La solemnidad del voyerista

 

  1. El voyerista es el asesino metafísico por excelencia, es el asesino del ser. Su secreta mirada fija, hipnótica, imperturbable, rostros y sombras, cuerpos o emociones, congelándolos, dándoles contornos de piedra. Sin embargo, su única arma es letal, transforma todo en objeto, hace que todo sea perecedero, pasajero, sometido a la inevitable muerte.
  2. En presencia del voyerista, nada está vivo, el ser se convierte en desierto, celebrando la grandeza de la muerte. Si la humanidad estuviera compuesta solo por voyeristas, el mundo habría dejado de existir, transformándose en una colección de fotografías, en un inventario estático de imágenes succionadas vorazmente por una mirada abrazadora.
  3. La genealogía de las miradas asesinas es ilustre. Los poseedores de semejantes miradas se reclutan sobre todo, entre los diversos monstruos mitológicos o entre las numerosas criaturas legendarias. La Medusa o el basilisco son modelos prestigiosos del voyerista. Cualquier ser capturado por su mirada está destinado a la perdición, ya que ella mata la espontaneidad, lo imprevisible, el azar, fijando límites rígidos a los fenómenos, recortando la realidad en bloques compactos, homogéneos y carentes de transparencia, reemplazando lo vivo con la geometría. Esta mirada evacúa la vida porque percibe todo en función de una serie de constantes puramente materiales, prohibiendo el espíritu. El héroe sorprendido por los ojos del monstruo se transforma en una simple carcasa fútil, en un cuerpo sin valores y sin virtudes, una creación improvisada de carne y hueso. La mirada de la Medusa es un destripamiento simbólico del alma, una amputación de las funciones morales, eliminando la interioridad del individuo y dejándolo vacío como un gólem, perfectamente objetivo y perfectamente ignorable.
  4. El retorno de la mirada, su devolución gracias a una técnica especular, es la forma más adecuada de vencer al monstruo. El escudo que funciona como un espejo le permite al héroe vencer a la bestia, atrapándola en la trampa de su propia mirada, paralizándola, sacándola de la lucha. En el caso del voyerista, el encuentro con su mirada no es decisivo, él puede ver su propia imagen y permanecer imperturbable, fijándose a lo lejos en el otro, desgarrando su subjetividad, devorando su intimidad animal, despojándolo obstinadamente de su yo. La derrota del voyerista solo puede ocurrir cuando se descalifica su pretensión de singularidad, cuando se destruye la creencia en su invulnerabilidad. El voyerista a menudo tiene la impresión de que está en el centro del mundo, de que es el único observador que no puede ser observado, haciendo que todas las máscaras caigan y le revelen todos los misterios, es capaz de arrancar los secretos más profundos y permanecer eternamente opaco, cómodamente resguardado en la armadura impenetrable de sus manías. Por esta razón, siente de manera extremadamente brutal cualquier evidencia de que está equivocado, y cualquier rostro dirigido hacia él desmorona sus certezas, haciéndolo esconderse, buscando desesperadamente la salvación. Porque entiende mejor el peligro, él nunca permitirá ser visto, se retirará a los escondites más barrocos, buscará refugio en el abrigo kafkiano, prefiriendo encerrarse vivo, entre muros, optando por transformarse él mismo en objeto.
  5. El voyerista es un violador. La devolución de la mirada contra él significa, en el nivel de su simbolismo fantasmático, la violación del violador, la suprema humillación metafísica.