Más Kant y menos Hawking

NEBULOSA DE LA HORMIGA

 Resumen

En su póstumo libro, Stephen Hawking negó la existencia de Dios alegando que antes del Big Bang no había tiempo, motivo por el cual la pregunta por la existencia de Dios resulta ser absurda y sin valor científico. No obstante, Hawking olvidó que la misma teoría del Big Bang es una hipótesis deducida por la razón, pero indemostrable empíricamente, motivo por el cual Hawking cometía el mismo error que los dogmáticos: afirmar taxativamente algo cuando no se tienen evidencias irrefutables. En el presente artículo aplicaremos la epistemología kantiana para demostrar que la teoría científica del Big Bang parte y comparte la misma razón fundamental que la idea de Dios, a saber, los postulados de la razón.

Palabras clave: big bang, ciencia, filosofía, Hawking, Hume, Kant.

 

Abstract

In his posthumous book, Stephen Hawking denied the existence of God, claiming that before the Big Bang there was no time, which is why the question about the existence of God turns out to be absurd and without scientific value. However, Hawking forgot that the Big Bang theory itself is a hypothesis deduced by reason but empirically unprovable, which is why Hawking made the same mistake as the dogmatists: to state conclusively something when there is no irrefutable evidence. In this article we will apply Kantian epistemology to demonstrate that the scientific theory of the Big Bang starts and shares the same fundamental reason as the idea of God, namely, the postulates of reason.

Keywords: big bang, science, philosophy, Hawking, Hume, Kant.

 

Antes de empezar, una aclaración sobre el título: el presente artículo no pretende desacreditar a Hawking en su labor científica, sino poner en entredicho las afirmaciones científicas que van más allá de lo empíricamente demostrable. Así, el presente articulo filosófico discutirá sobre ideas y teorías especulativas, siendo el título un gancho para que el lector se adentre en las siguientes reflexiones. La ciencia no puede afirmar ni negar nada que no sea claro y distinto, como bien diría Descartes, así como tampoco puede ir más allá de sus facultades del entendimiento, como apuntaló Kant. El motivo es sencillo, porque de lo contrario no sólo podemos caer en el error, sino que con mucha probabilidad usaríamos indebidamente las observaciones científicas para imponer nuestra voluntad y teorías metafísicas.

 

En su póstumo libro, Breves respuestas a las grandes preguntas, Stephen Hawking se animó a dar una respuesta categórica a la pregunta que durante mucho tiempo no se atrevió a contestar: Dios no existe. El científico oxoniense niega la existencia de Dios alegando que no tiene sentido formular dicha pregunta porque antes del Big Bang no había tiempo, por lo que no existía el tiempo necesario para que un supuesto Dios creara el universo. De este modo, la pregunta sobre la existencia de Dios es, según Hawking, un ejercicio en vano, tanto como lo seria preguntarse por el punto de inicio de cualquier esfera. En conclusión, o bien podemos afirmar, categóricamente, que no existe Dios, o simplemente que dicha pregunta no corresponde a la ciencia, sino que queda reducida a la moral, algo que desacreditaría a la misma moral: ¿por qué actuar según los dogmas de Dios si éste no existe más que moralmente?

 

Una breve historia sobre la teoría del Big Bang

 

Cuando Hawking afirma que Dios no existe, lo hace basándose en una teoría científica que ya hemos nombrado: el Big Bang. Esta teoría de la cosmología, también conocida como la Gran explosión, explica el principio del universo, es decir, el punto inicial en el que se formó la materia, el espacio y el tiempo, explosión a partir de la cual empezó a expandirse el universo. Así, el término Big Bang no se refiere a una explosión en un espacio ya existente, sino que designa la creación conjunta de materia, espacio y tiempo, una explosión que da lugar al desarrollo del universo en expansión, por lo que la teoría del Big Bang va en sentido inverso: se retrocede hacia el pasado, hasta llegar al punto en el que la densidad de materia y energía se hace infinita. En conclusión, sabemos que el universo tuvo un pasado muy caliente y muy denso y que ahora se está expandiendo, así que si vamos hacia atrás en el tiempo la lógica deductiva nos lleva a pensar que antes era más pequeño. ¿Qué pasó antes en ese instante? Podemos ir hasta 10-36 segundos, a escasísimos instantes del momento de la Gran Explosión, pero antes de eso no podemos decir nada con certeza. Hay especulaciones de todo tipo, no obstante, eso es un enigma todavía mayor que el propio Big Bang, una teoría de la que los cosmólogos están bastante seguros pero que no deja de ser una especulación.

 

Según han demostrado los cosmólogos, la expansión del universo es una evidencia científica tanto empírica como matemática. La primera investigación que abrió el horizonte a la teoría del Big Bang la encontramos a finales de los años 20 del siglo XX, cuando el astrónomo Edwin Hubble demostró que todas las galaxias se están alejando de nosotros y que cuanto más lejos estaban, más rápido era ese alejamiento (ley de Hubble-Lemaître).1 Esta ley, que encajaba con la teoría de la relatividad general de Einstein, llevaba a la deducción lógica de que si el universo observable se está expandiendo entonces en el pasado estaría más junto, por lo que sería más pequeño y que hubo un momento en el que empezara todo. Otro de los pilares clásicos para aceptar el Big Bang es la radiación del fondo cósmico de microondas, una forma de radiación electromagnética que llena el universo por completo descubierta en 1965 por Arno Penzias y Robert Woodrow Wilson. Dicha radiación explica que hubo un momento en el que la temperatura del universo descendió lo suficiente como para que se formaran átomos neutros y los fotones. En el momento en que estos pudieron propagarse libremente se emitió la radiación de fondo de microondas. Como las condiciones del universo en ese momento eran de equilibrio térmico, se había predicho que esa radiación tenía que ser de cuerpo negro. Esta radiación de fondo de microondas no solo se ha encontrado, sino que es el cuerpo negro más perfecto hallado en el universo. La detección de la radiación de fondo de microondas en los años sesenta sirvió para descartar la teoría del estado estacionario que decía que el universo era básicamente el mismo en cualquier momento y lugar, y acabó dando más cobertura científica a la teoría especulativa del Big Bang, nombre que acuñó el astrónomo inglés Fred Hoyle, defensor de la teoría del estado estacionario, en una entrevista de la BBC.2

 

Una tercera evidencia que daba más amparo científico a la teoría del Big Bang fue la que descubrió el satélite Cobe por primera vez en los años noventa: las pequeñas diferencias en la densidad de materia. El fondo de microondas es una radiación homogénea con pequeñas diferencias de temperatura, pero esas pequeñas diferencias son muy importantes, porque si bien podemos observar que el universo no es homogéneo, la lógica nos dice que para que todo eso se haya formado por inestabilidad gravitatoria tuvo que haber algo que lo haya provocado, es decir, un origen. De ahí se deducía que, anteriormente al universo tal y como hoy lo observamos, tenían que existir pequeñas diferencias en la densidad de materia, diferencias que debían reflejarse en el fondo de microondas, y eso fue justamente lo que el satélite Cobe observó. Ahora sólo nos queda la cuarta y última razón que da respaldo a la teoría de la Gran Explosión: la nucleosíntesis primordial, es decir, al periodo durante el cual se formaron determinados elementos ligeros, un breve momento que duró entre 100 y 300 segundos justo después de la Gran Explosión.

 

Los primeros estudios de nucleosíntesis primordial, que consideraban al universo primigenio como un horno nuclear en el cual podía cocinarse la totalidad de la tabla periódica de los elementos, se iniciaron con los trabajos de George Gamow, Ralph Alpher y Robert Hermann en 1940. A pesar de ser una especulación incorrecta, los llevó a predecir el fondo cósmico de microondas partiendo de dos hipótesis: la primera, que el universo, homogéneo e isótropo, puede describirse mediante la teoría de la relatividad general; y la segunda, que la temperatura del universo en sus fases iniciales era lo suficientemente elevada como para presentar un estado de equilibrio estadístico nuclear entre las distintas especies. El misterio creció en la década de los setenta cuando descubrieron que la densidad de bariones calculada en la nucleosíntesis primordial era mucho menor que la masa observada del universo basada en los cálculos de la tasa de expansión, misterio que fue resuelto, en gran parte, postulando la existencia de la materia oscura. La brevedad de la nucleosíntesis es importante porque la temperatura y la densidad del universo cayeron por debajo de lo que se requería para la fusión nuclear, razón que nos lleva a pensar que anteriormente había algo, y ese algo es el Big Bang.

 

Según hemos comprobado, podemos demostrar científica y especulativamente hasta el momento anterior a la supuesta Gran Explosión, porque observamos que el universo se expande, existen unas radiaciones que muestran que la temperatura del universo descendió en un momento determinado desvelando que el universo no siempre fue como es ahora, y por la formación de determinados elementos ligeros en un breve período de tiempo. Cada una de las afirmaciones comentadas son razones para pensar que, detrás de ellas, en otro tiempo, hubo un momento que las provocó. Este momento, sin embargo, no ha podido ser demostrado, tan sólo lo especulamos (Big Bang), porque las evidencias nos han llevado allí. En terminología filosófica, la Gran Explosión sería la causa primera de la expansión del universo, una teoría que es, en sí misma, evidente según la lógica deductiva pero indemostrable empíricamente: no tenemos evidencias empíricas irrefutables. De ahí que la teoría del Big Bang genere tantas dudas, no sólo científicas, sino también y muy especialmente filosóficas. Y es evidente: la teoría del Big Bang es la aplicación del principio de causalidad que en el siglo XVIII Hume tanto criticó, pues según este principio; todo evento tiene una causa y un efecto. Aplicando este principio filosófico, las observaciones comentadas sobre el universo serian el efecto de algo anterior. Ahora bien, no tenemos ni una sola prueba que nos haga pensar que dicha Gran Explosión ocurrió, sino simplemente especulaciones, porque ponemos nuestra lógica (principio de causalidad) por delante de la evidencia empírica.

 

Explicaba el filósofo escocés David Hume hace tres siglos en su obra Tratado de la naturaleza humana que la relación causal se ha concebido tradicionalmente como una “conexión necesaria” entre la causa y el efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa: conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce. Sin embargo, no sólo las conexiones no son necesarias, defendía el filósofo, sino que son un recurso que sólo podemos aplicar en el pasado porque tienen base empírica; llegamos a la relación causa-efecto gracias a la observación, y ésta la podemos aplicar en el pasado porque lo hemos experimentado, pero de ahí no podemos afirmar categóricamente que en el futuro también pase, pues sin experiencia no hay verificación. De este modo, y aplicando las reflexiones de Hume, llegamos a la conclusión de que la teoría del Big Bang es gracias a la relación que en la necesidad epistemológica de buscar siempre una causa a los efectos, pero esta relación que hacemos no siempre es necesaria ni tampoco demostrable.

 

Años más tarde, el filósofo prusiano Immanuel Kant, aún después de contradecir a Hume en diferentes reflexiones (a pesar de considerarlo también como el filósofo que lo despertó el sueño dogmático), defendió, como lo hizo Hume, que descubrimos que todo efecto tiene una causa mediante la observación de la regularidad en la que se produce la relación de un efecto con su causa, pero que si realizamos dicha conexión es porque existen ciertas condiciones de posibilidad que lo permiten. Kant aplicó a Hume, pero quiso ir un poco más allá, pues sostenía que no realizamos las conexiones causa-efecto sólo mediante la experiencia sensible como diría Hume, sino que esas relaciones racionales las realizamos gracias a la intervención de las categorías del entendimiento. De ahí que Kant defendiera que el principio de causalidad es una de las categorías a priori del entendimiento, y que por lo tanto no proviene de la experiencia, como defendía Hume, sino que tiene un carácter necesario y universal. Esta fue una de las tesis primordiales de su principal obra la Crítica de la Razón Pura, pero no sólo porque en la misma obra Kant demostró que la razón llega a ideas sintéticas por silogismos, ideas que surgen por englobar juicios del entendimiento hasta hacerlos incondicionados, ideas que no servirán para la ciencia, pero sí tendrán un uso regulativo como postulados de la razón.

 

Kant y las ideas de la razón

 

En la Crítica de la Razón Pura, Kant quiso averiguar qué es aquello que se puede saber, preguntándose por los límites de la metafísica, si es posible o no una metafísica en general. Su pregunta última consistía en si la metafísica puede darse como ciencia y ofrecer el conocimiento que ésta promete, ya que la metafísica parece darse como inmanente al ser humano. En este sentido, la metafísica busca las ideas incondicionadas que hacen posible las condicionadas, es decir, ideas que hacen posible otras ideas menores. Esta característica de la metafísica trasciende la propia experiencia y formula los postulados de alma, mundo y Dios como totalidades a partir de conceptos a priori de toda experiencia, siendo ideas incondicionales que posibilitan a otras condicionadas. Estas ideas incondicionadas corresponden a la Dialéctica Trascendental, la última fase de la estructura del razonamiento humano que logra las ideas incondicionadas a través de silogismos, a la que llegamos tras pasar previamente por la sensibilidad o Estética Trascendental, y el entendimiento o Analítica Trascendental.

 

Explica Kant en la Estética Trascendental (la primera parte de la Crítica de la Razón Pura) cómo percibimos los objetos. Según el de Königsberg, los objetos se encuentran fuera de nosotros y por ello los percibimos con los sentidos; por un lado, percibimos su espacialidad, que corresponde a nuestro exterior, y por otro lado percibimos su temporalidad, que corresponde a nuestro interior. De este modo, según Kant, no podemos representarnos nada fuera del espacio y el tiempo, sino que ambos son a priori; las condiciones de posibilidad de nuestro conocimiento e intuiciones puras de la sensibilidad. Dicho de otro modo, todo objeto se da en un espacio y un tiempo y son éstas las condiciones que posibilitan que nuestros sentidos puedan captar los objetos. En definitiva, el espacio y el tiempo no representan ninguna propiedad de las “cosas-en-sí”, sino que son las formas puras de la sensibilidad, y esto quiere decir que, como seres humanos, sólo conocemos los fenómenos que se dan en el espacio y el tiempo, es decir, con la experiencia y, por lo tanto, solo podemos conocer los objetos de manera relativa: según nuestras condiciones sensibles de conocimiento.

 

Ahora bien, y como sostiene Kant, si sólo percibiéramos los objetos a través de los sentidos no podríamos diferenciar un objeto de otro ni tampoco sus movimientos, por lo que nuestras intuiciones sensibles serían ciegas. Necesitamos formalizar, dar forma a nuestras intuiciones sensibles. Justo aquí entra la Analítica Trascendental, segunda parte de la Crítica de la Razón Pura; en ella, Kant trata de hallar la lógica trascendental, es decir, el conjunto de los elementos a priori del conocimiento intelectual. Es lógica porque toca las leyes del entendimiento, y es trascendental porque son elementos a priori que hacen posible la aprehensión de los objetos de la experiencia percibidos por la sensibilidad, por lo que el entendimiento piensa los objetos que percibimos con los sentidos, haciendo que las intuiciones dejen de ser ciegas. Para ello, Kant buscó qué conceptos son los que posibilitan el conocimiento de los objetos. Concluyó, entonces, que un concepto es la representación de otra representación y el juicio es la referencia de un objeto a otra representación: sólo en el juicio se daría el concepto. De ahí que la función del entendimiento consista en la acción de ordenar diversas representaciones bajo una unidad superior, es decir, de referir un concepto a varias representaciones. Los conceptos se refieren a los objetos, y en esta actividad les da forma, por lo que los conceptos son la condición de posibilidad gracias a la cual conocemos los objetos del modo en que lo hacemos: mientras que la “materia” del objeto la obtendríamos por la sensibilidad, la “forma” se la darían los conceptos, siendo la imaginación la encargada de hacer la síntesis de tal reproducción. Por lo tanto, un objeto es una síntesis de representaciones, es decir, una “multiplicidad” percibida por la sensibilidad que es aunada bajo un concepto. El “objeto”, pues, sería una imaginación elaborada desde los conceptos y la sensibilidad, siendo éstos las diferentes maneras de poner la unidad de la conciencia en relación con las representaciones.

 

Hasta aquí la epistemología kantiana en cuanto al entendimiento se refiere, pero el conocimiento del ser humano no se detiene aquí, sino que rebasa sus propios límites de la experiencia. La Dialéctica Trascendental de la Crítica de la Razón Pura es la parte de la lógica que investiga el uso del pensamiento más allá de los límites de la experiencia posible. Dicho de otro modo, es el estudio de la razón que tiene como facultad conocer por meros conceptos sin referirlos a la experiencia, usándolos de manera lógica, derivando las ideas trascendentales. Así, las ideas trascendentales son representaciones mentales que no tienen representación en la realidad empírica, por lo que llegamos a ellas a través de silogismos producidos por la razón. Esta forma de proceder de la razón demuestra que ésta no se refiere a los objetos de la experiencia, sino directamente a los conceptos y juicios del entendimiento, intentando unificarlos en un principio superior: la razón busca la condición general de un juicio, la conclusión de un incondicionado que posibilite a los condicionados. Conclusión: todo concepto puro de la razón se convierte en incondicionado (sin representación empírica), mientras que los conceptos del entendimiento están condicionados (con representación empírica). Por este motivo, defendía Kant, la razón busca aquellos conceptos que sean siempre sujetos y nunca predicados, es decir, aquellas ideas que no tienen representación en el mundo empírico pero que posibilitaran su conocimiento moral: alma (yo), mundo (libertad) y Dios. De ahí que Kant defina estas ideas como “regulativas”, pues no se aplican a nada sensible, pero sirven, sin embargo, para dar unidad superior y, por lo tanto, son sólo pensamiento.

 

En conclusión, para el filósofo de Königsberg la razón humana tiene la tendencia de buscar un conocimiento superior al dado, siendo el uso de las ideas inmanente al ser humano. Estas ideas constituyen una especie de reglas heurísticas o metodológicas que guían la investigación intelectual hacia cierta sistematicidad en los procesos empíricos, de igual modo que el entendimiento se encarga de la unidad de los fenómenos con los conceptos. Dicho de otro modo, las ideas de la razón son un exceso por parte de la razón pues no demuestran nada empírico, sino que realizan un ejercicio lógico, atribuyéndole a sus intuiciones empíricas respuestas ideales: no llegamos a las ideas de alma, mundo y Dios por la experiencia, sino a través de una síntesis, imaginativa y particular, de nuestras experiencias internas (alma) y externas (mundo) y su unidad (Dios), actuando como si estas fueran ciertas. En conclusión, las ideas de la razón no son ciencia, sino metafísica pues sus conocimientos van más allá de lo empíricamente demostrable, y a pesar de que todos lleguemos formalmente a dichas ideas, nunca su concreción es igual para todos. Es precisamente por este motivo que la metafísica se muestra como una ciencia imposible, ya que pretende unificar toda la experiencia en un gran sistema, en función de tres grandes totalidades: yo, mundo y Dios. La metafísica como ciencia no es posible según Kant, puesto que no hay objetos de experiencia que correspondan a las tres ideas básicas de la razón. Así, nada podemos decir del yo (alma), del mundo y Dios de manera universal, pues son ideas producidas por el modo silogístico del procesar de la razón, motivo por el cual su uso no es científico, sino regulativo: no sirven como base de conocimiento científico, sino como uso justificativo moral, siendo postulados que actúan como condición de posibilidad de las acciones morales.

 

Más Kant y menos Hawking

 

Según Kant, la razón humana tiende a aunar las experiencias en ideas cada vez menos incondicionadas de modo silogístico, por lo que dichas ideas están cada vez más alejadas de la experiencia sensible. No obstante, todos los humanos llegaríamos a la globalización y sintetización de experiencias en ideas, aunque ello no significa que las ideas a las que lleguemos sean iguales: llegamos a las ideas formalmente del mismo modo, pero sus contenidos son completamente diferentes, diversos y múltiples. Estas ideas que formamos nos sirven para actuar en nuestro mundo pues son ideas que tienen un uso regulativo, es decir, que justifican valorativamente nuestras decisiones y acciones, pero no sirven para el conocimiento. De ahí que sostuviera Kant que son postulados, es decir, una proposición no evidente por sí misma, ni demostrada, pero que, a diferencia de un axioma, se acepta, ya que no existe otro principio al que pueda ser referida. A lo largo de la historia del pensamiento humano han existido diferentes postulados, no sólo en filosofía, sino también en matemáticas, biología y, como no, en física. Lo que nos atañe ahora es preguntarnos si la teoría del Big Bang es o no un postulado.

 

En física, un postulado es una hipótesis que conduce a resultados compatibles con las observaciones experimentales, aceptada provisionalmente como hipótesis. De este modo, los postulados científicos resumen la experiencia disponible sobre un concepto en cuestión, de ahí que nos preguntamos si la teoría del Big Bang es o no un postulado. Según hemos podido comprobar, las observaciones del universo nos demuestran que el universo se expande, existen unas radiaciones que muestran que la temperatura del universo descendió en un momento determinado, desvelando que el universo no siempre fue como es ahora, y existen determinados elementos ligeros que se produjeron en un breve período de tiempo. Estas observaciones tienen una causa común, a saber, que algo más caliente y con capacidad de expandirse las provocó, por lo que llegamos a la conclusión que fue una explosión. Esta explosión resume los datos observables. De este modo, podemos afirmar las siguientes conclusiones: primera, que la teoría del Big Bang no es evidente por sí misma, sino que llegamos a través de una deducción de observaciones previas; segunda, que no está demostrada ya que excede nuestra experiencia, es decir, no tenemos datos empíricos de dicha explosión, sólo una deducción lógica; tercera, la teoría de la Gran Explosión se acepta como la teoría más acertada, incluso ha descartado otras especulaciones como la de la teoría del estado estacionario; y cuarta y última, dado que el universo se expande, esto significa que pasa de ser más pequeño a ser más grande, de cero a más, por lo que es una teoría que no puede ser referida a otra, ya que es la causa del inicio del universo y su expansión.

 

En resumen, la teoría del Big Bang sólo responde a la relación racional que hacemos de la causa de los efectos observables del universo, por lo que deducimos lógicamente que debería existir un origen de su expansión, de su enfriamiento y de la creación de sus elementos. No obstante, esta deducción es fruto de la razón, como diría Kant, pero no de la sensibilidad ni del entendimiento, pues no hemos podido inferir una relación de lo observado sensiblemente con nuestro entendimiento en la medida en que nunca hemos podido observar el momento “cero” que supone el Big Bang. De este modo, la teoría del Big Bang deviene el postulado porque, aplicando la razón más allá de nuestra experiencia, llegamos a una idea que justifica y da sentido a las observaciones que hemos realizado del universo, es decir, da una respuesta especulativa de lo que podría haber ocurrido previamente, dotando de sentido lógico nuestras experiencias sensibles. No es desacertado señalar que la teoría de la Gran Explosión la podríamos comparar con el relato bíblico del Génesis, ya que tanto la teoría física como Dios son ideas, postulados indemostrables, que hacen posible la comprensión del universo: no son ideas falsas, sino ideales a los que hemos llegado por silogismos y que dotan de sentido a aquello que observamos, pero ideales al fin y al cabo que no podemos demostrar. En conclusión, y siguiendo el razonamiento kantiano, la teoría del Big Bang no pertenece tanto al campo de la ciencia, sino al de la metafísica,3 pues aplicando el principio de causalidad damos una respuesta ideal absoluta a unas observaciones empíricas concretas, es decir, damos una respuesta que está más allá de toda experiencia, justificando moralmente nuestras observaciones.

 

Iniciábamos el artículo comentando que, en el libro póstumo de Hawking, Breves respuestas a las grandes preguntas, contesta categóricamente que Dios no existe porque antes del Big Bang no había tiempo. Al realizar dicha afirmación el oxoniense asume como cierta, y por lo tanto como científica, la teoría del Big Bang, cuando en realidad es tan sólo una teoría especulativa que todavía no se ha demostrado empíricamente y que, por lo tanto, pertenece más al campo de la metafísica que al de la ciencia. De este modo, y después del razonamiento realizado a lo largo del artículo, podemos afirmar que la respuesta de Hawking es, en términos cartesianos, un mal uso de su voluntad, y en términos kantianos, un exceso de la razón, porque Hawking acepta una idea que surge de una deducción lógica como cierta cuando no es clara ni distinta al no haber sido demostrada. En este sentido, el físico comete exactamente el mismo error que comenten los dogmáticos religiosos, a saber, transformar en cierto algo que no hemos podido demostrar: afirma ciegamente un hecho que sólo existe como posibilidad. Por ello, y sin menospreciar la tarea física del oxoniense, nos conviene metafóricamente leer más a Kant que a Hawking porque los científicos también comenten los mismos errores que los dogmáticos, a saber, utilizar las ideas para imponer su voluntad, a saber, su verdad. Como bien sostuvo Nietzsche, la sombra de Dios se alargará durante siglos después de su muerte, y la ciencia moderna, a menudo, se realiza tras esa larga sombra de la que debería desprenderse.

 

Bibliografía

  1. Hawking, Stephen, Breves respuestas a las grandes preguntas. Editorial Crítica, Barcelona, 2018.
  2. Hume, David, Tratado de la naturaleza humana, Tecnos, España, 2005.
  3. Kant, Immanuel, Crítica de la razón pura, Taurus, España, 2005.

 

Notas
1 Para una mejor definición ver “La web de Física”. «Ley de Hubble – Lemaître, (anteriormente conocida como Ley de Hubble)». Consultado el 5 de junio de 2020.
2 Fred Hoyle, físico y matemático británico conocido principalmente por su teoría de la nucleosíntesis estelar y defensor de la teoría del universo estacionario, rechazaba la teoría del “Big Bang”, motivo por el cual en marzo de 1949 dio una charla de 20 minutos en la BBC sobre la nueva teoría cosmológica propuesta por Gamow y Georges Lemaître a la que llamó tres veces “Gran explosión” (Big Bang), acuñándose de este modo el nombre de la teoría del inicio del universo.
3 Recordemos que metafísica significa, etimológicamente, “más allá de la física” (Tα Μετα Tα φυσικά), término que fue acuñado por Andrónico de Rodas en el siglo I d.C. quien, al ordenar los libros de Aristóteles, no consiguió clasificar los que componen la Metafísica dentro de la lógica, la moral o la física, de modo que resolvió ponerlos “después de aquellos que trataban de física”. De este modo, la metafísica devino la rama de la filosofía que estudia los principios fundamentales de la realidad, como la entidad, el ser, la existencia, la relación, la causalidad, el espacio y el tiempo.