Cioran y la locura

FRANCISCO DE GOYA, “EL MANICOMIO” (1814)

 

 

Trad. M. Liliana Herrera A.

 

Resumen

Cioran muestra su fascinación por el loco y su inteligencia en sus Cuadernos. El tema de la locura, desde Cioran, puede ser entendido desde diferentes lugares: la locura como accidente fisiológico; la locura como dolor; la locura como liberación de los sufrimientos; la locura como incapacidad de simular y la locura como la imposibilidad de tener bajo control la ambigüedad enfermiza presente en cada uno de nosotros. 

Palabras clave: locura, dolor, sufrimiento, accidente fisiológico, anormal, lucidez.

 

Abstract

Cioran shows his fascination for the madman and his intelligence in his Notebooks. The theme of madness, from Cioran, can be understood from different places: the madness as a physiological accident; the madness as pain; the madness as liberation from suffering; the madness as the inability to simulate and the madness as the impossibility of controlling the sick ambiguity present in each one of us. 

Keywords: madness, pain, suffering, physiological accident, abnormal, lucidity.

 

Si el miedo de Cioran frente a la locura es descifrado leyendo sobre todo los fragmentos de tema íntimo presentes en sus Cuadernos, fragmentos que no fueron destinados a la publicación, reencontramos en toda su obra los numerosos pasajes que confiesan, indirectamente, su fascinación para aquellos afectados por un extravío del espíritu. Se trata o de fragmentos que ponen el énfasis en la inteligencia del loco, en la profundidad de su mirada desengañada, o de presentaciones breves de personas que él ha encontrado que tienen varios sufrimientos físicos de los que relata con precisión gestos o las palabras.[2] La atracción que siente por los locos parece ser motivada por dos tipos de actitud que funcionan simultáneamente. Así, se trata, de un lado, de un modelo clásico que otorga a los locos una lucidez superior a otros semejantes, que les da acceso a una cara de la realidad, impenetrable para otros, ofreciéndoles una precisión de la visión imposible de igualar por los individuos que se encuentran en los límites de la normalidad mediocre. Revelador en este sentido es el retrato del loco del asilo de Sibiu:

 

En la primavera de 1937, cuando me paseaba por el parque del hospital psiquiátrico de Sibiu, en Transilvania, un ‘pensionista’ me abordó. Cambiamos algunas palabras, luego le digo: ‘Se está bien aquí. Comprendo. Por esto vale la pena estar loco.

Me respondió.

Sin embargo, se está en una especie de prisión. Pero vivimos sin la menor preocupación. Además, la guerra se acerca, usted lo sabe tanto como yo. Este lugar es seguro. No nos movilizan y tampoco bombardean un manicomio. En su lugar, me haría internar en seguida. Turbado, maravillado, lo dejé, y traté de saber más sobre él. Me aseguraron que era realmente loco. Loco o no, nadie jamás me había dado un consejo más razonable.[3]

 

De otro lado, el interés de Cioran por todo lo que llega a ser chocante, insólito, extraño, por los comportamientos provocadores e iconoclastas, es colmado perfectamente por su propia experiencia al frecuentar a los locos, quienes le ofrecen el material suficiente para una verdadera antología de la rareza. Gracias a la atención que les presta, entran en escena la finlandesa vestida de negro que pretende dramatizar;[4] una amiga traída al asilo por ausencia total de miedo;[5] la anciana que “[…] esperando de un momento a otro el derrumbamiento de su casa, pasa sus días y noches al acecho”,[6] escuchando los crujidos, irritada por el hecho de que el acontecimiento mismo no se produce; Jean-Yves Goldberg, encerrado en sí mismo como una esfinge, fijándolo con una “mirada lejana”;[7] la bretona que sufría de manía de persecución que encontró por la noche en la calle;[8] la anciana que correría para coger un pedazo de los tiempos;[9] X, gravemente afectado, dejando observaciones que tocan el cretinismo y el genio;[10] o la monja que capta su atención a través de la lectura: “Leo en un estudio psiquiátrico el caso de una monja que, con una aguja mojada en su sangre, escribe sobre una hoja de papel: “¡Oh, Satanás, mi Dueño,  me consagro a ti para siempre!”[11] Todas estas figuras atípicas merecen ser citadas porque se salen de la media de la vida normal, y los importantes residuos románticos de Cioran lo llevan a hacer cuidadosamente un inventario para oponerlos a las existencias comunes que lo rodean porque introducen lo inhabitual, la sorpresa, lo imprevisto de una civilización asfixiada por la banalidad y la esterilidad, transgrediendo el dulce alejandrinismo de Occidente en vías de descomposición a causa de su prosperidad y del agotamiento irreparable de  sus recursos vitales. El loco te obliga a tener una reacción, te fuerza a percibir, a lo menos por un momento, la dimensión monstruosa del mundo, su lado abismal y solemne negando la asimilación lacónica de la estupidez o del conformismo, por sobre toda ideología o todo punto de vista moral. La existencia del loco es un escándalo, un desafío al buen orden supuesto del mundo cuyas grietas se vuelven evidentes en contacto con su ser completamente imprevisible que permite desmitificar la plácida Weltanschauung (visión de mundo) del gentilhombre burgués. Además, en un universo fútil y mezquino, la intrusión de la demencia puede también recibir una dimensión estética si el loco no es considerado ya desde el punto de vista de su enfermedad, si se hace caso omiso de su sufrimiento y de su marginalidad para que toda su existencia sea examinada a través de una óptica puramente teatral, y su ser empírico se ha evacuado en interés del personaje al que logra representar.

 

Aparte de la pasión entomológica con la cual registra todos los retratos de los locos que encuentra, Cioran consagra numerosas reflexiones al intento de sorprender las características de las enfermedades psíquicas. Extremadamente diferentes todas en amplitud, tonalidad o inspiración, las observaciones de Cioran parecen estar subordinadas a las grandes cuestiones: ¿qué es la locura? ¿cómo se manifiesta? ¿cómo podemos prevenir su liberación?

 

I

 

La primera cuestión recibe muchas respuestas diferentes, comenzando con las respuestas lapidarias, caprichosas y cortantes, invocadas una sola vez como soluciones posibles de un problema, continuando con otras respuestas más elaboradas y sofisticadas sobre las cuales Cioran vuelve periódicamente.

 

  1. La locura como accidente fisiológico: “El espíritu casi no es nada cuando se lo contempla en la óptica de la locura. Está a merced de un accidente, funciona por la gracia de una química impura. Que un poco de sangre se vuelva grumo, y su suerte está Mejor vale no detenerse en estas miserias”.[12]

 

  1. “La locura no es quizá más que un dolor que no evoluciona más”.[13]

 

  1. La locura como la liberación de los sufrimientos. Desde esta perspectiva descrita en Breviario de Podredumbre, partiendo de la patética diatriba de Gloucester provocada por la enfermedad de rey Lear, la locura es una forma de evasión, una separación salvadora entre la intervención circular del intelecto y el mundo de las reacciones emotivas, un encarcelamiento curativo en el universo tautológico del delirio que tiene como fin la liberación de un sufrimiento vuelto insoportable, el hundimiento del sujeto en el negro protector de la El modelo construido por Cioran, probablemente influenciado también por la visión sobre la locura de Schopenhauer, es el de una esquizofrenia benéfica, convertida en la única solución eficaz para mantener a distancia al individuo de la desgracia que amenaza su existencia. El espíritu, incapaz de soportar la intensidad del dolor, es sacrificado por la vida que debe continuar a todo precio, aún si para ella sea necesaria una escisión definitiva del sujeto, aún si se deba recurrir al desencadenamiento despiadado de la enfermedad:

 

Para separarnos de nuestras penas, nuestro último recurso es el delirio; sujetos a extravíos, no encontramos más nuestras aflicciones: paralelos a nuestros dolores y al lado de nuestras tristezas, divagamos en una oscuridad saludable. […] Aspiro a las noches del idiota, a sus sufrimientos minerales, a la felicidad de gemir con indiferencia como si fuera los gemidos de otro, a un calvario donde se baila y se ríe burlonamente suprimiéndose.[14]

 

  1. La locura como la incapacidad de Si el estado de normalidad supone la maestría plena de virtuosismo de las numerosas técnicas de camuflaje, el conocimiento de algunas indispensables características de comediantes, de un equipaje complejo de nociones implícitas sobre la simulación y la disimulación, la puesta en ejecución de diversas caras de la hipocresía, todas estas cosas que son consideradas como indispensables para poder guardar el equilibrio de la sociedad, para evitar el conflicto generalizado al cual podría llevar la búsqueda sin cesar de la verdad y la exigencia inflexible de la sinceridad, la locura se presenta a Cioran como una enfermedad que tiene por resultado la pérdida de las costumbres impuestas por la civilización que animan a llevar la máscara, para volverse a las reacciones naturales, a la brusquedad de las respuestas instintivas. El filtro de la razón no funciona más en el caso del loco, su fuerza inhibitoria no puede más manifestarse, y la naturalidad reprimida voluntariamente se ve devuelta a la superficie, reinando con mucha espontaneidad, sobre todo el esqueleto de su comportamiento vuelto así dinámico, directo e imprevisible: “X – ¿Por qué está loco? Porque no disfraza, porque jamás puede disfrazar su primer movimiento. Todo en él se encuentra en estado bruto, todo en él evoca el impudor de la verdadera naturaleza”.[15] Pero el tipo de sinceridad propuesto por el loco no está adaptado a los mecanismos sociales bien conocidos que tienen como objetivo la homogeneización de los individuos, la armonización de sus sentimientos gracias a un proceso amplio de domesticación imaginado con el fin de reprimir eficazmente sus viejas pulsiones, de modelar sus necesidades conforme a una media considerada aceptable.

 

Para no volverse contagiosa, la sinceridad del loco es censurada por su marginación definitiva, alejándolo agresivamente de la esfera del juego social enviándolo al asilo: “Nos atrincheramos detrás de nuestro rostro; el loco se traiciona por el suyo. Se ofrece, se revela a otros. Habiendo perdido su máscara, publica su angustia, se la impone al primero que llega, expone sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se lo amarre y que se lo aísle”.[16]

 

  1. La locura como la imposibilidad de tener bajo control la ambigüedad enfermiza presente en cada uno de nosotros. Esta última explicación propuesta por Cioran, sostenida por un número mayor de fragmentos en sus escritos supone que la diferencia entre la normalidad y la locura no tiene que ver nada con la calidad, sino con el grado, siendo completamente dependiente del modo a través del cual el sujeto puede limitar las tentativas de expansión de la demencia difusa que se encuentra en sí. Si la normalidad implica un buen manejo de la relación con las fuerzas tenebrosas del sí mismo, si tiene por base el bloqueo de los torrentes patológicos de lo irracional cuya aglutinación peligrosa está bloqueada gracias a un sistema de esclusas y de presas que impiden su desencadenamiento obligándolas a quedarse en la oscuridad, la locura representa el fracaso del intento de dominar los impulsos extraños del sí mismo, la impotencia para detener su infiltración al nivel del conocimiento y de impedirles volverse evidentes. En este sentido, Cioran parece estar muy próximo a Valéry para quien “[…] el hombre de mente sana es aquél que lleva el loco en el interior”,[17] pues él llama la atención sobre hecho de que la dudosa frontera entre la normalidad y la alienación depende de la manera en la que la persona sabe administrar su potencial de desequilibrio, en la que su voluntad logra controlar los impulsos rebeldes que amenazan con destruir su subjetividad. Convencido de que cada uno debe agotar la dosis de locura que recibió al nacer para desaparecer luego,[18] de que no existe ninguna posibilidad de ser eximido de la confrontación con “[…] el demente que espera, que se prepara y se organiza antes de declararse”,[19] observando atentamente en nosotros mismos el momento preciso para tomar ventaja, vampirizándonos la conciencia, Cioran nos advierte sobre los peligros que nos rodean permanentemente insistiendo en el dramatismo de la batalla que libramos todos para quedar en los límites de la Y aunque finalmente conseguimos hacer frente al enemigo interior, nuestra victoria sólo es parcial e implica serias concesiones cediendo a la locura el espacio onírico: “En nuestros sueños taladra el loco que está en nosotros; después de haber comandado nuestras noches, se duerme en lo más hondo de nosotros mismos, en el seno de la Especie; algunas veces sin embargo lo escuchamos roncar en nuestros pensamientos…”[20]

 

II

 

En cuanto a los signos que revelan la instalación de la locura, Cioran sólo confía en sus propias observaciones, registrando gradualmente un número significativo de gestos y actitudes que considera reveladores para el comportamiento de un espíritu enfermo. Un papel importante en esta búsqueda de indicios digna de un detective, es el que juega el análisis de la sonrisa, al que Cioran da una gran importancia en la operación de circunscripción de la demencia. Partiendo de la certeza de que la sonrisa es un signo de salud y de equilibrio, observa que el loco “más que sonreír, ríe”,[21] y en otro contexto afirma que para saber si alguien será atacado por la locura, basta con observar su sonrisa porque:

 

Es sospechosa la sonrisa que no se adhiere a un ser y que parece venir de otra parte, de otro, […] nuestra sonrisa dura lo que debe durar, sin prolongarse más allá de la ocasión o más allá del pretexto que la suscitó. Como sólo se insinúa sobre nuestro rostro apenas sí la percibimos: está pegada a una situación dada y se agota al instante. La otra, la sospechosa sobrevive a acontecimiento que la originó, se retrasa, se perpetúa, no sabe cómo desvanecerse […] Florece como suelta e independiente de nuestro interlocutor: sonrisa en sí, sonrisa terrorífica, máscara que podría recubrir no importa qué rostro: el nuestro, por ejemplo.[22]

 

Al lado de esta máscara inquietante en la que la sonrisa del loco se transforma señalando dramáticamente su extravío, existen otros signos que revelan la enfermedad. Según Cioran, la locura implica una serie de obsesiones cosmogónicas,[23] un interés evidente orientado exclusivamente hacia el futuro[24], las soluciones de los fracasos buscando un chivo expiatorio,[25] la incapacidad de guardar una homogeneidad mental de cretinismo y de genio,[26] la desaparición de la fluidez de la reflexión y su sustitución por “relámpagos”,[27] la intensa preocupación por la relación con la divinidad: “No encontré un solo espíritu trastornado que no hubiera tenido curiosidad por Dios. ¿Debemos concluir que existe un lazo entre la búsqueda de lo absoluto y la desagregación del cerebro?”[28]

 

Cioran subraya también dos características comunes a la locura y al estado de normalidad. Primero, se trata de la impertinencia que considera como “[…] el primer grado de la locura”[29] porque impide al individuo conocer su propia pequeñez, la falta de valor, sus verdaderos límites. Segundo, se trata de los celos, sentimiento universal que estalla incluso entre los locos en sus momentos de lucidez,[30] emoción que no es atenuada en absoluto por el desencadenamiento de la enfermedad y que guarda toda su energía y toda su virulencia:

 

La locura no asfixia la envidia, ni siquiera la calma. Así X sale del manicomio más envenenado que nunca. ¿Si la camisa de fuerza no logra modificar el fondo de un ser, qué esperar de una cura o hasta de la edad? Después de todo, la demencia es una conmoción más radical que la vejez, pero ésta tampoco parece arreglar nada.[31]

 

III

 

Si para Cioran el principal medio de luchar contra la manifestación de la locura es, como ya lo mostramos, el esfuerzo de tener bajo control las pulsiones informes que aspiran a sobrepasar el límite de la conciencia manifestándose bajo el disfraz de los diferentes síntomas enfermizos, desequilibrando el ser interior del individuo y precipitándolo hacia el caos, dejándolo a merced de los diferentes rostros que la demencia puede tomar, existen, a pesar de todo, otras soluciones mucho más inciertas y mucho más frívolas que podrían impedir la instalación de la enfermedad. Porque a menudo, la demencia está considerada como la continuación infortunada de un exceso de profundidad, de la búsqueda espasmódica de la certeza, para prevenir tal situación, Cioran recomienda el desarrollo de la superficialidad,[32] del diletantismo salvador que protege al individuo de toda trampa posible del abismo. El hombre no debe atesorar sus tristezas y obsesiones, las humillaciones y desgracias; debe exteriorizar lo más de prisa posible su frustración acudiendo a las formas simples de expresión que están a su disposición y que le permiten desembarazarse de su carga. Así, tiene al alcance de la mano el remedio formidable del insulto, “[…] sus virtudes liberadoras, su función terapéutica”,[33] él se puede desquitar en su imaginación, contra aquél que le provocó una terrible humillación,[34] o puede encontrar, como se hacía antes, un responsable sobrenatural y maléfico para sus desgracias: “[…] en el tiempo cuando el Diablo florecía, los pánicos, los pavores, los disturbios eran los males que gozaban de protección sobrenatural: sabíamos quién los provocaba, quién presidía su desarrollo; abandonados ahora a ellos mismos, se han convertido en “drama interior” o han degenerado en “psicosis”, en “patología secularizada”.[35]

 

Si estos remedios prueban ser incompatibles o ineficaces, si incluso la conversión no le parece una solución,[36] quedan todavía dos medios para salir de la crisis: o preocuparse por las molestias diarias, el estancamiento en el prosaísmo anestesiante de la cotidianidad, la evacuación de toda preocupación intelectual a través de la orientación exclusiva de la atención hacia la evidencia tranquila de la trivialidad, hacia la gestión minuciosa de los detalles sórdidos de la vida,[37] o a través de la supresión temporal de la reflexión, de la cura de idiotez.[38]

 

Más allá de estos grandes temas de reflexión suscitados por sus interrogaciones sobre la locura, existen también algunos fragmentos que dan testimonio de la curiosidad con la cual Cioran siempre siguió el fenómeno de la demencia. Uno de ellos se concentra en el modo en el cual el loco se relaciona con su propia enfermedad,[39] la manera en la que siente o no su enfermedad. Otro fragmento propone una imagen paradójica,[40] mientras que el tercer fragmento evoca el pesimismo de Cioran en lo que concierne a la posibilidad de curación de la locura: “Mientras que X me telefonea de un manicomio, me digo que no se puede hacer nada por un cerebro, que es imposible arreglarlo, que no se ve cómo actuar sobre mil millones de células deterioradas o rebeldes, en resumen, que el Caos no se repara”.[41]

 

Fascinado por el misterio, por su mecánica excéntrica e imperturbable, por la certeza de las tinieblas que ella propaga, pero atraído en la misma medida por el interrogante impenitente de una razón cautiva en el movimiento de sus investigaciones sin fin, afirmando su admiración por la impersonalidad de la catatonia pero sin ser capaz de renunciar a la droga de la lucidez, Cioran parece dar la clave de su pensamiento total en un fragmento de una limpidez fulgurante: “El delirio es sin duda más bello que la duda, pero la duda es más sólida”.[42]

 

Bibliografía

  1. Cioran, Emil, Aveux et Anathèmes, Gallimard, Paris, 1987.
  2. __________, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997.
  3. __________, Écartèlement, Gallimard, Paris, 1979.
  4. __________, La Tentation d’exister, Gallimard, Paris,
  5. __________, Le Mauvais Démiurg, Gallimard, Paris,1992.
  6. __________, Précis de décomposition, Gallimard, París, 1949.
  7. __________, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952.
  8. Valery, Paul, Mauvaises pensées et autres, dans Œuvres, II, Gallimard, Paris,

 

Notas
[2] Sobre los 48 fragmentos consagrados a la reflexión sobre la alienación a lo largo de su obra, 12 contienen las descripciones de algunos individuos que Cioran incluye en la categoría de aquellos que sufren de un algún trastorno psicológico.
[3] Cioran, Emil, Aveux et Anathèmes, Gallimard, Paris, 1987, p. 108. En Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p. 51, propone otra visión que guarda el mismo sentido: “Soy como una marioneta rota cuyos ojos hubieran caído hacia el interior».
[4] Ver Cioran, Emil. Entretien avec Verena von der Heyden-Rynsch, dans Entretiens, Gallimard, Paris, 1995, p. 116.
[5] Cioran, Emil, Le Mauvais Démiurg, Gallimard, Paris,1992, p.143.
[6] Cioran, Emil, La Tentation d’exister, Gallimard, Paris, 1956, p. 113.
[7] Cioran, Emil, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997, p. 619.
[8] Ibidem, p. 257.
[9] Cioran, Emil, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p. 48.
[10] Cioran, Emil, Aveux et Anathèmes, Gallimard, Paris, 1987, p. 58.
[11] Cioran, Emil, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997, p. 123.
[12] Ibidem, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997, p. 327.
[13] Cioran, Emil, Le Mauvais Démiurge, Gallimard, París, 1992, p. 140.
[14] Cioran, Emil, Précis de décomposition, Gallimard, París, 1949, p.231.
[15] Cioran, Emil, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997, p. 57.
[16] Cioran, Emil, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p. 58.
[17] Valery, Paul, Mauvaises pensées et autres, dans Œuvres, II, Gallimard, Paris, 1966, p. 848.
[18] Ver Cioran, Emil, Cahiers 1957 – 1972, Paris, Gallimard, 1997, p. 386.
[19] Cioran, Emil, La Tentation d’exister, Gallimard, Paris, 1956, p.197.
[20] Cioran, Emil, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p.141.
[21] Cioran, Emil, Écartèlement, Gallimard, Paris, 1979, p. 167.
[22] Cioran, Emil, La Tentation d’exister, Gallimard, Paris, p.197.
[23] Ver Cioran, Emil, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997, p. 37.
[24] Ver Cioran, Emil, Écartèlement, Gallimard, Paris, 1979, p. 177.
[25] Ver Cioran, Emil, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p. 93.
[26] Ver Cioran, Emil, Aveux et Anathèmes, Gallimard, Paris, 1987, p. 58.
[27] Ibidem, p.104.
[28] Ibidem, p. 114.
[29] Cioran, Emil, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997, p. 629.
[30] Ver Cioran, Emil, Aveux et Anathèmes, Gallimard, Paris, 1987, p. 125.
[31] Cioran, Emil, Écartèlement, Gallimard, Paris, 1979, p. 116.
[32] Ver Cioran, Emil, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p. 104.
[33] Ibidem, p. 77.
[34] Ver Cioran, Emil, Le Mauvais Démiurge, Gallimard, Paris, 1992 p. 174.
[35] Cioran, Emil, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p. 32.
[36] Ver Cioran, Emil, Cahiers 1957 – 1972, Gallimard, Paris, 1997, p .274.
[37] Ibidem, p.438.
[38] Ibidem, p.350.
[39] Ibidem, p.654.
[40] Cioran, Emil, Syllogismes de l’amertume, Gallimard, Paris, 1952, p.85.
[41] Cioran, Emil, Écartèlement, Gallimard, Paris, 1979, p. 131.
[42] Cioan, Emil, Le Mauvais Démiurge, Gallimard, Paris, 1992, p. 170.