Usted no pertenece al castillo, no es del pueblo, usted es un don nadie. Por desgracia, sin embargo, usted es algo: un forastero, uno que siempre resulta superfluo y siempre está en camino, uno por quien siempre se producen trastornos, por cuya causa hay que esconder a las criadas, cuyas intenciones son desconocidas…
Franz Kafka, El castillo
Resumen
En el siguiente artículo se explora el vagabundeo como un fenómeno frente al que, históricamente, se articularon diferentes dispositivos de Estado. En dicho estudio se sigue el pensamiento genealógico de Michel Foucault y, posteriormente, el de Deleuze y Guattari, ello con la intención de hablar de la importancia del espacio y el movimiento como categorías políticas. Se analiza la importancia de la vida nómada en el contexto de la estrialización y cuadriculación de los espacios surgida durante la pandemia de COVID-19.
Palabras clave: nomadismo, vagancia, COVID-19, Foucault, Deleuze, Guattari.
Abstract
This article explores vagrancy as a phenomenon against which, historically, different state devices were articulated. This study follows the genealogical thought of Michel Foucault and, later, that of Deleuze and Guattari, with the intention of talking about the importance of space and movement as political categories. The importance of nomadic life is analyzed in the context of the stratification and gridding of spaces that emerged during the COVID-19 pandemic.
Keywords: nomadism, vagrancy, space, COVID-19, Foucault, Deleuze, Guattari.
En el momento que se escribe este artículo la humanidad se encuentra enfrentando lo que ha sido calificado como una pandemia, ello ha supuesto diversos cambios en la vida económica y política de los países. Desde la Segunda Guerra Mundial, no se había visto un despliegue tan importante de recursos humanos y materiales, sin embargo, parece lejano el día en que se pueda controlar completamente el virus. El virus ha evidenciado a los estados, mostrando sus fortalezas, pero, sobre todo, sus debilidades. Desde una mirada que repara en lo político, este acontecimiento analizador permite ver los conflictos al interior de la sociedad, devela sus contradicciones y reaviva sus luchas aparentemente silenciadas. Digamos: es un acontecimiento que, por su naturaleza, descubre un claro en el entramado de poder y permite una cavilación alrededor de la organización política.
En estas líneas quiero reparar en la genealogía de un a priori político que sale a la superficie en estas condiciones, uno que, en este momento, hace coherente y posible “invitar” a los individuos a “guardarse”, aquel que hace deseable, para ciertos ciudadanos, demandar a los estados sancionar a las personas que deambulan injustificadamente, nos referimos al temor arcaico del movimiento de masas.
Este miedo naturalizado supone encabalgarnos en dos discusiones que se han vuelto centrales: aquella que ha puesto en el centro el espacio (como un elemento político) y la que apunta al lugar que tuvo el nomadismo en la constitución de los Estados.
Foucault y el espacio político
Desde mediados del siglo pasado el tema del espacio comenzó a ser importante en la reflexión política. Michel Foucault, que había elaborado una analítica del poder, fue uno de los primeros en reparaba en la necesidad de poner sobre la mesa estas cuestiones. En un inicio, teniendo al espacio político en mientes, planteó la posibilidad de una ciencia de los espacios diferentes, esto es, de las heterotopías ¿Qué le permitía pensar en la pertinencia de esta ciencia? Algo tan sutil, pero fundamental, como los “espacios otros”, puntos ciegos al interior de las ciudades y que suponen el surgimiento de otro tipo de relaciones sociales. Existen, dice el francés, espacios que podríamos calificar de “lo Mismo”, tal designa a los lugares donde ocurre el cotidiano discurrir de la vida, por ejemplo, aquellos donde se habita, en los que se transita o aquellos establecidos para el ocio y la convivencia, en contraposición, las heterotopías son espacios de “lo Otro”, espacios diferentes.[1] Pueden ser pensados también como espacios que dan cuenta de un Afuera, entendiendo como tal un umbral, esto es, una experiencia del límite.[2] Estos lugares suponen un nudo problemático pues representan, para los estados, un nicho nuevo para la gestión de subjetividades y cuerpos; al mismo tiempo, pero en sentido contrario, para los individuos suponen una trinchera desde la cual tener prácticas de libertad y resistencia.[3] Tenemos entonces un plano en el que se encuentran dos prácticas posibles: el ejercicio cotidiano que hace el Estado del espacio (que dirige su esfuerzo a cuadricularlo, definirlo, expoliarlo), en contraposición, la labor política de los sujetos por reconquistarlo, transformarlo y abrirlo. Es en ese contexto de lucha por el espacio que encontramos movimientos, por ejemplo, de Okupas, por un lado, y políticas de gentrificación, por otro.
Menos detenidamente analizado fue, para Foucault, el tema del nomadismo. Pese a que él mismo no lo exploró ni dejó, conceptualmente, un trabajo al respecto, tal sí quedó esbozado, por lo menos, en uno de sus cursos: La sociedad punitiva. El tema del nomadismo en Foucault se sitúa en la línea de estudio de la racionalidad que permitió el surgimiento de los nacientes estados nación. Es principalmente en el curso de La sociedad punitiva donde el miedo al nomadismo toma relevancia. Tal texto representa un giro respecto al tema de la exclusión, al que había dedicado gran parte de sus reflexiones.
En La sociedad punitiva su interés es estratégico, por ello, busca desentrañar a qué van dirigidas las prácticas punitivas ¿Cuál es el enemigo que hace necesario estos despliegues? Tal enemigo, señala Foucault, es aquel que puede surgir en una situación límite ¿Cuál es esa situación o suceso? un miedo que roe el corazón del Estado: la guerra civil.
La guerra civil, a lo largo de la historia política moderna, ha sido considerada una amenaza a los estados. Rousseau y Hobbes advirtieron sobre ella; para el primero era una falla en la autoridad de la ley;[4] el segundo la consideraba un resabio que rememoraba la primera guerra mítica, ocurrida antes de la civilización, una guerra de todos contra todos.[5] La guerra civil era, para estos autores, una prolongación monstruosa de un estado de guerra natural, representaba una anomalía que amenazaba la estabilidad de los estados, por ello, contra ella, se debían desplegar las estrategias penales. La guerra civil, para los estados, representa un peligro mayor que la guerra de todos contra todos, pues suponía masas, colectivos y grupos.[6]
Es en el contexto de la guerra civil que aparece el tema de la criminalidad. La criminalidad reactiva la guerra civil, por ello, el Estado procura mostrar que el criminal es más que un enemigo del soberano, es un enemigo de la sociedad. De entre todos los criminales que alteran el orden social, dice Foucault, hay uno, en particular, que resulta más peligroso, y al cual se debe suprimir o corregir con apremio: el vago. Una serie de elementos indeseables para los estados supone la vagancia, a saber: los vagos no tienen una situación geográfica localizable (no están arraigados a nada); su nomadismo provoca escasez de mano de obra, lo cual, resulta en una baja en la producción; su situación itinerante hace que escape al pago de todos los impuestos; además, la vagancia genera que los individuos, no sólo no produzcan, sino que dejen de consumir.[7] En resumen: el vago es anti productivo. En el imaginario de los estados, el vago es semejante a un animal de rapiña que subsiste tomado de otros, robándoles, así, el vago establece una relación salvaje, fuera de la ley, con la sociedad. Si lo pensamos desde la lógica de la guerra: son tropas enemigas diseminadas en la superficie del territorio, hordas nómadas peligrosas.
Siendo estas las imágenes que rodean al vagabundo, los estados dirigen algunas medidas en contra de ellos: la esclavitud (que los obligaría a trabajar y que los haría adquirir el hábito laboral); la condena (que los sacaría de la calle para recluirlos); declararlos como ilegales (quedando así al margen de la protección de la ley); promover una autodefensa campesina (que, por medio de la violencia, los alejase de los pueblos); hacer una leva en masa que mine su número y; finalmente, medidas más cruentas, como el abatir al que se desplazase injustificadamente.
Todo este despliegue de poder en contra de este personaje, recuerda Foucault, no es inocente, éstas son medidas que se encuentran dirigidas, no solo contra de los mendigos y vagabundos, sino contra los representantes simbólicos del antiguo régimen: monjes itinerantes, nobles y agentes fiscales, en otras palabras, los restos del feudalismo.[8] ¿Cuál es la razón para tales ataques? que son figuras contradictorias o antagónicas con las lógicas del estado naciente; el vagabundo y el señor feudal son dos instancias de anti producción, por tanto, se constituyen como enemigos de la sociedad moderna. En el enfrentamiento entre el vago y el Estado nos encontramos con dos formas de vivir el mundo: una, el remanente del mundo medieval, otra, lo que queda de la desigualdad social.
El análisis de Foucault permite comprender que existe, desde la fundación de los estados, un miedo al vagabundeo que hoy día vuelve a relucir, como un miedo naturalizado e inconsciente que, cuando el Estado se siente débil o se cree en peligro, se reactualiza para desplegar los más enconados y diversos dispositivos de poder.
Vagabundeo y nomadismo
Lo dicho hasta aquí no habrá pasado desapercibido a los lectores de Deleuze y Guattari, pues, como se ve, estas partes de La sociedad punitiva de Foucault bien puede ser un preámbulo al notorio trabajo que elaboran estos filósofos en Mil mesetas. Una de las tesis más interesantes de estos autores es la que señala que el Estado, pese a sus aparentes contradicciones y símbolos encontrados, tiene una unidad que se erige, principalmente, contra una entidad: la máquina de guerra. Si lo queremos ver así, la máquina de guerra constituye un “Afuera” del Estado (por ello lo interpela). Siguiendo a Deleuze y Guattari, habría que decir que el Estado trabaja por diadas funcionales que le permiten subsistir pues parecen integrar, en la misma lógica, sus contradicciones. Las imágenes que rescatan estos autores para tales efectos son muchas: el rey y el mago, el sacerdote y el jurista, etc. Del lado de la máquina de guerra, ajena al Estado, tenemos la multiplicidad, la manada, lo efímero, lo nómada. Los autores nos muestran una serie de polaridades que caracterizan tanto al Estado como a la máquina de guerra. Mientras que la máquina de guerra es nómada, esto es, se despliega, mueve, vive en un espacio liso (el mar, el desierto); el aparato de Estado (sedentario, localizado) “estría” el espacio, esto es, lo construye, opera, distribuye, cuadricula. El modo de actividad que caracteriza a ambas “entidades” es, también, distinto, en el Estado es el trabajo el que supone una cierta circulación y desplazamiento de fuerzas (concepto social y físico); mientras que la máquina de guerra tiene una acción libre que consiste en un movimiento turbulento poco organizado. Otra diferencia es que el aparato de Estado se expresa con signos (escritura), mientras que la máquina de guerra tiene como elementos simbólicos propios el arma/joya. Lo hasta acá señalado no se encuentra perfectamente delimitado, así, no tenemos un Estado puro sin apropiaciones de la máquina de guerra, como no existe la máquina de guerra sin prestamos del aparato simbólico del Estado.[9]
El nomadismo juega un rol esencial en la propuesta política de Deleuze y Guattari, ellos señalan que el espacio puede ser impugnado por su forma de habitarlo pues las diferencias entre los espacios no son objetivas, ni cerradas: se puede habitar en estriado los desiertos o los mares; al mismo tiempo, se puede habitar en liso las ciudades. “Espacialización” es el término que permite a Deleuze y Guattari reconocer esas extrañas relaciones y conjunciones, desde la mirada del viajante o el nómada. El modo de espacialización, la manera de estar en el espacio, de relacionarse con él, es determinante: viajar o pensar en liso o estriado, son sólo algunas combinaciones posibles. En ese sentido, incluso la ciudad más estriada tiene espacios lisos que pueden ser usado para habitar la ciudad en nómada. Dicho lo anterior, no está de más señalar que los espacios lisos no son liberadores o salvadores por sí mismo; sin embargo, tiene condiciones mejores que el espacio estriado pues en ellos la lucha cambia, se desplaza y reconstruye sus desafíos, de tal suerte que termina modificando a sus adversarios.[10]
Como se puede observar, existe una conexión entre el trabajo de Foucault (en la Sociedad punitiva) y el de Deleuze y Guattari sobre el nomadismo. Es más, podríamos decir que estos autores se complementan pues, así como la reflexión sobre el eje estratégico en torno a la vagancia puede ser pensada como un trabajo genealógico que sólo vería su verdadera riqueza en los desarrollos de Deleuze y Guattari sobre la máquina de guerra; del mismo modo, pensar el espacio lizo y estriado, sus inversiones (alizar el espacio estriado), derivarían en el tema, señalado por Foucault, referente a la heterotopía. En todo caso, en estos autores nos encontramos, sin lugar a duda, con una preocupación sobre el espacio y el movimiento que, hoy día, se vuelve urgente para explicar los fenómenos del presente.
Le “debemos” a un despliegue inusitado de diversos dispositivos que, al inicio, cuando el virus se desplazaba soberano por el planeta, se ordenara guardar a la humanidad entera en sus casas. No nos detendremos en todos ellos,[11] avocándonos a lo acá estudiado, podemos decir que el poder del Estado, a partir de la crisis surgida con el virus, se despliega a todo lo largo y ancho del espacio: lugares de paso se encuentran restringidos, cuando no cerrados, evitando cualquier movimiento de masas; los espacios donde el individuo se forma y se desarrolla (escuelas, oficinas, fábricas, etc.) se han desplazado al mundo virtual; la casa (emplazamiento de lo Mismo por antonomasia) se ha convertido en una voluntaria prisión. En estas condiciones un personaje vuelve a cobrar interés, el vagabundo, el nómada. Tal es concebido como una amenaza biológica, como un propagador del virus, como si al carácter nómada del virus se le sumara el vicio social del vagabundeo. Sin embargo (los datos así lo señalan),[12] este demográfico ha resultado, de manera increíble, ser menos afectado por el virus. Las causas de ello pueden ser tan variadas como complejas, una, es que estas personas, en la vida cotidiana, se encuentran ya aisladas, la gente les rehúye de manera automática. En otras palabras, el aislamiento social, que ya experimentaban comúnmente, se agudizó con el comienzo de la pandemia. Otra explicación, que acá exploramos como posibilidad, es que esta crisis, es la vez, causa de la movilidad imparable del capitalismo, un cierto nomadismo derivado de la globalización, pero, al mismo tiempo, un problema propio del sedentarismo, enfermedad de los espacios cerrados, que este demográfico apenas experimenta al vivir en la indigencia.
La cuadriculación del espacio actual es una respuesta furiosa de una lógica del espacio sedentario a un movimiento nómada incontrolable, pero ¿Qué si la respuesta está en vivir los espacios de manera diferente? ¿Qué si tenemos que plantear vidas nómadas dignas? ¿Acaso esas formas de vida repudiadas no tienen algo que enseñarnos, particularmente, en estos momentos de urgencia? Que la actual forma estratificada, “estrializada” y sedentaria forma parte del conflicto de salud que se vive actualmente parece una obviedad, sin duda, en este contexto, se vuelve central la tarea de pensar pero, sobre todo, la de ejercitar la vida nómada en un mundo que tiene, para cada problema, una respuesta que consiste en una cuadriculación de los espacios y en un cálculo de los movimientos.
Bibliografía
- Agamben, Gorgio. La comunidad que viene, Pre-textos, Valencia, 2006.
- Deleuze, Gilles y Guattari, Felix. Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia, Pre-textos, Valencia, 2015.
- Chaverry, Ramón. “Bartleby o la reescritura del espacio político” en Reflexiones marginales, 45, 2018.
- Foucault, Michel. La sociedad punitiva, FCE, Buenos Aires, 2016.
- Foucault, Michel. El cuerpo utópico: Las heterotopías, Nueva Visión, Buenos Aires, 2010.
- Hobbes, Thomas. El leviatán, Gredos, Madrid, 2011.
- Rousseau, Jean-Jacques. El contrato social, Gredos, Madrid, 2011.
Notas
[1] Estos espacios tienen ciertas características, a saber: congregan individuos marginales; cambian de función en el curso de la historia y del contexto; yuxtapone emplazamientos incompatibles; abren heterocronías (rupturas con un tiempo tradicional); tienen sistemas de apertura y cierre que, de igual forma y al mismo tiempo, las aíslan y las hacen penetrables y; finalmente, crean un espacio de ilusión que tiene la función de hacernos ver como más ilusorio aún el espacio real. Algunos ejemplos de heterotopías son las prisiones y los hospitales, pues son lugares de cierre que congregan individuos marginales, los espejos (ilusiones del espacio real) o los museos (heterocronías que hacen convivir el tiempo efímero del mundo presente con la memoria acumulativa del pasado). Al respecto véase, Michel Foucault, Cuerpo utópico: Las Heterotopías, pasimm.
[2] Afuera significa, en muchas lenguas europeas, “a las puertas”. Fores, nos dice Agamben, significa en latín, a las puertas de la casa, Thyrathen, en griego equivale a “en el umbral”, así, “el afuera no es un espacio diferente que se abre más allá de un espacio determinado, sino que es el paso, la exterioridad que le da acceso…”. Giorgio Agamben, La comunidad que viene, P.58.
[3] En otro lugar he expuesto el ejemplo literario de Bartleby en relación con la creación de heteriotopías, en él afirmaba que la conocida frase del escribiente, I would prefer not to, es expresada siempre en relación de la conquista del espacio. La primera vez que es proferida, el amanuense permanece en su lugar: “[…]le dije lo que debía hacer, esto es, examinar un breve escrito conmigo. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando, sin moverse de su lugar […]”. Que el espacio se encuentra en el centro del problema cuando el amanuense utiliza esta frase queda manifiesto cuando la solución para lidiar con ello es “echarlo a puntapiés”. En las páginas siguientes vemos cómo se recrudece el conflicto, con su actitud pasiva, pero invasiva, Bartleby se va quedando con la oficina hasta vivir permanentemente en ella. Su frase, su actitud, desarman al abogado en cada intento por sacarlo, de tal suerte que, el amanuense, termina expulsándolo de su propia oficina. Si hasta aquí la cuestión del espacio es evidente, al final, se hará central pues esa fuerza disruptiva que representa Bartleby toma el edificio completo. El abogado se ve forzado, por su antiguo casero, para hablar con Bartleby (quien ahora vive sentado en los pasamanos de la escalera y durmiendo en la entrada). Dice el casero “Todos están inquietos; los clientes abandonan las oficinas; hay temores de un tumulto […]”. La presencia de Bartleby parece poder ocuparlo todo, contagiarlo todo, así, el amanuense se ha convertido en una amenaza para la “correcta” distribución del espacio. El fracaso de las diligencias del abogado, aunada a la desesperación de los vecinos, provoca que Bartleby sea arrastrado, finalmente, a la cárcel. Curiosamente éste no es propiamente encerrado sino que vive en libertad dentro de la prisión, en los patios de la misma. La muerte de Bartleby deja una última imagen: dentro de los muros que rodeaban la prisión, excluyéndola de todo ruido exterior, a los pies el abogado, crecía un suave césped “Era como si en el corazón de las eternas pirámides, por una extraña magia, hubiese brotado de las grutas una semilla arrojada por los pájaros”. Al respecto, véase: “Bartleby o la reescritura del espacio político” en Reflexiones marginales, No. 45, 2018.
[4] Rousseau, Jean-Jaques, El contrato social, Libro 1, Capítulo IV, p.266.
[5] Hobbes, Thomas. Leviatán, Capítulo 13, p. 105.
[6] Ibíd.
[7] Foucault M., La sociedad punitiva, pp. 63-72.
[8] Ibíd.
[9] Los dos ejemplos, desde lo lúdico, que ponen Deleuze y Guattari para distinguir el Estado de la Máquina de guerra son el ajedrez y el Go. El ajedrez es un juego de Estado, de Corte, tiene piezas codificadas, jerarquías, funciones estructuradas; el jugador busca distribuirse en un espacio cerrado, consiste en ocupar un máximo de casillas con un mínimo de piezas. El Go, contrario al ajedrez, tiene unidades no codificadas, colectivos, las piezas son anónimas, una pieza puede cambiar una constelación de espacios y terminar arrasando muchas fichas del rival; además, siempre tiene la posibilidad de surgir en cualquier punto. Al respecto véase: Gilles Deleuze y Feliz Guattari, Mil mesetas, pp. 360-420.
[10][10] Al respecto, véase: Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia, 483-509.
[11] En otro lugar ya se habló del dispositivo biopolítico que supone la pandemia actual, al respecto, véase: “Sobre un dejo biopolítico en las lecturas filosóficas de la actualidad” en Reflexiones marginales, número especial 8: coronavirus, mayo, 2020.
[12] Milenio: “¿Personas en situación de calle resistentes al covid? Hay 3 hipótesis” visto el 13 de Julio del 2021 en: www.milenio.com/politica/comunidad/personas-situacion-calle-resistentes-covid-3-hipotesis.