Efectos secundarios

IMAGEN DE LA PELÍCULA “SIDE EFFECTS”

 

Resumen

En este texto se exploran los efectos secundarios de la literatura gris y los templos de la infinitud en los que se conserva. Arcas en la nube de tesis depositadas, guardando polvo cibernético cuya función es la justificación curricular. El papel de las universidades, las revistas indexadas y los círculos académicos serán atravesados no sólo con la vivencia en primera persona sino del relato marginal que se forma, valga la redundancia, en los márgenes de la producción universitaria. A rebufo de las corrientes usuales de mis anteriores escritos, presento pinceladas de una tragedia más dentro de la economía política hegemónica actual instando a la aparición de la otra cosa en los dispositivos actuales de producción de saberes académicos.

Palabras clave: universidad, dispositivo, humanidades, psicoanálisis, Tiqqun, deseo.

 

Abstract

This text explores the secondary effects of gray literature and the temples of infinity in which it is preserved. Coffers in the cloud of deposited thesis, keeping cybernetic dust whose function is the curricular justification. The role of universities, indexed journals and academic circles will be traversed not only with the first-person experience but also with the marginal story that is formed, worth the redundancy, on the margins of university production. Following the usual currents of my previous writings, I present touches of one more tragedy within the current hegemonic political economy, urging the appearance of the other thing in the current devices for the production of academic knowledge.

Keywords: university, device, humanities, psychoanalysis, Tiqqun, desire.

 

Posponiendo un plan de escritura postdoctoral, lo recuerdo con ganas. Aún. Mientras tanto prosigo con la línea que me da la gana, no las de ganar.

 

En esta publicación, como habrán podido notar en el abstract, escrito con la mejor de las intenciones, presento un tema que, bien podría reducirse a una expresión cacofónica u onomatopéyica como las de Artaud. De todos modos (no) dudarán en darse cuenta de qué hablo. Sabrán a quien está dirigido este texto del mismo modo en el que si alguien les pregunta “¿A quién amas?” alguien les vendrá…

 

Las palabras clave para mejorar su búsqueda, frascos de literatura gris como quien colecciona uñas, pestañas o líquidos, parecieran tomar consistencia a medida que el texto avanza. ¿Nos leemos entre nosotros? ¿Somos las humanidades una comunidad internacional o mero pasaje académico y estampita titular? ¿Tal vez una piedrecita en el zapato que dependiendo de dónde se posicione no molesta? Pero, ¿a quién vamos a molestar si somos Humanidades?

 

Podría ponerme a hablar, obteniendo las declaraciones de aquellos que pagan por publicar. Los que siguen rindiendo culto a Reed-Elsevier, la American Chemical Society, Taylor & Francis, Springer, Wiley-Blackwell, etc., pagando un tributo por conseguir excelencia. Un Excellence Exchange como cualquiera otra institución dotada de poderes, como lo tendría una central eléctrica, llena de enchufes.

 

Seguramente algunos de mi generación, los 90, recordarán un juego de estrategia clásico llamado Age of Empire II. Tuvo alguna expansión, pero el juego del 1999 fue todo un éxito de ventas. Eventualmente lo juego, y la verdad, debo decir どうもありがとうございました.[1] La particularidad que me llama la atención de este juego, originalmente sacado para PC y luego para otras plataformas, es el hecho de que se pueden comprar recursos (madera, piedra, alimentos) con el oro. Todos los materiales pueden ser tomados del terreno, ya sea mandando aldeanos a cortar madera para llevarla al aserradero, piedra y oro a las canteras o alimentos creando campos de cultivo en las cercanías de un molino. Lo que suelo hacer, al iniciar una partida, es ir directamente por la madera, y de ahí pasar a los distintos puestos de piedra y oro. Sin madera, al principio, estás perdido, ya que no puedes construir prácticamente nada y si quieres aumentar las arcas de recursos es necesaria mucha mano de obra y ello supone crear casas que permiten aumentar la población a 5 por cada casa creada. El siguiente paso consiste en tener suficiente piedra, una vez que poseo una cantidad sustancial, me dedico a sentar el lugar defensivamente: construcción de atalayas de piedra.[2] El objetivo final, no es el de acabar con mis enemigos, sino el de sobrevivir a ellos[3] y, para terminar, ganar la partida dando forma a una maravilla. ¿Qué es una maravilla? Pueden ser catedrales, castillos o templos siempre en referencia a una construcción histórica como el Gol Gumbaz de la India, al que el templo Brihadisvara o la catedral de Chichester, ésta última de West Sussex en Inglaterra.

 

Una vez construida la maravilla, debe permanecer durante un número determinado de años. Es por ello que mi poblado tiene una buena cantidad de atalayas que defienden el territorio ante cualquier tipo de amenaza enemiga. Lo que aumenta, en número, son la serie de construcciones defensivas [Atalayas] que mando a edificar. Evidentemente, me quedo sin recursos, especialmente piedra. Ante esta carestía, como bien supe resguardar en mis arcas, se palía al echarle la mano al mercado para comerciar por dicho recurso [piedra]. Así, por más que el precio de la piedra aumente, tendré el suficiente oro como para adquirirlo. De este modo, ese robusto material gris, con el que defiendo mi maravilla, puede sufrir algunos daños, pero habiendo de sobra, solo con enviar a una serie de aldeanos allí a reparar los daños, es necesario.

 

Es típica también la escena en la que, ya con bastante mapa desvelado, dirijo a mis campesinos a lugares aliados para que piquen más oro o piedra. Obviamente están custodiados por unas bellas torres vigía que acabarán con todo aquel que se acerque, literalmente. Las Atalayas atacan a cualquiera que, por más que sus intenciones no sean la de la confrontación, atraviesa el perímetro vigilado. Attack on sight.

 

Llegado a cero el contador de resistencia [años consecutivos manteniendo la Maravilla], soy congratulado con un mensajito, como quien recibe una carta firmada por alguien muy especial [Rey, Estado, derivados, etc…], que me otorga la victoria. Luego pasa uno por las estadísticas, en las que se mofa un rato, para finalmente dejarlas atrás y sentir como, al menos, un punto de IQ se suma al monto de esa cantera yoica nuclear y compartimentada que solemos llamar felicidad, o algunos más enfangados, alegría.[4]

 

¿Qué es la maravilla? A día de hoy, pandémico, siguen siendo los recursos fósiles, gases, petróleo, y de ahí el plástico entre otros derivados y usos. ¿Qué es la maravilla? Ateniéndome a la dirección de este escrito (paper o no), hay algo que, como en su momento se pensó de los restos de dinosaurios, es infinito. El conocimiento.

 

Es común una exigencia para nosotros, los doctorandos, el publicar. Ya sea en revistas oficiales, marginales, o un poco de ambas. Es en el hecho mismo de la publicación en el que se deja constancia sobre los distintos intereses, expresados en forma y contenido; tesis, desarrollo y conclusión; abstract y palabras clave, a los que apunta el investigador. Su valor pasa, en mi opinión, por la disposición del escritor como publicador.

 

¿Qué es un publicador? No es tan sencillo responder a esta pregunta, pero haré un esfuerzo por simplificar lo que he pensado.

 

Publicador es aquel que tiene una concepción del saber desvinculada de la verdad. ¿A qué me refiero con esto? Sí, lo sé, es una lectura histérica de la literatura gris, pero vayamos un poco al fondo. El saber y la verdad, tema tratado por el psicoanálisis lacaniano, presentados diferenciados, como la piedra y el oro, en esa banda de Moebius, el cruce oculto, está intuido de tal modo que uno duda de que ello sea un continuum. El saber no sigue a la verdad y viceversa. Cierto es que la verdad, como recuerda Lacan, no llega a decirse toda, le faltan palabras para ser dicha. De todos modos, el saber participa de una verdad, somos en tanto que se instituye una verdad. No es una cuestión de ontologizar al saber (o usarlo para dicha tarea), sino precisamente porque hay síntomas, una queja, etc., que el saber, pretendidamente aunado a la verdad, hace del mismo algo siempre inconcluso. ¿Qué es la verdad entonces? Podríamos ir bien por el camino heideggeriano, griego, y tomarla como Alétheia, aunque incurriríamos en darle un estatuto, el de desocultamiento. En cambio, la verdad, en mi opinión, no es más que una monstruosidad, o como dije en su momento en otro lado Kawaii nazo (かわいい謎). La verdad, cuando se da en el dispositivo analítico, es lo que, en cierto modo, causa una subjetividad amorfa que funciona con la aseveración de “no sé” y la pregunta “¿qué hago?”. El analista a esta altura no sólo habrá producido el síntoma al ser parte de él situándose como resto en la operación de transferencia, sino que, participando de la verdad, de la otra cosa, insiste una y otra vez en que el deseo del analizante aparezca. El analista, ya lo repite el psicoanalista argentino Juan David Nasio cuando estaba cuerdo,[5] frustra, decepciona, traiciona. ¿Qué? El sentido.[6] La sugestión, que permite la transferencia, supone la apertura a la violencia, a lo pasional, etc… Pero dejémoslo ahí.

 

Si me preguntan por la verdad, sólo podría nombrarles su lugar de aparición, de enunciación: la equivocación. Restaría pues preguntarse por “¿quién se equivoca?” para rastrear, más allá del nombre propio, a qué se vino a afirmar.

 

El publicador en este sentido, y en base a lo ya dicho, habla desde el lugar del saber atendiendo a una verdad. A qué verdad se preguntarán.

 

Por lo que he venido viendo, escuchando y comprobando, aquella verdad, como he venido señalando, no responde más que a una Maravilla. Esta Maravilla está por encima de cualquier otra, pero comparte la misma estructura perversa que cualquier institución católica. No, no es una cuestión pedófila, pero si se trata de los que menos tienen. Evidentemente no es una cuestión generalizada del cristianismo, aún seguimos, secularizados occidentales, arrastrando formas de goce y de placer.[7] El problema recae, como es de esperar, cuando algo queda instituido sin atender al carácter provisorio de su creación.

 

Puede sonar estúpido, pero, ¿si todo el mundo practicara la misma religión serían necesarios los espacios sagrados o las instituciones religiosas? ¿No sería toda la tierra un lugar sagrado, todo territorio una aseveración del vínculo entre el saber y la verdad? Habiendo alcanzado la ciudad de Dios, ¿no serían las iglesias un lugar prescindible? Si el Otro está en todas partes para dar consistencia a la banda de Moebius, ¿no serían esos lugares de culto y su función meras entradas historiográficas, monumentos e incluso maravillas sin mayúscula? ¿Y qué pasa con las ciencias naturales? ¿No ha pasado justamente esto?

 

El publicador es una concepción, como dije, del vínculo entre el saber y la verdad. El conocimiento que se publica en las revistas tiene un carácter particular.

 

En los textos, en publicaciones, lo que se puede ver es cómo la ciencia se repite, abunda y se falsea. La originalidad del escritor queda tangencialmente distinguida del publicador. Mientras el escritor se esfuerza por dar testigo de una (des)unión entre la verdad y el saber, el publicador, abandonado a su suerte, reproduce un saber hasta la saciedad, aumenta el monto de publicaciones, y termina por falsear el propio dispositivo del paper. El paper es, si más no, una página más en un largo y aletargado orgullo por el conocimiento erudito. El paper nos lleva a representar un papel concreto: el del publicador.

 

La universidad, por los tiempos que corren, se reduce a las funciones principales de toda institución: verificación, eficacia, publicidad, generación de plusvalía, etc… En este marco, los agentes que entran en juego, dan consistencia a las estructuras por las que el poder se sostiene. Lo que al final del día se mantiene no es esa Maravilla, sino las Atalayas. El poder de la Maravilla es pasivo. Su presencia activa espacios, como pueden ser la longevidad (con la que se gana la partida en el AoE II), el discurso y su sentido, e incluso el honor y el mérito.

 

¿Qué es a fin de cuentas el paper? Una lista de asistencia; albarán; marcador de puntuaciones, etc… ¿Cuál es a fin de cuentas este deseo manifiesto? ¿Qué se nos desvela con cada exceso o queja por parte de los agentes cínicos o hipócritas que deambulan por los pasillos de las universidades o las casas de publicación editorial indexadas? Hay un ordenado sistema de explotación que funciona de forma posfordista.

 

¿Posfordista? ¿Recuerdan al empresario de sí de Michel Foucault? Vean una película llamada Le couperet, del 2005 dirigida por Costa-Gavras. En ella se ve como Bruno Davert, padre de familia, tras haber perdido su trabajo como mánager de una empresa de papel busca una forma desesperada por recuperar su puesto de trabajo, ya que, debido a su edad, experiencia profesional, etc., le sería imposible encontrar un trabajo que le permitiese mantener el estilo de vida de su familia. La solución que encuentra es mediante la eliminación de la competencia. Literalmente. Es así como vemos la vida del parado y su penosa situación que, antes de caer en el plano depresivo (pecho bueno y malo al mismo tiempo), acaba por solventarse de forma esquizoparanoide (pecho malo y pecho bueno separados). Buscar un trabajo es un trabajo.

 

¿Posfordista? El explotador brilla por su ausencia. El jefe ha sido introyectado. Pero, esto seguro que ya se ha leído en alguna otra parte. El goce se convierte en lo común de la línea de producción de los empresarios de sí. ¿El goce? “Dame más fuerte” dice Luís a Claudia mientras se escucha de fondo un episodio de Juego de Tronos seguir su marcha como cada domingo.

 

Las naturwissenschaften, a diferencia de las geisteswissenschaften, pueden permitirse el lujo de prescindir de la verdad. Hay una pulsión de muerte, un goce, al que las ciencias naturales apuntan. Es necesario para que la idea de progreso dentro de la comunidad se cumpla. Las revisiones, aportes, ampliaciones, y nuevas perspectivas han de respetar la literatura que se haya dado escrito. Es preciso que la actualización del procedimiento epistémico se corresponda con los descubrimientos dados en el campo de estudio específicos como puede ser la astrología, la química, neurología, física, etc… Prima en este caso el saber por encima o diferido de la verdad.

 

En cambio, las ciencias del espíritu, tal y como recuerda Dilthey, toman otra dirección, no diré más fundamental porque no es una competición, sino un lugar de enunciación. Las geisteswissenschaften traen de vuelta la verdad, molesta, se presentan como un virus ante el incordio de una ontologización que insiste en su aseveración de certezas.

¿Dónde queda el paper con todo esto? Si me preguntan mí, la distinción entre una y otra no hace más que complicar el asunto.

 

Entonces, ¿no es preciso insistir en la verdad? Si las universidades se han convertido en una versión cutre de Soylent Green, en el que en vez de traficar con cuerpos humanos se hace con enchufes, colaboraciones y otro tanto de perfiles académicos con un alto índice de impacto, no quiere decir que no tengan una maravilla. Ese gris objeto con el que se construyen las atalayas es lo que se da, al igual que el pago por página de paper para figurar en una revista indexada. ¿Pagar por trabajar? ¿Cuál es el fin para la universidad?

 

No sé si recuerdan, pero cuando yo era más pequeño, un renacuajo, solía jugar en el patio de la escuela con unas figuritas redondas llamadas tazos. Los tenía de los Looney Tunes, de Dragon Ball, y de los generacionales Pokémon®. Cuando era el recreo iba con mis compañeros de clase a jugar a los tazos. Consistía en lanzar con fuerza uno contra los que estaban apilados y que habían sido apostados. Ahí, arrodillados en el suelo, saltaban los figurines y las apuestas. Si uno del montón, por casualidad, se daba vuelta, te lo guardabas o lo volvías a apostar en la siguiente. Pasados así los días, había algo que, ahora recordándolo, veía como algo normal: había una serie de favoritos.

 

¿Cómo se constituía un favorito? A medida que lanzaba los tazos, unos contra otros para conseguir, no sólo más, sino los más bonitos, algunos de los que usaba parecían “funcionar” mejor que otros. Esto llevaba al sustento de cierto pensamiento mágico que, al haber ganado más con ese, seguro tenía más posibilidades de ganar. Cuando no sucedía decía cosas como, “hoy no es mi día” o “estás haciendo trampa”, entre otras. La culpa es proyectada en el día, el otro, o aquel Otro que provee de suerte. De ahí surgía un pensamiento proveniente de una posición depresiva que buscaba algo con lo que culparme, motivado por noséqué retribución kármica del universo. El favorito no tenía nada de especial, ninguna característica que lo diferenciara o le hiciera destacar entre otros diseños, sino que ése, en concreto, tenía más de mí que cualquier otro.

 

¿Qué son pues esos perfiles académicos con publicaciones de alto impacto en revistas indexadas? ¿Qué tienen y de quién? Tal y como hacía yo con mis tazos, la universidad busca retener estudiantes, producir titulados, etc., para que, en la red interconectada, en sus rankings mundiales, scores, se tengan unos niveles de calidad sugerentes. ¿Para quién?

 

A final de cuentas, la universidad se promociona a sí misma para atraer más candidatos que tras acabar los estudios de secundaria o bachillerato, hagan un paso lógico al campo universitario. Esa masa de estudiantes que han ido cumpliendo con sus exigencias académicas siguen el modus operandi de las escuelas, con la diferencia específica, precisa, de que si se está estudiando un grado universitario se hace por voluntad propia, por interés, no ya vocacional, sino desiderativo. A lo largo de un grado, algunos abandonan, se pasan a otro, se toman un año sabático, etc… Los perfiles académicos no hablan de esa atrofia adolescente con la que se entra a la universidad o la carestía afectiva con la que se suelen defender los estudiantes frente a un mundo que se avecina lleno de limitaciones y crueldad. Un refugio son los planes de Formación Profesional en los que, ya habiendo olido la tostada del ficticio “sin un título, no tienes trabajo”, se enfocan directamente al mundo laboral.

 

¿Por qué refugio? No me entiendan mal, hay motivaciones que no parten de lo que digo, sino de otras razones. Lo que aquí expongo es lo que en mi pueblo escucho, tanto de profesores como alumnos.

 

Despensas llenas de comida pronta a caducar, adolescentes con cientos de titulaciones universitarias en el paro o, como se suele llamar generacionalmente, sobrecualificada en un sector erróneo. Los rastros de una ideología gestada en tiempos de posguerra sufren las consecuencias de una economía política que prosigue su camino. Ciencias del espíritu y ciencias naturales parecieran funcionar en diferido. Por un lado, la verdad y por otro el saber.

 

Como ya dije, la distinción entre la naturwissenschaften y la geisteswissenschaften no lleva más que a confusión. Hay un Otro que mantiene unido o distinguido el saber de la verdad. Son dos posiciones que, complementadas, erigen dos figuras: Apolo y Dioniso.

 

Cuando uno ama, el deseo pareciera perderse, desplazarse de la ecuación. En el amor, juegan tanto Dioniso como Apolo. Sea la posición sexual que se adopte en la relación con el partenaire (crecer o cambiar)[8] lo que sí está claro es que la crueldad adquiere un carácter intrínseco vinculado, no necesariamente a la ignorancia de sí, sino al goce normalizado. Hay un dicho popular que reza que el mundo es tierra de lágrimas. ¿Qué es eso? ¿De dónde viene? Bíblico es sin duda, pero ¿qué pretendía suturar dicho enunciado? Si vemos la enunciación, fenomenológicamente, podemos constatar que proviene o bien de una tristeza o una alegría. El líquido que nace del lagrimal constituye la tierra. De un modo u otro, dichas lágrimas erigen reflejos de dichos afectos. ¿Qué se construye en nombre de Apolo y Dioniso? La crueldad es temida, tamiza la realidad de lo displacentero. El deseo no sólo no se cumple, sino que la ensoñación de su cumplimiento, su ficción fantasmática, pierde fuerza, dejando nada más que goce camuflado de deseo. La crueldad, inherente al deseo, liberada de su objeto, prescinde del yo, de la humanidad, del límite ético, de lo repulsivo y lo agradable, permitiendo la experiencia de la totalidad. Dioniso es el único del par que está capacitado para alcanzar la crueldad. Apolo, prescinde de ella, precisamente, porque es a sí mismo a quien castiga. El objeto de uno y otro cuando se ejerce la crueldad puede vincularse con los procesos inconscientes de metáfora y metonimia. Si por un lado Dioniso proyecta su crueldad sobre un objeto que no cesa de cambiar (metonimia), Apolo por su parte toma su imagen como objeto de crueldad y por ende establece una significación que sostiene, justifica su incompetencia o falta en ser (metáfora). Deseo de subyugar, por un lado, y por otro, impotencia. Las posiciones esquizoparanoide y depresiva como diría Klein.

 

¿A qué viene Dioniso y Apolo? ¿Es una analogía de lo que se da en la universidad? ¿Es la narrativa de la crueldad la que tamiza los vínculos entre los departamentos, los profesores y estos con sus alumnos? Ni mucho menos (ni mucho más). Evidentemente, no se trata generalizaciones, hay formas, vínculos, que no nacen desde este par de vinculaciones, sino que se dan cual crisol de colores en una roseta de Iglesia. La cuestión está en que, precisamente, estas formas colapsan la aparición de cualquier otra. Tanto Dioniso como Apolo impiden la aparición de ambas. La relación amorosa, como ya mencioné, involucra la crueldad cuando se siente que ni se cambia ni se crece. Los tumorosos profesores que ocupan una plaza en un departamento no hallan vías de salida hacia otros horizontes y colaboraciones, sino que mantienen esa tendencia apolínea que les permite sobrevivir en dicho puesto dentro de la academia, con pequeñas trazas dionisíacas que dejan ver como el dispositivo del publicador se ha asentado y auto-regulado. Esto también se ve en los alumnos cuando exigen a sus profesores una educación de mejor calidad, “más caña”, que, si se ejerce el discurso universitario, que se lo haga con toda la crueldad y exigencia que se pretende, precisamente porque se está pagando por una plaza en una Universidad de Calidad.[9] La crueldad no sólo se exige, sino que es bien recibida, ya que es sinónimo de la calidad. Lo mismo sucede con el poder en los tiempos contemporáneos. No se mide ya tanto el poder por cuanto puede abarcar el pensamiento, sino cuan rápido puede llegar allí. No se trata de una gimnasia del pensamiento sino la asociación brillante y masticable. La comprensión, como los gusanos, deben ser entregados masticados en el pico de los polluelos.

 

Cierto es también que la era de la informatización ha devuelto el estatuto del sabio. Hay cientos y cientos de supercomputadoras que procesan, almacenan y ponen a disposición los datos que se suben. Con ello, quien sea dispone de distintas plataformas por las puede que compartirse cachito a cachito con la comunidad. En dicha comunidad se habla de todo, y en ese mar de opinología hay, eventualmente, unos pocos que merecen la subscripción, ya que dan razones para seguir pensando como se piensa. Del mismo modo que el estudiante demanda ser castigado por su ignorancia, reprendido por su no saber, gozando de su voluntad de saber, el suscriptor se traga bodrios de larga o corta duración para asegurarse los argumentos para defender lo macizo de una realidad que no cesa de caerse a pedazos. Hablé en mi tesis doctoral sobre un concepto llamado patchwork, el cual extraído de mis lecturas de Tiqqun, el Comité Invisible y el Partido Imaginario, se refiere, a grandes rasgos, al parcheado reiterado que se hace de la justificación de una serie afectos y objetos en lugar de abrir el diálogo y ofrecer la oportunidad a vivir en la contingencia agujereada/agujereadora del deseo. Por ello parece siempre mejor un a-Edén que no la aparición de la otra cosa.

 

El feísmo y su defensa campa a sus anchas por el vasto mundo de los blogs y vlogs de quien sea. Hay un deseo por publicar, por hacer explícita una realidad, una circunstancia, que no necesariamente se presenta como crítica a algo, sino más bien la experiencia de un encuentro. Pero incluso ese encuentro se ve cuarteado, sesgado, por la cara agria de un creador de contenidos. ¿Qué es un creador de contenidos? ¿Es lo mismo uno de estos que el publicador?[10]

 

La diferencia entre uno y otro estriba, no sólo en el medio (videos cortos, vlogs, directos, etc., y por otro, papers, conferencias presenciales o grabadas, clases, etc.), ni en el público (suscriptores, fans, etc., vs., otros publicadores, instituciones universitarias y sus departamentos específicos, etc.), sino en algo más místico, a mi parecer, encantador, mágico. ¿Mágico? ¿Encantador?

 

¿Qué sucede por arte de magia? ¿No es acaso la casualidad lo que parece tener algo de mágico? ¿No hay coincidencias oportunas e inoportunas? La magia consiste en la ocultación de los nombres propios. Ya no hay individuos, no hay individualismo, sino más bien dividuos. Ya está fabricado el casillero, ahora vienen las conexiones. El individuo ya se consagró en esas cinco paredes, ahora hace falta compartirlo por todas partes, he incluso motivarlo. Hay una constante que no cesa de darse, como ya mencioné, por la publicación, por el compartir-SE. Hay un ser del compartir que se constituye con la soledad del individualismo y por otro lado su huida hacia delante de dicho nicho mediante la conexión con el otro, dando lugar al dividuo. ¿Dónde queda la magia en todo este embrollo? Lo oculto, lo anónimo, el goce del voyeur, pasa por todas partes. Las IP ocultas de usuarios de distintas plataformas no velan su manifestación política en redes sociales. Los Vloggers, al igual que los publicadores, apuntan a esa complicidad que ya quedaba explicita en los escritores y los lectores.

 

¿Son todos magos entonces? Porque, no lo entiendo si te soy sincero.

 

El publicador, el Blogger o Vlogger, abandona en cierta medida su lugar como escritor dejando de lado el contenido para centrarse en la forma.[11] Tendencia residual de las sociedades del espectáculo. El paper, el conocimiento que preconiza en la literatura gris, cumple la mera función de serlo. El video subido al canal, su contenido, sólo responde a la dirección que tiene el canal, los objetivos del canal (gameplays, reacciones, colaboraciones, recetas, reviews de música, coaching/consejero, etc.). La figura paradójica aquí tal vez sea la del Blogger. Éste parece responder a cierta complicidad con la magia. Hay en él una tendencia al desencantamiento, al trastorno, a la explicitación del síntoma del medio. Su nombre parece desvanecerse. En cambio, en los papers, en los Vlogs, etc., el nombre remite a un tipo que vino trabajando temas de psicología fenomenológica, crítica culturas, filosofía política, etc., o el nombre de un canal de, o bien streaming, o cierta periodicidad de subida de videos o publicaciones y promociones por otras redes sociales.

 

La magia consistiría en cierta manifestación estridente, excéntrica, de una fragilidad sintomática, de un vulnus propio del medio por el que pasa el deseo. La magia supone dar cuenta de una red de intensidades que no parece estar presente. Si Tiqqun habla de la crisis de la presencia, es precisamente en relación a las ruinas del mundo tras el paso arrasador de la deconstrucción, del posmodernismo, del antiesencialismo, de la dislocación, de la apertura, de la desterritorialización, etc… El problema que ve Tiqqun es que, precisamente, se han neurotizado los enemigos, las estructuras o los significantes, las representaciones y los dispositivos de reproductibilidad subjetiva, pero no se ha quedado cojo. De algún modo se ha imposibilitado lo imposible. Los cuerpos ya no pueden participar de la magia. El “Everything not saved will be lost”[12] pierde su gracia cuando se ha implementado una herramienta llamada “Auto-save”.

 

La magia, si supuestamente requiere de un olvido, del nombre, de lo hecho, de lo dicho, etc., ¿cómo puede esta darse si prácticamente toda nuestra vida puede ser rastreada en el Big Data? Si primero fue el individualismo, la felicidad mediada por la auto-realización personal, la superación de tus propias metas, etc., ahora la felicidad está mediada por una perversión del comunismo en el que el compartir pasa por una plataforma inmaterial, donde en su lugar habría un Estado sumido en la fase que le toque; llegar a un capitalismo socialista, para continuar el crecimiento hasta llegar, tras un tiempo, a realizar la idea del comunismo (explicado rápido y con muchos espacios en blanco).

 

El publicador pierde la magia del escritor y se entrega al goce del dispositivo. Ahí, disfrutando de un malestar, sintomático, ardido, quemado, en pleno burnout, tóxico, minado, explotado por sí mismo, moviliza todos sus hilos para que el tatemae académico, esa carrera de ratas justificada con noséqué ensoñación ilustrada, se haga realidad. Aunque, al final del día, uno pregunta a un becario cualquiera cuál es el objetivo final de todo esto y no hay más que respuestas que parecen responder a una falta en ser: “no sé quién soy, ni lo que quiero…”.

 

¿Y quién lo sabe Juan? ¿Quién en su sano juicio sabe lo que quiere?

 

Si, tienes razón. Tal vez, lo que escucho no sean más que alucinaciones de cierta vena anti-universitaria. Supongo que ya va siendo hora de terminar el paper. Tienen mi nombre arriba. Podrán hacerse una idea de quién soy. Un pecho bueno o malo kleiniano. Da leche o no la da. Cubierto o descubierto. Al final, ¿no cuenta únicamente esto como una publicación?

 

El publicador seguirá siendo una forma meritocrática que mantiene su estatus por la renovación de sus papeles, como ser conferenciante, compositor de papers, ser de impacto y seductivo (correspondiendo con las exigencias del medio; red de citaciones, enchufismos departamentales necesarios, uso de palabras clave en función de la ratio de búsqueda indexada, mención intradepartamental pactada, etc.), y ser consciente, como docente, de la perversión pedagógico-psicológica que el planteamiento de Bolonia,[13] entre otros, elaboró  para el estudiante.[14]

 

¿Irse con las manos vacías? La canción All we ever wanted was everything de la banda de rock gótico y post-punk llamada Bauhaus, no sólo nos habla de una relación amorosa que, mellada por los días laborales, la impotencia, y un cariño que se desvanece como juventud fuera de su oscuridad, sino que plantea, ciertamente, cómo sale uno escaldado de una relación con su ideal. El límite, las limitaciones, no son condiciones de imposibilidad como se suele tomar. Maniatados se muestran los que presentan un plan de reducción de daños o paliativos para los efectos secundarios de una trama académica. Al contrario, lo que reconozco es una condición de posibilidad. Si Kant y más tarde Husserl siguiendo a Brentano, iban a las cosas por darse de morros con ese límite, era para ver qué podían hacer con esas botas sucias que pinto Van Gogh. La mierda no sólo sirve como compostaje, sino que permite a las amapolas colorear de rojo homogéneo campo de cultivo. “Squash every week into a day” canta Peter Murphy. ¿Para qué decir algo así? ¿Para recordarnos que un amor, su tránsito, busca tiempo y espacio para desarrollarse? ¿Para hacernos conscientes de las limitaciones de nuestra condición de proletarios? ¿Por qué dirías algo así, eh, Murphy? ¿Por qué?

 

Hay una película llamada como el título de este texto, Side Effects. El largometraje, dirigido por Steven Soderbergh allá por el 2013, nos presenta una trama que, según algunos críticos, podría haber sido una crítica directa a la industria farmacéutica, a la perversión gélida de un sistema penal métrico, industrial, mercantilizado y kafkiano, a la razón cínica que, a rebufo de una pulsión hedonista y nihilista, se emparenta con un exilio a un estado primitivo acolchonado con cientos de miles de dólares obtenidos a costa del sufrimiento de otro cual chivo expiatorio, etc… En contra de esos críticos de cine que buscaban la crítica fácil, neurótica, común, de un film-denuncia, defiendo las decisiones del director en dos aspectos. En primer lugar, la película deja claro que se trata de los “efectos secundarios” pero parece no dejar claro de qué realmente. Puede ser o bien de los fármacos, del sistema penitenciario estadounidense, de la industria farmacéutica y su avance intrusivo en la práctica de la psiquiatría, etc… A mi parecer, los efectos secundarios son el tema principal, ese es el quid de la cuestión. En la película se habla de las consecuencias, no de las causas. Habla de lo que hay, de los resultados, de lo que vemos, de lo que oímos, sentimos, etc. Es por ello que la crítica no es tanto a lo instituido o las estructuras de poder, sino precisamente al componente humano, a su vulnerabilidad, a su maleabilidad y abandono del escepticismo en pos de lo mismo. La crítica social en este caso es a la crítica social. No es la democracia representativa la que no funciona para promover un Estado que crezca en un marco agresivo y agravado del neoliberalismo, sino precisamente la flacidez resultante de un marco crítico en el que reina lo sofístico en lugar de lo crudo, como puede ser el reconocimiento de que, como señala Chomsky sobre la chusma, una democracia no puede funcionar a esos niveles de población más que como espectáculo.

 

En segundo lugar, el largometraje de Soderbergh no sólo se centra en los ya mencionados efectos secundarios o colaterales, sino que plantea un cómo sería la exploración de otra crítica. En este plano diverge la mirada de una falta de eticidad (o más bien una bien clara) de las empresas e instituciones estatales, a las consecuencias de habitar dicha falta. Para que se me entienda, no se trata de la generación de un antagonismo ni una responsabilidad ciudadana, sino el reconocimiento de que, en ese trayecto por el que nos pasa la película, hay espacios vacíos que podrían cambiar la trama. Lo que propone Soderbergh es, no un retorno de una ética sino, de una moral del acto creativo, la generación de intensidades allí donde, como dice Tiqqun, no pasa nada. Esto supone una, como diría Houllebecq, ampliación del campo de guerra, justamente por acabar con la representación.

 

Y bien, ¿a qué vino este atravesamiento de la película de Soderbergh? Con el tema que me compete en este escrito, considero que habría que abandonar la lucha antagónica, representativa, clásica a la Schmitt entre enemigos y amigos, para favorecer el campo de la afinidad y los encuentros. Del mismo modo que un psicólogo, un psiquiatra o un psicoanalista estarían de acuerdo en que el camino de la cura del paciente, desequilibrado o analizante pasa por el abandono paulatino de lo mismo y la caída al campo de la otra cosa. ¿Qué entiendo por esta distinción? Lo mismo y la otra cosa no son más que nombres que le he puesto a dos caras de una moneda. ¿Qué paga esa moneda? ¿Qué permite esa moneda? ¿Qué intercambio? Tras reconocer que la síntesis no es más que un instante del espíritu absoluto hegeliano y que el entramado de la tesis y la antítesis no hacen más que girar en torno a esa, a ese imposible, lo que resta de todo este operativo no es la premisa neurótica con la que algunos filósofos dicen despertar conciencias mediante el desvelamiento, sino justamente por otra cosa: la provisoriedad de la idealidad. Esto me lleva a preguntarme, ¿qué hace falta para que la situación cambie?

 

Esta premisa, extrapolada del Aceleracionismo contemporáneo dado por los pensadores Nick Land, Nick Srnicek, el ya mencionado Mark Fisher, Sadie Plant, Alex Williams, entre otros estudiantes y colaboradores (no se trata de hacer un namedropping tampoco), reconoce que hay ciertos objetivos, explícitos o implícitos que, o bien la crítica se ha encargado de sacar a la luz, o se han desvelado ante nuestros ojos u oídos con historias de claustro e interdepartamentales. La cuestión arqueológica, genealógica, ilustrada, crítica, etc., no es más que una parte del asunto, lo que resta por aparecer es, no sólo la extensión de la utopía que se vive hasta sus últimas consecuencias, sino la visibilización en éstas de intensidades, de conflictos, violencias, que pasan desapercibidas. El resultado, a mi parecer, tendría que dejar de ser una crítica moderna de la institución como antagonismo puro, dejar de ser una crítica posmoderna que analiza los flujos de poder y las estructuras de poder, para pasar a una de aire metamoderno.

 

La crítica metamoderna comprende la oscilación que se deriva de lo provisorio de las ideas, entre la nada y la formación, relámpago, de las mismas, para ofrecer una “tercera vía” que no es más que una mediación simultanea entre críticas. Es el paso al acto instituyente, creativo, monolítico, con lo descentrado y antiesencialista del posmodernismo. La idea de clúster que trabaja Tiqqun es, desde esta perspectiva, metamoderna, al igual que la guerra de guerrillas o asimétrica.

 

No se trata de montar lo mismo para restituir la otra cosa. Se trata de dejar morir lo mismo para que aparezca la otra cosa. Las monedas pueden ser tratadas para usarlas en un pachinko o bien para, como sucede en la tercera entrega Steven Soderbergh Oceans’s Thirteen, romper el sistema con un Jackpot el día de la inauguración de otro templo de la infinitud.

 

Bibliografía

  1. Fisher, Mark. Los fantasmas de mi vida (trad. Fernando Bruno) Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2018.
  2. Foucault, Michel. Historia de la sexualidad IV: Las confesiones de la carne (trad. Frédèric Gros) Ed. Siglo XXI, Madrid, 2019.
  3. Nasio, Juan David. Cómo trabaja un psicoanalista (trad. Ana María Gómez) Ed. Paidós, Buenos Aires, 1997
  4. Sartre, Jean-Paul. Lo Imaginario (trad. Manuel Lamana) Ed. Losada, Buenos Aires, 2005.
  5. V.A.A. Aceleracionismo: Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo (trad. Mauro Reis) Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2017.

 

Notas
[1] Muchas gracias, o muy agradecido en japonés.
[2] Las Atalayas, dependiendo de la Edad en la que se esté jugando son más contundentes en su defensa. No sólo mejoran su precisión, sino que además poseen una mayor resistencia al ataque de los enemigos.
[3] Lo interesante de todo es que al construir las Atalayas de piedra me olvido de la costosa tarea que supone la creación de milicias terrestres y marinas. Es por ello que en mi ciudad sólo son constructores/as y animales que sirven como alimento (ovejas).
[4] A la espera, desde el aburrimiento somatizado, de que la otra cosa haga su aparición. AppExperanza, donde la experiencia y la esperanza, como estado extático, fuera de sí, deposita su confianza en la existencia de una entidad hallada en la realidad del mundo externo, manteniendo la dicotomía entre lo privado y lo público como si, aún, estuviesen unidos por la indiscernible glándula pineal. Menos Lou Marinoff y más Hegel. No es que la herencia haya caído en el olvido, sino que pasa desapercibida si se habita el campo de lo mismo, el goce con-sentido es un arma mortal.
[5] Sus apariciones públicas en la televisión argentina tienen para mis dos interpretaciones: o bien mediante la normalización del psicoanálisis como una terapéutica más como rebajamiento (agua al vino) de lo pesado del dispositivo analítico y la inclusión de ésta en el crisol de psicologías, o bien decididamente a generado aquello que llamo psicoanalista coach, que sumido en el halo místico del gurú, pareciera haber rozado con su consulta analítica las alas del Zeitgeist dando pie a generalizaciones lógicas y biensonantes. La representación a fin de cuentas no sirve más que para ordenar, organizar, y producir una serie de saberes en los cuales uno se pliega tantas veces pueda. En ese margen no sólo se generan impotencias, sino que, mediante sus propios mecanismos internos, se regula la producción de tal modo que la entropía se iguale o se disminuya a ésta. Prefiero pensar que Nasio, siendo su carrera tan brillante, haya quedado en un simple y tonto juego de manos. Pero bueno, a fin de cuentas, es un psicoanalista en la televisión pública.
[6] Cfr. Nasio, Juan David. Cómo trabaja un psicoanalista (trad. Ana María Gómez) Ed. Paidós, Buenos Aires, 1997, p.28
[7] Ya, el prolífico Michel Foucault, señaló en su último libro publicado póstumamente, Historia de la sexualidad IV: Confesiones de la carne, cómo se vienen arrastrando saberes y poderes que no sólo dan pie a pensar que si no fuese por la incidencia del cristianismo como proceso civilizatorio no existiría el psicoanálisis, sino en tomar-se existencialmente habitando una idealidad secularizada, de la que puede que el sentido haya mutado pero el lugar, el topoi, al que se llega y se enuncia, tiene que ver con la estructura significante y la pulsión.
[8] Por lo general en el dispositivo analítico se ve como la posición masculina se caracteriza por la búsqueda de un crecimiento que le permita mantener una distancia con el deseo materno. En este caso, la posición masculina apunta a una resolución de su narcisismo que le permita ganar independencia con respecto a sí mismo. En el otro lado de la ecuación, la posición femenina, se caracteriza por la necesidad de cambio, por la mutación de la perspectiva que media con la imagen propia. Si en la posición masculina se buscaba el crecimiento, la comprensión, la profundidad, en el caso femenino se busca un desplazamiento de la imago por un cambio drástico de la óptica. En ambos casos se plantea la superación o la capacitación para la asunción de los objetos fóbicos que se sostienen. Sendas posiciones, llegado un punto incierto, carburan un final, siendo no necesaria la idea de que el amor se terminó, sino que dichas fobias han sido tomadas desde otra rúbrica. En la relación amorosa el amor es lo de menos.
[9] Universidad que, avalada por un consejo de calidad, obtiene las licencias para pedir lo que quiera y requiera. La Universidad de Calidad queda rankeada según los barómetros con que dicho consejo internacional haya estipulado sus controles de calidad. En dichos consejos se establece los porcentajes necesarios referentes a la producción de excelencia. ¿Qué es la excelencia? Si nos damos un garbeo por las distintas conferencias, mítines, presentaciones, etc., que la universidad promociona, no queda más que papel mojado. La conexión entre la ciudadanía y la universidad es, o bien nula o bien minúscula. De hecho, no es sino mediante una terciarización o auto-financiamiento que los contenidos trabajados en las universidades no salen a la luz o se publicitan. El trabajo intelectual, denso en muchos casos, acaba por ser un mero movimiento onanístico departamental cuya diseminación queda restringida a una participación mínima en redes sociales, que estarían a cargo de los propios becarios precarios cuyo reflejo de su desánimo y tristeza queda manifiesto en el anuncio, y como consecuencia la subida de un video a cualquier plataforma de video que, pasados años, tiene a lo sumo 1000 visualizaciones siendo optimista. Cierto es que el campo de la filosofía se caracteriza por una impostura que tienta con la soberbia de la erudición o el pensamiento elitista una provocación que permite pensar el límite, pero es precisamente la arrogancia la que, precisamente, acaba por disfrazar la figura del ser-supuesto-saber ostentada por el sabio con el repudio más merecido.
[10] El creador de contenidos, como se verá más adelante, es una forma engañosa. Como indica su nombre, el énfasis parece recaer en el contenido, en el qué o en el cómo. Pero sinceramente, viendo las preocupaciones de youtubers populares en la plataforma o twitteros, etc., el susodicho énfasis recae más en la creación, en la reproducción de la plataforma, ya que no es el contenido lo que da la plata, sino la forma.
[11] Una vuelta de tuerca más al asunto lo encontramos en el creador de contenidos de calidad. ¿A qué se refiere esa partícula última de “calidad”? Poiotes, palabra en griego del cual procede qualitas, se refiere al “qué” del objeto, de qué clase es o pertenece, qué cualidad participa de eso, etc… La “calidad” para el creador de contenido, no es más que un factor de verificación como lo puede ser el tick azul de Twitter, la red de citaciones que sustenta el impacto de un paper, el beef y su arrastre mediático, la pulcritud del paper presentado respetando el isomórfico patrón de la editorial y la indexación, etc… La participación política, la intención, pareciera verse desplazada, tercerizada a estos lugares de “calidad”. Los debates electorales o las conferencias públicas de las esferas políticas frente a un mar de reporteros de distintos medios, como han demostrado estos años, no son más que un show televisado. ¿Quién dice qualis? ¿Qué acaba por implicarse en la expresión? A mi parecer, la seducción, al estar atravesados por una economía política neoliberal, ha hecho del Estado de sí, algo que requiere no implicarse mucho, tanto que la implicación no de uno como individuo (liberalismo) sino como dividuo (neoliberalismo). La seducción responde al poder monetario. La oferta de la imagen supone la captura de la implicación en el mainstream. ¿Qué supone la seducción? Lo que es relevante es el control del efecto producido en el otro y no tanto la implicación de sí. Y es una conducta muy común, vista en políticos, catedráticos, youtubers, publicadores, etc.: se crea una situación que, a fin de cuentas, es insostenible, ya que se hizo todo por el otro. O, dicho de otro modo: constato mi deseo porque aquel me desea. El seductor desea ser celado, ya que transfiere dicha celopatía a aquel otro. El texto, su textura, imprime más que un escritor, un lector. Y no es por seguir con la tradición de “la muerte de…” que empieza por Nietzsche, sigue por Foucault, Barthes, y ya con cualquier cosa como la modernidad, la masculinidad, etc… A mí me da la impresión de que el lector, en este caso, ha muerto. Es hasta ese paroxismo al que fuerza la aparición de algo tan eufemístico como la literatura gris. ¿Quién lee ese estercolero? No hay tiempo material para no copiarse en cada publicación. Se convierte eso pues en un gólem grisáceo, al cual le salen los papers, ya atorado, atragantado, por la boca, la cual motivaba al cuerpo rocoso a cumplir con el deseo.
[12] Esta frase pasó a formar parte de la cultura contemporánea cuyos orígenes se remontan al mensaje que aparecía en pantalla en los sistemas de Nintendo recordando guardar la partida. Esta frase supone una liberación de la pulsión acumulativa de recuerdos de la que participa el hedonismo nihilista que tan bien describió Mark Fisher. Las stories de Instagram pueden recuperarse, las publicaciones conforman el feed de recuerdos, de contenidos, de creaciones, etc., nubes de almacenaje, dispositivos de alta velocidad de transferencia y capacidad de almacenamiento, etc… La frase invita a guardar, a salvar el presente, para recuperarlo en un futuro, para revivirlo, para acordarse, tal vez, del progreso que se ha venido haciendo, de las vivencias que se han tenido, de las quests que hemos logrado completar o olvidar, etc… Si dije pulsión es precisamente por, no sólo lo stuffed que están los dispositivos móviles de archivos de este carácter, sino por el efecto que produce su pérdida. No sólo se pierden los recuerdos y se entra en una especie de inevitable alzhéimer virtual, sino que se le ha fallado a la consigna proveniente del Otro que por alguna razón oferta dispositivos con tan alta cantidad de almacenamiento o nubes para guardar ahí los días y las noches.
[13] Tal y como menciona Quintín Racionero en una entrevista en la que, entre otras cosas, comenta la publicación de un libro del profesor universitario Ernesto Castro titulado “Contra la posmodernidad”. Cfr. CENDEAC, “Quintín Racionero. Entrevista en torno al libro ‘Contra la posmodernidad’, 02/06/2014. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=ArwW6BVQbs8
[14] El estudiante es un melón grande al cual no entraré por cuestiones de extensión y desvío del tema. Sobre esta figura en el teatro representacional universitario, el estudiante de campus no sólo es un afiliado o un contribuyente que engrosa las filas y publicita los flujos del torrente que supone la producción universitaria, sino que engrasa con poder monetario el componente empresarial en el que ha devenido dicha institución. El financiamiento de una universidad o el capital que mueve no depende del dinero que se gastan los estudiantes, sino la capacidad que tiene el propio cuerpo de organismos que compone el campus en retener las cifras anuales, sus porcentajes, etc. La academia, como paso con el cristianismo, ha contraído el cancerígeno patógeno de la industrialización del saber del mismo modo que para aquel, la Iglesia supuso una perversión de los valores de las Santas Escrituras. No es un mero problema hermenéutico sino por otro lado la inefectividad de una crítica neurótica que, consciente del problema, adopta una posición cínica (que no tiene que ver con el quinismo de las escuela iniciada por Diógenes de Sinope sino con el cinismo contemporáneo, distinción que hace Sloterdijk en su crítica en la que toma ésta última como una tendencia a la normalización de un estado natural mercantilizado y sus efectos secundarios) o hipócrita (que supondría el estancamiento en una crítica esperanzadora que reconoce sus limitaciones estructurales con prístina erudición y asume su lugar, paradójicamente, sin esperanzas). En sendos casos el acto queda atorado en el éxito imposible (cinismo) o en la resignación melancólica (hipócrita), omitiendo así la dimensión creativa o propositiva del acto y su inherente otra cosa.