Resumen: En el presente escrito se reflexionará sobre la obra de Václav Havel a lo largo del periodo en que estuvo encarcelado en Checoslovaquia. Muchas de sus reflexiones giran en torno a los textos de Emmanuel Levinas desde la vivencia de estar privado de su libertad, la angustia, la soledad, la tristeza, miedos y alegrías que tenía en diversos momentos del día. Algunas de sus cartas se trabajaron en el interior del Reclusorio Femenil Santa Martha Acatitla, en México, en donde se hizo una comparación entre las vivencias de una persona privada de su libertad en Checoslovaquia y lo que hoy día sigue sucediendo en muchas cárceles, en particular en México, donde hay una constante: la ausencia de la presencia.
Palabras clave: Prisión, ausencia, mujer, cárcel, soledad, Havel.
Abstract: In this paper we will reflect on the work of Václav Havel throughout the period in which he was imprisoned in Czechoslovakia. Many of his reflections revolve around the texts of Emmanuel Levinas from the experience of being deprived of his freedom, the anguish, loneliness, sadness, fears and joys that he had at various times of the day. Some of his letters were worked on inside the Santa Martha Acatitla Women´s Prison, in Mexico, where a comparison was made between the experiences of a person deprived of their liberty in Czechoslovakia and what continues to happen today in many prisons, particularly in Mexico, where there is a constant: the absence of the presence.
Key words: Prison; absence, woman, jail, loneliness, Havel
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Havel: su presencia a pesar de su ausencia
Conocer la vida que tienen las Personas Privadas de su Libertad (PPL) en el interior de un Centro Penitenciario permite obtener una imagen instantánea, una radiografía de la sociedad y conocer el pulso de la humanidad. En primer lugar, el encierro de una persona en un panóptico, se convierte en un espacio en donde cada persona en el interior está siendo observada en cada momento, lo que posibilita la comprensión de un microcosmos de la ciudadanía, y, me atrevería a decir, de los principales comportamientos que tiene la especie humana, ya que uno encuentra diversos claroscuros del ser humano: crueldad-bondad; amistad-traición; inocencia-maldad; avaricia-generosidad; fe-escepticismo; vida-muerte; calma-desesperación, entre otros. Si bien, resaltan más las cosas negativas u oscuras de las personas que se encuentran en un Centro Penitenciario, cada persona que está recluida se encuentra en un estado de inquietud, incertidumbre y de constante vigilancia ante lo que expresa en voz alta y con su lenguaje corporal; con quien habla y lo que se dice en esa conversación; con las visitas que se reciben y lo que sucede con ellas; con las pertenencias que posee (desde la ropa y algún otro objeto) que permite hacer menos difícil su estancia; con el manejo de la crisis, depresión, momentos de furia y tristeza que invaden a cada una en ciertas fechas, acontecimientos, audiencias o llamadas; con la adopción de una personalidad que crea cada persona para sobrevivir y con las múltiples facetas-momentos-personalidad que se asoman consciente o inconscientemente a las PPL; con la convivencia con personas que cometieron un delito de trata de blancas, secuestro, narcotráfico, fraude, tortura, homicidio; con el olvido y fijación que se tiene hacia familiares y amistades, y en general, con el hecho de que ya no están (físicamente) pero siguen siendo (interna o veladamente) parte de… Me explico, ya no son madres pero lo siguen siendo; ya no pueden sostener el hogar económicamente ni las personas de afuera las pueden mantener en óptimas condiciones en el penal, pero siguen siendo el sostén, enviando ese dinero para el medicamento, completar la renta o despensa, aunque tengan que trabajar y hacer cosas que quedan en el olvido e ignorancia de los de “afuera” pero que es testigo la persona que co-existe con ella; que siguen siendo personas aunque la sociedad, el sistema penal y penitenciario, y los de afuera, les etiqueten como presas, escoria, lacra, lo peor de la sociedad y vivan en el aislamiento y olvido; que a juicio de los de afuera la reclusión los ha alejado y se les someta a un olvido obligado, a una especie de inexistencia o a una existencia incómoda aunque siguen siendo madres, hijas, esposa, abuelas, hermanas, tías, etcétera. Esta ausencia de la presencia que viven las PPL de Santa Martha y en cualquier penal, se convierten en retos para un programa efectivo de reinserción social, para pensar otras formas de hacer justicia, para pensar el papel de le educación, el Estado y la sociedad ante los sistemas penitenciarios, y en especial poner atención a lo que pasa toda mujer por una “cuota de género”, que la llevan a vivir con mayor intensidad, injusticia y fuerza las vivencias en el interior de la cárcel como una PPL, pero que también lo vivió Havel en carne propia y logró transmitir esas emociones y pensamientos por medio de cartas y escritos.
Václav Havel (1936-2011) fue un escritor, político y dramaturgo checo, quien fungió como el último presidente de la antigua Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa. Estuvo encarcelado de 1979 a 1984 debido a su participación en el “Manifiesto de las dos mil palabras” y se opuso a la invasión de Checoslovaquia por el pacto de Varsovia, lo que también le llevó a la censura de sus obras. Participó en la “Revolución de Terciopelo” y su participación en la coautoría de la carta 77 refleja su disidencia con el régimen establecido a partir de manifestaciones, huelgas de cines y teatros, así como la famosa acción de “hacer sonar las llaves”.
A lo largo de los escritos de Havel, el lector se convierte en un testigo de la presencia de esa ausencia, ya sea porque cualquiera de nosotros que lea las cartas, obras de teatro, discurso o textos de alguien que ya murió y lo hace presente a partir de nuestra lectura, en donde aquello que vivió y compartió pareciera que pasó ayer pues se repite cada vivencia en cada penal, o bien, porque la lectura de un escrito materializa espacio temporal y mentalmente la recreación de lo descrito y se percibe esa vivencia, esa presencia de quien uno lee su testimonio o reflexión. Es importante resaltar que Havel se hace presente en la vida de su esposa Olga. En la primera carta le sugiere a su esposa: “compórtate como si yo estuviese de excursión, de manera completamente normal. Sólo así me ayudarás: necesito saber que estás bien y en buenas manos. Por supuesto que no sé cuánto tiempo durará esta excursión, no me hago muchas ilusiones, y de hecho casi no pienso en ello”[1].
Havel aconseja a su esposa el conducir su vida como si la otra persona estuviese de viaje, en donde se aproxima la fecha en que regrese de ese compromiso o actividad, y así busca evitar el estigma del encarcelamiento, del calvario que supone el pasar por la “aduana” e inspección del día de visita, bajo la revisión y trato que se dé a los objetos materiales y a las personas que se encuentran con esa persona conocida y significativa que las llevó a estar registradas en un Kárdex. Saber que la otra persona está bien, es menester para que la otra parte viva en una pseudo-tranquilidad. Si bien, cuando un ser querido se va de viaje, uno supone que la otra persona está pasando momentos increíbles, en un museo, en un congreso, en una cabaña, recorriendo algún parque o visitando un monumento histórico o conviviendo con otras personas, aprendiendo nuevas tradiciones y costumbres. Y cuando uno está en la espera de alguien que ha salido de excursión o viaje, se detiene en momentos de su cotidianeidad pensando con una sonrisa o con un suspiro en lo que debe estar haciendo la otra persona. Evidentemente eso no sucede así, y en lugar de la añoranza le invade a uno la zozobra, el miedo, la impotencia, el coraje y la incertidumbre que se refuerza con lo que uno escucha o ve; con las llamadas telefónicas que reciben los de afuera, con el vecino que cuchichea cuando ve pasar a uno con quien comparte uno la estancia, o simplemente con la historia que cada PPL traza en el periodo que esté recluida.
La prisión entre el hogar y el no-hogar
La prisión refleja las desigualdades de la población. Para varias PPL estar en prisión provee de mayor seguridad y estabilidad que vivir en la calle, ya que para bien o para mal se aseguran las tres comidas al día, un techo y un suelo donde pasar la noche, y con el paso del tiempo, las personas con quienes comparte la estancia o edificio se vuelven en una especie de familia con quienes se comparten actividades deportivas, educativas, religiosas, peleas, crisis, festividades, entre otros. Pero existen personas que tienen que asimilar que ese espacio, entre muros, rejas y custodios será el lugar donde pasen 5, 10, 50 o 70 años, por poner unas cantidades de años en prisión, y verán pasar el tiempo y ser testigos de su deterioro físico y emocional por décadas. De esta forma, existen personas que han hecho del espacio carcelario (canero) su territorio y tratan de habitarlo de la mejor manera posible, ya sea tratando de hacerlo habitable o bien, donde se impongan sus reglas y sus leyes. Asimismo, se encuentra otro sector de personas que buscan no hacer de la prisión su hogar, por lo que mantienen una distancia o enfatizan en que es su no-hogar, algo que les es ajeno y en lo que no se pueden identificar ni generar un vínculo afectivo que les lleve a una especie de enraizamiento. Václav Havel se hace una pregunta similar en la carta 52 en donde se pregunta:
“¿qué es el hogar? Un horizonte concreto con el que uno se relaciona. El perfil de ese horizonte va cambiando (a veces lo forman las montañas, otras veces la ciudad), la composición de las personas, de las relaciones, de los ambientes, de las tradiciones va cambiando, pero el horizonte en sí queda. Como algo absoluto que adquiere distintos aspectos concretos”[2].
Sin embargo, la cotidianeidad con personas que llevan muchos años en prisión, el saber las historias de otras personas o ver a nuevas reclusas que ingresan y que viven un proceso similar al que uno había transitado, llevan a pensar a Havel que “la comparación siguiente no es precisa (espero no pasar aquí toda la vida): la falta de libertad es parecida a la situación de una persona a quien cortan una pierna; en vez de plantearse que haría si tuviese ambas piernas le interesa aprender a caminar con una prótesis sin que ello le produzca dolor”[3]. Y es justo ese pensar sobre el hogar, lo que lleva a cada persona a trabajar con el sentimiento y percepción de no-encajar, es decir, a no-pertenecer, a trabajar con el no saberse parte de… aunque se encuentren espacio-temporalmente allí, o en su defecto, el aprender a estar y no estar en prisión, y todo aquello que implica, en donde es muy importante el saber adaptarse y aprender las reglas de convivencia y sobrevivencia, aunque siempre se encuentre el hogar “de fuera” como lo que contrasta con el lugar en donde se vive, desde el adaptarse a usar una resistencia para calentar el agua y bañarse, a dormir en el suelo o parado, o, saber que se tiene que compartir el inodoro con muchas personas y que ya no existe un espacio de privacidad. A juicio de Havel,
“no se trata solo de la pérdida de la casa con todas las personas y valores que la constituyen, eso es sólo una parte de una pérdida mucho más amplia y compleja: y es que nuestro «hogar existencial» es, en cierto sentido «únicamente el resultado de nuestra elección» y aquí uno no ha perdido tan sólo ese resultado, sino también la posibilidad de la elección en sí”[4].
Es por esta razón que Havel realiza una distinción entre el hogar que se reduce al lugar de residencia temporal (estancia) y el “hogar existencial”, aquel que se añora con la enseñanza que nos dejaron lo padres, abuelos a los que se aferra a mantener la madre o padre en prisión con el hijo(a) en libertad, y que pareciera ser el punto de referencia para evitar caer en un abismo insalvable.
Vivir el encierro
Monika Zgustová sostiene que “si Havel aguantó las implacables condiciones de la cárcel era porque le veía sentido a lo que hacía. Al principio de su encarcelamiento intentó buscar el equilibrio interior perdido, pero muy pronto comprobó que en esas severísimas condiciones resulta imposible”[5]. A excepción de las personas reincidentes en un centro penitenciario, las PPL coinciden que tanto el ingreso a una prisión (con todo el estrés y energía que se siente desde el momento de ser capturadas, trasladadas y que los custodios las escolten a su estancia, sintiendo las miradas de esas personas que les son ajenas (pero que se convertirán en sus pares) y escuchan de manera clara y en una especie de cámara lenta los cuchicheos de quién llega y porqué el delito es por el que cada persona ingresa). Los primeros días, semanas y meses son sumamente difíciles. El tiempo no facilita la adaptación y no se hallan en ese lugar inhóspito, sucio, ruidoso y ajeno. A esto se suma, que dependiendo de con quienes comparte estancia, que le asignen el dormir debajo de la mesa o alguna labor de quehacer; las dinámicas de los pases de lista, el cobro del “diezmo”; la inscripción a actividades culturales, deportivas, académicas, entre otras; la espera de la visita de un familiar que les proporcione vestimenta y dinero para las llamadas telefónicas; el llanto y espera de que la persona de afuera a quien se le marca quiera contestar una llamada, o, todo aquello que implica una visita algún día de la semana es algo que cada una de las visitas viven en soledad y en una especie de desconexión. La mayoría coincide que es como si se hubiera salido de sí, en el que metafóricamente hablando, parte del alma y la vida estuvieran afuera, donde parece que algo todavía posee sentido, pero sucede que si cuerpo y parte de uno se encuentra aprendiendo a sobrevivir, sufriendo tipos de violencia que difícilmente habían padecido y que se deben aferrar a lo que sea por mínimo que sea, para no caer, luchando con los fantasmas del suicidio y aprendiendo a vivir en un espacio en donde no existe un orden claro, donde las reglas de Mandela y otros códigos son letra muerte, en donde se confía en los abogados, en el bufete jurídico o a quien designe un juez para que defienda mi caso como si fuera su familiar y en donde todo el tiempo y en donde quiera que uno se encuentre, todo transcurre bajo la mirada y juicio de todas las personas Es en este sentido que Havel sostiene que:
“la responsabilidad de cada uno es el cuchillo con el que esculpimos nuestro irrepetible contorno en el panorama del ser; es una pluma con la cual inscribimos en la historia del ser el relato de una nueva creación del mundo de la existencia humana, siempre nueva e irrepetible (que cuanto mejor responda en sí misma, más nítidamente dibujada está)”[6].
El ingreso y permanencia en un Centro Penitenciario es lo que pone a prueba a cada PPL, mostrándole una faceta que no conocía de sí, en donde puede reconciliarse con su pasado, adquirir una personificación de una vida y existencia distinta a la de afuera, en donde conoce sus nuevos límites de amor y sujeción a las divinidades; de comprensión y aceptación de sí, o, de un estar a la defensiva y en una permanente tensión, odio y repugnancia a los demás. El sentido de la responsabilidad cambia, ya sea por uno mismo (permanecer y seguir estando presentes en la ausencia con los de afuera y tratar de olvidar lo que cada persona está viviendo en este lugar) o de asumir las consecuencias de los actos, del azar y el destino que hoy les juega de manera adversa, o, finalmente, entender que esto es una especie de prueba, algo que deberá pasar por alguna razón oculta, pero le hará una mejor persona.
Havel cavila en el giro que toma el cuidado de sí, las prioridades que se adquieren al portar una vestimenta en prisión y la resignificación que toman las amistades, la vida y la familia. Dicho con sus palabras: “he aprendido a no prestar más atención de lo necesario al hecho de estar en prisión, sólo me intereso por ello -primero- para poder vivir aquí sin causarme problemas innecesarios y -segundo- por la curiosidad natural que me despierta cualquier ambiente humano y social con el que pueda encontrarme”[7], que conforme a lo que hagan con su “tiempo libre” en prisión ira redefiniendo y modelando un proyecto temporal y existencia que corre en una bifurcación maniqueísta entre dejarse llevar por las fuerzas del bien o las del mal. En las primeras fuerzas que pueden mencionar la manera en que las PPL comienzan a retomar sus estudios, a encontrarse con gente de Alcohólicos Anónimos (AA), a la valoración de la vida mediante el pasto que surge entre tabiques, por alguna flor silvestre o algún gato que pasa por el centro Penitenciario, o, a convertirse en feligrés de una religión, por mencionar algunos ejemplos. Pero también, esas fuerzas oscuras que las llevan a sacar su frustración e impotencia por medio de todo tipo de violencia (física, verbal, psicológica contra sí misma o a cualquiera que sea vulnerable y “se deje”); al consumo de drogas, alcohol y estupefacientes, o, a trabajar en su cuerpo (fuerza y agilidad) para esperar que le den salida y desquitarse con los de afuera, buscando venganza y “despacharse con la cuchara grande”.
Esta disyuntiva hacia dónde dirigir su existencia (temporal o permanente, dependiendo del número de años, meses y días de la condena) los lleva a olvidarse de sí, a poner en pausa o redireccionar sus proyectos de vida, anteponiendo su existencia ante las de las otras personas, al abandono y su dependencia en terceras personas. Havel sostiene que
“no siempre la realización de mis proyectos, lo que provoca mi buen humor básico. A veces es suficiente con que no ocurra nada malo, con que no se confirme ninguna de las suposiciones nefastas o que una relativa calma, la ausencia de complicaciones, mi buen estado de ánimo físico o un micro acontecimiento favorable convierta mi terreno en abonado”[8].
Las acciones, sesiones y contenidos que se llevan a cabo en el proyecto BOECIO no sólo tienen una repercusión en el día que se efectúa el taller, sino que parecido a una onda expansiva, se da un efecto en el interior de su estancia, en la llamada telefónica que realizan a sus familiares y amistades, o, en el cambio de ánimo y actitud (que va desde el aseo de sí hasta el saber que se está en un espacio donde no se les juzga ni etiqueta por estar allí cualquiera que sea la razón, sino que se les toma y trata como una persona digna).
Havel al igual que muchas PPL que he conocido coinciden en que “todos los presos con experiencia dicen que cuando más se acerca el final, más lenta y más difícil se hace la estancia”[9], por lo que existen programas que llevan a que cumplan los últimos años en un anexo del Centro Penitenciario en donde se pueda trabajar en la reinserción social, proteger a las personas a que no cometan o les siembren algún delito que les impida cumplir con su condena y prolongar su estancia en prisión. La vivencia del tiempo se convierte en una fijación, porque para las PPL deben salir a recuperar ese tiempo que quedó pausado, a retomar esas amistades y ser padre/madre in situ y no telefónicamente; a recuperar hábitos sociales como, el volver a utilizar un baño privado o el usar cubiertos en alguna de las tres comidas, o bien, pensar qué pasará con su vida personal-emocional en confiar en una pareja sentimental, la redefinición de su identidad sexual (que pudo cambiar en su estancia en prisión) o con el re-encontrarse con su pareja, ya no en una visita conyugal, sino con quien tiene que volver a compartir una cama matrimonial y se ha olvidado cómo dormir en una cama, por poner algunos ejemplos, son cosas que les generan conflicto con los de afuera, ya que no sólo nunca encajaron en el interior de un centro penitenciario, sino que cuesta trabajo el volver a ser alguien afuera (independientemente de la carta de antecedentes penales que les recuerda que jamás volverán a ser como eran antes de ser PPL).
Las personas reincidentes que han pasado por lo descrito con antelación y que vuelven a su modus operandi ya sea porque no les queda de otra o porque se vive paradójicamente mejor adentro que afuera de prisión, lleva a aconsejar a las personas más jóvenes y párvulas, que:
“es cuando uno se familiariza interiormente con la duración de su condena, se acostumbra a ella y la hace suya, o mejor dicho, ella le hace suyo a uno; todo el sistema nervioso se programa según esa duración (a la manera de un despertador), así que al final le parece a uno que si se viera obligado a quedarse un sólo día más, a lo mejor ya no lo aguantaría, y viceversa, si le soltasen antes, estaría despistado y «descarrilado»”[10].
Manejo de emociones y la búsqueda de la esperanza
A mi juicio, uno de los mayores beneficios del proyecto BOECIO consiste en ofrecer herramientas conceptuales y vivenciales para el gobierno de sí, el manejo de sus emociones y que mediante una serie de ejercicios espirituales como lo plantea Pierre Hadot en Ejercicios espirituales y filosofía antigua, así como la descripción puntual y sistemática que se tiene en este proyecto semana por semana, ha generado un espacio en donde se posibilita el dominio de sí, el saber gobernar las emociones propias y no tomarse de manera personal las emociones que los otros vierten hacia uno, así como una actualización y contextualización de las enseñanzas del estoicismo antiguo en el contexto de cada PPL.
Cada una de las personas que integran los talleres de BOECIO[11] no solo adquieren habilidades y herramientas de un pensamiento crítico conforme transcurren las sesiones del taller, sino que al trabajar en las nociones y temas propuestos en cada semana; el trabajo grupal que oscila entre un espacio de catarsis y de reflexión en voz alta en donde rebotan las ideas, situaciones y planteamientos que cada persona tiene. Sin embargo, al ser expuestas ante el pleno, resuenan y resignifican de otra forma, mostrando que es factible generar horizontes de significación y de comprensión hacia la otredad, lo que de manera gradual y paulatina genera una especie de laboratorio de manejo de emociones en donde vuelve a emerger una esperanza.
Havel retrata a lo largo de las cartas que no fueron destruidas o censuradas que uno de los mayores peligros a los que se enfrenta una PPL reside en no saber manejar las emociones, a que el sentimiento de desesperanza, frustración y vacío les termine dominando y solamente se dejen llevar por la cotidianeidad del saber que nada va a cambiar. Esto se traduce en solamente salir de la estancia al pase de lista, al descuido y desarreglo, a echarse a ver la tele (quiere han accedido a este privilegio) o buscar el sobrevivir el día a día en el interior del penal, pues la suerte, destino, justicia, el ámbito de las influencias, el poder y la capacidad económica no están de su lado y solo resta el reconocer su derrota y desolación. Cuando esto sucede es el momento en que “este vacío se convierte a veces en un estado en el que todo parece perder sentido, todo es inútil, vano, absurdo y desesperadamente triste. Y por fin llega el telediario de la noche y con él la liberación”[12]. Es el momento en que transcurre un día más, cuando las cosas que han sido mal canalizadas y terminan mostrando que lo único que queda es una vida inerte y desperdiciada. Por tal motivo, es importante que la PPL como sus familias sino en acciones que pareciera que llevan a que cada PPL busca dejar de vivir. Havel reitera a lo largo de sus cartas y lo lleva a la praxis con sus compañeros de estancia o de oficio, en que:
“es esencial no perder la esperanza ni la fe en la vida. Quien las pierde, aunque temporalmente le acompañe la suerte, está apañado y viceversa: quien las conserva nunca puede acabar mal. Naturalmente eso no significa cerrar los ojos ante los humanos del mundo sino todo lo contrario: sólo quien no ha perdido la fe ni la esperanza puede verlo todo con claridad”[13].
Conforme avanzan sus lecturas en Lévinas es cuando va enfatizando en la importancia que tienen los estudios del existencialismo y de la alteridad, no sólo para una futura creación literaria, la comprensión de los acontecimientos nacionales o internacionales, sino para poder dominarse a sí mismo y hacer más llevadera su vida en prisión. Curiosamente es la esperanza aquello que todo PPL se niega a perder y que sigue atesorando en su interior independientemente de la coraza con la que se cubra o la máscara que ha decidido tener para generar un juego de pertenencia y no pertenencia con quienes convive en su día a día. Muchas veces esa esperanza se resume en pasar una buena noche, en poder conocer al nieto, en que la hija venga a visitarme, en que los papás sigan con salud, en que se agilice la audiencia o en que podrá recuperarse lo mejor posible el tiempo perdido en prisión. Personas que han tomado los talleres de BOECIO han visto a las sesiones como ese tiempo de inversión, como ese oasis en donde si bien muchas veces el trabajo y actividades confrontan con el modo de ser y de actuar de la persona, así como también con ver las sesiones como un área de oportunidad en donde el trabajo filosófico que se lleva a cabo se puede replicar con sus familiares y seres queridos. Y es cuando el taller gira de ser meramente teórico y del ámbito de la filosofía práctica a convertirse en un espacio terapéutico, en donde la enseñanza, difusión y divulgación de la filosofía tienen una razón de ser, una utilidad (no económica sino existencial) y en donde es posible que a través del gobierno de las emociones se pueda modelar la existencia. Dos ejemplos de estos frutos de los talleres vienen a mi mente, el primeo de ellos el de un joven que nos hizo saber que si estas clases de filosofía y los talleres de teatro hubieran estado a su alcance hace algunos años, seguramente no hubiera estado en este lugar (prisión), y, en segundo lugar el de una adulta mayor que la habían desahuciado y que cuando ya podía haber ejercido el beneficio de “libertad condicional”, decidió quedarse todo el tiempo para no perder sus clases de filosofía, pues además de que afuera nadie la esperaba, cómo iba a dejar inconcluso el taller del filosofía que la estaba preparando para la vida.
Es importante reconocer que si bien uno puede rayar en la idealización y romantización de los beneficios de los talleres de filosofía en prisión, o caer en el juego de etiquetar y denigrar a cualquier PPL sin tener información de cada caso en particular, lo cierto es que los resultados y beneficios que se han tenido en el interior de Santa Martha han incidido en una cultura de la paz, el empoderamiento de las mujeres y en robustecer la idea que comprender y trabajar en la “esperanza” no como el último recurso para sobrevivir, sino como un elemento que no se tiene que dar en un futuro lejano, sino que se da en el futuro próximo e inmediato, en el que es menester trabajar en su concreción y en cada momento de nuestro tránsito por un penal. Este descubrimiento es algo que no tendríamos que llegar a él hasta quedar privados de nuestra libertad, sino que es una de las caras que se desprenden del trabajo en las escuelas helénicas, de trabajar en sí mismo, del autoconocimiento e introspección que uno hace y que le llevan a comprender las razones y motivos que tienen los otros para su actuar, a saber ver y valorar las cosas desde distintas perspectivas, situaciones y aspectos, y en especial, de aprender del dominio de sí, de la templanza y de no apegarse a la servidumbre de las pasiones, que llevan a cada PPL a un replanteamiento del sentido y valía que tienen sus proyectos de vida. El mismo Havel sostiene que “la tragedia del hombre moderno no radica en el hecho de que desconoce cada vez más el sentido de su vida, sino en que eso le preocupa cada vez menos”[14].
Este aprender a ver las cosas en los detalles más mínimos y significativos que da la prisión, como son el uso de un cubierto; el que uno vuelve a ver la ciudad hasta que es trasladado a una cita dental y se emociona como los niños cuando van viendo las calles y contando coches de colores; el valorar la importancia de la educación, de los valores o la compañía de las verdaderas amistades: el tener acceso a agua potable y un alimento digno y comestible; el significado que adquiere el color en un espacio que carece de colores, vida y de sentido, o simplemente, valorar el tiempo que le queda uno de vida, llevan a Havel a percatarse que: “he notado que muchos presos que ya llevan tiempo aquí -eso quiere decir años- tienen algo de topos: su vida se basa en un estereotipo de costumbres y movimientos siempre iguales y pulidos por la cotidianidad, en ese estado de estremecimiento siguen siempre las mismas vías y reacciones con irritación, incluso con furia ante cualquier disturbio”. [15]
La alteridad de Lévinas a los ojos de Havel
Como se mencionó de manera somera y con antelación, uno de los temas que se desarrollan a lo largo de la obra de Havel son el de la libertad y la responsabilidad[16]. Conforme transcurren sus cartas y su estancia en prisión, estos temas adquieren un acercamiento vivencial a partir del conocimiento que adquiere de la obra de Emmanuel Lévinas. Por esta razón, le escribe a Olga en diversas ocasiones en la profundidad que tiene su pensamiento y la aplicación que encuentra en su cotidianeidad, en las emociones y en existencialismo que está explorando.
Es importante destacar que para Lévinas la tradición filosófica occidental ha adoptado la pretensión de alcanzar y acceder a la totalidad de lo real y del ser. Esta experiencia establece en el cara-a-cara de los seres humanos, que es definida como una experiencia que se da en términos de «socialidad». El cara-a-cara entre los seres humanos, no se da pues a través de una relación cognoscitiva o meramente conceptual, ya que el Otro, la Otra o le Otre no es un mero objeto del pensamiento (concepto) de sí. Tampoco es una extensión, de uno mismo, sino que se trata de una realidad profundamente significativa que excede y escapa al pensamiento. Para Lévinas, el Otro es quien resquebraja la pretensión omni-abarcante de totalidad, pues el Otro no es por mí. El Otro no forma parte de mi saber y es aquello que a uno le es desconocido, por lo que propone una relación interpersonal que no se trata de pensar juntos al otro y a mí, sino el acto de estar frente a frente, cara-a-cara, en una distancia insuperable de real diferencia y alteridad, es decir, de Trascendencia.
La situación de estar frente a frente, cara-a-cara, lo lleva a hacer referencia al rostro de ese Otro, quien quiera que sea ese Otro que se convierte en un mandato ético. Lo único que en verdad importa es no hacer desaparecer la absoluta condición trascendente del Otro en tanto Otro. Por tal motivo, la noción de «socialidad» levinasiana apelará más bien a una situación capaz de responder de manera radical a la relación ética entre seres humanos a partir de la responsabilidad. La «socialidad» que presenta Lévinas se sostiene por la responsabilidad que significa ante todo responder por el Otro. Con esta definición, la propia noción filosófica de «sujeto» sufre una modificación fundamental, ya que ahora es presentada ante todo como sujeción irremplazable con respecto al Otro. Sujeción que arraiga precisamente en la responsabilidad para con el Otro, y cuyo peso ético, resignifica la noción de «libertad» más tradicional.
Para Lévinas «el acceso al rostro es de entrada ético», motivo por el que podemos comprender que en el contexto de una persona que está en una posición vulnerable (migrante, persona en extrema pobreza, PPL; en un asilo, entre otros), somos los Otros, quienes vemos a esas personas que pertenecen a un grupo vulnerable, en quienes resuena la llamada de la responsabilidad y ese hacer lo que sea por ese que sea ese Otro. De hecho, en el rostro humano descubre Lévinas la huella indudable de algo más allá de lo que aparece, y que en efecto me apela a responder. En este orden de ideas, el rostro es aquello que en verdad constituye el sentido de la Trascendencia. Por un lado, el rostro es lo más expuesto, lo que está siempre más amenazado, «como invitándonos siempre a un acto de violencia». Pero al mismo tiempo, el rostro es justo aquello que nos impide matar, pues nos muestra la propia vulnerabilidad y fragilidad de ese Otro que más bien nos llama a responder por él.
La ética, tal y como la concibe Emmanuel Lévinas, se funda más bien en esa relación o experiencia del cara-a-cara, en cuyo rostro se nos pone al descubierto ese profundo sentido que consiste en decir: «No matarás». Es la voz de la Trascendencia la que ahí se expresa, como una invitación permanente a no traicionar jamás ese sentido primero que sobrepasa todo actividad del pensamiento. A fin de cuentas, es justo este «No matarás» el que elimina cualquier posibilidad de libre autojustificación. Nos encontramos por tanto en una relación de sujeción que va más allá de toda «libertad» en tanto responsabilidad.
Para Lévinas el mandato del «No matarás» es la primera palabra del rostro. Sin embargo, el rostro no es una muda visión. Su fuerza de expresividad nos transmite en realidad una orden, o mejor aún, un mandamiento, «como si un amo me hablase», dirá Lévinas. En la desprotección del rostro que me apela y me sujeta, y que por eso precisamente me hace sujeto, la fuerza de dominio que ese Otro ejerce sobre mí, es irrecusable. Ese Otro es justo a quien todo debo. La «socialidad» ético-filosófica de su planteamiento, nos conduce a un sumamente significativo «¡Después de usted, señor!» original.
«Después de usted». Con esta expresión tan concisa que nos plantea Lévinas, nos lleva a pensar que el «Yo», que ha servido como fundamento esencial al conjunto de la tradición filosófica de Occidente, ya no se pude sostener como el principio esencial de la Filosofía, ni como el inicio a un planteamiento ético que sigue apegado al modelo filosófico tradicional. En efecto, el «Yo» es aquí despojado de su autodominio especulativo, ya que no constituye ahora ningún tipo de supuesto inteligible con el cual edificar o elaborar una concepción filosófica que pretenda explicar cabalmente el núcleo más profundo de las relaciones interhumanas. De hecho, no es el «Yo», sino el Otro se asume como el presupuesto del que parte Emmanuel Lévinas, en tanto se trata de un dominio absoluto en el cual quedan sustentadas, éticamente hablando, las relaciones humanas auténticas.
La responsabilidad ética que Lévinas propone es inicial y fundamentalmente uno para el Otro. Puede decirse entonces que Lévinas se toma muy en serio al Otro, y está dispuesto a llegar y cumplir todo lo que ese Otro exige a mi subjetividad. De ahí, que Emmanuel Lévinas considere que el Otro más bien me incumbe, pues se trata en efecto de una responsabilidad que va más allá de lo que yo mismo hago. Por decirlo en otras palabras, el Otro no queda limitado o constreñido al ámbito dominante de mi libertad. Para Lévinas, siempre fiel a la inherente radicalidad de su ético planteamiento, la responsabilidad no es un simple atributo de la subjetividad. La relación ética que concibe la inteligibilidad levinasiana, no depende en absoluto de una subjetividad para sí, sino que uno realmente es sujeto para Otro, es decir, absoluta sujeción tal y como lo manifiesta la experiencia ética del «Después de usted» original, que ya hemos mencionado.
Ahora bien, cabe mencionar que la proximidad del Otro sólo es ética en tanto yo soy responsable de él. Pero es necesario aclarar asimismo que la relación fundamental que prevalece entre ambos no se da a través del conocimiento. No estoy, pues, frente a un mero «objeto» humano, sino que me encuentro cara-a-cara con un Rostro que me sujeta a responder por él. Por ende, la auténtica estructura subjetiva del sujeto ético, según el planteamiento filosófico de Emmanuel Lévinas, corresponde precisamente con esa sujeción o responsabilidad cuya máxima exclamación posee, de hecho, un marcado carácter bíblico. Al decir «Heme aquí», el sujeto confirma la única respuesta válidamente ética de su auténtica sujeción primordial. Sujeción que, finalmente, conduce al sujeto a dar-se por el Otro. Dar y no ser, es la capacidad de donación, en donde uno hace y entrega todo lo que esté a su alcance por ese Otro. Dejar de ser por el otro.
En este sentido cada uno es responsable del Otro, responsable sin esperar una mutua reciprocidad de su parte, eso es asunto suyo. Por el profundo respeto que Lévinas introduce por el Otro, se llega incluso a sostener que esta responsabilidad por el Otro es inviolable, aunque me cueste incluso la vida. Precisamente en la medida en que me encuentre al Otro, la relación con mi yo ya no es recíproca, porque ahora, en términos éticos, yo soy sujeción al Otro, y sólo soy sujeto esencialmente en este sentido. «Soy yo quien soporta todo», llegará a decir Emmanuel Lévinas. Responsabilidad total que en efecto responde de todos los otros y de todo en los Otros. Así, pues, el yo tiene siempre una responsabilidad de más que los Otros. Y este de más que los Otros consiste justamente en el peso irrecusable de una responsabilidad total. Vemos por tanto que la ética levinasiana encontrará en esto su más radical sentido. Un sentido donde en lugar de la libertad, aparece la justicia.
La prioridad de la responsabilidad consiste en que el Otro me incumbe, y dicha incumbencia, humanamente hablando, no la puedo rechazar. Soy yo quien soporta al Otro, quien es responsable de él. De hecho, se trata de decir la identidad misma del yo humano a partir de la responsabilidad o, lo que es lo mismo, de hablar de la humanidad no a partir del ser que establece la ontología, sino de la responsabilidad que prevalece en la ética: la alteridad. ¿Y dónde se encuentra esta alteridad en Santa Martha? En el rostro de cada PPL, en esa exigencia ética que veía Havel en cada uno de sus compañeros con quienes veía la televisión, realizaba alguna tarea o actividad, con quienes pasaba hambre, quien le había robado o aquella persona que estaba enferma y frágil. Por este motivo, comprender la filosofía de Lévinas era de suma importancia para las obras académicas de Havel, pero en especial, como un testimonio en el que se podía trabajar con la esperanza, el cara-a-cara y haciendo todo por, para y desde el Otro.
Santa Martha y la cuota de género
Zgustová afirma que “Havel confiesa haber aprendido a no prestar más que la necesaria atención al hecho de encontrarse en la cárcel; eso le ayudaba a soportar mejor las durísimas condiciones”[17] ya que como se mencionó con antelación la vivencia de la cárcel es una experiencia que cuando es la primera ocasión en la que uno ingresa, genera una fuerte crisis existencial y un sentimiento de vacío y de no-pertenencia en la que cada persona se ve inmersa. En el caso de las personas reincidentes, la situación es distinta en la medida en que es un espacio y territorio ya conocido y del que únicamente se buscará recuperar los vínculos con las personas que están en su interior y se tendrán que reanudar ciertas prácticas en donde se “marca el territorio” con las nuevas personas con quienes comparta estancia o con aquellas que desconocen el historial de la persona que ha reincidido y reingresado por un nuevo delito. Ahora bien, uno de los aspectos que se debe considerar con las PPL es referente al sentido de pertenencia con el mundo y las nuevas relaciones que se deben tejer en un centro penitenciario en donde muchos de los estigmas, marcas y señalamientos vienen de afuera o de la misma cárcel. En este sentido Havel confiesa que “si la cárcel ha influido algo en mi relación con el mundo, es en el sentido de haber ampliado los límites de mi comprensión y estrechado los de mi respeto”[18], que en el caso de los penales femeniles cobra un matiz que agravia y lastima más a cada PPL: ser mujer. El Estado es quien brinda una sanción penal o está en proceso de un juicio hacia un PPL pero sucede que las condenas no tienen el mismo efecto en cuestiones de equidad e igualdad de género, ya que es la mujer a quien más se le señala, juzga y abandona por el hecho de que pareciera que una madre, esposa o hija no puede ser sospechosa o culpable de un delito, y que si lo fuera, la condena social se da con mayor fuerza porque no es posible que una mujer, una madre, una hermana o una esposa se encuentre en prisión por haber cometido o no un delito pero que se le juzga con mayor dolo y de manera diferencial que un varón.
En muchas prisiones de Latinoamérica existe esta constante: sanciones desiguales por la realización de un mismo delito, ya que dos personas pudieron ser capturadas in fraganti pero aunque ambas son procesadas por el mismo delito, es muy probable que quien alcance fianza sea el varón; que si a la mujer la sancionan con 20 años el varón sea sancionado por cinco; que en las visitas a quien está en un Centro Penitenciario la responsabilidad moral y social es la de ir a ver al esposo, al hijo o al padre, pero no existe esa presión para tener una visita con la esposa, la hija o la madre; que existe mayor humillación y violencia de género hacia las mujeres en el interior los centros penitenciarios que a los varones, por mencionar algunos ejemplos. Esta diferenciación lleva a que se busca divorciarse de la delincuente, pero no se le ocurra que pida eso la mujer, pues ahora es cuando más apoyo debe tener hacia su marido; que en la caso de la tutela y cuidado de los hijos recae en la familia materna (madre o hermana de la PPL), por lo que se complica la visita familiar o semanal, pues son ellas las que están al cuidado de los menores, y en muchos casos el padre o cónyuge se desentienden; que existen mayores necesidades básicas en los penales femeniles que van desde una atención psicológica a quien se convierte en madre a la distancia telefónica o quien necesita de toallas sanitarias mes a mes, por poner dos situaciones. Esto ha llevado a las personas que han tomado los talleres de BOECIO en Santa Martha a afirmar que “la cárcel es una gran lección de dominio de uno mismo”[19].
Finalmente, ¿qué nos queda de reflexión final? Que trabajar diversas cartas y fragmentos de Havel con PPL en Santa Martha Acatitla muestra el potencial que tiene el pensar la alteridad desde el contexto carcelario, en donde lamentablemente existe una especie de reflejo a la distancia entre lo que pasaba en Checoslovaquia y lo que sucede 60 años más tarde en México, en donde la mujer que se encuentra en un centro penitenciario es atravesada y revictimizada por un sistema patriarcal y machista en donde se juzga y condena con mayor fuerza y estigma a la mujer, independientemente del delito que haya o no cometido, peor que proyectos como los de BOECIO hacen soportable el sufrimiento y buscan coadyuvar a la adquisición de un pensamiento crítico y de ejercicios espirituales de las escuelas helénicas para proveer de un sentido al desamparado y a quien se le debe apoyar y auxiliar desde el mandato ético del cara-a-cara.
Bibliografía:
- Hadot, Pierre. Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Traducido por Javier Palacio. Madrid: Biblioteca de ensayo Siruela, 2006.
- Havel, Václav. La responsabilidad como destino. 2ª ed. Prólogo de Juan María Alponte. Traducción de Jana Novotna y Violeta Urribe. México: FCE, 1991.
- Havel, Václav. El poder de los sin poder. Y otros escritos. Prólogo de Belén Becerril. Madrid: Ediciones Encuentro, 2013.
- Havel, Václav. Cartas a Olga. Consideraciones desde la prisión. Traducción y edición de Monika Zgustová. Barcelona: Galaxia-Gutemberg, 1997.
- Lévinas, Emmanuel. Totalidad e infinito: ensayos sobre la exterioridad. Traducción de Miguel García Baró. Salamanca: Ed. Sígueme, 2012.
- Lévinas, Emmanuel. Ética e infinito. Presentación, traducción y notas de Jesús María Ayuso Diez. Madrid: La balsa de Medusa, 2015.
- Proyecto BOECIO. Sitio web: https://institucional.us.es/boecio/proyectos/ consultado el 13 de diciembre 2022 a las 12:51 hrs
Notas
[1] Václav Havel. Cartas a Olga. Consideraciones desde la prisión, ed. cit., p. 16.
[2] Ibidem., p. 87.
[3] Ibidem., p. 95.
[4] Idem.
[5] Ibidem., p. 8.
[6] Ibidem., p. 107.
[7][7] Ibidem., p. 158.
[8] Ibidem., p. 164.
[9] Ibidem., p. 254.
[10] Idem
[11] Cfr. https://institucional.us.es/boecio/proyectos/ consultado el 13 de diciembre 2022 a las 12:51 hrs.
[12] Ibidem., p. 137.
[13] Ibidem., p. 102.
[14] Ibidem., p. 148.
[15] Ibidem., p. 230.
[16] Agradezco a Marco Antonio Camacho Crispín sus enseñanzas teóricas, testimoniales y vivenciales de la obra de Lévinas y el haber aceptado dar estos temas en el interior de Santa Martha con las PPL.
[17] Ibidem., pp. 6-7.
[18] Ibidem., p. 109.
[19] Ibidem., p. 117.