vida se hallan fuertemente articuladas a condiciones locales. Uno de los rasgos que más se han identificado en la vida de una mayoría en ese sector de población es la precariedad de su existencia y, articulada a ella, la violencia de todo tipo. Esta precariedad y las violencias asociadas forman parte del campo de batalla entre visiones previas de la sexualidad y la identidad que, más allá de la emergencia de nuevas identidades, sigue operando con fuerza social.

 

De acuerdo con Arthur y Marilouise Kroker, los cuerpos del último sexo[3] son cuerpos de resistencia y choque que aparecen en el panorama sociopolítico -con su “no a la estética del enmarcado sexual”- desde los años 80, en tanto son cuerpos cuya formulación práctica interpela las formas convencionales del imaginario dominante, binario en su fundamento.

 

“Lo que todos los miembros del último sexo tienen en común son tres cosas: el valiente rechazo de todas las categorías predeterminadas (ya sean sexuales o intelectuales), un empeño temerario en el compromiso político (pero un compromiso que favorece la ambivalencia, la ironía y la paradoja), y un rechazo frontal de la investidura emocional, desdeñosos de cualquier postura o referente como punto fijo de parada”.[4]

 

Para los Kroker, lo que está tras esa interpelación y las reacciones que han provocado los cuerpos referidos es una cultura, en el ámbito de la sexualidad, de la pureza de los géneros y su enmarcado práctico, que hoy se sabe tiene más de mitológico que de verdad. Esto, siguiendo el mismo texto, provoca reacciones para preservar la pureza que han adquirido diferentes expresiones desde la década señalada, que han operado con un mecanismo doble: “el placer guiado libidinosamente a la hora de infligir dolor, humillación y muerte en víctimas fortuitas; y un terror pánico a la contaminación vírica resultante de mover impurezas…”[5] En torno a esto, se preguntan acerca del por qué se pretende desde esa hegemónica cultura de la pureza, que el género sea nuestra distinción fundamental y también si no sería preciso valorar que lo que está en juego es la conservación, casi a toda costa, de un tipo de culto.

 

Paradójicamente, desde aquella década, se ha alimentado la idea de que se avanza hacia una sociedad en la que las libertades se expanden y la horizontalidad en las relaciones se incrementa, cuando simultáneamente se propaga (quizá también como nunca) la cultura de la cancelación, la democracia inmunitaria y el clasismo y racismo algorítmicos. En este terreno sociopolítico, han crecido las expresiones de violencia espectacular junto con la violencia lenta.

 

Vivimos en un proyecto de sociedad actual que problematiza la vida diaria a partir de una lógica institucional que consolida a las personas como individuales, despolitizadas e indiferentes, dejando sus cuerpos individuados a merced del cuidado y la gestión de instituciones que aparentemente cuidan de ellxs. La vida diaria se lee en términos de la mera vida que impone un ideal de lo que es vivir o vivir bien, a través de la categoría de “salud” que representa el ideal de la mera vida biológica.

 

La condición geopolítica de Latinoamérica ha provocado que la gente de países históricamente violentados se desplace en busca de “mejores condiciones de vida”, peregrinando por los estados de la república desde el sur, estableciéndose en el centro del país para posteriormente continuar su recorrido hacia el norte y así cruzar a los Estados Unidos. Muchas personas parten también de México en busca de condiciones menos adversas para vivir. Sin embargo, luego de la pandemia y los confinamientos vividos entre 2020 y 2021, muchas de estas condiciones se incrementaron en su hostilidad.

 

Derivado de la pandemia y las políticas que se pusieron en marcha, bajo la lógica médico inmunitaria, ha surgido la necesidad de salvaguardar las vidas a como dé lugar, recurriendo al confinamiento y a la “sana distancia”, una forma de la democracia inmunitaria. Esa idea de salvaguardar vidas fue ocasión para la creación de refugios para la población trans, particularmente mujeres, más precarizadas. En México, se crea “Casa de las Muñecas Tiresias”,[6] posibilitó cubrir esta necesidad para ciertos sectores vulnerables, invisibilizados e inmunizados por la sociedad, creando un espacio aparentemente seguro, confinando a las beneficiarias aún en post-pandemia. Esta condición ha generado la demanda de crear más espacios como Casa de las Muñecas Tiresias en diferentes estados del país. A raíz de la pandemia también se vio afectada la economía de las trabajadoras sexuales quienes se quedaron sin clientes y consecuentemente sin dinero para sobrevivir, provocando en ellas incertidumbre sobre el devenir de sus vidas y abandonando a algunas en situación de calle y provocando el aumento del uso de sustancias. Esta condición de desempleo no solo afectó a las trabajadoras sexuales.

 

La operación concreta de dichos cuidados, por lo menos en la zona metropolitana de la Ciudad de México, opera como un dispositivo de poder con el cual, desde un fundamento centrado en la lógica de lo saludable y lo enfermo, se discrimina lo normal de lo anormal. Algo es normal o anormal cuando se lee desde la lógica institucional y médica, cuando los individuos dejan de ser funcionales, sobre todo si se trata de diagnosticar enfermedades o trastornos mentales. En ese sentido, lo normal o anormal está en relación con la inserción –o no- a las prácticas heterosexuales (que además son cisgénero) y/o si cuentas con algún diagnóstico de “enfermedad mental” o ETS. Locos, trastornados, enfermos, son etiquetas que van catalogando y encerrando a aquellos que no caben dentro de los estándares de lo que está permitido en la “normalidad”, exiliando a aquellos que no son parte de esta “vida”. Estas operaciones singularizan la cuestión – que es social en sus fundamentos- psicologizando en buena medida la forma comprensiva y la atención, responsabilizando y culpabilizando a las personas mismas por la situación adversa en la que se encuentren.

 

La transexualidad y el travestismo se consideraba una enfermedad mental en los manuales de atención a enfermedades mentales (como el DSM), sin embargo, a partir de la década de los 90 del siglo pasado, la OMS reestructuró estos manuales y retiró de esa clasificación el espectro trans como lo hizo con la homosexualidad. Poco a poco, la población trans, basada en consideraciones de tipo médico, transitó hacia connotaciones de carácter simbólico-significativo, convirtiéndoles en cuerpos perversos, que únicamente se podrán encontrar en lugares como: el trabajo sexual, la calle, la cárcel y, en general, en espacios de vulnerabilidad, como si tuvieran que ser víctimas del exilio y la exclusión de la sociedad contemporánea, por decreto implícito del dominio heteropatriarcal.

 

Esto ha situado a esa población en un campo de batalla, donde se disputan el sentido y la formulación concreta de las prácticas sociales mediante las cuales se ha de configurar la vida social. Dichos “cuerpos perversos”, por lo dicho hasta aquí, se han constituido en una continua interpelación a las formas dominantes de hacer la vida social. Esas vidas trans, siguiendo este orden de ideas, más allá de las voluntades que se pongan – o no – en juego, en efecto constituyen una afrenta ético-politica.

 

 

Bibliografía

 

  1. Butler, Judith, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Paidós, Ciudad de México, 2010.
  2. Kroker, Arthur, Hackeando el futuro. Estética de choque, teoría pulp y ciberpunk. Helobionte, Salamanca, 2021.

 

 

Notas

 

  1. Judith, Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, ed. cit., pp. 13-14.
  2. Ver: Mayra, Nava, “De la democracia biopolítico-inmunitaria a las posibilidades de habitar en común desde Latinoamérica” en Reflexiones Marginales, Núm. 52, 2019, https://reflexionesmarginales.com.mx/blog/2019/07/31/de-la-democracia-biopolitico-inmunitaria-a-las-posibilidades-de-habitar-en-comun-desde-latinoamerica/
  3. Arthur, Kroker, Hackeando el futuro. Estética de choque, teoría pulp y ciberpunk, ed. cit., p.102. Ahí mismo se señala que: “La población del último sexo aumenta a diario: hombres feministas, mujeres que responden a la violencia con violencia, activistas de clubs clitoridianos, cuerpos transgénero, mujeres maltratadas que se curan y nos curan reuniéndose para contar sus historias de desaparición…”
  4. Idem.
  5. Ibidem., p. 104.
  6. Quienes esto escriben, se suman a esta experiencia en agosto de 2022 hasta la fecha y, en buena medida, los planteamientos que aquí se exponen se anclan en esa experiencia.