Las tres sustancias en las Meditaciones Metafísicas

SÈBASTIEN BOURDON, “RETRATO DE RENÈ DESCARTES” (1625-1650)

Resumen

Este texto tiene como objetivo realizar un discreto análisis sobre las tres sustancias postuladas por René Descartes en su obra Meditaciones Metafísicas.

Palabras clave: meditaciones metafísicas, análisis, substancias, René Descartes, historia, filosofía.

 

Abstract

This text aims to carry out a discreet analysis of the three substances postulated by René Descartes in his work Metaphysical Meditations.

Keywords: metaphysical meditations, analysis, substances, Rene Descartes, history, philosophy.

 

Llevar a cabo un trabajo final no resulta sencillo. Muchas veces se pretende abarcar demasiado en unas cuantas páginas lo cual acarrea una serie de problemas no solo metodológicos. Lo que pretendo realizar en las páginas siguientes es un discreto análisis sobre las tres sustancias postuladas por René Descartes en su obra Meditaciones Metafísicas. Para dicha labor, tomaré como base el texto mencionado con antelación así como algunas reflexiones develadas en clase.

 

A mi entendimiento, en las Meditaciones Metafísicas, obra cardinal de Descartes se postulan tres asuntos de suma relevancia para la historia de la filosofía: el afamado cogito, ergo sum, la existencia de tres sustancias distintas (una sustancia material, otra espiritual y una última que crea y sirve de fundamento a las dos anteriores) y el dualismo mente-cuerpo. Un primer acercamiento al asunto de las tres sustancias en las Meditaciones Metafísicas lo tenemos en el titulo completo de la obra: Meditaciones Metafísicas en las que se demuestra la existencia de Dios y la distinción entre el alma y el cuerpo.[1]  Podemos apreciar cómo se postula inmediatamente la existencia de tres entidades distintas entre sí: Dios, el alma humana y el cuerpo. Éste resulta un acercamiento muy sumario al asunto que nos compete, pero lo significativo en la cita anterior radica en el hecho de que se nos menciona con antelación el plan de la obra que contempla tratar tres tipos de entidades (o sustancias) independientes entre sí, la distinción que se da sobre ellas y, de igual guisa, como se formulara el dualismo cartesiano. Es imprescindible señalar que Descartes entiende por sustancia “[…] una cosa capaz de existir por sí…”.[2] Lo anterior responde al hecho de que, si abordaremos el asunto de las tres sustancias en Meditaciones Metafísicas, debemos tener claro lo que el autor de la obra entendía por sustancia.

 

Abordemos el asunto que compete al presente estudio, es decir, como en las Meditaciones Metafísicas se llega a la conclusión de que existen tres sustancias. En la primera Meditación, Descartes suscribe la importancia de obtener un conocimiento cierto, claro y distinto sobre el cual fundamentar todo posterior conocimiento. Esto se debe a que muchas cosas tomadas por cierto son susceptibles de error y no representan un conocimiento indiscutible. Para obtener este conocimiento que sirva de basa a posteriores, Descartes comenzará por examinar y, si es necesario, desechar los principios en los que se fundamenta toda forma de conocimiento,[3] para ulteriormente adquirir un conocimiento claro y distinto. Inaugurará su examen mencionando lo falaz que resultan los conocimientos obtenidos de o por medio de los sentidos, ya que estos últimos, a pesar de ser la primera y mas inmediata forma en que conocemos, en ocasiones nos engañan mostrándonos una realidad alterna y por lo general errónea. Si los sentidos nos engañan, fiarnos de ellos para fundamentar nuestro conocimiento sería necio, ingenuo y absurdo, simplemente no son una fuente confiable de conocimiento. El filósofo de Turena manifiesta lo anterior del siguiente modo: “[…] pero he descubierto que éstos (los sentidos) me engañan a veces, y es prudente no confiar del todo en quienes nos han engañado, aunque sólo fuera una vez”.[4]

 

Aunque los sentidos me falseen, es preciso señalar el hecho de que no puedo dudar la existencia de la realidad que se me manifiesta de manera inmediata, vg., no me es factible dudar del hecho de que estoy redactando este trabajo mientras siento frío por las bajas temperaturas que acarrea consigo el otoño. Descartes refutaría dicho argumento diciéndonos que el curso de mi experiencia es perfectamente compatible con la posibilidad de estar soñando, es decir, me resulta poco viable distinguir la vigilia del sueño, debido a que en el mundo onírico experimento (o creo experimentar) sensaciones, sentimientos que son equiparables a las que tengo estando despierto. Es por eso Descartes nos dice “[…] me parece tan evidente que la vigilia no puede distinguirse nunca del sueño con indicios ciertos…”.[5] Este argumento del sueño resulta trascendente, porque me hace olvidar mis experiencias empíricas, es decir, el mundo real se pierde en cierto modo lo que trae consigo la perdida de todo conocimiento adquirido a través de la experiencia (mis experiencias pueden ser solo parte de un sueño y los objetos con los que entro en contacto pueden ser ilusiones).

 

Aún con el argumento del sueño me sobra una especie de conocimiento que no ha sido refutada. Ésta es la relativa a las entidades matemáticas y geométricas vg., aunque me encuentre en el mundo onírico sé que un triangulo posee tres lados y la suma de 1 + 2 es igual a 3. Pero puede existir una suerte de genio maligno que haga que me equivoque en todo, haciéndome creer como verdaderas cosas que en realidad son completamente falsas. Este genio maligno “[…] tan sumamente astuto como poderoso, ha puesto toda su industria en engañarme: pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las cosas externas no son diferentes de los engaños de los sueños, y qué por medio de ellas ha tendido trampas a mi credulidad”.[6] De lo anterior podemos notar un escepticismo radical en Descartes, según el cual no es posible ningún tipo de conocimiento. No me es posible distinguir lo verdadero de lo falso. Yo sé algo si y solo si no estoy en una hipótesis escéptica, pero, en base a lo formulado en líneas anteriores, no tengo modo de saber que no estoy en una hipótesis escéptica, por lo que no puedo conocer nada del mundo externo.

 

Con lo señalado en los párrafos precedentes, hemos desarrollado la célebre “Duda Hiperbólica”.[7] Esta “Duda Hiperbólica” resultará sumamente trascendente para el sistema cartesiano ya que, aunque ha negado toda posibilidad de conocimiento externo, podemos extraer de ella una certeza irrefutable como veremos a continuación. Habiendo negado toda forma posible de conocimiento y poniendo en tela de juicio el mundo real (en el que se incluyen las partes constitutivas de mi cuerpo) pareciera que no existe verdad alguna y si existiese, no podría conocerla porque un genio maligno y sumamente hace que me equivoque en cada momento que concibo dicha verdad. De lo anterior puede inferir la no-existencia de cualquier realidad corporal y forma de conocimiento (sobre todo las basadas en el mundo material), pero me es imposible inferir mi no existencia, ya que me estoy concibiendo como una entidad sometida al engaño de un genio maligno y […] si él me engaña, sin lugar a dudas yo también existo; y engáñenme cuanto pueda, que nunca conseguirá que yo no sea nada mientras piense que soy algo. De manera que, habiéndolo sopesado todo exhaustivamente, hay que establecer finalmente que esta proposición, Yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera cada vez que la profiero o que la concibo.[8]

 

Es preciso señalar que a partir de la afirmación yo pienso, yo existo, no se concluye necesariamente que yo sea un hombre. Esto se debe al hecho de que he dudado de todo aspecto y conocimiento material y por lo tanto, el conocimiento de lo que sea hombre no me es aun accesible. Si he dudado de lo material, a la sazón también he colocado en duda el hecho de que posea un cuerpo. Resultaría importante destacar que Descartes entiende por cuerpo “[…] todo aquello que puede ser determinado por una figura, circunscrito por un lugar, llenando el espacio de tal manera que excluya de él cualquier otro cuerpo; se percibe por el tacto, la vista, el oído, el gusto o el olor, y se mueve de muchos modos, aunque no por sí mismo, sino por algún otro que lo empuja…”.[9] Lo que soy no posee ningún atributo material, porque a cada momento me persuado del hecho de que no necesito de nada material para existir. De modo similar, tampoco poseo un cuerpo porque sus atributos no me son inseparables.

 

Lo que sí es inseparable de mí es el pensamiento. Yo puedo existir sin necesidad de un cuerpo que me determine v.g, seguiría siendo yo en cada momento aunque no percibiera nada por los sentidos, pero no puedo existir si dejo de pensar y es por eso que el filósofo de Turena nos dice que el pensamiento “[…] es lo único que no puede separarse de mí. Yo soy, yo existo; es cierto”.[10]

El pensamiento es lo único que no está separado de mí, es decir, aunque pueda separarme de las cosas materiales y de las percepciones que tengo acerca de ellas, no puedo entenderme como algo que no piensa, porque existo en tanto que pienso; si dejara de pensar entonces dejaría de existir. El pensamiento es la única realidad inherente a mi existencia. No soy ni un hombre ni una entidad material, pero entonces ¿que será eso que soy? Descartes se plantea dicho cuestionamiento y lo responde del siguiente modo: “¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa. ¿Qué es esto? Una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también y que siente”.[11] Esta afirmación resultante importante porque a partir de ella no es posible vislumbrar la primera sustancia en Descartes: la res cogitans. Esta sustancia no posee ningún atributo material y por ende no esta determinada por las determinaciones correspondientes a los cuerpos materiales. La esencia de nuestra primera sustancia es el pensamiento, v.g., no podemos entender la res cogitans sin concebir en ella el pensamiento.

 

La res cogitans (o cosa pensante) es una sustancia inmaterial cuyas facultades y propiedades la hacen irreducible a una sustancia corpórea, es decir, la primera sustancia en Descartes es originaria y necesariamente pensante, lo que excluye de su definición atributos materiales, ya que, como hemos visto sus atributos son meramente espirituales (intelectuales). En tanto es una sustancia pensante posee un atributo cardinal que es el del entendimiento. El entendimiento, del cual está dotada la sustancia pensante, será el que facilitará el poder conocer. Los sentidos nos permiten acceder a las realidades materiales, pero es solo por medio del entendimiento que podemos llegar a conocerlas y concebirlas de un modo claro y distinto. Guiarnos únicamente por las impresiones sensoriales resultaría un error porque no entendemos los objetos por una actividad sensorial, sino que los entendemos por medio de las operaciones de nuestra mente, del entendimiento.

Habiendo obtenido y definido la primera sustancia en Descartes creo pertinente abordar la cuestión de la segunda sustancia, la cual será tratada en la Tercera Meditación.[12]

 

En la Segunda Meditación nos fue posible determinar la naturaleza de la sustancia pensante, la cual se erige como un primer conocimiento claro y distinto. Cabe señalar que la claridad y distinción es la regla general que me permite definir que es verdadero: un conocimiento o percepción es verdadera en tanto es clara y distinta al entendimiento. Ahora bien, este tercer apartado de las Meditaciones Metafísicas comienza por realizar un breve resumen de lo apuntado en la Meditación anterior. Después de haber obtenido la certeza del cogito, es decir, de la existencia de la sustancia pensante, Descartes plantea la necesidad de indagar si existen otras cosas aparte del yo.

 

Inaugura su análisis estableciendo una crítica a su conocimiento anterior, ya que consideraba verdaderas y totalmente ciertas muchas cosas que, a partir de la duda hiperbólica, se muestran inciertas y su veracidad ya no es evidente como lo era en antaño. De igual modo señala que no percibía las cosas mismas sino “[…] percibía que las ideas mismas o pensamientos de las cosas se presentaban en mi mente”.[13] Hasta este punto, Descartes solo tiene la certeza de que es una sustancia pensante, pero estima necesario precisar si existe algo más que la sustancia pensante, que en cada caso es él. Entre las cosas que debe investigar existe una en la que centra su atención y es la relativa a Dios y es por eso que nos dice “[…] debo examinar, en cuanto se me presente la ocasión, si hay Dios, y, si lo hay, si puede ser engañador; pues mientras ignore esto, me parece que nunca podré estar completamente cierto de ninguna otra cosa”.[14] Esta afirmación resulta notable porque en ella podemos comenzar a vislumbrar la importancia dada por Descartes a la idea de Dios, la cual ocupará gran parte de su obra (recordemos que el objetivo de las Meditaciones es demostrar la existencia de Dios) y será fundamental para la Ontología y Epistemología Cartesiana. Retomando el asunto que nos compete, en la tercera Meditación Descartes señala que en nuestros pensamientos “Algunos son como imágenes de cosas, y sólo a éstos conviene propiamente el nombre de ideas”.[15] La definición anterior es significativa, porque podemos notar como nuestro pensador no solo concibe a las ideas como meras representaciones pictóricas de las cosas sino como algo más, ya que tenemos ideas de cosas que no tienen una imagen precisa o que no pueden tenerla, tal es el caso de las entidades divinas por citar un ejemplo.  Las ideas en sí mismas no son ni verdaderas ni falsas, es decir, mientras se consideren en sí mismas, como un modo de mi pensamiento, no pueden ser falaces o verdaderas.

 

De las ideas que poseo, Descartes señala que “[…] unas me parecen innatas, otras adventicias y otras hechas por mí mismo”.[16] Esta separación de las ideas en tres tipos no carece de importancia porque podemos ver que para René Descartes no todas nuestras ideas provienen de los sentidos ni de la reflexión como sucederá con los empiristas (sobre todo Locke), sino que también poseemos ideas innatas, las cuales no adquirimos por medio de la experiencia sino que las tenemos desde el momento en que somos creados. Nuestro pensador expone en la Meditación Tercera diferentes tipos de ideas que poseemos, aún sin declarar la existencia de cuerpos ni de ningún otro tipo de realidad que no sea el cogito, v.g, las ideas de otros hombres, de cuerpos y de ángeles pueden proceder de mí mismo y no forzosamente provenir de entidades diferentes a mí.

 

Ahora bien, la única idea que hasta ese punto no ha tratado Descartes es la de Dios y nos dice “Con el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita, independiente, sumamente inteligente, sumamente poderosa, que me ha creado a mí y a cualquier otra cosa que exista, si existe”.[17]

 

De las particularidades atribuidas a Dios, prácticamente me resulta imposible adjudicarme cualquiera de ellas. Un ejemplo de ellas es la infinitud, ya que aunque Dios y yo nos emparentemos en tanto ambos somos sustancias, yo no soy una sustancia infinita como lo es él porque yo soy una sustancia finita. De hecho “[…] mi percepción de lo infinito es en cierto modo anterior a la de lo finito, esto es, la de Dios anterior a la de mí mismo”.[18] De este modo apreciamos que la idea de la infinitud divina es innata, porque no la reconocemos por medio de la experiencia, sino que ya la poseemos. No la percibimos por medio de la negación de lo finito, sino que está en nosotros sin recurrir a una sensación empírica.

 

La idea de Dios es “[…] la más clara y distinta, y conteniendo más realidad objetiva que cualquier otra, no hay ninguna por sí más verdadera, ni en la que encuentre menor sospecha de falsedad”.[19]

Descartes señala que las perfecciones atribuidas a Dios pueden estar en mí, pero inmediatamente refuta dicha afirmación, ya que en la idea de Dios no hay nada potencial y en mí si v.g, yo conozco gradualmente y por lo tanto existe cierta potencia de conocer en mí. De manera similar en tanto que dudo soy un ser imperfecto e incompleto, porque no conozco muchas cosas. La duda no se presenta en la sustancia Divina porque es sumamente omnisapiente y perfecta, es decir, no desconoce nada y por ende no cabe en su definición la duda. Nuestro pensador suscribe lo anterior de un modo mas claro, por lo que tomaré la licencia de citar las líneas en las que considero resume bellamente lo por mí expuesto en párrafos anteriores: “[…] cuando me considero atentamente a mí mismo, entiendo no sólo que soy una cosa incompleta y dependiente de otro, cosa que aspira indefinidamente a algo más y mejor, sino que también entiendo, al mismo tiempo, que aquel de quien dependo tiene en sí todas esas cosas mayores a que aspiro, y que las tiene no indefinidamente y sólo en potencia, sino real e infinitamente, de manera que es Dios”.[20]

 

Para concluir el examen de las tres sustancias en Meditaciones Metafísicas nos hace falta tratar la tercera sustancia, es decir, la sustancia cuya propiedad particular es la extensión extensa: la res extensa, a la cual Descartes dedicará la Sexta y última Meditación. Descartes en esta Sexta Meditación insinúa el papel fundamental de una de las facultades de la sustancia pensante: la imaginación, la cual “[…] se muestra como cierta aplicación de la facultad cognoscitiva al cuerpo íntimamente presenta a ésta y, por lo tanto, existente”.[21] Es por medio de la imaginación que, de cierto modo, podemos inferir la existencia de los objetos corpóreos. Resulta fundamental señalar que la imaginación es una facultad propia del pensamiento, pero no debe confundirse con la intelección pura. El pensamiento (intelección pura) es necesario a mi esencia en tanto soy una sustancia pensante, cuestión que no se presenta en el caso de la imaginación, la cual no es necesaria a mi esencia. Es determinante para que una sustancia pensante exista (porque es parte de su esencia necesaria) y la imaginación no, es decir, puedo existir sin que esta última esté presente en mí. Ahora bien ella necesita tener como fundamento un algo el cual le permita existir

 

[…] de donde parece seguirse que depende de alguna cosa diferente de mí. Y fácilmente entiendo que si existe algún cuerpo al que la mente esté de tal manera unida que se aplique voluntariamente a él como inspeccionándolo, puede ocurrir que yo imagine las cosas corpóreas por medio de él; de manera que este modo de pensar sólo difiere del puro entender en que la mente, cuando entiende, se vuelve de algún modo a sí misma y examina alguna idea de las que hay en ella, mientras que cuando imagina, se vuelve hacia el cuerpo e intuye en él algo que es conforme a una idea que o bien ha sido entendida por la mente o bien ha sido percibida por los sentidos.[22]

 

Esto nos muestra que el imaginar es solo posible si existe un cuerpo material por medio del cual me sea posible acceder, concebir y sentir los objetos corpóreos. De igual modo, cuando empleo esta facultad del entendimiento (el imaginar) se hace presente lo que estoy imaginando, es decir, en el preciso momento en que me sirvo de dicha facultad, represento en mi mente el objeto en cuestión.

Descartes no solo se basa en la imaginación para establecer la existencia de los objetos corpóreos, sino que también se remite a los sentidos. Por medio de la imaginación no es posible concebir objetos relativos a la geometría y las matemáticas, pero debemos apuntar que también poseemos percepciones sobre otras cosas, v.g, los sabores, sonidos, colores, movimiento, cosas que percibimos a través de los sentidos. El que se considere el asunto de los sentidos en esta Meditación no es algo premeditado e innecesario, ya que por medio de la argumentación dada por Descartes acerca de los sentidos, le es posible establecer un argumento relativamente sólido acerca de las sustancias materiales.

 

Nuestro pensador francés del siglo XVII prosigue del siguiente modo: se concibe primero la existencia de un cuerpo, el cual está conformado por varios segmentos. Este cuerpo no se encuentra aislado ya que por ventura se encuentra ubicado entre muchos otros cuerpos, los cuales lo afectan de diversos modos, ocasionándole comodidades o incomodidades que dependen de la naturaleza de dichos cuerpos.  El cuerpo que he concebido tiene propensiones corporales las cuales implican un ámbito externo y uno interno v.g., internas como la alegría, tristeza, hastío, apatía; externas como la percepción de dureza, movimiento y sobre todo extensión. Sobre las ideas mencionadas con antelación, resulta indispensable señalar que no provienen del pensamiento porque sus cualidades son diferentes a las de él; además estas mismas ideas se muestran más expresas y presentes que las forjadas por el entendimiento. Vale la pena aclarar que el argumento de los sentidos no me lleva a concluir aún la existencia de los objetos materiales, porque bien “[…] podría haber en mí una facultad, que yo aún no conociera, que causara esas percepciones”.[23]

 

René Descartes considera la problemática anterior y se da cuenta de la necesidad de apelar a la existencia de Dios, ya que a partir de esta última, nuestro pensador podrá establecer que las cosas que son percibidas de manera clara y distinta proceden de la Divinidad y por lo tanto poseen un cierto grado de verdad en tanto son obras que proceden de Él. En el momento en que se apela a la existencia de Dios también no es posible considerar que de facto que Él es bueno y bondadoso por ontonomásia lo que implica forzosamente que no me estaría engañando constantemente (como lo haría el Genio Maligno) y por lo tanto podría establecer que las cosas que percibo a través de los sentidos no son totalmente falaces.

 

Es justo señalar que existe una segunda instancia a la cual recurre Descartes, la cual no apela a un argumento de autoridad. Esta segunda instancia establece que, al haberse concebido únicamente como una sustancia pensante, su naturaleza y esencia son las atribuidas a una cosa pensante, las cuales excluyen por definición las propiedades inherentes a las cosas materiales v.g., la dureza, la extensión, el ocupar un lugar en el espacio. De este modo se puede entender que en tanto soy una sustancia pensante y por ende no extensa, puedo existir sin la necesidad de un cuerpo, cuyas propiedades esenciales son diferentes a lo que soy.

 

Como ya habíamos señalado en párrafos precedentes, el filósofo oriundo de Turena nos explica que la sustancia pensante manifiesta cierto tipo de facultades que, si bien es cierto se encuentran en ella, no son indispensables para su existir a saber, los sentidos y la imaginación. Este par de facultades no son necesarias a la esencia de la sustancia pensante, pero éstas no pueden existir sin que se encuentren en una sustancia inteligente. Por otra parte, la imaginación y los sentidos no son las únicas facultades o atributos que existen necesariamente en una sustancia en la cual se encuentren comprendidas v.g, el cambio, movimiento. Estas facultades difieren de la imaginación en tanto que en su definición no se incluye ninguna especie de intelección como sucede en la primera. Así que “[…] es evidente que estas facultades, si verdaderamente existen, deben estar en una sustancia corpórea, es decir, extensa y no inteligente, porque en su concepto claro y distinto se contiene ciertamente alguna extensión”.[24] Dios no es causa estas facultades ni las percepciones que tengo de ellas; tampoco me falsea y me hace asumir por falso lo que es verdadero “[…] por lo tanto las cosas corpóreas existen”.[25] En tanto que su definición, atributos y características difieren de mí (que soy sustancia pensante). Considero que Descartes postula la existencia de las sustancias corpóreas apelando en gran medida a la Existencia de Dios, por eso la importancia de fundamentar primero al creador y después a las cosas creadas por Él.

 

Con lo anterior, creemos ha quedado dilucidado de manera muy sumaria cuales son los tres tipos de sustancias que concibe Descartes en Meditaciones Metafísicas y cuáles son las características específicas de cada una de ellas. Valdría la pena señalar que la noción de la existencia de las tres sustancias no es una cuestión que se plantea únicamente en las Meditaciones Metafísicas, sino que de igual guisa lo establece en el punto 54 de su obra Tabla de los principios de la Filosofía el cual dice “Cómo podemos tener ideas distintas de la sustancia que piensa, de la corpórea y de Dios”.[26]

 

Bibliografía

  1. Descartes, René, Discurso del Método, México, Porrúa, 2004.
  2. Descartes, René, Meditaciones Metafísicas, Madrid, Gredos, 1987.

 

Notas
[1] Descartes, René, Meditaciones Metafísicas, Gredos, Madrid, 1987, p.15.
[2] Ibid., p. 113.
[3] Descartes señala que resultaría imposible examinar de forma particular cada cosa, por lo que opta por tratar únicamente las bases sobre las que se fundamenta el conocimiento.
[4] Descartes, R., Op. cit., p.16.
[5] Descartes, R., Op. cit., p.17.
[6] Descartes, R., Op. cit., p. 21.
[7] O bien, Duda Metódica.
[8] Descartes, R., Op. cit., p.22.
[9] Descartes, R., Op. cit., p.23.
[10] Descartes, R., Op. cit., p. 24.
[11] Descartes, R., Op. cit., p. 25.
[12] Debo aclarar que el tema de la res extensa o sustancia pensante, al igual que el de las otras dos sustancias, es un tema sumamente vasto y complejo que se presta a realizar diversos estudios e investigaciones sobre él, pero ahondar en dicho tema excedería los propósitos del presente trabajo, por lo que ofrezco una disculpa por el trato tan somero que le otorgo.
[13] Descartes, R., Op. cit., p.31.
[14] Descartes, R., Op. cit., p. 32.
[15] Descartes, R., Op. cit., p.33.
[16] Descartes, R., Op. cit., p. 34.
[17] Descartes, R., Op. cit., p. 41.
[18] Ibid.
[19] Descartes, R., Op. cit., p. 42.
[20] Descartes, R., Op. cit., p.47.
[21] Descartes, R., Op. cit., p. 65.
[22] Descartes, R., Op. cit., p. 67.
[23] Descartes, R., Op. cit., p. 70.
[24] Descartes, R., Op. cit., p. 72.
[25] Descartes, R., Op. cit., p. 73.
[26] Descartes, René, Meditaciones Metafísicas, Gredos, Madrid, 1987, p. 15.